Melissa recordaba que después de que sus padres se divorciaran su vida se derrumbó, cuando su padre encontró una nueva pareja olvidándose con el tiempo de ella y cuando su madre estuvo demasiado cansada trabajando para mantenerla, casi prefería volver a esa vida silenciosa en donde ambos solo hablaban al estar con ella.
El divorcio era un tabú en su vida. Pero mirando la camisa manchada de labial rojo que ella desdeñaba usar y un olor a perfume que reconocía de la secretaria de su marido, realmente pensó en separarse.
Podía decir que había dado cuanto podía por su marido, escapó de su casa, dejo su carrera y se convirtió en esposa de tiempo completo.
No podía negar que en ese entonces se sentía un poco vacía pero aún lo soportaba por su esposo, el amor de su vida; todo mejoró cuando su hijo nació, aunque tenían menos intimidad y no eran tan cariñosos como antes siempre creyó que eran felices, pero esos besos impresos en la blanca tela parecían burlarse de ella.
Más de una noche se quedó despierta llorando, incapaz de aceptar que su hijo fuera víctima de los amoríos de su padre.
Peor aún, se rumoreaba que la secretaria estaba embarazada, mientras todos adivinaban quién sería el padre ella estaba segura. Encontró a su esposo más de una vez eligiendo ropa de bebe con una mirada amorosa, no podía engañarse pensando que eran para su hijo puesto que ya tenía 6 años, esa fasceta de su esposo era tan diferente de la que mostró durante el embarazo de Melissa que no pudo evitar preguntarse si su esposo realmente la amó.
Las sonrisas que su hijo nunca recibió se proporcionaban para ese hijo que aún no nacía, el cuidado que demostraba contrastaba con la frialdad con la que trataba a su pequeño, por un momento pareció ver su propia infancia cayendo sobre su pequeño... entonces no pudo más.
Si bien prefería la muerte antes que el divorcio, no necesariamente era SU muerte.
Al final de su vida, Melissa viuda de Ocaña, recordaría espontaneamente su pasado, su hijo que admiraba a su padre la oiría contar felizmente como su padre amaba tanto a su madre y cuán felices eran en ese entonces, tristemente un accidente había roto a esa hermosa familia. Entonces madre e hijo se abrazarían y Melissa diría con voz pesada "Pero aun así luche por hacerte feliz" y su hijo, como liberandola de alguna cadena que el no conocía, respondería "Me hiciste el más feliz".