Creci entre tanto amor, devoción, ternura, confianza y protección. Vivía el cuento de hadas que cualquier niña quiere vivir siendo tan pequeña e ingenua del verdadero mundo que se escondía afuera de los muros de mi hogar, esperando.
Esperando por mí, sus agarras contrayéndose con placer desesperado.
Madre me tomó mi mano con fuerza, una fuerza que había sentido cada que le contaba algo triste o ella sentía que estaba en peligro y en un murmuro suave, me preguntó:
— Mírame, hija ¿Estás segura? ¿De él? ¿De ustedes? ¿Tus sentimientos y los de él? — su mirada azul como el mar, me miró con cariño y una pizca de miedo.
Ingenua y enamorada, le sonreí divertida.
— ¡Madre! ¡Claro que sí! Nos amamos, somos la estrella de cada uno, la luz cuando el camino es tan oscuro... Somos el todo de cada uno —.
Mi padre, se quedó inmóvil en las puertas de madera de la iglesia.
— Eres mi hija, eres mi sol, mi ángel —. Solté su brazo y le miré, sus ojos oscuros como la noche estaba cristalizados por las lágrimas contenidas. La emoción en su mirada, me apretón el pecho de amor.
— Padre.
— Hablo por mi mismo, ángel. Jamás habrá hombre que sea lo suficientemente digno de tí — su mano áspera, acarició mi mejilla con suavidad —. Ni siquiera yo... Me siento digno de tan hermosa hija —. Sonreímos, me apretó contra él sin arrugar el vestido blanco, dando una pequeña palmada suave en mi espalda —. Destruiré el mundo, ángel. Lo prometí en cada nacimiento de mis hijos, acabaría con cualquiera que les hiciera daño, sobre si ese alguien fuera yo...
Alejándome de mi padre, con un amor devoto a él y al hombre que me esperaba en altar.
— Padre, él me mira como tú miras a mamá. Con un amor tan puro y sincero, le amo —. Asintió, besando mi frente y acompañándome hasta el hombre de traje oscuro con sonrisa cálida y mirada suave.
— Los declaró marido y mujer...
Sus labios acariciaron los míos con una exquisita suavida, un beso largo y apasionado. Dejándome sin aliento, deseando un poco más hasta que la respiración me fallará. Su mirada se encontró con la mía, la lucha entre el placer y guardar la compostura antes nuestro familiares y amigos.
♥ 6 años después ❤️
Un recuerdo, eso era.
La mujer vestía unos jeans ajustado junto con una blusa escotada, me sonreía y agitaba las fotografías frente a su rostro. Su cabello castaño y ondulado, se elevaba cada poco con el leve movimiento de su mano tan perfectamente cuidada.
No podía negarse que era joven, estaría en sus veinte.
— ¿Debo aplaudirle? — dejé mi café con suavidad, encima de la mesa de cristal del restaurante que frecuentaba cada mañana.
— ¿Qué? ¿Es sorda? Estoy esperando un hijo de su esposo — parecía desconcertada por mi comportamiento indiferente ante su noticia.
¿Qué quería? ¿Que gritará? ¿Qué me humillarse frente a ella?
Jamás.
La daga de la traición, pesa en mi corazón con un ardor incontrolable.
Mi pecho se sentía extrañamente vacío, aunque respiraba.
— Felicidades ¿Necesita una estrellita? — mi mirada jamás dejo la suya.
La suya pasó de confiada a nerviosa.
La mía jamás cambió, un muro de indiferencia. Ocultando el dolor debajo de ella.
— Además de vieja, eres patética —su intento de burla, se resbaló fácilmente.
— Aún estoy en mis veinte, amor — sonreí.
— Déjalo, necesita a alguien como yo — dejo caer su mano con fuerza, el vidrio temblando por el golpe —. El mocoso ese también es un estorbo...
¡Zas!
Mi mano voló por encima de la mesa, ignore los jadeos escandalizados de las personas que nos rodeaban.
— Eso fue poco dolor, niña — limpié mi mano, asqueada de haber tocado la piel de un ser insultante —. Mi hijo es su mundo — me levanté —. Daría su vida por él, su amor es más fuerte e inquebrantable. Jamás podrías separarle, ni siquiera con otro niño — tomé mi bolso —. Aprende algo, jamás uses un alma inocente para tu perverso juego — me acerque, nuestro rostros separados por centímetros —. Jamás lloraré por un hombre miserable y traicionero, mucho menos me voy a rebajar a tu nivel para pelear por el — tomé su barbilla y murmuré —. ¿Te sientes una mujer empoderada por haberte revolcado con un hombre casado y haberte embarazado? Ja — sonreí —. No gastaré mi aliento.
Me alejo con un agujero en el pecho, un agujero que cerraría cuando tomará a mi entre mis brazos.
La oficina de mi oficina estaba en el primero piso del enorme edificio. Era el más grande la ciudad, tanto que se podría notar en las montañas pequeñas que nos rodeaban.
— Su esposa, señor — la mujer mayor, me sonrió con dulzura y no le pude corresponder.
Atravesé la puerta y la cerré con suavidad, ignorado la mirada desconcertante de mi marido. Recargue mi trasero encima de su escritorio y esperé.
— Cariño — su voz ronca, me hizo soltar una risita que lo dejó mucho más desconcertado.
— La gente cómete errores, Franco — su mirada se quedó clavada en la mía —. Hay errores imperdonables, mírame — quedamos frente a frente, nuestro rostros tan cercas que podía sentir su aliento cálido en mis labios —. Háblame, por favor.
— Greta... — su mirada avergonzada, se alejo de la mía con brusquedad.
— No — demandé, tomando su rostro entre mis manos y obligándolo a mirarme —. No — repetí con fuerza —. ¿Porqué? Siquiera hay una respuesta, ja — mis lágrimas se derramaron sin freno alguno, mojando mis mejillas frías —. Te amé, te amo y... Te amaré por otro largo tiempo — sus ojos castaños se cristalizaron —. Seis años, se sienten como una vida — acaricié su rostro y sus ojos de cerraron —. Y se quedaron pausado por una noche o más de pasión desenfrenada con alguien que aún no sabe que quiere ¿Tú? ¿Lo sabes? — sus manos tomaron mis muñecas cuando me aleje —. Mi estrella...
— Greta — jadeó.
— Un bebé, Franco — reí mientras sollozaba —. Serás papá de nuevo...
— ¡No! ¡Ese bebé es de otro! — su mirada rota como la mía, se entrelazaron una vez más.
— Sam, nuestro pequeño será muy feliz — besé castamente sus labios.
— No, no, no... — se levantó de manera abrupta y me tomó entre sus brazos.
— Señor, aquí hay una jovencita...
Me separé de él, su mirada asustada y la mía destrozada.
— Adiós, estrella — negó.
Abrí la puerta y la castaña, me sonrió victoriosa.
— Cuando él fue y vino, yo ya lo hice dos veces — apretó sus labios con fuerza —. Si en verdad es el padre, el bebé vivirá y crecerá con nosotros. Dentro de una familia, no tienes que alejarte. Puedes venir a visitarle las veces que quieras — acomodé mi bolso —. Lograste matar una gran parte de nuestro matrimonio pero no destruirlo.
— Greta — ignore el murmuro de Franco y me concentré en la castaña que me miraba con furia.
— No lograste tu cometido ¿Verdad? — me gire para ver a un Franco desconsolado —. Habla.
— Fue una noche, sin recuerdo alguno... Un vacío, eso fue — besé sus labios con fuerza, su se abrió paso para acariciar la mía con desespero. Me aleje, tomando una profunda respiración.
— Me voy, debo recoger a nuestro hijo — me aleje hacia al elevador —. Te esperamos para cenar —. Las puertas se cerraron, la mujer castaña cabizbaja con sus brazos rodeando su cintura.
Debería odiar, lo hago.
Debería doler, duele.
Debería sufrir, sufro.
Mucho sentimientos encontrados, golpeándose entre si para tomar un lugar firme en mi decisión.
— Amar... — llore nuevamente, sola en aquel ascensor.
Mi pecho pesaba, mi corazón se agrietó, mi vida tomó otro giro.
Nuestro amor, fue empañado por error.
Una infidelidad que tendría nombre y rostro.
Lo vería cada mañana por los próximos años hasta que dejara este mundo.
Y mientras esperaba que mi hijo, saliera.
Una imagen asalto mi mente como una explosión.
Un hermoso joven, sonreía mientras tomaba a su pequeña hermana entre sus brazos y jugaba en la arena junto al amar.
Ajenos al pasado que los llevó hasta aquí, decididos a vivir su futuro con ferocidad.
— ¡Mamá! —. Tomé su pequeño cuerpo entre mis brazos y lo alcé, soltó una risita chillona.
— Te amo, bebé.
— Eres mi estrella — sus ojos se cerraron mientras traza mi rostro con sus pequeñas manos suaves.
— Eres mi estrella — besé sus manos mientras reíamos descontrolados.
Me enamoré hace seis años, un grito lleno la noche estrella y su alma se entrelazó con la mía.
Y ni siquiera una infidelidad podría romper ese vínculo que habíamos formado.
Nadie.
— Te perdono, Franco — murmuré al cielo soleado —. Porqué me entregaste al amor de mi vida...
Amar jamás se había sentado dolorosamente hermoso.