Mire a mi pequeño, él sin duda amaba a su padre. Pero, al verme triste, supo que algo no encajaba. No me dijo nada. Su mirada era tierna, sus mejillas rojas y sus ojitos vidriosos. Le di un abrazo. Solo le pude mencionar que necesitaba tiempo, él sujeto mi mano, sabía que no me dejaría sola. Hablé con mi marido, mencioné el divorcio y me fui de la habitación. Ese día cene por última vez con él, lo hacía por mi hijo. Pero su padre y yo sabíamos que era el final para nosotros. Me miraba en ocasiones arrepentido y triste. No lo mire de la misma manera, estába rota, y ya no podía llorar. Al día siguiente me marche, mi hijo me acompañaba, le había mencionado que nos iríamos de vacaciones. Su padre se quedaba por trabajo. Le entregue una nota, con mi nuevo número de teléfono. Cualquier duda podría decirme, pero no lo vería de nuevo. Pasaron los años, mi pequeño seguía viendo a su padre. Yo conocí a un nuevo hombre, era inteligente y honrado. Era mi novio, hace una semana me pidió matrimonio, acepte. Ambos acordamos casarnos después de unos meses. Necesitábamos preparar un nuevo hogar y la boda. Un hermosa brisa fresca resoplaba en mi rostro, era un nuevo comienzo y no todo estaba perdido. Tenía a mi hijo y al hombre que me complementaba a la perfección. Tarde varios años en conocerlo. Pero valió la pena, los años fueron suficientes para comenzar de nuevo.