Forzada a caminar hacia el escalofriante final de la trágica e inútil vida de una "Villana" que sólo deseó aunque sea un poco de amor por parte de aquel hombre de ojos azules y cabellos negros azabaches; la hermosa mujer de cabellos plateados grisaceos, pisó el escenario que penumbra ante sus ojos grises y opacos, llenos de amargura y dolor.
—"La Señorita Anya Vertron es quien envenenó a su hermana, la Señorita Alice Vertron. Tengo pruebas concretas. Así que, ¡Arresten a la criminal!"— Las duras y frías palabras de su amado en el esperado día de su boda, aún yacían perturbando de forma vivaz la mente de la lamentable Villana vestida de novia que camina siendo arrastrada por dos guardias que seguramente la torturaron toda la noche.
—E,este... ¿Es este mi fin?— Se cuestiona la mujer de cabellos plateados en un leve susurro asustadizo mientras devisa la resplandeciente y horrorosa Guillotina que le da la fría bienvenida a su pronta muerte.
Los guardias la llevan al frente del escenario, mostrando a la malvada Villana al público que se encuentra enloquecido por ver la cabeza rodar de la que es Villana a sus ojos. La pobre mujer mendiga de amor, no le cuesta notar entre la irrelevante multitud; aquellos seres que una vez anhelo con fervor a que le dieran de su atención y de su amor, aquellos progenitores que solo la miraban con indiferencia desde lejos y en silencio.
Nadie le había creído, nadie confió en las palabras y en los ruegos de Anya Vertron, que explicaban de que ella no fue la que intentó hacerle eso a su adorable y encantadora hermana menor. Aquella que le robó todo y que odiaba, más no se atrevía a matar.
Los ojos grisáceos y los ojos azulados que reflejaban una cruda frialdad, de pronto se cruzaron. —A, Arian...— Balbuceó Anya Vertron con lágrimas deslizándose por sus pálidas mejillas, sin apartarle la vista a ese hombre que en este día hubiera sido su esposo.
—"¿Por qué me haces esto?, ¿Cómo conseguiste esas pruebas tan falsas? Te odio, Arian... ¿También me odias?"— Tantas interrogantes aparecían de pronto en el dolor y en el odio que la consumía, sin embargo, ¿por qué la Villana sonríe con ironía?. La deplorable mujer de cabellos plateados, a pesar de que la mató en vida con sus palabras, con su mirada y su expresión; no pudo evitar preocuparse por él, que se veía pálido y demacrado.
—"¿Tanto lo amo?"— Se preguntó, porque sabía que no estaba así por ella, sino porque seguramente Alice aún no había despertado por el veneno.
Miró al vacío y pensó: —"Quizás... mi vida hubiera sido diferente, si no hubiera buscado amor"—
Pero por desgracia, se enamoró de esos ojos fríos que no la miraban... de alguien a quien quería leer entre sus palabras un sutil "Te quiero" pero, fue una tonta porque sabía que ella para él ni siquiera existía.
Aun así se aferró de tal manera que se condenó a morir por querer una sola dulce palabra que saliera de esos labios descoloridos. Pero lo único que consiguió fueron palabras de odio y palabras tan perfectas y falsas que la condenaron.
—Jaja, JAJAJA, ja. Aquí está su Villana.— Exclamó sonriendo con orgullo a la multitud que quedó en silencio ante su risa y sus palabras.
Pronto, la mayoría empezó a abuchear. Molestos ante la actitud desvergonzada de la hermosa mujer de cabellos plateados que sonreía cínicamente ante ellos.
Ella no les había hecho nada y a los que le había hecho, ellos se los habían buscado. Pero aquí estaban ante ella, dandole tanta importancia que no pudo evitar sonreír complacida.
—¡Mátenla! Ejecuten a la Villana.— Gritaban.
—Hagan justicia a nuestras hijas. Cortenle la cabeza a ese ser vil.— Exclamaba un padre sosteniendo a su hija inválida, con ojos que resplandecían rencor.
Muchas Señoritas Nobles con defectos físicos leves, se encontraban entre el público; maldiciendo y reprochando a Anya Vertron, la terrible Villana.
Entonces, el silencio se apoderó del ambiente. Unos caballeros con armadura plateada, abrieron camino entre la multitud y llegaron al frente de Anya Vertron. —¿Es usted la criminal, Anya Vertron?— Interrogó uno de ellos.
—Así es, ella es.— Respondió uno de sus verdugos mientras la mujer de cabellos plateados solo observa en silencio.
—En nombre de el Rey del Norte, le concedemos a la Señorita Anya Vertron, un deseo.— Exclama el caballero plateado y todos quedan sorprendidos, pero no podían decir nada pues era orden de un Rey.
La Villana se ríe ligeramente de sus palabras, no podía creer que un Rey fuera tan tonto. El Deseo de cualquier criminal sentenciado a muerte, era Vivir. —Un deseo... Deseo que ejecuten a todos los presentes de inmediato.— Bromeó con seriedad la hermosa mujer de cabellos plateados y todos entraron en pánico.
Cuando el caballero plateado iba a decir algo, ella habla rápidamente: —Jaja, es broma. El deseo... Esta Villana Desea decirles Adiós.— Exclama impactándolos.
Se da la vuelta y observa con deleite y temor, aquella que sería el arma de sus "asesinos" para arrebatarle lo único que tenía, su vida en cuerpo, y esa arma no sería nada más que la formidable Guillotina.
El juez dictó todos sus supuestos pecados de los que se le acusaban, y terminó de hablar diciendo:
—Ahora, ejecuten la sentencia— Y la cosa de metal de la cual su función es cortar, empezó a caer bajo la magia del juez ¿lentamente?. El señor parecía tener problemas.
El filo de la guillotina había atravesado parte de la nuca de la Villana, la sangre se deslizaba sin control por el cuello. Pero no la había cortado completamente, Anya aún seguía viva; derramando una lágrima de dolor.
Sus verdugos, imaginando su estado agonizante. Decidieron apresurarse a presionar la hoja de metal para matarla de una vez. Y así fue, después de tanto dolor; rodó la cabeza de la Villana por el suelo.
—¡Anya!—
Los cálidos rayos de sol se asomaban por la ventana, iluminado ligeramente la habitación casi oscura que resplandecía una triste melancolía y frialdad. ¿Era un nuevo día? Los pajaritos yacían revoloteando felizmente, sin atreverse a ir más allá de las rosadas cortinas que se movían por la leve brisa, advirtiendo.
Y en lo más profundo de la habitación, en aquella cama grande que yacía en el rincón. Una pequeña niña de cabellos plateados abrió los ojos frenéticamente. La hermosa niña recorrió la habitación con la mirada, pero estaba desconcertada y no estaba consiente en su totalidad.
De repente, en los labios de la niña apareció una sonrisa cálida cuando su mente engañosa hizo una visión realista de un joven de cabello negro y ojos azules que le sonreía.
—Arian... me salvaste.—
Murmuró la pequeña Villana de cabellos plateados. Levantando apenas sus manos con pesar, intentó alcanzar aquel rostro con mirada fría y atraparlo con ellas, pero no pudo. Eso hizo que frunciera levemente su ceño confundida. Entonces, se percató de algo: ¡Sus manos estaban pequeñas!
Cerró rápidamente y fuertemente sus ojos para supuestamente volver en sí, sin embargo, sus manos no cambiaban de tamaño.
...PUNTO DE VISTA DE ANYA...
¿Qué...? ¿Qué es esto? ¿Por qué mis manos están pequeñas?
—¡Arian! ¡Arian!—
Empecé a gritar mientras intentaba levantarme sin poder lograrlo. Mi cuerpo está débil, mis piernas arden...
Un inmenso dolor punzante en mi nuca me hace recordar algo terrible. —¡Aagh! Aaag— Cubrí mis labios para apaciguar mis gritos agonizantes, no deseaba que alguien me escuchara y me viera en este estado.
—"Duele, duele, duele. Me duele mucho."—
Como un terrible hábito, en mi dolor, divisé por la ventana tres claras siluetas que provenían del jardín. Se escuchaban risas y risas.
Podía ver como una hermosa familia compuesta por un padre cariñoso, una madre cariñosa y una hija amable y hermosa charlaban alegremente. Contando chistes y expresando abiertamente el amor y cariño que sienten.
No pude evitarlo y observé con envidia el cabello rubio platino que bailaba al compás del viento, envidié a aquellos ojos celestes que brillaban tanto como si las mismas estrellas estuvieran cautivas en esas bellas pupilas. Envidié su cuerpo por ser frágil, por necesitar protección siempre.
Envidié a esa pobre niña, adorable e ingenua que siempre se mantenía rodeada de lo que yo deseé, de lo que yo anhelé y nunca en mi vida pude poseer.
—Ja, jaja. Qué ridículo.— Me reí mientras aún sentía el punzante dolor que me mataba.
Es tan ridículo. Una vida llena de dolor para volver a repetirla, es algo que no podría permitirme; un lujo que no me permitiría volver a experimentar. Ja ja, no puedo creer que era yo la que iba a sufrir de esa manera tan absurda.
Aún no entiendo cómo es que regresé a ser una niña. Precisamente en el momento que por primera vez enfermé al haber sido severamente castigada por mi ma... por la Duquesa al haber tratado de quemar el vestido de Alice, según recuerdo. Creo que, afortunadamente esa niña nunca lo supo.
—Las heridas del látigo aún están frescas en mis piernas...— Murmuré.
Ahora afirmo, que lo único que sé es que fui tonta al aferrarme a ese sentimiento agobiante y repugnante como el amor. Fui demasiado ilusa al pensar que él y ellos me amarían, pero al saber como terminé pude ver con claridad; esto no es para mí.
Unos pequeños golpes interrumpieron mis pensamientos, y como no respondía, nuevamente los golpes aparecieron un tanto más fuertes que antes y pude notar que provenían de la puerta.
Mi cuerpo reaccionó, y tontamente una sonrisa rápidamente apareció en mis labios al pensar que talvez ellos habían venido a verme.
—Pueden pasar.—
Hablé firme y alegremente. Me acosté y me acomodé bien en mi cama.
Escuchar el sonido de como la persona agarraba el agarradero de la puerta y le daba vuelta para abrirla, me entusiasmó. Pero desgraciadamente, escuché una voz que me decepcionó.
—Anya, la puerta está cerrada. ¿Puedes abrirme?—
Saber quién era, fue un golpe fuerte para mí ya que pude saber que no eran ellos. Volteé rápidamente mi cabeza en dirección a la ventana con la esperanza que no estuvieran allí, pero lastimosamente ellos aún se encontraban caminando alegremente por el jardín.
Dejé a un lado mis ilusiones aceptando la realidad, y además fui una tonta reacción de mi parte pensar que ellos vendrían.
Al decirme eso Theo, recordé que estaba encerrada en mi cuarto y no tocaba otra que levantarme a abrirle la puerta.
Hice mi mejor esfuerzo para levantarme y caminé hacia la puerta, pero era de esperar, mi cuerpo no aguantó. Se debilitó y ya no pude controlarlo, simplemente sentí el golpe seco de mi cuerpo contra el suelo.
No escuchaba nada a mi alrededor, solo escuchaba un leve sonido como si de el sonido de un instrumento de aire fuese haciendo un solo ruido pero bastante perturbador. Mi vista se nubló y podía sentir como poco a poco perdía la conciencia.
Escuché un gran ruido como si alguien hubiese quebrado la puerta y ese fue el último sonido que pude escuchar.
Abrí mis ojos y poco a poco aparecía la silueta de un niño de ojos verdes claro, cabello rubio y tés morena.
—Anya, por fin despertaste. Me has preocupado demasiado.—
Extrañaba su voz, su rostro, extrañé todo de mi maravilloso hermano por lo que inconscientemente tomé su rostro entre mis manos.
—Anya... ¿Te encuentras bien?— Me preguntó al ver que estaba actuando extraño.
—Te quiero... hermano mayor.— Murmeré.
—Creo... que aún tienes fiebre, por eso estás diciendo cosas sin querer.— Decía mientras me tocaba la frente para comprobar mi estado.
—Te quiero mucho hermano. Espero que siempre te quedes a mi lado.—
Dije mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla. Sintiendo dolor en mi pecho, del cual me oprimía.
—Yo también te quiero Anya. Pero ¿por qué lloras?—
Respondió mi amable hermano mientras yo me cubría mis ojos con mi brazo.
—Estoy enferma, por eso estoy así. Así que déjame a solas por un momento ¿si?, hermanito.—
Dije intentando recomponerme. Theo asintió y se fue mientras cerraba apenas la puerta que yacía rota.
Aunque es mi hermano mayor, lo llamo hermanito pues le gané en una apuesta cuando tenía ocho y él once.
Theo, es mi hermano mayor por tres años, y era hijo del difunto hermano de mi padre. Pero cuando murió y no había otro familiar que lo cuidara, mi padre lo adoptó como su hijo.
Lo extrañé demasiado, ya que cuando cumplió su mayoría de edad, se fue a estudiar al extranjero por lo que ya no pude verlo y a pesar de que nos escribíamos a menudo, su presencia me hacía falta. Y nunca lo volví a ver después de ese día y aún más cuando me ejecutaron.
Suspiré varias veces intentando cerrar mis ojos y no pensar nada más. Mis pensamientos estaban descontrolados y el dolor de mi pasado o ¿futuro?, me perseguía.
Parpadeo varias veces antes de quedar dormida.
.
.
Me desperté con el sonido de la puerta abriéndose, abrí mis ojos y encontré una silueta que parecía ser la de mi guardaespaldas. Me reí, extrañé su presencia. Él fue el único que me prestó sus fuerzas para seguir y dio su vida por mí al momento de defenderme.
—Hans, fue usted el que destrozó la puerta ¿verdad?—
Pregunté ya sabiendo la respuesta. Él rápidamente se arrodilló ante mí, con la cabeza baja y respondiendo.
—Mi señorita... lo siento por destrozar la puerta. Aceptaré cualquier castigo que me ordene.—
Como siempre... sin dar explicaciones o excusas para minorar su castigo.
—Esta bien. Para perdonar tu falta, tendrás que arreglar la puerta antes de que el sol de mañana alumbre estas tierras y aparezcan los primeros rayos del sol en esta ventana.Si no lo cumples, te despojaré de tu puesto y ya no serás mi escolta.—
Le dije con un tono de seriedad y al mismo tiempo de broma. Aunque... sutilmente, también le había dado la oportunidad de escapar de mi lado.
Hans, asintió rápidamente y se puso en marcha. Lastimosamente, creo que se lo tomo en serio y creo saber la razón del por qué. Es porque antes era muy mala con todos, ya que mis padres me enseñaron a no mostrar debilidad ante nadie e incluyendo hacia ellos.
Me esforcé a levantarme. Me levanté de la cama y me fui a dar un baño. Me bañé, luego me cambié y me peine.
No quise llamar a ninguna sirvienta ya que no quería ver a nadie en este momento.Todavía me sentía enferma, pero no podía permitirme quedarme siempre aquí, pues sentirían mi ausencia y empezarían a preguntarse qué estoy haciendo. Aunque en la realidad sé que no se preocuparían por mí en absoluto, solo habría rumores descarados por todas partes con el propósito de destruirme. De destruir el honor de la heredera del ducado de Vertron.
Abrí la puerta que aún estaba rota, y encaminé hacia el comedor. Al llegar me senté en la gran mesa que yacía en medio. Es tan lujoso pero a la vez fría y solitaria.
Me senté y toqué la campanita que estaba a la par de mi plato, las primeras veces no habían ni señas que una sirvienta apareciera.
Moví nuevamente la campanita de un lado para otro sin hacer un ruido desagradable, y no, no venían ninguna sirvienta. Me enojé por su falta, me bajé de la silla y fui directamente a la cocina. Al llegar a la cocina no había nadie, estaba vacío.
Me calmé y me decidí ir a mi cuarto.
Mientras caminaba hacia mí habitación, pensé acerca de por qué no había ninguna sirvienta en la cocina ¿será que mi padre les dejó vacaciones? O ¿las despidió?.
Unas risas interrumpieron mis pensamientos y fui a ver que era todo ese bullicio, al parecer venía del cuarto de Alice.
Me acerqué sigilosamente a la puerta de su habitación que estaba un poco abierta así que aproveché mirar por ese delgado y largo espacio que se hizo entre medio de la pared y la puerta. Entonces recordé el motivo por el cual no se encontraba ninguna sirvienta, era porque se encontraban cuidando a mi pequeña "hermanita".
Al parecer, nunca me cansaré de ver esta escena donde mis padres están sentados en la pequeña mesa que yace en el rincón de su cuarto al lado de la ventana, acompañando a su adorable hija a comer y todas las sirvientas también estan allí ayudándola y dándole de comer, viendo sonreír alegremente a mi "hermanita". Se podía notar como todas ellas estaban tan alegres y conmovidas con el simple hecho de que Alice estaba sonriendo y comiendo alegremente, era como si solo ella era una película tan interesante que hasta uno no podía apartar la vista de ella.
Siempre me he preguntado ¿Alguna vez se les cruzó por la mente que tienen otra hija?, o ¿mi existencia era tan insignificante como para qué se olvidarán de mí?
Cerré cuidadosamente la puerta para no interrumpir su momento de felicidad. Me recosté un momento en la pared y no pude evitar sonreír tristemente por este sufrimiento indignante que siento.
—Ahhhh. Como te odio Alice a pesar de que sé, que no tienes la más mínima culpa— Murmuré para mí misma.
Seguí mi camino recordando mi yo pasado. De cómo me comporté tan cruelmente con Alice, abriendo bruscamente la puerta de la habitación y empujándola para que se cayera de la silla en donde antes yacía felizmente sentada comiendo con mis padres.
Estaba furiosa en ese entonces que no me importó nada, les grité como una escandalosa diciéndole a los sirvientes que ¿por qué no estaban sirviendo a la futura duquesa de Vertron? y mis padres tampoco se liberaron de mis gritos y reclamos. En fin hice un gran escándalo y créanme, terminó muy mal.
Pero ahora... no siento nada, no siento aquel dolor que sentía o eso es lo que pienso o quiero creer...
Encaminé nuevamente hacia mi habitación, cuando llegué, me senté en mi asiento donde hacia mis obligaciones como futura heredera del ducado.
Suspiré y Suspiré antes de comenzar mis tareas. Recorrí mi habitación con la mirada y pude notar la diferencia entre la habitación de Alice y la mía.
Es tan ridículamente diferente, la de ella es tan deslumbrante comparada con la mía que es muy opaca y ambigua.
—"Creo que... tendré que cambiar muchas cosas de esta habitación. No me gusta el blanco y el rosa..."— Pensé mientras veía la habitación, disgustada por los colores que antes elegí con tal de parecerme a Alice. Con tal de brillar como ella. Fui una tonta, ahora sé que no puedo hacer nada para ser como ella y tampoco hay necesidad.
Dejé los pensamientos innecesarios y me dispuse a terminar mis tareas que recuerdo que antes no las había logrado terminar por el escándalo que hice.
Cuando estaba a punto de comenzar, unos leves golpes en mi puerta me interrumpieron. Preguntándome desconcertada ¿quién era ahora?.
—Adelante...—
Hablé mientras miraba los papeles y empezaba a escribir con la intención de no perder tiempo.
Mientras escribía cuidadosamente, el chillido de la puerta aun en mal estado me molestó.
Parecía que la tenía mal la persona que quería entrar, porque seguramente no tenía el estatus para abrirla de un golpe y molestarme.
Cuando se acabó el ruido escandaloso de la puerta arrastrándose contra el piso, supuse que ya había entrado. Miré ligeramente hacia la puerta para ver que querían.
—Señorita, aquí está su merienda.—
Habló la sirvienta mientras sostenía una bandeja con una taza con té y un platillo con galletas de... ¿Almendra?
—Ja (me reí levemente mientras miraba el rostro de la sirvienta que se quedó confundida)... déjalas allí, si quieres que muera de envenamiento.—
Exclamé con la voz más calmada posible. Pero ella solo quedó desconcertada, con una expresión que me hacía querer reír por lo tonta que se veía.
—¿... Disculpe?— Preguntó confundida.
Recargué mi cabeza en mi mano izquierda y bajé la pluma mientras la veía sin emoción alguna.
—... No es nada, solo deja eso en mi escritorio.—
Dije y la sirvienta rápidamente siguió mis órdenes y luego hizo reverencia para irse.
Tomé la taza de té, y el refrescante olor entró por mis fosas nasales. Tomé un sorbo, pero mi vista se dirigió inconscientemente a las galletas.
Las miré detenidamente hasta que sentí como la pluma se movió, recordándome que ya debía terminar. Dejé la taza y tomé nuevamente la pluma para seguir, a pesar de tener presente el error de la insignificante sirvienta, no podía permitirme sacar la "Villana" que murió en esa guillotina.
.
.
Pasaron horas y por fin había logrado terminar. Me puse de pie mientras estiraba mis pies y brazos entumecidos y me fui a la cama con la intención de descansar.
Pero nuevamente alguien toca mi puerta, molestando.
—No molesten.—
Advertí frustrada, pero los toques insistieron.
—¿Qué es?—
Pregunté harta y la puerta lentamente se abrió y de allí salió una mucama, haciendo reverencia me dijo con voz baja.
—Señorita, ya es hora de la cena...—
Me informó la mucama a lo que me reí por mis adentros.
—Esta bien, puedes retirarte. Llegaré más tarde.—
Dije con la intención de descansar un poco, pero la mucama me observó nerviosa.
—Señorita... El Duque quiere que vaya a cenar con ellos— Insistió desesperada.
Me reí levemente y asentí mientras pensaba que hoy debía ser de los días raros e incómodos.
.
.
Al llegar al comedor, mis padres y Alice yacían felizmente cenando.
Mis padres al sentir mi presencia, se detienen y me observan con sus ojos fríos y reservados.
Me incliné lentamente y los saludé.
—Saludos, padre y madre.—
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