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El Asesinato Del Príncipe Edgard

Capítulo 1

El asesinato del príncipe Edgard

1740

Desde lo más alto del castillo, un anciano con gorra puntiaguda vestido con la bata más larga que alguien pueda imaginar, se encontraba sentado pensando en un plan para vengar la muerte de su hija Moraima. El pobre anciano había tenido la desdicha de presenciar con sus propios ojos la cruel escena de la cual su hija fue la protagonista, degollándola por una injusticia y que a pesar de haber dejado en claro su inocencia integrantes de la familia real no le creyeron, más sin embargo él, su padre un poderoso hechicero lleno de sabiduría por los años que tenía sabía la verdad de todo el asunto y lleno de rabia por no haber llegado a tiempo para demostrar con evidencias la inocencia de su hija, se encuentra ahora en la cima de su muerte si de él lanzarle un hechizo al príncipe se atreviera.

Los días en aquel oscuro lugar pasaban y el gran hechicero se mortificaba, pensando si hacer el hechizo o no. Su piel blanca ahora era el triple de pálida que antes, estaba enfermando por el vacío que su hija había dejado en él. La sed de venganza era grande pero aún así seguía vacilando de hacerlo porque a pesar del rencor que tenía, él era un gran hombre, un hombre que no sería capaz de castigar a otro incluso si le hiciesen daño.

El reino después de haber mandado a decapitar a la hija del hechicero Altaïr, preocupaba por la vida del príncipe si aquel anciano quisiese cobrar venganza. Todo el pueblo hasta ese punto se había enterado de la verdad, el asesinato del Rey Lucio fue a manos del hermano menor Theodore, Moraima era inocente pero ya nada se podía hacer. Theodore fue decapitado al saberse la verdad pero la vida del príncipe Edgard en el reino seguía siendo insegura porque fue él mismo quien acusó a Moraima como la asesina de su padre y fue él mismo quien la degolló con total crueldad haciendo burlas y escupiéndole como si de algún sirviente se tratase.

La reina Isabel mandó a traer el caballo más fuerte de todos y el que a galope fuese más rápido, entregando así a su hijo provisiones de dos días hasta que llegase a la ciudad de las hadas, el único lugar donde no llegaba la magia negra y por ende el único lugar donde él estaría a salvo. Edgard de acuerdo con lo que le decía su madre se despidió de ella esa noche y cabalgó hacia aquella ciudad que nunca había pisado antes.

La noche amenazaba con truenos y un torrente de lluvia venidero, la brisa del viento arrastraba a su paso polvo obligando al príncipe detener su recorrido para encontrar un lugar donde resguardarse.

Halando de las riendas del caballo para dirigir su paso, este se adentra al bosque Malwood, que oscuro por los árboles tan grandes que tapaban el alumbrar de la luna, se hacía más tenebrosa una vez dentro. Los pájaros revoloteaban en lo alto soltando un graznido trás otro que ponían la piel de gallina al príncipe que hace unos minutos no le temía a nada. Cobarde por el escenario de los cuervos intentó regresar pero al dar media vuelta no vio nada más que árboles a su alrededor, decidido entonces a seguir su camino halando la rienda del caballo y a lo lejos pudo vislumbrar una sombra de un hombre con gorra. El príncipe pidió ayuda colocando ambas manos alrededor de su boca haciendo un megáfono imaginario para que se pudiese escuchar al otro lado, la figura de aquel hombre se quedó quieta y justo cuando el príncipe pensó que no se movería porque tal vez no le escuchó; vió avanzar al hombre desde su lugar pero luego la figura desaparece. Edgard tratando de saber a dónde había ido el hombre, achicó más sus ojos y cuando quiso avanzar sintió una punzada en su espalda.

Una espada le había atravesado el pecho desde atrás, acabando con la vida del príncipe en cuestión de segundos sin nadie quien hubiese sido testigo de aquel asesinato que acabó con el legado del reino Lightaz.

La familia al enterarse de aquello mandó a asesinar al hechicero Altaïr, pero una vez más un inocente pagaba los actos de un vil asesino. Desde entonces el bosque Malwood fue maldecido y a media noche los árboles buscan vengar al príncipe Edgard.

—¡Falacias! —exclamó Tyler cerrando el libro de golpe ocasionando la mirada acusadora de su maestra—. Lo siento señorita Helen pero las leyendas son todas mentiras, no creo que este pueblo haya tenido un pasado como este en donde habitaban hechiceros y hadas mágicas —finalizó.

La señorita Helen alzó una de sus cejas por la extraña actitud del chico por un simple cuento fantástico. y luego se dirigió a la clase entera.

—Bueno, como hemos estado viendo esta semana acerca de las leyendas que se contaban de este pueblo —se paseó de un lado a otro pasando la mirada a cada uno de sus alumnos—. Se dejará una tarea para un grupo de a tres, cada grupo escogerá una leyenda el que más les haya gustado e investigarán todo por su propia cuenta.

Todo el salón gritaba de emoción al escuchar a la profesora dar una tarea tan fácil para esas vacaciones de verano mientras que Tyler revoloteaba sus ojos por la ocurrencia de su maestra. El sonido del timbre dió paso y Tyler colocó sus cosas en su mochila para salir de la escuela lo antes posible. Era una rutina, prácticamente todo el tiempo salía a paso apresurado de la escuela y la mayoría de veces llegaba tarde porque no le gustaba estudiar y hacer un mogollón de cosas que no le servirían en el futuro según él.

Pensando en porque a la profesora se le ocurre dejar tarea en vacaciones «La muy aprovechada, solo porque seguirá siendo nuestra maestra el año que entra no le da el derecho a dejarnos trabajo ¡y grupal! »

—Tyler, deberíamos escoger "el asesinato del príncipe Edgard" se me hizo muy interesante, además, creo que nadie querrá escoger esa porque no tendrán las agallas para entrar al bosque Malwood —Richard como siempre apresurándose a alcanzarlo antes de que su amigo llegara a la puerta de su casa en un abrir y cerrar de ojos.

Capítulo 2

—¿Estas de broma? —se giró caminando al reverso tirando de las mangas de su mochila — Aparte a ti quién te dijo que harías grupo conmigo —su amigo soltó un suspiro cansino empujando sus lentes hacia atrás.

Tyler giró de nuevo quedando de la misma forma que había empezado a caminar.

—Vamos Tyler no seas así de pesado —apresuró nuevamente su andar al ver a su amigo casi llegar a su casa — Pienso que tal vez deberíamos integrar a Alice —el chico de cabello ondulado sonreía por su idea esperando la respuesta de su amigo.

—¿Alice, la friki del salón? —habló con total incredulidad mientras veía asentir a Richard—. Por qué tiene que ser ella, tenemos un montón de alternativas como la chica de cabello de colores o quizá Marc...—No terminó de hablar al sentir un fuerte golpe en la cabeza. 

Alice estaba furiosa al escuchar que Tyler no la quería como parte de su grupo, venía hace una cuadra escuchando la conversación de ambos muy entrometida como siempre. Dió un golpe a la cabeza de Tyler con el libro que sostenía y otro golpe a Richard.

—¡Auch! ¿por qué a mi? fué él quien te llamo friki —se excusó delatando a su amigo.

—Eso es por no defenderme, y a ti por llamarme friki —ya un poco más relajada les dió otro golpe más a ambos chicos quienes se quejaron por la fuerza que tenía alguien tan pequeña como ella—. y bien... ¿Cuando hacemos la investigación?

—Puede que el domingo esté ocupado, así que por qué no mejor mañana mientras más rápido empecemos mejor ¿no?— Tyler escuchaba como ambos empezaban a planear todo muy emocionados por el trabajo que la señorita Helen les dejo.

—¡Hey! Quien dijo que yo te había integrado a mi grupo, aparte, de que no hemos hablado a menos que fuese para que me prestes tu corrector en los exámenes, yo no puedo ni el sábado ni el domingo ni nunca ¿vale?— Alice se quedó callada y después de unos segundos suelta una sonrisa y posa su brazo en el hombro de Tyler.

—Todo el mundo ya tiene grupo, soy la única que no lo tiene y por más que no me elijas mi madre me integrará en este que si mal no veo solo tiene dos personas dentro —dice triunfante y Tyler sacude su hombro para dejar de ser la mesa de Alice.

—¡Te aprovechas solo porque eres la hija de la profesora Helen! que fastidio —Susurró lo último para sí mismo. 

Tyler accede rendido a investigar sobre la leyenda del príncipe Edgard y se despide de ambos luego de haber acordado la fecha y hora en la que se encontraría muy seguido estas vacaciones. Entrando a su casa se quita la mochila tirándola en cualquier lugar del suelo para ir a buscar a su madre en la sala. 

Voces de locutores provenían de la sala. Como cada día su madre escuchaba la radio atenta a cualquier noticia importante sobre los nazis. Echó un vistazo y ahí estaba ella…

—¿Mamá? —una señora de piel blanca y ojos ambarinos sostenía una taza de café fijando su vista en algún punto del interior del cuarto. Tyler se acercó a su madre inclinándose hacia ella y depositando un beso en su mejilla —¿Qué está sucediendo? —preguntó incorporándose y caminando hacia el otro sofá.

—Nada de qué preocuparse por el momento —habló dejando la taza en la mesita que estaba frente a ella.

—¿No hay noticias de los alemanes?—divagó colocando sus brazos detrás de su cabeza y cerrando los ojos mientras se dejaba llevar por el agotamiento que sentía en ese instante.

Capítulo 3

La noche, a ese pueblo con un pasado oscuro, llegó y la brisa golpeaba fuerte sobre las puertas de todas las cabañas del pueblo Husdale. Los aullidos de lobos se hacían cada vez más fuerte y toda especie de aves desplegaban sus alas para dar vuelo alejándose apresuradamente de aquel pueblo como si algo malo sucediera en ese momento.

Oliver Hoffman, sentado con los brazos apoyado en la ventana de madera, veía el bosque Malwood desde su posición. La distancia entre el bosque y la casa de Oliver no era tanta solo caminaba de largo unos cuarenta pasos y llegaba dentro de aquel bosque que tanta intriga le causaba. 

Se mordía los labios a la vez que sus pensamientos insistían en recorrer aquel bosque con pinta tenebrosa pero él trataba de resistirse y ser fuerte ante cualquier tentación. 

—¡Oliver! —se sobresaltó en cuanto sintió la fuerte mano de su madre agarrarlo por los brazos hasta alejarlo de la ventana y soltarla con tal rudeza— ¡Cuántas veces te tengo que decir que no te acerques a la ventana! —exclamó su madre con la mirada furiosa. 

Oliver sabía que su madre no le dejaba ni salir a tomar sol porque estaban en guerra, es por eso que la ilusión de ir al bosque siquiera se hacía más grande de lo que era. Su madre lo mataría antes de cruzar el umbral de la puerta.

—Perdón, no quise hacerlo —bajó la mirada jugando con las pulseras de su muñeca.

—Ya es muy tarde, por qué no te acuestas hace mucho frío para estar fuera de cama —propone la mujer algo más calmada y regalándole una sonrisa a su hijo.

Oliver arrastró sus pies hasta llegar a su habitación y colarse dentro de la cama, cerró sus ojos unos largos minutos y luego se levantó de golpe cuando sintió la puerta de la habitación de su madre cerrarse. Se colocó en puntillas y caminó hasta la sala sin hacer mucho ruido, agarró el mango de la puerta y de un solo empujón la llevó hacia atrás con la intención de no ocasionar chirrido tras otro que lo único que haría era despertar a su madre.

—¡Las zapatillas! —exclamó en un susurro bajo mirando hacia su pies descalzos.

Ya no había marcha atrás, no podía regresar a por ellas, no se podía arriesgar a que su madre lo pille. 

Rendido, se puso en marcha hasta el bosque con total cuidado de no pisar heces de perro o excremento de caballo y aún peor sería toparse con alguna rama con púas, luego qué explicación le daría a su madre de llegar herido.

La grande niebla se extendía más y más conforme avanzaba hacia el bosque, los cuervos graznaban revoloteando en círculo alrededor de su cabeza. Oliver dando manotazos al aire para espantarlas y dando vueltas sintiendo el mareo repentino. Plumas de aves desplegándose de sus alas, caían sobre los cabellos rubios del chico quien ahora presa del pánico se tira al suelo con la intención de que los cuervos le pierdan de vista. 

—¡ahh!— una mordedura en el dedo índice de la mano izquierda. Había arrancado parte de su uña y ahora la sangre brotaba desmesurado por la piel—. ¡¡Genug!!¹ —grita.

Los cuervos empezaron alejarse de él, pero no por el grito que lanzó. Un sonido del disparo de una escopeta sonó —se tapó los oídos— entonces otro disparo más y las aves desaparecieron de su vista. 

Oliver aún echado y con el dolor en su dedo, incorporándose sobre los codos. Levantó la cabeza y en esa posición pudo observar a un chico con la tez pálida y cabello oscuro. Podría reparar en el color de sus ojos si tan solo la luna estuviese a su favor, pero al parecer no quería alumbrar mucho aquella noche.

No hacía falta ser adivino para saber que aquel chico había sido la causa de aquellos disparos y que gracias a ello esté vivo o por lo menos con las partes de su cuerpo en donde deberían de estar.

Se levantó completamente cerrando la mano en puño ocultando su dedo índice entre ellas. Por los nudillos Caían las gotas de sangre gota por gota pintando la tierra en una mancha pequeña de color escarlata. Su vista era tímida y endeble al notar la escopeta a su lado mirando en dirección al cielo.

Tragó saliva. Ambos se miraban sin poder quitarse la mirada el uno del otro. El chico dio media vuelta cortando el juego de miradas. Se adentró al bosque dejando a su paso una extraña sensación en Oliver quien parecía perdido y desconectado de la realidad «Escalofriante» pensó, frotando su brazo derecho con la mano izquierda.

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