No existe un momento del día en el que no me pregunte, ¿Que será de mí cuando la luz a mi alrededor finalmente se apague? ¿Sentiré miedo, rabia o decepción? ¿Me resignaré a vivir en la oscuridad eterna o trataré de acabar con esta miserable vida? ¿Quizás saldré adelante y aprenderé a valerme por mí misma o caeré en una depresión tán profunda de la cuál no pueda salir?
Realmente no lo sé...
Supongo que llegado el momento veré cuál es la emoción que se manifieste primero; por ahora solo me ocuparé de guardar la mayor cantidad de información posible, para cuándo lo inevitable llegue.
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Todo comenzó durante una noche de intensa lluvia cuando apenas tenía 4 años. Recuerdo que esa noche cuando mi padre me llevó a dormir, le pedí que por favor encendiera la luz de mi habitación porque le tenía miedo a la obscuridad; pero sorpresivamente, él me respondió que ya estaba encendida. A pesar de eso, yo le seguía insistiendo que no veía nada a mi alrededor ya que ni siquiera podía distinguir su rostro en medio de la penumbra en la que me encontraba. Luego de ese episodio me llevó a un especialista, el cuál me diagnosticó, retinitis pigmentaria que básicamente es una enfermedad que afecta a la retina y provoca un pérdida de visión gradual y progresiva que se va agravando con el paso del tiempo.
A través de los años, fui experimentado como la luz a mi alrededor se iba apagando poco a poco. Primero fue una incapacidad total de poder ver durante las horas de la noche y a eso le siguió la pérdida de visión lateral, la cuál va avanzando gradualmente disminuyendo mi ángulo de visión a medida que voy creciendo. Aún así; a pesar de mi triste e inevitable realidad, intento disfrutar de la vida y de las maravillas que me rodean, incluso pongo especial atención a los detalles de cada pequeña e insignificante cosa que conforman mi día a día; como el aroma del café de la mañana, el color de los ojos de mi padre o la suave brisa que acaricia mi rostro cada vez que abro la ventana.
También trato de guardar una imagen mental de cada objeto, su forma y su color para no olvidar como se veía el mundo antes de perder la visión. Además, siempre cargo conmigo una grabadora de bolsillo en la cuál voy guardando notas de voz de todo lo que observo a mi alrededor.
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Lo más curioso de mí situación es que, cuando las personas conocen mi historia siempre me preguntan, ¿cómo veo el mundo a través de mis ojos?. A lo cuál yo siempre les respondo lo mismo...
Imagínense que están dentro de un cuarto completamente obscuro y solo pueden ver a través de una rendija que día tras día se va estrechando un poco más.
Después de escuchar esa respuesta, la mayoría se quedan asombrados por la entereza con la que he aceptado mi discapacidad visual; pero lo que ellos no saben, es que detrás de esa fortaleza fingida, hay una joven que cada noche llora en el silencio de su cuarto; y aunque no quiera reconocerlo frente a los demás, aún le tengo miedo a la oscuridad, a esa eterna oscuridad que no desaparecerá ni siquiera después de encender la luz...
La suave brisa primaveral trae consigo el exquisito aroma de los cerezos recién florecidos impregnando cada rincón de mi habitación y haciéndome sentir en el mismísimo paraíso.
Aún con los ojos cerrados inhalé profundamente aquella fragancia para llenar mis fosas nasales de esa agradable sensación que me reconforta el alma; pasado unos minutos, comencé a estirarme sobre la cama en busca del antiguo reloj despertador antes de que éste comenzara a sonar.
—Te gané otra vez, anciano —le hablé adormilada a aquél antiguo aparato como si pudiera oírme.
Me senté sobre la cama y comencé a frotar mis ojos mientras oía los pasos de mi padre detrás de la puerta de mi habitación.
—Amelia, cariño. ¿Ya estás despierta? —dió dos pequeños golpes sobre la madera de roble que separa mi refugio privado del resto de la casa.
—Si... papá... adelante —contesté entre bostezos.
Después de abrir la puerta, asomó su cabeza cubierta de canas a través de ella.
—El desayuno ya casi está listo.
—De acuerdo. Me doy un baño y después bajo a desayunar.
En cuanto mi papá volvió a la cocina, yo me dí una ducha rápida, luego me coloqué mi uniforme estudiantil y por último bajé hasta el comedor en donde me esperaba un delicioso y nutritivo desayuno como todos los días.
—Hoy regresaré más tarde, quizás para la hora de la cena —me dijo mientras ponía un poco de huevos revueltos sobre mi plato.
Es extraño que él se ausente todo el día, por lo general se desocupa después de dar sus clases en el colegio, de seguro había conseguido un nuevo alumno a quién enseñarle piano.
—¿Tienes que dar clases por la tarde? —él se sentó en la silla de enfrente con una taza de café entre sus manos.
—Sí. Justamente ayer me contactaron para que le diera clases privadas a un nuevo alumno.
—¡Eso es genial! —le contesté con una gran sonrisa.
—El único inconveniente es que no podré pasar por ti a la salida de la escuela, por eso te dejaré dinero para que tomes un taxi.
—¡No hace falta! —exclamé interrumpiendo sus palabras —. Hoy caminaré hasta la estación y tomaré el autobús.
—No creo que sea una buena idea, puede pasarte algo de camino a casa, hasta podrías equivocarte de transporte —negó enérgicamente con su cabeza.
—Papá, deja de tratarme como una inútil, tengo que aprender a valerme por mí misma. No vas a estar toda la vida detrás de mí —me crucé de brazos haciendo un pequeño mohín con mis labios.
Él soltó un suspiro de resignación mientras apoyaba una de sus manos sobre su frente, la cuál se ha ido haciendo más amplia que con el paso de los años .
—De acuerdo, pero llámame en cuanto llegues a casa y no olvides llevar tus gafas del sol —sonreí satisfecha ante su aprobación.
—Quédate tranquilo, estaré bien.
—Eso espero —miró el reloj de pulsera —. Ya debemos irnos —dejó la taza y los demás platos en el fregadero mientras yo sujetaba mi cabello con un listón rojo.
—¿Cómo me veo? —le pregunté.
—Hermosa como siempre —me dió un beso sobre la cabeza y yo inmediatamente lo rodeé con mis brazos.
Desde que tengo memoria solo hemos sido mi padre y yo debido a que mi madre nos abandonó al poco tiempo de haberme dado a luz; y a pesar de que él nunca me ha dicho el motivo por el cuál ella se marchó, estoy segura de que no pudo soportar la responsabilidad que una familia conlleva. Lo bueno es que al no tener recuerdos de ella; no la echo de menos, y gracias a eso su ausencia no me ha perjudicado en lo más mínimo.
En cuanto salimos de casa, papá condujo por alrededor de 15 minutos hasta la High School Wellington; una de las preparatorias más prestigiosas del condado de Oregón, en la cuál da clases de música y yo curso mi último año de enseñanza media.
Gracias a mis buenas calificaciones, pude acceder a una beca que cubre la mitad de la costosa matrícula que este colegio cobra a sus alumnos, la otra mitad la paga mi padre con parte de su salario de docente.
Aunque vaya a una escuela de renombre, yo no soy una jovencita adinerada como los demás chicos que concurren a dicha institución, solo soy la hija de un profesor que gana un sueldo promedio y que además de su trabajo debe dar clases de piano a niños ricos para poder vivir dignamente.
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Iba tan sumergida en mis pensamientos que sin darme cuenta el impotente edificio apareció frente a mis ojos devolviéndome a mi tortuosa rutina escolar.
Seguimos el camino de adoquines que conduce directamente hacia la entrada principal y luego mi padre se detuvo a un costado de la acera, justo detrás de un fila de automóviles lujosos de los cuáles iban bajando los demás alumnos que concurren a ésta escuela.
—¡Que tengas un buen día, papá! —le dije mientras bajaba del vehículo.
—Tú también cariño, nos vemos más tarde —él siguió en dirección al estacionamiento destinado al personal docente y yo me encaminé hacia la entrada principal de la institución.
Antes de cruzar el gran portón de hierro, acomodé mis gafas, me coloqué la mochila detrás de la espalda y por último solté un suspiro de frustración mientras me dirigía hacia el interior del colegio.
No es que odie estudiar aquí, ni nada por el estilo; lo único que detesto de este lugar son las personas que concurren a el, un montón de niños malcriados que se encargan de recordarme día tras día cuan diferente soy con respecto a ellos.
Cada mañana después de que ingreso al edificio, me quedo haciendo tiempo en el corredor para no tener que esperar dentro del salón y solo entro cuando veo que el profesor ya ha llegado. Después camino hacía mi pupitre sin mirar a nadie y de inmediato me siento mirando al frente, tratando de ignorar los murmullos y burlas que oigo a mi alrededor.
La primer clase de la mañana era de matemáticas, la cuál estaba a cargo del señor Smith, un hombre robusto de unos cuarenta y tantos que suele inspirar miedo en sus estudiantes por la dura expresión de su rostro. Éste no hizo más que entrar al salón e inmediatamente comenzó a escribir algunas ecuaciones en la pizarra.
—Oye, ¿ya oíste los rumores que andan circulando? —mis compañeras de atrás estaban susurrando cosas entre ellas.
—¡No! ¿De qué rumor estás hablando?
—Oí que el director aceptó unirse a un programa de reinserción destinado a jóvenes que tienen problemas con la ley.
—¡No inventes! ¿Debe ser una maldita broma?
—No lo es. Al parecer quieren que esos jóvenes dejen de delinquir y vuelvan a retomar sus estudios. Incluso están diciendo que pronto se va a incorporar a este colegio un muchacho que tiene varias causas judiciales por agresión y resistencia a la autoridad.
—¿Qué demonios les pasa a los directivos de este colegio? Primero aceptan a discapacitados y ahora también van a dejar que delicuentes juveniles estudien junto a nosotros. ¡Esto ya es el colmo!.
—Eso mismo piensan los demás alumnos. Imagínate lo que sucederá cuando las otras preparatorias se enteren. Seremos el hazme reír de todo el condado.
Yo estaba escuchando su conversación, pero al mismo tiempo no dejaba de prestar atención a la clase, por eso noté cuando el profesor dejó la tiza sobre el escritorio y se giró en dirección hacia ellas.
—¡Que vergüenza! Nuestra reputación quedará por el piso... —ellas seguían cuchicheando sin darse cuenta que el profesor las estaba mirando con los brazos cruzados.
—¡¡Señorita Adams y señorita Bennett!!, ¿quisieran pasar adelante y seguir ustedes dos con la clase?
—¡No, Señor Smith! —contestó Leslie Adams, una de mis más grandes enemigas dentro de este lugar ya que se ha encargado de hacerme la vida imposible.
—Entonces, hagan silencio y dejen de interrumpir con la clase.
—¡Si, señor! —respondieron al unísono.
¿Que era lo que ellas estaban diciendo? ¿Será verdad que un estudiante problemático se unirá a nuestra escuela?. Si fuera así, todos éstos niños estirados estarán escandalizados y hasta puedo asegurar que entrarán en pánico. De solo imaginarme esa situación, me causa gracia.
Sea quien sea ese chico, ya me cae bien por el solo hecho de venir a perturbar la paz de estos idiotas arrogantes.
No puedo esperar a ver sus caras cuando el nuevo estudiante llegue.
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Los últimos cinco días los había pasado encerrado dentro de una asquerosa celda de la comisaría local debido a un altercado que tuve con un imbécil que me debía dinero y como se rehusó a pagarme, tuve que darle una golpiza para que aprenda que conmigo no se juega.
Ese día cuando la policía llegó al lugar, aquél bastardo les dijo a los oficiales que yo había intentado robarle y como no pude probar mi inocencia, terminé encerrado aquí hasta que la justicia decida que hacer conmigo. Sumado a eso, mi historial delictivo no ayudó mucho debido a que tengo varias causas por agresión y disturbios en la vía pública. Aún así, lo que pueda llegar a pasar conmigo no me preocupa demasiado porque al ser menor de edad, no pueden enviarme a la cárcel. Además, tengo una buena abogada estatal, la cuál me prometió que haría un trato con el juez para que me dejen salir de aquí con una condena mínima y justamente por eso, ahora mismo voy camino al tribunal para recibir el veredicto de la corte.
Cuando ingresé a la sala donde se llevan a cabo los juicios y dictámenes, lo hice esposado y escoltado por dos oficiales de policía, lo que me causó bastante gracia porque me hacían ver cómo si yo fuera un verdadero gánster.
Por último, me llevaron delante del gran estrado desde donde el juez me miraba con el ceño fruncido.
Aquél era un anciano con el cabello blanco al cuál le temblaban las manos cuando tomó el veredicto que le entregó el secretario del juzgado.
—En vista de los cargos que recaen sobre el ciudadano Jaden Tucker de 17 años, los cuáles se enumeran como, intento de robo seguido de agresión y resistencia a la autoridad policial, este tribunal resuelve: Sentenciar a Jaden Tucker a cumplir servicio comunitario por el lapso de 6 meses desde el día de la fecha en adelante. Así mismo tendrá que asistir al programa de reinserción estudiantil dictaminado por esta corte hasta finalizar sus estudios de enseñanza media. En caso de incumplimiento a esta sentencia, el acusado será puesto a disposición de la justicia y derivado a un centro de reclusión destinado a menores hasta cumplir su mayoría de edad, donde será traslado a un penal de máxima seguridad —el martillo del juez hizo un estrépito sonido al impactar contra el escritorio de madera dejando mis oídos aturdidos —. Eso es todo, ya pueden llevárselo.
Luego de que el juez les hiciera un gesto con la cabeza, los dos oficiales que estaban a mis espaldas me arrastraron hasta afuera de la corte y me llevaron a una pequeña habitación en donde me quitaron las esposas.
La piel de mis muñecas estaba bastante irritada y adolorida debido al roce que el metal de los grilletes habían efectuado sobre esa zona de mi cuerpo.
Mientras esperaba sentado en una silla dentro de aquella pequeña sala, me froté la zona dañada para aliviar el dolor que sentía mientras maldecía por lo bajo a los oficiales que me habían esposado anteriormente.
De pronto la puerta se abrió dejándome ver la voluptuosa figura de mi abogada estatal frente a mí.
—Grace, me puedes decir, ¿qué carajo fue esa mierda de sentencia? Yo no le robé a ese hijo de puta, él me debía dinero y cuando fui a cobrarle se negó a pagarme, por eso tuve que golpearlo. Además, ni loco voy a ir a una puta escuela. ¿Quienes son todos estos bastardos para decirme que hacer? —golpeé el escritorio con mi puño.
—Cierra la maldita boca y escucha bien lo que te voy a decir. Era eso o pasar 6 meses en una correccional para menores y no creo que quieras ir a un lugar como ese con tu extenso prontuario. Además, no olvides que estás a 3 meses de cumplir la mayoría de edad y conseguir este acuerdo fue lo mejor que te pudo haber pasado —ella estaba gritándome mientras me apuntaba con el dedo.
—Cualquier lugar es mejor que un colegio. Allí solo te enseñan a ser obedientes y a seguir las reglas del sistema —Grace dió dos fuertes aplausos como si se estuviera burlando de mí.
—¡Muy bien, Che Guevara! Ahora ve y comienza una revolución.
—Esa es una buena idea, pero es demasiado esfuerzo y yo prefiero las cosas fáciles —subí mis pies sobre la silla de enfrente mientras cruzaba los brazos por detrás de la cabeza.
Mi abogada extrajo una carpeta de su maletín y luego sacó mis pies de un golpe haciéndome perder la estabilidad, por último se sentó frente a mí mientras me miraba fijo.
—Este es el acuerdo que conseguí para ti. Léelo y luego firma debajo —me extendió el documento y una pluma.
En aquella hoja básicamente decía que yo debía demostrarle al tribunal que podía reinsertarme nuevamente a la sociedad y aprender a ser un ciudadano de bien, respetando las leyes y buenas costumbres de la ciudad. Así mismo; también era mi obligación terminar la escuela media para luego obtener un trabajo que me aseguré una vida digna y si lograba demostrar que podía cambiar el rumbo de mi vida, la justicia iba a limpiar mi prontuario delictivo por completo.
—¿Cuál es el motivo detrás de todo esto? ¿Quieren hacer un prueba conmigo para saber si sujetos como yo, se pueden recuperar? —sonreí irónicamente ante tal absurdo.
—Algo así. Este proyecto básicamente busca recuperar a los jóvenes que por distintas razones han caído en las drogas y en la delincuencia.
—¡Que gracioso! Ahora les preocupa el futuro de los jóvenes. Como no, ¿y a que preparatoria voy a tener que ir? ¿Al menos puedo elegir? —ella negó.
—La preparatoria Wellington se ofreció para desarrollar el proyecto de reinserción.
—Estás bromeando conmigo, ¿verdad? —solté un carcajada pero al mismo tiempo noté que Grace continuaba seria —. ¿Es en serio? ¿Por qué esos malditos estirados me aceptarían en su escuela?
—¿Por qué crees? —me encogí de hombros al no saber la razón —. Resulta que el actual director de la preparatoria Wellington está a punto de lanzar su candidatura para alcalde en las próximas elecciones y si antes de eso consigue convertir a un delincuente juvenil como tú, en un estudiante ejemplar, ¿No crees que sería una excelente propaganda para su campaña? —me recliné hacia atrás en la silla sin dejar de mirar el acuerdo.
—¿Sabes que pienso? —tomé el bolígrafo que estaba sobre el escritorio.
—¿Qué?
—Que se equivocaron de sujeto —sonreí de lado mientras estampaba mi firma en aquel documento.
—Más te vale que te comportes y sigas el programa como es debido porque si vuelves a cometer otra estupidez, ya no voy a seguir siendo tu abogada, ¿entendiste? —ella me arrebató el acuerdo de mis manos y luego lo guardó en su maletín —. Olvidé decirte algo más, el servicio comunitario lo cumplirás dentro del mismo colegio y de esa manera vas a colaborar con los gastos de tu matriculación.
—¿Qué mierda es esa? ¿Por qué no lo dijiste antes? Tú, me engañaste para que firme el documento —apreté mis dientes de la rabia que tenía.
—El lunes a primera hora debes reportarte en la rectoría del colegio y por la tarde cumplirás tu servicio como ayudante de jardinero en la misma institución —tomó sus cosas y se dirigió hacía la puerta mientras yo seguía con la boca abierta —. Nos vemos luego, Jaden.
—¡Maldita bruja! ¡Vete al diablo! —pateé con furia la silla que estaba frente a mí haciendo un gran estruendo, por lo cuál los oficiales entraron de inmediato y me apuntaron con sus armas —.Tranquilos muchachos, solo se me resbaló la silla —levanté mis manos en son de paz.
Después de ese día, los que siguieron se me pasaron volando hasta que finalmente el tan esperado lunes había llegado, obviamente estoy siendo sarcástico, porque lo último que quería era ir a ese maldito colegio para niños ricos.
Grace se aseguró de enviarme un vehículo bien temprano para que no llegara tarde en mi primer día de clases; pero como a mí no me gusta seguir las reglas de nadie, ni siquiera las de ella, me senté afuera del edificio a fumar un cigarrillo mientras veía el gran desfile de autos lujosos que iban llegando y de los cuáles se bajaban los niñitos adinerados que asisten a este colegio.
Todos se veían iguales, tan fríos y superficiales sin la más mínima preocupación en la vida más que vestir a la moda o conducir un automóvil lujoso, aunque es bastante lógico que sean así, ya que ellos nacieron con el futuro asegurado. No saben lo que es preocuparse por cosas esenciales como saber si hoy vas a comer o no...
—Idiotas arrogantes... —murmuré mientras exhalaba el humo del cigarrillo..
Mientras miraba a todos esos estúpidos estirados hubo algo que llamó poderosamente mi atención y fue que, entre el tumulto de estudiantes que iban y venían, había una muchacha que estaba parada a un costado del corredor principal abrazada a su mochila como si no quisiera entrar a clases al igual que yo. Además, había algo en ella que la hacia ver distinta a los demás y eso era, su sencilla apariencia...
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