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Viaje A Suruga

I

—Debe servir el té de esta manera, princesa. Debe ser delicada al hacerlo, sobre todo si se trata de su esposo —Chari escuchaba cada palabra, pero no prestaba atención. No le importaba en lo más mínimo aprender como atender a un hombre, menos si se iba a tratar de su dichoso esposo. Ella no quería ser una princesa, ni hacer ninguna de las cosas que le obligaban a hacer como aquello.

Se preguntó por un segundo que clase de hombre había escogido su padre para venderla, o si lo habría hecho ya. En cualquier caso, estaría en total desacuerdo con el hombre con el que se tendría que atar para el resto de su vida.

De repente, Sugano, la concubina encargada de convertirla en una “señorita digna de casarse”, tuvo que retirarse de la habitación. Chari aprovechó para apartarse del kotatsu y acercarse a la ventana. Desde allí, podía ver a unos cuantos soldados entrar al palacio en fila. Uno de ellos, un poco más atrás que los demás, levantó la vista hacia la ventana donde se encontraba ella, dándole la impresión de que la estaba mirando, pero el soldado rápidamente apartó la mirada y se apresuró a entrar con los demás. Seguramente son los nuevos carceleros que su padre había conseguido para mantenerla recluida en el palacio. Desde que la guerra contra el imperio chino comenzó, su padre no dejaba que Chari saliera del palacio siquiera para ir al jardín, por lo que la joven solo podía ver la luz del sol desde la ventana. La princesa estaba harta de que su vida sea así, de que su padre la tratase así. Decidió, de repente, que quería salir del palacio, al menos por unos instantes, sentir el sol y que era medianamente libre.

Se acercó rápidamente a la puerta y escuchó unos instantes; las concubinas suelen ser bastante ruidosas si no está su padre cerca, por lo que las escucharía hablar si estuvieran allí. Para su fortuna, parecía no haber nadie en el pasillo, así que, deslizó lentamente la puerta y se asomó, el pasillo estaba vacío. Esbozó una pequeña sonrisa y salió de la habitación. Caminó con cautela hasta el final del pasillo y se detuvo en la escalera; Chari podía escuchar la voz de Sugano retumbar abajo. La joven soltó un suspiro pesado, resignándose a que se tendría que quedar allí encerrada, pero la resignación se esfumó cuando escuchó que la voz de la concubina se alejaba.

—Es mi oportunidad —susurró y bajó rápidamente las escaleras, deteniéndose a dos escalones de llegar al pie. Miró la sala con atención, agudizando el oído lo más que podía. No quería toparse con Sugano por error, ni con ningún sirviente a poder ser; ninguno que la delatara con Sugano o su padre.

La princesa cruzó rápidamente la sala que se encontraba frente a ella y dobló a la derecha en el otro pasillo. Levantó su kimono y corrió hasta la siguiente sala intentando no hacer ruido.

Por fin, llegó a la sala donde su padre solía recibir invitados. Deslizó lentamente la puerta y salió igual de lento. Se quitó los tabi y bajó al jardín, sin importarle que estuviera descalza. Respiró profundo y cerró los ojos unos instantes. Se alejó de la sala para que no la vean desde dentro, o al menos para intentar que no lo hagan; realmente necesitaba disfrutar el aire libre unos instantes.

Intentó alejarse lo más que pudo en el gran jardín imperial. Se alejó de las concubinas y la mayoría de los sirvientes que pululaban por el palacio. Se sintió relajada cuando vio que lo había dejado un poco atrás.

Mientras ella paseaba, Sugano se dedicaba a enviar a las demás concubinas y a los sirvientes a buscarla. Si la encontraban antes de que el Emperador se diese cuenta, no recibiría un castigo; ninguno de ellos lo recibiría si lograban encerrarla nuevamente en el palacio, como el Emperador quería.

La buscaron por su cuenta por más de una hora hasta que Sugano decidió informarlo al Emperador, quien, luego de una reprenda hacia sus sirvientes, envió a unos cuantos guardias a recorrer los jardines en busca de su hija.

Chari siguió caminando, alejándose cada vez más por el gran jardín que rodeaba el palacio, ignorante del revuelo que había provocado con su pequeño paseo. No tardaron en encontrarla y arrastrarla hasta delante de su padre, éste la miró con severidad, luego paseó la mirada por los guardias y volvió a mirar a su hija.

—¿Qué hacías afuera? —preguntó seriamente, pero Chari no tenía ganas de hablarle, ni siquiera de estar en su presencia—. ¡Te he dicho que no salieras! —se acomodó en su trono—. Como parece que no entiendes lo que digo, estarás vigilada. —la princesa levantó rápidamente la vista hacia su padre, pero él ya no la miraba, se encontraba meditando cuál de sus guardias sería el mejor.

Luego de unos instantes, se decidió por fin por uno de los muchachos. Lo señaló, Sugano rápidamente se acercó a él e hizo que se sentase junto a la princesa.

—Tú te encargarás de que mi hija no salga del palacio. Serás su niñero todo el día, no la dejarás ni un segundo sola. —el Emperador miró a su hija—. Ahora no podrás desobedecerme. Ahora vete a tu cuarto y tú, —se dirigió hacia el guardia—, irás con ella y te quedarás fuera de su habitación —hizo un ademán con la mano, Chari se levantó seguida por su nueva sombra.

—Lo que me faltaba. —gruñó la princesa—. Estoy encarcelada y con un niñero —miró por encima de su hombro al muchacho que la seguía con la mirada clavada en el suelo. Chari soltó un suspiro pesado, volviendo su vista al frente.

Cuando estuvieron frente a la habitación de la princesa, ella entró, mientras que su guardia se quedaba en el pasillo junto a la puerta. Chari se acercó a la ventana frustrada; realmente odiaba estar en ese maldito palacio, rodeada de gente que quería convertirla en algo que ella no deseaba, para terminar siendo un objeto que su padre, tarde o temprano, regalaría a un hombre. Se recostó en el futón y miró al techo, no tenía mucho que hacer ahora que todos los sirvientes la enviarían a su cuarto ni bien la viesen caminando por el palacio.

—Bien, ahora no puedo hablar con nadie más que conmigo misma y las paredes. —se frustró aún más. Debería buscar algo para hacer mientras durase su castigo, sino se volvería loca allí dentro sin siquiera hablar con Sugano—. Hasta me gustaría hablar con Sugano ahora mismo —reconoció la princesa.

Las horas pasaron tan lentas que Chari podría haber jurado que estuvo encerrada una semana entera. Al fin la habían ido a buscar para que cenase con su padre, como la mayoría de las noches. Su guardia personal la escoltó hasta el comedor, donde ya se encontraba su padre sentado.

El Emperador solo se dedicó a comer sin prestarle mucha atención a su hija. De todas maneras, Chari no tenía muchas ganas de hablarle hoy, por lo que le importaba poco que no le prestase atención. Cuando su padre terminó de cenar, se levantó de la mesa y se retiró junto con las concubinas dejando a su hija cenando con su alma y su nuevo niñero. La princesa terminó de cenar, se levantó de la mesa, percatándose de la presencia de éste, lo miró unos instantes en silencio.

—¿Vas a seguirme por todas partes? Estaba con mi padre, no podría ir a ningún lado —el samurai asintió con la cabeza sin mirarla.

—Son mis órdenes, princesa, no debo dejarla sola nunca —ella bufó ante la respuesta mecanizada de su niñero.

Decidió no hablar más con él; no le serviría de nada que le hable como todo los demás sirvientes: respuestas copiadas directamente de las palabras de su padre. La princesa enfiló hacia la escalera en dirección a su cuarto, mirando, cada tanto, a su sombra por encima de su hombro.

—¿Por qué solo miras el suelo? No necesitas tanto protocolo conmigo como con mi padre —dijo vagamente, como si fuera que se hablara a sí misma y no con su guardia. Una vez frente a su habitación, se detuvo y lo miró, el guardia seguía con la cabeza a gachas, soltó un suspiro pesado y entró a su cuarto. Tal vez, si debía pasar tanto tiempo con él, sería bueno comenzar a hablarle; tal vez no se sentiría tan sola.

 

Al salir de su habitación temprano por la mañana, se percató de la presencia de su guardia.  Él se encontraba sentado en el suelo junto a la puerta, parecía dormido aún, así que aprovechó para salir sin hacer ruido, pero de poco le sirvió cuando él levantó la cabeza para mirarla. La princesa no tuvo más que detenerse soltando un suspiro.

—Supongo que mi castigo sigue en pie y no me dejarás sola. —soltó otro suspiro mientras que el guardia se limitaba a asentir con la cabeza—. Bueno… Si vas a ser mi sombra, deberíamos hacerlo un poco más llevadero para ambos, niñero. —él solo se le quedó mirando sin decir absolutamente nada—. Dime tu nombre, así sabré como llamarte si necesito que me ayudes —le dedicó una pequeña sonrisa.

—Sakine Shun —contestó el guardia, Chari sonrió; al menos ahora sabría como llamar a su nueva sombra mientras ésta tenga ordenes de quedarse con ella. Luego de la breve conversación, la princesa se dirigió al comedor, donde una de las concubinas la esperaba para servirle el desayuno.

—Sírvele a Sakine también, estoy segura de que aún no ha desayunado —la concubina se limitó a obedecer. Luego de servirle el desayuno a la princesa, le sirvió a Shun, quien se encontraba sentado a las espaldas de Chari.

Cuando la princesa y su escolta terminaron de desayunar, la concubina se llevó las cosas dejándolos solos. Chari se quedó sentada en la mesa completamente en silencio; ahora que no podía salir del palacio y que tenía un niñero para cerciorarse de que no lo hiciese, no tenía mucho que hacer hasta que Sugano fuera a buscar para alguna otra lección.

De repente, Chari se levantó y comenzó a caminar hacia la biblioteca, Shun la siguió hasta allí y se sentó en el suelo cuando vio que la princesa tomaba uno de los libros. Ella se sentó en frente al kotatsu colocando el libro en él, pero antes de hacerlo, le dirigió una mirada a su guardia.

—¿Has leído “El relato de Genji”? —le preguntó la princesa con una pequeña sonrisa, su guardia negó con la cabeza.

—No sé leer —bajó aún más la cabeza avergonzado.

—¿No sabes? —negó con la cabeza—. Entonces te enseñaré —Shun alzó la vista a ella rápidamente, pero la bajó igual de rápido. Por su parte, Chari se levantó, tomó otro libro y se acercó a él—. Podemos empezar con esto. Es para niños, te será fácil aprender con este —Shun permaneció con la cabeza a gachas.

—No debe hacer eso, princesa. Soy un simple súbdito, no debería aprender a leer o escribir —Chari hizo caso omiso a lo que decía su guardia y se sentó junto a él—. Princesa… —protestó, pero no le hizo caso, abrió el pequeño libro que contenía una corta leyenda que ella había leído miles de veces cuando era pequeña.

Chari se pasó el tiempo que le quedaba hasta su clase con Sugano enseñándole a leer a Shun, quien, simplemente, se dedicaba a ver el esfuerzo que la princesa estaba haciendo por él; algo que realmente no debería hacer alguien de la realeza, o al menos con un simple sirviente.

II

Luego de la clase con Sugano, salió de la sala de té y miró rápidamente a Shun que se encontraba esperándola en el pasillo. Comenzó a caminar en dirección a su cuarto sin decir una palabra, dado que sabía que Shun la seguiría de todas maneras. Cuando llegó a su habitación, entró rápidamente y dejó la puerta entreabierta. Se quedo unos instantes sentada junto a la puerta esperando a escuchar a su guardia sentarse.

—Sakine. —lo llamó—. Se supone que no debo hablar con los sirvientes más que para ordenarles cosas, pero quiero hablar con alguien que no sea Sugano. —no recibió respuesta—. Puedes hablar conmigo…

—Se supone que tengo que estar en silencio, princesa —Chari soltó un suspiro.

—No tienes que hacerlo mientras no estés delante de mi padre. Anda, me aburro aquí dentro —esta vez fue Shun quien suspiró.

—Está bien, ¿de qué quiere hablar princesa? —accedió.

—No lo sé… —se acercó un poco más a la puerta—. Dime, ¿eres del pueblo a las afueras de la

muralla o vienes de otro lado?

—Vivía a las afueras del pueblo, está algo lejos del palacio —Chari asintió sabiendo que

no podría verla.

—¿Cómo es la vida en el pueblo?

—Sencilla, no es como aquí. —Shun soltó un pequeño suspiro—. La vida es difícil allí, no siempre la comida es tan abundante como aquí y debemos trabajar todo el día prácticamente para conseguir muy pocas cosas. Allá el Emperador… —se obligó a morderse la lengua; no era muy buena idea hablar mal del Emperador en el palacio y menos delante de su hija. Podría costarle la cabeza.

—¿Qué pasa con mi padre? —él negó levemente con la cabeza—. ¿Qué sucede con mi padre fuera de la muralla? —insistió la princesa, Shun se quedó en completo silencio, haciendo que la curiosidad de Chari aumentara—. Dime, Sakine —nuevamente recibió silencio como respuesta, soltó un bufido molesta, pero ya no le insistió.

Se quedó sentada junto a la puerta, pensando en cómo podría lograr que su guardia completara aquella oración, pero se rindió unos cuantos minutos después. Decidió, entonces, buscar alguna otra pregunta que hacerle. Realmente no recordaba haber salido más allá de la muralla que delimitaba el palacio. Este pensamiento la distrajo de querer seguir una conversación. Comenzó a imaginar cómo sería aquel pueblo del que provenían la mayoría de sus sirvientes.

Chari se levantó y se acercó a la ventana; desde ella no podía ver más que el lago que se encontraba detrás del palacio. No podía ver el pueblo desde ahí. Su padre, por alguna razón, la había alejado completamente de aquél lugar. Se le ocurrió que podría pedirle a su guardia que la ayudase a salir.

De repente, la puerta de su habitación se abrió dejándola ver el rostro de Sugano, ella le hizo una seña con la mano para que la siguiera y, acto seguido, le dio la espalda. La princesa se apresuró a salir de la habitación y seguirla por el pasillo.

—Su padre quiere hablar con usted. —la miró por encima de su hombro—. Espero que no se haya metido en problemas de nuevo —Chari negó rápidamente con la cabeza; por su cabeza pasó por un instante la idea de que su padre la hubiera visto enseñarle a Shun a leer, pero consideró que no se merecía un castigo por algo tan insignificante.

Llegaron con su padre unos instantes después, Chari se arrodilló frente a él y bajó la cabeza en una pequeña reverencia. Más atrás, Shun se arrodilló, pero colocó sus manos en el suelo y su frente sobre estas.

—¿Por qué quería verme, padre? —preguntó ella entrelazando sus dedos y colocando sus manos sobre sus piernas.

—Hoy he recibido un pergamino proveniente de Suruga. —comenzó diciendo mientras revisaba el pergamino sin prestarle mucha atención—. El Shogun Kokugawa ha aceptado que contraigas matrimonio con su hijo. —la princesa levantó la mirada rápidamente—. En dos días saldrás hacia Suruga.

—Que pronto me ha vendido, padre. —escupió las palabras—. ¿Por qué me tengo que casar con ese idiota? No es más que un niño mimado y arrogante. —su padre la miró severamente, pero permaneció en silencio—. Busque a alguien más para venderme.

—¿Terminaste? —soltó un suspiro—. Es un asunto diplomático. —la princesa frunció levemente el ceño—. Quita esa cara, de todas maneras lo harás. —desvió la mirada hacia el guardia que le había designado a su hija como niñero—. Tú, —lo señaló—, irás con ella, los otros tres guardias ya están informados de que irán.

Shun asintió sin levantar la cabeza,  el Emperador se volvió hacia su hija, ella se levantó completamente enfadada y se dirigió a la puerta. Shun se levantó también y, luego de hacer una reverencia al Emperador, siguió a la princesa.

—¿Puedes creerlo? Simplemente me casaré con el hijo de Kokugawa solo porque lo beneficia. —se quejó mientras se dirigía hacia su cuarto—. Realmente quiero irme y alejarme del palacio, lejos de mi padre y de mi deber como princesa —Shun la siguió en completo silencio hasta la habitación.

Chari se metió en la habitación y cerró la puerta aun rezongando enfadada. Por su parte, su guardia se quedó fuera del cuarto escuchando sus quejas. Decidió sentarse junto a la puerta como de costumbre, la abrió un poco y miró hacia ambos lados del pasillo para cerciorarse de que nadie viniera.

—Princesa… —la llamó, pero no recibió una respuesta—. Princesa —la volvió a llamar, Chari lo escuchó ésta vez, se acercó a la puerta y se sentó frente a esta.

—¿Qué sucede?

—Entiendo su molestia, pero debe calmarse, es la mejor opción ahora. —recibió un suspiro por respuesta, Shun esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Por qué no me hace más preguntas sobre el pueblo, o lo que quiera saber? —repentinamente, el enfado de la princesa se convirtió en curiosidad.

—Dime, ¿cómo es tu casa? —Shun se quedó unos instantes en silencio.

—Es… pobre. —contestó luego de unos instantes—. Por eso estoy trabajando aquí.

—¿Qué hay de tu familia?

—Mi madre cuida de mi hermano pequeño. Decidimos que trabajaría yo en lugar de ella. —el silencio de la princesa lo llevó a seguir hablando—. Gracias al amigo de mi padre llegué a aquí, él es quien me entrenó y me llevó ante tu padre.

—Y ahora eres mi guardia —sonrió; ahora tenía con quien hablar y distraerse. Soltó un pequeño suspiro un poco más tranquila.

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En cuanto salió el sol, Sugano se dirigió rápidamente hacia el cuarto de la princesa. Decidió entrar a la habitación, sabiendo que Chari seguiría durmiendo a aquella hora. Comenzó a tomar algunos kimonos y a colocarlos en un cofre. También colocó unas cuantas zouri y tabi, junto a unas cuantas cosas más. Chari despertó unos minutos después producto del ruido que hacía Sugano. Se sentó en el futón y la miró molesta. No quería que le recordaran que en un día se iría del palacio para casarse con un idiota.

Se levantó del futón, se vistió y salió de la habitación desenredándose el cabello con los dedos. Se dirigió rápidamente hasta el cuarto de baño. Se lavó la cara un par de veces intentando despabilarse. En cuanto lo logró, se dispuso a alistarse. Una vez lista, salió del cuarto y, seguida por Shun como siempre, se dirigió al comedor. Se sentó frente a la mesa, donde le sirvieron el desayuno, tanto a ella como a Shun.

—Princesa. —la llamó Shun, recibiendo una seña de ella para que hablase, el guardia miró a ambos lados asegurándose de que nadie pudiera escucharle—. ¿Quiere ir al jardín? —Chari lo miró rápidamente con los palillos en la boca, Shun no pudo evitar sonreír al verla.

—¿Qué hay de la orden de mi padre?

—Serán solo unos minutos, el palacio entero está preparando su partida, lo he visto antes de que despierte, princesa. Nadie se fijará. —volvió a mirar la habitación—. Serán sus últimos días en el palacio.

Chari dejó tanto los palillos como el resto de su desayuno de lado y se levantó rápidamente. Shun se levantó también y le hizo una seña para que caminase, puesto que él solo podía seguirla.

La guio hasta la parte trasera del palacio, donde, normalmente, los sirvientes se reunían cuando habían acabado sus tareas. Aquella mañana, para su suerte, no había nadie. Shun se colocó los waraji y se asomó por la puerta; no había nadie, por lo que le indicó que se colocara los zouri y saliera. Chari se los colocó rápidamente y salió junto con él. Ambos comenzaron a caminar, Chari relajadamente, mientras que Shun se ocupaba de vigilar que nadie los viese.

—Es un bonito día. —dijo soltando un suspiro—. Realmente extraño hacer esto. Desde que ha empezado la guerra con el imperio chino no he podido salir. —se giró para mirar a su guardia—. Gracias —le sonrió.

—No tiene que agradecer, princesa —se limitó a decir, desviando su mirada para vigilar.

Pasaron un largo tiempo en el jardín hasta que Shun le pidió que volviesen, dado que si pasaban más tiempo fuera, notarían su ausencia. Una vez en el palacio, se dirigieron rápidamente a la sala. Chari se sentó frente al Kotatsu y tomó un libro, pero no lo abrió, simplemente siguió con la mirada a su guardia mientras éste se sentaba alejado de ella.

—Sakine. —lo llamó, él la miró rápidamente—. Gracias de nuevo por ayudarme a salir aunque sea un rato —dijo con voz un poco baja.

—No debe agradecerme. —esbozó una pequeña sonrisa para luego bajar la mirada—. Le agradecería que no hablase de esto muy alto, podría meterme en problemas con su padre si alguien le dice algo.

—No te preocupes, nadie se enterará —sonrió sabiendo que él no la vería

La siguiente hora, Chari se dedicó a leer, sin darse cuenta de que se encontraba bajo la atenta mirada de Shun, que no podía dejar de mirarla, esbozando pequeñas sonrisas cada vez que ella hacía algún pequeño gesto o musitaba algo mientras se encontraba completamente sumergida en su lectura.

III

Chari seguía a Sugano con la mirada mientras ella hablaba de quien sabe qué. Realmente tenía el cerebro completamente anulado a lo que ella decía, solo podía pensar en que al otro día comenzaría su viaje hacia su castigo. Asintió ante lo que ella creyó que era una pregunta por parte de la concubina. De repente, por su mente pasó Shun, que la esperaba fuera a que terminase su clase; él era una buena compañía lo que quedaba de su encierro en el palacio y lo sería durante el viaje. Realmente se sentía aliviada de que su padre lo asignara para acompañarla hasta Suruga. Miró hacia la puerta unos instantes, casi podía ver a Shun sentado en el suelo, con la cabeza a gachas y los brazos cruzados, con su rostro casi inexpresivo.

—Princesa —Sugano golpeó el kotatsu haciendo que la princesa se sobresaltara.

—¿Q-qué sucede? —tartamudeó abandonando sus pensamientos por completo.

—No estaba escuchando. —Sugano soltó un suspiro pesado—. Debe aprender a atender a su futuro esposo —Chari puso los ojos en blanco; realmente no quería saber nada sobre su futuro esposo.

—No me interesa saber cómo atender a un hombre y menos a un idiota con el que estoy condenada a casarme —espetó cruzándose de brazos.

—No tiene remedio, princesa. —la mujer volvió a suspirar—. Terminamos por hoy —concluyó

liberando a la princesa, quien se levantó rápidamente y salió del cuarto.

Le dedicó una mirada a Shun seguida de una pequeña sonrisa, él se levantó rápidamente, dispuesto a seguirla. Ambos se dirigieron apresuradamente a la sala; antes de que Chari tuviera su clase, había decidido que le daría clases nuevamente a su guardia. Una manera de distraerse de todo aquel asunto de su viaje y su casamiento. Además, realmente le comenzaba a agradar bastante poder hablar con alguien.

Una vez en la sala, ambos se sentaron con un libro entre ellos. Ella comenzó con la clase, pero Shun no se podía concentrar. Por alguna razón, comenzaba a sentirse algo incómodo con la cercanía que tenía con la princesa.

—No debería estar tan cerca de ella. —pensó desviando la mirada del libro que tenían entre ellos—. Me castigarán por hacer esto —soltó un suspiro sin percatarse de ello, Chari levantó la mirada rápidamente hacia él.

—¿Sucede algo? —preguntó, Shun la miró, sintiéndose avergonzado al instante—. ¿No entiendes algo? —negó con la cabeza; no quería decirle que ni siquiera le estaba prestando atención, seguramente eso la haría enfadar.

—Lo siento, princesa. —se limitó a decir—. ¿Le molestaría comenzar de nuevo? —Chari asintió, comenzando nuevamente. Mientras, Shun intentaba por todos los medios concentrar su mente en lo que estaba haciendo.

Luego de un par de horas en la sala, Chari decidió que era suficiente. Dejó el libro y miró unos instantes hacia afuera, para luego soltar un suspiro; ese sería su último día en el palacio. No era como si fuera a extrañar mucho aquel lugar que la había mantenido alejada del resto de la sociedad, pero, como fuere, era su hogar. El lugar donde había nacido y crecido. Sin contar que era el lugar que la mantenía alejada de su futuro marido. Shun la miró de reojo unos instantes, pero luego bajó la cabeza, intentando evitar que la princesa se diera cuenta.

Finalmente, ella se levantó y lo miró, Shun no tardó ni un segundo en levantarse también, clavando su mirada en el suelo. Chari subió las escaleras y se dirigió rápidamente a su habitación. Cuando ella entró, Shun rápidamente se sentó a un lado de la puerta.

—Sakine, ven. —no recibió respuesta—. Sakine, —lo volvió a llamar—, ven entra.

—No está bien que yo esté en su cuarto, princesa.

—Mantendremos la puerta abierta para que no piensen cosas extrañas. Ven, es una orden —Shun soltó un suspiro, sabiendo que no tenía más remedio que obedecer. Se levantó y, sin más opción, entró al cuarto. Chari le sonrió satisfecha, provocando que su guardia desviara la mirada de su rostro. Ambos se sentaron uno frente al otro, él no podía despegar la mirada del piso, mientras que ella lo miraba intentando descifrarlo.

—Esto es inapropiado, princesa.

—No lo es si solo somos amigos. No sucederá nada —le sonrió.

—Está bien. —suspiró resignado a ignorar el posible castigo que le vendría luego de que lo vieran allí—. ¿Entusiasmada por salir? —Chari le lanzó una mirada de desagrado.

—Ni lo menciones. —se cruzó de brazos—. No quiero irme.

—Debe hacerlo. —nuevamente le lanzó la misma mirada—. Es la orden de su padre —esta vez

musitó.

—Lo sé, lo sé, no tienes que recordármelo. —soltó un bufido—. A ti se te da bien eso de seguir órdenes, no me has dejado sola ni un segundo desde que te asignaron como mi niñero —Shun asintió.

—Es parte de mi trabajo obedecer órdenes. —levantó la mirada hacia ella—. No creo que sea malo casarse con el señor Kokugawa —Chari puso los ojos en blanco; sea bueno o malo casarse con él, no quería hacerlo, no quería ser obligada a algo así.

—Al menos te tendré a ti para que me acompañes —sonrió, haciendo que su guardia no pudiera despegar la vista de su sonrisa—. No me gustaría estar sola allí, sería realmente aburrido.

Ambos se quedaron callados unos instantes, Chari bajó la mirada hacia sus manos, mientras que Shun no podía apartar la mirada de ella. Luego de unos instantes desvió la mirada de su rostro; no tenía permitido mirar así a la princesa. No debía quedarse mirándola tan fijamente, después de todo era su superior, la hija del Emperador, quien podría matarlo si quisiera solo por aquello.

—Hoy es el último día que tengo aquí. —la princesa levantó la mirada—. Supongo que extrañaré estar aquí y ver la cara malhumorada de Sugano —soltó una pequeña risa triste, para luego soltar un suspiro.

—Seguramente vuelva al palacio cuando su futuro esposo deba tomar el lugar de su padre —no era algo que animara realmente a la princesa, pero Shun no tenía mucha idea de que decir en ese momento para que no se encontrara así.

Posó de repente su mirada en las manos de ella, pensando en tomar una, movió su mano derecha por su rodilla, pero se arrepintió de aquella idea. Tamborileó los dedos en su rodilla algo nervioso.

—¿Te encuentras bien? —Chari colocó una mano sobre la de Shun.

—Mierda… —pensó Shun, sintiéndose aún más nervioso. Comenzó a mordisquearse el labio agachando más su cabeza.

—¿Sakine? —preguntó, él negó rápidamente con la cabeza, apartó la mano y se levantó.

—Pronto vendrán a buscarla para ir a cenar, yo no debería estar aquí —dicho esto, salió de la habitación y se sentó junto a la puerta. Chari se quedó unos instantes inmóvil en su habitación sin entender que acababa de sucederle a su guardia. Finalmente, decidió no prestarle mucha atención, se limitó a levantarse y cerrar la puerta.

Unos cuantos minutos después, tal como había predicho Shun, una de las concubinas fue a buscar a Chari para llevarla a cenar con su padre. Como ya era costumbre, Shun fue detrás de la princesa, haciendo que ella se girara cada que podía para mirarlo; se sentía intrigada por la reacción de su guardia.

Luego de la cena, Chari se dirigió hacia su cuarto. Él se sentó fuera de este y bajó la cabeza. Por su lado, la joven se sentó en su futón y soltó un pequeño suspiro. Miró la puerta entreabierta; ¿debía preguntarle que le sucedía? Tal vez sería mala idea teniendo en cuenta como había reaccionado antes, pero la curiosidad por saber no la dejaría en paz. Se levantó y se sentó junto a la puerta entreabierta.

—Sakine, —lo llamó—, ¿puedo preguntar que te sucedió antes? —Shun, nervioso, guardó silencio.

—Si supiera lo nervioso que me he puesto cuando tocó mi mano, seguramente piense muy mal de mí —pensó agachando más la cabeza.

—Dime, no me molestaré. —no recibió respuesta—. Sakine. —insistió, nuevamente recibió silencio como respuesta—. ¿He dicho algo que te molestase? —Shun negó con la cabeza, sabiendo que ella no lo miraba—. Dime que sucede —insistió nuevamente.

—Lo siento, princesa, pero no puedo decirle —Chari se cruzó de brazos haciendo un pequeño puchero como si fuera una niña pequeña, pero terminó cediendo; ya no le preguntaría más, simplemente esperaría a que él mismo lo dijera. Decidió acostarse, se quitó su kimono y se colocó su yukata, para luego acostarse.

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Cuando el sol comenzó a caer, Chari supo que, pronto, irían a buscarla para emprender su viaje. Shun ya no se encontraba fuera de su cuarto vigilándola, puesto que estaba desde aquella mañana preparando las cosas que no pudo hacer antes por cuidarla. En su lugar, se encontraba la mano derecha de su padre, quien no le agradaba ni un poco. Soltó un suspiro pesado, mientras se asomaba a la ventana; lo único que veía desde allí era la parte trasera del jardín, pero le era suficiente para distraerse del movimiento de los sirvientes, concubinas y guardias.

Por otro lado, Shun se encontraba cargando en el palanquín los cofres que Sugano había llenado con las pertenencias de la princesa. Luego colocó un par de cofres que contenían provisiones para el viaje. Por último, cargó un cofre un poco más chico con sus cosas y las de los demás guardias. Una vez que todo estaba en la parte trasera del palanquín, Sugano se dirigió rápidamente al cuarto de Chari.

—Princesa, —la llamó entrando a la habitación sin siquiera pedir permiso—, ya es hora de su partida. —Chari, resignada, se acercó a ella y la siguió hasta el jardín, dónde se encontraba el palanquín, los guardias y los portadores, quienes se encargarían de llevar el palanquín todo el camino—. Su padre le desea un buen viaje —la princesa soltó un suspiro pesado; su padre no era capaz siquiera de dejar su trono para saludarla el día que se iba.

—Espero que lo sea —escupió las palabras al tiempo que Shun se acercaba a ella y le abría la portezuela, ella se subió e hizo una seña para que cerrase, así lo hizo su guardia.

Los portadores se colocaron un par delante y los otros dos detrás del palanquín, tomaron las manos de este y lo levantaron. Chari soltó un suspiro pesado y miró por la pequeña ventana, el vehículo se movía lentamente hacia lo que sería su castigo. Desvió la mirada hacia Shun, él caminaba junto a la portezuela con paso firme, como todos los guardias que daban vueltas por el palacio. Reparó en que se encontraba con la armadura completa y llevaba una katana en la cintura; la armadura lo hacía ver más grande de lo que era realmente y lo hacía ver como un verdadero guardia, no solo como su niñero.

De repente, se percató de que estaba a saliendo del jardín real. Estaba a punto de cruzar la muralla por primera vez en su vida, cosa que la distrajo completamente de sus pensamientos e hizo que se centrara completamente en el pueblo.

—Al menos podré ver lo que hay del otro lado; lo que me ha ocultado mi padre todos estos años —pensó asomándose, encontrándose con algunas tiendas y mucha gente pululando por el lugar.

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