Todos tenemos un secreto, hasta el pedazo de piedra de oro tiene un secreto para no ser encontrado; igual que tú, llegaste a mi como un texto sin firma y te fuiste sin ser firmado.
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TU SIEMPRE FUISTE EL SECRETO DE MIS OJOS, A LA QUE SIEMPRE GUARDE POR MILENIOS DE AÑOS, AQUELLA TU. ERES ESE ADORNO QUE NO NECESITA PERFECCIONES, NECESITAS UN AMOR COMO EL MÍO DE ESOS QUE TE HACEN ESCONDER CADA MENTIRA.
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AaleDis ¡Gracias por tu ayuda EditorialStellar
—¡Vamos Samanta! — dice la chica señalando el salón de clases.
—¡Voy detrás de ti! — le digo con toda la calma del mundo, no quería que me presionara por llegar a clases.
—Eres muy lenta, así también lo serás en el sexo— me mira con su sonrisa pícara y burlona.
Al llegar a nuestra clase note que había compañeros nuevos en mi salón, no me sentía rara; de todas formas, yo venía a estudiar, no a agradarle a nadie.
Sentí como varios de mis amigos me veían tan cambiada, en especial Julián, uno de mis mejores amigos, de esos con los que puedes contar sin importar las circunstancias, era un hombre de los que pocos se encontraban o eso pensaba yo.
Me senté en la silla justo al lado de mi amigo y nos pusimos a hablar por unos minutos hasta que llegó una de mis amigas que se encontraba con su novia.
A los pocos minutos que ella entrara, vi al maestro pasar y tomar asiento, preguntó: ¿qué salón son?, Todos le dijimos que éramos once grado y este nos dio órdenes del taller, por lo general me gustaba hacer los trabajos en grupo o en compañía, pero no sola.
—El día de hoy, — comienza el barbudo —deben de hacer una cartelera alusiva a la paz.
Mire a mis amigos con cierta expresión para que todos entendieran que haríamos juntos la cartelera, podía ver que cada compañero tenía su grupo de amigos, siempre había grupos los más populares y los que no lo eran.
—¡Yo pondré los grupos! — dice el profesor.
En ese momento mi cara pasó de ser una niña buena, a una niña amargada, pues no era nada normal que el maestro cambiará de parecer. Muchos de mis amigos susurraban cosas como: Hoy no lo atendió la mujer. No paraba de reír, además esas insinuaciones eran más que reales.
—La actividad deben entregarla antes de las 8:00 de la mañana— nos dice el hombre.
Todos asentimos e hicimos cada actividad, al final yo le entregué mis tareas pendientes al profesor.
—¿Por qué no viniste durante la semana pasada?
—Estoy enferma— le respondo.
El profesor me señaló un puesto desocupado, me senté y empecé a escuchar cada palabra dicha por él, a la vez me dolía el alma, pues a nadie le había contado de mi enfermedad y no quería que por casualidades de la vida todos se preocuparan por mí.
—¿Cuánto tiempo?
Un silencio inundó la habitación, pues el maestro no lograba entender lo que yo trataba de decirle. ¿Cuánto tiempo no podría ir a la escuela por unos exámenes y tratamientos?, al parecer debía de pasar mi situación a la escuela para que cada uno de ellos me dijeran que hacer con mis estudios, aunque tenía claro lo que quería para mi vida.
[Momentos Después]
Fui al recreo y allí estuve con mis amigos, jugamos, charlamos y al final terminamos llegando tarde a clase. Mi amiga había llegado más tarde a la evaluación y yo no la había presentado, me habían mandado a la rectoría.
—Sabemos tu caso— dice la maestra con sus manos en la mesa, aquellas no paraban de moverse y, en vez de mirarla a ella, miraba sus manos blancas y pequeñas.
—Me esforzaré— le digo a la maestra.
—No sabemos si tú puedes dar lo mejor de ti— me dice francamente, porque ni yo sabía si podía dar lo mejor de mí y si en realidad yo podía con todo esto.
—Yo tampoco— le digo un poco graciosa.
Esto hizo que la profesora se enojara y mandará a citar a mis padres, la verdad no le veía nada de malo, entendía que se preocupaban por mí.
—Mire— me acerco a la maestra y tomó el papel, miro el día y la fecha en la cual necesitaba a mi madre, la verdad no quería decirle; pues mi madre necesitaba trabajar y a mi padre lo odiaba.
—Bueno— respondo.
Salgo de la sala y voy a mi casillero, saco mis medicamentos y los tomo, al poco rato veo como mi amigo se acerca y me ayuda con mis cuadernos, me veía muy incómoda y gracias a él pude sentirme sin carga alguna.
—¿Cuánto llevamos de amistad?
Yo le miro frunciendo el ceño, pues durante nuestro recorrido de amigos jamás nos habíamos hecho esas preguntas y menos por querer reírnos o platicar de algo más serio.
—No me acuerdo— le digo tomando mi maleta y cerrando mi casillero.
Se notaba que algo de lo que yo había dicho le había enojado, porque en varios chistes que yo le contaba en ninguno se reía, aparte de que ambos nos entendíamos, peleábamos y nos hablábamos como amigos, para mí era muy normal, me sentía bien con él y además él me conocía tan bien.
A veces no llego a pensar que fue el:
«Secreto de mis ojos».
Al poco rato de volver de mis pensamientos, vi a mi amigo mirándome a los ojos, sus cejas fruncidas y con ganas de esperar una respuesta alguna de mí.
Yo pude contemplar cada instante de él, podía detallar cada mueca, cada sonrisa, cada lágrima, cada mirada, cada beso en mi mejilla, en aquel momento yo lo contemplaba a él y él a mí.
—¿Qué dices? — me pregunta de nuevo el chico.
Yo no sabía que responderle ya que ni siquiera lo había escuchado, yo estaba en mis pensamientos y solo me hablaba a mí misma, si yo no le decía algo se enojaría, y más si le pedía que me volviera a repetir lo de antes.
—No entiendo— le digo como para romper el silencio que había entre nosotros.
Él no me miró de hecho hizo un puchero, le enojaba volver a repetir lo mismo, así que esperé a que él se calmara, solo pude escuchar ese susurro que ni yo sabía si era verdad.
«Tú eres el secreto de mis ojos».
Nota de la autora:
Hola a todos.
Les traigo esta nueva historia llena de mucho amor, espero les guste y nos vemos en otro capítulo.
Besos.
[Dos meses después]
Había dejado de ir a la escuela pues mi salud había empeorado, me enfermé y tuve que estar hospitalizada esos días, mis amigos estuvieron aquí junto con mis padres.
—¿A dónde se encuentra la consentida de papá? — empieza a preguntarme mi padre que se acercaba a la habitación del hospital. Yo parecía una niña pequeña como le respondía y le agradecía por cada sacrificio que él hacía por mí, al igual que mi madre.
—Aquí—susurro y estiró mis manitas para que él se acercara y me abrazara.
Note cómo las enfermeras rodaban los ojos, pues les decían a mis padres que yo era muy consentida, y por tales motivos seguía en la ilusión de recuperarme.
[Minutos antes]
[Mamá Samanta]
Había llegado a mi casa, tome las cosas de mi hija y las guarde en la maleta, mi esposo se veía cansado, pero no le importaba como estaba; ahora lo único que le importaba era cuidar de sus hijos y por eso siempre me sentía orgullosa de mi esposo e hijos.
—¡Debemos irnos o no nos dejarán entrar! — le digo a mi esposo que no le llevará todo el armario a mi hija.
[Papá Samanta]
Juntos salimos de la casa y nos dirigimos al hospital, nos había tocado bañar a mi hija ya que en estos hospitales no lo hacían, mi esposa lo hizo, al salir con mi hija espere a que la peinara y después de tanta demora, entre a la habitación del hospital.
Samanta siempre había sido alguien graciosa y chistosa, utilizaba su enfermedad para hacer chistes y con ellos hacía reír a muchas personas, aunque no me gustaba que lo hiciera, ella se divertía con ello.
[Samanta]
—¿Cómo te sientes? — me pregunta mi padre.
—¡Quiero salir del hospital! — le digo a mis padres para que vieran que me sentía mejor, necesitaba salir de esta rutina y estos medicamentos.
—¿Te parece si salimos mañana? — me dice mi padre.
Yo acepto, pues necesitaba salir de aquí, y además quería pasarla con mi hermano también necesitaba estar en la escuela.
[Narrador Omnisciente]
Deben salir— La enfermera había pedido a sus padres que salieran ya que las visitas habían terminado, así que ellos se despidieron de su hija y ella quedó sola una vez más.
Eran las 10:00 de la noche y Samanta decidió salir de su cuarto. Todo estaba en absoluto silencio, únicamente se escuchaban a los enfermos, ella llevaba sus medicamentos para tomarlos más tarde y para que no le diera mareo y tuviese que ir a exámenes.
Ella se percató de que ningún doctor la viera, parecía una chica que se escondía, y justo cuando a ella le estaba gustando el juego alguien la interrumpió.
—No debes esconderte— susurra un chico que estaba en el ascensor.
Ella lo fulmina con la mirada ya que este chico se veía muy enfermo, peor a como lo estaba ella, esta chica se sostuvo de la baranda y miró al chico tratando de saber lo que estaba pasando.
[Samanta]
—¿Que necesitas para seguir con tu vida? — le pregunto con querer saber si en verdad necesitaba algo o se hacía el enfermo.
—Necesito un corazón— dice mirándome a mis ojos.
Odiaba que me miraran a los ojos, cuando lo hacían sabía que de una forma u otra sabrían mis secretos, y por esa razón no lo mire a los ojos por más que quisiera leer los secretos de él, me negaba a que él leyera los míos.
—Ahora tú— me dice el chico con una sonrisa y sus ojos pícaros.
De lo que él me había dicho no paraba de reír, se veía un chico muy amigable, honesto y de muchas buenas cosas que podía verle.
Él no apartaba sus ojos de mí, así que terminamos hablando de muchas cosas y terminamos haciendo bromas, preguntas y chistes hasta que llegó la madrugada y ambos tuvimos que irnos a dormir, por más que quisiera seguir escuchando a este chico, no podía.
—¿Por qué no me habías dicho? —le digo a él; se veía que mi cara estaba algo enojada, porque ni él me miraba.
—Jamás lo hubieras creído—Susurra él.
Nos quedamos en silencio hasta que yo me fui del ático y bajé a mi habitación. Al llegar vi a la enfermera gruñona, no me dijo nada porque sabía que me aburría estar en el médico.
Aparte de que era una enfermera gruñona, sabía que ella me quería y me entendía, la miré y le mostré una sonrisa, ella me extendió el medicamento y lo tomé. A los pocos minutos me acosté en la cama, mire el reloj que apuntaba las 3:00 de la mañana; luego de eso mire al techo y a la puerta, escuchaba como entraban personas que iban a tener bebes y otras que habían tenido accidentes fatales.
Al mirar el techo, me puse a pensar en todo, en cómo mi vida había cambiado, en cómo preocupaba a mi familia, en donde todo estaba enfocado en mí y no en mi hermano, en como trataba que mis padres le dieran más importancia a él que a mí, en donde les pedía que cuidaran a mi hermano de 2 años, él aún no se quejaba, aunque sabía que más grande me echaría la culpa de no poder salir a jugar con mis padres y no recordar una buena infancia, pues ellos se la pasaban conmigo, prácticamente yo les había robado el tiempo a mis padres, y al final era cierto.
Luego me puse a pensar en el chico de la escuela al igual que el chico del ascensor, y llegué a pensar que había sido una tonta pues durante este tiempo había tenido pistas y adivinanzas, nunca había entendido lo que ellos trataban de decirme y ahora qué me pongo a pensar pude entender que ambos chicos eran uno solo y que mi amigo era el chico que también necesitaba un trasplante.
Continuará....
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