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MALO HASTA LOS HUESOS

PRÓLOGO

...Ahora comparten las pesadillas que los obligan a despertar aterrorizados gritando, hechos unos animales salvajes capaces de despertar a toda la cuadra. Están viviendo en el fuego del infierno. Quizás, si vivieran en un manicomio, los locos exigirían aislamiento para esos dos hijos de puta....

Esta es la historia de dos vidas que se unen en un punto determinado, de dos personas que habían perdido la capacidad de sentir y de maravillarse por las cosas más simples y hermosas de la vida. Ella era una mujer que siempre se sintió diferente, efectivamente lo fue. Era tan fría como un cubo de hielo y tan misteriosa como un gato. Intentó no resaltar, era mejor ser invisible. Pero, es difícil ser invisible cuando una persona se desenvuelve en tantas áreas; cuando existe el don de procesar rápido la información y dar una respuesta efectiva. Claro, esto no lo es todo; su poca habilidad emocional y su manía de perder el sentido del aquí y el ahora la hacen ver como una psicótica.

Ella se sintió acechada, quizá solo fue producto de su imaginación o hayan sido las pastillas que le causaron alucinaciones en aquella época. Le había pasado antes... Cuando ella caminaba por las calles evitaba saludar a las personas, no estaba segura de que fueran reales. Mejor prevenir, para no ser vista como una loca ante todos.

De ahí en adelante siempre fue lo mismo, incluso cuando le conoció. Porque él estaba acechado por un misterio que envolvía a todos, un misterio que fue igual o superior al suyo: La llegada de anónimos y pistas que desencadenaron misteriosos crímenes.

Estos llegaban sin ninguna evidencia y, cuando llegó el último antes de que él la conociera; lo abrió y leyó deprisa. Acto seguido, se quedó atónico y cogió el teléfono con ganas de llamar a la policía pero, lo pensó y dedujo que no era la mejor opción que tenía. Así que permaneció callado durante unos minutos. Aquella carta solo era parte de una serie de enigmas y sucesos.

Todo esto siempre fue objeto de análisis, no solo por parte de expertos en huellas dactilares y grafólogos, sino también por parte de la inteligencia secreta de la corte; sí, porque él era un Príncipe, y no cualquier príncipe sino el futuro rey de Lisdan, una de las naciones más importantes de Europa y la mayor exportadora de petróleo del mundo y quizá de corrupción.

Aquí, la historia que representa la vida de los dos, que tal vez ocupe el lugar más bajo: las cloacas donde se acumulan los desechos de la imaginación.

...___________________...

...América tiene la mayor tasa de asesinatos al registrar 17.2 por cada 100 mil habitantes, seguido de África (13), Europa (3), Oceanía (2.8) y Asia (2.3). ...

Años atrás

...A veces para entender el presente hay que viajar al pasado, porque el ayer es lo único que nunca muere. Crees que se ha ido; pero en cualquier momento puede volver a aparecer y convertirse en el ahora....

^^^Agosto del 2011^^^

Era una noche lluviosa, las calles estaban prácticamente solas y las pocas personas que aún las transitaban lo hacían con prisa. Un hombre se acercó desde la distancia, llevaba sombrero y un abrigo largo. Subió por la calle con paso rápido. De una zancada recorrió una distancia significativa, debía medir un metro ochenta y cinco o noventa, por lo menos, poseía unos brazos largos y musculosos; como los de una persona que hizo ejercicio a lo largo de su vida pero, no demasiado, no como un campeón de fisicoculturismo.

Él era fuerte y su postura, imponente.

Sus ojos eran grandes y azules o quizás verde grisáceo, en la oscuridad no se logró observar detalladamente. Su mirada era profunda, causaba escalofrío.

En su mano derecha llevaba un bate de béisbol escondido entre su cuerpo y el abrigo. Para quien se lo encontrara en la calle, era poco probable darse cuenta del objeto.

Al final del callejón oscuro, acurrucado con mantas, encontró a un borracho durmiendo. El hombre se acercó cada vez más rápido, pasó entre la poca gente sin detenerse y sin dudar un segundo comenzó a caminar hasta llegar a donde se encontró al tipo acostado, lo sacudió con varias patadas.

—¡Despierta, hijo de puta! —gritó mientras continuó pateándole. El mendigo se dio la vuelta e intentó incorporarse.

—¿Qué pasa?, ¿quién es? —preguntó. La tos se apoderó de sus palabras.

—¡SOY EL DIABLO! —respondió el abrigado hombre—. Ponte en pie, borracho —ordenó.

El mendigo a duras penas se levantó mientras se tocaba más abajo de la axila izquierda con las manos llenas de mugre.

—¿Te conozco? —preguntó desconcertado.

El hombre de negro vestir dentro de su abrigo aferró con fuerza el bate mientras dio otra patada al mendigo haciéndolo doblarse del dolor. En simultáneo, el bate de béisbol salió y se estrelló en la nuca del regordete drogadicto que de inmediato quedó tendido en el suelo. Dos, tres, cuatro, cinco...

Las patadas seguían llegando a su destino. El hombre respiró profundo, recuperó el aliento... Salió del callejón con rapidez y en minutos regreso con el auto.

Se bajó con prisa, corrió hacia el mendigo.

No lo podía creer, soñó durante tantos meses con ese momento y por fin había llegado. Pensó en cada detalle con anterioridad; no podía dejar ADN porque era la forma más segura de identificar a la persona que comete un delito. Debía asegurarse de no dejar ninguna huella, por eso llevaba los guantes puestos desde que salio de casa.

Los delincuentes eran estúpidos, pensó, siempre tratando de ocultar el crimen cuando lo único que debían hacer era ocultar las evidencias que los relacionaran.

Así, reconsideró no utilizar nada que perteneciera a marcas que solía usar, a menos que las marcas fuesen muy genéricas. Para él, lo mejor era ir de compras a una tienda lejos de casa o a un lugar grande donde fuese menos probable ser recordado. Pagó en efectivo; botó cada recibo, bolsa y empaque de las compras. Después del crimen, iba a deshacerse de todo lo que compró, tan rápido como fuese posible. Nunca estaría demás tener una buena coartada (incluso cuando estaba seguro de que no sería involucrado). Aunque es difícil tener una buena coartada cuando eres un pobre diablo... Porque si tienes dinero finges un viaje a un hotel sin cámaras, pagas a alguien que vaya y así hay un registro de visita.

¿Cómo cometiste el crimen si estabas en otra ciudad, eh?

Pero daba igual, él era un hombre casi de la calle al igual que el borracho. No tenía, de momento, para esos lujos.

Tuvo que darse prisa, no sé podía permitir andar en la calle mucho tiempo durante la fuerte tormenta. Afortunadamente para él, se le hizo más fácil de lo que pensó, o era más que eso, era el hecho de haber perdido la razón lo que lo llevo a jactarse de que jamás iba a ser culpado por el crimen.

Aunque todos digan que planear un asesinato minuciosamente suele acabar convirtiéndose en pistas que, tarde o temprano acaban por guiar hasta el auténtico culpable, él difería de esa hipótesis; eso era una farsa creada para infundir temor y hacer creer que el perfecto crimen era involuntario, y que no se necesitaba planificación, técnicas sofisticadas o habilidades especiales para convertirse en el perfecto asesino. Pero sí, sí se necesitaban y él lo probó con hechos.

Con más de diez hechos, para ese entonces.

...* * *...

Una semana atrás, bajó con prisa del mismo carro pero en un lugar diferente: En un parque del norte de la ciudad de Colintte, en plena noche.

Bajó con un pañuelo bañado con cloroformo y se abalanzó sobre un hombre de color que se encontraba sentado en una de las raíces de un árbol, le costó trabajo, el cloroformo no era tan rápido como creía la mayoría de las personas (las películas mienten descaradamente). Le fue difícil, lucho un par de minutos; forcejeó, abrazó, y se portó como una boa constrictor sujetando a su víctima. Hasta que por fin el maldito cloroformo hizo su efecto.

Después, lo tomó con fuerza (pasó sus brazos por debajo de las axilas del hombre), le arrastró hacia el auto, lo subió y se marchó de ahí a otro parque nacional.

Espero pacientemente que el hombre despertara. Cuando el sujeto lo hizo estaba aturdido, con la vista nublada. Al ver los ojos de aquel hombre loco, aparentemente entendió lo que sucedía. Comprendió que el secuestrador estaba ahí para cobrar la deuda.

El sujeto negro imploró piedad bañado en lágrimas, suplicó perdón mientras el caballero de la noche por fin proyecto su voz:

—¿Sabes por qué escogí esta noche? —preguntó suavemente y con calidez—. Llevo varios días observándote, pero esta noche me ha parecido perfecta —dijo, encendiendo un cigarro y sintiendo el olor a tierra húmeda—. Este lugar es perfecto, la noche pronto comenzará a colaborar —añadió mientras miraba el cielo y sentía como pequeñas gotas de agua impactaban su rostro —. Bajo la lluvia, es una forma poética para morir... —susurró apagando el cigarro, las gotas comenzaban a caer más seguido —. ¿La lluvia es tu cosa favorita, cierto? —preguntó a alguien que se encontraba mirando desde la distancia. La persona ratificó con la cabeza y los ojos verdes le chispearon de exaltación.

—Ten piedad de mí —balbuceó la víctima con la boca llena de sangre.

—¿Por qué debería tenerla? —contestó fríamente colocándose en cuclillas.

—Ayer... mi mujer... confesó que seré papá —pronunció el ensangrentado a duras penas.

—¡En hora buena! —exclamó él, colocándose de pie—. Lástima —dijo mientras sacó un gran cuchillo de su abrigo. La lluvia no se hizo esperar más, las gotas comenzaron a caer con fuerza y los truenos también dijeron presente—. ¡Llegó el momento! —gritó entre risas, eufórico y trastornado. Reía mirando a la persona que estaba de pie en la oscuridad observando con detalle todo lo que ocurría. La persona no decía nada pero, la pupila de sus ojos comenzaba a dilatarse.

—Por favor, ten piedad. Tendré un hijo, mi primer hijo, mi único hijo —dijo el hombre entre llanto—. Quiero conocerlo, quiero verle sonreír.

—No lo harás, no lo verás sonreír porque posiblemente él jamás lo haga —respondió finalizando con una carcajada que dejó perplejo al sujeto y a la persona misteriosa de pupilas dilatadas.

El hombre gritó, lloró, suplicó e insultó; nada de eso hizo la diferencia. Cuando observó hacia el cielo vio el resplandor que soltó el afilado cuchillo cuando se clavó por primera vez en su carne, se clavó en sus piernas una tras otra vez mientras él lloraba y gritaba de dolor, el hombre del abrigo reía a carcajadas como un lunático hasta que por fin terminó su tarea. Le propició once puñaladas en diferentes partes, y se aseguró de que hasta el último segundo lo mirara, que la última imagen que se llevara fuera la de su macabra sonrisa. Después, por fin rajó de oreja a oreja el cuello de aquel infeliz para darle punto final a su agonía.

Luego, venía su segunda parte favorita:

¡Desollar!

Y es que aquel psicópata era un experto realizando ese trabajo, de niño adoraba la cacería y aprendió al detalle el desollo y el curtido de los mamíferos.

De esta forma lo hizo con el hombre, como si fuera un animal; lo posicionó en la parte posterior de una pendiente. Se sentó sobre el abdomen ensangrentado de la víctima e hizo una incisión en línea recta desde la pelvis hasta el cuello, casi que hasta la barbilla, teniendo cuidado de no dañar mucho internamente el tejido muscular.

Cortó alrededor de los tobillos, piernas, manos y cabeza. Las separó, de esa forma fue seccionando todo hasta tener un puñado de órganos, piel y huesos.

Finalmente, clasificó y guardó en bolsas negras para luego, dar paso a moler, esparcir y quemar todas las partes.

...* * *...

Allí estaba de nuevo, el artista del crimen con la misma macabra sonrisa. No en el mismo lugar, si con similares ganas de ver como la esperanza se apagaba en los ojos de aquel tipo. Ahora con más conocimiento (jamás usaría cloroformo de nuevo).

Ya había pasado una semana de aquel asunto y no se comentó nada, nadie notó la ausencia del hombre negro ni de los otros diez sujetos que mató antes. Frente a él, la nueva víctima, la número doce, el pelirrojo borracho que sacó horas antes de un callejón en medio de la lluvia.

El idiota despertó, vio al macabro personaje de negro vestir sonriendo.

—¡Hola! —dijo el amante de la lluvia—. Demoraste en despertar, pensé que no lo harías —murmuró mientras se sentaba de piernas cruzadas en una silla blanca—. A estas alturas ya debes de saber quién soy —preguntó, él asintió con la cabeza—. Te he preparado un evento especial —sonrió colocándose de pie. Le quitó la mordaza y le dio un puñetazo en el abdomen—. Me gusta que grites pues, por más que lo hagas nadie te escuchara. Las calles están inundadas, todo el mundo está en casa tomando chocolate caliente y viendo las noticias —aseguró mientras le mostraba una jeringa.

— ¿Qué me darás? —preguntó el hombre asustado.

—Muchas cosas, pero lo último que te daré será... La muerte —respondió sonriendo—. No te preocupes, no será tan pronto. Primero nos divertiremos.

—¡MALDITO LOCO! —gritó. El hombre del sombrero rompió en risas—. ¡DÉJAME IR! —ordenó el mendigo.

—Te dejare ir, pero primero pagarás tus pecados con sangre.

—¿Quién te crees?, ¿Dios? —preguntó forcejeando.

—No, pero está noche seré él y le pondré FIN a tu vida.

...__________________________...

...La sangre es una evidencia importante en una escena del crimen. El tamaño de las gotas, ayuda a recrear los movimientos de la víctima y su victimario, e incluso determinará de qué altura cayó la sangre y la forma de la gota determinará el ángulo de impacto....

Ahora

...El presente es tan corto que la flor que no se apreció hoy, mañana estará muerta....

^^^27 de julio 2020.^^^

Un hombre con los ojos azules como el mar caminó con las manos en la cabeza, pasó por el frente de una línea de seis cuadros de Corot que había en una pared blanca, se dirigió hacia la ventana del lugar; que curiosamente era su habitación... Las manos le temblaban y las tripas las tenía hechas un nudo... En la garganta sintió un cosquilleo inusual.

En múltiples ocasiones manifestó ese coraje o cólera desmesurado que le propiciaban los seres que habitan a su alrededor. En ese instante, aborreció a la gente. Odio a todos los que trabajaban para él, porque ninguna persona tuvo a la fecha mérito a obtener beneplácito.

¿Por qué tener piedad con los ineptos que los rodeaban?

Porque había que ser inepto para permitir que ocurriera la desfachatez que tenía al hombre hecho una fiera.

El sujeto en cuestión, miró finalmente por la ventana, la vista daba al jardín de la casa; fuera estaban sus empleados. Los miró, con los ojos inyectados de irritación, las mejillas rojas, la sangre caliente como plancha de chino, la mandíbula tensa y los labios temblorosos. Recordó que, escuchó muchas veces durante su fluctuante vida que: "lo que importa de una persona es su interior", entonces él, que era impulsivo y violento desde la matriz deseó realizar la extirpación de los órganos de cada persona a su servicio. Así, vería mejor su interior.

—Esto debe ser una broma —pronunció por fin, intentando sosegarse después de voltear la vista y ver otra vez el papel que había encima de la mesa (el causante del lío).

Era una nota, que representaba la número cuatro en el mes, ellas aparecían en su casa casi que por arte de magia. Una hoja blanca convencional tamaño carta, con letra impresa en fuente Arial tamaño 12, dentro de un sobre blanco o color crema.

Ni una sola huella dactilar o sucio se apreció en ellas. Un trabajo cuidadoso, limpio y, casi imposible de rastrear.

No sé tenía ni la más mínima idea de quién las escribía o quién las dejaba dentro de la casa, tampoco se entendía el significado de su presencia ni de su contenido. Eran parábolas, citas y versículos bíblicos. O quizás, simples estupideces de un necio sin oficio. El punto era, que los anónimos tenían un objetivo:

Darle a entender al Kai (ese es el nombre del sujeto afectado) que él (la persona de que enviaba las cartas) podía llegar cerca, que estaba ahí mismo. Pues, un correo, un tweet o una llamada la puede realizar cualquiera en la actualidad. Y con facilidad.

Pero, ¿meter una carta a tu casa?

Eso es otro nivel de violación de la privacidad.

Kai soltó el aire despacio, sacudió la cabeza y pensó que alarmarse era demasiado estúpido, no demostraría miedo. No podía hacerlo, en estos casos la mejor opción es permanecer como un roble. De manera que, no tendría contemplación con el bromista cuando descubriera su identidad. Le arrancaría dedo por dedo para que jamás tecleara una palabra más, y le vaciaría las cuencas de los ojos para que dejara de tener el privilegio de ver la luz del sol.

Lo haría sin dudarlo, porque él le fastidió la tarde.

Por el momento, no le dio más importancia... Otros asuntos le aterraban más, como el hecho de ser señalado por su madre por teléfono con: "eres un maldito bueno para nada, Kai...".

Esas palabras le taladraron la cabeza y le hicieron palpitar el corazón con vigor. Tanto, que parecía que el órgano se le había cambiado de lugar, lo tuvo en las orejas por un rato.

Estaba mareado, apoyó la mano contra la pared para no perder el equilibrio.

—Toda mi vida es... —murmuró, una ave amarilla lo observó desde la ventana en la que él estuvo asomado antes, cuando aborreció a la humanidad. El emplumado entrometido cantó, fuerte y pujante. Kai que tenía la paciencia en el subsuelo, gritó:

— ¡FUERA DE AQUÍ MALDITO PÁJARO! —dijo, como un lunático—. Yo puedo hacerlo... —continúo a duras penas, con la respiración acelerada.

"Bueno para nada, bueno para nada, bueno para nada...». Escuchó en su cabeza una y otra vez.

Regresó las manos a su rostro, trató de calmar su histeria. Pero un sentimiento en su interior se desbordó, corrió al baño.

Iba trastabillando por todo el camino.

Cuando entro, se tomó de la orilla del lavamanos, abrió el grifo y se colocó un poco de agua en la cara. Al subir la miraba se vio. Estaba frente al espejo, tenía la boca semi abierta y el agua destilaba de su espesa barba pelirroja.

Se quedó paralizado observándose, viendo sus ojos grandes y profundos, su pelo rojo alborotado y esa palidez preocupante.

Rasgos que despreciaba aun cuando eran típicos de su país de origen. Ese lugar que había dejado atrás hace un par de años pero que lo esperaba con ansías para un futuro prometedor.

El pálido se dejó envolver por la ira y la angustia. Golpeó la superficie pulida una y otra vez como el sapo que se da contra la pared.

Sus manos sangraron, y cuando adornó todo el lavamanos del escandaloso líquido rojo, paró. El cristal quedó hecho pedazos y él jadeando del cansancio... Aunque aquel estado le causaba un placer culposo. Era como si su sangre estaba en plena efervescencia.

—Yo puedo hacerlo... —insistió de modo extraño, con duda. La orilla del lavamanos goteaba salpicando sus zapatos Stefano Bemer—. Solo quieren asustarme —añadió mientras se lavaba las manos—. Ahora que tengo a Julia, todo mejorará —trató de decirlo con convicción pero, su voz reflejó incertidumbre—. Mi madre se tragara sus palabras —sentenció. De tal modo que, se acostó en la cama con la ropa ensangrentada puesta.

Surge la interrogante ahora, ¿quién carajos es Julia?

No es fácil de explicar, hay que contarlo con detalle, y para eso se hay que retroceder unos días atrás, cuando él la conoció.

...* * *...

^^^Lunes 20 de julio del 2020.^^^

Los robles estaban completamente llenos de hojas verdes, las aerolíneas colapsadas, las calles estaban inundadas de pantalones blancos y filas para comprar una paleta o sandía. En el hemisferio norte, era el mes nacional del helado, como es lógico; la vainilla era el sabor más popular, con el chocolate en un distante segundo lugar. El verano había llegado, y con él un tráfico infernal en el centro de la ciudad de Colintte, ciudad en la que vivió Kai.

La gente estaba como loca, y la evidencia de eso era que mientras él iba en la parte de atrás de su Audi blanco, presenció dos robos: uno de una bicicleta a un joven, y otro de un sujeto al que le sacaron algunos artículos del carro.

Él trató de mantener la calma siendo espectador del caos, tomó agua constantemente mientras bajaba del auto y caminaba a la entrada del centro comercial. Buscando hidratar su cuerpo y mitigar la probabilidad latente de una migraña.

Miró su teléfono, no había ningún mensaje importante. Por el contrario, esa semana recibió varias llamadas, su madre no le dejaba vida. Lo llamó constantemente para amenazarlo y echarle en cara lo infeliz que era teniéndolo como hijo. Pues él, se convirtió en la vergüenza de la familia:

"Borracho, inútil, incapaz de mantener una relación con una mujer decente, despilfarrador de dinero y mentiroso nato".

Así lo describió su padre en una cena de navidad delante de veinte personas más

Por lo cual, el mentiroso de primera categoría emprendió ese día una misión a título personal... Para darle un rostro a una de las mentiras que había dicho recién unos meses atrás. Era una mentira difícil de mantener y estaba a punto de ser descubierto; cuando comenzó su búsqueda. Fue a muchos lugares para encontrar ese rostro que acompañaría sus falsas historias. Tantos lugares como pudo: bares, clubs deportivos, zoológico, circos, cines, teatro y demás...

Y no encontró nada, pero no se daría por vencido tan fácil. Prefería darse un tiro en la cabeza antes de admitir que todo era una patraña.

Por eso, estaba en el centro comercial; de casería una vez más.

Pasó todo el día ahí, caminado con la barbilla clavada en el pecho, viendo por encima de los lentes de sol en su esfuerzo por conseguir una mujer especial para un trabajo incluso más especial; caminó indignado por no conseguir lo que buscaba. Cruzó algunas miradas y palabras con ciertas mujeres pero, todas resultaban simples. Entonces, sonó su teléfono:

—Mi señor, ha pasado algo muy extraño en la Villa Gandas —dijo el hombre preocupado del otro lado de la línea.

—Dime Justin.

—Alguien ha entrado a la mansión y ha teñido de color rojo una de las fuentes.

—¡Qué locura! —expresó Kai, con gracia.

—No mi señor, el agua está teñida con sangre —Kai apretó la mandíbula—. Y han dejado una nota con la letra L acompañada de los números 18 y 20. —los ojos de Kai se abrieron como dos lunas llenas—. Parece que de nuevo es una cita bíblica.

—No puede ser posible —murmuró Kai tan bajo que Justin no entendió lo que decía "Su señor".

—Mi señor, al revisar la santa escritura hemos encontrado que en Levítico 18:20 dice:

"No te acostarás con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella".

Kai se quedó paralizado, sintió como la piel del cuerpo se le erizó y la sangre la sintió helada.

—J—Justin... esto... no puede volver a ocurrir, quiero más... s—seguridad... ¡Maldita sea! —pronunció a trancas y barrancas mientras sintió náuseas.

—Sí mi señor, como usted ordene —respondió el obediente sujeto del otro lado de la línea.

Kai se llevó las manos a la boca para ahogar el grito que deseaba dar, miró a su alrededor con nervio. En la lejanía vio a sus escoltas, atentos a él. Se sumergió en la nada, era como si el mundo hubiera desaparecido por unos minutos. Él quedó con la mente en blanco y en silencio. Estaba cansado, angustiado y caminando sin sentido; leía los nombres de las tiendas de forma automática hasta que frente a sus ojos estaba:

"Librería Azcatris".

Entró con prisa, buscando un refugio para calmar su angustia. Desde luego, no se había recuperado de la noticia trágica que recibió, se mantuvo de espaldas a la sección de libros de gastronomía respirando profundo.

Mandó un par de mensajes y espero la respuesta de los mismos. Una de ellas le alivio los pensamientos: era sangre de un animal.

No era tan grave después de todo, pensó mientras suspiraba...

Escuchó un ruido.

Se giró, justo hacia la sección ya mencionada. Ahí estaba una joven de baja estatura, a simple vista se podría decir que no media más del 1,65 m, cabello castaño o cobrizo, pero no demasiado. Kai se acercó, comenzó a levantar los libros que cayeron al piso junto con una chaqueta. Entonces, fue así como los dos locos se conocieron. Porque en ese momento estaban los grandes ojos azules de Kai mirando a esos ojos pequeños color verde grisáceo de Julia L.

Ese día, después de cruzar un par de palabras en la librería y tropezar tres veces más en los pasillos del lugar, él la invitó a tomar un café y ella accedió sin preocupación alguna.

Caminaron a una dulcería cercana y comenzaron a conversar mientras esperaban su orden. Hablaron de temas genéricos como dos personas que se conocen en la fila de un banco. Kai pidió un helado de chocolate, el calor lo tenía sofocado, mientras ella... Una gelatina y unas galletas de mantequilla. Julia tenía hambre, tenía mucho tiempo esperando en el centro comercial.

Curiosamente, ninguno quiso tomar café.

Ambos hablaron de sus profesiones. Ella era arquitecto y él, economista. Seguramente, sea un poco inverosímil para muchos que siendo tan joven ya hubiese terminado la universidad y tuviera múltiples talentos y trabajos; pero es que ella hacía gala de extrañas y curiosas habilidades, entre ellas: Unos extraordinarios conocimientos matemáticos que hacían que todos los profesores de matemáticas a su alrededor se vieran como unos chimpancés con marcadores delante de un pizarrón en comparación con ella. Igualmente, una capacidad innegable para las artes: dibujar, tocar instrumentos, hacer esculturas entre otras cosas. Todo lo hacía muy bien.

Asimismo, tenía el don o defecto de memoria eidética, recordar cosas casi al detalle era normal en ella. Podía recordar citas textuales, lugares y situaciones como si una película se estuviera reproduciendo en su cabeza. Memoria fotográfica le llaman comúnmente, ella prefería llamarle:

"La peor mierda".

En ese momento, a Kai le pareció amable a pesar de que el 90% de lo que ella departía reflejaba tedio. Se mostró como una persona callada y un poco retraída aunque muy directa en cada palabra que decía. Julia era una de esas personas que al conocerla, simplemente "Caía mal" porque actuaba como si le lastimara pronunciar las palabras y como si estuviese esperando a alguien, porque conversaba con bastante lentitud y miraba constantemente a los lados. Conjuntamente, miraba por encima del hombro a los demás, era una egocéntrica cerebrito.

Él no estaba acostumbrado a lidiar con otra egolatría que no fuera la propia, o cuando mucho... Con la de su madre. Pero, pronto sabría que frente a él tenía al ser más ególatra que iba a conocer.

Cuando les llegó el pedido, ella se concentró en su gelatina, mientras él, vio la oportunidad perfecta para investigarla.

Su nombre era:

Julia Lambert.

Un nombre común, existían 123.424,00 personas con su apellido y unas 20 con la combinación de Julia Lambert en todo el país. Por suerte, pensó, no había muchas.

Lo primero que hizo fue buscar su perfil en Twitter...

Mientras la tenía enfrente degustando las galletas.

Sin éxito.

Luego, pasó a Instagram.

Sin éxito.

Finalmente, dio un vistazo al Facebook. Y tampoco tuvo éxito.

Así, descubrió que Julia era una desadaptada, ausente de las redes sociales, y eso le causó intriga. ¿Quién en pleno siglo XI no usa las redes sociales?

¡Ella!

Esa joven que devoró su segunda taza con gelatina de cereza.

Él interrumpió el silencio y le preguntó la dirección de habitación, ella con poca voz, aunque con tono dulce respondió.

Mientras, él sin disimular un poco no apartó su mirada del teléfono celular. A ella no parecía generarle curiosidad las preguntas insistentes del desconocido, ni menos su fija atención en el teléfono.

Nuevamente, hizo una búsqueda en Internet con la dirección:

Avenida 5 de Los Apamate, casa 246.

¿Qué carajo?

El sector no era un lugar peligroso, todo lo contrario. No de esos en los que los habitantes son acosados en sus propias casas o mientras van al supermercado, asaltados. No, era un sector privilegiado, de clase media, ridículamente seguro y conservador. Uno dónde los dueños de las casas mantenían las ventanas abiertas de par en par sin temor. Silencioso y solitario.

Posiblemente el Anónimo (el que enviaba las cartas) podría

estrangular a Kai en medio de la calle y nadie saldría a detenerlo. O podría cortarle los labios con el filo de hojas blancas hasta hacerlo desvariar de dolor antes de que alguien lo notara.

Se estremeció al imaginar aquello. Rápidamente, volvió a su merienda con la intrigante joven.

La última búsqueda reveló que no tenía ninguna multa, expediente policial o restricción. Era una contribuyente responsable y una ciudadana ejemplar. Con unos estudios asombrosos: arquitectura, cocina molecular, repostería, artes plásticas y piano... Adicional, amante de la gelatina.

¡La lotería!

Ella era mejor de lo que Kai imaginó jamás.

No era precisamente una mujer hermosa, tampoco desagradable. No vestía a la moda, era pequeña, con escasos conocimiento de maquillaje, no poseía un cuerpo escultural y tenía una cicatriz en la ceja derecha. Su piel era lisa, sin acné. Sus cejas eran pobladas y estaban perfectamente depiladas. Sus ojos eran verdes grisáceos, pequeños y con pocas pestañas. Tenía pecas en la nariz y algún problema de visión o tendencia a seguir la estúpida moda; porque usaba lentes de pasta negra grandes.

Sus labios eran rojos como una manzana y sus dientes alineados y blancos. Su cabello se veía brillante, suave y bien aseado.

Olía a perfume, uno bueno.

Aseguró que hablaba inglés, francés, español y alemán. Y él lo corroboró de inmediato. Porque también hablaba esos idiomas.

Una eminencia de persona... Así que él rompió todo el protocolo y sin darle más vueltas al asunto le preguntó:

—¿Julia, deseas ganarte un buen dinero? —ella sonrió ampliamente, él vio que sus ojos se hacían más pequeños, cuando sonreía.

—De cuánto estamos hablando? —preguntó. Él sonrió asombrado y sacudió la cabeza de un lado a otro. Pensó que ella sería del tipo de persona que hace muchas preguntas, pero no.

—Depende... —dijo pausadamente—, mínimo unos 3000 mil dólares en efectivo mensual —puntualizó. Ella no mostró ningún signo de asombro. Siguiendo el refrán de: "El que demuestra el hambre no come".

—¿A quién hay que matar? —bromeó, con un semblante más cómodo y llevándose un sorbo de agua a la boca.

Él emprendió su monólogo para aclarar la tarea que necesitaba de la joven. Acto seguido, ella asintio como respuesta, aceptando el trabajo sin mucho detalle.

Él estaba deslumbrado. Era como si ella fuera un imán y él, un metal. Se le hacía tan familiar, y confiable, como si la conociera de toda la vida. Y le inspiraba un sentimiento inusual.

Su nombre completo era Julia Annette Lambert Puche, en aquel entonces vivía en una bonita casa al sur de la ciudad. La propiedad era lo único que le había quedado a la familia después de la muerte del señor Julián Lambert, su padre. El señor Lambert logró entrar al negocio de la repostería cuando Julia era una niña.

Un día, uno de los trabajadores del señor Julián lo invitó a jugar al póker y a tomarse unos tragos a un casino cercano. Él aceptó y fue esa noche así como casi todas las demás noches durante muchos años....

En ese lugar dejó todo el dinero y hasta la dignidad. Cuando ya no estaba a la altura de aquel club que visitó tiempo atrás, se conformaba con jugar en un bar de mala muerte.

Entonces, fue allí donde se metió con malas personas.

El día en el que Julia cumplió sus once años no esperaba nada de sus padres. Con todo, su madre recibió un dinero extra cosiendo ropa para sus vecinos y compró una linda tela verde y le hizo un vestido hermoso. Esa noche horneó un pastel y lo decoró con mucho merengue y lluvia de colores. Julia estaba feliz por su cumpleaños, cosa que era extraño porque siempre fue una niña "diferente" al igual que su padre; por usar un término simple para describirlos.

Pero esa noche la felicidad le duró hasta que llegó su progenitor borracho como siempre, oliendo a whiskey barato y basura, pero esa vez no fue solo. Llegó con dos amigos del bar: uno era alto de piel morena y cabello rizado. El otro era gordo, pequeño y pelirrojo.

Ellos comenzaron a rebuscar por toda la casa. El pequeño Evan, hermano menor de Julia, lloraba fuerte y el hombre gordo ordenó que lo sacaran de la casa (doña Filipa lo sacó en brazos a las escaleras principales). La pequeña Julia estaba parada inmóvil detrás de la mesa con su pastel de cumpleaños y su lindo vestido verde, sus ojos brillaban y se veían hermosos. Estaba muy callada, no hacía ningún ruido hasta que el pelirrojo notó su presencia. Se acercó y entonces ella comenzó a incomodarse. Él beso su mejilla y acarició su cabello castaño cobrizo; ella sintió nauseas porque él olía mal, era una mezcla de alcohol con sudor repugnante. La tomó de la mano y la llevó frente al moreno, don Julián los miró fijamente. Se alteró un poco y comenzó a pedirles que dejarán a su pequeña en paz. Frank, el hombre moreno, sacó de su chaqueta de cuero un revólver y comenzó a discutir con Julián. En un instante, la pequeña y el pelirrojo desaparecieron.

—¿Dónde está mi hija?, ¡ese hijo de puta! —gritó como un loco mientras Frank trató de calmarlo—. ¡LOS VOY A MATAR, JURO QUE LOS VOY A MATAR! —sentenció. «No saben quién soy». Pensó.

De pronto, de una de las habitaciones se oían los gritos de la pequeña, pero al cabo de cinco minutos solo se escuchaba un murmullo. El hombre pelirrojo reía fuerte mientras ella con poca voz le suplicó que parara. Doña Filipa (la madre de Julia) escuchó los gritos y entró de nuevo a la casa, desconsolada comenzó a forcejear con Frank mientras tenía a Evan en los brazos. Entre empujones él la golpeó y la envió al suelo con todo y el niño. La voz de la niña (Julia) se había apagado y la señora Filipa comenzó a suplicar que se apiadaran de ellas, tirada en el suelo. Frank aturdido por los gritos de Evans y de la madre, no supo qué hacer, caminó hacia la habitación y dijo con voz fuerte y clara.

—MICHAEL, DEJA A LA NIÑA.

—¿Por qué? —reprochó el hombre exaltado.

—¡Déjala en paz! —gritó de nuevo golpeando la puerta con el revólver.

Esa noche después de que Frank y Michael decidieron irse, la pequeña no dijo ni una palabra, estuvo sentada a un lado del colchón, sin su vestido verde y con sus ojos rojos, tan rojos como la sangre que recorría sus piernas. Entonces desde allí la "diferente Julia" se convirtió en una persona aún más diferente, con un odio escalofriante hacia los hombres abusadores o borrachos, además de que desarrolló una extraña afinidad hacia su perturbado padre.

Volviendo a la intensión principal.

—No le dé más vueltas al asunto —sugirió la joven—, porque no necesito conocer sus motivos —él se emocionó notablemente—. Me interesan solo los límites y los beneficios del trabajo, fin. El resto... En su asunto.

..._________________...

...La UNODC resaltó especialmente el caso de Venezuela, donde se ha registrado "el más dramático incremento" de la tasa de homicidios, al pasar de 13 a 57 por 100 mil habitantes entre 2012 y 2017....

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