En la habitación de un hotel de cinco estrellas, un hombre aún jadeante estaba recostado en la cama, mientras que una linda y joven chica estaba acurrucada a su lado.
El teléfono celular de Adolfo Sáenz sonó, no tenía intensiones de contestar, acababa de tener una tarde de grandioso sexo con su secretaria.
La chica es joven y candente, no hacía bien su trabajo como secretaria, pero a final de cuentas Adolfo no la contrato por su inteligencia sino por sus excelentes caderas, sus enormes y provocadores senos y sus buenas habilidades para la seducción.
No quería que nadie ni nada le arruinaría la satisfacción que acababa de tener, sin embrago el teléfono celular seguía sonando sin parar.
Por un momento pensó que era su actual pareja, tenía la mala costumbre de llamarlo cuando estaba ocupado.
Era como si ella tuviera un radar que le avisaba que le estaba siendo infiel, siempre era una secretaria diferente, las tenía a su lado aún fueran pésimas haciendo si trabajo, estaban con él hasta que Wendy se cansaba de soportarlas y hacia lo posible por despedirlas y en la mayoría de los casos de una forma vergonzosa.
Wendy no era una mujer fácil, tampoco era tan tonta para dejar que alguien le arrebatará lo que había logrado con mucho trabajo.
Pero ,Wendy, que otra cosa podía esperar de Adolfo, se conocieron por el trabajo ella también fue una de las secretarias que pasó por su cama, a pesar de que sabía que Adolfo era un hombre casado aceptó el turbio romance que los llevó a engendrar dos hijos.
Mientras que, Celia, la penosa esposa había intentado embarazarse por años sin tener éxito.
De alguna forma Adolfo sintió que sus acciones eran las adecuadas, abandonar a la esposa inútil y estar con la madre de sus hijos, además de que era un poco más joven y era mucho mejor amante.
El teléfono celular seguía sonando hasta que a regañadientes extendió el brazo y lo alcanzó, estaba en la cómoda junto a la cama.
De forma perezosa contestó.
— Diga
— ¿Señor Walls?
— Si, el habla – respondió molesto
— Le llamo del hospital metropolitano .
Tenía mucho tiempo que no era llamado por el apellido Walls, era un apellido que había usado para poder casarse con Celia, pero en cuanto la dejo retomo su apellido original, de forma que no tenía intenciones de escuchar a su interlocutor.
— No tengo ningún negocio ahí así que colgare – respondió de mala gana.
— No, no, por favor, aquí esta la señora Celia Walls, su esposa, ella tuvo un accidente automovilístico y esta gravemente herida.
— Como le dije, no tengo ningún negocio ahí ni con esa mujer – Adolfo se estaba comenzando a impacientar, su excelente tarde comenzaba a empaparse por esa llamada.
— Señor ¿entonces que hacemos con su hija? – pregunto el enfermero al que Celia le había pedido el favor de llamar a su esposo.
Adolfo se incorporó y preguntó de forma urgente.
— ¿Qué hija?
— La señora pidió que se le llame, dice que está niña es su hija, pero si no quiere venir por ella llamaremos a servicios infantiles, la señora tiene pocas posibilidades de sobrevivir y dice no tener más familiares que usted.
Adolfo dudo que lo dicho por el interlocutor fuera cierto, Celia había intentado embararce varias veces y nunca lo logro, tal vez eso era una llamada de broma, si Celia realmente estaba en el hospital ya no era su asunto, después de que él la saco de su casa y comenzó a vivir con Wendy lo que le pasará a esa mujer ya no era de su incumbencia.
— Por mi pueden hacerlo – respondió de forma indiferente.
— Lamento haberlo molestado – Dijo con tristeza el enfermero que realizó la llamada.
Una mano femenina se deslizó por la cintura a el hombre y pronto llegó a su entrepierna, había encontrado la parte que deseaba volver a estimular.
— ¿Quién era cariño? – dijo la mujer con voz suave y seductora.
— Un fantasma – respondió mientras se dejaba llevar nuevamente por los suaves movimientos de la mujer.
— Que bueno que un fantasma y no un hijo perdido, sabes lo costoso que sería que alguien te pidiera manutención.
Adolfo no había pensado en eso, tenía cinco años que había echado de su lado a su esposa y había llevado a su amante a vivir a su casa.
Wendy también fue su secretaria y tuvo una aventura con ella, pero todo se complicó cuando ella se embarazo, su primer embarazo lo vivió en las sombras pero cuando se embarazo por segunda ocasión le exigió a Adolfo reconocer a sus hijos.
Celia era una mujer tímida y responsable, pero que no le había podido dar hijos así que la decisión fue fácil, sacó a su esposa de su propia casa, la redujo a ser echada como a un perro.
Adolfo se resistía a irse pero al final se levantó de la cama pensando en el comentario de su pequeña amante y se dirigió al hospital metropolitano.
Sentada en una banca estaba una pequeña niña de cuatro años, era muy bonita se parecía a su madre pero también tenía una mirada profunda como la de él, no había dudas esa niña era su hija.
La niña tenía la carita triste y se notaba que había llorado muchísimo.
Celia aún estaba con vida cuando Adolfo llegó al hospital, al parecer estaba esperando por él.
En cuanto llegó el enfermero que le había llamado lo hizo pasar a la habitación de Celia, él entró con un poco de enfado el cual se disipó en cuanto vio el pálido y delgado rostro de su aún esposa.
A pesar de que Adolfo la había echado nunca realizó el trámite de divorcio, no era por amor o respeto, simplemente no quería darle ninguna cantidad de dinero como compensación, su avaricia era enorme.
Por un momento tuvo remordimientos pues esa mujer que estaba en la cama había sido la mujer que más lo amo de forma sincera, sin embargo él siempre fue un mujeriego, ella le perdonó todo hasta que Wendy le exigió que reconociera a sus vástagos y tomará su lugar como esposa de Adolfo.
Wendy era una mujer un poco más joven que Celia también sabía cómo seducirlo y para un hombre que se guía por sus bajos instintos no faltaron escusa para alejar a su esposa y quedarse con su amante.
En cuanto Celia lo vio una sonrisa de tristeza se dibujo en su rostro. Había tanto tiempo que no lo veía que su corazón le dolió al verlo cruzar la puerta y acercarse a ella.
Su cuerpo estaba golpeado, su rostro estaba muy pálido y sus labios que alguna vez fueron colos fresa, ahora eran pálidos como los de un fantasma, seguía siendo bella pero ya no tenía la jovialidad de antaño, los años no habían sido amables con ella, se notaba que había adelgazado y se veía demacrada.
Con su último aliento le pidió que se acercará.
— Adolfo, esperó que ahora tengas la vida que quieres. Que seas feliz – su rostro sonreía pero su mirada era triste tanto que era inevitable no sentir pena por ella.
— No hables ahora ya tendremos tiempo para charlar cuando salgas de aquí.
Celia quería reír pero un ataque de tos le impido hacerlo, la tos tenía sangre que salpicó y mancho la corbata de Adolfo, eso hizo que se molestará, pero trato de contener su molestía.
— L-lo siento, no fue mi intención – dijo Celia apenada y con voz temblorosa.
— No te preocupes mi corbata solo cuesta unos cuantas libras.
— Pero será mejor que hablemos más tarde – Adolfo se levantó de la silla donde estaba sentado y se disponía a salir.
Haciendo un gran esfuerzo Celia lo tomó por el dobladillo del saco y le suplicó
— No, no te vayas ... cof ... cof ... es algo importante ... cof ... cof – Celia se esforzaba por hablar, pero no habría otro momento y tenía que hacerlo aunque su pecho le doliera con cada intento.
Adolfo vio que había una jarra de agua y un vaso, sirvió un poco y ayudo a Celia a sentarse y le dio de beber.
Después de unos cuantos sorbos Celia pudo hablar un poco mejor.
— Adolfo sé que me odias, no sé la razón pero ahora que me tengo que ir de este mundo te pido que cuides de nuestra hija.
— ¿Cómo sé que no me estás mientiendo? ¿qué esa niña de afuera no es de otro hombre?
— Adolfo nunca te mentiría pero si crees que mi amada Zara no es tu hija puedes irte, solo espero que ella algún día te perdoné por abandonarla a su suerte.
— Supondremos que es mi hija, que es lo que quieres que yo haga, ahora tengo una nueva vida, Wendy nunca permitirá que ella viva con nosotros si sabe que es nuestra hija.
Grandes lágrimas rodaron por los ojos de Celia
— Te lo ruego, no tengo más familia que tú, mi padre me exilió cuando me case contigo, mi hermano aún no me perdona, todos me dieron la espalda, mi pobre hija no tiene a dónde ir – Celia lloraba y si voz era suplicantes, su pecho se hundía, su respiración era cada vez más pesada.
— Haré lo que pueda pero no te prometo nada – respondió de mala gana y un poco de culpa.
Cuando Adolfo enamoro a Celia la persuadido para que se cansarán a escondidas, algo de lo que el padre de Celia reprobó de forma contundente, después de eso, se fueron a vivir lejos para castigar al viejo, pero al final Celia termino sola, sin su familia y sin su esposo.
— Por favor aunque no viva a tu lado no la abandones, es tu sangre.
— Está bien, yo me encargaré de ella.
— La puedes traer por favor, necesito despedirme de ella.
Adolfo salió y llamo a la niña, ella brinco de la silla donde había pasado por mucho tiempo, sus frágiles piernas temblaron, pues había estado en una sola posición por horas.
Estaba por caer cuando su padre la alcanzó evitando que se estrellara contra el piso frío. La niña levantó sus lindos ojos y le sonrió de forma tímida.
— Gracias señor.
Ambos entraron en la habitación, Zara corrió al lado de su madre y le agarró la mano.
— Mami, ¡vámonos a casa! !vámonos! – la niña comenzó a sollozar mientras se aferraba a la mano de su madre.
— No puedo irme contigo mi pequeño bebé – le dijo mientras le acariciaba el cabello, la niña se sentía feliz de estar cerca de su madre desde que llegaron en la ambulancia las habían separado y después de horas de espera pudo reunirse con ella.
Afortunadamente Zar no había tenido daño alguno, al ver la evidente colisión Celia protegió a su hija con su propio cuerpo. Quién pensaría que era su último acto de amor por ella.
— Mami entonces yo me quedaré aquí contigo y te cuidaré – la niña se subió a la cama y se acurruco al lado de su madre.
Celia la abrazó, siguió acariciando su cabello suave y cariñosamente.
— No te puedes quedar aquí conmigo, hay muchos gérmenes y te puedes enfermar, pero mi amigo, mi mejor amigo Adolfo cuidará de ti de ahora en adelante – Celia levantó su mirada y vio a Adolfo, en el fondo de su corazón rogaba para que él se conmoviera por su pequeña y linda hija.
— No, no mami, no quiero irme con nadie, quiero estar contigo, ¡mami no me dejes! – a pesar de la enorme tristeza la niña lloraba de forma silenciosa.
La niña lloraba desconsolada, no quería separarse de su madre pero después de que se quedó dormida por el llanto, su madre le tomó la mano a Adolfo y le suplicó no la dejará desamparada.
Su último aliento lo utilizó para suplicar que velará por su hija. Cuando el médico entró Celia ya había fallecido, su cuerpo comenzaba a enfriarse.
Adolfo estaba en la silla a un lado de la cama su mano aún sostenía mano de la mujer que en vida fue su esposa abandonada, él fue malo, fue cruel pero ella lo llamo para entregarle al ser que más amaba en el mundo, a su hija.
No hizo reclamos ni lo maldijo.
Adolfo sintió varias agujas que se clavaban en su corazón.
El médico le dijo que no tenían que preocuparse por la mujer, ella ya había dispuesto como se manejarían sus restos, había contratado un seguro y ya se habían contactado con ellos, también dejó una pequeña suma de dinero para la manutención de su hija la cual la misma aseguradora le haría llegar.
Adolfo tomo a la niña y la cubrió con su saco y la llevo a su auto.
Solo le pidió al médico le notificará como dispondría del cuerpo de Celia, sabía que no era el indicado para hacerlo, pero no quería permanecer más tiempo en ese lugar, el olor a desinfectante nunca le había agradado y la imagen de Celia muriendo y rogando era algo que deseaba sacarse de la mente lo antes posible, no quería que su duro corazón comenzará a pesar.
En el auto escuchó el ruido sonido que hizo el estómago de la niña, seguramente había pasado mucho tiempo desde que había tomado sus últimos alimentos.
El médico le dio a Adolfo el bolso de Celia, en el llevaba las llaves de su casa y su cartera donde estaban sus identificaciones y tarjetas bancarias.
Adolfo tenía la dirección del pequeño departamento donde vivía Celia con Zara, así que no dudo en ir a recoger algunas de las cosas de su hija.
Después dispondría del lugar y la mudanza.
Cuando llegaron al lugar no se veía que fuera un lugar pobre pero tampoco era un lugar lujoso, el departamento era pequeño, apenas con una habitación, pero estaba muy bien decorado, Celia siempre fue una mujer elegante y eso se notaba en cada rincón del lugar .
Adolfo acostó a la niña en la cama y fue a la cocina, comenzó a preparar una sopa sencilla.
La niña despertó y se floto los ojos, vio que estaba en su hogar y percibió el delicioso aroma de comida recién hecha.
Brinco de la cama y corrió a la cocina mientras gritaba con entusiasmo
— ¡Mami! ¡mami! ... – repetía con alegría.
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La niña entro corriendo a la cocina para dar un fuerte abrazo a su madre, pero se detuvo al ver qué no era ella sino un hombre de 40 años al cuál solo había visto una vez.
Se quedó observando tomando valor para preguntar que hacía ahí.
Pasaron los minutos y Adolfo aún no se percataba de su presencia, estaba tan distraído en sus propios pensamientos que al tomar una cuchara que había estado en contacto con el fuego se quemó.
- ¡Maldita sea !, ¿Por qué me pasa esto a mí? - el hombre grito mientras ponía su mano en el chorro de agua fría que salía del grifo.
Zara salio corriendo sin ser vista, poco después regreso con un botiquín de primeros auxilios, le jalo la ropa al hombre y él la fulmino con una mirada fría.
- Yo te curaré -le dijo mientras abría el botiquín.
Adolfo no pudo evitar pensar que Zara al igual que Celia tenían un espíritu amable y su mirada era limpia y transparente.
Él dejo que la niña le pusiera medicamento y una bandita.
- ¿Haces esto muy seguido?
- Si, a veces, cuando mamá sale a trabajar y quiero calentar algo, ella ya me enseño como pero a veces lo olvido.
- ¿Te deja sola mucho tiempo?
-Mi mami tiene que trabajar mucho y a veces aún que esté la dejo descansar y yo le caliento la cena - la niña le sonrió con orgullo.
- ¿No tienes papá?
- No, mi mami dice que mi papá es un hombre muy guapo y bueno, que se fue de viaje a trabajar muy lejos pero que él regresará por nosotras.
- Ella te ha enseñado una foto o algo de él. - No, nunca, pero tiene una foto de usted en ocasiones la mira y llora.
- Tu mamá se fue con tu papá a un lugar muy lejano, ella estará lejos por mucho tiempo y me pidió que te cuidará.
- Pero ... yo quiero ir con mi mami, no quiero estar lejos de ella - la niña comenzó a sollozar nuevamente, pero era un llanto tímido y silencioso.
- No te puedo llevar a mi casa pero te dejaré aquí y te traite comida todos los días. ¡Estas de acuerdo!.
Zara solo asintió con la cabeza, era muy pequeña para entender que ese hombre la veía solo como a un animalito al cuál dejaría en asinamiento.
La pequeña comió la sopa que hizo Adolfo, olía mejor de lo que sabía, pero su mamá siempre le dijo que no era bueno desperdiciar la comida así que la comió sin protestar.
En su mente pensaba que si se portaba bien tal vez sus padres regresarían más rápido.
Por un par de semanas Adolfo iba y le dejaba algo de comer, comida rápida por lo regular, la niña se bañaba sola pero estaba cada vez más delgada y triste, estar sola por ese período estaba acabando con ella.
Fueron casi 168 horas viviendo absolutamente sola, Adolfo solo dejaba algunas bolsas y de inmediato se iba, ella le sonreía al principio después de su sonrisa se fue apagando.
Lloraba por su mamá, ella no la había vuelto a ver no sabía de ella después de la última vez en el hospital, en su pensamiento repetía ese momento una y otra vez.
Pensó que tal vez ella se había portado mal y que por eso su madre la había abandonado.
Un sentimiento de culpabilidad comenzó a crecer en su interior.
Lo único que podía hacer era ver televisor o mirar por la ventana.
Un día cuando Adolfo llegó no encontró, busco por todos lados, la encontró tirada en el baño, había vomitado tanto que había rastros de sangre en su vómito.
Él la levantó y la llevo al hospital, el diagnóstico era que estaba anémica, que tenía gastritis aguda, cuando le preguntaron a Adolfo sobre la alimentación y horarios de comidas Adolfo no sabía si tenía horarios, si hacía sus tres comidas, después dijo lo que le dejaba de comer en ese momento fue regañado por el médico.
La comida rápida está preparada con exceso de grasa, de conservadores, colorantes, saborizantes, entre otros, se recomienda comer ese tipo de alimentos una vez a la semana por mucho. Zara los había comido por una semana.
La gastritis no era solo por la forma sedentaria de la alimentación, Zara comenzaba a deprimirse, estaba sola y triste, para una niña de su edad eso era demasiado fuerte.
Después de que dieron de alta a Zara, Adolfo no tuvo más opción que pasar más tiempo con ella, contrato a una persona que la cuidará tiempo parcial, no podía estar sola pero él de verdad no quería gastar en ella. Wendy se daría cuenta si comenzaba a aumentar sus gastos de forma súbita y sin explicación.
El dinero que había dejado Celia estaba por terminar, no quería ocupar su propio dinero en mantener una niña a la cual no veía como su familia.
Contratar a una niñera implicaba que se acabaría el dinero más rápido de lo planeado.
Comenzó a pasar más tiempo con Zara pero Wendy se dio cuenta que Adolfo estaba actuando de forma muy diferente.
Su pensamiento de inmediato fue que tenía una amante, ya sabía que él era mujeriego pero no permitiría que otra mujer le quitará su puesto como señora de la casa.
De esa forma fue como lo comenzó a seguir, sólo pasado algunos meses cuando Wendy descubrió a dónde iba y vio a Zara, su se perturbó, creyó que esa niña era como su juguete sexual, la simple idea la asqueo.
Ella llamo a servicios infantiles para que intervinieran. El día que llegaron Adolfo llevaba una hora en el pequeño departamento, Wendy siguió a los agentes de Servicios infantiles y miró toda la escena a escondidas.
Tocaron la puerta.
Adolfo fue a abrir, era raro que alguien fuera a ese lugar, pero aún así abrió.
- ¿Quienes son y quieren qué?
- Señor tenemos información de que en este lugar tiene una menor de edad, queremos saber que parentesco tiene con ella.
- No hay nadie aquí, estoy solo yo.
- Señor permítanos entrar.
Los agentes hicieron a un lado a Adolfo y entraron, en el sillón frente al televisor estaba Zara con un cuadernillo estaba haciendo un dibujo.
Su linda sonrisa infantil había regresado y miró a los agentes
- Hola pequeña, ¿Cómo te llamas?
- Soy Zara.
- ¿Cuantos años tienes? La pequeña Zara contó con sus dedos y al final mostró 4 deditos arriba.
- ¿Dónde está tu mamá?
- Se fue lejos a trabajar con papá.
- Está persona que está aquí, ¿Lo conoces?
- Si, es el señor Adolfo, es amigo de mi mamá, le pidió que me cuide mientras ella regresa.
- ¿Te lástima o te ha lastimado? - Zara no entendía esa pregunta, así que no contesto y miro con ojos de confusión.
Los agentes de Servicios infantiles decidieron que se llevarían a Zara, ella debería que pasar por un examen médico para evaluar si había sufrido algún tipo de abuso.
Adolfo intervino.
- No se la pueden llevar - jalo a uno de los agentes y le dijo en voz baja - su mamá falleció, ella era mi amiga y me pidió que la cuidará, no tiene familia, solo cuenta conmigo.
- Necesitamos ver el certificado de defunción de la señora y los documentos que lo acrediten como tutor.
- No tengo nada de eso, puedo ir al hospital donde estuvo internada y conseguir el certificado pero no el documento de tutor, ella me pidió que me hiciera cargo de su hija en el lecho de muerte.
- Hay alguien que pueda confirmar lo que dice.
- Si, si, el médico y el enfermero que estaban de turno, uno me llamo y el otro estuvo en la habitación cuando ella me encargo a su hija.
- Está bien, investigaremos, mientras los servicios infantiles se llevarán a la menor.
Adolfo no tuvo más opción que aceptar, a pesar de que he pasado pocas semanas él ya se había encariñado con Zara, su buen carácter ayudaba mucho, era obediente y nada caprichosa.
A diferencia de sus hijos con Wendy que eran desobedientes, rebeldes y voluntariosos.
Wendy no dijo nada, permaneció en silencio solo veía como Adolfo hacía su rutina normal, pero sabía que había ido a visitar a Zara al albergue, también sabía que había continuado con el seguimiento para que le otorgarán la tutela de Zara, pero en ningún momento vio la si existía algún parentesco.
Cuando el fallo de la Corte de lo infantil salió fue cuando empezó el infierno que Zara tuvo que vivir casi por 14 años.
La Corte le dio la tutela a Adolfo, pero la niña no podía vivir sola en el departamento que dejo su madre.
Así que tuvo que llevar a Zara con él a su casa, cuando Wendy lo vio llegar con una niña de la mano su rostro se puso verde.
Lo primero fue una discusión, gritos y maldiciones se escuchaban.
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