—Daniel… Tengo miedo…— La chica lo abrazó, ambos temblaron, él la besó en un intento por calmarla cuando oyeron la puerta temblar, sabían que pronto no sería de protección. No había dónde escapar, incluso intentar esconderse para huir era inútil. Él se preguntó qué debía hacer, sabía que lo que les esperaba no sería nada agradable. Por un momento deseó morir allí mismo, pero la chica no correría la misma suerte que él, quedaría sola contra todos, incluso si en el momento no la dañaban, luego estaría en una tortura aún peor. Suspiró al verla, preocupado por lo que los esperaba, no sólo del otro lado de esa puerta, sino además del martirio que soportarían luego.
Sabía que no tenía mucho más que hacer, presentar algo de resistencia, ganar algo de tiempo, incluso si no era mucho, no quería rendirse tan fácilmente. El mayor preparó su arma y apuntó al frente una vez la puerta cedió. Abrió el fuego, ocultando a la joven detrás de sí para que no llegase ningún disparo hacia ella. Pronto sintió un dolor agudo y ardiente en el estómago, maldijo antes de que sus rodillas flaquearan. Retrocedió ante el impacto intentando contener el dolor que se vio reflejado en su cara, la chica se puso delante de él, declarando el alto al fuego, no podían dañarla, él miró su arma, tirada en el suelo, no podía alcanzarla tampoco, la chica la había alejado para poder detener el tiroteo.
—¡Daniel!— La joven lloraba una vez logró los disparos cesaran, él sonrió levemente pese al dolor del disparo. La joven se tiró a su lado, cubriéndolo con su cuerpo, tratando de detener la hemorragia con sus manos, luego de haber logrado encontrar la bala con la facilidad de una experta, sus manos ahora estaban manchadas de aquel líquido carmesí. Estaba desesperada, el que había sido su hogar por tres años ahora estaba destruido, su amado herido de gravedad y ambos estaban a la espera de algo aún peor. Se concentró en la herida, puso mucha de su energía en únicamente en detener la hemorragia, era grave, pero prefería pagar el precio ella que verlo morir.
—Lira… No lo hagas…— Murmuró él; sin embargo, ella no cedió, usó su poder para sanar la herida en el abdomen de su amado. Las lágrimas salieron de esos ojos verdes sin que ella pudiera evitarlo, era ella la que sentía el dolor de la herida, lo besó antes de caer inconsciente con las lágrimas de dolor en sus ojos. Él aún no podía levantarse, pero no por el dolor, sino por sostenerla a ella junto a su pecho, las armas seguían apuntándoles, pero con ella inconsciente, nada podía hacer más que rendirse.
Y allí estaba ahora, saliendo del que había sido su hogar y refugio, de la esperanza que tuvieron luego de su escape, luego de todo lo que les había costado salir de aquella vida. Cargando a la joven inconsciente mientras que los científicos le apuntaban, aunque sabían que no podían matarlo, él era lo único que mantenía a Lira bajo control. Le habría encantado tomar su arma y matar a alguno antes de rendirse, tomar venganza por la forma en que les estaban volviendo a arrebatar la vida que les había costado obtener, pero Lira se había asegurado de que eso no fuera posible antes de caer inconsciente. La joven siempre pensaba en todo para mantenerlo a salvo.
Habían pasado tres años desde la huida de ambos del laboratorio, ella era la hija de un arcángel, el arcángel Rafael, encargado de la sanación. Una vez más la humanidad demostró su crueldad, arrebatándola de los brazos de su madre cuando ella tenía cinco años, cuando su padre no pudo continuar protegiéndolas por tener que ir a cumplir con sus labores y alejarse del mundo tan impuro donde vivían su amada y su pequeña.
Ellos se conocieron unos años después, cuando Lira tenía ocho años de edad y él doce. Él era hijo de uno de los científicos, específicamente del director del laboratorio, y era uno de los pocos con los que permitían que Lira interactuara. Aunque Silver, su padre, no estaba del todo de acuerdo con aquello, Will, uno de los científicos que trabajaba específicamente con Lira, lo convenció de permitirlo por lo beneficioso que sería para ambos niños interactuar con el otro.
La joven se quejó entre sus brazos, debido al dolor que le provocaba haber usado sus poderes y la herida que había tomado para salvarlo; sin embargo, permanecía inconsciente por toda la energía que había utilizado en el proceso.
Se metió al vehículo blindado mirando a todos los demás con rabia, sostenía a la joven, no iba a permitir que ninguno de aquellos hombres le pusiera una mano encima y menos aún estando en ese estado. Acarició la mejilla de la chica, estaba preocupado, hacía mucho tiempo que ella había dejado de emplear sus poderes y ahora se había sobre exigido para salvarlo. Si había algo que sabía de los sanadores era que la sobre exigencia podría y terminaba matándolos, rezaba para que no fuera el caso de la joven.
En el camino nadie habló, al menos no hasta que la joven comenzó a quejarse, aún inconsciente. Uno de los científicos le apuntó con su arma, molesto ante la chica y sus quejas del dolor, estando ella al borde de la inconsciencia total.
—Haz que se calle…— Ordenó este, el joven lo miró mal, preguntándose qué tan idiota podía ser, era imposible que aquel fuera un científico contratado por su padre. El nivel del personal y su inteligencia había decrecido si habían tomado a aquel tipo.
—¿Hay algo importante que deba escuchar y yo no me di cuenta? Porque no hay forma en que ella pueda callarse solamente porque lo ordenes, está inconsciente…— Se contuvo para no insultarlo, tocó la frente de la joven con suavidad, tenía fiebre, por un momento la joven se calmó ante su tacto, unas lágrimas cayeron por su mejilla y él las secó. Acomodó un pequeño mechón de cabello rubio que cubría su frente con suavidad.
Él suspiró, miró a la joven y se sintió impotente, había jurado que nunca volverían allí, que no permitiría que se la llevaran otra vez. Y allí estaban de nuevo como si se repitiera una vieja escena, una que tanto habían tratado de olvidar. Y no tenían más escapatoria, no tenían esperanza al volver a ese punto.
Lo obligaron a bajar del vehículo una vez estuvieron en la entrada del sitio, habían reforzado la seguridad desde su huida, eso era evidente.
La chica había despertado; sin embargo, él le murmuró que fingiera hasta que estuvieran seguros, ella obedeció, sabía que sería lo mejor para ambos.
Los dejaron en lo que alguna vez había sido su hogar, más bien la prisión que habían diseñado para la joven. El lugar en sí no había cambiado, pero el cambio en la seguridad ahora no haría de escapar algo como tres años atrás, seguramente habían cambiado los códigos de seguridad, instalado nuevas alarmas, cambiado las rutinas del personal, entre otros cambios que no serían evidentes. Los conocimientos que alguna vez habían servido ahora solamente serían útiles en caso de querer suicidarse, algo que no podía permitirse teniendo a la joven dependiendo de él. Debían escapar, no le iba a fallar, no iba a permitir que la encerraran más tiempo del que ya había sufrido.
Dejó a la joven sobre la cama y se sentó a su lado, suspiró frustrado y la chica abrió los ojos, se sentó frente a él y acarició su rostro con dulzura.
—Lo siento, Lira… Esto es mi culpa…— Ella sonrió levemente y dejó un beso suave en sus labios.
—Estaremos bien, Daniel…— Murmuró ella y él suspiró deseando que tuviera razón.
Pasaron unos minutos antes de que un ruido los hiciera temblar y mirar al lugar del que provenía, sobresaltados. La puerta se abrió luego de escucharse el panel con el código de seguridad, fue cuando entró el hombre de las pesadillas de Lira, quien tanto odio provocaba incluso a su propio hijo. Su cabello negro y aquellos ojos de color gris semejantes a la plata líquida habían estado cientos de veces en las pesadillas de ambos jóvenes que ahora estaban petrificados. La chica tomó la mano de Daniel, que miraba a su padre con desprecio por ser el causante de todo lo que les había pasado y lo que les esperaría en adelante. Era bastante obvio que no habría nada agradable para ellos, habían escapado de su control y él no estaba feliz por eso.
—Daniel, Lira… Me alegra tanto tenerlos de vuelta…— El hombre sonrió de manera macabra, el joven se puso delante de la chica rubia que temblaba sentada en la cama en un intento de defenderla, prefería lo que sea que le esperara a él antes de que la chica sufriera. Su padre sonreía, como si aquello fuera lo que se esperaba, siempre había protegido a la joven sanadora, sabía que se sentía culpable de no haber hecho lo mismo cuando era más joven. Aquel viejo trauma se veía en la preocupación y la protección que brindaba a la joven rubia.— Espero que hayan disfrutado de sus vacaciones, porque arruinaron todo el trabajo que hicimos por años… ¿Es una verdadera lástima, no? Aunque, bueno… Es obvio que gracias a eso ustedes tendrán que contribuir a arreglar lo que causaron…
—No pensamos ayudarte a ti ni a nadie con nada… ¿Te queda claro?— Escupió el joven de ojos grises a su propio padre, levantándose, la chica lo miró aterrada, queriendo detenerlo, sabía que la agresividad dirigida a Silver solamente empeoraría la situación, pero el joven estaba demasiado enojado como para pensarlo. Le había quitado su vida, su hogar y los volvía a encerrar, no era algo que quedaría impune, iba a hacerlo pagar por todo el daño, no podía permitir que se saliera con la suya, que siguiera manchando sus manos con sangre inocente.
El hombre lo golpeó haciéndolo trastabillar, se hubiera caído y golpeado con la pata de la cama si la joven no se hubiera levantado a ayudarlo justo a tiempo para evitarle aquel golpe. Ella se quedó mirando a Silver con miedo e intentando usar su energía para calmar el ambiente, pero aquello era imposible con el odio del muchacho y la energía sádica del hombre, una sola sanadora y estando tan débil no podía purificar toda la energía del lugar.
—Daniel… Tan insolente como siempre… Ni en presencia de un ángel te contienes y demuestras respeto por tu padre, eres igual a la zorra de tu madre…— Él quiso lanzarse a golpearlo ante la mención de la mujer. Con la rabia y el dolor agobiante de la muerte de su madre tanto tiempo atrás, quería un ajuste de cuentas; sin embargo, la chica lo abrazó para tratar de contenerlo. La escuchó sollozar y tuvo que ceder, ya estaba asustada, no quiso empeorar la situación, suspiró tratando de contener la rabia que sentía. Tomó los brazos de la chica para hacerla saber que no pelearía, al menos no frente a ella, ya estaba demasiado preocupada, si la seguían presionando, colapsaría, sentía cómo forzaba su energía a intentar calmar el ambiente, eso le haría daño si ninguno de los dos cedía.
—No te atrevas a hablar de mi madre… No cuando tú eres quien lleva su sangre en tus sucias manos…— Murmuró él con rabia. La chica lo abrazó más fuerte, para hacerle saber que estaba allí, para no dejar que se perdiera ante la violencia y maldad de su padre, ni tampoco ante el peso amargo de todos los recuerdos arrebatados por su padre.
—Daniel…— Murmuró la joven.— No quiero que te haga daño…
Ante su súplica, él agachó la mirada, Lira lo necesitaba, por eso no se movió de su lugar, sino su pasado lo hubiera impulsado a atacar a aquel hombre pese a compartir su sangre.
—¿Ves? Hasta la dulce y dócil Lira debe contenerte… No puedo creer que la sucia de tu madre te haya educado de esta manera, ¿nunca aprendiste modales, cierto?— Silver lo estaba provocando, quería provocar al muchacho hasta que intentara atacarlo. La muchacha tembló cuando el joven pelinegro se separó de ella, sabía que estaba por golpear a su padre y no podía detenerlo. Estaba tan débil que si se metía en medio temía llegar a recibir el daño de alguno de los dos, no podía permitírselo, apenas podía mantenerse en pie. El hombre le apuntó con un arma a Daniel, ambos sabían que el arma estaba cargada y era obvio que dispararía si tuviera que hacerlo.— Lira… ¿Qué tal si te acercas para que pueda verte, linda?
La joven dudó, pero juntó el valor para acercarse, Daniel, no obstante, la tomó de la mano para impedir que se alejara demasiado. Asegurándose de estar a la distancia que le permitiera actuar en caso de ser necesario, miraba a su padre como señal de advertencia, si le hacía algo frente a él, no dudaría, incluso desarmado, no permitiría que la chica fuera lastimada frente a él.
—Buena chica… Es una lástima que hayas seguido la rebeldía de mi hijo, Lira… Sabes que habrá un castigo por eso, ¿no?— Ella tembló recordando el dolor que los castigos que le habían infligido muchos años atrás, con el miedo instalándose en su cuerpo ante aquellos recuerdos, escuchaba sus propios gritos y súplicas, sin que aquellas hubieran sido objeto de piedad ante él. Él había perdido toda piedad, Daniel sabía los motivos del secreto a voces entre aquellas paredes donde parecía que la única ajena a la tragedia que había acontecido era la sanadora, algo fácil de entender, pues en ese tiempo ella era una pequeña, no la habían implicado.
Tres hombres entraron, dos de ellos armados, los más jóvenes se vieron con miedo, Daniel tomó su mano con fuerza. El ambiente era altamente hostil y ellos no tenían con qué defenderse ante las armas, no había nada que pudieran hacer para ofrecer resistencia sin que fuera firmar una condena aún peor, volvían a estar indefensos en el lugar que habían odiado.
—¿Por qué no empezamos con el castigo de mi hijo, muchachos?— Dijo el mayor, uno de los sujetos tomó a la joven, ella forcejeó para soltarse sin éxito. Quería defenderlo, necesitaba defenderlo, Daniel trató de ocultar el miedo, sobre todo para mantener a la chica a salvo, si demostraba lo aterrado que estaba ella lucharía y terminarían envueltos en algo peor. Ya era un milagro que los dejaran en el mismo lugar, no podía perder ese privilegio.
La rubia tuvo que ver cómo golpeaban a Daniel frente a sus ojos, petrificándose, suplicando piedad por él, tratando de curar los golpes apenas él los recibía. Pero rápidamente fue superada por la falta de práctica y no podía hacer más que sanar algunos de los golpes que el chico recibía, este último contenía los gritos y maldiciones para no preocupar aún más a la joven. Su padre reía apoyado en la pared como quien ve un espectáculo sin igual, demostrando que en aquellos años se había vuelto más sádico de lo que recordaban. Daniel, que ya se había desesperanzado de que su padre pudiera volver a ser el que era, ahora lo veía como un imposible.
—Eso debería ser suficiente por ahora, muchachos, no puedo arriesgarme a que el ángel colapse a la hora de curarlo, y créanme que lo hará…— Sentenció el mayor unos minutos después. Al joven le costaba respirar debido al dolor, la chica se arrodilló a su lado llorando y usó parte de su energía para curarlo. Pese a todos los golpes, él no había recibido heridas internas, por lo que ella lo curó sin tener que desmayarse para recuperarse del daño. Sin embargo, sí estaba más pálida, delatando que se habían pasado, pues ella tampoco había recuperado toda la energía que había perdido al sanar la herida de bala que recibió Daniel.
—Tómense esto como su comité de bienvenida…— El hombre rio mientras los hombres se iban del lugar.— Por cierto, Lira… No confiaré en ti otra vez, olvídate de la piedad en las pruebas… No tienes ese derecho…
La chica tembló en su lugar y las lágrimas se deslizaron lentamente por sus mejillas, el mayor se fue dejándolos solos, Daniel la abrazó mientras ella lloraba, sabía que estaba asustada, él sentía lo mismo, la situación que estaban viviendo no era para menos, era revivir sus peores momentos.
Tres años antes habían creído que por fin dejarían todo eso detrás, que estarían a salvo, Samuel, el tío del joven, los había ayudado a escapar, les había asegurado una identidad nueva, dinero en cuentas del banco, un lugar propio donde quedarse, contactos suficientes para que pudieran tener algo con lo que empezar; sin embargo, no pudieron saber mucho de él después de la huida, meses más tarde, no tenían ninguna noticia de él, estaban asustados creyendo que llegarían por ellos, pero eso no sucedía y de a poco ambos conseguían hacer su vida.
Lira se había graduado antes del escape, puesto a que no le habían negado la educación gracias a la presión que hizo el subdirector, él se había encargado de enseñar a la joven, lograr que aprobara con honores, se había encargado de cuanto pudo para darles herramientas. Samuel no había dudado en salvarlos, incluso cuando eso podría bien costarle su propia vida. Ahora el miedo a que le hubiesen hecho algo por salvarlos estaba patente, intentaban negárselo, pero ambos conocían a Silver y sabían de qué era capaz.
—Lira... Nos iremos de aquí, encontraremos la forma, te lo juro...— Murmuró él en el abrazo; sin embargo, ambos sabían que eso podría ser imposible, su primer escape había sido gracias a la confianza que tenían hacia ellos. Era probable que no volvieran a tener una oportunidad tan buena como aquella, además Silver no era idiota, ordenaría vigilancia para ellos las veinticuatro horas del día con tal de evitar un nuevo escape.
El chico se preguntó dónde estaba su tío, Samuel Blake, él era el subdirector del sitio y quien les había dado los códigos y el horario para escapar, era quien siempre intervenía a su favor y quien le había dado los contactos necesarios para sobrevivir luego de escapar. Sin él no habría sido posible nada de lo que habían logrado. Hacía años no sabía nada de él y eso lo preocupaba, su tío sabía cuidarse, pero Silver era impredecible. Aún recordaba la noche en que todo se destruyó, y tiempo después enterarse del suicidio de su madre. No quería pensar en perder lo poco que le quedaba.
Ninguno quería dormirse, se sentían inseguros al estar de nuevo allí. Sin embargo, ya era tarde en la noche, la joven había gastado mucha energía al usar sus poderes para curarlo, así que quedó dormida poco después sin poder evitarlo, murmuraba en sueños mientras él la abrazaba, estaba teniendo pesadillas, temblaba entre sus brazos. Intentó calmarla y finalmente lo consiguió luego de un rato.
Él se quedó despierto a su lado, esperando que nadie se atreviera a entrar. Suspiró recordando los últimos tres años, había tenido cuidado de ser indetectable, su propio tío se había encargado de lograr que fueran invisibles, no vivían tan cerca de la ciudad, sus tarjetas, la propiedad, incluso sus identidades eran distintas, era prácticamente imposible que los hubieran hallado. Y, sin embargo, allí estaban, atrapados.
Habían sido tres buenos años, lejos del dolor de las pruebas, del encierro. Habían sido libres por fin, la chica había podido dejar de utilizar sus poderes e intentar hacer una vida normal, la había llevado a los sitios que siempre le prometió que iba a enseñarle cuando ella era niña. Empezaron a salir luego del escape y habían mantenido una vida tranquila juntos, Lira era desde siempre una amante de la escritura, habían pasado noches juntos pensando en ideas para sus historias, o escuchándola para darle su opinión.
Deseó poder volver a esos momentos donde podían creer en que al día siguiente todo estaría bien y creérselo, pensar que nada pasaría y que el dolor era un recuerdo lejano, pero, estaban atrapados en su peor pesadilla, habían vuelto al laboratorio. Y las heridas que aquello conllevaba no serían fáciles de superar, aún luego de tres años ambos despertaban más de una vez cubiertos en sudor frío y llorando por las pesadillas. Era difícil de creer que habían irrumpido en su casa con armas para arrebatarles aquello que tanto tiempo y esfuerzo les había costado. Aún quería e intentaba considerar que era un mal sueño y que despertaría en su casa, acostado junto a Lira, que aún tenían su vida y que eso sólo era una pesadilla causada por el temor.
Dejó un beso suave en los labios de la chica y la abrazó. En algún momento de la noche se quedó dormido junto a ella, abrazándola, deseaba que todo fuera una pesadilla. Despertar en su habitación junto a ella aún dormida, poder despertarla con algunas caricias haciéndola sonreír, empezar el día diciéndole cuánto la amaba, preguntándole qué quería para desayunar, preparar juntos lo que se les ocurriera, riendo y pensando en qué harían durante el día. Desayunar mientras la chica le pedía su opinión para una nueva historia, todo aquello que había deseado que tuvieran asegurado, necesitaba volver a eso, necesitaban esa vida normal de vuelta.
Habrían sido cerca de las siete de la mañana, una mujer entró en la habitación, encendiendo las luces, encandilándolos.
—Ustedes dos, arriba, Silver quiere verlos ahora.— La mujer le quitó las frazadas de manera brusca. Él estaba desorientado, luego de tres años sin haber despertado de aquella manera, no podía entenderlo.
La joven cayó de la cama por estar desorientada y se quejó por la caída, el joven se despertó completamente al oírla quejarse, sintiéndose en un lugar desconocido hasta que vio a la mujer. Buscó a la chica que estaba caída en el suelo, al estar enredada entre las sábanas, había terminado allí.
—¿Lira?— Suspiró, ayudándola a levantarse, definitivamente no había extrañado despertar de aquella forma, prefería despertar con la chica acariciando su mejilla y llamándolo dulcemente. Deseaba que hubiese sido el caso.— Gracias por la cálida bienvenida, Amelia... Eres tan dulce como recordaba.
—Saben dónde está la ropa, tienen diez minutos para cambiarse, vendrán a buscarlos para que desayunen... Esa niña tendrá su castigo luego de eso...— Dijo la mujer mirándolos a ambos con odio.
Amelia había sido una de las supervisoras del sitio, encargada de vigilarlos cuando eran niños, su carácter siempre había sido fuerte, siempre había sido fría, al límite de la agresión. Ella era una bomba de tiempo, la única mujer que no había sido reemplazada en el cambio de personal cuando Lira cumplió diez años. Él conocía el motivo de la frialdad, aunque no entendía por qué iba dirigida a la joven, pues ella no había estado implicada y no conocía tampoco lo que ocurría.
El joven suspiró, dejó que la chica se cambiase en el baño, exhaló con molestia al ver aquel uniforme blanco y negro que odiaba. Se cambió y se sentó de nuevo en la cama, poco después salió la chica ya cambiada, sin duda no extrañaba verla con aquella ropa, ambos sabían qué significaba aquel atuendo. Y a ninguno le agradaba la idea de estar encerrados en aquel lugar, aún menos saber que ella enfrentaría las pruebas y castigos despiadados.
Ella lo abrazó, tenía miedo, sabía que le esperaba el castigo, eso era lo peor, la espera y el no saber qué sería. Se imaginaba la severidad de aquellos, había huido tres años, no serían suaves con ella, todo o contrario, sabía que ninguno de los castigos anteriores se compararían con el que debía recibir.
—Tranquila, pequeña... Estarás bien...— Murmuró él, deseándole, realmente esperaba que Samuel apareciera a tiempo para lograr salvarla, confiaba plenamente en él. La besó y ella se ocultó en su cuello.
—Tengo miedo, Daniel...— Murmuró ella, él suspiró frustrado con la situación, realmente quería salvarla, pero no había forma de desviar la atención esta vez, no él al menos, incluso un intento de escape sería menos visto que el castigo de ella, luego de todo, habían sido tres años, sería muy severo. Silver realmente sería despiadado con ella y no habría ningún escape, posiblemente tampoco tendría nadie que la ayudara esta vez, Samuel no debía estar enterado o ya hubiese aparecido en el lugar, a no ser que Silver lo estuviera reteniendo para que no los salvara de su severidad.
Suspiró pensando en lo que podrían hacerle a la joven, con su habilidad de sanación no era factible que se contuviera hasta que los poderes se vieran superados y la chica colapsara, lo que tampoco sería muy pronto. Ella resistía un daño considerable y había tenido una noche entera para recuperarse de todo lo del día anterior. Silver los había dejado a propósito para que ella estuviera en su mejor condición para un castigo largo, lo sabía.
—Lo siento, pequeña, es mi culpa que estemos atrapados...— Murmuró con culpa, no podía hacer nada para salvarla, una vez más estaba de manos atadas.
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