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MORFELIA, ENTRE LA LUZ Y LA OSCURIDAD, TOMO II (Tomo I, II Y III Están Publicados En MangaToon)

I - HUÉSPEDES O PRISIONEROS

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I - HUÉSPEDES O PRISIONEROS🤞

Ajnep se refregó los párpados y abrió los ojos con dificultad. Se hallaba recostado sobre una litera colgante y venía despertando de un profundo sueño. Al sentarse le dolió el cuerpo. A su mente llegaron imágenes de lo vivido en las últimas horas; la ventolera furiosa que se inició en la Tierra y el terremoto en el que vio morir a tanta gente, cuando se aferró a las piernas de su amiga Triama para evitar ser tragado por la Tierra y cuando un demonio se los llevó volando hacia el agujero que los trajo a este planeta. También recordó haber despertado en Morfelia la noche anterior sobre una balsa agitada por el oleaje, la cruenta batalla desatada entre los demonios y los lugareños en medio de la furiosa tormenta y el tiempo que permaneció separado de Triama temiendo ser tragado por esa misteriosa masa oscura. Cuando se hallaba al borde de sus fuerzas, convencido de que iba a morir, apareció esa joven de plumaje en la cabeza y una piedra incrustada en la frente. Lo sucedido después, se le presentaba confuso. Sospechaba que se había desmayado por algo que ella le había hecho para capturarlo. 

             Al examinarse le extrañó ver que estaba limpio y que por vestimenta solo llevaba puesta una pañoleta amarrada a sus caderas que se le antojó ridícula e indecente. 

             “¿Quién me la habrá puesto?”. Se sonrojó al imaginar que lo habían visto desnudo. Sus tripas sonaron y experimentó un vacío en el estómago. “Qué hambre y sed tengo”. Por asociación de ideas, pensó en Triama, ella siempre le guardaba un trozo de su ración de comida diaria en la Tierra. “¿Dónde estará Triama?”. Se le apretó el corazón al recordar cuando se encontraban en aquella balsa y un poder cayó del cielo como una flecha, la partió en dos y fueron alejándose el uno del otro. Se había sentido aterrado e impotente al verse a merced de las inclemencias del tiempo. A su alrededor reinaba la oscuridad, gritos, rugidos, detonaciones y temió perder la cordura. 

             “¿Triama estará muerta?”. Un escalofrío lo recorrió y su corazón se aceleró. Era la única persona a quien él quería. Viajar con su amiga le había parecido una intrépida aventura, pero sin ella se sentía perdido. Se vería forzado a luchar por su libertad y sobrevivir solo como lo hacía en la Tierra. “¿Y qué le habrá sucedido al antipático de Erzac?”. Sentía un profundo rechazo por el hijo de Catany, hermanastro de Triama, pero en estas circunstancias su odio pasaba a segundo plano. “¿Seguirá la descarnada batalla o habrá terminado? Y, de ser así, ¿quién habrá vencido?”. Miles de incógnitas lo asaltaban en desorden. Paseó la vista por la habitación. Acostumbrado a las murallas derruidas de la Tierra, le llamó mucho la atención las paredes de cuarzo violeta y rosado y las enredaderas luminosas que trepaban por éstas, también el orden y la limpieza. A un costado de su camastro había un enorme cántaro que contenía un líquido transparente, que supuso era agua, y vio una mesa hexagonal tallada en el mismo cuarzo del cuarto. En el centro de la mesa una bandeja de metal contenía frutos de diversos colores que no supo interpretar, pues jamás había visto algo semejante. El perfume que impregnaba el aire era diferente a cualquier olor sentido por él con anterioridad. 

             Cuando quiso bajar del lecho éste se tambaleó y Ajnep se asustó, pues le recordó el movimiento de la balsa. Optó por saltar y al caer al piso se mareó unos segundos. Se sorprendió al sentir el frío de la piedra en la planta de sus pies desnudos. Unos coloridos velos que caían a modo de cortina despertaron su curiosidad y caminó hacia ellos para investigar si había algo detrás. Temeroso, se arriesgó a correrlos. Se sorprendió al ver otra camilla colgante sobre la que reposaba un cuerpo en posición fetal. Un enorme alivio lo inundó al reconocer que se trataba de Triama. 

             —¡Triama! —le susurró apartando unos mechones de su rostro. Ella no respondió. Ajnep la llamó un poco más fuerte tocándole un hombro.

             —¡Triama, despierta!

             Su amiga no reaccionó. 

             —¿Qué te hicieron esos desgraciados? —la remeció. 

             Triama emitió un quejido y, pronunciando unas palabras ininteligibles, se dio media vuelta.

             Ajnep pensó que tenían que escapar lo antes posible, pero Triama no despertaba y además se dio cuenta de que estaban encerrados en una pieza sin ventanas. En otra pared vio un bloque de cuarzo que tapaba la única salida. Trató de moverlo y no pudo. Malhumorado, volvió a tenderse. 

             “Maldición, ¿dónde estamos? Parece que nos tienen cautivos bajo tierra”. Imaginó monstruos horribles que venían a atacarlos como en los cuentos que Triama le leía. Se hallaba inmerso en sus fantasías de terror, cuando escuchó voces que se acercaban. Se incorporó de un salto, con los ojos dilatados buscó un lugar donde esconderse y no vio ninguna posibilidad. Su corazón retumbaba, ni siquiera se atrevía a respirar y le temblaban las piernas. “Afrontaré lo que venga, me defenderé con patadas, puñetes y mordiscos de ser necesario. No creo que me suceda algo peor a las atrocidades que pasé en la Tierra”. Pensó resignado. 

            Recordó de súbito que Triama dormía indefensa, pero no se atrevió a llamarla, porque se dio cuenta de que el bloque de cuarzo se estaba moviendo. “Quizás sean nuestros últimos minutos de vida”. Ajnep aterrorizado no movía ni un músculo.

II - ENCUENTRO ENTRE SERES DE MUNDOS OPUESTOS

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Katleen e Ingrouna habían retornado a su hogar después de una extenuante jornada de sanación, a raíz de la invasión de los saindors a su amado planeta Morfelia. En sus semblantes se reflejaba la amargura que los embargaba por los hechos horribles y sangrientos que habían cobrado tantas muertes y dejado un montón de handexs heridos. No habían tenido un segundo de sosiego, pero se sentían aliviados porque ahora los heridos se encontraban fuera de peligro.

             Al ingresar a la residencia, Katleen e Ingrouna fueron recibidos en la sala por su sobrino Told y su nieta Lenis.

             —Ódarod y Norgard encontraron a una chica humana desmayada y herida en medio de un roquedal y descansa en el mismo cuarto que el pequeño —les informó Told.

             —¿Ellos la trajeron? —quiso saber el Maetsu Ingrouna.

             —No, Arimaldu.

             —¿Es de una edad parecida a la del pequeño? —se interesó Katleen.

             —No, mayor. Entre quince y dieciocho años —le respondió Lenis–. Es muy hermosa, de largo cabello rubio.

             —Llegó en peores condiciones que el niño, pero la sané y le di a beber el mismo brebaje que a él —posó la vista sobre su tía.

             —Bien hecho, la ayudará a recuperarse —Ingrouna se sobaba la barbilla con expresión pensativa—. Tal vez hayan varios humanos escondidos por ahí, ¿no tienen noticias al respecto?

             —No —Lenis se alzó de hombros.

             —Y el niño, ¿cómo sigue? —Katleen apartó de su frente transpirada unas plumas que la incomodaban.

             —Del todo recuperado.

             —¡Qué tristeza, ambos fueron separados de sus seres queridos! —Katleen exhaló un suspiro.

             —Sí, y no sabemos si se conocen entre ellos. Cuando la chica llegó, el niño dormía —agregó Told.

             —Si están despiertos, tal vez nos lo aclaren —conjeturó Ingrouna.

             —Es extraño; miles de saindors ingresaron a Trinopia, sin embargo, humanos, pareciera que solo ellos dos —reflexionó Lenis en voz alta.

             —Quizás la chica y el pequeño nos puedan dilucidar ese misterio, así como por qué fuimos invadidos por los saindors y cuáles son sus intenciones.

             —Ingrouna y yo subiremos a verlos. Ustedes deberían dormir un poco —les aconsejó Katleen.

             —No, no estoy cansada.

             —Yo tampoco.

             —Está bien, como quieran —Ingrouna se elevó hacia el segundo piso seguido de Katleen, Lenis y su sobrino.

             Cuando los cuatro handexs entraron en la habitación, Ajnep los miró echando chispas por sus ojos pardos. Katleen sonrió para infundirle paz. El niño la enternecía porque pretendía mostrar seguridad, pero su cara lo delataba. A través de la siri, percibían que el humano les temía. Debían tratar de que bajara la guardia y entrara en confianza para acercarse a él, pero intuían que no sería fácil. Lo más probable era que se negara a brindarles información.

             Ajnep inhaló aire inflando el pecho con exageración y lo expulsó ruidosamente. Sin darse cuenta había contenido la respiración y sintió un leve mareo.

             Katleen no quería asustarlo aún más y se le acercó con lentitud. Una vez frente a él tuvo la intención de apartarle un poco su cabello cobrizo para ver si el chichón que tenía en el cráneo había disminuido, pero Ajnep, acostumbrado a recibir malos tratos, dio un brinco hacia atrás y se protegió en forma instintiva la cabeza con sus brazos.

             —No temas pequeño, no te haremos daño, por el contrario, estamos aquí para ayudarte.

             —¡No es cierto! —gritó Ajnep encolerizado—. Nos tienen prisioneros y… —se detuvo pasmado porque cayó en la cuenta de que no solo comprendía lo que la señora le decía, sino que él también le había hablado en el idioma de ellos. Asustado, fue retrocediendo hasta chocar contra una pared.

             Ingrouna, al ver la expresión que se pintaba en el semblante de Ajnep, adivinó lo que pasaba por su mente y le habló en tono pausado:

             —Yo te trasmití nuestro lenguaje mientras dormías.

             —Pero… ¿¡cómo!? —Ajnep frunció el ceño. ¿Acaso eres brujo? ¿Qué me has hecho? —se rascó la cabeza, alborotando aún más sus rizos cobrizos—. Ya sé, me has hechizado.

             —Calma —Ingrouna le sonrió—. No te he hechizado. Te trasmití nuestro idioma para que podamos entendernos.

             —¿Así de fácil? —se mofó Ajnep—. Si eso no es brujería, entonces, ¿qué es? —apuntó su mirada parda recto a los ojos violetas del Maetsu.

             Ingrouna meneó la cabeza sin dejar de sonreír.

             —Llámalo brujería si lo deseas, yo prefiero decirle sabiduría.

             A Ajnep le parecía que se burlaba de él. Aunque en este mundo, con seres tan distintos y de quienes lo ignoraba todo, bien podía ser. Si sabían volar, al igual que los saindors, como había comprobado a su llegada, cabía la posibilidad de que poseyeran un lote de habilidades. Tal vez era un demonio embutido en ese cuerpo esbelto, fantaseó el niño. Ingrouna se percató de que lo analizaba. No resultaría fácil lidiar con él, no bajaba la guardia y continuaba mirándolo taciturno.

             —¿Cómo lo has hecho? —insistió Ajnep.

             —Con mucho amor.

             —¿Amor? ¿Qué tiene que ver el amor en esto?

             —Todo.

             —Mientes.

             —Yo no miento jamás. ¿Y Tú?

             —Eso no viene al caso.

             Ingrouna admiró el temple del niño; podía tener muchos defectos, pero demostraba coraje.

             Mientras Ingrouna intentaba entenderse con Ajnep, Katleen se había acercado al catre donde Triama seguía durmiendo. Estudió su semblante: “Aún es una niña, debe tener la edad de Lenis”. La invadió la ternura. “Pobre criatura. ¿Dónde estarán sus padres?”. Esperaba que pudiesen aclararle pronto aquella incógnita, así como tantas otras. “Deben haber pasado por una experiencia traumática”. Vio satisfecha que Lenis y Told habían efectuado un minucioso trabajo; la chica estaba aseada y vestida a la usanza de los handexs. Sin embargo, constató que sus heridas eran bastante más profundas que las del niño y, aunque no presentaban indicio de infección, tendrían que ayudar a su cicatrización. Katleen había traído el mismo ungüento aromático, que era desinfectante, anestésico y cicatrizante a la vez, que les habían aplicado a los handexs. Embebió una tela y aplicó la loción en las partes lesionadas de la piel blanca de Triama.

             Katleen, a través de su siri, le sugirió a Ingrouna que también le trasmitiera el idioma de los handexs a la joven antes de que despertara.

             Cuando el Maetsu llegó junto a Triama, Katleen se hizo a un lado.

             Ajnep vigilaba con atención cada movimiento de los handexs. Para defender a su amiga, aún a costa de su propia vida, estaba dispuesto a abalanzarse sobre cualquiera que pretendiese dañarla.

             Ingrouna se concentró y, a través de la siri, comenzó a traspasar al cerebro de la humana la información de su complejo lenguaje.

             Ajnep se movió para quedar en un mejor ángulo porque la alta figura del Maeztu le tapaba a Triama.

             Ingrouna también fue aplicando la palma de sus manos a centímetros de las heridas de Triama para acelerar la sanación con su energía. Katleen se le unió para reforzar el proceso; sabían que la regeneración de los tejidos humanos era mucho más lenta que la de los handexs.

             —¿Qué le están haciendo? —chilló Ajnep acercándose.

             —Tranquilízate, la estamos sanando, eso es todo —Katleen empleó un tono gentil e intentó de nuevo acariciar a Ajnep, pero él la rechazó furioso.

             —¡No me toques!

             —No te asustes, iba a hacerte un cariño.

             —¡No estoy asustado! —la rebatió

             —¿Y entonces por qué te alejas? —su forma de ser la descolocaba.

             —No confío en ti.

             Katleen se preguntó apenada qué clase de vida había llevado. Percibía con nitidez la energía negativa que manaba de su interior.

             —Te reitero, ni Ingrouna ni nadie quiere dañarlos, los handexs somos seres de amor.

             —Tú también con ese cuento del amor. No creas que lograrán engañarme para luego hacerme sufrir.

             —¿Y eso qué me aportaría?

             —¡Felicidad, disfrutar de mi dolor.

             —¿¡Felicidad, disfrutando de tu dolor!? Cuán equivocado estás.

             —¿Ah, sí? —se alzó de hombros con displicencia. No estoy equivocado, la felicidad consiste en el placer que te da tener poder sobre los demás, que te teman, te respeten y que nadie se atreva a enfrentarte.

             —Te irás dando cuenta de que nuestro mundo es diametralmente opuesto al tuyo —intervino Lenis con voz bondadosa—. Nosotros funcionamos con el poder sí, pero del amor. Has almacenado un cúmulo de enseñanzas erróneas que han bloqueado la esencia pura de tu espíritu, pero algún día despertarás.

             —¡Y tú qué te metes, la cosa no es contigo! ¡Además, no comprendo lo que dices! ¡Ustedes me aburren! —tras decir esto, Ajnep apretó los dientes y se propuso no hablar más.

              Katleen no insistió en su intento de ablandar a Ajnep. Era un ser tan dañado que derribar sus barreras iba a requerir un trabajo minucioso. Lenis decidió imitar a su abuela, ya habría tiempo de hacerlo entrar en razón con cariño.

             Triama abrió los ojos, la claridad del cuarto la encandiló y parpadeó. Con lo primero que tropezó su mirada verde fue con un par de ojos violetas. Pensó que jamás había visto un color de ojos tan hermoso. Todavía aletargada, trató de sentarse y sintió un intenso dolor en una pierna, cuando apoyó su brazo para ayudarse también le dolió el hombro herido y desistió.

             Al ver las dificultades que presentaba la joven para enderezarse, Katleen acudió en su ayuda. Le agradó que ella no la rechazara como el pequeño. Para que Triama quedara más cómoda, le pidió a Lenis que trajera la almohada que había usado Ajnep y se la colocó en la espalda.

             Ajnep corrió hacia Triama, gritando en el idioma de ambos.

             —¡Estoy tan contento de que hayas despertado!

             —Yo también me alegré muchísimo cuando me trajeron a esta habitación y descubrí que reposabas en el otro lecho. Tenemos suerte de estar con vida y juntos.

             —¡Sí, pero no confíes en ellos! Mientras dormías el hombre debe de haberte trasmitido su lenguaje como hizo conmigo. Tienen extraños poderes. ¡Ten cuidado, no les cuentes nada!

             —¿De qué hablas? Presiento que no tienen intención de hacernos daño. Hasta ahora, por lo que veo, nos han sanado.

             —Pero no te dejes embaucar. Creo que nos atienden solo para utilizarnos. Sino, dime; ¿por qué nos mantienen encerrados aquí? ¡Obvio que para tenernos vigilados!

             —De momento, sigámosle el juego. No tenemos otra opción. Tranquilízate, eres capaz de echarlo todo a perder con tus arrebatos.

             —¿Yo? —la miró frunciendo el ceño.

             —Ajnep, no vamos a ponernos a pelear ahora.

             Él fingió no escucharla y se fue al otro extremo.

             Triama le dio un vistazo al cuarto. La maravilló la belleza de su construcción, las curiosas enredaderas luminosas que ascendían por las paredes y la riqueza de los objetos contenidos en él. Apreció la enorme diferencia con los lugares sórdidos en los que acostumbraba alojarse en la Tierra. Al igual que Ajnep, también se percató de la agradable fragancia que impregnaba el aire.

             Cuando Ajnep se hizo a un lado, Katleen volvió a acercarse a Triama.

             —¿Cómo te sientes?

             “Ajnep tiene razón, entiendo lo que me dice”.

             —Adolorida y atontada —al contrario de su amigo, le pareció genial contestarle en su idioma—. ¿Sigue la batalla?

             —No.

             —¿Y quién ganó?

             —De momento nosotros, porque conseguimos encerrar a los demonios.

             —¿A todos? —se extrañó Ajnep, alegrándose por dentro.

             —Sí.

             —¡Qué raro! —miró a su amiga que se limitó a alzarse de hombros.

             Triama escrutó el rostro armonioso de la mujer. Leyó dulzura en sus ojos y pensó que era sincera. Le pareció espectacular la noticia. Luego, fijó su atención en el plumaje celeste, la piel dorada y la piedra que tenía incrustada en la frente. Al primero que había visto al despertar fue a Ingrouna y, al recorrer con la mirada la habitación, Triama también se había fijado en Lenis y Told que se mantenían apartados. Los tres poseían las mismas características físicas. Aunque procuraba ver el pelo por debajo de sus plumas, no lo conseguía y no pudo controlar su curiosidad.

             —¿Esas plumas forman parte de un ornamento?

             Katleen, Ingrouna, Lenis y Told intercambiaron una sonrisa.

             —No. Nosotros tenemos plumaje en vez de cabello —Katleen estaba complacida por el interés que mostraba la chica. Quizás con ella sí pudiesen sostener una plática constructiva.

             —¿Nos explicarías cómo fue que entraron a Morfelia? —Ingrouna fue directo.

             Triama se había alejado mentalmente de su entorno y no escuchó la pregunta del Maetsu. Ajnep, que había entrado en un total mutismo, se limitaba a observar como un mero espectador.

             La imaginación de Triama volaba hacia el muchacho de rostro atractivo, penetrantes ojos azules y dientes blanquísimos que resaltaban en su piel dorada. Al evocarlo, un cosquilleó se anidó en su estómago. Tal vez uno de los presentes lo conocía. Al suponer aquello, su corazón se desbocó.

             —¿Podrían decirme cómo llegué hasta aquí?

             —Te trajo Arimaldu —le informó Told.

             —¿Él me encontró en el roquedal?

             —No. Fueron otros jóvenes, Norgard Drasco y Ódarod Molier.

             El corazón de Triama seguía galopando.

             —¿Cuál de ellos tiene plumaje azul con negro?

             —Ódarod, pero… ¿lo recuerdas? —Ingrouna se sobó la barbilla.

             —¿Cómo es posible si estabas desmayada? —se interesó Lenis.

             —Abrí los ojos unos segundos y lo distinguí inclinado hacia mí. ¿Saben si él se encuentra bien?

             —Sí, lo vi hace poco —le aseguró Ingrouna.

              “Ódarod”. No llegó a pronunciar su nombre en voz alta. El solo hecho de pensar en él encendía sus sentidos. Sintió que sus mejillas se arrebolaban y volteó el rostro. No quería dejar traslucir sus sentimientos. “Ódarod. Ahora el muchacho de mis sueños tiene nombre, es real”. Con la posibilidad de llegar a conocerlo, se estremeció de emoción.

             La pareja Sófolis, Told y Lenis se percataron de que Ódarod despertaba un interés especial en la chica, pero prefirieron pasarlo por alto de momento para que no se retrajera como el pequeño.

             —¿Vuestros padres vinieron con ustedes a Morfelia? —Ingrouna pensaba que era triste que estos jóvenes estuviesen separados de sus familiares.

             Triama y Ajnep cruzaron una fortuita mirada y no despegaron los labios.

             —No pregunto por mera curiosidad, sino porque ustedes nos importan y queremos brindarles nuestro apoyo en todos los sentidos.

             Que Triama hubiera intercambiado unas palabras con los handexs tenía a Ajnep muy molesto, por lo que menos iba a hablar él.

             A Triama le produjo nostalgia evocar a su padre.

             Al no obtener respuesta, Ingrouna no insistió.

              —¿Vinieron más humanos con los saindors a Morfelia? —Katleen posó su mano en el brazo de Triama, pero ella lo retiró.

             —No sabemos.

             Tanto Katleen como Ingrouna, Lenis y Told se daban cuenta de que la comunicación no fluía entre ellos y que los humanos no estaban siendo transparentes. Los cuatro concluyeron, a través de la siri, que lo mejor sería esperar e interrogarlos más adelante.

             Triama no tenía idea de qué le había ocurrido a Erzac, pero no quería que estas personas supieran que estaba en Morfelia, pues de estar vivo y libre, quizás podría ayudarlos a escapar en caso de ser necesario. La partida había sido tan rápida, que tampoco poseía la certeza de que otros humanos hubiesen o no viajado.

             —¿Qué pretenden hacer con nosotros? —quiso saber Triama.

             Ajnep y ella solo se tenían el uno al otro en este nuevo mundo y la suerte que correrían de ahora en adelante la intrigaba sobremanera.

             Les aseguraron que no se preocuparan, que serían atendidos en sus necesidades básicas hasta que decidieran, en un par de días, dónde se alojarían.

             Triama pensó al instante que le encantaría vivir con Ódarod, pero no formuló su deseo.

             Katleen les ofreció beber de las jarras y comer del surtido de frutos dispuestos en la bandeja. No tenía idea qué comían en la Tierra y no le extrañó que ambos se negaran a probar bocado. Con el ejemplo, les demostró que eran comestibles.

             Triama fue la primera en decidirse. Estaba hambrienta y degustó con agrado los manjares deliciosos. Trató de convencer a su amigo de hacer lo mismo, pero él se mantuvo desconfiado.

             —¡Eres tan testarudo! Tú te lo pierdes.

             Ajnep frunció el ceño y no la tomó en cuenta.

             Tras despedirse con palabras afectuosas, la pareja Sófolis, Lenis y Told se retiraron. Los cuatro necesitaban dormir para reponer fuerzas.

            Entonces, Ajnep, no aguantando más su sed y apetito, dejó de lado su porfía, se abalanzó sobre la bandeja y comió y bebió hasta saciarse.

III - A UN PASO DE VOLVER A VERLA

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III - A UN PASO DE VOLVER A VERLA ❣💗❣

A la mañana siguiente, los hermanos Molier se bajaron de uno de los teleféricos que circulaban por la ciudad subterránea de Trinopia y caminaron hacia la residencia de la pareja Sófolis.

Una vez llegados frente a la fachada, Ódarod golpeó la pirámide de acero que pendía a un costado. Katleen descorrió el gran abanico de seda con mandalas bordados, los hizo pasar con una sonrisa y los saludó con un beso.

—Ingrouna y yo los estábamos esperando.

Era la primera vez que Indalina entraba al hogar del Maetsu y Katleen y lo encontró hermoso.

—¡Me encanta la decoración!

—Que bueno que te guste mi niña.

Katleen les indicó que se sentaran en unos cojines dispuestos sobre el suelo de la sala y fue a buscar a Ingrouna a la biblioteca.

Indalina observó a su hermano que se mantenía abstraído y respetó su silencio.

Ódarod trataba de armonizar su interior porque la certeza de que la joven humana se encontraba a escasos pasos de él, le generaba una maraña de emociones desconocidas. Cada vez que la evocaba, la agitación retornaba a su mente y corazón.

A los pocos minutos, Katleen volvió a la sala en compañía de Ingrouna.

—¡Maetsu! —Indalina se puso de pie.

Ingrouna, agachándose, la acogió en un abrazo.

—Son ustedes bienvenidos.

Ódarod también se había levantado y se dirigió hacia Ingrouna para saludarlo.

—¿Cómo estás muchacho?

—Mucho mejor, gracias.

—Tengo que informarles acerca de las revelaciones vitales que he tenido en relación a la misión que se efectuará para intentar expulsar a los saindors de Morfelia —les hizo saber Indalina—. Pónganse cómodos, nuestra conversación será larga.

Katleen e Ingrouna percibían que la energía de Indalina había aumentado cuantiosamente y que ahora en su rostro infantil se leía una madurez no acorde a su corta edad.

La pareja volvió a manifestarles a los hermanos Molier su pesar por la muerte física de su padre Roch. Sin embargo, se alegraban porque su espíritu había pasado a un plano más elevado.

—Te escuchamos mi niña.

Indalina les relató su viaje espiritual en el que se había enterado de que era un ser de luz, la creación del hada Arciris, quien guardaba en su pecho el corazón Solumna, los puso al tanto de su conversación con ella y les explicó sus visiones. Les dijo que cuando ella y Arciris se habían despedido, el hada le encargó concretar una reunión con el Maetsu y Ódarod.

Ódarod ya estaba al tanto de lo que Indalina les informaba a Katleen e Ingrouna, porque en su hogar lo habían hablado en detalle con su madre y abuelos. Y él a su vez les había contado lo que le había sucedido la noche previa a la invasión de los saindors. En el sanatorio Alutsia también se lo había confidenciado al Maetsu.

Tras una plática constructiva, Katleen e Ingrouna llegaron a la conclusión de que si Zulestre le hizo saber a Ódarod que el espíritu que moraba en su cuerpo era el mismo que lo había hecho en el suyo siglos atrás y que Indalina acababa de enterarse por el Divinus Sagradis de que ella era un ser de luz reencarnado, significaba que los seres elevados sabían que la invasión de los saindors formaba parte de un plan superior que ocurriría este año y que los espíritus que se encontraban en los habitantes de Morfelia en esta época habían escogido participar de aquel trascendental acontecimiento antes de su reencarnación.

—Por lo que nos contaste, para echar a los saindors tendremos que insertar el corazón Solumna en el centro del planeta, al igual que lo hizo Zulestre instruido por los seres de luz —Ingrouna posó sus ojos violetas en los celestes de Indalina.

—No será fácil encontrar las cuatro piezas.

—Mis visiones nos irán revelando el sitio donde se halla cada una —le aclaró Indalina a Katleen—. Ahora es importante que nos pongamos de acuerdo cuándo y dónde nos juntaremos con Arciris. Ella me sugirió que fuera al inicio de la tarde y en el sector del río Leirot. ¿Les parece bien?

—Estoy de acuerdo y cuánto antes mejor. Les comunicaré telepáticamente a los Maetsus de Erows nuestra conversación —dicho esto, Ingrouna se levantó—. Por ahora los dejo, tengo asuntos que resolver. Nos volveremos a ver en breve y tendré el honor de conocer a Arciris.

—Yo también estoy ansioso por conocer a la mujer portadora del corazón Solumna —manifestó Ódarod.

Cuando Ingrouna salió de la sala, Indalina exclamó:

—Tengo muchos deseos de ver a los humanos. ¿Podemos visitarlos?

El corazón de Ódarod se aceleró.

—Sí, yo los llevaré a la habitación en la que están reposando.

—¿Cómo están, han conversado con ellos?

Katleen los puso al tanto de las condiciones físicas en que se encontraban ayer por la noche y de lo poco que habían averiguado de Triama y Ajnep y su llegada a Morfelia.

—Pienso que se alegrarán de verlos, para ellos es positivo estar en la compañía de jóvenes de edades similares.

Ódarod se limitaba a escuchar y sentía un nudo en el estómago.

En ese instante se escuchó un grito:

—¡Sáquennos de aquí, estoy harto! ¡No pueden mantenernos encerrados para siempre!

—Es el niño. Tenemos que resolver la situación de ellos a la brevedad. Es preciso que sean acogidos en un hogar en que hayan jóvenes y se sientan lo más a gusto posible.

—Se me desgarra el corazón al pensar que están sufriendo, alejados de su mundo, de su familia y demás conocidos —Indalina dejó escapar un suspiro.

—Sí, a mi también —Katleen se elevó del suelo—. Vamos, están en la planta alta.

—¿No los importunaremos con nuestra visita? —a Ódarod lo inquietaba pensar qué iba a sentir al volver a verla y cuál sería la reacción de ella.

—No lo sé, pero creo que les hará bien.

Katleen e Indalina percibían que Ódarod estaba perturbado, pero lo atribuían solo a los últimos acontecimientos desastrosos acaecidos en Trinopia.

Volaron hacia el segundo piso y enfilaron por un largo pasillo.

Indalina iba con ansias de brindarles su afecto y solidaridad. Poseía el conocimiento de que, en vidas remotas, varios handexs habían sido humanos y el saber que pronto estaría junto a dos de ellos, despertaba su curiosidad y la llenaba de emoción.

Katleen se detuvo frente al bloque de cuarzo y le pidió a Ódarod que lo corriera. Después de moverlo, el joven se hizo a un lado para dejar pasar a Katleen e Indalina e inspiró profundo. Tenía la intención de entrar tras ellas, pero se detuvo en el último segundo.

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