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INSACIABLE

PRÓLOGO

*Katherin Johnson*

El grito se escapa de mis labios una vez más, sin poder contenerlo. El sexo con Owen siempre ha sido así, rudo, intenso. Cada una de sus estocadas me lleva al límite, y el sonido de nuestros cuerpos chocando llena la habitación de un palpable deseo. Estamos en una suite lujosa, con paredes cubiertas de terciopelo rojo profundo que absorben los sonidos y una cama king-size cubierta de sábanas de seda negra. La tenue luz de las velas danza en las paredes, creando sombras que parecen tener vida propia. Un aroma embriagador a incienso y rosas flota en el aire, mezclándose con el olor a sexo que impregna la habitación.

Owen se mueve con una gracia salvaje, su cuerpo musculoso gira y se contorsiona con cada embestida. Es alto y fornido, con la piel bronceada por el sol y los ojos negros como la medianoche. Su cabello oscuro está despeinado, y su rostro está marcado por una intensidad que es casi animal. Cada músculo de su cuerpo parece estar en tensión, como si estuviera a punto de explotar en cualquier momento. Es apuesto de una manera salvaje y primitiva, y eso es lo que me atrae hacia él una y otra vez.

Cuando Owen se retira y se deshace del preservativo, yo me levanto rápidamente y me dirijo al lavabo. Las sensaciones corporales cesan, y el vacío de siempre vuelve a llenar mi pecho. Me encuentro con mi reflejo en el espejo, observando mis ojos verdes y mi cabellera azabache que se extiende hasta mis caderas. Contemplo mi cuerpo, un arma letal que vuelve locos a todos los hombres que llegan al Olimpo. Mis ojos caen sobre el antifaz plateado que cubre la mayoría de mi rostro. Es sorprendente pensar que un objeto tan simple puede brindarme seguridad, manteniendo mi identidad en secreto para todos.

Salgo del baño asumiendo que mi acompañante se ha marchado.

- "¿Qué haces aquí todavía?" - le pregunto mientras recojo mi ropa del suelo. "Tu tiempo se acabó. Marchate."

Él me mira fijamente. Es un hombre alto, fornido, con la piel morena y los ojos negros. A mis ojos, es apuesto, por eso quizás lo he elegido por cuarta vez.

- "Me preguntaba si podría conseguir algo más de ti..." - se acerca cautelosamente hacia mí - "algo más... que solo sexo casual."

- "Ay, cariño, tan bien que íbamos," - digo suspirando pesadamente. "Sabes las reglas. Las conoces perfectamente. Apegate a ellas."

- "Me enamoré de ti," - confiesa. "No puedo esperar todo un fin de semana para probar suerte. No puedo soportar verte marchar con otro. Te amo, Afrodita. Demonios, ni siquiera es tu verdadero nombre."

Aquí viene el momento trágico, cuando debo enfrentarlo a la realidad, cuando debo romperle el corazón y recordarle quién soy. Detesto el drama.

- "No me interesa," - respondo fríamente. "Te he escogido varias veces porque tenemos buen sexo juntos... Nada más. Soy una puta, ¿lo olvidaste? Estás pagando por mi tiempo." No quiero que se ilusione. Soy muy clara con mis reglas. ¿Por qué demonios no pueden seguirlas?

*REGLAS*

**USO DE PROTECCIÓN OBLIGATORIO**

**ANTIFAZ SIEMPRE CONMIGO. NUNCA LO QUITO.**

**SEXO SEGÚN MIS DESEOS.**

**5 HORAS DE TIEMPO PARA DISFRUTAR.**

**SI ME ABURRO DARÉ POR TERMINADA LA SESIÓN. TU DINERO SERÁ REEMBOLSADO.**

**DESPUÉS DE CONCLUIDO EL TIEMPO: NO HABRÁ CONTACTO FÍSICO Y PREFERIBLEMENTE TAMPOCO VERBAL.**

**NO EXISTIRÁ NINGÚN TIPO DE RELACIÓN ROMÁNTICA ENTRE LAS DOS PARTES.**

Dios, las reglas son claras, es imposible no obedecerlas. Mi rechazo mantiene a Owen en su lugar, apretando los puños. Eso no presagia nada bueno. Comienzo a retroceder hasta llegar al botón de emergencia en la mesa de noche.

Se acerca como un animal salvaje y me tira sobre la cama, besándome sin parar. Intenta despojarme de mi antifaz, pero antes de lograrlo, uno de mis guardias lo saca a rastras de la camisa.

- "Te vas a arrepentir, Afrodita. ¡Lo juro! ¡Soy el hombre para ti!"

Grita sin cesar hasta que su voz se extingue por completo. Uno de los tantos problemas que he tenido que enfrentar.

Esta es mi vida. De lunes a viernes, una aclamada y prestigiosa pediatra. Una fachada para mantener a mi conservadora familia convencida de que su única hija es perfecta. Los sábados... bueno, los sábados es cuando mi verdadero yo sale al exterior. Soy Afrodita, dueña de la mansión "La Joya del Olimpo", a las afueras de la ciudad, un prostíbulo para hombres adinerados. Uno en el que yo soy el espectáculo principal. Solo uno de ellos es escogido, solo uno de ellos pasa la noche conmigo, el que yo quiera, a quien yo elija.

Me gusta tener el control No pienso en el romance... Menos en el amor... Por que hago esto? Sencillo... Orgasmos- placer- sexo... Esta soy yo... Katherin Johnson... Con un libido totalmente INSACIABLE.

CAPÍTULO 1

CASA DE LOS TAYLOR

~ALEXANDER~

Trato de disfrutar mi comida, pero la voz de Thomas en mi oído, me lo hace imposible.

—Oye idiota —refunfuña casi atragantándose—, ¿cuándo irás conmigo?

—Te dije que no me interesa, Thomas —contesto cortante, tomando un sorbo de mi bebida, su sabor fresco y ligeramente ácido apenas me consuela.

—Thomas tiene razón, Alexander —replica la voz de mi madre a mi lado—, hace mucho que no sales a divertirte, hijo... desde la muerte de tu esposa Rose... has cambiado mucho —me mira preocupada, sus ojos azules brillan con una mezcla de tristeza y preocupación. Si supiera a dónde me está invitando, no le daría la razón.

—Madre, no intervengas —frunzo el ceño lleno de fastidio, observando el elegante comedor, iluminado por la cálida luz de la lámpara de araña que cuelga sobre la mesa de caoba.

—Pero si es verdad, idiota —me señala con el tenedor, su figura robusta inclinada hacia adelante—. Te comportas muy distante... si no fuera por mi sobrina Sarah, serías un completo antisocial —carcajea y hace una cara de idiota como siempre—. Aunque... ya lo eres con todos a excepción de ella —ríe de nuevo—. De verdad que eres un tonto.

—¡Thomas! —reprende mi madre, su rostro pálido se arruga con desaprobación—. No le digas esas cosas a tu hermano... Sabes, hijo, yo sé que volverás a ser feliz... Serás el mismo de antes. —Me dedica una mirada de ternura; yo permanezco en silencio.

—Bueno, la esperanza es lo último que se pierde, Adeline —bromea Thomas, casi colmando mi paciencia—. Aunque sinceramente, creo que este glaciar andante no se va a descongelar jamás —carcajea sin parar, su risa resonando en la espaciosa sala.

—Cállate, pedazo de irresponsable. Para ti todo es diversión. He tenido que sacar adelante la empresa prácticamente solo, porque tú, con 26 años, tienes la madurez de un niño de 3 —clavo mis ojos ámbar en él, mi mirada traduce "Voy a matarte si no te vas". Entiende perfectamente el mensaje y se retira de la mesa sin decir nada.

Termino lo que resta de mi comida sin mucha gana y me dirijo hacia las escaleras... una vocecilla llena de emoción me detiene en seco.

—¡Padre! —grita alegre mi pequeña, lanzándose a mis brazos.

—¡Sarah! —contesto, recibiéndola y levantándola hacia mí, su cabello rubio y suave rozando mi mejilla.

—¿Comiste tus alimentos? —pregunto con ternura, admirando sus ojos ámbar, reflejo de los míos.

—Así es, padre —me mira pensativa—. Ahora que recuerdo... prometiste acompañarme al doctor —hace un puchero de esos a los que no soy capaz de resistirme.

—Lo sé, pequeña... —contesto suavemente, tocándole el mentón—, pero hoy tengo una junta importante —su rostro se entristece.

—Hijo —interviene mi madre acercándose a nosotros, sus manos delicadas descansando en los hombros de Sarah—, dile a Thomas que te reemplace —pone su mano en la cabeza de mi niña—, y tú acompaña a mi nieta al doctor.

—¿Crees que sea lo correcto? —pregunto dudoso, observando el elegante salón decorado con obras de arte y fotografías familiares.

—Dale una oportunidad. Delega responsabilidades a él. Para algo es el vicepresidente de la constructora.

—Por favor, padre —suplica mi pequeña.

—Está bien —me rindo ante sus ojos preciosos. Miro a mi madre—. Dile al inútil que me mantenga informado... ojalá no meta la pata.

—Lo hará bien —pone su mano sobre mi hombro y me da un pequeño golpecito—. Tú vete que se hace tarde para la cita.

Me despido de mi madre. Subo a mi BMW después de acomodar a mi niña en su silla y ponerle el cinturón. Miro su sonrisa a través del espejo retrovisor. Es idéntica a mí: cabello rubio, piel blanca, ojos color ámbar, grandes pestañas, boca pequeña; mi versión femenina definitivamente.

Seis años tiene mi pequeña Sarah. Ella es lo único que me queda de Rose, mi esposa. Cuando mi hija tenía seis meses, Rose enfermó gravemente. Su corazón era muy débil. Tratamos de realizar los tratamientos necesarios, pero ella no pudo superarlo. Nos dejó cuando Sarah cumplió un año. Aún con todo el esfuerzo que hice, no logré mantenerla conmigo. Fue una pérdida muy dura. Amaba a esa mujer más que a nada. Suspiro sin poder evitarlo. Han pasado cinco años desde ese fatídico día. Trato de aislar esos pensamientos y continúo la marcha cuando el semáforo vuelve a dar vía libre.

—Papi... ¿tú tienes novia igual que el tío Thom? —su pregunta me deja fuera de juego. Suelto una carcajada y la observo a través del espejo.

—No, bebé. El tío Thomas tiene muchas novias, tu papi no tiene ninguna —le respondo. Su cara muestra descontento.

—¿Él te va a prestar una? —pregunta de nuevo. No sé de dónde saca esas ocurrencias—. Porque el tío Tom dice que ya estás oxidado y que te urge una novia.

—Jajaja —la risa vuelve a mí. Ya entiendo de dónde viene todo. Thomas, voy a estrangularte por soltar la lengua frente a Sarah—. No me gusta ninguna, nena.

—Uffff. Qué alivio, papi. Porque no pienso compartirte con nadie —hace la mueca para guiñarme un ojo, pero termina cerrando ambos. Me derrite el corazón de ternura.

—Está bien, princesa.

Seguimos nuestro recorrido hasta llegar a la Clínica. ¿Novia?... Llevo cinco años resistiéndome a esa idea y no porque no me lluevan propuestas, sino porque ninguna llama mi atención... no como quisiera...

CAPITULO 2

**KATHERIN**

Mi día comenzó temprano. Salí a ejercitarme en el gimnasio de mi apartamento, un espacio moderno y luminoso con grandes ventanales que deja entrar la luz de la mañana y ofrece una vista panorámica de la ciudad. Las máquinas de última generación y el aroma a limpieza me motivaron a comenzar mi rutina. Tras una hora de ejercicio intenso, me bañé y cambié, optando por un vestido negro con un escote provocativo en la parte delantera que acentuaba mi figura esbelta. Tomé mi batido, las llaves de mi Lamborghini rojo mate, y me dirigí a la clínica donde trabajo.

El recorrido, normalmente emocionante al volante de mi coche deportivo, jamás se me había hecho tan fastidioso. Los compromisos familiares me tienen abrumada. La voz chillona de Mara, mi madrastra, me va a enloquecer. El domingo, al llegar a mi casa después de arreglar los pendientes en la mansión y de solucionar discretamente el asunto con Owen, ella estaba allí, esperándome, exigiendo explicaciones que no podía darle. Tuvimos una pelea fuerte y terminó marchándose no sin antes dar un portazo al salir. Quiere manipular mi vida a su antojo, pero es un gusto que no voy a darle. Cree tener derecho de mandarme y eso no va a pasar. Yo no sigo órdenes de nadie.

Llego a la clínica veinte minutos después. El reloj de la oficina marca las 7 de la mañana y empiezo mi labor en el edificio moderno con paredes de cristal y un diseño minimalista que refleja profesionalismo y eficiencia. Paciente tras paciente, niño tras niño, todos acompañados por sus madres... algo aburrido a mi parecer, nada interesante para deleitar la vista.

Me sobo los ojos con frustración, giro mi silla ergonómica hacia el otro lado, dejando que mi cuerpo repose unos segundos sobre ella. Miro la hora: "2pm". Me queda un último paciente antes de salir a disfrutar mi hora del almuerzo. Alzo la bocina de mi teléfono que está conectado a los parlantes externos de la sala de espera y nombro a mi siguiente paciente: "Sarah Taylor, consultorio 10". Cuelgo y espero unos segundos, hasta que la puerta del consultorio se abre dando paso a una pequeña de no más de 6 años, con cabello rubio y largo, ojos ambarinos, muy hermosa a mi parecer, que me dedica una sonrisa al entrar.

—Siéntate —invito, señalando la silla frente a mi escritorio de madera oscura y bien pulida. Toma asiento, balanceando sus piernitas con nerviosismo. La puerta está entreabierta; de seguro su madre está contestando alguna llamada. Cuando al fin se abre de par en par, entra a mi consultorio un hombre blanco de 1.90, musculoso al punto de la perfección, con una camisa fucsia de manga larga, al parecer de la marca Dolce & Gabbana, y unos pantalones apretados azul oscuro que permiten ver el contorno de sus ejercitadas piernas. Elegante en su porte y en su andar, el cabello corto, de un peculiar color rubio claro, igual que la pequeña niña, lo que me hace deducir que se trata de su padre... son como dos gotas de agua.

Exquisito hombre... esos ojos ambarinos tan penetrantes hacen que me muerda sin ningún pudor mi labio inferior... cómo desearía ser "Afrodita" en estos momentos... lo disfrutaría completico... Nuestras miradas se conectan lo que parece una eternidad. La tensión sexual entre los dos es evidente. Tremendo manjar me han enviado. El destino por fin me muestra su favor a mí, Afrodita, la diosa del amor. ¡Dios! mi corazón galopa como un loco, y continúo mordiendo mi labio inferior. La temperatura en el lugar aumenta miles de grados Fahrenheit.

Este hombre es un dios del Olimpo!!!

¡Es perfecta combinación de virilidad y sensualidad!

Empieza a ponerse interesante mi día...

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