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PRISIONERA

CAPITULO 1 MI SUFRIMIENTO

MELANIE

Veo su figura intimidante acercarse a mí, su mandíbula apretada y sus ojos encendidos en furia. Un escalofrío recorre mi espalda. Sé lo que significa y me preparo para lo que viene. La atmósfera en la habitación se torna densa, el aire se siente cargado de tensión. Cada paso que da, suena como un tambor en mi pecho.

—¿Que no sabes hacer nada bien? —sus gritos retumban en toda la habitación, resonando como un eco en mi mente—. ¡Así de inútil eres!

"Inútil..." No deja de repetir esa palabra una y otra vez, como un mantra cruel. La cabeza me da vueltas. ¿En serio soy una inútil? ¿Porque agregué más sal a la comida sin querer? El recuerdo de su mirada enfurecida y despectiva me llena de incertidumbre, una punzada de autodesprecio se clava en mi corazón.

—¿Me estás escuchando? —me jala con fuerza del brazo, el agarre es como una mordaza que me impide gritar—.

El impacto de su bofetada resuena en mi rostro, mi mejilla se entumece ante el golpe. Las lágrimas brotan sin que pueda contenerlas, deslizándose por mi piel como si estuvieran huyendo de la cruel realidad. ¿En qué momento terminé en este lugar? ¿En qué momento terminé en manos de Marcus Anderson?

INICIO FLASHBACK

—No lo entiendes, Damian. Tu hija será mi pago —fue la primera vez que lo vi y escuché su sombría voz, profunda y amenazante.

—Señor Marcus... Por favor... Solo tiene 16 años... Se lo ruego —mi padre rogaba, sus ojos bañados en lágrimas, casi besando sus pies en un gesto de desesperación.

—Me debes una buena cantidad de euros —su sonrisa siniestra hizo aparición, llena de desprecio—. Me da la gana que lo pagues con ella.

Su figura alta y fornida se proyectaba como una sombra oscura en la habitación. Sus ojos, tan negros como su alma, parecían atravesarme. Todo en él me causó repulsión desde el primer momento: su risa, sus gestos, incluso el aroma a tabaco que lo rodeaba. Marcus Anderson, el nombre del mafioso más reconocido a nivel nacional e internacional. Un hombre por quien la DEA daría millones de dólares muertos. Un hombre al que mi padre cometió el error de prestarle mucho dinero. Un monstruo que no perdona jamás.

—Tú y yo nos vamos, preciosa —su voz se metió en mi piel y me heló los huesos. Me tomó de la cadera y luego me cargó en su hombro como un muñeco. Mi cuerpo se congeló por completo; podía oír y ver todo, pero no podía moverme. Fui llevada hasta un auto blindado y costoso. La tapicería de cuero olía a nuevo, pero el aroma nauseabundo de su perfume me hacía sentir asfixiada. Las lágrimas caían de mis ojos, pero no podía hacer nada.

—Mátalos y quema todo —su orden al teléfono fue como un choque eléctrico, un golpe seco que reverberó en mi mente. Salí del otro lado de la puerta, corrí, pero las detonaciones me frenaron justo antes de entrar a mi casa.

—No... No...

Vi salir a dos hombres sonriendo satisfechos, sus rostros reflejaban una malicia que me llenó de rabia. Me abalancé sobre ellos como una fiera salvaje.

—¡Malditos! ¡Malditos hijos de puta!

Intenté entrar después, pero uno de ellos me detuvo, con una fuerza que me hizo sentir insignificante.

—¡Suéltame! ... ¡Mamá! ... ¡Papá! ... ¡Hermano! ... ¡Nooo!

Las llamas se esparcieron rápidamente, el humo empezó a inundar el lugar que algún día fue mi hogar. El calor era abrumador, el sonido del fuego crepitante, y el llanto de mi familia se mezclaba con mis gritos.

—¡Déjame! ¡Déjame! —me retorcí en su agarre como un gusano atrapado.

—Ay, mi niña... —escuché la voz burlona de ese hombre a mi espalda. Volteé a mirarlo desafiante.

—Desde hoy... Yo seré tu familia. Lo único que tendrás y por quien vivirás seré yo.

—¡Vete a la mierda! —lo insulté, escupiendo su rostro con todo el desprecio que sentía. Todos a mi alrededor palidecieron ante mi acto. Él, en cambio, permaneció impasible, simplemente sacó un pañuelo y se limpió el rostro sonriendo.

Su sonrisa poco a poco se transformó en una carcajada, llena de satisfacción.

—Me encanta tu espíritu —murmuró para después propinarme un puñetazo en el estómago, haciéndome escupir una bocanada de sangre. Me tomó del cabello, acercando su rostro al mío, sus ojos brillaban con una locura inquietante.

—Pero no me tientes, preciosa. Aún no sabes de lo que soy capaz.

Su amenaza es lo último que escuché, seguida de un dolor agudo que me hizo tambalear, y luego nada...

FIN FLASHBACK

Ese maldito mató a mi familia y me ha mantenido como su prisionera por seis años. He intentado escapar sin éxito. Él me mantiene vigilada 24 horas al día, como un ave enjaulada. Me convertí en su esclava... su juguete sexual... su sirvienta... Me convertí en la mujer de este mafioso.

Por suerte para mí, jamás di a luz a ningún hijo suyo, ningún heredero. Desconozco la causa, pero agradezco no haber traído al mundo a un hijo de ese monstruo. El hombre a quien más odio.

Después de golpearme, me follo bruscamente y luego se fue, dejándome sola con mis pensamientos y mi dolor. En este momento, estoy en la bañera, intentando quitar su asquerosa esencia de mi cuerpo. He frotado mi piel tantas veces que se ha enrojecido, la sensación es casi física, como si pudiera raspar su recuerdo de mi ser.

No puedo más. No soporto más. Rompo en llanto como una niña pequeña e indefensa. Extraño a mamá, a papá, a mi hermano. Extraño sus risas, sus caricias, su amor. Extraño mi libertad. Sentía la esperanza de que alguna vez podría escapar de él, hacer una vida nueva, pero nada de eso sucederá.

Salgo de la bañera dispuesta a acabar con mi sufrimiento. Es la primera vez que estoy tanto tiempo sola. Es raro que nadie esté en mi puerta; por lo general, siempre miden el tiempo que puedo durar en la ducha. Pero hoy no... hoy es mi oportunidad.

Miro por última vez mi reflejo en el espejo. Mis ojos azules están totalmente enrojecidos, y mi cabello castaño, empapado, se adhiere a mis pechos. El espejo refleja a una desconocida, una versión destrozada de mí misma que apenas reconozco.

—Llegó la hora de decir adiós a este mundo de porquería, Melanie Williams —murmuro para mí misma, sintiendo una extraña mezcla de alivio y terror.

Doy un fuerte puñetazo al espejo. Se hace trizas al instante, el sonido del cristal rompiéndose es como una melodía de liberación. Varios pedazos caen sobre el suelo y otros se clavan en mi mano. Ignoro el dolor, he soportado peor dolor antes. Tomo el trozo más afilado que encuentro y lo llevo conmigo a la bañera. Mi mano tiembla, mis ojos parecen ríos desbordándose. Prefiero morir que vivir esta maldita vida un día más.

Hago cortes profundos y verticales en ambas muñecas. La sangre brota a borbotones, el calor de mi vida se escapa mientras mi visión se hace borrosa. Poco a poco, siento que pierdo la conciencia.

Lo último que escucho es un estruendo en la puerta de entrada, y veo la figura negra de un hombre entrar por ella.

—Por favor, déjame morir... Quiero morir...

MELANIE

CAPITULO 2 SU DESEO DE MORIR

MATHIAS

-¿Por qué has tardado tanto? ¡Joder! - su reclamo me hace sonreír un poco. ¿Quién se cree que es? ¿Acaso no sabe que el tiempo es relativo en este mundo?

-¿Cuál es el maldito problema? - devuelvo la pregunta, clavando mis ojos verdes desafiantes en él. Lo veo bajar la mirada tal y como lo esperaba. Se ve que los rumores vuelan. Todo el mundo conoce mi fama; por algo soy "el asesino perfecto".

La poderosa ventaja que tengo en cuerpo a cuerpo se debe a mi 1.90 de estatura y a mi cuerpo trabajado. Tiro perfecto. Soy un asesino desalmado, y soy el terror de todos. Mi rostro es lo último que ven antes de morir. Ese pensamiento siempre me llena de un oscuro sentido de orgullo.

-No tienes ni idea de lo que te estás jugando - dice, ahora un poco más calmado, como si intentara recordarme la gravedad de la situación. - Tienes que cuidar a la señora las 24 horas, sin falla.

La vena en mi frente vuelve a hincharse de la molestia. Todas mis cualidades, mi entrenamiento, mis habilidades, desperdiciadas y reducidas a ser un puto niñero para una tía ricachona. Aunque sea la mujer del gran Marcus Anderson, no le encuentro el sentido a las cosas. Preferiría estar en cualquier otro lugar, como un bar oscuro donde el peligro se sienta en el aire.

-No me lo recuerdes - le hago una mueca obscena y continúo mi camino hacia la mansión. Putos ricos y sus gustos extravagantes. Subo una escalera que parece no tener fin, mis pasos resonando en el mármol pulido. Cada escalón es un recordatorio de mi nueva realidad: un guardián en lugar de un cazador.

Al llegar a la oficina del jefe, entro sin más.

-Señor Marcus - saludo cordialmente, intentando mantener la compostura.

-Mathias Smith... ¡hasta que te dignaste a traer tu puto trasero aquí! - me mira entrecerrando los ojos, su furia evidente. - Tienes suerte de ser mi mano derecha. ¡Demonios! Ya te hubiera metido un tiro por haberme hecho esperar.

-El vuelo se retrasó un poco - digo, sin bajar la mirada, sintiendo cómo la tensión se intensifica en el aire.

Se peina su cabello con una mano, respirando hondo, tratando de calmarse.

-Te traje aquí porque no confío en nadie más para esta tarea - asegura con firmeza. - No le volveré a confiar a mi mujer a ninguno de estos ineptos.

-¡Señor! ¡Señor! - irrumpe en la oficina uno de sus hombres, visiblemente pálido y con la frente perlada de sudor. - ¡La señora no sale del baño y he intentado tumbar la puerta, pero no he podido!

-¡Me cago en la puta! ¡La has dejado sola! ¡¿Dónde coño estabas?! - lo toma de la camisa como si fuera un muñeco, la rabia en su voz cortante.

-Tuve que ir al baño... - masculla entre dientes el pobre infeliz, muerto del miedo.

Sé lo que viene, así que doy media vuelta y salgo de la oficina. Unos segundos después, escucho el disparo. En este negocio, si te equivocas, lo pagas con sangre. Marcus Anderson no perdona los errores.

-¡Recojan este pedazo de mierda y limpien el piso! - ordena, y me hace una seña para que lo siga.

Corremos por un largo pasillo, el eco de nuestros pasos resonando. Lo escucho maldecir durante el recorrido, la preocupación palpable en su voz. Por lo que veo, esta mujer es importante para él. Lo que no entiendo aún es por qué la repentina preocupación de que se haya quedado sola.

Entramos a lo que parece ser su habitación. El caos es total: hay varias cosas rotas, la cama está deshecha y ensangrentada.

-¡Tumba esa puta puerta, Mathias! - su orden es clara. Su rostro denota angustia total, un destello de algo que nunca había visto en él: miedo.

Obedezco sin chistar, y al derribar la puerta en el primer intento, tengo una revelación de la verdad. Una figura femenina, pálida, delgada, sumergida en la bañera que se ha entintado del rojo de la sangre.

-¡Maldición! - mascullo entre dientes y entro al lugar, esquivando los vidrios rotos de lo que parece ser un espejo. Miro a mi espalda. El jefe se ha paralizado frente a la imagen, el horror reflejado en sus ojos.

Tomo el pulso de la mujer. Aún vive, pero no por mucho.

-¡Joder! ¡Maldita sea Melanie! - escucho maldiciones afuera y golpes constantes. Debe estar desquitándose con todo a su paso.

Hago uso de mis conocimientos paramédicos. Le hago unos torniquetes con unas toallas del baño, apretando los nudos lo más posible. Me acerco a ella, la tomo en mis brazos y la llevo fuera del baño, empapando todo a mi paso con su sangre y mi desesperación.

-¡Está viva, señor! - le digo cauteloso, mientras el demonio de la ira lo tiene cogido por las pelotas. Cuando al fin entiende mis palabras, me mira incrédulo, como si le hubiera dicho que el cielo es rojo. Toma una sábana y la arroja sobre su cuerpo desnudo, protegiéndola de la mirada inquisitiva de la muerte.

-Llévala a mi clínica - sus ojos se oscurecen con una mezcla de rabia y miedo. - ¡Maldición! Si la dejas morir, voy a matarte, Mathias.

Afirmo con la cabeza, sintiendo el peso de su amenaza. Salgo a toda prisa con ella en mis brazos. Marcus no es un hombre de amenazas vacías. Si dice que te matará, es seguro que lo hará.

Entro al parqueadero de autos. Por suerte, la camioneta está lista. Recuesto a la mujer en el asiento trasero, tapando bien su desnudez con la sábana. Subo al auto y conduzco como un loco por la carretera, sin prestar atención a nada, mi mente centrada solo en la urgencia de salvarla.

-¡La madre que me parió! ¡Justamente yo tenía que ser tu puto niñero! - digo, golpeando el volante varias veces, la frustración y el miedo a la vez alimentando mi rabia. Miro en el retrovisor y veo su rostro pálido; parece muerta. Su cabello castaño se extiende por toda la silla, y algunos mechones le tapan el rostro, justo en el lugar donde hace unos instantes le vi un hematoma.

¿Por qué querría esta mujer morir? Como sea, no es asunto mío. Lo que sí puedo asegurar es que no me causarás más líos. Juro que no te quitaré el ojo de encima si sobrevives.

¿Pero qué mierda estoy pensando? ¡Tiene que sobrevivir! ¡Mi puta cabeza está en juego!

Llego al hospital a los 15 minutos. Todo un récord. Una camilla está esperando por mí. Todo el personal fue alertado. Deposito a la mujer sobre ella, y los enfermeros hacen lo suyo. Entro al baño del lugar. Veo mi figura en el espejo. Mis ojos verdes solo brillan de malhumor. La camisa que era blanca ya no lo es; mis manos y brazos están manchados de sangre. Abro la llave y empiezo a enjuagarlas. Los tatuajes de dragón en mis antebrazos vuelven a aparecer cuando la sangre empieza a caer.

La mano derecha del gran Marcus Anderson, reducida a un puto niñero. Vigilare 24 horas a una mocosa malcriada, seguramente. Joder, echo mi cabeza hacia atrás de exasperación.

Salgo de allí. Por más de 40 minutos ando de arriba a abajo, con ganas de matar a alguien. Al fin, llego al piso indicado. El médico parece sentir mi aura destructora porque se porta amable y me da todos los reportes sin pedírselos.

La mujer sobrevivirá, para mi buena y a la vez mala suerte.

Sigo al doctor hasta una enorme habitación. La mujer está allí, conectada a un sinfín de aparatos. Aún se ve débil, pero su piel ha tomado algo de color. Debe ser por la transfusión que le hicieron.

Me siento en un sofá cerca de su cama a esperar. La llamada que recibí del jefe durante el maldito recorrido turístico a la clínica me ha dejado fuera de lugar.

"Quédate con ella. Porque si voy yo, soy capaz de matarla de verdad".

Después de eso, colgó. Me estoy metiendo en un terreno desconocido. Me choca estar en este lugar y tener que pasar 24 horas atado a esta mujer.

Por favor, déjame morir... Quiero morir...

La urgencia de esa petición en sus labios antes de sacarla del baño se rebobina una y otra vez en mi mente. ¿Por qué deseas morir, mujer?

MATHIAS

CAPITULO 3: NUEVO VERDUGO

MELANIE

Siento que mi cuerpo pesa una tonelada. Es como si una presión constante me impidiera moverme, como si la gravedad estuviera empeñada en aplastarme contra el colchón. Intento abrir los ojos, pero al principio es inútil. Un dolor sordo pulsa en mi cabeza, como si alguien estuviera martillando desde dentro. En mi segundo intento, los párpados se levantan pesadamente, luchando por mantenerse abiertos. La luz, fuerte y blanca, me ciega por un momento, envolviéndome en una especie de neblina brillante.

Poco a poco, la claridad se abre paso. Mi vista comienza a acostumbrarse, y la habitación que me rodea toma forma: paredes estériles, monitores médicos parpadeando, el pitido constante que acompaña los latidos de mi corazón. Estoy en un hospital. Un suspiro de frustración se me escapa. ¡Joder! He fallado.

Me quedo inmóvil, inspeccionando el lugar. A pesar de la quietud de mi cuerpo, mi mente va a mil por hora, repasando los acontecimientos que me han traído aquí. El agua fría de la bañera, el vidrio deslizándose sobre mi piel, el sonido del agua mezclándose con la sangre… Pensé que esta vez sería suficiente. Pensé que finalmente podría ponerle fin a todo. Pero aquí estoy, viva y atrapada una vez más.

De pronto, algo llama mi atención. Una figura masculina se perfila cerca de la ventana abierta, su espalda ancha se destaca contra la luz que entra desde el exterior. Él no es Marcus, eso lo sé con certeza. Este hombre es más alto, su postura es más relajada, pero hay algo en él que irradia peligro. ¿Quién demonios es este?

Su cabello corto y oscuro está despeinado, y su piel tiene un tono bronceado, como si pasara más tiempo bajo el sol que dentro de un hospital. Está fumando, como una maldita chimenea. El humo llena la habitación, aunque una parte se escapa por la ventana entreabierta. Me molesta el olor acre, pero más que eso, me irrita su actitud despreocupada. ¿En serio? ¿Fumar en un hospital? ¿Acaso a nadie le importa la regla básica de no fumar en lugares cerrados?

Un joven enfermero entra corriendo en la habitación, con la respiración agitada y una expresión de alarma en su rostro.

-Señor, no puede fumar aquí - dice con voz temblorosa. Su nerviosismo es evidente, y no lo culpo. El tipo frente a la ventana no parece alguien con quien quisieras discutir.

El hombre gira lentamente, exhalando una larga bocanada de humo, sus ojos oscuros se clavan en el enfermero con un brillo despectivo. Hay algo en su forma de moverse que me pone en alerta. Su arrogancia es palpable, como si el mundo entero no fuera más que una molestia para él.

-¿Y qué? - su voz es grave, cortante como una navaja. - ¿Tú vas a impedírmelo?

El enfermero traga saliva, su mirada baja rápidamente. El tipo es intimidante, no cabe duda, pero eso no significa que tenga derecho a comportarse como un gilipollas.

-Lo... lo siento, señor - tartamudea el muchacho, retrocediendo un paso. Pero antes de que pueda salir de la habitación, el hombre lo agarra por el cuello de la bata con una rapidez que me sorprende. Lo jala hacia él y, con una sonrisa retorcida en los labios, apaga su cigarrillo en la frente del chico.

El grito del enfermero retumba en mis oídos, el sonido de su dolor reverbera en mi pecho, y mi rabia se enciende como una chispa en medio de la oscuridad. La ira me sacude, dándome fuerzas para incorporarme.

-¡Ey! ¡Pedazo de mierda! ¡Déjalo! - grito, mi voz ronca por la sequedad de mi garganta, pero cargada de odio.

El hombre suelta al enfermero, que se tambalea hacia la puerta, escapando como puede. Pero el tipo no parece preocupado. Al contrario, está sorprendido. Me observa, alzando una ceja como si no esperara que pudiera hablar, y mucho menos gritarle. Luego, una sonrisa torcida aparece en su rostro. Una sonrisa que me enferma.

Se acerca lentamente hacia mí, cada paso suyo parece resonar en la habitación, llenándola con su presencia amenazante. Cuando está lo suficientemente cerca, puedo sentir su respiración mezclada con el olor del cigarro impregnando el aire.

-Veo que ya estás despierta, suicida - gruñe, sus palabras rezumando desdén.

¿Qué carajo acaba de decirme?

-¿Quién coño eres tú? - le pregunto, intentando mantener el control de mi voz, aunque mi rabia comienza a hervir de nuevo.

-Ah... verdad - murmura, inclinándose peligrosamente hacia mí hasta que nuestras narices están a solo milímetros de distancia. - Me presento... Soy tu peor pesadilla, muñeca - su tono es burlón, pero la amenaza subyacente es clara.

Este imbécil está jugando conmigo.

-¿Trabajas para Marcus? - mi pregunta es más una afirmación. No necesito su respuesta para saber que está aquí por órdenes de Marcus.

-Qué comes que adivinas... - suelta con una risa, acercándose aún más, casi rozando mis labios con los suyos. Su cercanía me produce una rabia tremenda - Escúchame bien, me importa una mierda si eres la mujer de Marcus o no... - su voz se vuelve aún más baja, más amenazante. - Juro que si me das problemas, yo mismo me daré el gusto de matarte. ¿Entendido?

Mi corazón late más rápido, pero no por miedo, sino por la ira que me consume. Nadie, absolutamente nadie, se atreve a hablarme así.

-Atrévete a tocarme un pelo, matón de quinta, y seré yo quien te mate a ti - escupo las palabras con todo el veneno que puedo reunir, sin apartar mis ojos de los suyos.

Para mi sorpresa, él se echa a reír. Es una risa gutural, sin alegría, que me pone los pelos de punta.

-Demasiado brío para una mujer que quería morir hace unas horas - me agarra del mentón con rudeza, y yo lo aparto de un manotazo. - Como sea... prepárate, salimos en cinco minutos.

Se da la vuelta y sale de la habitación como si nada, su camisa manchada de sangre y su arrogancia dejando un rastro apestoso tras él.

Maldito gilipollas.

Bajo de la cama con dificultad, sintiendo que mis piernas apenas pueden sostenerme. Me tambaleo hacia el baño, mis manos temblorosas buscan algo de apoyo. Joder, creí que podía lograrlo... Preferiría estar en el infierno que regresar a ese maldito lugar.

Tiro la almohada al suelo y desordeno la cama con rabia, como si pudiera deshacerme de mi frustración a través del caos. Pero la debilidad sigue presente, y antes de que pueda darme cuenta, el mundo a mi alrededor gira y mi visión se oscurece. Mi cuerpo se desploma, pero antes de tocar el suelo, unos brazos fuertes me agarran con fuerza, sosteniéndome por la cintura.

Veo los tatuajes de dragones en sus antebrazos, sus escamas verdes contrastan con su piel bronceada. Me mantengo recostada contra su pecho mientras el mareo pasa.

-Mujer torpe - su voz profunda retumba en mi oído, y siento su aliento caliente contra mi cuello.

-¡Déjame! - grito, intentando zafarme de su agarre, pellizcando sus brazos con desesperación. - ¡No necesito tu ayuda!

-Eso no era lo que parecía hace unos segundos - responde con una burla en su tono, sin moverse. Está demasiado cerca de nuevo. - Pero si tanto insistes en que te suelte, pues...

Antes de que pueda protestar, me empuja con fuerza sobre la cama. Mi espalda impacta contra el colchón, y lo miro con furia.

-Maldito animal... - le grito, luchando por incorporarme.

-Termina de cambiarte acostada - me dice con frialdad, sus ojos brillando con desprecio. - No quiero tener que explicar algún golpe extra al jefe.

Sale de la habitación, lanzando una última mirada llena de desdén antes de desaparecer por la puerta. Respiro hondo, intentando calmar la ira que bulle dentro de mí. Lo que me espera en la mansión no será nada bueno.

Desconozco la intención de Marcus al traer a este patán. Mi mente comienza a divagar en cuanto pienso en él. Marcus Anderson, el hombre que ha hecho de mi vida un infierno en la Tierra. Su sola presencia es como una sombra oscura que ha eclipsado cualquier esperanza de libertad que alguna vez tuve. Me ha quitado todo: mi dignidad, mi voluntad, mi razón de vivir. Y ahora, envía a este maldito matón para empeorar aún más las cosas. Estoy segura de que lo ha traído para mantenerme vigilada, para asegurarse de que no pueda hacer nada fuera de sus planes retorcidos. Es como si ni siquiera la muerte fuera una opción a su alcance.

El hombre que ha estado aquí, con su arrogancia y violencia, es sin duda el próximo verdugo que Marcus ha puesto en mi vida. Noche y día, su figura se impondrá sobre mí, recordándome constantemente que no tengo escapatoria. Que mis días, mis pensamientos, incluso mis acciones ya no me pertenecen. Este hombre no tiene rostro todavía en mi mente, pero su actitud ya lo ha marcado como una amenaza constante, una pesadilla viva a la que deberé enfrentar.

¡Dios mío! Mamá... papá... si pueden escucharme, donde quiera que estén, necesito su ayuda. No sé cuánto tiempo más podré resistir. Cada día que pasa siento que me desmorono un poco más. Estoy rota. No hay salida, no puedo escapar. Y ahora, este hombre es solo una nueva herramienta de Marcus para doblegarme, para recordarme que soy su prisionera, su juguete roto.

Me desplomo sobre la cama, el peso de la desesperanza cayendo sobre mis hombros. No hay escapatoria. He intentado quitarme la vida, he intentado romper las cadenas, pero él siempre está un paso por delante. Él siempre gana.

Pero entonces, un pensamiento oscuro y peligroso se infiltra en mi mente, como una serpiente deslizándose entre las sombras. ¿Y si... la única manera de salir de esto es eliminando el problema de raíz? Mi mente vacila ante la posibilidad. ¿Y si la única forma de recuperar mi libertad es matando a Marcus?

El pensamiento me golpea como un relámpago en medio de la tormenta. Es una idea terrible, impensable. Pero a la vez... es liberadora. Si Marcus muriera, todo esto acabaría. No tendría que vivir más con su sombra persiguiéndome, no tendría que temer más por mi vida porque mi vida me pertenecería de nuevo.

Cierro los ojos, tratando de aferrarme a lo poco que queda de mi cordura. ¿Podría realmente hacerlo? ¿Podría realmente matar a Marcus Anderson, el hombre que ha destruido todo lo que alguna vez fui?

No lo sé. Pero lo que sí sé es que no puedo seguir así. No puedo vivir bajo su control, no puedo seguir siendo su prisionera. Debo encontrar la forma de liberarme, y si eso significa ensuciar mis manos con su sangre, entonces tal vez sea un precio que esté dispuesta a pagar.

Debo matar a Marcus Anderson.

MARCUS

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