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La Malquerida - Juegos Peligrosas

Juegos peligrosos I

ADVERTENCIA: Esta novela tiene contenido para mayores de 18 años.

Saga La malquerida - Juegos peligrosos

Juegos peligrosos I

Encuentro

Me desperté después de una pesadilla horrenda que suelo tener cuando estoy nerviosa. En ella siempre veo a mi madre, su cabello suelto de color caramelo le cubre el rostro y sus manos blancas como la leche me piden que la siga. Escucho mi nombre… Ana, Ana ven… Dice una angelical voz delante de mí. Pero no puedo hablar ni ella acercarse a mí. Voy tras ella, pero algo no me permite correr lo suficientemente rápido.

El despertador me avisó con su quejido que ya era tarde. Abrí los ojos y al tocar mis mejillas sentí la humedad de mis lágrimas. Mi mamá murió días después de mi nacimiento, por lo que no la conocí en realidad. Solo sé de ella por las fotos que mis abuelos guardan o por las anécdotas que mis familiares cuentan. A veces pienso que ni siquiera sé si esa persona en sus recuerdos en realidad es mi madre.

El uniforme en la percha, el cual planché hace unos días, me recordó que hoy empiezo las clases en el colegio de mi amiga Mía. Me vestí apresuradamente con la camisa blanca y la pollera escocesa de color verde, pero mis zapatos no aparecían por ningún lado, pese a que mi cuarto estaba ordenado. Empecé a ponerme nerviosa hasta que recordé haberlos dejado bajo la cama.

Después de ese susto bajé por las escaleras en dirección a la cocina. El olor a tostadas recién hechas me despertaban el apetito. Saludé a mi abuelo que parecía cansado por levantarse temprano. Lo besé en la mejilla y sonrió como si mis mimos le devolvieran la vida. Le robé una tostada con mermelada de frutillas y la comí a toda prisa, amo las frutillas y él lo sabe.

El reloj en la pared marcaba las siete y cinco, se me estaba haciendo tarde. Mi abuelo insistió en acompañarme a la parada del colectivo. No quise discutir con él por la falta de tiempo, así que solo me resigné a que viniera conmigo. Cuando llegamos tomé aire y al darme la vuelta vi acercarse el colectivo. Después de un rápido saludo con la mano me despedí de mi abuelo.

Ya arriba del colectivo me relajé un poco. Me paré en la parte de atrás, ya que no había asientos vacíos. Al ver por la ventana me perdí en mis pensamientos. Deseaba tener un buen año y hacer amigos en la nueva escuela. Aunque la tuviera a Mía, mi única y mejor amiga de toda la vida, solía sentirme muy sola, por el hecho de que ella siempre se rodeaba de muchas personas.

Cuando me quise dar cuenta el colectivo se había llenado de personas. Entre empujones intentaba mantener mi mochila a salvo de todos los pasajeros que parecían querer arrancarla de mis brazos al pasar por al lado. Esto parecía una lucha por la supervivencia del más fuerte.

De repente el chofer frenó de improvisto y perdí el equilibrio. Caí arriba de la persona que estaba sentada delante de mí y me golpeé la cabeza con su rodilla. Fue muy doloroso por lo que me dieron ganas de llorar. Intenté levantarme rápido. Al buscar una posición para hacer fuerza con mis manos y levantarme. Me di cuenta de que la mano izquierda estaba tocando algo blando en su entrepierna. ¿Qué diablos estaba tocando mi mano? Di vuelta la cabeza y me encontré con un joven de ojos grises que me miraba con sorpresa. Mi respiración se aceleró y mi mejilla se tornaron más rosadas de lo habitual.

Sus ojos eran increíblemente bellos, me recordaban a un día nublado o una película en blanco y negro. Me ruboricé aún más, aunque no supe si fue por la posición de mi mano o por su manera de mirarme. Al mirarme me preguntó si yo estaba bien. Me quedé petrificada sin poder hablar ni respirar. ¿Ese chico estaba hablando conmigo, de verdad?

Su cabello peinado hacia un costado me hizo recordar a una foto de cuando mi abuelo era joven. Nerviosa, intenté quitar mi mano de su entrepierna y me caí al suelo. Estaba tan avergonzada que mi cara se puso completamente roja, literalmente me veía como un tomate. Él no me quitaba los ojos de encima y yo empezaba a sentirme intimidada por sus ojos penetrantes. Desee con todas mis fuerzas volverme invisible. Estaba segura de estar en un sueño a punto de despertarme, pero no. Lamentablemente, todo lo que había pasado era real.

Me extendió la mano para ayudarme a que me levantara, pero no lo acepté y lo hice sola. Le dije que lo sentía con un hilo de voz y me alejé lo más rápido que pude. La gente le reclamaba al chofer del colectivo la frenada. Por suerte para mí, ya que nadie nos había prestado atención.

El resto del viaje intenté calmarme y no pensar en lo que acababa de pasar. Yo Ana Martínez, tenía que ser positiva. No podía dejar que esa tontería arruinara mi día. Aunque cada vez que cerraba los ojos sentía su mirada en mí. El solo recordarlo hacía que mi respiración se acelerara y empezaba a sentir un cosquilleo en el estómago. Era horriblemente incómodo surtirse así y, pero extrañamente, me gustaba.

Bajé del colectivo y lo vi. No lo podía creer. El chico que había toqueteado arriba del colectivo iba a la misma escuela que yo. ¿Tanta mala suerte podía tener? ¿Acaso los dioses del olimpo disfrutaban viéndome sufrir?, reflexioné y me reí sola. Lo seguí con la mirada, hablaba con otro muchacho un poco más debajo de estatura que él. Aunque los dos eran mucho más altos que yo.

De todas formas, midiendo un metro cincuenta y cinco, ¿Quién no era más alto que yo? Traté de mantenerme a cierta distancia de ellos para que no me vean. El chico de ojos grises parecía animado hablando, mientras que el otro usaba unos grandes auriculares y rara vez volteaba para responderle. ¿Estaría contándole lo que pasó en el colectivo?

Me hice a la idea que no era así. Qué ese chico tenía cosas más importantes en que pensar que en mí y traté de conservar la calma. Al llegar a la puerta del colegio vi a mi amiga Mía hablando con unos chicos. Ella era extrovertida y siempre estaba rodeada de personas. Hoy se veía especialmente bella con el cabello suelto. Tengo que reconocer que la envidiaba, su cabello era tan lacio que no necesitaba ni peinarse. A diferencia de mí y mis malditos rulos cobrizos, los cuales eran un caso perdido.

Corrí a su lado y la abracé. Hacía varias semanas que no nos veíamos. Le conté lo que me había pasado minutos atrás y ella me preguntó si yo estaba bien. Siempre era tan buena conmigo. Se preocupaba por mí y me hacía sentir feliz. Es por eso que yo le había suplicado a mi abuela que me dejara entrar en segundo año a este colegio. Quería estar cerca de ella la mayor cantidad de tiempo posible.

Después de inspeccionar el lugar por un rato me di cuenta de que era casi imposible volver a ver al chico del colectivo y me tranquilicé. La campana sonó y tuvimos que entrar a nuestro salón. Esperaba que lo de esta mañana solo fuera una mala racha.

Autora: Osaku

Juegos peligrosos II

Un día de clases con Benjamín

La campana sonó y tuvimos que entrar a la escuela. Aproveché la clase de historia para contarle mis últimas semanas a Mía. La última hora tuvimos plástica y la profesora nos hizo ponernos en grupos de cuatro. Nos tocó con dos chicos, uno de ellos se presentó conmigo amablemente, pero el otro solo dijo su nombre y empezó a hacer el trabajo sin participar de nuestra conversación. Dibujaba excelente y me quede sorprendida al ver que mientras nosotros recién empezábamos el trabajo, él ya estaba pintando. Tocó la campana y empezamos a juntar las cosas para irnos.

Al salir de la escuela mientras caminábamos le pregunté a Mía sobre el chico que estuvo en el grupo con nosotras, parecía algo raro. Fue entonces que ella me explicó que tenía algo llamado Asperger y que siempre era así. Incluso me dijo que el año anterior solo habían conversado un par de veces. Le pregunté que era Asperger y ella me dijo que no sabía, pero que tenía que ver con la dificultad para sociabilizar. Me quedé pensando, ¿Por qué sería que no podía sociabilizar?

Cuando estábamos llegando a la parada del colectivo, un automóvil se detuvo y Miguel, su hermano, nos saludó. Él y Mía eran muy parecidos físicamente, aunque él llevaba un corte de cabello parecido al de los Beatles.

—Hola, Miguel —dije y lo saludé con entusiasmo.

Mía subió al auto y los dos me preguntaron si quería ir con ellos. No quise interrumpir el momento familiar, ya que por el divorcio de sus padres ellos se veían poco. Y mi abuela se iba a molestar si no le avisaba, más en mi primer día de clases. Así que les di las gracias por la invitación y quedamos para otro día.

Estuve varios minutos esperando el colectivo. Cuando por fin vino subí y por la ventana vi a Benjamín, mi compañero que tiene Asperger y al chico de ojos grises, juntos. Al parecer se conocían; y por suerte no se habían tomado el colectivo conmigo.

Al volver a casa ordené mi cuarto y almorcé. No había nadie así que aproveché a bañarme y a terminar la tarea. Eso de las seis de la tarde vino mi abuela y muy emocionada me dijo que había conseguido un nuevo profesor para que me dé clases de violín, según ella el tipo era una eminencia. Excelente, pensé con ironía. Otro anciano que me iba a decir lo mal que toco y se la iba a pasar gritándome. Cada vez tenía menos tiempo para mí, gracias a la obsesión de mi abuela por mantenerme ocupada.

Pasaron unos días y por fin iba a conocer a la eminencia de la que tanto hablaba mi abuela en casa. Por prepararme, llegué tarde a la escuela y no pude elegir con quien sentarme. Al lado de Mía ya había otra chica. Así que me senté en el único lugar vacío, que era al lado de Benjamín. Lo saludé tratando de ser amable, él me miró y sin decir nada se dio vuelta y se puso a leer un libro. Todos hablaban mientras esperábamos a la docente, excepto Benjamín que solo leía.

—Te gusta leer, parece —le dije tratando de sacarle conversación.

Él, sin despegar los ojos de su libro, me contestó —Y a vos te gusta marcar lo obvio.

Yo sonreí, pero entendí que no le interesaba conversar conmigo. Era poco sutil para mostrar que yo no le caía bien. Perecía una persona muy solitaria y un poco misteriosa. Se acomodaba el cabello como si tuviera un tic, al igual que los útiles escolares, todo tenía un punto específico en su mesa. Lo que más me gustaba de él eran sus ojos cafés y el lunar en su mejilla izquierda que me recordaba a Robert De Niro de joven. Tenía voz gruesa como la de un locutor, pero casi no la podía escuchar porque era muy difícil hablar con él de cualquier cosa.

Al salir al recreo Mía y yo fuimos a comprar algo al kiosco del colegio. Estaba lleno de estudiantes que querían comprar, así que decidimos solo comer unas galletitas que ella había traído. En ese momento vimos a Benjamín junto al chico de ojos grises. Y como la valiente mujer que soy, me escondí detrás de Mía. Ella, sorprendida, me preguntó qué era lo que estaba haciendo y me dio un discurso acerca de no esconderme eternamente y enfrentar a las personas.

Sabía que tenía razón, pero, aun así, quería evitarlo el mayor tiempo posible. El chico era lindo, no lo voy a negar, y cuando pensaba en él mi corazón latía como si estuviera escuchando a Franz Liszt, en sueño de amor.

Una rubia, delgada, de pechos muy prominentes se acercó a ellos y besó en la boca al chico de ojos grises. Mi corazón fue mancillado por ese beso. ¿Cómo no iba a tener novia? Benjamín rápidamente los dejó solos, y se fue al otro patio. Todavía no sabía de donde se conocían. ¿Serían amigos o parientes? De todas formas, no podía preguntarle, ya que casi no me hablaba en clase.

Sonó el timbre y volvimos al salón. Benjamín hizo lo mismo que la clase anterior y no me habló ni una vez. Estaba muy aburrida, en cambio, Mía se llevaba excelente con Agustina, la chica que se había sentado con ella. Las veía reír desde lejos y me sentía un poco celosa. Mía tenía una capacidad impresionante para hacer amigos en un abrir y cerrar de ojos.

Al salir de la escuela fui a la dirección que mi abuela me había dado para empezar con las clases de violín. Yo no era considerada una persona que se orientará con facilidad, por lo que se me hizo tarde. Llegué al fin, toqué timbre y espere. Era una casa antigua con puertas altas y muy elegantes. Un hombre joven abrió la puerta, era alto y delgado con rulos en el cabello, se veía muy sofisticado, vestía formal, saco e incluso corbata.

—Hola, estoy buscando al profesor Shocron —dije sin saber qué esperar—. Era probable que tuviera mal la dirección o que me hubiera equivocado.

—Buenas tardes. La estábamos esperando, señorita Martínez —dijo y me invitó a pasar marcándome con el brazo a donde debía dirigirme.

Autora: Osaku

Juegos peligrosos III

Una canción en mí

Al salir de la escuela fui a la dirección que mi abuela me había dado para empezar con las clases de violín. Yo no era considerada una persona que se orientará con facilidad, por lo que se me hizo tarde. Llegué al fin, toqué timbre y espere. Era una casa antigua con puertas altas y muy elegantes. Un hombre joven abrió la puerta, era alto y delgado con rulos en el cabello, se veía muy sofisticado, vestía formal, saco e incluso corbata.

—Hola, estoy buscando al profesor Shocron —dije sin saber qué esperar—. Era probable que tuviera mal la dirección o que me hubiera equivocado.

—Buenas tardes. La estábamos esperando, señorita Martínez —dijo y me invitó a pasar marcándome con el brazo a donde debía dirigirme.

Me sorprendí al ver que me conocía ¿No sabríamos visto en algún concierto? Entré y me encontré con un salón enorme. En él había una majestuosa araña en el techo y un piano en el centro de la habitación. Al adentrarme a ese elegante salón vi a tres chicos y una chica que estaban sentados con sus instrumentos listos para tocar.

—Bien. No me gusta repetir las cosas. Pero esta vez haré una excepción, ya que su compañera viene del colegio —dijo y me miró de los pies a la cabeza—. Me presento, soy Martín Shocron, su profesor. Sé bien que les puedo parecerles joven, por el hecho de que tengo 25 años, pero soy profesor de música en la mejor escuela del país y toco instrumentos desde que tengo dos años. La señorita Martínez va a compartir la clase con ustedes y como pueden ver trae un violín. Su abuela me dijo que toca desde hace años, por lo que debería estar a la altura del grupo. Espero que podamos trabajar adecuadamente. Señorita Martínez, preséntese mientras realiza una interpretación —dijo y todos se quedaron mirándome.

Yo estaba catatónica, ¿a dónde me había mandado mi abuela? Encima había dicho que yo toco el violín desde hace años. Lo cual no era del todo cierto, ya que hacía mucho tiempo que no lo había siquiera tenido en cuenta. Tenía que estar a la altura de un grupo que parecía demasiado profesional para mi gusto y para mis capacidades. En apariencia todos se veían muy profesionales pese a sus edades.

Para mi pesar, tarde o temprano se iban a dar cuenta de que yo era un desastre, así que hice lo que me pidió. Inhalé profundo y solté la mochila, tomé una colita para atarme el cabello, saqué el violín del estuche y me paré frente a ellos. Tenía miedo, en realidad creo que estaba aterrada, me sudaban las manos y mi mente estaba en blanco. Miré al señor Shocron, y como no me dijo que partitura tocar empecé con Pequeña serenata.

—No, no, no —dijo el profesor que parecía haberse molestado—. Va a hablar de usted, que sea una interpretación que nos permita conocerla. A Mozart ya lo conocemos y no nos dice nada de usted señorita Martínez —dijo con ironía—.

Me sonrojé de la vergüenza. ¿Qué era lo que quería este hombre? Traté de pensar rápido y se me vino a la mente la canción de Reik Sabes, pero estaba muy de moda y seguramente no le iba a bastar. Todos me miraban y yo no sabía qué hacer. Así que cerré los ojos y respiré hondo. En ese momento recordé una canción que mi tía cantaba cuando yo era chica. La toqué con el violín recordando parte de mi infancia. Mi tía había vivido en casa de mis abuelos hasta que terminó la facultad hacía tan solo unos dos años. Esta canción me recordó a ella y a los tiempos en los que estábamos juntas como dos hermanas. Al terminar abrí los ojos y bajé el violín.

—Mi nombre es Ana, tengo catorce años, mi cumpleaños es el quince de mayo y la canción que acabo de tocar es de Jim Croce —Martín me aplaudió y se puso a reír. Todavía no sé si me asustaba más verlo enojado o riendo.

—Esto es lo que buscaba, que se animen a más. Mi clase no es para que se sientan cómodos. A pesar de eso van a aprender lo que necesitan para ser los mejores. Ahora cuéntenos cómo sabe esa canción —dijo y me invitó a sentarme a su lado.

—A mi tía le gusta Arjona y tiene una versión de esta melodía con otra letra. Ella la cantaba seguido cuando yo practicaba en casa y me quedó en la cabeza —Después de mi incómoda explicación todos rieron y la clase se relajó un poco. Bueno, todos menos el profesor.

Cuando la clase terminó uno de los chicos, Rodrigo, me invitó a ir con ellos a tomar algo. Debía llegar rápido a casa, por lo que no pude aceptar. Odiaba hacer eso, pero mis abuelos eran muy estrictos.

Esa noche al dormir soñé con mi mamá. Se acercaba el aniversario de su muerte y de mi cumpleaños, mayo no era un buen mes para mí. Mis sueños se volvían oscuros y las pesadillas me atormentaban. Al otro día al verme en el espejo me di cuenta de que había llorado dormida. Siempre me pasaba cuando soñaba con mamá.

Me lavé la cara y bajé a desayunar tratando de ocultar mi malestar. De todas formas, debía ir a la escuela. Traté de distraerme escuchando música en mi mp3 mientras iba en el colectivo. No quería pensar en nada ni en nadie. Empezaba a calmarme cuando alguien me tocó la mano y me sorprendí al ver que era el chico de ojos grises.

Me decía algo, pero yo no podía escucharlo porque aún tenía los auriculares puestos.

—¿Perdón? —pregunté mientras me quitaba un auricular del oído para poder entenderle.

—Digo que te sientes —dijo y se levantó cediéndome el asiento—. No vaya a ser cosa de que te vuelvas a caer arriba mío.

Después de decir eso me sonrió y yo me quedé petrificada. Su sonrisa era hermosa, al igual que él. Parecía no incomodarle mi cara de tonta. Mi corazón se había transformado en el de un colibrí de lo rápido que latía. Me senté y él sacó algo de su mochila.

Autora: Osaku

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