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Amor Incondicional

El perro en la tormenta

Amor Incondicional Capítulo 1: El perro en la tormenta La lluvia caía con fuerza sobre Buenos Aires, golpeando los techos de chapa, los colectivos repletos y las veredas donde el agua formaba pequeños ríos marrones. Las calles de Palermo estaban casi vacías, salvo por algún que otro valiente que corría bajo un paraguas roto o un delivery en bicicleta que desafiaba las gotas. Clara Vidal apretó el paso, con el abrigo pegado al cuerpo y el celular en una mano. Eran casi las ocho de la noche y todavía le quedaba trabajo por revisar. —¿Por qué no me quedé en la oficina? —murmuró mientras esquivaba un charco. Había salido temprano de la agencia publicitaria donde trabajaba, pero la tormenta había convertido su plan de “volver tranquila a casa” en una misión de supervivencia urbana. Cuando dobló en la esquina de Honduras, escuchó un ladrido. Uno solo, agudo, corto, y después silencio. Miró alrededor. Nada. Siguió caminando unos pasos y lo volvió a escuchar. Esta vez más cerca, mezclado con un gemido. —Ay, no —dijo, frenando. Debajo de un auto estacionado había un perro pequeño, empapado y temblando. Era marrón claro, con una oreja caída y la otra parada, como si no hubiera decidido a qué grupo pertenecer. —Hola, chiquito… —Clara se agachó, intentando ver si tenía collar. No lo tenía. El perro la miró con ojos enormes, suplicantes. Ella suspiró. —Esto no puede estar pasándome. No tengo ni plantas porque se me mueren. Aun así, dejó la cartera en el piso, extendió la mano despacio y habló con voz suave: —Tranquilo, no te voy a hacer nada. El perro olfateó su mano y dio un paso hacia adelante. Cuando Clara intentó alzarlo, el animal dio un pequeño gruñido. —Ok, ok, sin contacto físico por ahora. Un trueno estalló en el cielo y el perro, asustado, se lanzó hacia ella, empapándola todavía más. Clara lo sostuvo contra su pecho, sin saber qué hacer. —Perfecto. Ahora tengo perro. Corrió hasta el primer toldo que encontró y se refugió ahí. El celular vibró: su amiga Lucía le había mandado un audio. “Clara, decime que no estás caminando bajo la lluvia. ¿Sabés que hay alerta meteorológica, no? Te vas a enfermar, boluda.” Clara miró al cachorro temblando en sus brazos. —Sí, Lú, y encima rescaté un perro. Mandó un audio rápido: —Tengo un nuevo compañero, se llama… eh… no sé todavía, pero parece que no tiene dueño. Lucía respondió al instante: “¡Ay no! ¿Otro intento de maternidad frustrada? Lleválo a una veterinaria, no a tu casa.” Clara sonrió. Tenía razón. Miró alrededor, buscando alguna veterinaria abierta. A dos cuadras, una luz tenue iluminaba un cartel que decía “Clínica Veterinaria San Bernardo – Dr. Ferreyra”. Sin pensarlo mucho, se cubrió la cabeza con la cartera y empezó a correr bajo la lluvia con el perro en brazos. Cuando empujó la puerta de vidrio, una campanita sonó. El olor a desinfectante y a alimento balanceado le resultó sorprendentemente cálido. Un hombre, de unos treinta y pocos, salió desde el fondo con una toalla en la mano. Tenía el guardapolvo manchado con huellas de patas y una sonrisa amable que parecía de costumbre. —Buenas noches. ¿Todo bien? —preguntó al verla empapada. —Depende de tu definición de “bien” —dijo Clara, intentando sonreír mientras el perro tiritaba en sus brazos—. Lo encontré en la calle, bajo un auto. Está temblando y no sé si está herido. El veterinario dejó la toalla y se acercó. —A ver, vení, campeón. —Con cuidado, tomó al perro y lo envolvió en la tela—. No parece lastimado, pero está helado. Lo llevó a una camilla de acero y comenzó a revisarlo con movimientos rápidos y seguros. Clara lo observó, fascinada por la naturalidad con la que él hablaba con el animal. —Tranquilo, que ya pasó lo peor, ¿eh? —le susurró el hombre al perro—. ¿Y vos? ¿Sos su dueña? —No. Bueno, ahora sí, supongo —respondió Clara encogiéndose de hombros—. Lo encontré hace quince minutos. El veterinario levantó la vista y sonrió. —Entonces es tuyo. Así funciona la adopción callejera: te mira, te da lástima, y ya está. —No, no, pará. Yo no puedo tener un perro. Vivo en un monoambiente. Apenas tengo tiempo para mí. —Eso decimos todos —contestó él, mientras le secaba las orejas al cachorro—. Hasta que uno te cambia la vida. Clara lo miró, sin saber si hablaba del perro o de otra cosa. —¿Sos siempre así de filosófico o es parte del servicio? —Depende del día —respondió él con una media sonrisa—. Soy Nicolás Ferreyra, por cierto. —Clara. Clara Vidal. Nicolás le extendió la mano, aunque la suya estaba mojada. —Encantado, Clara Vidal empapada. Ella rió por primera vez en toda la tarde. El perro, mientras tanto, había dejado de temblar y la observaba desde la camilla, como si ya la reconociera. —Creo que te eligió —dijo Nicolás. —No puede ser. No estoy lista para tener un perro. —Nadie lo está. Pero a veces la vida no pregunta. Clara suspiró. —¿Puedo dejarlo acá por esta noche? Mañana veo qué hago. —Podés, pero te aviso que si lo dejás, capaz alguien más se lo lleva. —¿Eso es una amenaza? —Una advertencia amistosa —replicó él, cruzándose de brazos—. Aunque me da la sensación de que te vas a encariñar rápido. Ella lo miró con cierta ironía. —¿Así le decís a todas las clientas? —Solo a las que entran con lluvia —dijo él, sonriendo de nuevo. Una hora después, Clara salió de la veterinaria con un perro limpio, un paquete de alimento, y una tarjeta con el número de Nicolás. —Por cualquier cosa —le había dicho él, entregándole la tarjeta—. Si no come, si tiembla, si te mira raro. —¿Y si me mira bien? —preguntó ella, divertida. —Ahí ya no puedo ayudarte. Caminaron bajo la llovizna que quedaba, ella y el perro, al que todavía no había bautizado. Al llegar a su departamento, el animal se subió directamente al sillón y se hizo bolita. —Perfecto. Ya me usurpaste el lugar. Clara lo observó con ternura. —Está bien, te podés quedar una noche. Una sola. El perro bostezó, indiferente. A la mañana siguiente, el despertador sonó con violencia. Clara tenía una reunión importante a las nueve y no podía llegar tarde. Se levantó, todavía medio dormida, y lo primero que vio fue el desastre: el perro había desparramado el alimento por toda la cocina. —¡No! ¡No, no, no! —gritó, mientras se resbalaba con una croqueta—. ¡Esto es un caos! El perro la miró, con cara de “yo no fui”. —Necesito una niñera canina. O un milagro —dijo mientras intentaba limpiar. Pero algo en su interior le impedía enojarse. —Te voy a llamar “Chispa”, porque traés lío y luz al mismo tiempo. A media mañana, en la agencia, Clara no podía concentrarse. Las campañas, los deadlines, los mensajes de su jefa… todo le sonaba lejano. Tenía la mente en ese pequeño animal que había irrumpido en su vida sin pedir permiso. A las dos, en un acto casi automático, buscó la tarjeta que Nicolás le había dado y le escribió: Clara: Hola, soy la chica del perro bajo la lluvia. Nicolás: Ah, la famosa Clara empapada. ¿Cómo anda Chispa? Clara: ¿Cómo sabés que le puse nombre? Nicolás: Intuición profesional. Todos los que dicen “solo una noche” terminan encariñándose. Clara sonrió frente a la pantalla. Clara: Está bien, aunque destruyó mi cocina. Nicolás: Entonces está sano. Clara: Sos un pésimo consuelo. Nicolás: O un buen motivo para que vengas a la veterinaria y charlemos con un café. Clara dudó un segundo. No era su estilo aceptar invitaciones así. Pero algo en ese mensaje le pareció… diferente. Clara: Mañana paso, si sobrevivo al día. Nicolás: Trato hecho. Esa noche, mientras Clara veía una serie y Chispa dormía a su lado, no pudo evitar pensar en el veterinario. Tenía algo que no era común: una calma, una calidez que contrastaba con el ruido constante de su mundo publicitario. No sabía si era el comienzo de algo, pero hacía mucho que no sonreía tan fácilmente. Cerró los ojos y escuchó la lluvia otra vez, suave, como un eco de la noche anterior. Chispa suspiró en sueños y ella le acarició la cabeza. —Bueno, compañero, parece que estás acá para quedarte. Lo que Clara todavía no sabía era que esa noche —la del perro bajo la tormenta— había cambiado el rumbo de su vida para siempre. Y que Nicolás, con su sonrisa tranquila y sus frases simples, estaba a punto de enseñarle que a veces el amor aparece justo cuando dejás de buscarlo.
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Café entre desconocidos

Amor Incondicional Capítulo 2: Café entre desconocidos El sol de la mañana entraba tímido por la ventana del departamento de Clara. Los rayos se filtraban entre las cortinas, iluminando el desorden que Chispa había dejado tras su primera noche en la ciudad. Croquetas esparcidas, un cojín parcialmente destruido y la manta que había decidido convertir en cama improvisada del perro. Clara se sentó en el borde del sillón, con el café en la mano, y lo observó. —Bueno, Chispa —dijo, con una mezcla de exasperación y ternura—, parece que estamos condenados a convivir. El perro levantó la cabeza y la miró, como si entendiera cada palabra. Su cola comenzó a moverse lentamente. Clara suspiró y se obligó a sonreír. La mañana prometía ser larga: tenía una reunión importante en la agencia y todavía no había terminado de prepararse. Se duchó rápido, se vistió con una camisa blanca y unos pantalones negros que le daban un aire profesional y elegante, y, mientras se peinaba, su mirada cayó sobre la tarjeta de Nicolás, con su número escrito cuidadosamente. Una sensación extraña la recorrió: un hormigueo en el pecho que no podía explicar. —No sé qué estás haciendo, corazón —murmuró, refiriéndose al perro—, pero si creés que esto va a hacerme caer, estás muy equivocado. Con Chispa corriendo a su alrededor, Clara tomó el ascensor y bajó hasta la calle. El tráfico matutino de Buenos Aires la recibió con bocinazos y un aroma a café recién molido que salía de cada esquina. Decidió caminar unas cuadras para despejar la mente antes de entrar en la oficina. Mientras tanto, Chispa parecía disfrutar cada charco que encontraba en la vereda, como si fuera un premio inesperado. Clara caminaba con cuidado, tratando de que el perro no arruinara su impecable outfit matutino, cuando su celular vibró. Era un mensaje de Nicolás: Nicolás: Hoy te espero en la veterinaria a las 11. Traé tu mejor sonrisa y Chispa. Clara leyó el mensaje dos veces, sonriendo a pesar del estrés que sentía por la mañana laboral. Sus dedos escribieron una respuesta rápida: Clara: Estás loco. Pero ahí estaré. No podía negarlo: la idea de ver a Nicolás de nuevo, en un ambiente más relajado, le causaba cierta emoción que no había sentido en mucho tiempo. A las 11 en punto, Clara empujó la puerta de la Clínica Veterinaria San Bernardo. El aroma a comida de perros y desinfectante le resultó familiar y reconfortante. Chispa corrió hacia la recepción como si conociera el lugar desde siempre. —¡Ahí estás! —dijo Nicolás, apareciendo desde el fondo—. ¿Listas para un café? Clara arqueó una ceja. —Café en una veterinaria… ¿Es parte del protocolo? —Protocolo improvisado —respondió él, sonriendo—. Tenemos un pequeño rincón donde servimos café y té. Es perfecto para… conocernos mejor sin perros curiosos revoloteando. Clara no pudo evitar reír ante la idea. Se sentaron en una mesita pequeña, con Chispa acomodado entre ellos, y Nicolás le ofreció un café con leche humeante. —Gracias —dijo ella, tomando la taza—. Necesitaba esto más de lo que pensaba. —El café tiene ese efecto —respondió él—. Bueno, y los perros también. Ella lo miró, divertida. —¿Siempre hablas en acertijos o es por mí? —Solo cuando hay alguien que merece un poco de misterio —replicó él, con una media sonrisa. Durante los primeros minutos, hablaron de cosas triviales: el clima, el tráfico, la mejor panadería de Palermo. Pero a medida que pasaba el tiempo, la conversación comenzó a profundizarse. Nicolás le preguntó sobre su trabajo, su vida en la ciudad, sus sueños y sus pequeñas frustraciones. Clara se sorprendió a sí misma contando cosas que normalmente guardaba para sí. —Siempre estás tan… organizada —dijo él, mientras Chispa jugueteaba con su correa—. Debe ser difícil mantener todo bajo control. —No lo es, realmente —respondió Clara—. La vida siempre encuentra la forma de desordenarlo todo. Solo hay que aprender a adaptarse. Nicolás asintió, con la mirada fija en ella. —Me gusta cómo lo decís. Suena como si aceptar el caos fuera parte de la filosofía de vida. —Digamos que tengo práctica —respondió ella, encogiéndose de hombros. Hubo un silencio cómodo. Ninguno de los dos parecía tener prisa. Chispa, mientras tanto, había decidido que el regazo de Clara era su lugar favorito. Cada tanto, ella le acariciaba la cabeza y él movía la cola, feliz. —¿Sabés? —dijo Nicolás, finalmente—, hay algo en vos que no se encuentra todos los días. No es solo tu sonrisa o tus ojos… es la forma en que mirás el mundo. Clara lo miró, sorprendida por la sinceridad de sus palabras. —No sé si eso es un cumplido o un diagnóstico —dijo, intentando bromear para ocultar el efecto que le causaba. —Es un cumplido. Y es genuino —respondió él, con calma. Clara sintió cómo su corazón se aceleraba. No era un hombre que intentara impresionarla; sus palabras parecían simples y sinceras, y eso la conmovió. Después del café, Nicolás sugirió dar un pequeño paseo por la vereda, con Chispa trotando alegremente a su lado. La tarde porteña tenía un aire más cálido y amable que la mañana: la lluvia había limpiado las calles y el sol empezaba a filtrarse entre los edificios. —Es increíble cómo cambia todo después de la lluvia —comentó Clara—. La ciudad parece otra. —Y vos también —replicó Nicolás, sin darse cuenta de que lo decía—. Antes estabas preocupada, y ahora caminás con una sonrisa. Clara sintió un calor en las mejillas. Intentó disimular, jugando con la correa del perro. —Bueno… tal vez Chispa tenga algo que ver. Los tres caminaron por Palermo, entre cafés, librerías y tiendas de diseño independiente. Cada tanto, Clara y Nicolás se cruzaban miradas cómplices, riéndose de algún gesto de Chispa o de algún comentario absurdo. Había algo ligero en la forma en que se hablaban, como si no tuvieran miedo de mostrar su humor o su vulnerabilidad. En un momento, Nicolás se detuvo frente a un pequeño mural pintado a mano. —Mirá esto —dijo, señalando un dibujo de un gato jugando con una pelota de lana—. Siempre me hacen sonreír estas cosas. —Sí… tienen algo simple y alegre —dijo Clara, contemplando el mural. —Me alegra que lo veas así —dijo él, con una suavidad que hizo que Clara se quedara un segundo más de lo normal, mirándolo a los ojos. Hubo otro silencio, esta vez más cargado de significado. Clara se dio cuenta de que sentía algo que no podía explicar: una conexión inesperada, un hilo invisible que parecía unirlos. Al regresar a la veterinaria, Nicolás le ofreció un pequeño regalo para Chispa: un juguete de peluche en forma de hueso. —No podés dejar que solo yo tenga la diversión —dijo, entregándoselo. Chispa lo abrazó inmediatamente, como si supiera que había sido un obsequio especial. —Gracias —dijo Clara, sonriendo—. Es… lindo. —Como vos —murmuró él, casi sin pensarlo. Clara lo miró, sorprendida y divertida. Nicolás, un poco incómodo por su propio comentario, rió nerviosamente. —Bueno… eso salió solo. No suelo ser tan directo —dijo, intentando salvar la situación. —No te preocupes —respondió ella, con una sonrisa—. Me gustó. Antes de despedirse, Nicolás escribió en una pizarra detrás del mostrador: “No olvides traer a Chispa otra vez”. —Nos vemos pronto —dijo él—. Y… gracias por confiar en mí. Clara salió de la clínica con Chispa en brazos, sintiendo que algo había cambiado. No sabía si era el inicio de algo importante o solo un encuentro pasajero, pero su corazón latía con fuerza, recordándole que la vida podía sorprenderla de formas inesperadas. Mientras caminaba hacia el colectivo, pensó en Nicolás, en su sonrisa y en sus ojos cálidos. Chispa se acomodó en su hombro, contento, como si también él comprendiera que ese día había marcado el comienzo de algo nuevo. —Bueno, Chispa —dijo Clara, acariciando su cabeza—, parece que tenemos aventuras por delante. Y así, sin darse cuenta, Clara Vidal había comenzado un capítulo inesperado de su vida: uno lleno de risas, pequeños milagros y la promesa de un amor que no conocía límites.
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Confesiones bajo la lluvia

Amor Incondicional Capítulo 3: Confesiones bajo la lluvia La tarde de Buenos Aires había vuelto a nublarse. La ciudad parecía alternar su carácter entre la calma y la tormenta, como si jugara a mantener a sus habitantes en constante expectativa. Clara cerró la computadora después de un largo día en la agencia y miró por la ventana del monoambiente. Chispa dormía plácidamente en su sillón favorito, pero la mirada de Clara se perdió en los charcos que se formaban en la vereda. —Bueno, compañero —murmuró, acariciando la cabeza del perro—, parece que la lluvia decidió acompañarnos otra vez. El sonido de la tormenta la hizo sonreír, recordando aquel primer encuentro con Nicolás, cuando Chispa apareció de repente y les cambió la vida a los dos. Su teléfono vibró y un mensaje de Nicolás apareció en la pantalla: Nicolás: ¿Salimos a caminar antes de que vuelva la lluvia fuerte? Tengo un par de historias que te harán reír. Clara dudó un instante. Tenía planes de revisar unos informes, pero la idea de encontrarse con él y salir con Chispa a caminar le resultaba imposible de resistir. Clara: Está bien. ¿Dónde nos encontramos? Nicolás: Te paso a buscar. Prepará tu mejor sonrisa. Media hora después, un coche frenó frente al edificio de Clara. Nicolás bajó con un paraguas en la mano y una sonrisa que iluminaba incluso la grisácea tarde. Clara, con Chispa en brazos, salió del edificio. —Hola —dijo, intentando sonar casual. —Hola, Clara. Hola, Chispa —respondió él, agachándose para que el perro olfateara su mano—. ¿Listos para una aventura bajo la lluvia? Chispa ladró, como aprobando el plan, y ambos rieron. Subieron al coche y Nicolás condujo con cuidado mientras la lluvia comenzaba a intensificarse. —¿Sabés? —dijo Clara, mirando la ciudad que se reflejaba en los charcos—, nunca pensé que terminaría disfrutando la lluvia gracias a un perro y un veterinario. —Eso es porque todavía no viste lo que tengo preparado —dijo él, con un brillo travieso en los ojos. Se detuvieron en un pequeño parque del barrio, donde los charcos brillaban bajo los faroles. Nicolás abrió el paraguas grande y los tres caminaron entre los árboles, con Chispa corriendo delante de ellos, salpicando agua por todas partes. —¿Qué historias me ibas a contar? —preguntó Clara, secándose el cabello con la mano. —Bueno… —Nicolás hizo una pausa dramática—, para empezar, hay un gato que cree que es perro y una paloma que se cree veterinaria. Pero lo importante es que todas estas historias me recuerdan por qué amo mi trabajo. Clara lo miró, fascinada. La forma en que hablaba de los animales, de su vocación, de las pequeñas cosas que le importaban, la hacía sentir que el mundo podía ser más simple y feliz. —Es lindo verte tan apasionado por algo —dijo, sincera—. Hace que todo lo demás se vea más claro. Nicolás sonrió y bajó la voz: —Sabés… también me recordás a alguien que conocí hace poco. Alguien que tiene un humor increíble, aunque trate de esconderlo bajo sarcasmos y caras serias. Clara se sonrojó, intentando no mostrarlo. —No sé si eso es un cumplido o una estrategia de seducción —dijo con media sonrisa. —Tal vez un poco de ambos —respondió él, encogiéndose de hombros con esa naturalidad que la desconcertaba—. Pero es genuino. Chispa, ajeno a la tensión romántica, comenzó a correr hacia un charco más grande, salpicando a Clara y empapando un poco más su chaqueta. Ambos rieron, y en ese instante, Clara sintió que la ciudad desaparecía a su alrededor. Solo quedaban ellos, Chispa y la lluvia. —Sabés —dijo Nicolás, mientras lo seguían de regreso por la vereda—, nunca pensé que un día de lluvia podría ser tan divertido. Clara miró hacia el cielo gris y suspiró: —A veces uno subestima los días grises. Pero hoy… hoy me gustó. Unos minutos después, comenzaron a hablar de sus vidas pasadas, de errores, decisiones y sueños que habían quedado pendientes. Nicolás fue el primero en abrirse un poco más: —Cuando era chico, quería ser explorador. Pasaba horas leyendo sobre animales y aventuras lejanas. No terminé de convertirme en explorador, pero creo que cada animal que rescato es una pequeña expedición. Clara lo escuchaba, fascinada. Su honestidad y pasión la hacían sentir cómoda, como si lo conociera desde siempre. —Yo… —comenzó ella, dudando—, siempre pensé que tenía todo bajo control. Pero a veces siento que no sé ni cómo manejar mi propia vida. Nicolás la miró con atención. —Eso no significa que estés perdida —dijo con suavidad—. Solo significa que estás aprendiendo, como todos nosotros. Un silencio cálido los rodeó. Chispa, que se había acurrucado entre ellos, parecía percibir la intimidad del momento. Clara sintió que su corazón latía más rápido y que una mezcla de miedo y emoción la invadía. —A veces pienso que todo esto… —dijo ella, señalando el parque, la lluvia, la ciudad—, pasa por casualidad. Pero tal vez hay algo más. Algo que nos pone justo donde debemos estar. Nicolás sonrió y tomó su mano suavemente, como si el contacto fuera natural y necesario. —Estoy de acuerdo —dijo—. A veces, la vida nos da pequeños empujones para que conozcamos a las personas correctas. Clara sintió un nudo en la garganta. No era habitual que alguien la hiciera sentir tan tranquila y a la vez tan viva. La lluvia comenzó a intensificarse de nuevo. Nicolás sugirió buscar refugio en un café cercano. Entraron, con Chispa entre ellos, y el calor del lugar los envolvió inmediatamente. Se sentaron junto a una ventana y pidieron dos cafés más, mientras Chispa se acomodaba debajo de la mesa. —Sabés —dijo Nicolás, jugando con la taza—, hay algo que quería decirte. Clara levantó la mirada, con el corazón acelerado. —¿Sí? —No quiero que pienses que esto es apresurado, ni que lo digo por impulso… pero me gusta estar con vos. Más de lo que esperaba. Clara tragó saliva, sorprendida por la franqueza de sus palabras. —Yo… —dudó, buscando las palabras correctas—, también me gusta estar con vos. Más de lo que pensé que podía sentir por alguien que conocí hace tan poco. Nicolás sonrió, con una mezcla de alivio y ternura. —Entonces… creo que estamos en la misma página. Chispa, ajeno a los sentimientos humanos, se acercó y puso su cabeza en el regazo de Clara. Ambos lo acariciaron, riendo suavemente. El resto de la tarde pasó entre conversaciones ligeras y miradas que decían más que las palabras. Hablaron de libros, de películas, de pequeños recuerdos de la infancia. Clara se sorprendió a sí misma contando historias que nunca había compartido con nadie más. Nicolás la escuchaba atentamente, como si cada detalle fuera importante. Cuando la lluvia comenzó a amainar, salieron del café y caminaron hacia la veterinaria. La ciudad estaba mojada, pero más brillante, como si los charcos reflejaran la nueva conexión que se había formado entre ellos. —Hoy fue un buen día —dijo Clara, acariciando a Chispa mientras caminaban—. —Sí —respondió Nicolás—. Y creo que es solo el comienzo. Un relámpago iluminó el cielo y la lluvia volvió a caer suavemente. Clara se abrazó al paraguas que Nicolás sostenía, sintiendo que la cercanía entre ellos era natural y reconfortante. No había prisas, no había dudas, solo la sensación de que algo importante estaba floreciendo. Al llegar a la clínica, se despidieron con una sonrisa. Nicolás le dio un pequeño guiño y Clara respondió con una mirada cómplice. Nos vemos mañana —dijo él—. Y no te preocupes, Chispa estará bien. Nos vemos —respondió ella—. Gracias por hoy. Mientras caminaba hacia su departamento, Clara sentía que el mundo había cambiado ligeramente. La lluvia, que antes podía parecer una molestia, ahora tenía un matiz de magia. Cada charco reflejaba no solo los edificios, sino también la posibilidad de un nuevo comienzo. Chispa, feliz, se acurrucó a su lado, y Clara supo que no estaba sola. No solo tenía al perro, sino que también había encontrado a alguien que, de alguna manera, entendía la forma en que ella veía la vida. Esa noche, mientras escribía en su diario, Clara anotó: "A veces, los encuentros más inesperados traen las emociones más auténticas. Hoy entendí que no hay nada más valioso que estar con alguien que te haga sentir que todo es posible, incluso en un día gris y lluvioso." Y con esa sensación, Clara se durmió, mientras Chispa dormía a su lado, soñando con charcos, parques y aventuras que apenas comenzaban. Lo que Clara no sabía era que, a partir de ese día, cada encuentro con Nicolás la acercaría más a un amor incondicional, lleno de risas, complicidades, y también de pequeños desafíos que pondrían a prueba la fuerza de lo que estaban empezando a construir.
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