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Un Nuevo Amor

introducción

🌹 Ángela

Había amado con todo lo que tenía.

Con fe, con entrega, con la ingenuidad de quien cree que el amor basta para sostenerlo todo.

Pero el amor —el suyo— se rompió. Y con él se rompió también su confianza, su voz, su forma de mirarse al espejo.

Después de años de engaños, promesas vacías y humillaciones disfrazadas de cariño, decidió marcharse sin mirar atrás.

Cerró una puerta, aunque le temblaran las manos, y abrió otra hacia una nueva vida: una rutina silenciosa en el hotel más prestigioso de la ciudad.

Allí, entre habitaciones impecables y huéspedes que venían y se iban, aprendió a esconder sus cicatrices detrás de una sonrisa discreta.

No esperaba nada más.

Ni amor, ni redención, ni milagros.

Solo calma.

Pero el destino —caprichoso como siempre— tenía otros planes.

 

⚽ David Silva

Durante años, David creyó que lo tenía todo.

El brillo de los estadios, los titulares, las victorias.

Era el sueño de muchos y la sombra de sí mismo.

A los treinta y nueve , la fama ya no le sabía a gloria, sino a cansancio. Su relación se había convertido en una rutina de apariencias, y la soledad lo seguía incluso bajo los reflectores.

Había aprendido a sonreír frente a las cámaras y a callar cuando el corazón gritaba.

A veces pensaba que la vida le había dado demasiado y, al mismo tiempo, nada.

Hasta que una noche cualquiera, en un pasillo del hotel donde se hospedaba antes de un partido, vio a una mujer que no lo miró como una estrella, sino como un hombre.

Y por primera vez en mucho tiempo… sintió que alguien lo veía de verdad.

habitacion 304

El reloj del vestíbulo marcaba las seis y media de la mañana cuando Ángela ajustó su uniforme frente al espejo del baño del personal.

Era su primera semana en el hotel Gran Real, y aunque ya había aprendido a moverse con rapidez entre los pasillos, ese día había algo distinto en el ambiente.

Un murmullo recorría el edificio: el equipo más grande de la capital llegaría para su concentración previa al clásico del domingo.

“Fuerza Azul”, pensó, sin poder evitar una pequeña sonrisa.

Había crecido viendo sus partidos, gritando goles y defendiendo sus colores, pero ya no era la misma chica entusiasta de antes.

El amor, la decepción y los años la habían convertido en alguien más prudente… más desconfiada.

Su jefe se le acercó en el pasillo con el ceño fruncido.

—Cardona, hoy usted se encargará del piso tres.

Y por favor, especial atención a la habitación trescientos cuatro —dijo con tono firme—.

Ahí se hospedará Silva.

David Silva.

El capitán.

El ídolo.

Sintió un nudo en el estómago, pero asintió sin decir nada. No era momento para demostrar nervios.

Cuando llegó al tercer piso, el aire olía a desinfectante y café recién hecho. Abrió la puerta con su llave maestra y comenzó su rutina: ventilar, ordenar, limpiar, dejar cada detalle impecable.

Estaba concentrada doblando las toallas cuando la puerta se abrió de pronto.

David apareció con su maleta al hombro, el celular en una mano y una expresión distraída. Se detuvo al verla.

—Perdón, no sabía que ya habían entrado —dijo él, con una voz grave, amable.

Ángela levantó la mirada y respondió con serenidad:

—No se preocupe, señor Silva, ya termino.

Por un instante, él la observó en silencio. No había en sus ojos ni admiración ni coqueteo, solo profesionalismo.

Y esa indiferencia —esa calma— fue lo que más le llamó la atención.

Estaba acostumbrado a sonrisas amplias, a miradas ansiosas, a mujeres que suspiraban solo al oír su nombre.

Pero ella… no.

Ella simplemente siguió acomodando la habitación, ajena al peso de su fama.

—Gracias —murmuró él, antes de salir.

Fue un encuentro breve, casi insignificante.

Pero al cerrar la puerta, Ángela sintió un leve temblor en las manos, uno que no quiso analizar.

Y David, mientras caminaba hacia el ascensor, pensó que hacía mucho tiempo no se cruzaba con alguien que no lo mirara como una estrella.

Esa mañana ninguno lo sabía, pero la historia de ambos acababa de comenzar.

 

Mientras tanto, en otra parte del hotel...

El ambiente en el Gran Real era distinto cuando Fuerza Azul estaba presente.

Las miradas del personal, los susurros de los huéspedes y hasta el ritmo de los pasillos giraban alrededor del equipo.

Era como si el hotel entero respirara fútbol.

En el gran salón principal, los jugadores se encontraban reunidos entre risas, bromas y el eco constante de los teléfonos móviles.

Eran jóvenes, talentosos y estaban en su mejor momento.

Venían de una racha impecable: ocho partidos ganados, cero derrotas y una ciudad entera soñando con la copa.

El capitán, David Silva, representaba más que un jugador: era el símbolo de la disciplina, la experiencia y la lealtad a los colores del club.

Aun así, había algo en su mirada que no coincidía con la euforia del resto. Una sombra, una distancia, como si su mente estuviera lejos de la algarabía.

El administrador del hotel observaba todo desde la distancia, con una sonrisa calculada.

Sabía que tener al Fuerza Azul hospedado allí no solo era prestigio, sino también dinero, visibilidad y poder.

Nada se negaba cuando el equipo estaba presente: comidas especiales, salones privados, exigencias de último momento... todo era atendido con premura.

Para el Gran Real, esos días eran los más agitados y los más rentables.

Y para Ángela, una prueba silenciosa de que el lujo y el brillo siempre tenían un precio, incluso cuando se trataba del amor propio.

silencios que inquietan

Transcurrieron varios días desde aquel primer encuentro.

Ángela continuaba cumpliendo su trabajo a la perfección: cansada, con jornadas que parecían no tener fin, pero siempre con la motivación de seguir adelante por sus dos hijos, Dana y Joshua. Eran su fuerza, su razón, la chispa que la mantenía de pie cuando el cuerpo pedía descanso y el alma soñaba con algo más.

Mientras tanto, David recorría el país con su equipo, sumergido entre aeropuertos, hoteles y entrenamientos. En su mente se mezclaban el cansancio y las dudas: la idea de separarse de su esposa comenzaba a dejar de ser un pensamiento fugaz para convertirse en una decisión inevitable. Los problemas en casa se habían vuelto insoportables, y la reciente infidelidad de ella fue el golpe final. Aun así, seguía intentando sostener la familia por sus tres hijos varones de quince, diez y ocho años. Pero ya no sabía si lo hacía por amor… o por costumbre.

Pasaron varios días sin verse. Las agendas no coincidían.

Hasta que el equipo regresó nuevamente al hotel de concentración.

Esa noche, Ángela tenía turno nocturno.

Las habitaciones ya estaban listas; junto con sus compañeras habían organizado todo, sabiendo que los jugadores llegarían exhaustos. El ambiente del hotel se llenó de movimiento, voces, risas contenidas y el sonido de maletas rodando por los pasillos.

David, por su parte, llegó al hotel rendido. El peso de la competencia, la presión de ganar los últimos partidos para clasificar entre los ocho primeros y los problemas personales le daban vueltas en la cabeza. Entró a su habitación, dejó la maleta a un lado y se metió bajo la ducha. El agua caliente corrió por su espalda, liberando algo de la tensión acumulada.

Al salir, con una toalla alrededor de la cintura, fue hasta la nevera para buscar agua. Abrió la puerta, tomó una botella de vidrio… y en un descuido, esta se le resbaló de las manos, estallando contra el suelo.

El ruido del vidrio quebrado lo sobresaltó. Suspiró frustrado. Era un hombre ordenado, incapaz de dejar el piso en ese estado. Así que tomó el teléfono y, con voz serena, llamó a recepción.

—Buenas noches, ¿podrían enviar a alguien de limpieza a la habitación 304, por favor? Acabo de tener un pequeño accidente.

Minutos después, Ángela, que estaba tomando un breve descanso en la sala del personal, recibió la llamada del supervisor.

—Ángela, por favor, dirígete a la 304. Parece que hubo un pequeño incidente con una botella rota.

Sin pensarlo mucho, se ajustó la chaqueta del uniforme y caminó con paso firme por el pasillo. El número 304 no le decía nada, solo una tarea más en medio de tantas. Tocó suavemente la puerta.

Del otro lado, una voz profunda respondió:

—Puede pasar.

El sonido la descolocó por un instante. Esa voz… le resultaba familiar.

Abrió la puerta con cuidado y al entrar lo vio: David, recostado sobre la cama, aún con el cabello húmedo, una toalla blanca ajustada en su cintura y el cuerpo atlético ligeramente iluminado por la luz tenue de la habitación.

Por un instante, el tiempo pareció detenerse.

Ángela sintió cómo un leve calor le subía al rostro, pero se obligó a mantener la compostura. Era una profesional. Nada más.

—Buenas noches —dijo con serenidad, intentando que su voz no temblara—. Me informaron que necesitaba limpieza.

—Sí —respondió él, con una media sonrisa—. Lo siento, fue un accidente con una botella de agua. No quería dejar el desorden.

Ella asintió en silencio y se inclinó para empezar a recoger los pedazos de vidrio.

El silencio llenó la habitación, solo interrumpido por el sonido de los cristales al chocar dentro del recogedor.

David la observaba. Había algo en ella que no lograba descifrar. No mostraba ni un atisbo de admiración, ni emoción por tener frente a ella a quien muchos consideraban una estrella.

Solo serenidad, concentración… y una inexplicable calma que lo descolocaba.

—Gracias por venir tan rápido —murmuró él, mientras ella terminaba de limpiar.

—Solo hago mi trabajo, señor —respondió sin levantar la vista.

Cuando terminó, dejó el recogedor a un lado y se dirigió hacia la puerta.

—Si no necesita nada más, me retiro. Que tenga buena noche.

David la siguió con la mirada.

Antes de que la puerta se cerrara, alcanzó a decir:

—Señorita… —ella se detuvo un instante, pero no se volvió—. Gracias.

Ella solo asintió y salió, dejando tras de sí un leve aroma a jabón y flores.

David quedó sentado en el borde de la cama, con la toalla aún en la cintura y la mirada perdida en el punto donde ella había estado segundos antes.

No entendía por qué aquella mujer lo dejaba pensativo, inquieto, con la sensación de que algo en ella rompía la rutina sin siquiera proponérselo.

El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era de descanso… sino de curiosidad.

Y sin saberlo, ambos acababan de abrir la puerta a algo que apenas comenzaba.

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