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Encanto Mercenario

Capítulo 1: La Geometría del Hielo y el Fuego

...Rein Ji Won...

...Eujin Min Song...

...La Jaula de Oro...

El aire de Seúl a finales de agosto era espeso, una cortina húmeda de calor que se aferraba a la piel y a la ropa. Dentro del recinto acristalado y climatizado del Instituto Tae Son, sin embargo, el ambiente era tan gélido y pulcro como la reputación de su alumna más influyente.

Rein Ji Won odiaba la palabra "Reina". Odiaba el adjetivo "Hielo". Juntos, formaban el apodo que la condenaba en el pasillo: “La Reina de Hielo”.

Era el nombre que la élite le había colgado a su autosuficiencia, a su desconfianza tallada en diamante, a esa forma particular que tenía de mirar a través de la gente, como si fueran burbujas de aire insignificantes.

Y en ese momento, mientras el sol de la tarde se reflejaba en las ventanas panorámicas de la biblioteca de Tae Son, ella estaba jugando al ajedrez con su destino.

Rein, a sus diecisiete años, era una anomalía perfecta. Cabello corto de azabache pulido que enmarcaba una cara de aristocracia serena; unos ojos de un café tan profundos que parecían absorber la luz, herencia de su bisabuela materna que se hacía sentir de generación en generación. Su cuerpo, esbelto y grácil, se movía con una precisión que rozaba lo militar. No era solo la más hermosa, sino la más peligrosa: un arma envuelta en seda y disciplina.

Estaba sentada en una mesa de caoba en el ala de lectura privada de la biblioteca, devorando un informe financiero trimestral del Imperio Ji Won mientras, con un bolígrafo, desmantelaba la lógica económica de la propuesta de fusión de una subsidiaria. El sarcasmo era su lengua materna, y en sus notas al margen, la burla hacia los "visionarios" del comité ejecutivo de su padre era ácida y perspicaz.

—Rein, ¿todavía sumergida en los números? Es la hora de socializar.

La voz era meliflua, aterciopelada, y no había necesitado levantar la mirada para saber quién era. Dae Kim. El "Príncipe Heredero" del instituto. El epítome del chico perfecto de Corea: alto, atlético, con la pulcra elegancia de un futuro político.

Ella continuó escribiendo una nota sobre la sobrevaloración de activos, sin mirarlo.

—Dae. Estoy ocupada haciendo el trabajo que tu padre pagará con nuestros impuestos en veinte años. Socializar es la capa de barniz para los mediocres.

Dae sonrió, una sonrisa perfectamente calibrada para desarmar, aunque Rein sabía que era tan sincera como un billete falso. Se deslizó en la silla frente a ella, adoptando una pose relajada que solo amplificaba su aura de autoridad.

—Sabes que me encanta cuando te pones así. Tan… incisiva. Me recuerda que eres la única con la que vale la pena debatir en este acuario de tiburones pequeños.

—No te confundas, Dae. Debatimos porque ambos sabemos que un día estaremos sentados en la misma mesa de negociaciones, y es mejor conocer las debilidades del oponente desde ahora. Tú por tu obsesión con el poder, yo porque nací para esto.

—Y por eso te quiero en mi equipo —dijo él, inclinándose ligeramente. Había una sombra en sus ojos, el destello frío de su verdadera ambición—. Escuché que tu padre ha vuelto. Con un… invitado.

Rein finalmente levantó la vista. Sus ojos oscuros se fijaron en los de él, sin parpadear. El tema la tocó en un punto sensible, el único punto que su coraza no había protegido del todo: su padre, Chae Ji Won.

—Mi padre regresó a salvo, que es lo único que importa. Lo del "invitados" son promesas de gratitud por su liberación. Historias conmovedoras para la prensa. No pierdas tu precioso tiempo en ello.

—¿Gratitud? El secuestro fue más serio de lo que dejaron ver, ¿no? Y este chico… Eujin. ¿De dónde lo sacó tu padre, del set de un drama juvenil? Es tan ridículamente guapo que distrae.

El comentario de Dae resonó con una punzada de celos que Rein no pasó por alto. Su amistad era un pacto de no agresión basado en el mutuo respeto por el poder, pero Dae la veía como una pieza clave para su ascenso, no como una igual. Y la posesividad era un defecto que ella despreciaba.

—Eso es lo que hacen los hombres ricos, Dae. Adoptar jóvenes atractivos como pasatiempo. No te quita tu lugar como el futuro Primer Ministro. Vuelve a tu coro de admiradoras.

Dae apretó la mandíbula, pero la sonrisa no decayó. Había tocado un nervio. Ella siempre lo mantenía a distancia, un centímetro más allá de su alcance.

—Nos vemos en la cena del Club de Inversores. No llegues tarde.

Rein solo asintió con un gesto perezoso, y tan pronto como Dae se marchó, dejó el informe, su rostro de repente agotado. La "jaula de oro" no era un mito. Era una realidad hecha de mármol, seguridad privada y expectativas asfixiantes.

...El Encanto del Mercenario...

Eujin Min Song estaba parado en el gran salón de la mansión Ji Won, sintiéndose como un cuadro cubista en una galería renacentista. Todo era inmenso, dorado y peligrosamente silencioso.

Acababa de pasar una hora en el 'vestidor', probándose uniformes escolares de diseñador y trajes italianos. La etiqueta en el cuello de su nueva camisa le picaba más que un cable de rastreo mal puesto.

El contraste era brutal. Un mes antes, estaba en las montañas de Chechenia, cubierto de barro y pólvora, negociando la vida de un magnate coreano, a quien inicialmente había tenido la misión de secuestrar. Ahora, estaba bebiendo té de jazmín y fingiendo ser un estudiante de élite.

Adaptación, se recordó a sí mismo. Esa era su única ley de supervivencia.

Eujin era una obra maestra de la supervivencia y la manipulación. Alto, con el cuerpo atlético y cincelado que solo años de entrenamiento mercenario pueden forjar, tenía el tipo de belleza que detenía el tráfico: cabello castaño ligeramente despeinado, ojos oscuros y profundos, y la herramienta más letal de su arsenal: una sonrisa. No era una sonrisa de político como la de Dae, sino una auténtica, que arrugaba las esquinas de sus ojos y prometía diversión, lealtad y un tipo de peligro que era irresistible.

Había sido forzado a ser muchas cosas: un espía en la alta sociedad de Mónaco, un falso hijo de banquero en Zurich, un joven indigente en El Cairo. Pero "estudiante de secundaria" era una novedad. La tapadera que Chae Ji Won había cocinado era exquisita: hijo de una pareja de inversores inmobiliarios coreanos que vivían en Londres y que lo habían enviado a Seúl para "reconectar con sus raíces".

Su verdadero contrato era simple: ser la sombra de Rein Ji Won. Acercarse. Ganarse su confianza. Infiltrarse. Y, si era necesario, matar por ella. El padre de Rein le había ofrecido una nueva vida, una oportunidad para encontrar a la familia que le fue arrebatada y, sobre todo, una paz que no había conocido desde los ocho años.

—Eujin, pareces listo para conquistar el mundo. ¿Nervioso por el primer día en Tae Son?

Chae Ji Won, el hombre que le había salvado la vida y ahora era su jefe y benefactor, entró en la sala con la vitalidad que solo un hombre que acaba de escapar de la muerte puede tener. Era un tipo con el instinto agudo de un tiburón blanco, pero con una nobleza subyacente que lo había llevado a arriesgar su vida por un desconocido.

—Un poco, señor Ji Won. Estudiar es más difícil que el combate cuerpo a cuerpo —Eujin sonrió, el encanto en pleno funcionamiento.

Era una mentira. Estaba tan cómodo en ese traje como lo estaba con un cuchillo de combate.

—Tonterías. Eres más brillante que la mayoría de los chicos de allí. Pero la misión es la misión. Recuérdalo: Acércate. Conquístala con tu encanto. Rein confía en la lógica y la disciplina, odia la falsedad. Muéstrale tu lado… humano. El real, el que vi cuando estábamos atrapados.

Chae Ji Won se acercó, su expresión se tornó seria, y el café oscuro de sus ojos, el mismo tono intenso que tenía Rein, se oscureció más.

—Rein no sabe quién eres realmente. Solo que eres mi "protegido", el chico al que le debo la vida. Ella sospecha que estuviste involucrado en el secuestro, pero no tiene ni idea de tu... talento. Es una mujer joven bajo una presión inmensa y es un blanco constante. No confía en nadie, y por una buena razón. Haz que confíe en ti, Eujin.

—Lo haré, señor. Es mi misión.

—No. Es mi hija. Y me gustaría que la vieras como la hija que nunca he podido proteger del todo.

Eujin asintió, la solemnidad del magnate era palpable. Sí, la protegería. Pero la orden "Acércate" le resultaba más intrigante que cualquier operación encubierta anterior. La "Reina de Hielo" era un acertijo que prometía adrenalina.

...El Descubrimiento en la Noche...

La noche era el único dominio de Rein.

A las 11:30 p.m., la heredera perfecta de Corea se transformaba. Se puso unos vaqueros desgarrados, una camiseta negra de una banda de rock indie (The Silent Riot), y una cazadora de cuero vieja. Ató su cabello negro y corto bajo un casco negro mate.

Su padre pensaba que estaba leyendo en su habitación insonorizada. Su seguridad privada pensaba que estaba durmiendo. Todos estaban equivocados.

Rein bajó por la escalera de servicio, deslizó el dedo en el lector de huellas de la puerta del garaje trasero (un código de acceso que había reconfigurado ella misma) y encendió el motor de su preciada posesión: una motocicleta Ducati Diavel negra y roja.

El rugido del motor era la banda sonora de su libertad.

Seúl de noche era un laberinto vibrante. Las luces de neón se derretían en el asfalto mojado y el viento contra su cara era un bálsamo que borraba la falsedad del día. Se deslizó entre el tráfico, una silueta oscura y veloz, sintiéndose por primera vez, sencillamente, Rein.

Su destino era el corazón alternativo de Hongdae, un barrio de artistas y estudiantes que la élite de Tae Son consideraba "demasiado mainstream y pobre" para ser interesante. Dejó la moto en un callejón oscuro y se dirigió a un bar de rock. El alcohol era barato, la música era brutal y nadie sabía que ella era la futura dueña del conglomerado Ji Won. Era una desconocida, un fantasma, y esa anonimidad era la cosa más valiosa que poseía.

Estaba apoyada en la barra, absorta en la música y en la tranquilidad que le ofrecía ese submundo, cuando su teléfono vibró con un mensaje encriptado de su padre.

Padre: "Sé dónde estás. Estoy preocupado. Hablaremos mañana. Por favor, sé cuidadosa."

Rein sonrió con ironía. Chae Ji Won era paranoico, pero también inteligente. Él sabía que ella se escapaba. Las discusiones eran solo la parte formal. Ella sabía que él tenía sus propios métodos para saber dónde estaba, pero le daba espacio para la fachada de la rebeldía.

Al salir del bar una hora después, el ambiente estaba más tranquilo. El aire fresco le sentó bien. Puso sus manos en el manillar de la Ducati. Un movimiento en la oscuridad del callejón la hizo detenerse.

Su instinto, afilado por la desconfianza crónica, se activó. Un hombre estaba parado allí, no la miraba, sino que estaba absorto en dibujar en un cuaderno de bocetos, a la luz débil de una farola.

Era Eujin Min Song.

La misma ropa que había usado en la cena de presentación en su casa: pantalones de vestir grises y un suéter de cachemira azul, completamente fuera de lugar en ese rincón descuidado de la ciudad. Parecía una estatua tallada, su concentración total. Sus ojos oscuros estaban clavados en su libreta, su sonrisa, la que había usado con su padre, estaba ausente. Su perfil, cuando dibujaba, era de una seriedad casi melancólica. Estaba dibujando la vieja pared de ladrillo rojo y la escalera de incendios herrumbrosa del edificio de enfrente, dándole una belleza arquitectónica que Rein nunca había notado.

Rein se quedó paralizada, su corazón golpeando un ritmo furioso. ¿Cómo? ¿Por qué estaba él aquí?

Dejó el casco sobre el asiento de la moto y se acercó, su voz, normalmente sarcástica, ahora teñida de irritación.

—¿Qué haces aquí, Eujin? ¿Me estás siguiendo?

Eujin levantó la vista, y el shock en su rostro fue genuino. Por un instante, solo fue un chico de diecisiete años que había sido descubierto haciendo algo personal. Pero el entrenamiento se impuso, y su rostro se relajó en la sonrisa encantadora y fácil que Rein ya empezaba a detestar.

—Rein. No. Es una casualidad. Estaba… estaba dibujando.

Él le mostró el cuaderno. El dibujo era increíblemente detallado, la textura de cada ladrillo y la curva de la escalera eran capturadas con una precisión obsesiva.

—Dibujar un edificio abandonado a medianoche, en Hongdae. Una casualidad bastante específica para el "protegido" de mi padre.

—Siempre me ha gustado la arquitectura antigua —dijo Eujin, encogiéndose de hombros con una naturalidad que era completamente artificial—. Y esta es la mejor parte de Seúl, ¿no crees? Cuando la élite se duerme, la ciudad cobra vida.

Ella entrecerró los ojos. Era inteligente, lo admitía. Había respondido a su suspicacia con una vulnerabilidad inesperada y una observación perspicaz. Pero su instinto gritaba peligro.

—¿Y esta es la razón por la que te escapaste de la mansión? ¿Por una pasión artística?

Él se levantó, el cuerpo atlético moviéndose, y se inclinó cerca de ella. La sonrisa se hizo más íntima, casi conspirativa.

—¿"Escapar"? Me gusta más la palabra explorar. Pensé que tú, la futura presidenta del Imperio Ji Won, estabas durmiendo o memorizando códigos de bolsa.

—Me gusta el silencio y la velocidad, Min Song.

—Ya veo. Y la música rock, las películas de terror... y supongo que weebtoons románticos, ¿verdad?

Rein se congeló. Su rostro, normalmente una máscara de frialdad, se descompuso por una milésima de segundo.

—¿Cómo…?

Eujin señaló con la barbilla a su chaqueta. Había un pequeño pin, casi invisible, que había olvidado quitar. Era la insignia del protagonista de un weebtoon de romance sobrenatural que ella adoraba en secreto.

—Observación. Es un buen pin. Además —su voz bajó a un susurro juguetón—, no te ofendas, pero la pose que tienes ahora no es la de la heredera. Es la de una chica que está a un paso de meterse en problemas.

Ella sintió una punzada de rabia mezclada con una curiosidad peligrosamente nueva. Este chico, este "protegido", la había desnudado con una sola mirada, había descifrado un código que nadie en su vida, ni siquiera su padre, había roto.

—Escúchame bien, Eujin. No le dirás una sola palabra de esto a mi padre. Ni a nadie. ¿Entendido?

Él levantó las manos en señal de rendición, pero la intensidad de sus ojos oscuros no se rompió.

—Mi silencio tiene un precio, Ji Won.

—¿Ah, sí? ¿Qué quieres? ¿Un aumento de tu mesada, quizás?

La sonrisa de él se ensanchó, genuina, divertida, y por primera vez, Rein no pudo evitar una pequeña punzada de intriga.

—No. Quiero un favor.

—Habla.

—Quiero que me muestres Seúl. Tu Seúl. El de los callejones, el de la música que solo tú escuchas. Enséñame a 'escapar'. Y a cambio, tu secreto más guardado está a salvo conmigo.

El aire entre ellos se cargó. Era una negociación, pero no de negocios. Era un juego de riesgo, de confianza incipiente. Ella estaba acostumbrada a que la gente quisiera algo de su apellido; él estaba pidiendo algo de ella, de la persona que se escondía detrás del apodo.

Rein lo miró, analizando cada milímetro de su expresión. Era peligroso. Totalmente peligroso. Pero, por alguna razón, no podía decir que no.

—Trato hecho, Eujin.

Ella se montó en la Ducati, el motor rugiendo.

—Pero te advierto. Si rompes el pacto, no le tendré piedad al 'protegido' de mi padre. Se cómo defenderme.

Eujin solo sonrió, esa sonrisa de mercenario entrenado para encantar y matar.

—Me encantaría verlo, Ji Won. Me encantaría.

Y con un movimiento rápido, sacó su teléfono, hizo una foto de Rein sobre la motocicleta antes de que ella arrancara a toda velocidad y desapareciera en la noche. Era su primer reporte mental: Misión cumplida. Contacto establecido. La armadura tiene fisuras.

El juego había comenzado, y Eujin acababa de ganar la primera mano.

Capítulo 2: La Fricción Inicial y el Baile del Engaño

...La Sombra Constante...

La mañana en el Instituto Tae Son no era una simple rutina, era un desfile. Un meticuloso espectáculo de riqueza, influencia y ambición.

Los autos de lujo desfilaban en la entrada circular—Maybachs, Rolls-Royces, Ferraris—escoltando a sus jóvenes y costosos ocupantes.

Rein Ji Won detestaba el desfile matutino. Era un recordatorio diario de que estaba en exhibición, una joya cuyo valor dependía de la mirada de los demás. Hoy, sin embargo, la sensación de estar bajo los reflectores se había duplicado.

No por su llegada en el sobrio y potente Audi A8 negro de la familia, sino por el joven que salía del asiento del pasajero con ella.

Eujin Min Song.

Su presencia era un golpe de energía que desafiaba el frío glamour de Tae Son. Vestido con el uniforme perfectamente a medida, su cabello castaño se veía recién cortado, sus ojos oscuros brillaban con una picardía oculta y esa sonrisa, la herramienta letal que Chae Ji Won había encomendado en una misión, estaba en pleno funcionamiento. Parecía haber sido cincelado para el papel de "caballero resplandeciente", pero había una aspereza subyacente, una confianza que no se compraba con dinero.

Mientras caminaban hacia el edificio principal, Eujin se mantuvo a una distancia calculada—no tanto como para ser invasivo, pero lo suficientemente cerca para dejar claro que no iba a ninguna parte. La mano de Eujin rozó la de Rein sin quererlo, y una punzada de electricidad, tan fugaz como irritante, recorrió la columna de Rein.

—No tienes que pegarte a mí como un chicle, Eujin —siseó Rein, manteniendo su rostro inexpresivo para el público.

Eujin bajó la voz, su tono suave y divertido.

—El señor Ji Won fue bastante claro: "Mantente cerca de mi hija, usa tu encanto y no la dejes sola ni un segundo". Además, el mapa que me diste era terrible. Necesito tu guía personal para no perderme en este palacio.

—Ese mapa es el plano oficial de la escuela, es perfectamente lógico.

—La lógica no se aplica a la gente común, Ji Won. Y aquí hay mucha gente mirándonos. El efecto de la "Reina de Hielo" siendo escoltada por un chico atractivo es… notable.

Rein apretó los dientes. Tenía razón. Las cabezas giraban, los susurros se elevaban como una niebla densa. Nadie se atrevía a acercarse a Rein sin una cita o una agenda clara, pero la mera presencia de Eujin a su lado desestabilizaba el orden social.

—Estás disfrutando demasiado de esto —acusó ella.

—¿Disfrutar de la atención de veinte chicas ricas y aburridas? No realmente. Estoy disfrutando de la incomodidad palpable que siento a tu lado. Es un desafío.

—Todo en tu vida parece ser un desafío —murmuró Rein, pensando en el weebtoon y la motocicleta. Y ese dibujo perfecto del callejón.

—Solo si vale la pena.

Llegaron a la taquilla de Rein. Antes de que ella pudiera abrirla, Eujin extendió la mano y la abrió de un golpe suave. Estaba vacío, sin libros, solo un cuaderno y su bolso.

—¿Eres un chico de esos que abren taquillas a las chicas? Qué cliché —se burló Rein.

—Soy un chico que sabe que tu taquilla está vacía porque tienes a tu asistente virtual enviándote los resúmenes de los textos a tu tablet. ¿Cliché o eficiente?

Rein lo miró fijamente. Una vez más, la observación quirúrgica. No era solo atractivo, era agudo. La frustración de Rein era real. Se suponía que él era el "protegido", el chico que le debía la vida a su padre, no un espía con un coeficiente intelectual exasperantemente alto.

...La Batalla de las Reinas...

No pasó mucho tiempo antes de que la segunda fuerza más influyente del instituto hiciera su aparición. Yuna Lee.

Yuna llegó con su propia comitiva de dos chicas, como siempre, su cabello rubio castaño y perfectamente ondulado, su maquillaje impecable. Vestía el uniforme de una manera que gritaba "diseñador", aunque eran solo pequeños ajustes casi imperceptibles a la vista no entrenada. Yuna era la realeza del marketing y la moda, el polo opuesto del imperio industrial de Ji Won.

—Vaya, vaya. Miren lo que ha traído la marea de la caridad —dijo Yuna, su voz dulce pero con un filo de acero. Su sonrisa no alcanzó sus ojos.

Rein giró sobre sus talones, su expresión de una frialdad instantánea.

—Yuna. Si ya terminaste de practicar tu audición para la próxima telenovela, puedes continuar. Hoy estoy ocupada.

—¿Ocupada? Oh, ya veo. El nuevo juguete de tu padre. ¿Un proyecto de beneficencia con un rostro increíble? Chae Ji Won nunca deja de sorprenderme. ¿Quién es, Rein? ¿Tu nuevo asistente personal? Parece que tiene más músculos que cerebro.

Yuna se acercó a Eujin con una audacia que solo ella podía permitirse. Su mirada lo examinó de pies a cabeza, y la pretensión en sus ojos se desvaneció, reemplazada por una fascinación que no pudo disimular.

Eujin, por su parte, reaccionó con la naturalidad de un depredador que ha sido detectado. Su sonrisa se encendió, no para Rein, sino para Yuna, y esta vez, el encanto era una táctica de distracción.

—Hola. Soy Eujin Min Song. Nuevo en Tae Son. Debes ser… ¿Una diseñadora de moda, quizás? ¿Una modelo?

Yuna se sonrojó levemente, una reacción que era rara en la fría heredera de la moda. Rein observó el intercambio, sintiendo una mezcla de molestia y una extraña victoria. A Yuna le disgustaba Rein, pero su debilidad por lo hermoso era bien conocida.

—Soy Yuna Lee. Heredera de Lee Fashion and Retail Group. Pero puedes llamarme Yuna —dijo ella, con una coquetería inusual, ofreciéndole una mano.

Eujin tomó su mano y la besó levemente sobre el dorso, un gesto teatral y perfectamente calculado.

—Un placer, Yuna Lee. Rein me dijo es que esta escuela no es solo para herederos asquerosamente ricos, sino también para modelos como tu.

El truco funcionó. Yuna estaba completamente desarmada.

—¿Rein te habló de mí? —preguntó ella, echando una mirada triunfal a Rein.

—Solo me dijo que tuviera cuidado con las chicas que son demasiado inteligentes y que huelen a Chanel No. 5. Ella no lo dijo mal, solo... no le hizo justicia a tu belleza.

Rein sintió ganas de empujar a Eujin contra la taquilla. Era un maestro de la hipocresía.

Yuna se rió, un sonido ligero y victorioso.

—Oh, Rein siempre ha sido una celosa. Mira, Eujin, ¿por qué no te unes a nosotras en el almuerzo? Podrías necesitar un guía que realmente entienda los matices sociales de Tae Son.

Eujin regresó su atención a Rein, su sonrisa desapareció, reemplazada por una expresión de lealtad absoluta.

—Aprecio el gesto, Yuna, pero ahora mismo solo me siento cómodo cerca de Rein. Ella ha dejado su agenda de lado para priorizarme hoy, ¿sabes?

La negativa fue educada, pero firme, y devolvió la pelota al campo de Rein. Yuna se sintió rechazada, pero el golpe fue amortiguado por el hecho de que había sido la propia Rein quien lo priorizó.

—Bueno, Eujin. Eres un chico obediente, lo cual es raro en Tae Son. Ya hablaremos. Rein —Yuna le lanzó una mirada llena de la vieja animosidad—. Disfruta de tu guardia de honor.

Cuando Yuna y su séquito se marcharon, Rein se cruzó de brazos.

—Eso fue… intolerable.

—¿Intolerable? Acabo de desviar a una arpía con un perfume demasiado fuerte y una agenda demasiado obvia. Y he confirmado que eres su punto débil. Tarea cumplida.

—No eres mi prioridad, Eujin.

—Lo sé, solo soy tu guardaespaldas encubierto. No te pongas sentimental, Ji Won.

—No me llames Ji Won. Es demasiado formal.

—Prefiero no llamarte "Reina de Hielo", ya que lo odias. Y si te llamo Rein, podría sonar demasiado… íntimo. Ji Won es seguro. Por ahora.

...El Choque de Titanes...

La primera hora en Tae Son era una tortura, especialmente para Eujin, que tenía que sentarse en la parte de atrás de la clase de Economía Avanzada de Rein y fingir que entendía el análisis de riesgos. Él entendía el riesgo mejor que nadie, pero en términos de balas y traiciones, no de bonos y acciones.

Mientras Rein desmantelaba con precisión la exposición de un compañero sobre la teoría de juegos, Eujin garabateaba discretamente en un cuaderno. No ecuaciones, sino el intrincado patrón geométrico de la araña de luces del techo.

El verdadero drama comenzó durante el descanso de la mañana, en el patio central.

Dae Kim se acercó, envuelto en su aura de perfección y poder. Lo acompañaban dos séquitos más, chicos de familias con ministerios y emporios en sus nombres. Había estado observando a Eujin desde el momento en que entró al salón. La irritación de Dae no era solo por la atención robada de Rein, sino por el aire de autosuficiencia de Eujin, algo que el "príncipe heredero" odiaba en cualquiera que no fuera él.

—El nuevo. Eujin Min Song, ¿verdad? —Dae extendió la mano, su sonrisa de dientes blancos, demasiado perfecta.

Eujin estrechó la mano con firmeza, pero su sonrisa era de un tipo diferente a la que le había dado a Yuna. Era cautelosa, calculadora, una sonrisa de póquer.

—Correcto. Dae Kim. El futuro Primer Ministro, según me dijeron. Un placer.

—Y tú eres el… chico protegido de Chae Ji Won. Es noble de su parte, ser el niñero de un clase media. No es una cosa común en nuestro círculo.

La condescendencia era tan sutil que casi se perdía en el tono amable. Pero Rein, parada justo al lado de Eujin, sintió la puñalada. Eujin, sin embargo, solo sonrió un poco más.

—Es un honor estar aquí. Sobre todo, teniendo la oportunidad de aprender de la gente que lo tiene todo y más. Espero no decepcionar a nadie.

—No lo harás. Simplemente no te apegues demasiado a la vida de lujo, es fugaz para los que no nacieron en ella. ¿De dónde vienes, Eujin? ¿Dónde viviste antes?

La pregunta era una mina terrestre. Eujin tenía una historia de portada perfectamente pulida: Londres, finanzas, viajes. Pero la mirada de Dae buscaba algo más profundo, una grieta.

—Viví principalmente en Europa, con mis padres. Mi padre invirtió en algunas propiedades en Londres y Moscú. Es un lugar interesante, Moscú. La arquitectura es... brutalmente honesta.

Moscú. El lugar real donde Eujin había sido entrenado por mercenarios rusos. Era un dato real, disfrazado en la tapadera. El mercenario sonrió internamente.

Dae entrecerró los ojos. Algo en la respuesta de Eujin no encajaba con el perfil de un niño bueno que se había ganado el favor de un Ji Won. Había una dureza en sus ojos que contrastaba con su encanto.

—Ya veo. ¿Moscú? Yo estuve allí para unas vacaciones de esquí. ¿Te gusta el deporte, Eujin?

—Me gusta la adrenalina. La necesito —respondió Eujin, con una sinceridad inusual. La adrenalina es mi aire, pensó.

—Perfecto, justo a tiempo. Tenemos Educación Física y es un partido de fútbol, será un partido interesante. ¿Te unes, Eujin? Necesitamos rellenos.

La invitación era una prueba. Dae quería ver al "chico protegido" fallar, quería verlo torpe y fuera de lugar. La élite de Tae Son era atlética, no por pasión, sino por estética y disciplina.

—Me encantaría. Pero te advierto, Dae. En los deportes, soy competitivo.

—Eso me han dicho, Min Song —dijo Dae, su voz apenas velada por la amenaza—. Bienvenido al juego.

...La Lección de Humildad...

El campo de fútbol de Tae Son era prístino, un césped artificial perfecto. Se suponía que el partido era amistoso, pero con Dae Kim involucrado, era una batalla por el dominio. Rein estaba mirando desde las gradas, las chicas habían tenido un juego de voleibol que su equipo ganó y ahora podían disfrutar del partido de los chicos.

Los equipos se formaron rápidamente. Dae Kim era el capitán de su equipo, con sus mejores jugadores, todos altos y fuertes. Eujin estaba en los 'restos', los chicos menos coordinados, él era la nueva estrella del espectáculo.

El silbato sonó. Dae tomó el centro, sus movimientos eran los de un atleta entrenado, fuerte y rápido. El primer choque fue predecible: Dae se movió con arrogancia, driblando a dos chicos sin esfuerzo, pero justo cuando estaba a punto de disparar, el balón desapareció de su pie.

Eujin.

El mercenario se había deslizado, no corrido, sino deslizado con una fluidez inesperada, el balón atado a sus pies como un cachorro obediente. Su control era milimétrico, su visión del campo era la de un estratega militar.

Rein se quedó con los ojos abiertos. Eujin no jugaba al fútbol; él ejecutaba una operación encubierta con el balón.

Eujin hizo un pase limpio y preciso a un compañero que parecía sorprendido de recibirlo. El chico, animado, intentó disparar y falló horriblemente.

El castaño negó con la cabeza con una sonrisa. Se posicionó de nuevo, y cuando la pelota regresó a su control, la magia se desató.

Dae Kim estaba furioso. Ver al "chico protegido" dominar el campo era una afrenta personal. Intentó marcarlo de cerca, su juego se volvió agresivo, rozando la falta.

—¡Cuidado, Eujin! No es esgrima —gritó Dae.

—No. Esto es más fácil —respondió Eujin con un tono relajado, esquivando una patada con una finta tan rápida que hizo que Dae se cayera ligeramente.

Eujin no usaba la fuerza bruta. Usaba la anticipación, la lectura de movimiento. Era la habilidad de un asesino para predecir la trayectoria de una amenaza. En lugar de correr por el campo, parecía teletransportarse a donde estaría la pelota.

En el minuto quince, Eujin disparó. No fue un disparo potente, sino uno colocado con tanta precisión que el portero no pudo hacer nada más que observarlo entrar en la red.

1-0.

Eujin celebró chocando los cinco con el chico que antes había fallado el pase, levantando el ánimo del equipo de los "restos".

El partido se convirtió en una humillación para Dae Kim. Eujin anotó dos goles más, y asistió en otros dos, con pases que desmantelaron por completo la defensa del equipo de Dae. El marcador terminó 5-1.

Dae, con la cara roja y el sudor goteando, caminó hacia Eujin al final del partido. La furia en sus ojos era un fuego frío que solo Rein, una experta en máscaras, podía detectar.

—Tienes talento, Eujin. ¿Qué deporte practicaste en Moscú? ¿Ajedrez o el juego de la mentira?

—Ambos son juegos de estrategia, Dae. Y en ambos, me gusta ganar —respondió Eujin, el encanto de su sonrisa no alcanzaba sus ojos, que ahora eran dos pozos de alerta—. Y en cuanto al deporte, solo practiqué lo que era necesario.

Dae se limpió el sudor con una toalla, su voz baja y cargada de resentimiento.

—Aquí en Tae Son no importa lo talentoso que seas en un campo de fútbol, Eujin. Lo que importa es el linaje. Las conexiones. No te olvides de quién eres y de dónde vienes. No importa lo mucho que te disfraces.

—No estoy disfrazado, Dae. Soy quien soy. Un chico que llegó, y ahora… un chico que gana.

Rein observaba la interacción. No era solo el fútbol. Era el territorio. Dae veía a Eujin como una amenaza para su dominio, no solo por Rein, sino por el ambiente. Eujin, sin esfuerzo y sin intentar serlo, había robado el foco que Dae había construido durante los últimos años.

...La Promesa en la Piel...

La ducha y el cambio de ropa no disminuyeron la tensión. En el pasillo, Rein se apoyó en una columna, esperando que el tumulto de estudiantes disminuyera. Eujin salió de la zona de vestidores de hombres, con su uniforme impecable. Se detuvo frente a ella.

—¿Te divertiste con mi pequeña exhibición de talentos de Europa del Este?

—Fue... fascinante. Nunca te había visto en acción. Eres bueno.

—Me pagan por serlo.

—No en el fútbol.

—En todo lo que hago, Rein. Es una cuestión de disciplina —Él inclinó la cabeza, su mirada se detuvo en los ojos azules de ella—. ¿Me crees ahora?

—No. Pero ahora sé que eres un mentiroso con un buen toque de balón.

Eujin rió, un sonido grave y genuino.

—Eso es un progreso. Una fisura en el hielo.

La fisura se hizo más grande cuando Rein notó algo en el antebrazo de Eujin. Mientras él sostenía su mochila, la tela de su camisa se deslizó ligeramente, revelando el borde de una cicatriz gruesa y blanca que se extendía bajo el puño. No era una cicatriz de un accidente de niño. Era una marca de guerra, de corte profundo. Eujin lo notó de inmediato, y se apresuró a bajar la manga.

—¿Qué es eso? —preguntó Rein, su voz inusualmente suave. Su curiosidad era más fuerte que su desconfianza.

Eujin se tensó. Se colocó la mochila al hombro, un movimiento para cubrir la zona.

—Nada. Un viejo recuerdo.

—Parece una herida grave.

—Las cicatrices son solo un recordatorio de que fuiste más fuerte que lo que intentó matarte. Olvídalo.

El tono de Eujin era de cierre, de una privacidad profunda que Rein respetó a regañadientes. Ella entendió de inmediato: él no compartía esa historia. Y la forma en que lo había cubierto con tanta rapidez indicaba que el "viejo recuerdo" era parte de la verdad que él no podía revelar.

Caminaron en silencio durante un momento, el sonido de sus pasos resonando en el mármol.

—Tengo algo que hacer en la tarde. Una reunión con el Consejo Estudiantil —dijo Rein.

—Lo sé. Ya me lo dijo tu agenda compartida —Eujin sacó su teléfono, verificando el horario—. Es a las 4:00 p.m. y termina a las 5:30 p.m. Después, entrenamiento de piano. A las 7:00 p.m., cena de caridad con tu padre. ¿Es eso correcto?

Rein se detuvo en seco.

—¿Cómo tienes mi agenda?

—La envié a mi calendario. El señor Ji Won quiere que esté al tanto de tus movimientos. Seguridad, ¿recuerdas?

Era una mentira a medias. Él había hackeado su calendario.

—Te lo prohíbo. Borra eso ahora mismo.

Eujin sonrió con una arrogancia encantadora.

—No, es mi trabajo. No puedo protegerte de lo que no sé.

—No necesito protección. Soy una Ji Won. Soy capaz de cuidarme sola.

—Eres la heredera más valiosa de Corea del Sur. Y aunque seas tan fuerte como el acero, eres un blanco. Es mi trabajo, Rein. No lo tomes personal.

Eujin se inclinó, su aliento caliente contra su oído. La intimidad forzada era otra arma.

—Pero, hablando de agendas. La tuya no incluye planes a partir de las 9:00 p.m.

Ella lo empujó ligeramente.

—Ya veremos. No voy a renunciar a mi noche de libertad por tu culpa.

—No tienes que hacerlo. ¿Recuerdas nuestro pacto?

Eujin la miró, sus ojos oscuros brillando con la promesa de la noche anterior.

—Tú me enseñas tu Seúl, yo mantengo tu secreto a salvo. Esta noche me parece buena idea, Ji Won.

Y con esa petición, el mercenario se dio la vuelta y se fue, dejando a Rein completamente desestabilizada. Había pasado de ser su sombra a ser el dueño temporal de su secreto. El hielo se estaba agrietando, no por la fuerza, sino por la sutil calidez de una sonrisa peligrosa.

Capítulo 3: El Contraste de las Máscaras

...La Gala de Caridad y la Jaula Social...

El Salón de Baile del Gran Hotel Shilla era un microcosmos del poder surcoreano: cristal, terciopelo, y diamantes por doquier. Era la cena anual de caridad organizada por la Fundación Ji Won, y la élite se había congregado para ser vista, para negociar en susurros y, en el caso de la generación joven, para participar en el inevitable juego de emparejamiento.

Rein Ji Won odiaba las galas. Hoy, llevaba un vestido de noche color zafiro que resaltaba la profunda oscuridad de sus ojos y la precisión de su silueta. El vestido era una armadura de alta costura. Su rostro, sin embargo, era la verdadera fortaleza: sereno, inexpresivo, con esa mirada que mantenía a raya a cualquier pretendiente o inversor.

Eujin, por otro lado, parecía haber nacido para el esmoquin negro. El traje acentuaba su físico tallado, su cabello castaño oscuro estaba peinado hacia atrás con una elegancia que rozaba la perfección. Era tan ridículamente guapo que causaba una conmoción silenciosa en la sala. Eujin no estaba incómodo; él se adaptaba, como el agua en cualquier recipiente. Era una máscara más, y la llevaba con una convicción total.

Chae Ji Won, el patriarca, estaba radiante de orgullo mientras escoltaba a su hija y a su “protegido”. Vestido con un esmoquin clásico, su figura alta y su cabello canoso lo hacían ver como el magnate poderoso y justo que era.

—Recuerda, Eujin —le susurró Chae mientras entraban—: Sé encantador. No te separes de Rein. Y por el amor de Dios, usa más de dos cubiertos en la mesa. Es una caridad, no un bufete de mercenarios.

Eujin sonrió, un destello de genuina diversión.

—Entendido, señor Ji Won. Más de dos cubiertos. Y me apegaré a la señorita Ji Won.

El primer encontronazo social se produjo inevitablemente cuando se acercaron a la mesa principal, reservada para los verdaderos pilares de la nación.

El Primer Ministro Kim (padre de Dae Kim), un hombre de unos cincuenta años con la sonrisa inamovible de un político y los ojos astutos de un hombre de negocios, los recibió con efusividad. A su lado, Dae Kim en persona, exudando superioridad y vestido con un esmoquin gris que, en su opinión, lo hacía ver más moderno que Chae.

—¡Chae Ji Won! ¡Mi amigo! Me alegra verte a salvo y con tan buena compañía —dijo el Primer Ministro, dando un abrazo formal a Chae. Su mirada se posó en Rein y luego en Eujin, escaneándolo con el escepticismo de un político mordaz.

—Primer Ministro, es un honor —dijo Chae—. Esta es mi hija, Rein. Y este es Eujin, hijo de unos amigos. Mi protegido, podríamos decir.

—Un placer, señor —dijo Eujin, ejecutando una reverencia impecable que demostraba su adaptabilidad—. Es un honor conocerlo.

El Primer Ministro asintió, pero sus ojos se entrecerraron por un segundo. La etiqueta de Eujin era demasiado perfecta para alguien que solo estaba allí por un favor.

Dae Kim intervino inmediatamente, su tono dulce como la miel, pero venenoso.

—Eujin es una sorpresa, padre. Es nuevo en Tae Son. Parece muy… versátil. Hoy nos impresionó en el campo de fútbol. Es bueno, para ser un recién llegado.

Dae no perdió tiempo en intentar reducir a Eujin.

El Primer Ministro sonrió a su hijo con orgullo, y luego se dirigió a Eujin con una condescendencia apenas disimulada.

—¿Fútbol? Interesante. Espero que estés poniendo el mismo esfuerzo en tus estudios, Eujin. El Instituto Tae Son es riguroso. Dae, por supuesto, está a punto de asegurar su lugar en la Universidad Nacional de Seúl con las mejores notas.

—Oh, no dudo del intelecto de Dae, señor —dijo Eujin, con la sonrisa más inocente y devastadora—. Pero el señor Ji Won me dijo que en la vida real, lo que importa es la visión. Y yo tengo una visión muy clara de mis objetivos.

Rein casi sonrió. Eujin había igualado la jugada de Dae con una sutil puñalada. No había dicho que Dae careciera de visión, sino que había insinuado que sus objetivos eran de una naturaleza diferente, quizás menos profunda.

...El Compromiso No Ofrecido...

El ambiente de la mesa principal se animó con el vino y las negociaciones discretas. Chae Ji Won y el Primer Ministro hablaban de una futura licitación de ciberseguridad, pero la conversación, como era habitual, se desvió hacia sus hijos.

—Rein está madurando con una velocidad increíble, Chae. Una verdadera líder —comentó el Primer Ministro, bebiendo de su copa.

—Es una Ji Won, Primer Ministro. Nació para esto —respondió Chae, su tono orgulloso.

—Y Dae es un talento político natural. Lo veo en el futuro, no solo como mi sucesor en las empresas, sino como un líder nacional. Así que necesita una esposa que sea buena compañera, una socia.

El ambiente se tensó ligeramente. La intención del Primer Ministro era clara, y en ese círculo, las indirectas eran contratos sociales.

El Primer Ministro sonrió a Rein.

—Sabes, Rein, una alianza Kim-Ji Won sería un terremoto. La tecnología de seguridad y la política, unidas. Nuestros hijos, la pareja de poder de la próxima generación.

Chae Ji Won se rió, pero era una risa forzada. Chae amaba a su difunta esposa y odiaba la idea de que su hija fuera vendida en un matrimonio arreglado, especialmente a un narcisista como Dae. Pero un conflicto directo con el Primer Ministro por una broma era un error político.

—Son jóvenes, Primer Ministro. Hay mucho tiempo. Pero no dudo que Rein será una pareja formidable para quienquiera que sea.

Dae Kim se sintió victorioso. Una sonrisa de suficiencia se dibujó en su rostro. Se inclinó hacia Rein, con la mano cerca de su codo.

—Sería un honor, Rein. Nadie más podría manejar el peso del futuro Primer Ministro. Somos iguales en ambición.

Rein sintió una oleada de náuseas. Su "sociedad" con Dae era por conveniencia, no por romance. Detestaba la idea de que su vida fuera un simple activo político.

—Dae. Deberías enfocarte en la universidad primero. Y recuerda que la ambición no es lo mismo que la capacidad —dijo Rein, su voz tan pulcra como el cristal. Se alejó sutilmente del toque de Dae.

Eujin, sentado al otro lado de Rein, percibió la incomodidad de la heredera. En lugar de intervenir con palabras, hizo algo más sutil: pasó la mano por detrás de la silla de Rein, colocando su palma discretamente en el respaldo. Era un gesto posesivo, protector, sutilmente desafiante a Dae, pero para Rein, fue un ancla silenciosa. Un recordatorio de que él estaba allí, su guardián.

Eujin sonrió a Dae y al Primer Ministro, con ese encanto radiante que usaba como un escudo.

—Disculpen, señores, pero no puedo evitar notar la belleza de la arquitectura de este salón. Las columnas corintias son una maravilla. ¿Saben qué contratista las instaló? Me encanta dibujar estructuras como esta.

El comentario fue una distracción perfecta. Era inocuo, era un tema de interés genuino para Eujin, y desvió la atención de Rein y Dae hacia un tema neutral. El Primer Ministro se irritó ligeramente por la interrupción.

—Es el Hotel Shilla, Eujin. Fue remodelado hace una década. No te preocupes por la arquitectura, concéntrate en tus exámenes.

—Por supuesto, señor. Pero para mí, ver una estructura es como ver un mapa. Necesitas conocer los cimientos para entender dónde está el peligro.

La frase resonó en el aire. Conocer los cimientos para entender dónde está el peligro. Era una frase amenazante, disfrazada de reflexión filosófica. Chae Ji Won, que sabía la verdad, se puso rígido, notando la sutil advertencia de Eujin. Dae Kim, con su instinto afilado, sintió la fricción.

—Siempre tan profundo, Eujin —murmuró Dae.

—Solo un chico que intenta encajar, Dae. Como todos nosotros.

## El Código de Escape

La cena terminó a las once y media de la noche. El viaje de regreso a la mansión Ji Won fue silencioso. El ambiente post-gala era de agotamiento social.

En el auto blindado, Rein estaba absorta en su tableta, ignorando deliberadamente a Eujin. Chae Ji Won, en el asiento delantero, suspiró.

—Eujin, te agradezco tu actuación esta noche. Fuiste... impecable.

—Solo seguí las órdenes, señor Ji Won. Y los cubiertos —dijo Eujin, con una pizca de ironía.

—Lo de Dae y el Primer Ministro... es solo política, Rein. No tienes que preocuparte. Sabes que no te obligaría a nada.

Rein, sin levantar la vista de su pantalla, respondió con frialdad.

—Lo sé, padre. Pero es agotador que mi vida se utilice como moneda de cambio en cada reunión social. No soy una subsidiaria, soy tu hija.

—Lo sé, hija. Lo sé.

El auto se detuvo en la entrada de la mansión. Las luces exteriores la hacían parecer un castillo inexpugnable.

Al despedirse, Eujin miró a Rein a los ojos. Había una intensidad compartida.

—Buenas noches, Ji Won. Descansa.

—Igualmente, Eujin.

El "descansa" era el código.

Chae Ji Won subió a su habitación, y Eujin hizo lo mismo. Rein se dirigió a su ala, sus movimientos, perezosos, simulando el agotamiento de la noche.

Veinte minutos después, la mansión estaba en silencio.

Eujin estaba parado junto a la ventana de su habitación, vestido con jeans oscuros y una chaqueta ligera. En su mano, en lugar de un arma, tenía el cuaderno de bocetos. La fachada de chico tranquilo.

Oyó un golpe suave en el cristal de su ventana. No era una ventana normal; era un panel de vidrio de seguridad triple. Pero no importaba.

Rein estaba afuera, vestida con su ropa de noche, pero sobre ella llevaba la cazadora de cuero y sus vaqueros ajustados. Su pelo oscuro y corto se movía con la brisa nocturna. En su mano, sostenía un destornillador especializado.

—Tienes cinco segundos para abrir la puerta, Eujin, o romperé esta ventana. Y mi padre tiene un detector de rotura de cristal sónico —susurró Rein, su rostro inexpresivo, pero sus ojos azules brillando con rebelión.

Eujin sonrió, su corazón latiendo con la adrenalina que tanto amaba. Su vida de mercenario era más compatible con la heredera rebelde que con la Reina de Hielo.

—El código de la puerta es el mismo que el de la bodega de vinos. 0408. La fecha de la muerte de mi madre. Un recordatorio constante.

Eujin presionó los botones en el panel lateral. Un suave click.

Rein entró en su habitación con la elegancia de una ladrona de guante blanco.

—Eres un hacker profesional, ¿o qué?

—Solo alguien a quien no le gusta que lo encierren —respondió Eujin, guardando el cuaderno. Se deslizó su par de zapatillas deportivas.

—Vamos. La moto está en el garaje trasero, lista para rodar. Sígueme, y no hagas ruido. El guardia de seguridad del ala oeste tiene un patrón de ronda de siete minutos y medio.

—Siete minutos y medio. Lo anoté. Pero para una distracción, solo se necesita un par de segundos.

Eujin la siguió, su paso silencioso, casi inaudible. Se movía en las sombras como si estuviera hecho de ellas. Era su verdadera forma, el mercenario.

Rein lo guió con una velocidad controlada y un conocimiento íntimo de los puntos ciegos de la seguridad. Un minuto más tarde, estaban en la Ducati, Rein al mando, con Eujin sentado detrás, sus brazos envueltos alrededor de su cintura para mantener el equilibrio.

El rugido del motor era la declaración de su libertad.

...Seúl al Descubierto...

La noche se abrió ante ellos, una cortina de luces de neón y asfalto mojado. Rein condujo sin un destino aparente, dejando que la velocidad se llevara la tensión de la gala.

Se detuvieron finalmente en una terraza en la azotea, en el corazón de Itaewon, con vistas a la Torre Namsan que iluminaba el cielo nocturno. Era un lugar sin pretensiones, con grafiti y muebles viejos.

Rein se quitó el casco, sacudiendo su pelo oscuro. El viento la había despeinado, dándole un aire salvaje. Por primera vez esa noche, su expresión se relajó.

—Aquí. Aquí es donde no soy la heredera. Aquí es donde soy una lectora de novelas con un problema de velocidad —dijo Rein, su voz ronca por el viento.

Eujin se quitó el casco, su cabello oscuro ligeramente revuelto. Se acercó a la barandilla de la azotea, mirando la ciudad que brillaba debajo.

—Es hermoso. Caótico y libre —Eujin no la miraba a ella, miraba la ciudad, pero Rein sintió su presencia—. Me gusta que conduzcas. La mayoría de los chicos ricos tienen chóferes.

—No me gusta ceder el control. Nunca.

—Lo entiendo. A mí tampoco.

Se quedaron en silencio por un momento, un silencio cómodo, desprovisto de agendas.

—¿Por qué me ayudaste en la mesa? —preguntó Rein, rompiendo el silencio.

—¿Con Dae? Es mi trabajo, te veías a punto de clavarle un cuchillo en la yugular. Y él te estaba acosando con esa conversación de "socia de poder". Te ve como un trofeo y eso no me agrada.

—Y tú no. ¿Tú me ves como una misión?

Eujin se giró, apoyándose en la barandilla, sus ojos oscuros fijos en ella, con una honestidad brutal.

—Bueno, me contrataron para acercarme, infiltrarme y protegerte. Es una misión. Pero también eres... un rompecabezas para mí. Eres fría, pero también te gustan las novelas de romance y la música triste —Hizo una pausa pensando bien en lo que diría a continuación —Ese contraste es real, no puedo verte solo como una misión.

Rein sintió una especie de cosquilleo porque lo que él acaba de decirle. Repentinamente, ella empezaba a sentir mucha curiosidad por Eujin también.

—Y tú. ¿Quién eres tú, Eujin? ¿El mercenario fugitivo? ¿El prodigio atlético? ¿El artista que dibuja edificios viejos?

Eujin se acercó un paso. La distancia entre ellos se acortó.

—Fui secuestrado a los ocho años. Me entrenaron para ser un asesino y un espía. Eso es real. El mercenario, es mi cimiento. Ser atlético, es una consecuencia. Pero la parte que dibuja, la que le gusta el arte de la estructura, la que odia el conflicto innecesario... esa probablemente es la más real. Estoy buscando mi casa, Rein.

La crudeza de su confesión era un riesgo, estaba seguro de que Rein podía usarlo en su contra. Pero en esa azotea, bajo la luz de las estrellas de Seúl, la verdad era el único idioma que parecía importar.

—Una cicatriz de guerra, no de esquí —dijo Rein, con su tono sarcástico, pero había respeto en sus ojos.

—Una cicatriz de guerra —confirmó Eujin—. Me gustaría saber la tuya. La que no se ve. ¿Qué te hizo volverte la Reina de Hielo?

Rein miró a la torre Namsan, la luz de la ciudad reflejada en sus ojos.

—La desconfianza es mi única aliada. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años. Mi padre no tuvo tiempo para llorarla, el Imperio Ji Won lo consumió. Todos los que me han mostrado afecto lo hicieron por interés. Mis "amigas". Dae Kim. Si no eres un bloque de hielo, eres fácil de romper. Y yo... no me gusta romperme.

—¿Y tu moto? ¿Y tus libros?

—Son la prueba de que puedo ser yo misma y que nadie puede tocar esa parte. Es mi secreto, Eujin.

Eujin extendió la mano y tocó suavemente el hombro de su chaqueta de cuero.

—Tu secreto está a salvo, Ji Won. Somos dos fugitivos esta noche. Tú del lujo, yo de mi pasado.

El roce fue íntimo. Rein sintió la calidez de su palma a través del cuero. No era una amenaza, no era una conquista. Era un reconocimiento.

—¿Así que te vas a quedar? ¿A ser mi guardia de honor?

—Sí. Por ahora. Hasta que encuentre a mi familia. O hasta que se cumpla el contrato.

—¿Y si te descubren?

—Entonces, el juego se vuelve... mucho más peligroso. Y me aseguraré de que tú estés segura.

Rein lo miró, la máscara de Eujin se había desvanecido. Lo que quedaba era un joven roto, hermoso y letal, que buscaba la paz.

—Muéstrame el arte, Eujin. El que te gusta.

Eujin sonrió, el encanto regresó, pero esta vez estaba dirigido a ella, solo a ella.

—Tengo un lugar. Un antiguo palacio que está en obras. Es la geometría perfecta del tiempo. Súbete y te guio.

Rein asintió. Se puso el casco, Eujin hizo lo mismo. La diferencia era que esta vez, cuando Eujin la abrazó por detrás, Rein no se sintió confinada. Se sintió… anclada.

La Ducati rugió de nuevo. Se deslizaron por las calles de Seúl, dos siluetas oscuras, la heredera y el mercenario, compartiendo el único secreto que les permitía ser libres.

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