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PROYECTO QUIMERA: El Despertar

Capitulo 1: En búsqueda de salvación

El silencio en la biblioteca del Capitel era tan antiguo y pesado como las piedras del cañón. Afuera, el viento nocturno aullaba un lamento solitario entre los capiteles dentados de roca que coronaban las torres más altas de Ciudad Perdida, como los huesos de una bestia prehistórica.

Dentro de una de las Torres, Elara acarició con la yema del dedo la cubierta agrietada de un libro rescatado del Mundo Antiguo.

Sus orejas, triangulares y cubiertas de un pelaje oscuro tan suave como el terciopelo, se giraron instintivamente, captando un sonido fuera de lugar en el silencio sepulcral: era el ritmo quebrado y superficial de la respiración de su hermano, proveniente de la habitación contigua.

Dejó el libro y caminó descalza sobre la fría losa de piedra. La habitación de Liam se había convertido en un santuario dentro de la ciudadela, un lugar con olor a hierbas medicinales y a la desesperanza de los curanderos. La enfermedad que no tenía un nombre oficial, todavía estaba siendo investigada. Comenzaba con una fatiga incesante, luego la piel perdía su vitalidad y, finalmente, los órganos internos simplemente... se rendían. Era una plaga silenciosa que afectaba con más dureza a los habitantes de La Fosa, el nivel más bajo y pobre de la ciudad, pero que recientemente había comenzado a extender sus garras hacia el privilegiado Capitel. Era una lenta desertificación del cuerpo.

Liam estaba despierto, su joven y felino rostro lucía demacrado bajo la luz de una lámpara de aceite.

—Soñé que nadaba, Ela —susurró Liam, su voz apenas audible—. En un océano tan grande que no podía ver el final. El agua no estaba sucia. Era... fresca.

Una punzada afilada y cruel, atravesó el corazón de Elara. Los acuíferos de Ciudad Perdida se estaban muriendo. El agua que bebían, reciclada mil veces, estaba perdiendo su esencia vital, volviéndose poco a poco un veneno. El sueño de su hermano no era una fantasía, era un recuerdo genético. Una sed ancestral.

—Encontrarás ese océano —respondio, y el sabor de la mentira fue amargo en su boca.

Esa misma noche, impulsada por una desesperación febril, Elara encontró algo en los archivos prohibidos del Consejo. Un mapa estelar que no apuntaba al cielo, sino al centro del Mar Seco, un purgatorio quemado por el sol donde ninguna Quimera se atrevía a vivir por mucho tiempo. La ubicación estaba marcada con un glifo antiguo: el símbolo de "Poseidón", la mítica capital de los Hydrianos.

Los Hydrianos, sus primos genéticos que eligieron el agua, nunca hubieran sufrido por el agua contaminada. La desesperación le dictaba una idea descabellada: si quería salvar a su hermano, no necesitaba un curandero. Necesitaba un milagro. Necesitaba encontrar el legado de los Hydrianos.

Pero el Mar Seco era la muerte bajo la luna, y el infierno bajo el sol. Solo un loco o alguien sin nada que perder se atrevería a guiarla hasta allí. Y en aquella ciudad, cuando se hablaba de locura y supervivencia, todos los susurros, desde el Capitel hasta La Fosa, convergían en un solo nombre:

Kael.

Un proscrito. Un carroñero de las horas crepusculares. Un hombre que bailaba en el filo del peligro por oficio.

La decisión que tomó borró cualquier duda de su mente. Se vistió en la oscuridad, reemplazando su vestido de fina seda por un traje de cuero sintético reforzado. En un bolso de lona guardó agua purificada, concentrados de nutrientes, un cuchillo afilado y el antiguo artefacto que servía de mapa.

Su larga y esbelta cola, reflejo de su herencia Gen-Felina, se crispó en la punta, una señal de su nerviosa determinación

Al mirarse en un trozo de espejo pulido, vio a una extraña con ojos de depredador nocturno

No iba al páramo solo para perseguir un mito. Iba a buscar una cura. Iba a buscar a un hombre que, según decían, caminaba por las sombras más profundas, con la esperanza de que él pudiera guiarla hacia la luz.

***

Descender del Capitel a La Fosa, uno de los barrios más bajos y peligrosos de Ciudad Perdida, era como caer de un cielo silencioso a un infierno vibrante.

Elara se movía con un sigilo fluido que le era natural, sus pasos apenas hacían ruido sobre los puentes metálicos. El mercado del Sumidero era muy ofensivo para sus agudizados sentidos, pero se deslizó entre la multitud con una gracia instintiva.

El lugar que buscaba era un bar clandestino, marcado con el símbolo de un zorro de nueve colas. Cuando llegó, empujó la puerta.

El interior era oscuro y ruidoso. Las miradas se posaron en ella, detectando al instante que no pertenecía a ese lugar. Ignorándolas, se acercó a la barra.

—Busco a Kael —dijo.

Capitulo 2: Kael

Después de oír pronunciar el nombre de "Kael", el barman soltó una carcajada ronca. —Toma un número. La mitad del Sumidero lo busca. La otra mitad preferiría verlo muerto. ¿A cuál perteneces tú?

Antes de que pudiera responder, una voz a su lado, grave y con un toque de ironía, la interrumpió.

—Depende de lo que ofrezcas.

Elara se giró. Apoyado en la barra, estaba "él'. Su cabello, de un intenso color cobrizo, parecía arder incluso en la penumbra, como las brasas de una fragua olvidada. Sus ojos ambarinos, brillantes de una inteligencia afilada y una desconfianza tan arraigada que resultaba casi insolente, la recorrieron de pies a cabeza.

—Eres del Capitel —afirmó. Su voz expresaba profundo desdén—. Hueles a aire filtrado y a problemas. No me interesa ninguno de los dos.

—No vengo a ofrecerte aire —replicó Elara, sorprendida por su propia audacia—. Vengo porque mi gente se está muriendo. Tu gente se está muriendo. Y necesito llegar a un lugar que podría tener la cura.

Una chispa de emoción brilló en los ojos punzantes de Kael, pero fue sofocada al instante. La enfermedad no era una noticia para él; era el pan de cada día en La Fosa. Lo que era nuevo era que a alguien del Capitel le importara. Se apartó de la barra, invadiendo su espacio personal. Era tan cercano que podía sentir el calor que emanaba de él, un calor vivo y peligroso.

—La gente del Capitel solo se preocupa cuando el veneno llega a su propia copa —añadio Kael con voz baja y vibrante—. ¿Por qué debería ayudarte a buscar una cura de cuento de hadas?

—Porque no te pido que creas en cuentos de hadas —contestó ella, levantando la barbilla para sostener su intensa mirada—. Te pido que me guíes. A cambio, te ofrezco algo real. Tecnología. Purificadores de agua de grado médico del Capitel, baterías de energía de larga duración, equipo de escalada que no se romperá. Todo lo que necesites para tu gente.

Kael la observó durante un largo e incómodo silencio. Por un instante, Elara pensó que iba a reírse y a echarla. Pero entonces, su mirada se detuvo en el artefacto que se asomaba por su bolso, y luego en la determinación febril de sus ojos.

Se inclinó aún más cerca, su aliento cálido rozándole la oreja. —La supervivencia es un artículo caro en el Sumidero, princesa. Y a menudo, el precio es más alto de lo que estás dispuesta a pagar.

Se enderezó y le hizo un gesto con la cabeza hacia una puerta trasera.

—Sígueme. Pero que sepas que ahí fuera, el sol no es lo único que quema.

\*\*\*

La puerta de acero se cerró tras ellos con un sonido sordo y definitivo, tragándose la música industrial y el murmullo del bar. Elara se encontró sumida en una oscuridad casi total, rota solo por el contorno de Kael moviéndose delante de ella. El aire aquí era diferente: frío, húmedo y con el olor a piedra milenaria y a olvido. Estaban en los pasajes de servicio, las venas olvidadas que conectaban las profundidades de la ciudad.

—No te separes —ordenó la voz de Kael, desprovista de la ironía que había usado en el bar. Ahora era puramente funcional—. Estos túneles no están en los mapas. Un giro equivocado y acabarás en un nido de ratas-araña. O peor.

Elara lo siguió de cerca, con una mano rozando la pared curva y húmeda del túnel. Sus agudos ojos se acostumbraron a la penumbra, y comenzó a distinguir detalles que la fascinaron. Marcas de herramientas de una era tecnológica perdida. Símbolos de advertencia del Mundo Antiguo, casi borrados por el tiempo. Esto era historia viva.

—Estos túneles... son de antes de La Evaporación —dijo, su voz resonando en el estrecho pasillo.

Kael soltó un bufido. —¿Y? Son solo rocas y óxido.

—No son solo rocas —insistió ella, deteniéndose un momento para tocar un glifo familiar grabado en la piedra—. Son la prueba de lo que éramos. De lo que podríamos volver a ser. La gente de La Fosa, se están muriendo por el agua, ¿verdad? La plaga es peor aquí abajo.

—Observadora —dijo él sin detenerse—. ¿Y qué harás tú? ¿Leerles un pasaje de un libro polvoriento para que se sientan mejor mientras se consumen?

El desdén en su voz la aguijoneó. —No. Pienso encontrarles un océano. La historia no es un cuento para dormir, Kael. Es un mapa. Los Hydrianos, nuestros ancestros, nunca se enfrentaron a esto. Sus ciudades, construidas para soportar la presión de las profundidades, deben tener sistemas de purificación que ni siquiera podemos imaginar. Poseidón no es un mito, es una solución.

Finalmente, él se detuvo y se giró para encararla en la opresiva oscuridad. Una única bombilla de emergencia parpadeaba sobre ellos, arrojando sombras danzantes sobre su rostro.

—He oído historias como la tuya toda mi vida, erudita. Expediciones que buscaban el "vergel oculto" o el "búnker del Edén". ¿Sabes lo que encontraron? Huesos. Arena. Quimeras. La esperanza es un lujo que se vende muy caro aquí abajo, y tú la ofreces como si fuera gratis. La gente necesita agua mañana, no en una ciudad de fantasmas al otro lado del infierno.

Continuó caminando, dejándola con el peso de sus palabras. Elara entendió entonces que no bastaba con su fe. Necesitaba enfrentarse a su realidad.

Tras varios minutos más de silencio, llegaron a una sección del muro que parecía sólida. Kael presionó una secuencia de ladrillos sueltos y una sección de la pared se deslizó hacia adentro con un chirrido metálico. La luz del interior la cegó por un instante.

Era su guarida. Su taller.

Capitulo 3: La Guarida del Zorro

.

El espacio dentro era un caos repleto de los artefactos más diversos. En una pared colgaban mapas de las tierras baldías, cubiertos de anotaciones y rutas marcadas en rojo. Una mesa de trabajo estaba abarrotada de piezas de tecnología rescatada: los circuitos de un dron, el lente de un rifle de largo alcance, las entrañas de un purificador de agua. Herramientas, cables y armas a medio limpiar cubrían casi todas las superficies. Olía a disolvente, a metal y a la energía estática de una batería sobrecargada. Era el polo opuesto a su silenciosa y ordenada biblioteca, y un reflejo perfecto del hombre que lo habitaba.

Kael cerró la puerta tras ellos, y el sonido del pesado cerrojo al encajar le puso la piel de gallina. La dinámica había cambiado. Ya no estaban en un lugar público. Estaban en su territorio.

Se apoyó en la mesa de trabajo, cruzó los brazos y la miró fijamente. La prueba había comenzado.

—Dejémonos de historias. Hablemos de hechos —dijo, su voz cortante como el cristal roto—. El viaje a tu "Poseidón" cruza el Desierto de Vidrio. Se llama así porque el sol fundió la arena hace siglos. De noche, la temperatura cae por debajo del punto de congelación. De día, te cueces dentro de tu traje. ¿Cómo piensas cruzarlo?

Elara parpadeó, pero mantuvo la compostura. —Con un reptador de arena. Sé que tienes uno. Modificado. Lo leí en los informes de los carroñeros.

Una de sus cejas cobrizas se arqueó. Estaba impresionado, aunque no lo demostró.

—Bien. Un reptador consume una batería de energía completa por cada ciclo de oscuridad. Necesitaríamos al menos tres para ir y volver, y yo solo tengo una que funciona. ¿Y las Quimeras? Las del desierto son territoriales. Cazan por el sonido. El motor del reptador es una campana que llama a cenar. ¿Cuál es tu plan para eso?

—Pulsos sónicos de baja frecuencia para desorientarlas. Podríamos adaptar la tecnología de los murciélagos-rastreadores...

—Tecnología que no tienes.

—Pero que yo puedo conseguir en el Capitel.

Kael la estaba acorralando, desmantelando su plan pieza por pieza con una lógica brutal y pragmática. Estaba intentando romperla, al hacerle ver la locura de su petición.

Elara sintió que el pánico comenzaba a subirle por la garganta. Tenía razón. En el papel, su plan era un suicidio.

Respiró hondo, se acercó a la mesa de trabajo y, con un movimiento deliberado, apartó un puñado de engranajes sucios. Luego, sacó un artefacto de su bolso y lo colocó sobre la superficie metálica con un suave clink.

El silencio llenó la habitación.

El objeto era un cilindro de un metal azul oscuro que no parecía reflejar la luz, sino absorberla. Estaba cubierto de glifos que brillaban con una tenue luminiscencia interior. No estaba oxidado ni corroído, a pesar de sus milenios de antigüedad.

Kael se inclinó, su escepticismo luchando visiblemente contra su curiosidad de carroñero. Con un cuidado inesperado, lo cogió. Sus dedos, callosos y manchados de grasa, recorrieron la superficie lisa y fría. Lo giró, examinando cada detalle. Sus ojos se abrieron de par en par cuando presionó uno de los glifos y el cilindro proyectó en el aire un mapa tridimensional y tembloroso del Mar Seco, con una única coordenada pulsando con una luz suave.

Él apagó el mapa y lo dejó sobre la mesa. No dijo nada durante casi un minuto. Miró el artefacto, luego la miró a ella.

La expresión de su rostro ya no era la de un cínico interrogando a una tonta. Era la de un experto que acababa de encontrar una pieza de tecnología del Mundo Antiguo que desafiaba todo lo que conocía.

—Bueno —dijo finalmente con voz serena—. Tienes mi atención. Ahora, cuéntamelo todo. Desde el principio.

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