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CONTRATO CON EL CEO: PROHIBIDO ENAMORARSE

La cláusula número 7

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...CAPÍTULO 1...

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...EMMA RÍOS...

Nunca imaginé que mi dignidad tendría un precio.

Y mucho menos que lo pondría yo misma.

Frente a mí, el contrato parecía un chiste cruel.

Trece cláusulas, tres firmas y una condena disfrazada de una oportunidad.

—Léela despacio —me dijo él, sin levantar la vista del celular—. No quiero reclamos después.

Leonardo Blake.

Treinta años. Millonario. CEO de Blake Technologies.

Hijo de una familia que respira dinero y desprecio por igual.

El hombre que estaba a punto de comprar seis meses de mi vida.

Tragué saliva y fingí calma.

El aire en su oficina pesaba. Todo en ese lugar brillaba: los ventanales, los relojes, su maldita corbata. Y yo… yo solo brillaba por el sudor nervioso en mis manos.

—Cláusula número uno —leí en voz alta—: “El matrimonio entre ambas partes tendrá una duración de seis meses exactos, con opción a extensión según necesidad contractual.”

—Correcto —dijo él, sin emoción.

“Necesidad contractual”.

No se podría necesitar más de mí este hombre.

—Cláusula número dos: “La señora Ríos deberá acompañar al señor Blake a todos los eventos públicos requeridos, manteniendo la apariencia de una relación amorosa estable.”

—¿Estable? —murmuré con ironía—. No me dijiste que el papel incluía una buena actuación.

Él levantó la vista de su teléfono por primera vez.

Sus ojos grises me atravesaron.

—Te pago lo suficiente para que parezca real.

Lo odié en ese instante. O tal vez me odié a mí misma por necesitar el dinero.

Respiré hondo y seguí leyendo.

Las siguientes cláusulas eran igual de absurdas: no dormir en la misma cama, no aparecer en lugares comprometidos sin autorización, no usar ropa “demasiado provocativa”.

Casi me reí cuando llegué a esa.

—¿Y quién define qué es provocativo? —pregunté.

—Yo.

—Claro, cómo no —bufé—. El amo y señor del decoro.

Él ni siquiera pestañeó. Solo me observó como si ya quisiera que firmara y dejara de decir idioteces.

Entonces llegué a la parte que me hizo detenerme.

Cláusula número siete.

“Bajo ninguna circunstancia, las partes involucradas podrán desarrollar, manifestar o mantener sentimientos románticos o afectivos reales entre sí. El incumplimiento de esta cláusula será motivo de anulación inmediata del contrato y penalización económica.”

Me quedé muda.

Un contrato matrimonial que prohíbe enamorarse.

Qué ridículo. Al igual que tentador.

—¿Estás de broma? —le dije, levantando la vista.

—Estoy siendo práctico. —Su voz sonó fría, pero firme.— Los sentimientos complican los negocios.

—¿Y si me enamoro de ti por accidente? —pregunté con una sonrisa sarcástica.

Sus labios se curvaron apenas.

—Entonces sería tu error. Y tu deuda.

Quise golpearlo con el bolígrafo.

Pero recordé el motivo por el que estaba ahí: mi hermana.

Sofía Ríos

Sofía fue diagnosticada a los trece años con una insuficiencia renal crónica (IRC) producto de una enfermedad autoinmune no detectada a tiempo.

Los riñones de Sofía dejaron de filtrar correctamente las toxinas del cuerpo. Vive cansada, con náuseas y una palidez constante que no puede disimular. A veces le tiembla la voz al hablar, pero aún así intenta hacerme reír. Los días buenos son pocos, pero los aprovecha como si fueran regalos.

Desde entonces depende de diálisis tres veces por semana, y los médicos han advertido que necesita un trasplante de riñón urgente para tener una vida normal.

Actualmente tiene dieciséis años.

El procedimiento es costoso, el hospital exige un pago inicial alto y los donantes compatibles son escasos.

La imagen de Sofía en esa cama de hospital me partió el pecho.

Los tubos, las máquinas, la factura que crecía cada día.

Mi orgullo valía menos que su vida.

Así que tragué mis palabras y firmé la primera página.

Mi mano tembló, pero lo hice.

—Bienvenida a mi lujosa vida, señora Blake —dijo con voz baja, casi ronca.

Sentí un escalofrío.

“Señora Blake.”

Ni siquiera sonaba real.

¿Yo? ¿Casada con Leonardo Blake?

Por favor. Si hace dos semanas ni siquiera sabía pronunciar el nombre de su empresa.

Todo comenzó con una fotocopiadora.

Sí, una maldita fotocopiadora.

Era mi primer día como asistente temporal en Blake Technologies.

El trabajo consistía, básicamente, en hacer café, sonreír mucho y fingir que entendía lo que era un “informe de proyección trimestral”.

Y ahí estaba yo, intentando que la máquina no explotara, cuando el mismísimo CEO decidió aparecer.

—¿Eso deberia sonar así? —preguntó una voz grave detrás de mí.

Salté del susto. Literalmente salté.

Y, como buena profesional, lo primero que hice fue voltear con una hoja atascada en el cabello.

—Depende… —balbuceé— ¿cómo debería sonar una fotocopiadora funcionando en perfectas condiciones?

Él no respondió. Solo me observó con esa mirada de aburrimiento con superioridad.

Yo, nerviosa, empecé a apretar botones como loca. Y, por supuesto, la máquina se tragó todo.

El señor Blake soltó un suspiro largo, de esos que dicen “me arrepiento de haberme cruzado contigo”.

—Apártese —ordenó.

—Sí, claro señor.

El tipo se agachó, presionó dos botones, y la máquina empezó a funcionar como si nada.

Yo me quedé con cara de estúpida y una hoja rota en la mano.

—Listo —dijo, mirándome—. No era tan complicado.

—Claro, para usted no. Tiene el manual de la vida incluido.

—Y usted, aparentemente, vino sin garantía.

Desde ese día supe que no me llevaría bien con ese sujeto.

Bueno, lo odiaba y… lo miraba más de la cuenta.

Porque, seamos sinceras: esa apariencia provocaba un problema hormonal.

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Una semana después, ya había cometido suficientes errores como para que Recursos Humanos me odiara.

Derramé café sobre un informe importante, confundí los nombres de dos directores y, para coronar, mandé un correo interno criticando a “Su Excelencia el CEO”… a Su Excelencia el CEO.

Sí.

A Leonardo Blake.

Mi vida laboral terminó ahí. O eso pensé.

Me llamó a su oficina, y yo llegué lista para despedirme.

Pero en lugar de gritarme, él sonrió.

Sí, sonrió.

Lo cual fue incluso más aterrador.

—Señorita Ríos —dijo, cruzando los brazos—, tengo una propuesta.

Yo tragué saliva.

¿Propuesta?

—Estoy escuchando —dije, intentando sonar profesional.

—Necesito una esposa.

Silencio.

¿El tipo hablaba en serio.?

—¿Perdón? —dije—. ¿Una qué?

—Una esposa. Falsa, que sea temporal y discreta.

Parpadeé varias veces.

—No es por ofenderlo ni nada pero…de casualidad ¿No se siente bien? ¿No tendrá fiebre? ¿Está seguro de lo que me está diciendo?

—Totalmente. Y antes de que piense cosas indebidas, no estoy enamorado de usted. Solo necesito resolver un problema de imagen.

A mí me dio un ataque de risa.

Literal. Me reí tanto que casi me atraganto.

Y él me miró con cara de piedra.

—¿Esto tiene que ser una broma cierto? ¿Donde está la cámara oculta? ¿Dónde está el equipo del reality?

—No es una broma —replicó con una expresión irritante—. Si acepta, tendrá un pago generoso.

—¿Qué clase de pago generoso?

—El suficiente para pagar lo que sea que la tenga preocupada.

Y ahí me congelé. Mi sonrisa se borró.

Porque… ¿cómo sabía eso?

Él lo notó.

—Investigo a todos los que trabajan para mí. Tu hermana…se llama Sofía, ¿verdad? Sé que está en el Hospital San Miguel.

Mi estómago se encogió.

Así fue como terminé firmando un contrato matrimonial con mi jefe días después.

Una locura total.

De chica que apenas podía pagar el transporte, pasé a ser “la esposa” del hombre más inaccesible y millonario de la ciudad.

Aunque lo hice por necesidad, una parte de mí no dejaba de pensar que, si la vida fuera una comedia romántica, este sería el momento en que alguien se tropieza y se enamora.

Excepto que aquí, el único tropiezo fue el mío… y fue con su ego.

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Volví al presente, a su oficina silenciosa, con ese anillo de compromiso pesado brillando en mi dedo.

Leonardo revisaba su reloj como si firmar un matrimonio falso fuera parte de su rutina diaria.

—Tienes cara de arrepentimiento —dijo, sin mirarme.

—No. Tengo cara de “¿qué carajos estoy haciendo con mi vida?”.

—Es prácticamente lo mismo.

Suspiré y me levanté.

Mi corazón latía tan rápido que apenas podía pensar.

—Entonces… ¿qué sigue, jefe? ¿Ensayar el beso frente a las cámaras?

Él me lanzó una mirada lenta.

—No hace falta ensayar, Emma. Solo asegúrate de hacerlo creíble.

Bueno.

Ahora soy oficialmente la señora Blake por seis meses.

Me doy la bienvenida a mi nueva, sofisticada y lujosa vida.

Solo que hay un pequeño detalle…

No le he dicho a mi novio.

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...Emma Rios ...

Me llamo Emma Ríos, tengo veintitrés años y una vida tan caótica que ni Netflix se atrevería a adaptarla.

Estudio diseño —cuando el cansancio me deja—trabajo como asistente temporal en una empresa donde hasta las impresoras cuestan más que mi arriendo, y cuido a mi hermana enferma, que es básicamente mi razón para seguir respirando café y ansiedad todos los días.

Soy sarcástica, impulsiva y un poco desastrosa, pero cuando la vida me da una bofetada, yo le devuelvo dos.

¿Romántica? No mucho.

¿Orgullosa? Demasiado.

¿Tonta por aceptar casarme con mi jefe? …sin comentarios.

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...💌 Mensaje de la autora💌...

...Hola, chicas 💋...

...Bienvenidas a “Contrato con el CEO: Prohibido enamorarse” —una comedia romántica, llena de tensión, besos robados y reglas que podrían romperse....

...Espero que se rían, se enojen, suspiren y se enamoren junto a Emma (aunque probablemente quieran lanzarle algo a Leonardo más de una vez 😅)....

...Gracias por darle una oportunidad a esta historia....

...Si les gusta, no olviden comentar, dar like y guardar para seguir leyendo cada nuevo capítulo....

...Su apoyo es lo que mantiene viva esta locura romántica 💖...

...✨Yazz✨...

Ensayo de bodas

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...CAPÍTULO 2 ...

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...EMMA RÍOS...

Nunca pensé que romper un corazón doliera más que tener el mío hecho pedazos.

Pero supongo que hay un precio por venderle tu alma —y tu futuro— a un CEO millonario.

Esa noche regresé a mi pequeño apartamento, ese refugio lleno de plantas medio muertas y tazas que no combinaban.

Abrí mi maleta y empecé a empacar algunas cosas valiosas para mi: mi cuaderno de bocetos, la bufanda que tejió Sofía, y esa chaqueta vieja que todavía olía a Martín.

Sí, Martín…

Mi novio.

Mi ex, mejor dicho.

Tenía que decirle la verdad.

Bueno, no la verdad-verdad, porque la cláusula número diez del contrato decía, textualmente, que revelar el acuerdo implicaba la anulación inmediata y una multa que no podría pagar ni vendiendo mis órganos.

Así que solo me quedaba una opción: mentir.

Cruelmente.

—¿Emma? —la voz de Martín me hizo girar.

Estaba de pie en la puerta, con una sonrisa en su rostro.

Su camisa aún tenía pintura; venía directo del taller.

Era artista, idealista y… completamente opuesto a Leonardo Blake.

—Gracias por venir —le dije, intentando sonar normal.

—Claro, amor, me asustaste con el mensaje de… “Tenemos que hablar.” Eso suena a… una ruptura o embarazo.

Tragué saliva.

Ojalá fuera el segundo. Aunque con los gastos de Sofía no creo que sea una buena idea.

—Podemos hablar en la sala.

Se sentó en el sofá mientras yo cerraba la maleta.

Él lo notó.

—¿Te vas a algún lado? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Sí. —Mi voz tembló—. Conseguí… una oportunidad.

—¿De trabajo?

—Algo así.

Tomó mi mano.

—Emma, si es por dinero, puedo ayudarte.

Quise reírme. Martín apenas tenía para sí mismo, pero aún así lo ofrecía todo. Ese era el problema con él: amaba demasiado.

Y yo estaba a punto de destrozarlo.

—Martín, hay otra persona —dije, rápido, como quien arranca una curita.

Su rostro se quedó en blanco.

—¿Qué?

—Me enamoré de alguien más.

Las palabras salieron frías, planas, sin alma.

Mentira número uno.

—¿Desde cuándo? —susurró, como si necesitara escuchar una explicación lógica.

—Desde hace tiempo —mentí otra vez—. Todo este tiempo, en realidad. Lo nuestro… fue bonito, pero terminé conociendo a alguien que… me hizo sentir viva.

Él se levantó despacio.

Su mandíbula temblaba.

—¿Quién?

El aire se volvió pesado.

Mi garganta ardía.

—Leonardo Blake —dije finalmente.

Martín soltó una risa corta, incrédula.

—¿El tipo para el que trabajas? Por favor, Emma, eso no puede ser serio.

—Lo es. Estoy con él.

Y ahí, justo ahí, vi cómo algo dentro de sus ojos se apagó.

Como si hubiera desconectado toda emoción para no derrumbarse frente a mí.

—¿Y por eso empacas tus cosas? ¿Te vas con él?

Asentí.

—Solo… necesito empezar de nuevo.

Martín respiró hondo. Se acercó, con la voz rota.

—¿Esto es una broma? Porque si lo es, no tiene gracia.

—No lo es.

Un silencio insoportable nos envolvió. Y entonces, su voz cambió.

—No puedo competir con alguien como él, ¿verdad? —preguntó, sin mirarme—. Dinero, autos, poder… y tú, que siempre dijiste que odiabas ese mundo.

Cerré los ojos.

Si lo miraba un segundo más, me quebraba.

—Lo siento, Martín.

—No, no lo sientes —replicó, con los ojos húmedos—. Si lo sintieras, no me estarías diciendo esto así.

Tenía razón.

Pero no podía permitir que sospechara.

—Solo… déjame ir.

Él soltó un suspiro largo, miró mi maleta y luego me miró a mí, con una tristeza que me atravesó el alma.

—Espero que ese idiota te haga feliz, Emma.

No respondí.

No podía.

Solo esperé a que se fuera.

Y cuando la puerta se cerró, todo el aire que había estado conteniendo se convirtió en llanto.

Me derrumbé.

Ahí, en medio del suelo, con mi maleta y mi corazón hecho trizas.

A la mañana siguiente, un auto negro me esperaba afuera. Era tan elegante que hacía que mi edificio pareciera una broma.

El chofer bajó la ventanilla.

—¿Señorita Ríos?

Asentí.

Mientras el auto se alejaba, miré por la ventana.

Adiós a mis plantas, a mi taza favorita, a mi vida normal.

Al menos por esos seis meses…

Hola, contrato millonario y caos emocional.

La mansión Blake parecía sacada de una película.

Una puerta tan grande que podría tragarme entera y mármol por todas partes.

Leonardo me esperaba en la entrada, impecable como siempre.

Camisa blanca, reloj caro y esa cara de amargado que pone todo el tiempo.

—Veo que cumpliste —dijo, observando mi maleta—Aunque ya te había dicho, que no trajeras nada, aquí se te dará todo nuevo.

—Sí, pero son cosas valiosas para mí.

Él arqueó una ceja.

—Espero que al menos no traiga ácaros.

Rodé los ojos.

—¿Siempre eres así de encantador o solo te motivas conmigo?

—Solo contigo. Me inspiras a ser sarcástico.

Genial. La química del infierno estaba de vuelta.

Un par de asistentes se acercaron con vestidos, papeles y una carpeta enorme.

Leonardo la tomó y me la extendió.

—Agenda de la semana —dijo—. Ensayo de bodas mañana a las diez.

—¿Ensayo de qué?

—De bodas, Ríos. No pensarás que una mentira tan grande se improvisa.

Abrí la carpeta y casi me atraganto.

Tenía todo planificado: flores, lista de invitados falsos, ubicaciones para fotos y hasta un guion de lo que debía responder si algún periodista preguntaba cómo nos conocimos.

—“Nos enamoramos en la cafetería del piso veintitrés.” ¿En serio? —reí.

—Funciona. Es cliché, la gente ama los clichés.

—¿Y qué pasa si alguien pregunta detalles?

—Dices que fue mágico. O que te caí mal. Cualquiera de las dos es cierta.

No pude evitar sonreír.

—Vaya, señor Blake. Tiene experiencia en esto de las mentiras románticas.

—Tú solo sigue el guion y sonríe.

Horas después, mientras probaban mi vestido para el ensayo—el que finalmente elegí—me miré en el espejo y casi no me reconocí.

El vestido era blanco, corto, ajustado en la cintura y con un escote discreto en la espalda. No era un traje de novia, pero con los tacones nuevos y el peinado, parecía lo suficientemente sexy para el ensayo.

Leonardo apareció detrás, reflejado en el espejo.

—Te ves… bien.—dijo Leonardo, cruzándose de brazos —Aunque creo que está demasiado corto.

—Demasiado tarde —le respondí, tomando mi bolsita—. Si voy a fingir que me casé contigo, al menos lo haré con estilo. —Lo miré fijamente—Además…¿Solo bien? Me estás pagando millones, merezco un “espectacular”.

—No exageremos, Ríos. Aún no sabes caminar con tacones.

—¿Sabes qué? —dije, girando hacia él—. Si vas a ser mi esposo por contrato, mínimo aprende a dar cumplidos.

—Y si vas a ser mi esposa, mínimo aprende a no discutir todo.

Nos quedamos mirándonos unos segundos, tan cerca que pude notar el ligero olor a su colonia. Y por un instante, el aire cambió. Solo hubo un silencio que después se volvió incómodo.

Hasta que él sonrió de lado.

—Relájate, Ríos. Es solo un ensayo.

—Claro —murmuré, bajando la mirada—. Solo es un ensayo.

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Esa noche, tumbada en la cama del cuarto de invitados, intenté convencerme de que todo valía la pena.

Sofía estaría bien. Yo tendría dinero. Martín… me olvidaría.

Solo eran seis meses.

Seis meses fingiendo ser la esposa de Leonardo Blake.

Seis meses sin enamorarme.

Fácil, ¿no?

Tarjetas negras, mentiras blancas

...CAPÍTULO 3...

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...EMMA RÍOS...

Nunca pensé que elegir un vestido para fingir una boda fuera más estresante que para una boda real.

Pero ahí estaba yo, frente al espejo, con el corazón latiendo como si fuera a cometer un delito.

Me mordí el labio, intentando convencerme de que aquel vestido color crema —que parecía más caro que mi arriendo completo del año— no me hacía ver tan culpable como me sentía.

Mientras ajustaba el cierre, el celular vibró sobre la mesa.

Martín.

Por un segundo dudé si contestar. No debía. No tenía que hacerlo. Pero mis dedos se movieron antes que mi cerebro.

—¿Aló?

—Emma… —su voz sonó rota, como si no hubiera dormido en toda la noche—. Solo quiero verte. Un rato. No me hagas esto, por favor.

Cerré los ojos. Si lo escuchaba un segundo más, me iba a derrumbar.

—No puedo, Martín.

—Dijiste que lo pensarías.

—Y lo pensé.

—¿Y?

—Y… todavía no sé si es buena idea.

—¿El te está manipulando, verdad? —susurró.

—Hablemos cuando estés más calmado, ¿sí? —mentí—. Tengo que colgar.

No esperé su respuesta.

Colgué, me miré otra vez al espejo y vi a una extraña.

Esa chica con el cabello perfectamente peinado y el maquillaje impecable no era yo.

Yo era la que servía cafés, la que llegaba tarde al trabajo porque se le retrasaba el bus, la que lloraba por miedo a no pagar el arriendo.

Pero esa versión de mí estaba a punto de desaparecer.

Suspiré, agarré el bolso y bajé las escaleras de la mansión.

Y ahí estaba él.

Apoyado en su auto negro, con las mangas de la camisa arremangadas y esa cara de egocéntrico que tanto me irritaba… y me intimidaba.

—Llega tarde, señora Blake. —dijo con sarcasmo apenas me vio.

—Todavía no soy su señora. —le respondí, cruzándome de brazos.

—Detalles. —replicó, y chasqueó los dedos.

De la nada apareció Susan, su asistente personal (también conocida como la mujer que podría dominar el planeta si quisiera).

Ella me extendió un sobre y dos tarjetas brillaron frente a mí. Una black y otra platino, ambas con mi nombre grabado.

—¿Qué es esto? —pregunté, tomándolas con cuidado como si fueran artefactos explosivos.

—Tus tarjetas. —respondió Leonardo con absoluta naturalidad—. La black es ilimitada. La platino tiene un límite mensual, pero todas las compras son monitoreadas por si se te ocurre hacer tonterías.

—¿Tonterías como qué? —pregunté.

—Como intentar comprar el amor. O tu conciencia.

—Uy, tranquilo, señor moralidad —dije, girando las tarjetas entre mis dedos—. Estoy obligada a hacer un trabajo de estos y… ¿no voy a aprovechar estas tarjetas? Uyy, a estas les voy a sacar el jugo. De algo me tiene que servir aguantar tu mal humor, ¿no?

Susan carraspeó para disimular la risa. Leonardo me lanzó una mirada que decía “no me pruebes”.

Pero demasiado tarde. Ya lo había hecho.

—Y antes de que planees tu nueva vida de compras —continuó él—, hay algunas cosas que cambiaron.

—¿Ah, sí? ¿También me va a poner uniforme?

—Peor. Te voy a liberar.

—¿Liberar?

—Ya no trabajarás en la empresa.

Me quedé en silencio.

—Quiero que te concentres en tu universidad y en tu hermana. Nada más. Tienes seis meses para hacer que esto funcione. Quiero una prometida que se vea feliz, descansada y, sobre todo, convincente.

—¿Y mis compañeros? ¿Qué les digo?

—Que te ascendieron.

—A esposa. —repliqué.

Leonardo me sostuvo la mirada, impasible.

—Tómatelo como un reto. Y hablando de eso… —se cruzó de brazos— ¿ya hablaste con tu novio?

El aire se congeló entre nosotros.

—Sí. —respondí, bajando la mirada—. Ya hice lo que me pediste.

—¿Y?

—Ya no va a ser un problema.

—Perfecto. —dijo él, aunque su tono no sonaba satisfecho—. No quiero que esta situación se vuelva una portada en una revista de chismes.

Sentí un nudo en la garganta.

—No va a pasar.

—Espero que no. —me miró unos segundos más, con esos ojos grises que parecían ver más de lo que decías—. Aunque me sorprende lo rápido que pudiste dejar a alguien.

—¿Y eso qué significa?

—Nada. Solo que algunos lo piensan antes de romperle el corazón a otro.

—¿Perdón? —solté, con un tono más alto de lo que pretendía—. ¿Ahora me va a dar clases de moral, usted, el que me está pagando para fingir ser su esposa?

Leonardo apretó la mandíbula.

—Yo no te obligué a aceptar.

—No, solo me pusiste un contrato con cláusulas absurdas y un cheque que solucionaba todos mis problemas.

—Te di una oportunidad, Emma.

—¿De qué? ¿De vender mi dignidad con descuento?

El silencio que siguió fue brutal.

Podía escuchar mi propio corazón martillando dentro del pecho.

Leonardo suspiró y se acercó un paso.

—No mezcles las cosas. Esto es un trato, no un juego.

—Y sin embargo, se siente como un circo.

Él sonrió, apenas, una curvatura casi invisible.

—Entonces asegúrate de ser la mejor actriz del espectáculo.

Me quedé mirándolo, frustrada y confundida. No sabía si quería abofetearlo o besarlo (bueno, no, besar no… aunque sus labios tenían ese tipo de arrogancia provocadora que… mejor no).

Él sacó su celular, como si nada hubiera pasado.

—Susan te enviará la agenda del día. Hay una sesión de fotos para la prensa y una cena con los inversionistas esta noche.

—Perfecto. —dije con sarcasmo—. Me encanta la espontaneidad.

—Y Emma…

—¿Qué?

—Procura que “Martín” no te vuelva a llamar y más delante de las cámaras.

Me quedé helada.

—¿Cómo…?

—Susan me lo dijo. Te escuchó “practicar” frente al espejo.

Sentí cómo me ardían las mejillas.

—Fue un accidente.

—Espero que no se repita. —dijo con frialdad.

Levanté la barbilla, fingiendo que no me afectaba.

—Tranquilo, mi amor, no volverá a pasar.

Leonardo parpadeó, sorprendido.

Susan se tapó la boca para no reírse.

La verdad, aunque me temblaban las piernas, me sentí un poquito más poderosa.

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