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El Beso De La Bestia

Arthur y Titania

Arthur caminaba por el oscuro bosque, era una noche sin luna, llevaba días tratando de reencontrarse con su manada, pero había algo extraño, ese bosque parecía un camino sin fin, no, parecía que tenía vida propia y no dejaría que saliera, algo lo detenía.

Arthur se detuvo, el aire volviéndose denso. En ese instante, la única señal de vida en la vasta oscuridad no fue el peligro, sino un aroma inesperado, rosas silvestres. El perfume, extrañamente familiar, era el mismo que perturbaba sus pesadillas.

El aroma a rosas silvestres se esfumó de inmediato, cortado de golpe, como un hilo de seda. Arthur aspiró de nuevo, y la dulzura fue reemplazada por un hedor espeso y metálico.

Sangre.

Fue rodeado por criaturas idénticas a las que había abatido mientras estaba en el territorio de las Hadas. Arthur suspiró con pesadez. Era obvio que venían por la venganza de sus hermanos caídos.

Se colocó en posición de combate. Pelearía, no importaba cuántos fueran, él podía contra ellos, los derrotaría fácilmente. La adrenalina recorría sus venas, lista para la masacre.

Pero repentinamente, el aire se detuvo.

Aquellas aterradoras bestias, impulsadas por la sed de venganza, se arrodillaron ante él, inclinando sus cabezas hacia abajo. No había agresión en el gesto, solo una sumisión total, como si la Bestia que tenían delante no fuera un enemigo, sino su rey.

Arthur se quedó rígido ante la acción de esas criaturas. No era miedo, era confusión.

¿Qué demonios estaba pasando?  Pensó

********

La misteriosa dama de cabellos rubios y ojos verdes cristalinos se adentró en el corazón del bosque sombrío. Era una noche sin luna, el tipo de oscuridad peligrosa que aterrorizaba a cualquier hada, pues las bestias feroces acechaban el reino, buscando a aquella que se atrevió a castigar a su Dios, a Némesis.

Sin embargo, para ella era simplemente otra noche. No conocía el miedo a la oscuridad; de hecho, las noches sin luna eran su refugio. Solo en esa ausencia de luz, podía abrazar sin esfuerzo los recuerdos profundos de una vida que se había esfumado.

Sus pasos se detuvieron en seco y su mirada voló mucho más allá del bosque de las hadas. Allí, un hombre de presencia imponente y corazón que intuía gélido estaba rodeado por las bestias, que se doblegaban en silencio ante él.

De repente, su propio corazón latió con una fuerza abrumadora. La razón era totalmente desconocida, preguntandose: ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué hacía que su corazón se desbocara de esa manera tan extraña y poderosa?

—Señorita Titania —una voz la interrumpió, quebrando de sus pensamientos—. Por fin la encontramos. Su hermana ha estado muy preocupada. ¿Dónde se había metido? —cuestionó el hombre de llamativas alas de libélula.

—Me perdí —respondió Titania con una sequedad distante.

Ni siquiera se molestó en mirarlo. Sus ojos verdes cristalinos seguían fijos, con gran intensidad , en la figura sexy de aquel hombre lejano.

—Es peligroso que siga aquí. Regresemos. Su hermana solicita su presencia —dijo el hombre, un tono de autoridad absoluta resonando en su voz.

Titania suspiró. Aquella urgencia la había sacado momentáneamente de su trance, pero no de su obsesión. Juraría que el hombre lejano la estaba mirando. Sus extraños y encantadores ojos oscuros la contemplaban con una intensidad profunda e inexplicable. Le gustó, más que eso le encantó.

Titania se dio la vuelta para seguir al hombre alado tenía que volver, después de todo, habían pasado algunos días desde que había escapado de aquel lugar que, aunque era su hogar sentía más bien como una jaula.

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Arthur no se movió. Hubo un breve y fugaz momento en que su vista se perdió en el brillo de aquellos ojos verdes, cristales preciosos que ejercían una extraña hipnosis. Se preguntó, con una punzada de duda: ¿Fue real lo que sintió? ¿O acaso su mente le estaba jugando una mala pasada?

Parpadeó algunas veces, volviendo bruscamente a su realidad. Estaba solo de nuevo. Las bestias se habían ido, desvanecidas en la penumbra. Y lo más extraño era que el bosque, que antes lo retenía con su densa energía, ahora le mostraba un camino despejado hacia el exterior.

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Titania contemplaba el inmenso palacio real, el lugar que llamaba hogar. No era un lugar agradable, era una prisión de oro, siempre custodiada y restringida. Solo en sus fugaces escapadas en busca de hierbas, encontraba sus preciados instantes de paz y libertad genuina.

—Me alegro de que hayas regresado. Áine te necesita —comentó un hombre de brillante armadura y dos pares de alas de libélula a su espalda.

—Ethan ¿acaso Áine empeoró de nuevo? —preguntó Gin, el hombre que había ido a buscarla, con su voz cargada de alarma.

Ethan, de cabellos castaños y ojos azules, asintió con pesadez.

—No debiste escapar —la sujetó Gin del brazo con dureza.

—¿Es mi culpa? —cuestionó Titania, clavando la mirada en cómo él apretaba su delicado brazo.

—Gin, no es el momento. Áine necesita la atención médica de Titania —intervino Ethan.

Gin, de cabellos oscuros y ojos claros, la soltó, aunque la molestia seguía ardiendo en su mirada. Hizo un gesto brusco para que avanzara. Ethan tenía razón; Áine era lo primordial ahora, y solo las habilidades curativas de Titania podían salvarla.

Titania avanzó con pasos pesados, adentrándose de nuevo en su jaula de oro. Sabía que allí su vida se resumía en una farsa bien disfrazada. Con cada paso hacia el interior, su mente huía. Pensaba en el hombre, en esos ojos oscuros y encantadores que imitaban perfectamente la noche que ella tanto amaba y que representaba su única libertad.

************

Arthur finalmente salió de aquel bosque tenebroso y oscuro. Pero la libertad aun se sentía inquieto por lo sucedido en aquel misterioso bosque. Durante todo el camino, no pudo sacar la imagen de aquellos preciosos ojos verdes. La pregunta lo carcomía: ¿Quién era ella? ¿Fue solo un espejismo, producto del agotamiento de tantas noches sin dormir, o había sido tan real como lo sentía en su corazón?

Miró a su alrededor. Estaba muy cerca del límite con el país del Sur.

De los tres reinos, ese era el que imponía la defensa más formidable era una muralla casi imposible de destruir para cualquier enemigo. Sin embargo, su rey era conocido por su nobleza, un hombre bondadoso, mitad humano y mitad lobo.

—Alfa —la voz Matías lo sacó de sus pensamientos.

Matías era su mano derecha, su beta, aunque técnicamente él mismo también era un Alfa. Pero en las manadas nómadas como la suya, esos títulos de jerarquía no tenían tanta importancia como el respeto que se habían ganado al liderar manadas qué no tenían como tal un lugar establecido.

- ¿Pasa algo? – Pregunto Matías al notar a su alfa algo extraño.

- No, ¿Tienes listos los permisos para entrar al país del Sur? – Comento dejando a un lado esa extraña sensación.

- Si, pero hay un problema Alfa, dado a que se han estado reportando ataques sorpresas, no podremos ir directo a la capital del País – dijo Matías.

Arthur asintió, podía entender por qué el país se defendía de esa manera, después de todo su rey de reyes es mitad humano y su vida era tan valiosa.

- Bien, nos instalaremos en alguna manada- Sugirió, pero Matías saco una lista y se la mostro.

- Es una lista de las manadas a las que podemos accesar además también hay un límite de manadas nómadas que pueden recibir.  – Explicó con preocupación.

- Mierda, incluso tienen un horario para recibir, no llegaremos a la más cercana – Comentó sin dejar de leer el documento que Matías le entrego.

Arthur miró a su alrededor. Estaban en los límites del País del Sur, sí, pero eso no significaba seguridad, los reinos cercanos eran enemigos mortales entre sí.

Miro la oscura noche, tenía que tomar una decisión por el bien de su manada.

—No tenemos opción —dijo, con la vista clavada en la oscura noche — Preparen el campamento, pasaremos la noche aquí, pero, en cuanto amanezca nos moveremos.

Matías no perdió tiempo, dando indicaciones al resto de las manadas con una seriedad que nadie discutió. Solo levantaron tiendas para las mujeres, los niños y los ancianos. El resto, los hombres, sabía exactamente cuál era su puesto.

La cercanía del territorio de las Bestias y las Hadas no permitía confiarse. Aunque entre ellos había lobos fuertes, nadie se atrevería a poner en riesgo la seguridad del resto. Aquella noche, el debían de proteger a todos los indefensos, dormir ya, estaba descartado.

Arthur mantenía una distancia prudente, sus sentidos enfocados en la tierra. Para él, la vibración bajo sus pies era el único detector confiable de un enemigo. Confiaba muy poco en su olfato últimamente, y había una razón, pues desde que había salido del bosque, su nariz seguía completamente impregnada de aquel exquisito y persistente aroma a rosas silvestres.

—¿Quién eres? —susurró, pero la pregunta era para sí mismo. Recordar aquellos ojos verdes cristalinos, hermosos como piedras preciosas, lo hacía sentir extraño, con una dulce y peligrosa inquietud que rompía su concentración.

Aquel exquisito aroma a rosas silvestres no era solo una distracción; era la clara amenaza de su perdición.

Princesa encadenada

Reino de las hadas

Titania estaba en la habitación de la Reina de las Hadas. La salud de la Reina Áine era tan delicada que Titania vivía con el peso de ese deber, solo sus preparados especiales lograban mantenerla estable.

—Gracias, Titania —dijo la Reina Áine.

Su piel era increíblemente pálida. Sus ojos, del mismo tono que los de Titania, carecían del brillo que poseía su hermana menor. El cabello rubio le caía sobre el cuerpo como una pesada manta.

—Es mi deber, para eso nací —respondió Titania, sin mostrar emoción alguna, ocultando todo tipo de sentimientos.

Las puertas se abrieron y, con paso firme, entraron Gin y Ethan. Eran dos de los caballeros más leales de la Reina, hombres cuya vida estaba atada al juramento de protegerla.

—¿Cómo se siente, Majestad? —preguntó Ethan, con una voz que, aunque sutil llevaba un innegable rasgo de ternura.

—Mejor. Lamento si los preocupé —respondió Áine. Se giró hacia su hermana con una dulce mirada—. Titania me ayudó, como siempre.

—Es su deber —dijo Gin al instante, mirando a Titania.

Tanto Gin como Ethan miraban a Áine con un respeto y una ternura evidentes. Pero cuando sus ojos se posaban en Titania, sus rostros se volvían fríos, casi desolados.

—Vaya a su recámara y por favor, no vuelva a escapar. Su Reina podría decaer por su negligencia —sentenció Ethan con una autoridad incuestionable. A pesar de ser una princesa de sangre, Titania no era tratada como tal.

Titania asintió, hizo una reverencia a Áine y salió. Apenas cerró las puertas de la habitación, los dos caballeros permitieron que la ternura regresara a sus ojos mientras miraban a su Reina.

—No sean crueles con Titania. Ella está sufriendo por mi culpa —pidió Áine, regalándoles una cálida sonrisa que apenas iluminaba su rostro pálido.

—No diga eso. Titania tiene el deber de cuidarla, así lo dictó el antiguo Rey —contestó Ethan, el más estricto de los tres caballeros. Aunque con Áine era demasiado tierno.

Áine negó con un gesto cansado, pero ya no insistió. Sabía que Ethan y Gin estaban unidos a ella por un pacto de lealtad hasta la muerte. Intentar cambiar su opinión sobre Titania sería inútil.

—¿Dónde está Xander? —preguntó, cambiando el tema.

—Se quedó a cargo de las funciones del reino —dijo Gin.

Áine asintió. Compartía una conexión profunda con los tres caballeros, incluido Xander, el mayor pues habían estado juntos desde la infancia.

*************

Titania caminó solo unos pasos hacia su recámara. Esta no estaba lejos de la de Áine, pues su deber era cuidarla incluso durante la noche. Se detuvo en seco frente a la puerta. Allí estaba él, un hombre de cabellos blancos y ojos azules claros.

—Titania. Nuevamente te escapaste, arriesgando la salud de tu Reina —dijo con esa voz ronca y varonil que siempre sonaba a reproche.

—Ya me disculpé —comentó Titania, su voz apagada, carente de cualquier brillo propio.

—¿Qué estuviste haciendo durante tu ausencia? Tardaste más que otras veces —comentó él, recorriéndola con la mirada.

Si bien Titania se escapaba con regularidad, nunca lo había hecho por un periodo tan largo como este.

—Me perdí en la libertad —respondió ella con una leve sonrisa, tan vacía que no conseguía mostrar emoción. Era un reflejo exacto de la vida que se veía obligada a llevar.

— Titania —siseó él, molesto por la respuesta.

—Xander —dijo ella, mencionando el nombre del tercer caballero, el protector más poderoso y estricto del reino.

Xander exhaló un suspiro, luchando por contenerse. Se apartó para que ella pudiera entrar en su recámara e inmediatamente, se dio la vuelta. Tenía que ir a ver a la Reina. Pero antes, dio órdenes terminantes a la guardia, debían asegurar que Titania no volviera a escapar.

La vida de la Reina Áine dependía totalmente de ella, de esos dones curativos que solo Titania poseía en todo el reino de las hadas.

************

Titania entró en su recámara y caminó directamente hacia el balcón. La noche oscura caía sobre el reino.

La luna pocas veces se dejaba ver en el territorio de las hadas; ellas no veneraban a la Diosa Luna, pues su devoción era para la Madre Naturaleza. Sin embargo, incluso esa conexión se sentía rota. Hacía demasiados años que su bendición no se sentía sobre ellos, dejando un vacío frío en el corazón del reino.

—Libre... ¿Qué se sentirá serlo? —preguntó en un sutil susurro que apenas rompió el silencio.

Su nacimiento había sido una planificación fría. El hada más antigua lo predijo que la segunda princesa, Titania, sería la única capaz de salvar a Áine, la legítima heredera. Sus padres la habían concebido con un único propósito y ese era ser la cura de su hermana.

Su vida no le pertenecía a ella, era de Áine. Jamás podría ser libre. El difunto Rey lo había dejado explícito en su testamento. La vida de la princesa hada Titania le pertenecía a la Reina Áine por toda la eternidad. Un contrato cruel sellado desde la cuna.

—Eran como la oscura noche... —susurró, el recuerdo de los ojos profundos de aquel hombre en el bosque desdibujando su deber.

El corazón le latía con una fuerza inusual solo al pensar en él. Era una lástima, una triste y amarga certeza, que nunca podría volver a verlo. Ni siquiera estuvieron cerca, ni un solo centímetro, pero la imagen se había grabado a fuego en su memoria.

Titania caminó por su recámara mientras se despojaba de su ropa. Se detuvo frente al espejo, observando su reflejo. Su piel era blanca y tersa, y su largo cabello rubio caía hasta debajo de sus glúteos.

Ella era un hada, pero diferente a todos: un hada sin alas. Era la única en su especie. Quizá había nacido así porque, al tener una vida que no le pertenecía, no merecía la libertad que las alas representaban.

—Un hada sin alas. Una princesa encadenada —susurró con una tristeza profunda que apenas se atrevía a pronunciar.

En ese momento, solo una lágrima solitaria se atrevió a caer por su mejilla, marcando el silencio de su resignación.

Se secó la mejilla con el dorso de la mano y se obligó a dejar de mirar el reflejo del espejo, que solo le devolvía la imagen de su condena.

Titania se metió en el baño, dispuesta a tomar una larga inmersión. Mientras las esencias de sus flores silvestres favoritas se mezclaban con el agua de la tina, aquellos ojos oscuros que había visto en el bosque aparecieron en su mente.

Despertaron sensaciones que nunca había permitido que la alcanzaran.

Sus manos recorrieron su cuello, lentas, casi tímidas, descendiendo hasta sus senos. Los acariciaba y masajeaba con una suavidad inédita, imaginando que aquellos hermosos ojos oscuros la observaban. Un gemido apenas audible se escapó de sus labios

—¿Quién eres? —susurró, con la amarga certeza de que volver a verlo era una fantasía, algo imposible.

Llevó las manos a sus labios y los acarició con extrema ternura, delineando cada curva como si buscara el recuerdo de un toque que nunca ocurrió.

**********

En el reino oscuro donde las Bestias habitaban, el hombre que los gobernaba estaba sentado en su trono. La penumbra lo cubría, pero era evidente su profundo enfado; habían perdido a varios de los suyos a manos de los lobos.

—Mi señor, uno de ellos era diferente —dijo una de las Bestias sobrevivientes, arrodillado y temblando ante el trono.

Se obligó a continuar: —Había un extraño aroma en él... y nuestra fuerza fue superada en segundos

—No era un licántropo... —inquirió con su áspera voz, que cortaba el silencio como un cuchillo—. ¿Cómo es que un simple lobo derrotó a una docena de ustedes?

La pregunta se suspendió en el aire, pesada y cargada de ira contenida. El silencio que invadió el lugar no era solo vacío; era terror. Nadie tenía la respuesta, y los pocos que la intuían sabían que, sin importar lo que dijeran, no agradaría a su Señor.

—Búsquenlo y tráiganlo ante mí —ordenó, la voz resonando con autoridad indiscutible.

Aquel hombre tenía un extraño presentimiento. Algo lo estaba inquietando profundamente. Un simple lobo derrotando a una docena de Bestias era un imposible. Solo sería concebible si se tratara del Rey Supremo de los tres países. No, había algo más.

Necesitaba, con urgencia, tener ante sí a ese lobo que se había manchado las garras con la sangre de sus hermanos Bestias. Su captura no era una venganza; era la clave para entender esta anomalía.

************

Titania despertó abruptamente, el aliento cortado. Acababa de salir de una pesadilla horrible.

En el sueño, un ser aterrador la perseguía. Lo más escalofriante era que nunca lograba verlo: la oscuridad lo mantenía oculto. Sin embargo, la presencia se sentía tan tangible y opresiva que eso bastaba para llenarla de un terror que le helaba la sangre.

—¿Quién eres? —susurró, con la voz temblorosa, la pregunta ahora dirigida a la oscura presencia de su pesadilla, no al hombre que la había cautivado.

El terror de la noche se sentía demasiado real para ser solo un sueño.

Es su deber

La mañana llegó por fin. A pesar de haber pasado la noche en vela, Arthur no sentía cansancio. Ya habría tiempo para descansar cuando lograran instalarse con una manada del País del Sur.

—Alfa, ¿ya decidió a qué manada le solicitaremos permiso para instalarnos? —preguntó Matías, con la voz baja.

—Sí, la manada Colmillo Lunar —respondió Arthur, con una indiferencia que no convencía a nadie.

—¿Está seguro? —insistió Matías. Esa manada estaba cerca, pero era una de las más custodiadas, precisamente por lindar con los límites del reino. El riesgo era alto.

—Sí. Nos quedaremos allí dos semanas —continuó Arthur.

Sentia la necesidad de no alejarse de los límites del país. Algo le gritaba que debía permanecer cerca. Además, en su mente, esos bellos ojos verdes cristalinos lo seguían a todas partes, convirtiéndose en una distracción dulce y persistente que no podía sacudirse.

**************

Titania estaba lista para empezar su día. Era la rutina habitual cuando Áine decaía: debía encargarse completamente de su hermana. Salió de su recámara y caminó hacia el lecho de la Reina.

—Buenos días, Titania —dijo Áine al verla entrar.

Titania se limitó a hacer una reverencia. Se dirigió de inmediato a la mesa donde estaban los medicamentos de Áine, los mismos que ella había preparado.

—Majestad, ¿dejó de tomar sus medicamentos? —preguntó Titania, sin dejar de preparar las dosis.

—Te diste cuenta —dijo Áine, y su mirada se llenó de una tristeza profunda.

Titania no necesitó más explicaciones. Era obvio que Áine había roto la rutina; de lo contrario, no habría decaído. Se acercó a la cama y le entregó la dosis que le correspondía esa mañana.

—Si yo muero, podrías ser libre —dijo Áine una vez que tomó su medicamento, su voz apenas en un susurro.

—Si mueres, entonces me culparán y acabarán conmigo —respondió Titania de inmediato.

—Lo siento tanto, Titania. Mereces ser libre —comentó Áine. Se levantó con gran pesadez y caminó a paso lento hacia el baño.

Titania suspiró. Áine sufría tanto como ella. Las dos eran, a su manera, esclavas de su destino. Ninguna de las dos era libre.

Sus pensamientos, se desviaron hacia ese hombre. Las pesadillas y el desconocido se impedian un sueño placentero.

Pero a diferencia del miedo horrible que le causaban los sueños, aquellos ojos oscuros le transmitían algo completamente distinto, un deseo ferviente que encendía cada parte de su cuerpo.

Las puertas se abrieron abruptamente, rompiendo el silencio. Titania, se mantuvo con calma; sus ojos verdes cristalinos se encontraron con las esferas azules del caballero Xander.

—¿Dónde está Áine? —preguntó él, con una voz cargada de autoridad implacable.

—Se está dando un baño —respondió ella con una tranquilidad inalterable.

Xander asintió, escaneando a Titania de pies a cabeza. Ella era demasiado hermosa, a pesar de todo, pero para él, solo existía para un fin. Salvar a Áine.

—¿Cómo está ella? —preguntó de nuevo.

Titania lo miró durante unos segundos cargados de significado. Decirle la verdad que la Reina había suspendido el medicamento, podría ser lo correcto. Pero sabía que el castigo no recaería sobre Áine, sino sobre ella, por su escapada.

—Mejor. Cambié las dosis para que su mejoría sea más rápida —respondió. Y no mentía del todo pues cada vez que su hermana decaía, también era porque el medicamento perdía su efectividad.

Xander entrecerró los ojos azules dudoso. Su instinto le decía que la princesa estaba mintiendo, pero no tenía pruebas.

—Espero que sea cierto. Recuerde, Princesa, su deber es con Su Majestad, y solo con ella —dijo, pronunciando la palabra "Princesa" con desprecio

—Lo tengo presente —respondió Titania, manteniendo su mirada.

—Habrá una reunión con el consejo de hadas. Acompañarás a la Reina por si es necesario —dijo Xander, la orden tan firme como siempre.

Titania se limitó a asentir. No tenía sentido negarse; no era como si tuviera algo más importante que hacer en aquella jaula de oro.

************

Arthur finalmente llegó a la manada Colmillo Lunar. Obtener el permiso para quedarse un par de días fue más difícil de lo que esperaba. Pero lo logró, y ahora podía dejar a su gente cerca del bosque que marcaba el límite final del País del Sur.

—Alfa, ¿está seguro de este lugar? —preguntó Matías. Su alfa solía elegir zonas cercanas a la civilización, pero esta vez la cercanía con la frontera era inusual.

—Sí. Preparen todo y diles a todos que pueden ir a divertirse, pero con moderación. Que nadie se meta en problemas —dictó Arthur con su voz firme.

Arthur sabía que, como nómadas, estaban obligados a obedecer las reglas de sus anfitriones. Si alguno causaba problemas, el castigo era duro y, peor aún, sus nombres serían añadidos a una lista negra que circulaba por los tres países.

—Estoy volviéndome loco —susurró, dirigiendo su mirada hacia el bosque.

Aquel camino llevaba directamente a los límites del País del Sur, que daba con el reino de las hadas. Tomar esa ruta era un suicidio: estaba rodeada por las Bestias que cazaban a las hadas. La manada Colmillo Lunar era poderosa, con un Alfa conocido por acabar con cualquiera que se atreviera a profanar sus dominios.

—Alfa, Tenemos visitas —dijo Matías, llegando a la carrera.

Arthur se giró hacia los recién llegados.

—El Alfa de Colmillo Lunar solicita su presencia, Arthur Sterling —anunció uno de ellos.

Arthur asintió con cierta sorpresa . Que el Alfa supiera su nombre completo era inquietante. Pero su mayor emoción era la curiosidad por saber qué podría querer de él el líder de la Manada Colmillo Lunar.

************

Áine caminaba por los pasillos del palacio, abriéndose paso hacia la sala del consejo. A pesar de su evidente fragilidad, Áine era reverenciada por todos los presentes. Al fin y al cabo, ella era la Reina de las Hadas, la luz que, aunque débil, aún guiaba al reino.

A su lado, Titania caminaba como su sombra silenciosa. La gente la miraba con una mezcla de respeto forzado.

Los tres caballeros estaban en la entrada de la sala del consejo. Al tener a Áine de frente, se arrodillaron de inmediato.

—Majestad, es un alivio verla mejor —dijo Ethan, con una voz llena de sinceridad.

—Gracias por su preocupación —respondió Áine con su habitual suavidad—. Entremos, no hagamos esperar más al consejo —ordenó. A pesar de ser la Reina, su tono era siempre gentil y amable.

Los tres caballeros se pusieron en pie y abrieron paso a la sala. Áine entró primero. Justo antes de que Titania cruzara aquella puerta, fue interceptada por los tres. No hubo necesidad de palabras; sus miradas decían todo, la vida de Áine dependía de ella.

—Cumpliré mi deber —dijo Titania, sin emoción en sus palabras.

Solo entonces los caballeros se hicieron a un lado, dejándola pasar. Entraron tras ella, conscientes de la importancia de la reunión; era muy raro que el consejo de hadas solicitara la presencia de la Reina con tanta urgencia.

Titania observó la sala con detenimiento. Una mesa cuadrada, rodeada de asientos elegantes, albergaba a los miembros del Consejo eran las hadas de mayor estatus del reino. Algunas poseían magias extraordinarias, pero la ironía era que ninguna se comparaba con los dones curativos que solo ella poseía.

Y a pesar de su fragilidad, Áine poseía una magia poderosa, aunque su cuerpo debilitado la obligaba a un control absoluto. Aún así, la Reina seguía siendo el hada más valiosa del reino, mientras Titania, la verdadera llave de su supervivencia, era solo una pieza para su sobrevivencia.

—¿Qué es tan importante para realizar una reunión en tan poco tiempo? —preguntó Áine, una vez sentada en la silla principal.

Al ser de sangre real, podía mantener sus alas ocultas, evitando así gastar energía vital.

—Majestad, hemos recibido informes de que un grupo de Bestias atacó cerca del Bosque Espiritual —habló un hombre de cabellos canosos y ojos oscuros.

—Cerca de la cabaña de la antigua Reina —agregó otro, alarmado.

Xander entrecerró la mirada ante esa información. Estaba molesto; esa noticia no había pasado por él, a pesar de ser el encargado de los asuntos del reino cuando la Reina estaba indispuesta.

—Vaya, cada vez se acercan más —susurró Áine, restándole importancia—. De verdad, deben creer que ocultamos a la Madre Naturaleza —comentó con un suave suspiro.

—Majestad, debemos responder. Si continuamos solo ocultándonos, las Bestias atravesarán la muralla —dijo otro consejero.

—Tal vez tengan razón —comentó Áine, para sorpresa total de todos. Normalmente, ella se mantenía al margen de confrontaciones, prefiriendo exigir a las hadas que se mantuvieran alejadas del bosque.

—¿Majestad? —Gin la miró con confusión no entendían lo que estaba planeando.

—Recibí una invitación del País del Sur —dijo, con una leve sonrisa.

Titania estaba detrás de Áine, observándola. Sabía que su hermana estaba planeando algo. Áine había recibido invitaciones del Rey de Reyes del País del Sur antes, pero siempre las había rechazado con firmeza.

—Quieren negociar una alianza, así que lo estoy considerando —dijo Áine una vez más, haciendo que la sala del consejo se volviera un murmullo incontrolable.

—¿Aliarnos con los lobos? ¿Por qué? Ellos son igual de crueles que las Bestias —protestaron los ancianos del consejo.

—Nos iremos esta misma noche, solo Titania y yo —dijo Áine, levantándose de su asiento.

—¿Qué? —Los tres caballeros la miraron con incredulidad y desesperación. Ella no podía marcharse sin su escolta; era imposible.

—Ustedes tres se encargarán del reino. Y Titania de mí. Ese es su deber, después de todo, ¿no? —Su voz era suave, pero contenía una autoridad tan absoluta que los tres caballeros, a pesar de su profunda resistencia, se vieron obligados a obedecer.

Titania se mantuvo en silencio, Sabía que Áine estaba planeando algo. ¿Salir solas? ¿Por qué esa prisa? Ella era la Reina de las Hadas; su vida estaría en grave riesgo una vez fuera de la muralla del reino. Pero, extrañamente, eso no parecía preocuparle en absoluto a su hermana.

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