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Un Omega Peculiar

capitulo 1

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El sol del Caribe bañaba la habitación con un brillo cálido que Adriel sabía que extrañaría. Las maletas abiertas sobre la cama eran un caos organizado: camisas perfectamente dobladas, un par de zapatos nuevos y una bufanda que su padre insistió en que llevara “porque en Nueva York no hay calor que valga”.
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Mientras cerraba el cierre de la última maleta, su pecho se apretó. No era miedo. Era ese tipo de nostalgia que llega justo cuando estás a punto de cumplir un sueño.
Liam D’castllo 0.D
Liam D’castllo 0.D
¿Seguro empacaste el cargador del teléfono, cielo? 🥺😰—preguntó a Adriel, su madre omega, con una mezcla de ternura y ansiedad.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Sí, mamá. Y también el abrigo que me diste 🥲—respondió Adriel con una sonrisa suave, intentando disimular el temblor de su voz.
Estefan, su padre, un delta de mirada firme pero gesto amable, cruzó los brazos junto al marco de la puerta.
Estefan castillo D
Estefan castillo D
No te olvides de quién eres, hijo. Eres un Castillo. Llevas la cabeza en alto, pero el corazón donde debe estar.
Adriel asintió. Era el tipo de consejo que su padre daba sin levantar la voz, pero que se quedaba grabado. Desde el pasillo se escuchó un pequeño sollozo. Noah, su hermanito de ocho años, se aferraba a un peluche con orejas caídas.
Noah Castillo O.P
Noah Castillo O.P
¿Y si te olvidas de nosotros allá?🥺 —preguntó con los ojos grandes, húmedos.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Adriel se agachó, lo abrazó fuerte y apoyó la frente en la suya. —Nunca podría olvidarte, monito. Te llamaré todos los días. Prometido.😊😉
Cuando salió de la casa, el aire olía a mar y despedida. Subió al auto con sus padres y, mientras el paisaje conocido se desvanecía por la ventana, pensó que tal vez el destino comenzaba justo en ese punto donde la tierra se quedaba atrás.
Nueva York lo esperaba. Su departamento ya estaba listo —un regalo de sus padres, fruto de años de esfuerzo— y su puesto en Vittori Group, una de las corporaciones más poderosas del continente, lo aguardaba como el inicio de todo.
Adriel Castillo: 24 años, graduado en Negocios Internacionales, omega dominante y dispuesto a probar que ningún apellido, ni ningún instinto, determinaría su éxito. Pero, claro… aún no sabía que el verdadero desafío no sería el trabajo.
💼 Mismo día, Nueva York
En lo alto de un edificio de vidrio y acero, Dante Vittori miraba el horizonte con una taza de café en la mano. El reloj marcaba las 6:43 a.m., y él ya había leído tres informes, rechazado dos propuestas y agendado una reunión con accionistas. Su asistente personal acababa de renunciar.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
—No puedo seguir así 😒—murmuró, dejando la taza sobre el escritorio.
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Sus ojos grises, fríos como el metal, recorrieron la oficina vacía. La perfección que lo rodeaba solo hacía más evidente el caos interno que lo consumía.
Dante Vittori era un delta puro dominante. El tipo de hombre que imponía respeto con solo entrar a una sala. Inteligente, exigente, incapaz de mostrar debilidad. Pero, últimamente, la carga era insoportable. La empresa había crecido más de lo esperado, y sin un asistente confiable, todo comenzaba a desmoronarse.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
—Necesito a alguien competente —dijo en voz baja.
Ian jones A.p
Ian jones A.p
Ya estoy revisando perfiles, señor Vittori —respondió la voz firme de su secretario desde la puerta—. Encontramos a un joven recién llegado del Caribe. Graduado con honores, especializado en gestión internacional.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Dante arqueó una ceja.🤨 —¿Dominicano, dijiste?
Ian jones A.p
Ian jones A.p
—Sí, señor. Su nombre es Adriel Castillo.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Hm… —su mirada se endureció—. Que venga el lunes. Si no sirve, no habrá segunda oportunidad.😪
Mientras la secretaria salía, Dante volvió a mirar la ciudad a través del ventanal. Nueva York bullía allá abajo, viva, ruidosa, impredecible… Justo lo contrario de lo que él permitía en su vida. No lo sabía aún, pero en pocos días, ese nuevo asistente —ese joven con fuego en la mirada y acento caribeño— iba a poner su mundo patas arriba.
Y por primera vez en años, Dante Vittori descubriría que no todo en la vida puede controlarse con un contrato.

capitulo 2

El ruido constante de Nueva York era distinto a todo lo que Adriel conocía. Allá, en Santo Domingo, el aire olía a sal y a mangos maduros. Aquí olía a café fuerte y a prisa. Pero algo en su pecho latía con determinación: estaba donde debía estar.
El departamento era amplio, minimalista, con una vista que cortaba el aliento. Su padre estefan se había asegurado de que no le faltara nada, pero Adriel sabía que no quería depender de nadie. Había trabajado duro por ese puesto. Por ese sueño.
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La mañana siguiente, se vistió con precisión: pantalón de tela oscuro, camisa blanca impecable con puntos El espejo le devolvía la imagen de alguien que ya no era solo “el hijo mayor de los Castillo”. Era Adriel Castillo, el nuevo asistente personal del CEO de Vittori Group.
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. . . . . . . . Ya en la empresa
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Respiró hondo antes de entrar al edificio. El mármol, el cristal y los trajes de lujo creaban un mundo donde las miradas pesaban más que las palabras.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Buenos días, soy Adriel Castillo. Tengo cita con el señor Vittori —dijo al recepcionista con una sonrisa educada.
Recepcionista
Recepcionista
Sí, señor Castillo. El señor Vittori lo espera en el piso cuarenta y dos.
El ascensor subió tan rápido que Adriel sintió un nudo en el estómago. Cuando las puertas se abrieron, el silencio lo envolvió. Solo se escuchaba el zumbido de los ordenadores y el golpeteo de teclas.
Una mujer mayor lo condujo hasta una puerta de vidrio.
Mujer
Mujer
Está dentro —susurró—. Y un consejo… no le gusta esperar.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Adriel sonrió con confianza. —Entonces no lo haré esperar más.
Empujó la puerta.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Dante Vittori estaba de espaldas, mirando el ventanal. Su figura era impecable, el traje perfectamente ajustado, la presencia abrumadora. —Cierre la puerta —dijo sin girarse. Su voz era grave, profunda, con un acento italiano que casi se podía sentir en el aire.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
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Adriel obedeció
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Adriel Castillo, señor —se presentó con firmeza—. Su nuevo asistente personal.
Dante se volvió despacio. Sus ojos grises lo analizaron de arriba abajo con precisión quirúrgica.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Puntual. Al menos eso es un comienzo.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
No esperaba menos de mí - sin apartar la mirada
La comisura de los labios de Dante apenas se curvó.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
—¿Siempre responde así a su jefe?
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Solo cuando mi jefe me subestima —contesté con calma.
Hubo un silencio. Pesado, intenso. El tipo de silencio que no es incómodo, sino cargado de energía contenida.
Dante entrecerró los ojos.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Veamos si su actitud se mantiene cuando le entregue su lista de tareas. Aquí no hay espacio para errores.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—No los cometeré —dije, dando un paso al frente—. Vine a demostrar lo que puedo hacer, no a pedirle permiso para hacerlo.
Por primera vez, Dante se encontró sin respuesta inmediata. Aquel joven tenía algo distinto: seguridad sin arrogancia, fuego sin insolencia.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
—Bien —murmuró al fin, extendiéndole una carpeta—. Bienvenido a Vittori Group, señor Castillo.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Gracias, señor Vittori —respondí, tomando la carpeta—. No se arrepentirá de haberme contratado.
Cuando Adriel salió de la oficina, Dante lo siguió con la mirada unos segundos más de lo necesario. Había tenido decenas de asistentes antes, pero ninguno lo había mirado así… como si no le temiera.
Mientras el ascensor se cerraba detrás de Adriel, una idea cruzó por la mente de Dante. Aquel joven sería un problema. Y, curiosamente, no estaba seguro de querer evitarlo.

capitulo 3

[Adriel]
El sonido del ascensor me recibió con un eco metálico que se mezcló con el murmullo distante de los empleados del piso 42. Aún me resultaba extraño pensar que ahora trabajaba en uno de los edificios más importantes de Manhattan. El logo de Vittori Group brillaba en la pared principal como un recordatorio constante de dónde estaba… y de quién me observaba.
Dante Vittori no era un hombre fácil de ignorar. Su sola presencia dominaba cualquier espacio, incluso cuando no decía una palabra. Esa mañana lo encontré de pie frente al ventanal, con el teléfono en una mano y una taza de café en la otra. La luz del sol recortaba su silueta y hacía que el gris de su traje se viera casi plateado.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Buenos días, señor Vittori —dije, dejando una carpeta sobre su escritorio de cristal.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Llegas puntual
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Siempre lo hago —contesté, sin evitar el toque de desafío en mi tono.
Entonces me miró. Por un instante, sus ojos —de un gris tan claro que parecían plata líquida— se clavaron en los míos. Sentí un leve escalofrío, uno que intenté disimular.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Bien — viendo a Adriel — Necesito que prepares los informes de la sucursal de Milán. El archivo está en tu correo.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
—Ya los revisé. Hay inconsistencias en el balance del último trimestre.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
*Alza un ceja* 🤨
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Revisaste los informes antes de que te los pidiera?
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Solo me adelanté al trabajo, señor. Prefiero no perder tiempo.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
😮‍💨
Una línea apenas perceptible se curvó en sus labios. No era exactamente una sonrisa, pero se acercaba peligrosamente.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Interesante 🤔
El resto de la mañana transcurrió entre llamadas, documentos y reuniones. Pero cada vez que levantaba la vista, ahí estaba él, observándome. No con desaprobación, sino con curiosidad… y algo más que no lograba descifrar.
A la hora del almuerzo, decidí quedarme en mi escritorio. La cafetería del edificio estaba llena, y sinceramente, no quería enfrentar más miradas. Ser el nuevo asistente del CEO había despertado demasiada atención, especialmente porque nadie entendía cómo un dominicano recién llegado había conseguido ese puesto.
Mientras comía una ensalada improvisada, escuché pasos detrás de mí. No tuve que girar para saber quién era.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
No vas a almorzar con los demás?
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Prefiero evitar las preguntas incómodas
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Y cuáles serían esas preguntas ?
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Las que empiezan con “¿cómo llegaste aquí?” y terminan con “¿qué le diste al jefe?”.
El silencio que siguió fue tan pesado que casi pude sentirlo en el aire. Finalmente, él soltó un suspiro bajo.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Tienes un carácter… particular, Castillo.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Y usted tiene fama de ser imposible de complacer, señor. Supongo que estamos a mano.
Cuando me atreví a mirarlo, encontré algo distinto en su expresión. Sus labios se habían curvado en una sonrisa ligera, casi divertida.
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Me gusta la gente que no se asusta fácilmente.
Y se fue, dejándome con el corazón latiendo más rápido de lo que admití.
[Dante]
No podía negarlo: ese asistente me intrigaba. Desde el primer día, su seguridad me descolocó. En un mundo lleno de empleados que bajaban la mirada y obedecían sin cuestionar, Adriel Castillo se mantenía firme. No buscaba aprobación, simplemente hacía su trabajo… y lo hacía bien.
A media tarde, observé cómo hablaba con Clara, la jefa de recepción. Su sonrisa era fácil, natural, tan diferente del aire calculado de la mayoría en esta empresa. Y por un momento, sentí algo que no debía sentir: curiosidad.
Me obligué a apartar la mirada y continuar con los informes. Pero mis pensamientos volvían a él. A su acento leve cuando decía mi apellido, al modo en que sus dedos se movían con precisión sobre el teclado, a esa mezcla de respeto y desafío que me hacía querer probar sus límites.
Esa idea era peligrosa. Yo era su jefe, su superior. Un CEO no debía permitir distracciones.
Y sin embargo… cada vez que me hablaba, el aire entre nosotros parecía cambiar de temperatura.
Cuando lo llamé a mi oficina al final del día, vino con paso firme.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
¿Necesita algo más, señor Vittori?
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Sí. Que te tomes un descanso
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
¿Perdón?
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Llevas horas sin moverte de ese escritorio. Ve a casa.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Estoy bien
Dante Vittori D.D
Dante Vittori D.D
Eso no fue una sugerencia
Por un segundo, sus labios se abrieron para protestar, pero terminó asintiendo con una media sonrisa.
Adriel Castillo O.D
Adriel Castillo O.D
Entendido, jefe. Pero mañana no se queje si llego antes que usted.
Lo vi salir de la oficina, y me descubrí sonriendo de verdad por primera vez en semanas.
[Adriel]
Cuando salí del edificio, el aire fresco de Nueva York me golpeó el rostro como un recordatorio de que la vida no se trataba solo de trabajo. Caminé entre la multitud, sintiendo el peso del día, pero también algo más: una energía que me impulsaba a seguir.
Pensé en mis padres, en su abrazo antes de irme de Santo Domingo. En mi hermano menor, que me prometió no llorar y terminó haciéndolo igual. Pensé en lo lejos que estaba de casa y en lo rápido que mi vida estaba cambiando.
Y, aunque no quise admitirlo, pensé en él.
Dante Vittori era todo lo que me habían advertido que debía evitar: arrogante, dominante, inalcanzable. Pero había algo bajo esa armadura de CEO que me hacía querer mirar más allá. Algo que, por primera vez, me hacía sentir que mi lugar en esta ciudad podía ser más que un escritorio y un título.
Suspiré, encendí mi teléfono y abrí la app del metro. Mañana sería otro día… y, de alguna forma, sabía que cada vez que lo viera, mi mundo giraría un poco distinto.

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