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De Señora Davenforth A Montgomery

Capítulo 1

Grayce observaba a través de la ventana de la cocina, sus ojos se encontraban perdidos ante aquel horizonte que se extendía más allá de su jardín desordenado. Mientras el viento soplaba suavemente, alterando las pequeñas hojas de los árboles que se alineaban uno a uno, como protectores silenciosos a lo largo de la gran calle. Era un día como todos los anteriores, pero para grayce, cada día solo era una repetición de los anteriores, era como un ciclo de monotonía que se sentía interminable y la mantenía encerrada en su mente.

En el aire había una presión que la molestaba, no entendía si era solo su ausencia lo que la inquietaba o si quizás, era el inesperado regreso de su esposo, Seth, quien cada vez que llegaba parecía venir con una energía que, en el pasado, para ella era demasiado atractiva, pero que con el paso del tiempo, le resultaba demasiado irritante. En lo que era el comienzo de su relación, Grayce tenía su propia percepción crítica acerca de los hombres. Quizás era una barrera que había creado con el paso de los tiempos para cuidarse de las decepciones; o tal vez era una herencia de las historias de experiencias de mujeres que había oído cuando apenas era una niña, relatos de engaños, traiciones y corazones rotos.

—Grayce, ¿estás en casa? —inquirió, Seth, su voz resonando por todo el pasillo, haciéndola interrumpir sus pensamientos. Tenía el mismo tono habitual de siempre, alegre, con su chispa de optimismo que la hacía cuestionarse y fruncir el ceño. Ella se volvió hacia él y se limitó a mirarlo por unos minutos, intentando ocultar su creciente frustración.

—Estoy de vuelta —Contestó, teniendo su voz lo más neutral que podía. Mientras él se adentraba en la cocina, en ese preciso instante, la imagen que tenía de su esposo se tambaleó. Seth era un hombre bastante atractivo, con una sonrisa única que podía iluminar cualquier habitación en la cual se encontrara, pero lastimosamente, para ella, aquella sonrisa ya no era tan especial como lo era antes, ya que esa sonrisa muchísimas veces escondía a la perfección un notable desinterés que la hacia sentir, pequeña, insignificante y invisible.

—¿Qué planes tienes para hoy? —Le preguntó Seth, mientras se servía un vaso con agua. Y esa era la gota que derramó el vaso, porque su despreocupación era algo que la irritaba demasiado, mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¡Planes!, ¿Qué estás diciendo? Sólo estoy intentando sobrevivir a este día como con todos los anteriores —, murmuró Grayce. Ya que le era imposible poder contener su sarcasmo. Seth se limitó a mirarla, confundido, y ella por un momento se sintió demasiado culpable. Estaba claro que su intención no era herirlo, pero la creciente frustración que tenía acumulada le salía por los poros.

—Oh, vamos, no puede ser tan malo. Podríamos dar un paseo más tarde —, agregó él, mientras le dedicaba una sonrisa.

—¿Y eso para qué? Para que vengas y me relates sobre todo lo que te pasa en el trabajo, como si todas esas cosas vayan a importarme. Te has dado cuenta de que ya estoy cansada de escuchar y tener las mismas conversaciones todos los días —, le reprochó, con un tono de voz mucho más fuerte de lo que había planeado. Mientras la atmósfera en la cocina se volvía insoportable.

—¿Y qué pasa contigo? Nunca dices, ni compartes nada respecto a todo lo que te pasa —, agregó seth, mientras su voz comenzaba a subir de tono. Grayce sólo podía sentir cómo su corazón se aceleraba, como si quisiera salirsele del pecho. Porque esto era un ciclo interminable el cual parecía que nunca tendría un fin.

La frustración en su pecho empezaba a acumularse, como un volcán estando en la espera de su momento para poder estallar.

—Sí, Seth, tienes toda la razón en algo — agregó—. Quizás no tenga nada interesante que decir o contar porque siempre me la paso la maldita mayor parte del tiempo encerrada en esta casa y mi vida solo se ha convertido por completo en una patética y aburrida rutina que nunca se termina, Seth. ¡Los días se repiten, Davenfort! Y tú, con tu descarado optimismo, solo me haces recordar todos los días lo encerrada y asfixiada que me siento —, Explotó Grayce, mientras sentía cómo la sangre le hervia y como la frustración se desbordaba en su interior como un huracán incontrolable.

Seth solo podía observarla, mientras su reacción que hace unos momentos era de sorpresa ahora había cambiado a una de un desánimo total. —Grayce, mi intención no era tratar de hacerte sentir de esa manera. Solo intentaba que al menos pudieras ver algo positivo de lo que tenemos.

—¡Positivo! Jaja. ¿Dices lo positivo? —agregó mientras reía amargamente. —Dime Seth, ¿Qué se supone que es lo positivo? ¿Un matrimonio que en vez de eso, solo parece y se siente como una prisión dorada? —preguntó.

Grayce se había dado cuenta de que sus palabras podían herir a Seth por completo, pero ya era muy tarde, porque por más que quisiera, no podía callar. Durante todo este tiempo se había sentido atrapada hasta el punto de que en algún momento necesitaba desahogarse y tal vez liberarse, aunque eso solo fuera a costa de su relación.

—Grayce, te lo pido, no digas algo como eso. Estamos juntos, vamos, eso tendría que ser mucho más que suficiente —, recalcó Seth, mientras su voz se tornaba mucho más suave, casi suplicante.

—¿Suficiente? Es en serio, Seth. En este momento ser suficiente no es lo que necesito. Quiero mucho más que eso. Necesito una relación, no solo una rutina —, contestó, mientras sentía cómo la impotencia la consumía y como las lágrimas de su frustración amenazaban con salir. Era un dilema que ha estado alimentando durante todos estos años: su deseo de más frente a la cruda realidad de su vida.

Seth se limitó a suspirar, como si solo el peso de sus palabras lo hubieran golpeado. —No sabía que te sentías de esa manera. ¿Porque no me dijiste nada de esto antes?

—Sí te lo dijera, ¿Crees que habría cambiado algo? ¿Acaso tus tantas promesas vacías de jurar hacerme feliz el resto de mi vida, han cambiado algo? Las palabras siempre son fáciles de decir, Seth. Pero lo que verdaderamente cuenta, son las acciones —, agregó, sabiendo que cada una de sus palabras eran un clavo más en el ataúd de su matrimonio.

Pero era evidente que para Seth esto era algo difícil de entender. Porque siempre se encontraba la mayor parte del tiempo, lejos de casa y cada vez que volvía, sus excusas siempre eran las mismas de siempre “¡Tuve mucho trabajo, Grayce!, ¡Estoy muy cansado!”

Seth se aproximó hacia Grayce y la sostuvo suavemente por los hombros, intentando poder apasiguar la tempestad que veía a través de sus ojos. Sin embargo, justo en ese preciso momento, su teléfono comenzó a sonar, rompiendo así el inquietante momento que se había creado entre ellos. Seth solo se limitó a mirar la pantalla de su celular y mientras lo hacía, solo pudo suspirar antes de responder.

—Hola, ¿con quién hablo? —, preguntó, con un tono de voz que Grayce siempre reconocia como su supuesta voz de "trabajo".

Grayce solo pudo dar un paso hacia atrás, mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho. Porque en ese momento, la tensión en la cocina comenzaba a aumentar y Seth solo continuaba con su conversación.

—Sí, comprendo... Sí, puedo estar disponible allí como en media hora... —Seth hizo una pausa, dirigiendo su mirada hacia Grayce, quien ahora sólo se disponía a mirarlo fijamente con una combinación de irritación y resignación. —De acuerdo, nos vemos pronto. —Después de pronunciar aquellas palabras, colgó el teléfono y suspiró pesadamente, mientras volvía a enfocar su atención en Grayce.

—Perdón Grayce, tengo que irme. Ha ocurrido un problema en el trabajo y tengo que volver —, agregó, con un tono de voz que denotaba culpabilidad.

—¿Otra vez? ¿Por qué esto no me sorprende?—Inquirió Grayce, con un visible sarcasmo que le era imposible poder contener. — Todos los días lo mismo. Siempre es lo mismo, Seth. Siempre pones el trabajo primero.

—Grayce, esto no es justo. No estoy eligiendo el trabajo primero y mucho menos esto. Es solo que... —, exclamó Seth mientras intentaba explicarse, pero Grayce lo interrumpió.

—No seth, no es necesario que te expliques. Es bastante obvio. Porque tu trabajo siempre es y será más importante que nuestra relación y nosotros. Esa es la única verdad aquí —respondió, mientras sentía su voz quebrarse con la emoción que sentía en ese momento.

Seth otra vez intentó aproximarse a ella, pero en esta ocasión Grayce retrocedió, elevando una mano para detenerlo.

—No, Seth. No más, ya me canse de todas tus palabras vacías. Así que vete y haz lo que tengas que hacer. Yo seguiré estando aquí, como siempre —, dijo, pero en su voz se podía sentir una profunda tristeza, que hizo que Seth se parara en seco.

—Grayce, por favor, al menos dejame intentarlo —, le suplicó Seth, pero Grayce ya estaba cansada de las mismas palabras y solo se limitó a negar con la cabeza.

—Creeme Seth, no sé cuanto tiempo más podré soportar esto. Sólo recuerda que necesitamos algo más que solo palabras, porque eso no basta —, le susurró lo suficientemente claro, como para que el pudiera oírla, y luego se dio media vuelta, abandonando la cocina sin limitarse a mirar hacia atrás.

Seth solo se quedó allí, sintiendo el inevitable peso de sus palabras aplastarlo y la cruda realidad que lo consumía, acerca de la barrera que se había creado entre ellos. Con un último suspiro, se dirigió hacia la puerta, teniendo en cuenta que aquella conversación que acababan de tener no sería la última de ese tipo.

Capítulo 2

...┃ 𝐆𝐑𝐀𝐘𝐂𝐄 𝐑𝐎𝐎𝐒𝐄𝐕𝐄𝐋𝐓 ┃...

Cuando Seth se fue al supuesto trabajo, sentí una mezcla de alivio y frustración. Alivio porque ya no tendría que enfrentar la tensión en su presencia, y frustración porque sabía que nuestra conversación no había resuelto nada. Me senté en la mesa de la cocina, mientras miraba fijamente la taza de té que apenas había tocado.

¿Por qué siempre es así? ¿Por qué parece que no importa cuánto hablemos, nada cambia? ¿Realmente le importa nuestra relación, o solo está fingiendo? Estas eran las preguntas que giraban en mi mente, mezclándose con la sensación de soledad que me invadía cada vez que Seth se iba.

El día pasó lentamente, cada hora marcada por la ausencia de respuestas. Intenté distraerme con tareas mundanas, pero mi mente seguía regresando a la misma inquietud. ¿Qué necesito para ser feliz? ¿Es posible salvar nuestro matrimonio, o estamos destinados a seguir así hasta que uno de nosotros no aguante más?

Cuando llegó la tarde, el sonido de la puerta principal me sacó de mis pensamientos. Seth había regresado, pero no estaba solo. Una mujer joven, con el cabello rojo y una sonrisa que parecía demasiado familiar, entró detrás de él. Mi corazón se aceleró, y me levanté rápidamente.

— ¡Grayce! —llamó él, mientras la mujer le sonreía — Grayce, esta es Dahlia —, dijo Seth, intentando sonar casual. — Es una gran amiga mía de la infancia y resulta que no tiene dónde quedarse. Pensé que podríamos ofrecerle nuestra habitación de invitados mientras encuentra un lugar.

Mis ojos se encontraron con los de Dahlia. Parecía avergonzada, como si supiera que su presencia era una intrusión. — Hola, Grayce —, dijo con voz suave. — Lo siento mucho por la molestia.

Intenté mantener la calma, pero la ira y la confusión me invadieron. — Así que, sin consultarme, decides traer a una desconocida a nuestra casa —, dije, mirando a Seth con incredulidad. — ¿Qué pasa si me hubieras preguntado primero?

— Sé que esto es inesperado, pero solo es por unos días. No podía dejarla en la calle —, respondió Seth, con una sinceridad que no lograba calmar mi enojo.

Dahlia dio un paso adelante, con una expresión preocupada. — De verdad, no quiero causar problemas. Si prefieres, puedo buscar otro lugar esta noche.

Las palabras de Dahlia me hicieron sentir una punzada de culpa, pero mi frustración con Seth era más fuerte. — No es tu culpa, Dahlia. Es solo que... —, dejé la frase en el aire, sin saber cómo continuar.

Seth intentó suavizar la situación. — Grayce, sé que estás molesta, pero podemos hablarlo. No quiero que esto sea un problema.

— ¿Hablarlo? ¿Como hablamos todo lo demás y nunca cambia nada? —, respondí, mi voz cargada de emoción. — No se trata solo de esto, Seth. Se trata de todo lo que hemos estado evitando.

Dahlia retrocedió ligeramente, visiblemente incómoda. — Puedo volver más tarde si necesitan tiempo para hablar...

Miré a Dahlia y luego a Seth, sintiendo cómo la tensión crecía. — No, está bien. Si ya la has traído aquí, se puede quedar. Pero esto no significa que nuestra conversación haya terminado.

Seth asintió, con una expresión de alivio mezclada con preocupación. — Gracias, Grayce. Prometo que hablaremos más tarde.

Dahlia me miró con gratitud y tristeza. — Gracias, Grayce. De verdad lo aprecio.

Asentí, intentando mantener la compostura. — Claro, Dahlia. Espero que encuentres pronto un lugar donde quedarte.

El resto de la tarde pasó en un tenso silencio, cada uno de nosotros atrapado en nuestros propios pensamientos. Mi mente seguía girando, llena de preguntas sin respuesta y una sensación de insatisfacción que parecía no tener fin. Sabía que algo tenía que cambiar, pero aún no sabía cómo lograrlo.

— ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Qué estaba pensando? —, me decía en voz alta, sin importarme si alguien me escuchaba. — ¿Realmente cree que esto va a solucionar algo?

Salí de casa con pasos firmes, sintiendo el enojo burbujear dentro de mí como un volcán a punto de estallar. Había tenido suficiente. Mi mente era un torbellino de pensamientos contradictorios que me llevaban a pelear... no con otros, sino conmigo misma. Con el corazón acelerado y una voz interna gritando, decidí que una buena dosis de rabia en la calle me haría sentir mejor.

— ¡Maldita sea! ¡No puedo creer que me hayan tratado así!, — murmuré mientras caminaba por la acera, gesticulando iracunda. La gente me miraba de reojo, pero no me importaba; estaba perdida en mi mundo de frustraciones.

Mientras cruzaba la calle, de repente, un rugido ensordecedor interrumpió mis pensamientos. Sin previo aviso, un brillante e imponente Bugatti Chiron se lanzó hacia mí, atravesando el cruce con una despreocupación desconcertante. Levanté la cabeza justo a tiempo para ver cómo la máquina de lujo casi me arrolla.

— ¡Alto! —, grité con desesperación, dando un salto hacia atrás, pero no pude evitar que mis pies tropezaran y cayera de espaldas al suelo, sintiendo el impacto contra el asfalto.

El conductor del coche, un hombre alto y deslumbrante con un traje perfectamente ajustado que parecía estar hecho a medida, cuyo brillo era eclipsado solamente por su ego, salió de su vehículo con una expresión congelada de desprecio. — ¿Estás loca? ¿Qué demonios te pasa? —, me lanzó con sarcasmo, sus ojos fríos como el acero. — ¡¿Qué demonios haces en medio de la calle?! —, gritó, mirando su coche con desdén. — ¡Has ensuciado el coche!

Me levanté con dificultad, sintiendo la ira burbujear dentro de mí. Me incorporé, todavía furiosa. — ¿Cómo te atreves a hablarme así? El semáforo estaba en verde, ¡y tú conduces como si fueras el rey del mundo! — Mi voz temblaba de rabia y adrenalina.

El hombre arrugó la frente, acercándose a mí con una arrogancia que solo alguien con poder podría tener. — Escucha, pequeña, no estoy aquí para perder mi tiempo con idioteces. Tuviste la oportunidad de moverte, y decidiste quedarte en medio de la calle.

— ¡¿En medio de la calle?! ¡El semáforo estaba en verde para los peatones! ¡Usted fue el que cometió la falta!

El hombre me miró con incredulidad, como si no pudiera creer que alguien le hablara así. — ¿Sabes cuánto cuesta este coche? ¡Podrías haberlo dañado!

— ¡¿Y qué hay de mí?! ¡Podrías haberme matado! —, le grité, sintiendo cómo la frustración y la rabia de todo el día se desbordaban. — ¡No todo gira en torno a tu maldito coche!

El hombre retrocedió, sorprendido por mi reacción. — Tú, como te atreves a... —, comenzó a decir, pero fue interrumpido.

Un hombre de un atractivo casi sobrenatural, con una cabellera castaña que contrastaba con la intensidad de sus ojos verdes, descendió de un automóvil de lujo. Sus ojos, profundos y penetrantes, parecían tener la capacidad de ver a través de mí, desenterrando mis secretos más oscuros y ocultos. Con una altura aproximada de 1.89 metros, que su presencia imponía. Vestía un traje que, sin lugar a dudas, era de alta costura, lo que evidenciaba su estatus privilegiado en la sociedad.

Al salir del vehículo, me dirigió una mirada cargada de desprecio; era como si estuviera evaluando y pesando el valor de mi existencia con un juicio implacable. Su expresión era fría y distante, desprovista de cualquier atisbo de amabilidad. Con un gesto que recordaba a la teatralidad de una obra, como si cada uno de sus movimientos estuviera coreografiado con precisión, extrajo una tarjeta de su bolso de forma casi deliberada. Sin ningún tipo de consideración por mí, me lanzó la tarjeta directamente al rostro, como si fuera un acto despectivo, subrayando su aparente desprecio y su poder sobre la situación.

— Aquí tienes, dos millones. ¿Es suficiente para cerrar esa boca tuya? —, respondió con un tono despectivo, su expresión inmutable.

Me quedé paralizada por un instante. Miré la tarjeta en el suelo, con la cantidad impresa brillando como una burla. — ¿Crees que esto va a callarme? No se trata de dinero, ¡se trata de respeto! —, le respondí, mi voz temblando de rabia. — No puedes comprar mi dignidad con tu arrogancia y egocentrismo.

El hombre sonrió con desdén. — Todos tienen un precio. Tal vez deberías reconsiderar el tuyo.

— No me conoces. No sabes nada de mí ni de lo que valoro —, dije, dando un paso adelante. — Y tú, con todo tu dinero, nunca entenderás lo que realmente importa.

El hombre me miró con frialdad, su expresión inmutable. — Tal vez no. Pero eso no cambia nada.— Mis palabras parecían tambalearse en el aire pesado entre nosotros. — Tú no entiendes nada —, replicó él, volviendo al vehículo como si ya me hubiera descartado.

— Y tú no entiendes que el mundo no gira a tu alrededor, egoísta —, le lancé, sintiéndome aún más decidida. Pero el hombre me ignoró, encarándose con su asiento de lujo.

Capítulo 3

...┃ 𝐂𝐀𝐒𝐒𝐈𝐔𝐒 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐆𝐎𝐌𝐄𝐑𝐘 ┃...

Nunca hubiera imaginado que un sencillo paseo en mi Bugatti Chiron podría desencadenar un caos tan monumental. Permíteme presentarme: mi nombre es Cassius Montgomery y soy, efectivamente, el director ejecutivo de una de las compañías más prósperas a nivel mundial. Conducir mi Bugatti Chiron no es simplemente un desplazamiento de un lugar a otro; es una experiencia extraordinaria, un privilegio reservado para aquellos que realmente saben apreciar su esplendor.

La potencia del motor, el diseño elegante y la adrenalina que recorre mis venas al tomar el volante convierten cada recorrido en una celebración de lujo y rendimiento. La sensación de estar al mando de una máquina tan impresionante es indescriptible; cada aceleración es un recordatorio del dominio ingenieril detrás del automóvil. Sin embargo, nunca anticipé que aquel día, al girar la llave de encendido y dejarme llevar por la carretera, pudiera ocurrir algo tan inesperado y tumultuoso.

A medida que el motor rugía con fuerza, sentí la emoción apoderarse de mí. La carretera se extendía ante mí, como una invitación a vivir un momento de pura libertad. Pero lo que comenzó como una travesía placentera, se tornó rápidamente en un episodio de descontrol que cambiaría por completo mi perspectiva sobre la vida y la fortuna.

Mi vida se asemeja a una sinfonía compleja y elaborada, repleta de lujos y envuelta en un aura de poder que parece atraer a quienes me rodean. Los hombres que están a mi lado sienten una profunda envidia por todo lo que poseo; ansían lo que tengo y lo que represento. Por otro lado, las mujeres que me observan, en su mayoría, parecen cautivadas por su propia imagen que se refleja en mí, como si al contemplar lo que soy o lo que tengo, se perdieran en una especie de admiración egocéntrica.

No obstante, a lo largo del tiempo he llegado a una conclusión fundamental: muchas de esas mujeres que se acercan a mí lo hacen impulsadas por intereses personales y no por un verdadero aprecio hacia mi persona. Esta revelación me genera un intenso desagrado, ya que su superficialidad en las intenciones resulta completamente repulsiva. Cada día que pasa, me doy cuenta de que la avaricia que las motiva es grotesca, y la falta de autenticidad en su comportamiento se vuelve cada vez más insoportable y difícil de tolerar para mí. He aprendido a establecer una distancia segura entre ellas y yo, protegiendo mi espacio vital de esa futilidad que, lejos de enriquecerme, simplemente ensombrece mi existencia.

Mientras conducía por las calles de la ciudad, disfrutando de la sensación de poder que emanaba del volante bajo mis manos, de repente, me topé con una escena que se me hizo completamente inusual. En plena intersección, vi a una mujer sumida en sus pensamientos, como si estuviera completamente ajena a lo que la rodeaba. ¿Acaso no se daba cuenta del peligro que se avecinaba? Sin tiempo para reaccionar de otra manera, me vi obligado a realizar una maniobra brusca, un movimiento que en condiciones normales nunca debería haber sido necesario y que, sin duda, alteró la calma con la que había estado manejando.

— ¡Estás loca! —, grité al salir del coche, mi tono claramente teñido de irritación y sorpresa. No tengo paciencia para esto. Cada segundo que pierdo me cuesta dinero, y, francamente, la posibilidad de daño a mi Chiron es una blasfemia para mí.

Reconozco que mis palabras probablemente fueron más severas de lo que realmente era necesario. Sin embargo, en mi defensa, debo decir que en ese instante estaba mucho más enfocado en el estado de mi vehículo que en la mujer que había caído al suelo. Al verla levantarse y comenzar a gritar, comprendí de inmediato que este encuentro no iba a ser fácil de manejar.

— ¡¿En medio de la calle?! —, exclamó ella, su voz llena de furia y adrenalina. — ¡El semáforo estaba en verde para los peatones! ¡Usted fue el que cometió la falta!

La franqueza y la valentía de sus palabras me dejaron realmente asombrado. No estoy acostumbrado a que la gente me responda con tal grado de intensidad y, además, con una manifiesta ira. Sin embargo, antes de tener la oportunidad de comprender y reflexionar sobre la situación que se estaba desarrollando, me di cuenta de que, de manera sorprendente, empecé a comportarme con la misma arrogancia que ella denunciaba de forma tan elocuente.

Tomé una tarjeta de mi bolso y, sin pensarlo dos veces, se la lancé. — Aquí tienes, dos millones. ¿Es suficiente para cerrar esa boca tuya? —, le respondí con un tono despectivo, una maniobra de la cual no estoy particularmente orgulloso ahora al recordarlo.

El brillo de la cantidad impresa en la tarjeta fue como una bofetada para ella. Sus palabras estaban cargadas de una dignidad que yo, en ese momento, no podía comprender. — No puedes comprar mi dignidad con tu arrogancia y egocentrismo —, dijo, devolviéndome una mirada que perforó mi compostura.

Ese intercambio quedó grabado en mi mente incluso mucho tiempo después de haber vuelto a entrar en mi coche y de haberme alejado de allí. Había en su manera de expresar sus palabras una intensidad que me inquietó profundamente, una inquietud que no era fácil de despreciar. Me preguntaba cómo era posible que esta persona, a quien no conocía, pudiera desafiarme de una forma tan contundente y audaz, algo que nadie más había logrado hacerme sentir hasta ahora. Era como si sus palabras resonaran dentro de mí, haciendo eco de una realidad que no había querido enfrentar.

Desde aquel día, me he encontrado a mí mismo sumido en pensamientos sobre ella, admirando su valentía y reflexionando sobre las palabras que expresó. Su mensaje resonó en mí como un recordatorio perturbador de que, a pesar de todo el poder y la riqueza que he acumulado a lo largo de mi vida, existen aspectos de la existencia humana que son inalcanzables, que no pueden ser comprados ni manipulados a mi antojo. Esas verdades me han hecho cuestionar mis prioridades y la verdadera naturaleza de lo que considero valioso.

Pero, no se dejen engañar: continúo siendo la persona más poderosa en cualquier lugar al que entre, y nadie tiene el poder de hacerme cuestionar mi posición en el mundo. No obstante, la vivencia que atravesé me dejó una huella profunda, una que no anticipaba. Esa mujer me proporcionó una lección valiosa acerca de la verdadera esencia del respeto y la dignidad, aunque jamás me atrevería a confesarlo a nadie.

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