^^^“Para quienes viven en silencio por miedo al ruido ajeno. Que un día se permitan brillar sin esconderse.”^^^
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Ese año, La primavera llegó un poco antes que de costumbre.
Las calles olían a asfalto caliente y los rayos del sol se colaban con descaro por las persianas del cuarto de Tina, que, como todos los días del último mes, se levantó temprano para prepararse e ir a trabajar.
Sus empleos eran siempre temporales. Todos remotos o de medio tiempo y nunca duraba más de tres meses en ellos. No porque fuera irresponsable, sino porque solo los usaba como medio: necesitaba dinero para seguir pagando la universidad. Nada más.
A los diecinueve años, todavía vivía bajo el techo de sus padres, quienes, especialmente su padre, eran extremadamente controladores. Revisaban sus horarios, sus amistades, incluso la ropa que usaba. Tina soñaba con independencia, pero por ahora, solo podía soportar.
Aquella mañana, sin embargo, algo en ella era distinto. Se arregló con una calma poco habitual, como si el cansancio la hubiera domesticado.
Se recogió el cabello, se puso su uniforme y salió rumbo al trabajo, con un vaso de café en la mano y un nudo en el estómago.
El camino se sintió más largo de lo normal.
Las calles estaban cortadas, el tráfico era un caos y para empeorar las cosas, había muchísima más gente que de costumbre. Entre murmullos y flashes, Tina pensó que debía de haber algún evento, pero no le dio importancia.
Al llegar a la cafetería, entró disimulando su mal humor. Su compañera la vio entrar y sonrió con esa energía irritantemente positiva de cada mañana.
—¿Cómo vas hoy? —preguntó, limpiando una taza.
—Bien —respondió Tina, sin mucho ánimo— ¿Por qué hay tanta gente?
—Parece que alguien famoso está grabando cerca.
—Genial.—soltó con sarcasmo— Trabajo doble.
—Tómatelo con calma o no vas a llegar viva a media mañana —le advirtió la otra entre risas.
Y tuvo razón.
No tuvo descanso en todo el día. La gente entraba y salía sin parar, los pedidos se acumulaban y los clientes parecían tener prisa y hambre al mismo tiempo. Lo único bueno eran las propinas, que, para su sorpresa, ese día fueron generosas.
Por la tarde, cuando el turno al fin estaba por terminar, los gritos en la calle aumentaron. Los fanáticos se amontonaban frente a la cafetería, levantando teléfonos y cámaras. Tina miró por la ventana, curiosa. Un par de camionetas negras se habían detenido justo frente al local.
De pronto, un grupo de hombres vestidos de negro; probablemente guardias, entraron al lugar, abriendo paso a una mujer.
Era joven, quizás de unos veinticinco años. Alta, rubia, con un aire de seguridad que llenaba el espacio. Su presencia llamaba la atención incluso antes de hablar. Si Tina hubiera sido hombre, probablemente también se habría quedado mirándola.
—Hola, bienvenida a Cafetería Buen Café.— dijo Tina, intentando sonar profesional— ¿Qué podemos ofrecerte?
La mujer sonrió, como si estuviera acostumbrada a que todos la atendieran con nervios.
—Quiero un pastelillo de guayaba y un café amargo.
Tina parpadeó, confundida.
—¿Qué?
—¿Qué de qué, mami? —replicó la rubia con un tono burlón.
—Tina. Me llamo Tina —aclaró, señalando con el dedo su gafete— Y ese postre que pidió no lo tenemos disponible.
—¿Son una cafetería y no tienen un postre conocido? —preguntó la mujer, arqueando una ceja.
—¿Conocido en qué aspecto? Nunca escuché hablar de él.
—Pues entonces haces mal tu trabajo —respondió la rubia, cruzándose de brazos.
El comentario le cayó como un balde de agua fría, pero había algo en la voz de aquella mujer que le impidió responder con toda su furia. Era fría, elegante y por alguna razón, intimidante.
—Señorita —dijo finalmente Tina, dejando el menú con un golpe seco sobre la barra—puede elegir cualquiera de estas opciones.
La rubia lo tomó con calma, mirando la carta como si estuviera en una joyería y no en una simple cafetería. Detrás de ella, la fila de clientes crecía y con ella, el mal humor de Tina, que en su mente ya había pensado al menos cinco formas distintas de asesinarla.
—Mmmh, no me gusta nada.—murmuró finalmente la rubia, devolviendo el menú.
Y sin más, se dio media vuelta y salió del local, como si nada hubiera pasado.
Los guardias la siguieron sin decir palabra, dejando tras ellos un silencio incómodo y a una Tina al borde de estallar.
—¿Y esta estúpida quién se cree? —bufó entre dientes.
—¡Tina!—su compañera la reprendió enseguida— Cuida lo que dices, si la jefa se entera te puede despedir.
—Me da igual.—respondió, soltando un suspiro— No pienso quedarme aquí para siempre.
Terminó su turno agotada. Mientras se cambiaba en el pequeño vestidor, aún pensaba en la mujer rubia. Había algo en ella, algo que no podía quitarse de la cabeza: su forma de mirarla, su tono, esa seguridad tan arrogante que, en el fondo, le había despertado curiosidad.
Cuando salió a la calle, el calor todavía seguía pegando con fuerza.
Caminó despacio, con los auriculares puestos y las manos en los bolsillos. Era fin de semana, no tenía universidad al día siguiente, pero sí una pila enorme de trabajos que entregar.
Suspiró; Otro día igual que todo, o al menos eso creía.
Mico no podía concentrarse. Habían pasado dos días desde aquel encuentro, pero la imagen de esa chica seguía apareciendo en su mente sin aviso.
No recordaba la última vez que alguien la había mirado así, con tanta indiferencia. Normalmente bastaba con que sonriera para que los demás se deshicieran en halagos, pero esa tal Tina... ni siquiera se había inmutado.
Ni una palabra amable, ni un “te admiro” o “me gusta tu música”. Solo una mirada seca y un gesto de molestia.
Apoyó el codo en la mesa del estudio y suspiró.
—¿Estás bien? —le preguntó su mánager, que revisaba unos papeles.— Llevas veinte minutos mirando la pared.
—Nada, estoy pensando.
—¿En qué?
—En una idiota.—soltó sin pensarlo.
El hombre levantó una ceja, divertido.
—¿Una fan?
—No.—respondió rápido, con un tono demasiado a la defensiva.— Una chica que no me soporta.
El mánager soltó una risa baja.
—Eso suena interesante.
—No lo es.—refunfuñó Mico, girando la silla— Fue grosera, ni siquiera me miró bien.
—Tal vez solo no le gustas.
—A todo el mundo le gusto.
—Por eso justamente.—respondió él, encogiéndose de hombros.— No estás acostumbrada a que alguien te diga que no.
Mico frunció el ceño. No quería admitirlo, pero le dolía. No por el rechazo en sí, sino porque la reacción de Tina había herido algo que ni siquiera sabía que tenía: su orgullo.
Mientras tanto, Tina revolvía su café con fastidio en la cafetería donde trabajaba.
—¿Todavía seguís pensando en la cantante esa?—preguntó Sofía, su compañera y amiga.
—No.— mintió, mirando hacia otro lado.
—Tina, si no te importara no estarías haciendo una cara de “quiero estrangularla pero no puedo porque es famosa”.—Tina bufó y apoyó la frente en la mano.
—Es que me sacó de quicio, Sofi. Se cree el centro del universo, ¡Por favor!—Sofía se rió.
—Bueno, para ser justos tú también la trataste mal.
—No me importa.—replicó Tina, alzando la voz—No me cae bien la gente que se cree superior.
—Entonces te va a costar vivir en el mundo real. —bromeó Sofía.
A pesar de su tono firme, Tina no podía negar que algo en esa chica le había llamado la atención. Quizás era la seguridad con la que se movía, o la manera en que sus ojos; aunque altivos, parecían esconder cansancio. Pero no lo admitiría ni bajo tortura.
Cuando su turno terminó, salió al anochecer. El aire estaba tibio y olía a pan recién hecho de la panadería de la esquina.
Caminó distraída por las calles, sin notar que alguien la observaba desde un auto estacionado.
Mico había salido a “limpiar la cabeza”, según le dijo a su mánager, aunque en realidad solo quería comprobar algo. Había memorizado el nombre del lugar donde trabajaba Tina y la curiosidad la había ganado.
No entendía por qué quería verla otra vez. Tal vez para demostrarle que no era como ella pensaba. O tal vez, aunque no lo admitiría ni ante sí misma; porque esa indiferencia la había dejado intrigada.
Cuando la vio salir, con el cabello suelto y el uniforme arrugado, sintió una punzada extraña. Tina no tenía nada especial a simple vista, pero había algo en su forma de caminar, en esa expresión de “me da igual todo”, que la hacía imposible de ignorar.
Impulsivamente, bajó del auto.
—¡Eh!.—llamó.
Tina se giró, sorprendida, frunció el ceño al reconocerla.
—¿Qué haces aquí?
—Pasaba por casualidad.
—Claro.—ironizó Tina— porque seguro una cantante famosa anda paseando por esta zona por casualidad.— Mico se cruzó de brazos.
—No tienes por qué ser tan mala. Solo quise saludarte.
—¿Y para qué?— preguntó Tina, mirándola directamente.—¿Para que esta vez sí te reconozca y te pida un autógrafo?
Esa frase fue como un golpe. Mico apretó los labios y respiró hondo.
—No soy tan frágil como crees.
—¿Ah, no?.—replicó Tina— Entonces deja de buscar aprobación en los demás.
—No busco aprobación.
—¿Ah, no?—insistió.— ¿Y por qué estás aquí?
El silencio que siguió fue incómodo. Mico no tenía una respuesta lógica. Tampoco Tina. Se quedaron mirándose, desafiándose, como si una estuviera esperando que la otra cediera primero.
Finalmente, Mico habló:
—Porque me caíste mal.
—Perfecto, el sentimiento es mutuo.
—Y quería entender por qué.
Esa confesión tomó por sorpresa a Tina. No supo qué responder. Mico la observaba con seriedad, sin el aire arrogante de antes.
Por primera vez, Tina notó que detrás del maquillaje y la fama había una chica, normal. Vulnerable, incluso.
Pero no iba a dejar que la confundiera.
—No hay nada que entender.—dijo, dando un paso atrás— Somos distintas, eso es todo.
Mico la siguió con la mirada mientras se alejaba. No podía evitar sonreír, aunque fuera con frustración. Esa chica tenía algo que la descolocaba completamente, y odiaba no tener el control.
~
Esa noche, Tina intentó concentrarse en sus estudios, pero las palabras se le mezclaban. La escena con Mico volvía una y otra vez a su mente.
—¿Por qué tuvo que aparecer? —murmuró, cerrando el cuaderno.
Había algo en esa mirada que la desarmaba, como si hubiera visto más de lo que ella quería mostrar. Y lo peor era que no sabía si la odiaba por eso o si simplemente le tenía miedo.
Del otro lado de la ciudad, Mico estaba en su departamento, sentada en el sofá, con la guitarra apoyada en las piernas.
Llevaba una hora tratando de componer algo, pero cada vez que rasgueaba una cuerda, la imagen de Tina se metía entre los versos.
Terminó dejando la guitarra a un costado y se cubrió el rostro con las manos.
—Esto es ridículo.—susurró— Ni siquiera me cae bien.
Sin embargo, cuando cerró los ojos, recordó el tono desafiante en su voz, la forma en que le sostuvo la mirada sin miedo. Y sin querer, sonrió.
Quizás el orgullo herido no era lo único que sentía.
~
Los días siguientes ambas intentaron seguir con sus rutinas. Tina volvió al trabajo y Mico continuó con sus ensayos, pero la tensión invisible entre ellas parecía crecer.
Una por enojo, la otra por confusión. Ninguna sabía muy bien qué quería, solo sabían que algo había cambiado desde aquel encuentro.
Y aunque no se lo dijeran, las dos sabían que tarde o temprano volverían a cruzarse.
El ruido de la máquina de café llenaba el aire con ese zumbido familiar. Tina se encontraba en la cafetería, pero esta vez como cliente; necesitaba una gran taza de cafe, ya que parecia que su dia seria muy largo.
Tenía los auriculares puestos, pero sin música. Le gustaba fingir que escuchaba algo solo para que nadie intentara hablarle.
Revisaba correos en su celular cuando escuchó un murmullo a sus espaldas. Algo cambió en el ambiente, como cuando alguien entra y de pronto todo el lugar parece prestarle atención. No hizo falta mirar para saber quién era.
Esa sensación incómoda de reconocimiento la golpeó antes que la vista: Mico.
Vestida de forma sencilla; Pantalón ancho, remera blanca y lentes de sol; intentaba pasar desapercibida, pero era imposible.
Había algo en ella, en su postura, en cómo pedía el café con voz baja pero firme, que la hacía destacar incluso en un lugar tan ordinario.
Tina suspiró, dispuesta a ignorarla. Pero el destino, o la mala suerte, tenía otros planes.
—¿Tina?—la voz la alcanzó desde atrás.
Ella cerró los ojos por un segundo. No puede ser que me haya reconocido.
Giró lentamente y la vio ahí, sonriendo con esa mezcla de seguridad y molestia que solo Mico sabía tener.
—Oh, la chica que finge no saber quien soy. —dijo la cantante, cruzándose de brazos.
Tina arqueó una ceja.
—Y la “estrella” que cree que todos deberían arrodillarse. Qué sorpresa.— Mico sonrió con ironía.
—No todos, solo los que trabajan mal.
—Entonces el problema no es el trabajo, sino tu ego.— contestó sin pensarlo demasiado, llevándose la taza a los labios.
La tensión entre ambas se podía cortar con un cuchillo.
Mico, acostumbrada a que todos le siguieran la corriente, se sintió desconcertada. Nadie la trataba así, mucho menos una chica común que ni siquiera parecía impresionada por su fama.
—Veo que sigues igual de encantadora.— soltó con tono sarcástico, sentándose frente a ella sin pedir permiso.
Tina la miró, sorprendida.
—¿Perdón?
—Digo, que no cambiaste. Todavía te encanta tener la última palabra.
—Solo cuando tengo razón.
—Qué conveniente.
El silencio que siguió fue denso, aunque ninguno apartó la mirada. Mico jugó con la cuchara del café, girándola entre los dedos. Tina notó el temblor leve en sus manos: estaba nerviosa, aunque lo disimulaba bien.
—¿Qué haces por aquí?— preguntó finalmente Mico, como si le interesara.
—Espero la hora para entrar a mi clase.—respondió Tina.— Y tú, ¿no deberías estar rodeada de cámaras?
—Hoy no. Estoy, escapando un poco.—Bajó la voz al decirlo, casi como si no quisiera que nadie más la escuchara.
Por un instante, Tina creyó ver algo humano en su expresión. Cansancio, tal vez soledad. Pero decidió no engancharse.
—Todos necesitamos un descanso, supongo.—dijo simplemente, y volvió la mirada a su celular.
Mico la observó con curiosidad. Había algo en ella que la irritaba, pero también la atraía. Era distinta a la gente que la rodeaba a diario: no la adulaba, no la temía, no intentaba impresionarla.
Solo la trataba como a cualquiera.
Y eso, paradójicamente, era lo que más le dolía.
Cuando Mico se levantó para irse, Tina respiró aliviada. Pero la cantante se detuvo a medio camino y se inclinó hacia ella.
—No deberías juzgar a la gente por lo que parece, Tina. No siempre somos lo que mostramos.—Tina levantó la vista.
—Y tú deberías dejar de actuar cuando no hay cámaras.
—Auch. —Mico sonrió, un poco divertida, un poco dolida y se marchó.
Tina se quedó mirándola salir, con la taza a medio vaciar. Había algo en esa mujer que la descolocaba, y no sabía si era odio o curiosidad. Probablemente ambos.
~
El día transcurrió sin mucho más. Tina volvió a la casa que compartía con sus padres, quienes la recibieron con una gran sonrisa.
—Tienes una cara. ¿Te peleaste con alguien o estabas pelando cebolla?
—Lo primero —respondió Tina, tirando la mochila sobre la mesa.
—¿Con quién ahora?
—Ahí una cantante, se llama Mico. eEsuna molestia.
Su madre la mira llena de sorpresa
—¿Con Mico? ¡Tina, esa mujer podría comprarse medio país!
—Y aun así sigue siendo insoportable. —Se dejó caer en la silla— Por su maldita culpa mi jefa me tiene bajo vigilancia.
—A lo mejor le gusta molestarte, porque tu te enojas rápido.— Tina bufó, pero no lo negó.
Mientras hablaban, su celular vibró sobre la mesa. Un mensaje en la pantalla:
Ian: “Hey, solo quería saber cómo estás. Hace mucho no hablamos. ¿Seguís enojada?”
Tina lo leyó en silencio. Ian había sido su pareja hacía un par de años. Un chico tranquilo, de esos que cocinan pan casero los domingos y odian discutir. Con él, todo había sido fácil, demasiado fácil.
Pero ya no estaban en el mismo punto. Ella había cambiado, y aunque no lo admitía, algo dentro de ella buscaba una intensidad diferente.
—¿Quién es?— preguntó su papá asomándose.
—Ian.
—¿El simpático?
—El mismo.
—¿Y? ¿Qué paso?— pregunta, interviniendo su mamá.
—Y nada, capaz que quiere hablar.
.
—O volver.—Tina se encogió de hombros.
—Somos amigos, el sabe que eso no va a volver a pasar.
Esa noche, mientras intentaba dormir, su mente no se detenía. Pensaba en Ian, en cómo la había tratado siempre con calma y respeto. Y sin quererlo, la imagen de Mico se coló en medio de esos recuerdos: su mirada desafiante, la forma en que su voz bajaba cuando hablaba en serio.
Eran polos opuestos, pero de alguna manera, ambas despertaban en ellas cosas que prefería no analizar.
ella se sentó de golpe en la cama, algo asustada por sus pensamientos. Ella no podía sentir nada por ella, ¿no?. Es decir, ella no era lesbiana.
A la mañana siguiente, Tina salió temprano. Caminaba distraída cuando una voz familiar la detuvo.
—Vaya, si esto no es una coincidencia, no sé qué lo es. — exclamó Mico desde el otro lado de la calle, con una sonrisa ladeada.
Tina frunció el ceño.
—¿Me estás siguiendo?
—No, pero si lo hiciera, serías la primera en saberlo.— Mico se acercó, con las manos en los bolsillos—¿Vas al trabajo?
—Sí, y tu deberías estar en el tuyo.
—Ya terminé por hoy, bueno casi. —Se encogió de hombros— El director está buscando una asistente de producción.
—¿Y?
—Dije tu nombre.
Tina la miró sin comprender.
—¿Qué? ¿Por qué harías eso?
—No lo sé. Tal vez me gusta ver cómo te enojas. —Mico sonrió, divertida.— O tal vez me enteré que tu jefa esta por despedirte.
Tina parpadeó, confundida. No sabía si estaba bromeando o hablando en serio.
—No necesito que nadie me consiga trabajo.
—No fue por lástima.— dijo Mico, más seria— Eres buena en lo que haces.
—No me conocés.
—Te vi y eso me bastó.
es raro que ella diga que soy buena en mi trabajo cuando por culpa de ella estoy por ser despedida.
Hubo un silencio. Las palabras quedaron flotando entre ellas, cargadas de un significado que ninguna quiso reconocer. Finalmente, Tina se dio la vuelta.
—Gracias, pero no. No necesito favores.
—No era un favor.— repitió Mico, casi en un susurro.
Tina siguió caminando sin mirar atrás. Pero mientras avanzaba, su corazón latía más rápido de lo habitual. No sabía si de rabia, de nervios o de algo mucho más peligroso.
Detrás de ella, Mico la observó marcharse. Una sonrisa leve se le escapó sin querer.
No entendía por qué, pero esa chica lograba hacerle sentir viva de una forma que ni los escenarios ni los aplausos podían.
Y así, sin saberlo, ambas acababan de abrir la puerta a algo que ninguna estaba preparada para enfrentar.
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