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Amor Bajo Contrato

Presentación de "Amor Bajo Contrato"

Presentación de "Amor Bajo Contrato"

Violeta Meil siempre había vivido rodeada de lujos, diamantes y sonrisas fingidas.

Desde pequeña aprendió que en su mundo, el dinero lo compraba todo… excepto la libertad.

Era hija única de Rodrigo y Amelia Meil, dos empresarios exitosos y reconocidos en todo el país M por ser dueños de la cadena de bienes raíces más poderosa, además de joyerías exclusivas y supermercados de lujo.

La familia Meil era sinónimo de perfección, riqueza y prestigio.

Todo debía brillar, incluso las apariencias.

Violeta había crecido en una burbuja dorada.

Desde su cabello perfectamente cuidado hasta el perfume importado que siempre llevaba, todo en ella gritaba elegancia.

Pero también, soledad.

Detrás de su sonrisa encantadora y su carácter mimado, había una joven que jamás había tomado una decisión por sí misma.

Cada paso de su vida había sido planificado por sus padres, cada elección, desde la universidad hasta el color de sus vestidos, pasaba por la aprobación de la familia Meil.

A los veintitrés años recién se graduaba de la Licenciatura en Administración de Empresas.

Una carrera que, aunque le gustaba, había elegido más por tradición familiar que por pasión.

Sin embargo, nadie podía negar que era brillante.

Los profesores la admiraban por su inteligencia, su visión estratégica y su forma tan natural de liderar.

Era una joven con ambición, pero atrapada en un mundo donde los sueños no se perseguían, se heredaban.

Su mejor amiga, Olivia Meg, compartía el mismo destino.

Hija de una familia influyente, acostumbrada al lujo y las fiestas privadas, Olivia era su confidente y su otra mitad.

Juntas formaban el dúo más codiciado del país M: las chicas que lo tenían todo.

Pero lo que pocos sabían era que, detrás de sus risas y su vida perfecta, Violeta Meil nunca había conocido el amor.

En su familia, los sentimientos eran una debilidad.

Los matrimonios se arreglaban, los compromisos se firmaban y las emociones se reprimían.

“El amor no paga las facturas”, le repetía su madre, Amelia, con un tono frío y calculador cada vez que Violeta soñaba con encontrar a alguien que la quisiera de verdad.

Sin embargo, la vida siempre tiene una forma peculiar de derrumbar los muros que creemos indestructibles.

Y el suyo se vino abajo el día que recibió la llamada que cambiaría su destino.

—“Señorita Meil, la empresa Vlader Sen ha revisado su expediente académico. Han quedado impresionados. La esperan para una entrevista.”

Vlader Sen.

El nombre resonó en su mente como un eco de poder.

Los Sen no eran cualquier familia.

Eran el símbolo de grandeza, los titanes de los negocios.

Propietarios de conglomerados tecnológicos, cadenas hoteleras de lujo, y corporaciones internacionales.

Lo que tocaban se convertía en oro.

Y en la cima de todo ese imperio estaba Damien Sen, el heredero, el CEO más joven y enigmático que el país M había visto.

A sus 27 años, Damien era un hombre de pocas palabras, mirada helada y reputación impecable. Inteligente, controlador y exigente.

Su sola presencia imponía respeto.

Cuando Violeta cruzó por primera vez las puertas de cristal del edificio Sen, no imaginaba que aquel encuentro marcaría el inicio de una guerra silenciosa entre ellos.

Una guerra donde el orgullo sería la primera víctima.

Desde el primer día, Damien Sen pareció detestarla.

Le hablaba con frialdad, cuestionaba sus decisiones, la observaba con desdén, como si su sola existencia fuera una molestia.

—“Aquí no hay espacio para princesas mimadas, señorita Meil.”

Esas fueron sus primeras palabras hacia ella.

Y aunque Violeta sonrió fingiendo que no le afectaban, por dentro ardía.

Nadie le había hablado así en su vida.

Pero, pese a las tensiones, Violeta no se rindió.

Demostró su talento, su disciplina y su capacidad para enfrentarse a los desafíos más grandes.

Aunque Damien no lo admitiría, comenzó a verla de otra forma.

Había algo en esa mujer que descolocaba su perfecto control.

Damien era un hombre marcado por el pasado.

Su corazón le pertenecía a Mia Lang, su primer amor, una mujer que fue su luz… hasta que su familia la apartó por considerarla “indigna” del apellido Sen.

Desde entonces, Damien se volvió frío, distante, incapaz de volver a amar.

Vivía para el trabajo, para cumplir con las expectativas de su abuela Rosa, la matriarca de la familia Sen, una mujer sabia pero enferma que soñaba con verlo casado antes de partir de este mundo.

Mientras tanto, el imperio Meil comenzaba a desmoronarse en silencio.

Los rumores de una crisis económica corrían como fuego.

Inversiones fallidas, deudas, socios que se retiraban…

Todo lo que alguna vez fue el orgullo de Rodrigo Meil estaba al borde del colapso.

La desesperación llevó a Rodrigo a tomar una decisión que sellaría el destino de su hija: un compromiso arreglado con el heredero Sen.

Un contrato que uniría a dos imperios.

Una boda que salvaría la reputación de los Meil y fortalecería el poder de los Sen.

Cuando Violeta escuchó la noticia, su mundo se detuvo.

—“¿Qué?”

—“Es lo mejor para todos, hija.”

—“¿Casarme con Damien Sen? ¡Ni siquiera me soporta!”

—“El matrimonio es un acuerdo, no un juego. Aprenderás a amarlo con el tiempo.”

Pero el amor no se aprende.

Y menos cuando la otra persona también te odia.

Damien se negó en un principio.

—“No pienso casarme con alguien tan superficial.”

—“Damien,” le dijo su abuela con voz débil, “solo quiero verte feliz antes de irme. Por favor, hijo…”

Esa súplica bastó para derrumbar su resistencia.

Por su abuela, aceptó.

No por amor.

No por interés.

Solo por deber.

Sin embargo, lo que ninguno de los dos imaginó fue que ese contrato, firmado por obligación, se convertiría en una prisión de sentimientos.

Entre reuniones, discusiones y miradas que quemaban, la tensión entre ellos crecía como una tormenta contenida.

Damien no podía entender por qué esa chica lo irritaba tanto… ni por qué su perfume le quedaba grabado en la piel cada vez que ella pasaba cerca.

Violeta, en cambio, odiaba su frialdad, pero también la forma en que su corazón se aceleraba cada vez que él pronunciaba su nombre.

El compromiso, al principio, fue una batalla constante.

Damien imponía reglas, límites y distancias.

Violeta rompía todos.

—“No pienso fingir que te amo.”

—“Perfecto. Yo tampoco planeo amarte.”

Y, aun así, las miradas se volvieron caricias no planeadas.

Las discusiones, excusas para acercarse.

El odio, una máscara demasiado débil para contener lo que en verdad estaban sintiendo.

Caleb Dil, el mejor amigo de Damien, fue testigo de todo.

Sabía que detrás del carácter frío de su amigo había un hombre que temía volver a sufrir.

Y sabía también que Violeta no era la mujer que todos creían.

Bajo sus vestidos caros y su carácter caprichoso, se escondía un corazón que solo buscaba ser amado.

Pero el pasado siempre regresa, y Mia Lang no tardaría en hacerlo.

Su regreso pondrá en juego todo lo que Violeta y Damien habían comenzado a construir.

Porque entre ellos ya no solo existía un contrato…

Existía una conexión que ninguno se atrevía a nombrar.

Violeta descubrirá que el amor no siempre llega con dulzura, a veces duele, quema y destruye.

Pero también sana.

Damien aprenderá que no se puede controlar todo, ni siquiera el corazón.

Y en medio de ese caos, entre lujo, orgullo y pasión, ambos deberán decidir si su historia está destinada a terminar como comenzó:

con un contrato… o con amor.

“Amor Bajo Contrato” es una historia donde el lujo y el poder se entrelazan con los sentimientos más profundos.

Donde una chica que lo tenía todo descubrirá lo que realmente significa perderlo, y un hombre que lo había perdido todo aprenderá a amar de nuevo.

Porque a veces, los amores más verdaderos nacen de los acuerdos más imposibles.

PROTAGONISTAS:

VIOLETA MEIL: PROTAGONISTA PRINCIPAL DE ESTA NOVELA

DEMIEN SEN: PROTAGONISTA PRINCIPAL DE ESTA NOVELA

OLIVIA MEG: AMIGA DE NUESTRA PROTAGONISTA

CALEB DIL: AMIGO DE NUESTRO PROTAGONISTA

La vida perfecta de Violeta Meil

**Capítulo 1:**La vida perfecta de Violeta Meil

(Desde la perspectiva de Violeta Meil)

Desperté con la luz del sol colándose a través de las cortinas blancas y suaves que cubrían mis ventanas francesas.

Los rayos dorados se extendían por toda mi habitación, iluminando los tonos rosa pastel y crema que la decoraban.

Las flores frescas en el jarrón de mi tocador desprendían un aroma dulce y relajante, y el suave sonido del agua de la fuente decorativa llenaba el silencio con su murmullo constante.

Podría decir que mi vida era perfecta.

Y, en teoría… lo era.

Soy Violeta Meil, hija única de Rodrigo y Amelia Meil, dos de los empresarios más poderosos del país M.

Mi apellido significa dinero, elegancia y, lamentablemente, también “compromiso arreglado”.

Miré mi reflejo en el espejo con una sonrisa.

Mi cabello rubio platinado caía en ondas suaves hasta mis hombros, y mis ojos azules —el rasgo que más resaltaba de mí— brillaban con emoción.

Aún no me llegaba la carta oficial, pero estaba segura de que Vlader Sen, la empresa más prestigiosa del país, me aceptaría.

Mis profesores me habían recomendado personalmente.

Habían dicho que yo era una de las mejores estudiantes de Administración de Empresas que habían tenido.

Y modestia aparte, tenían razón.

—Solo falta un paso más —me dije, mientras aplicaba una última capa de gloss en mis labios.

Había trabajado duro para llegar hasta aquí, aunque el mundo creyera que todo me lo daban servido.

Y sí, admito que muchas cosas en mi vida fueron fáciles, pero ganarme mi lugar en la empresa Sen sería mérito mío, solo mío.

Me puse un vestido blanco con detalles rosados y me senté frente al tocador, mientras acariciaba con la mirada los recuerdos de toda mi vida.

En las paredes, las fotografías con mis padres en los viajes familiares, mi diploma recién enmarcado y una pintura que mi madre mandó hacer de mí para mis dieciocho años.

Todo tenía un toque de perfección exagerada.

Y, sin embargo, detrás de todo ese brillo, había un miedo constante.

Uno que me acompañaba desde niña.

El miedo a no poder elegir.

En mi familia, el amor siempre fue un negocio.

Mis padres se casaron por conveniencia, uniendo las fortunas Meil y Lozano, y aunque jamás se amaron, se respetaban.

No puedo decir que tuve una infancia infeliz, pero crecí sabiendo que, algún día, yo también tendría que firmar mi destino con alguien elegido por otros.

Suspiré, girando en el asiento para mirar por la ventana.

Desde allí se veía parte de los jardines, el lago artificial y la fuente central de nuestra mansión.

Todo en mi vida parecía salido de un cuento… solo que yo no era la princesa libre, sino la pieza más brillante de un tablero de ajedrez.

—Bueno, princesa, al menos eres una pieza hermosa —me dije entre risas, encogiéndome de hombros.

Justo en ese momento, la puerta se abrió con suavidad.

Mi madre, Amelia Meil, apareció con su elegancia habitual.

Siempre impecable, vestida con tonos neutros, su cabello castaño perfectamente recogido y ese perfume caro que anunciaba su presencia antes de que hablara.

—Buenos días, hija. —Su voz sonaba dulce, pero firme—. Olivia te está esperando en la sala.

—¿Tan temprano? —pregunté mientras me levantaba, acomodando el lazo de mi vestido.

—Dijo que tenía algo importante que contarte.

—¿Podrías decirle que suba, por favor? —respondí con una sonrisa traviesa—. Sabes que me da flojera bajar tan temprano, y además… mi habitación es más bonita.

Mi madre rodó los ojos con una mezcla de ternura y resignación.

—Eres incorregible, Violeta.

—Lo sé, pero me amas así.

Ella sonrió apenas.

Era su forma de decir “sí” sin palabras.

Cuando salió, volví a mirarme en el espejo.

Todo estaba perfectamente en su lugar, y aun así, sentía que algo me faltaba.

Quizá libertad.

Quizá emoción.

O quizá simplemente una vida que no estuviera tan planificada.

Pocos minutos después, la puerta volvió a abrirse.

—¡Violeta Meil! —gritó Olivia, entrando como un torbellino de energía.

Vestía una falda corta color lila y una blusa blanca con encaje, su cabello castaño cayendo en ondas perfectas.

Era hermosa, segura y divertida, la mezcla exacta de todo lo que una mejor amiga debía ser.

—¡Olivia! —corrí a abrazarla—. Pensé que estabas de viaje con tus padres.

—Volvimos anoche. Y, sinceramente, necesitaba verte.

—¿Me extrañaste tanto? —pregunté fingiendo vanidad.

—Más de lo que quieres admitir —contestó ella con una sonrisa, dejándose caer en mi cama, rodeada de cojines rosados.

Mi habitación siempre fue su refugio.

De hecho, ambas solíamos decir que era “nuestro lugar sagrado”.

Entre las paredes blancas con detalles dorados, los cuadros delicados, los peluches y la gran ventana con vista al jardín, era imposible no sentirse en paz.

—¿Sabes qué me di cuenta? —dijo Olivia de repente—. Eres demasiado hermosa para estar encerrada aquí todos los días.

—¿Otra vez con eso? —resoplé, cruzándome de brazos.

—Sí, otra vez. Violeta, tienes veintitrés años, eres graduada, inteligente y, literalmente, podrías hacer que cualquier chico se enamore de ti con una sola mirada. ¡Y sigues sin salir a divertirte!

—No es mi culpa que todos los hombres que conozco sean unos interesados —contesté en tono divertido.

Olivia se echó a reír.

—Interesados o no, deberías salir. Vamos al antro esta noche, no acepto un “no” como respuesta.

Puse los ojos en blanco, pero una sonrisa se escapó de mis labios.

—¿Y si me quedo en casa esperando mi carta de aceptación?

—¡Violeta! —protestó, levantándose—. La carta llegará igual, pero la juventud no se repite. Vamos, anda. Te prometo que será divertido.

—Eres una mala influencia —dije, levantándome del tocador.

—Soy la mejor influencia que podrías tener —respondió ella, posando como modelo.

Reímos juntas.

Ella tenía esa habilidad de hacer que mis preocupaciones se volvieran pequeñas.

Desde que éramos niñas, había sido mi otra mitad, mi hermana de otra madre.

—Está bien, iré —dije finalmente, levantando las manos en señal de rendición—. Pero solo porque necesito despejarme un poco.

—¡Eso quería escuchar! —exclamó Olivia triunfalmente—. Esta noche, Violeta Meil, vas a brillar.

Su entusiasmo me contagió, aunque en el fondo seguía sintiendo una pequeña punzada de preocupación.

Mientras Olivia hablaba sobre la nueva música del antro y los chicos guapos que probablemente encontraríamos, mi mente viajó a otro lugar.

A las conversaciones que había escuchado entre mis padres.

A las miradas serias de mi madre y el tono preocupado de mi padre al hablar de “alianzas”, “acuerdos” y “compromisos”.

Sabía lo que eso significaba.

Los Meil no eran solo una familia poderosa.

Eran una marca.

Y una marca necesitaba mantenerse fuerte.

Mi matrimonio, tarde o temprano, sería una estrategia más en su tablero de negocios.

Suspiré, tratando de disimular la molestia que me provocaba ese pensamiento.

—¿Otra vez pensando demasiado? —preguntó Olivia, notando mi expresión.

—Solo… cosas de familia —dije, restándole importancia.

—Déjame adivinar —dijo con un tono pícaro—. ¿Tu mamá ya empezó con su discurso de “necesitas casarte con alguien digno del apellido Meil”?

—Más o menos —reí sin ganas—. Ya sabes cómo es. En esta familia, el amor no se elige, se firma.

Olivia me miró con compasión.

—A veces me da rabia que tengas que cargar con eso.

—Es el precio de ser una Meil —dije con un tono irónico—. Nacer entre diamantes, pero no poder decidir qué hacer con ellos.

Ella sonrió con tristeza.

—Al menos tienes clase mientras lo haces.

Reímos otra vez, aunque en el fondo sentía esa punzada amarga en el pecho.

Envidiaba la libertad de Olivia.

Sus padres eran poderosos, sí, pero también más modernos.

Nunca la forzarían a casarse con alguien que no amara.

En cambio, en mi casa, el amor era una palabra prohibida.

“Una gran fortuna debe ser cuidada”, solía decir mi padre. “

Y la forma más segura de hacerlo es uniéndola con otra igual o más fuerte.”

Era casi un mantra familiar.

Y aunque él lo decía con orgullo, yo solo podía sentir resignación.

Miré a Olivia, que seguía hablando emocionada sobre el atuendo que debía ponerme para la noche.

Y no pude evitar sonreír.

Quizá tenía razón.

Tal vez necesitaba distraerme un poco, vivir algo fuera de mi burbuja.

—Está bien, pero tú eliges la ropa —le dije.

—¿En serio? ¡Ay, no te vas a arrepentir! —dijo emocionada, y corrió hacia mi vestidor.

Mi vestidor era prácticamente una boutique privada.

Estantes de zapatos alineados por color, vestidos de diseñador y perfumes que brillaban bajo la luz del espejo.

Olivia empezó a sacar prendas mientras hablaba sin parar.

—Esto, con estos tacones… y este collar. ¡Perfecto!

—¿No es demasiado? —pregunté riendo.

—Nada es demasiado para una Meil —dijo con una sonrisa traviesa.

La observé mientras organizaba todo.

Era imposible no amarla.

Su energía, su libertad, su forma de disfrutar cada segundo.

A veces desearía ser un poco más como ella.

—Oye, Liv… —dije, con voz más suave—. ¿Alguna vez has pensado en casarte por obligación?

Ella se detuvo y me miró, seria por un momento.

—No, y no pienso hacerlo jamás. El día que me case será porque amo a esa persona, no porque alguien lo decida por mí.

Asentí lentamente.

—Qué suerte la tuya.

—No es suerte, Vi. Es decisión. Y tú también podrías tomarla, si te lo propusieras.

Sonreí con tristeza.

—No es tan fácil cuando llevas el apellido Meil.

Ella no respondió. Y por unos segundos, el silencio se apoderó de la habitación, solo roto por el suave zumbido del aire acondicionado.

En ese momento, mi teléfono vibró sobre la mesa de noche.

Lo tomé sin pensar… y mi corazón dio un salto.

**CORREO: **“Vlader Sen – Confirmación de solicitud.”

Sentí cómo el aire se atascaba en mi garganta.

—¡Liv! —grité, sin poder contener la emoción.

—¿Qué pasa? —preguntó corriendo hacia mí.

—¡Es la carta! ¡La respuesta de la empresa Sen!

Ambas nos miramos con los ojos muy abiertos.

—¿La abres o la abro? —preguntó ella nerviosa.

—¡Yo! —dije riendo. Mis manos temblaban mientras tocaba la pantalla.

**CORREO: “Estimada señorita Meil: Nos complace informarle que ha sido seleccionada para formar parte del equipo administrativo de Vlader Sen. Su talento y desempeño académico han sido altamente recomendados.”

Leí y releí la frase varias veces.

No podía creerlo.

—¡Me aceptaron! —grité al fin, saltando de alegría.

Olivia me abrazó, riendo tan fuerte como yo.

—¡Sabía que lo lograrías! ¡Eres brillante!

Reímos, giramos, gritamos como niñas.

En ese instante, todos mis miedos desaparecieron.

Todo lo que importaba era esa sensación de triunfo, de haber conseguido algo por mí misma.

Mi futuro comenzaba ahora.

Lo que no sabía… era que ese mismo futuro estaba a punto de volverse un torbellino de emociones, orgullo y un amor tan imposible como inevitable.

Pero esa noche, no pensaba en eso.

Solo quería celebrar.

—Vamos al antro —dije, aún sin creer que lo había dicho yo misma.

Olivia me miró con una sonrisa triunfal.

—Sabía que lo dirías.

Y mientras me ponía los tacones que ella había elegido, sentí que algo en mi interior despertaba.

Una nueva versión de mí misma, lista para enfrentar el mundo… sin imaginar que el primer paso hacia mi independencia me llevaría directo al hombre que cambiaría mi vida para siempre...

Una noche para brillar

**Capítulo 2:**Una noche para brillar

(Desde la perspectiva de Violeta Meil)

El motor del auto rugía suave mientras las luces de la ciudad M pasaban como destellos de oro y plata frente a mis ojos.

La noche tenía ese aire eléctrico que te hace sentir que todo puede pasar, aunque en el fondo sepas que la mayoría de las cosas que ocurren en tu vida ya están escritas por otros.

Pero esta noche no era la hija ejemplar ni la futura administradora del legado familiar.

Esta noche era simplemente yo.

—Dime que no vas a pensar en la empresa mientras bailamos —dijo Olivia desde el asiento del copiloto, ajustando su labial frente al espejo del auto.

Solté una carcajada. —Te prometo que no. Solo voy a pensar en divertirme… y en lo guapa que me veo.

—Eso último no es pensar, es un hecho comprobado —respondió con tono burlón.

Olivia siempre sabía cómo hacerme reír.

Era como una chispa constante de energía; una mezcla perfecta entre locura, glamour y ternura.

Ella y yo éramos tan diferentes y tan parecidas al mismo tiempo que, a veces, ni yo entendía por qué funcionábamos tan bien juntas.

El chofer giró hacia la avenida principal.

A lo lejos se veía el letrero luminoso del antro más exclusivo de la ciudad: “Ivory Moon”.

Un lugar al que no se entraba por dinero, sino por apellido.

—Prepárate para brillar, princesa —dijo Olivia con una sonrisa traviesa.

Yo sonreí también. —Por supuesto, querida. ¿Alguna vez no lo hago?

El auto se detuvo frente a la alfombra roja del lugar, y por un instante, todo el ruido del mundo pareció detenerse.

Los flashes comenzaron a encenderse apenas puse un pie fuera del vehículo.

La gente no sabía si éramos celebridades o solo dos chicas con más estilo del que podían procesar, pero no importaba.

Las miradas bastaban.

Mi vestido era un diseño exclusivo de Versace, color lavanda con destellos plateados.

Olivia, por supuesto, llevaba un vestido negro con cortes estratégicos que le quedaba perfecto.

Éramos el tipo de mujeres que no necesitaban decir nada para dominar una habitación.

El guardia del lugar nos saludó con una sonrisa servil.

—Bienvenidas, señoritas Meil y Meg. El señor Dorian las está esperando.

El “señor Dorian” era el dueño del lugar.

Que el propio dueño saliera a recibirnos no era sorpresa; mi padre tenía acciones en varios locales de su cadena, y Olivia era prácticamente la cara bonita de todos sus eventos de beneficencia.

Entrar al “Ivory Moon” era como entrar a otro universo: luces en tonos violetas y dorados, mesas con botellas que costaban más que un coche pequeño, y un DJ que parecía controlar el ritmo de los latidos de cada persona allí dentro.

La música vibraba en mis huesos, los perfumes caros llenaban el aire, y la sensación de ser observada era tan habitual que ya ni la notaba.

—Esto… —dije mirando alrededor— es exactamente lo que necesitaba.

—Te lo dije —respondió Olivia, levantando una copa que uno de los meseros nos ofreció de inmediato—. Esta noche no pienses en nada más. Solo sé tú.

Le sonreí mientras brindábamos.

—Ser yo no es tan sencillo como suena.

Ella rió.

—Por eso te amo, drama queen.

Nos dirigimos a la pista de baile, y como siempre, la gente se abrió a nuestro paso.

No era soberbia, simplemente… la costumbre.

Las miradas seguían nuestros movimientos, los murmullos se mezclaban con la música, y por un instante, sentí esa descarga de adrenalina que tanto me gustaba.

Era como estar en el centro de un universo brillante, donde nada podía tocarme.

—Violeta, tienes a medio antro babeando —me dijo Olivia mientras se movía al ritmo de la música.

—Déjalos babear. Al menos alguien aprecia mi esfuerzo —respondí sonriendo, girando sobre mis tacones.

Y entonces lo vi.

Entre la multitud, con una copa en la mano y esa sonrisa tranquila que parecía esconder mil pensamientos, Ramiro San.

No lo veía desde la graduación.

Habíamos compartido clases, proyectos y algunas miradas curiosas, pero nunca una conversación real.

Siempre había sentido que me observaba desde lejos, como si no se atreviera a acercarse.

—¿Quién te está mirando? —preguntó Olivia con picardía, notando mi cambio de expresión.

—Un fantasma de la universidad —contesté, sin apartar la mirada.

—¿Fantasma atractivo? —insistió ella.

—Demasiado.

Antes de poder decir algo más, Ramiro comenzó a caminar hacia mí.

El corazón me dio un pequeño salto, y odié lo evidente que fue.

—Violeta Meil —dijo con una sonrisa encantadora al llegar a mi lado—. No pensé verte aquí.

—¿Y por qué no? —repliqué, arqueando una ceja—. ¿Acaso creías que solo trabajo y estudio?

—Tal vez —admitió con un tono divertido—. Siempre parecías demasiado seria como para perder el tiempo en fiestas.

—Solo parezco seria cuando los profesores están cerca —dije con una sonrisa traviesa.

Olivia, al notar el tono de la conversación, se alejó con una excusa inventada.

“Voy por más tragos”, dijo, dejándome a solas con Ramiro.

Él se inclinó un poco para hablarme al oído, y el calor de su respiración me hizo estremecer.

—Debo decir que la universidad no le hizo justicia a lo hermosa que eres.

—Y yo debo decir que sigues igual de encantador que antes —respondí sin pensar demasiado.

Sus ojos brillaron con algo que no supe identificar.

Estuvimos hablando un rato.

Era gracioso, atento y sorprendentemente fácil de conversar con él.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien me miraba como mujer y no como “la hija de los Meil”.

Hasta que, de pronto, una voz aguda rompió el momento.

—¿Qué es esto, Ramiro?

Giré la cabeza y vi a una chica de cabello oscuro, rostro maquillado en exceso y mirada asesina.

Su vestido era caro, sí, pero su actitud lo arruinaba todo.

Olivia, que acababa de volver, murmuró en mi oído: —Ay, no… esto se va a poner bueno.

—Maria, cálmate —pidió Ramiro, visiblemente incómodo.

—¿Cálmate? ¡Estás coqueteando con esta rubia de catálogo! —espetó ella, señalándome con el dedo.

Sentí cómo mis cejas se arqueaban por pura inercia.

—Disculpa, pero la rubia de catálogo tiene nombre. Violeta Meil.

—No me interesa quién seas. —Su voz estaba llena de veneno—. Pero te advierto que no te metas con mi novio.

—Oh, tranquila —dije con una sonrisa sarcástica—. No sabía que los hombres ahora tenían etiqueta de propiedad.

Olivia soltó una carcajada tan fuerte que varias personas alrededor voltearon a vernos.

Ramiro trató de mediar, pero la chica parecía dispuesta a hacer un escándalo monumental.

—¿Sabes qué? —dijo María, dando un paso hacia mí—. Tal vez debería enseñarte a no meterte con hombres ajenos.

—Ni se te ocurra tocarla —intervino Olivia, poniéndose frente a mí como una fiera.

—Olivia, por favor —intenté calmarla—, no vale la pena.

Pero María  no entendía de razones.

Extendió la mano, como si realmente fuera a empujarme, y entonces yo simplemente di un paso atrás, mirándola con la calma más elegante que pude reunir.

—Cuidado, querida. Este vestido cuesta más que tu coche —dije, sin perder la sonrisa.

Los murmullos crecieron.

Algunos grababan con sus celulares, otros fingían no mirar, pero todos estaban pendientes.

Ramiro, visiblemente avergonzado, la tomó del brazo.

—Basta, María. Vamos afuera.

Ella intentó resistirse, pero él la arrastró fuera del antro, dejando un silencio cargado de tensión detrás.

Cuando la puerta se cerró, Olivia soltó una risa incontrolable.

—¡Dios mío, Violeta! Esa respuesta fue oro puro.

—Bueno, alguien tenía que mantener el nivel —dije con tono altivo, alzando mi copa.

Las dos reímos, aliviando la tensión.

La música volvió a subir, y todo el antro pareció retomar su ritmo normal.

Pero por dentro, algo se había movido en mí.

Ramiro… el chico que me había gustado tanto en la universidad, había resultado ser otro más del montón.

Un cobarde incapaz de enfrentar sus propias decisiones.

Suspiré y tomé un trago.

Olivia me observó en silencio por un momento antes de preguntar:

—¿Estás bien?

—Sí —mentí con una sonrisa ligera—. Solo me decepcioné un poco.

—Te mereces algo mejor, y lo sabes —respondió ella con firmeza.

Miré hacia la pista, donde las luces danzaban como reflejos de estrellas caídas.

Pensé en mi vida, en mis padres, en los contratos y los compromisos, y en cómo todo parecía tan perfectamente planeado… menos el amor.

—Supongo que, al final, ese es mi destino —dije en voz baja—. Ser una Meil significa cuidar la fortuna, no enamorarse.

Olivia me miró con tristeza, pero antes de que pudiera decir algo, sonreí con ironía.

—Aunque, si el destino quiere jugar conmigo, que al menos me mande un rival digno.

No lo sabía entonces, pero esa noche, entre risas, copas y luces, el destino ya estaba escribiendo su siguiente jugada.

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