POV RUBY
La tarde empezaba a caer, y el restaurante "La Esquina" se llenaba de risas y voces. Desde afuera, podía escuchar el bullicio mientras me acomodaba en una mesa cercana. Había sido un día largo, y aunque no trabajaba allí, la atmósfera aún me resultaba familiar. Mis amigas, Sofía y Camila, estaban dentro, lidiando con un viejo asqueroso que se creía dueño del mundo, y no podía evitar sentirme inquieta por ellas.
Me quedé sentada, recordando cómo había sido despedida. La última vez que estuve aqui había terminado rompiéndole la nariz a un tipo que se pasó de la raya. La imagen de su rostro ensangrentado aún me hacía sentir un cosquilleo de satisfacción. Pero no podía negar que había perdido mi trabajo, y ahora ellas estaban atrapadas en esa pesadilla.
De repente, un grito rompió mis pensamientos. Me incorporé y vi a un hombre con una risa burlesca, acercándose a Sofía, que estaba sirviendo mesas. Él le lanzó un comentario grosero, y el rostro de mi amiga se tornó rojo de vergüenza y furia. El viejo aprovechado, Raúl, no estaba muy lejos, viendo cómo su restaurante se convertía en un circo.
Sin pensarlo, me levanté de la mesa. La rabia me consumía. Corrí hacia ellos, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza.
—¡Oye, tú!— grité, mientras tomaba una cerveza de la mesa más cercana y se la arrojaba en la cabeza. El líquido espumoso se desbordó, y el hombre se quedó paralizado, con la sorpresa pintada en su rostro.
—¡Eres una maldita!— gritó, limpiándose la cara con rabia.
No me importó.
Miré a Sofía y Camila, que habían dejado de trabajar y ahora miraban con ojos desorbitados. En ese momento, el dueño del restaurante, Raúl, salió de su oficina.
Su mirada se posó en mí, y su rostro se transformó en una mueca de desprecio.
—¡Tú, perra!— gritó, señalándome. —¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Lárgate de aquí!—
—¿Por qué no le dices eso a él?— respondí, señalando al hombre que aún se sacudía la cerveza de la cabeza. —¡Es un asqueroso!—
Raúl se acercó, su aliento olía a tabaco y cerveza. Algo altamente asqueroso —No me hables así, ni tú ni tus amiguitas. ¡Están despedidas!—
Sofía y Camila intentaron intervenir, pero Raúl no les dio oportunidad. Con un movimiento brusco, las echó a patadas, y las tres nos quedamos en shock.
—¿En serio?— pregunté, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. —¿Las despides por defenderse?—
—Sí, y no quiero volver a verlas aquí. ¡Fuera!—
Sin pensar más, tomé a mis amigas de las manos y salimos casi que corriendo del restaurante.
El aire fresco del parque me recibió como un abrazo, pero no podía evitar sentir la pesadez en el corazón. Nos sentamos en un banco, mirando al vacío, como si esperáramos que el mundo nos ofreciera una solución mágica.
—Lo siento, chicas— dije, rompiendo el silencio. —No quería que esto pasara—
Sofía suspiró, con su cabello desordenado por el viento. —Ruby, no te preocupes. Ya estábamos hartas de ese lugar. No vale la pena—
—Sí, pero ahora estamos sin trabajo las tres— respondí, sintiendo el peso de la realidad.
La vida no siempre es justa, y en este momento, se sentía particularmente cruel.
Camila, que siempre había sido la más callada, finalmente habló. —Tal vez deberíamos buscar algo mejor, algo que realmente valga la pena. No podemos quedarnos aquí lamentándonos—
Asentí, aunque el miedo se apoderaba de mí. Las tres estábamos sin ingresos, sin un plan, y con la presión de encontrar algo que nos mantenga a flote. La vida en la ciudad no era fácil, pero siempre habíamos encontrado la manera de salir adelante.
—¿Y si buscamos trabajos en otro lugar?— sugerí, tratando de mantener la esperanza. —Tal vez un café o una tienda—
Sofía se encogió de hombros. —Cualquier cosa es mejor que lo que teníamos—
—Pero no quiero volver a sentirme así— dijo Camila, con su voz temblorosa. —No quiero que nos traten como menos—
Las palabras de Camila resonaron en mí. Había estado lidiando con eso toda mi vida, la sensación de ser invisible, de que nuestras voces no contaban. Pero en ese momento, algo dentro de mí se encendió.
—No lo seremos— dije con determinación, mirando a mis amigas a los ojos. —Vamos a encontrar un lugar donde nos respeten, donde podamos ser quienes somos—
Sofía sonrió, y la chispa de esperanza comenzó a brillar nuevamente. —Sí, ¡haremos que nos escuchen!—
Nos quedamos allí, en el parque, soñando con un futuro diferente. Sabía que el camino sería difícil, pero con Sofía y Camila a mi lado, sentía que podíamos enfrentar cualquier desafío. La vida podría ser una lucha, pero no estábamos solas.
Y aunque el horizonte se veía incierto, una nueva historia estaba a punto de comenzar.
Después de un rato en el parque, decidimos que era hora de celebrar nuestra libertad. Nos miramos con complicidad y sonrisas cómplices. ¡Habíamos dejado atrás ese asqueroso trabajo! La idea de ir a bailar nos llenó de energía.
Tomamos un taxi y nos fuimos a nuestra casa.
Cuando llegamos sin pensarlo dos veces, nos metimos todas tres en la ducha. La calidez del agua nos envolvió, y pronto el baño se llenó de risas y charlas. Estábamos completamente desnudas, pero la incomodidad no existía. Era un momento de pura amistad, de confianza, donde cada gota de agua se sentía como una liberación.
Nosotras éramos amigas desde hace más de diez años, así que más que amigas nos consideramos hermanas.
Sofía comenzó a cantar una canción pegajosa, mientras Camila se unía a los coros desafinados. Nos reíamos de nuestras propias voces y de cómo el agua se deslizaba por nuestros cuerpos. Era como si cada gota lavara no solo la suciedad del día, sino también el peso de la inseguridad y el miedo.
Después de un rato, salimos de la ducha, listas para ponernos nuestras mejores prendas y salir a conquistar la noche.
Habíamos dejado atrás el pasado, y el futuro nos esperaba con promesas de diversión y nuevas aventuras.
¡Era nuestro momento!...
POV DIEGO
—Aaahhh— el sonido de nuestros cuerpos chocando inundaba toda la habitación.
El cabello de la mujer estaba enrollado en mi brazo inclinando su cabeza hacia atrás. Mientras me hundía duro en ella.
El sudor corría por mi cuerpo como fuente de agua, podía notar el cansancio en la mujer que estaba siendo sometida por mí, pero así soy yo. No soy de llegarme rápido.
La levantó del pelo y la pegó a mi pecho sin dejarla de embestir.
Ella lleva su cabeza a mi pecho mientras yo masajeé sus pechos.
—Ahhh, me voy a venir— grita la mujer y al segundo siento como su cuerpo empieza a retorcerse bajo de mí, su humedad también es palpable.
En ese momento se vuelve a recostar y la tomó de la cintura aumentando mis embestidas.
Ella se sujeta fuerte de las sábanas mientras grita más fuerte.
—Mmmm— un gruñido fuerte sale de mí en ese momento, llevo la cabeza hacia atrás cerrando los ojos mientras detengo poco a poco mis embestidas.
La habitación del hotel estaba impregnada de un aire cargado, en un recordatorio de lo que acaba de suceder. La mujer a mi lado respiraba entrecortadamente, pero mi mente ya estaba en otra parte. Siempre había sido así; no me gustaba repetir, no me gustaba quedarme.
Una vez era suficiente.
Me levanté, envolviéndome en una toalla, y salí al balcón. El aire fresco de la tarde me golpeó, y tomé un momento para respirar. La luz del sol reflejaba el caos y la belleza de mi vida. Encendí un cigarro, sintiendo cómo el humo me envolvía, calmando la agitación que siempre llevaba dentro.
Mientras disfrutaba de ese instante de soledad, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Marcos, mi amigo y mano derecha, entró sin preámbulos. No necesitaba permiso ni que me dijera mucho; podía ver la preocupación en su rostro.
—Diego— dijo, con su voz grave interrumpiendo el silencio. —Tenemos que hablar. La reunión con los rusos está programada para dentro de poco—
Lo miré, exhalando el humo lentamente. —¿Qué hay de nuevo?— pregunté, manteniendo mi tono firme. Sabía que la situación era tensa, pero no iba a dejar que eso me afectara.
Marcos se acercó, con la preocupación marcada en sus rasgos. —Ellos están exigiendo mucho. Necesitamos estar listos para negociar. Sabes cómo son—
Sonreí, sintiendo la adrenalina fluir. Siempre había sido un negociador astuto, sabía perfectamente cómo jugar mis cartas. —No hay problema. Les daré el precio que corresponde, y no aceptarán un "no" como respuesta—
Marcos asintió, reconociendo esa chispa de confianza en mí. —Voy a llamar para que preparen el jet. Salimos de inmediato—
Apagué el cigarro y me preparé para entrar de nuevo en la vorágine de los negocios. La vida nunca se detenía, y había aprendido a disfrutar tanto del poder como de los placeres.
Mientras me vestía, sabía que la noche apenas comenzaba. La reunión con los rusos sería intensa, pero eso era solo un paso más. Después, celebraría como siempre lo hacía: rodeado de mujeres.
El jet aterrizó suavemente, y al abrirse la puerta, la luz del atardecer iluminó la pista. Baje con paso firme, vistiendo una camisa negra con las mangas dobladas hasta los codos y con el pecho un poco descubierto dejando ver mis tatuajes en el pecho y brazos. Un pantalón de tela negro perfectamente planchado. Mis gafas negras reflejaban el brillo del sol que se ocultaba en el horizonte, dándome un aire de misterio y autoridad.
A mi lado, Mateo lo seguía de cerca, luciendo también tan imponente como yo. Ambos somos altos, pero yo lo soy un poco más, medimos aproximadamente entre él metro noventa y cinco, somos robustos, anchos de hombros y espalda al igual que piernas.
Al final de la pista, cuatro autos negros esperaban, cada uno con un grupo de hombres de seguridad, con sus rostros serios y atentos.
Me acerqué a uno de los vehículos, uno de ellos me abrió la puerta y entré con confianza. —Vamos— dijo a Mateo dos hombres se subieron delante del auto y lo pusieron en marcha.
El trayecto hacia mí conglomerado fue rápido. La ciudad pasaba velozmente por la ventana, pero mi mente estaba concentrada en la reunión que se avecinaba.
Al llegar, nos encontramos con una fachada moderna y elegante. Tres hombres robustos los esperaban en la entrada, con mi presencia imponente era suficiente para hacer que cualquier rival pensara dos veces antes de cruzar por mi camino.
Mientras los guardaespaldas se quedaban afuera, Mateo y yo cruzamos la puerta.
La sala de reuniones estaba decorada con un gusto exquisito, y el aire era tenso. Los rusos ya estaban allí, esperando con una expresión de desconfianza.
La tensión en la sala era casi palpable. Me senté frente a los rusos, observando sus expresiones mientras les exponía mi propuesta. Sabía que el dinero era solo una parte del juego, pero la forma en que se negaban a mirarme a los ojos me decía que estaban dudando.
—Les ofrezco un trato justo— comencé, manteniendo mi voz firme. —Quiero que me dejen pasar la mercancía sin complicaciones. Sin interrupciones, ni más problemas en la frontera—
Uno de los rusos, Ruben un hombre de mirada fría y dura, se inclinó hacia adelante. —Diego, esa suma es ridícula. Sabes que no podemos trabajar por eso. Nuestros costos son mucho más altos—
Sentí cómo la frustración comenzaba a burbujear dentro de mí, pero mantuve la calma. No podía permitir que me sacaran de quicio porque las cosas se pondrían feas aquí.
—Entiendo que tienen costos— respondí, con mi tono controlado. —Pero también deben entender que el riesgo es compartido. Si no llegamos a un acuerdo, ambos perderemos—
La sala estaba llena de silencio; podía sentir la presión. Los otros hombres rusos murmuraban entre ellos, y su desconfianza era evidente. Me incliné hacia atrás, cruzando los brazos mientras los observaba. Tenía que hacer algo más que solo hablar de números.
—Miren, sé que este es un negocio arriesgado— dije, con mi voz más baja pero intensa. —Pero piensen en lo que pueden ganar a largo plazo. Mi influencia en el mercado es sólida. Puedo asegurarles un flujo constante de mercancía, y eso vale mucho más que unos pocos miles de dólares—
Ruben me miró con desdén, pero había un destello de interés en su expresión. Era solo cuestión de tiempo. —¿Y si no aceptamos?— preguntó, desafiándome.
—Si no aceptan— respondí, firme. —Encontraré otras formas de mover mi mercancía. Sabemos que el mercado es grande, pero no todos tienen mi red de contactos. Ustedes lo saben—
El ambiente se volvió más tenso, y podía sentir que estaba tocando un punto sensible. Me incliné hacia adelante, manteniendo la mirada fija en ellos. —No soy un hombre que se deja intimidar. La opción de trabajar conmigo es la mejor que tendrán. No se arrepentirán—
Finalmente, Ruben se cruzó de brazos, su expresión cambió lentamente. —Está bien, Diego. Haremos un intento, pero la próxima vez, no seré tan amable—
La victoria se sintió dulce, pero sabía que esto era solo el principio. —Perfecto— respondí, con una sonrisa que no podía ocultar. —Estoy seguro de que no se arrepentirán de esta decisión—
Mientras los rusos asentían, una empleada entró con la bandeja de coñac. Servimos los vasos y brindamos, en un gesto que simbolizaba un nuevo comienzo. Sin embargo, sabía que debía ser cauteloso. En este mundo, las alianzas podían cambiar en un instante.
—Y ahora— dije, mirando a los rusos con una sonrisa confiada. —Como les prometí, los llevaré a mi club. Es el mejor de la ciudad, y quiero que vean lo que significa trabajar conmigo—
Salimos de la sala, con los guardaespaldas siguiendonos de cerca. Mientras caminaba hacia la salida, sentí una mezcla de satisfacción y adrenalina.
Había convencido a los rusos, y eso era solo una muestra de mi poder en el juego...
Al llegar al club, la atmósfera vibraba con energía. La fachada era imponente, y al cruzar las puertas, el sonido de la música envolvió nuestros sentidos. Este lugar era mi refugio, diseñado exclusivamente para ofrecer una experiencia única.
Nos dirigimos a la sala VIP, única y solo hecha para mí donde los vidrios polarizados aseguraban nuestra privacidad. Desde adentro, la vista era espectacular: las luces de la ciudad brillaban como estrellas de un lado, mientras que por el otro se veía todo el lugar y la gente en él, pero nadie podía ver lo que sucedía aquí dentro.
Era mi espacio, un santuario donde los negocios y el placer se entrelazaban.
Me senté junto a Marcos, y los tres rusos tomaron asiento al otro lado del cómodo sofa. La tensión de la reunión anterior comenzaba a desvanecerse, reemplazada por un ambiente más relajado. Una empleada entró, sirviéndonos tragos. El coñac brillaba en los vasos, en un símbolo de celebración y acuerdos.
En ese momento, la puerta se abrió nuevamente, y seis mujeres entraron, cada una con un aire de confianza y elegancia. Se repartieron entre nosotros.
Yo elegí primero a la que más me gustó. Tenía una sonrisa cautivadora y una mirada que prometía complicidad. Mateo también eligió a una, mientras que las restantes se unieron a los rusos, quienes parecían más relajados ahora, disfrutando de la compañía.
La conversación fluyó con facilidad, y aunque mi naturaleza era fría y calculadora, en este ambiente podía permitirme un momento de tranquilidad. Sabía que había tomado las decisiones correctas, y ver a los rusos sonreír mientras levantaban sus copas fue una victoria en sí misma.
La música se mezclaba con las risas, y por un instante, dejé de lado las preocupaciones del mundo exterior. Era un recordatorio de que, aunque el negocio era mi prioridad, también había espacio para disfrutar de los frutos de mi trabajo.
POV RUBY
Esa noche, todo tenía que ser perfecto. Miré mi reflejo en el espejo, ajustando el vestido corto negro que elegí. Era ceñido y elegante, justo lo que necesitaba para sentirme grandiosa. Me puse un blazer blanco grande que contrastaba con la oscuridad del vestido, y las medias veladas de maya acentuaban mis piernas. Completé el look con unas botas altas hasta la rodilla que me daban una postura imponente, me solté mi cabello negro en ondas y me aplique un ligero maquillaje que resaltaba aún mi belleza y mis ojos azules.
Camila, la mayor del grupo, se veía increíble en su vestido rojo. Era sencillo, pero el corte sexy lo hacía destacar. Los tacones del mismo color hacían que sus piernas se vieran interminables, y su confianza era contagiosa. Sabía que ella siempre sabía cómo llamar la atención.
Sofía, en cambio, era más sencilla. Optó por un vestido en un suave rosa palo que le quedaba perfecto, con unos tacones negros que le daban un toque chic. Su estilo era más delicado, pero eso no le restaba encanto. Cada una de nosotras tenía su propio estilo, y esa diversidad nos hacía únicas.
Estábamos afuera del club, y la emoción me recorría.
Sofía me miró con una mezcla de duda y esperanza. —Ruby, ¿estás segura de que podemos entrar?—
Sonreí y saqué mi teléfono. Marqué un número que conocía de memoria. La respuesta fue casi inmediata. —Hola, estamos afuera...—. Colgué y sentí que la adrenalina empezaba a subir.
Camila, siempre curiosa, preguntó quién era.
—Un viejo amigo que trabaja aquí— respondí, intentando sonar casual. No quería que se preocuparan.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y Duvan apareció. Lo saludé con una sonrisa y, sin perder tiempo, nos llevó entre la multitud que llevaba horas esperando.
Me sentía como una reina, y mis amigas me seguían con la misma energía.
Al cruzar las puertas del club, una ola de energía me envolvió como una manta cálida. La música pulsaba a un ritmo vibrante, resonando en el pecho de todos los que estábamos allí. El lugar era enorme, con techos altos y una decoración que combinaba el lujo y la modernidad. Las luces de colores danzaban por las paredes, creando un espectáculo visual que hipnotizaba a los asistentes.
La multitud era abrumadora. Gente de todas partes, cada uno con su estilo único, se movía al compás de la música. Algunos bailaban con fervor, mientras otros charlaban animadamente, sus risas se trataban de elevar por encima del sonido de los beats. Era un crisol de personalidades y energías, donde cada rincón parecía contar una historia diferente.
Este es el tipo de lugar donde los problemas del mundo exterior se desvanecían, y solo quedaba el aquí y el ahora.
Mientras avanzábamos hacia la tercera planta, la multitud se hacía más densa, pero también más vibrante. Una mezcla de risas, conversaciones y el sonido de la música electrónica llenaba el espacio.
La energía era contagiosa; cada paso que daba me hacía sentir más viva.
—¡Chicas, les he guardado ese lugar en la
esquina!— nos señaló al llegar a la tercera planta. —¡Ya vuelvo con sus bebidas!—
—¡Eres un amor, gracias, Duvan!— dije, viéndolo alejarse. Nos escabullimos hacia nuestro rincón. La planta estaba relativamente tranquila, lo que facilitaba nuestra entrada en el ambiente.
Al llegar a una pared que tenia un espejo grandísimo, saqué mi labial para retocarlo. Camila hizo lo mismo, mientras Sofía nos observaba con una sonrisa tímida.
—¿No quieres?— le pregunté, estirándole el labial. Ella negó con la cabeza, pero no podía dejar de sonreír.
—Está bien, vamos— dije, acomodándome el vestido. Me sentía lista para disfrutar de la noche.
Con un último vistazo al espejo, me dirigí hacia la mesa que nos esperaba.
—Venga, chicas, vamos a disfrutar de esta noche— exclamé, sintiendo la emoción burbujear dentro de mí.
Al llegar a la esquina que Duvan nos había reservado, me di cuenta de lo grandioso que era este club. Las paredes estaban adornadas con arte moderno, y el mobiliario era a la vez cómodo y elegante. Las mesas estaban dispuestas de tal manera que podías ver y ser visto, lo que añadía un aire de exclusividad a la experiencia.
Desde nuestra mesa, tenía una vista privilegiada de la pista de baile, donde un grupo de personas se movía en perfecta sincronía. La luz estroboscópica iluminaba sus cuerpos en movimientos fluidos, creando un espectáculo casi hipnótico. Era como si todos compartieran un mismo latido, una conexión inexplicable que solo puede surgir en un lugar como este.
Miré a mi alrededor, observando a mis amigas. Camila lucía emocionada, y Sofía, aunque más reservada, sonreía mientras disfrutaba del ambiente. Sabía que esta noche sería especial, llena de risas, conexiones y recuerdos que atesoraríamos por siempre...
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