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"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

Carta a mis lectores de "Yo solo deseaba ser amada"

Carta a mis lectores de “Yo solo deseaba ser amada”

Hola, queridos lectores.

Soy Priscila Vargas, autora de Yo solo deseaba ser amada, y hoy quiero hablarles desde lo más profundo de mi corazón. Esta carta no es solo una disculpa, sino también una muestra de gratitud, de compromiso y de amor por cada uno de ustedes que ha dedicado tiempo, emoción y atención a esta historia que nació desde un rincón muy íntimo de mi alma.

Como muchos saben, estoy dando mis primeros pasos en el mundo de la escritura y la publicación. Cada palabra que escribo está tejida con emociones, con recuerdos, con sueños y con heridas que se transforman en relatos. Para mí, escribir no es solo crear personajes o construir tramas: es compartir una parte de mí, es abrirme con vulnerabilidad y esperanza. Pero también estoy aprendiendo —a veces con errores— cómo compartir esas historias de forma clara, respetuosa y fiel a lo que quiero transmitir.

Hace poco descubrí que los capítulos que publiqué en Magatoon no pertenecen a esta novela, sino a otra historia que también estoy desarrollando. Fue una confusión que no noté a tiempo, y sé que pudo haberlos desconcertado, confundido o incluso decepcionado. Por eso, quiero pedirles disculpas sinceras. No fue por descuido, sino por falta de experiencia, y estoy aquí para asumirlo con humildad y responsabilidad.

Sé que muchos de ustedes comenzaron a leer Yo solo deseaba ser amada con expectativas, con curiosidad, con el deseo de conectar con una historia que prometía emociones profundas. Y sé que al encontrarse con capítulos que no correspondían, esa conexión pudo haberse roto. Me duele saber que pude haberlos confundido, que tal vez se sintieron desorientados o incluso defraudados. Como autora, me duele haber fallado en algo tan esencial. Como persona, me duele haberlos herido sin querer.

Yo solo deseaba ser amada es una historia muy especial para mí. No es solo un título: es una declaración de lo que muchas veces sentimos en silencio. Es el reflejo de una protagonista que, como muchos de nosotros, solo quiere ser vista, abrazada, comprendida. Esta historia merece ser contada con claridad, emoción y respeto. Y ustedes, como lectores, merecen recibirla con toda su verdad.

Por eso, he decidido comenzar desde el principio. Volver a subir los capítulos verdaderos, los que realmente reflejan el alma de esta novela. Los que fueron escritos con lágrimas, con esperanza, con el deseo de que cada frase les toque el corazón. Estoy revisando cada palabra, cada escena, cada diálogo, para asegurarme de que esta vez todo esté en su lugar. Porque ustedes merecen lo mejor que puedo darles.

Este error me ha enseñado mucho. Me ha mostrado que publicar no es solo escribir, sino cuidar cada detalle, cada presentación, cada momento en que el lector se encuentra con la historia. Me ha enseñado que ser autora implica también saber pedir perdón, saber corregir, saber crecer. Y aunque me siento avergonzada por lo ocurrido, también me siento agradecida por la oportunidad de aprender y mejorar.

Gracias por su paciencia, por su comprensión, por quedarse a pesar de todo. Gracias por leerme, por creer en mí, por acompañarme en este proceso que no solo es creativo, sino profundamente humano. Cada lector que se queda, que apoya, que me da una oportunidad más, es una luz que me anima a seguir escribiendo con más amor, más cuidado y más verdad.

Sé que soy principiante, pero también sé que tengo el corazón puesto en cada palabra. Y eso, creo, es lo que realmente importa. Estoy aquí para seguir aprendiendo, para seguir creciendo, para seguir compartiendo historias que nos acompañen, que nos conmuevan, que nos hagan sentir menos solos.

Yo solo deseaba ser amada volverá a comenzar. Esta vez con sus verdaderos capítulos, con su verdadera voz, con la emoción que siempre quise transmitir. Espero que me acompañen en este nuevo inicio, que se permitan volver a entrar en esta historia con el corazón abierto, y que juntos podamos vivir cada página como si fuera la primera vez.

Con cariño, respeto y gratitud infinita,

Priscila Vargas

Capitulo 1:"La niña invisible"

🌷 Bienvenida a esta historia que merece ser contada con el corazón 🌷

Queridos lectores,

Hoy comienza de nuevo Yo solo deseaba ser amada, esta vez con sus verdaderos capítulos, con la voz que realmente quería compartir con ustedes. Como autora principiante, estoy aprendiendo paso a paso, y aunque cometí un error al publicar contenido de otra novela, lo reconozco con humildad y con el deseo profundo de hacerlo bien.

Gracias por estar aquí, por leer, por acompañarme. Esta historia está hecha de emociones, de heridas, de sueños… y de ustedes. Espero que cada palabra les abrace, les conmueva, y les haga sentir que no están solos.

Con cariño,

Priscila Vargas

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Comenzamos...

El recuerdo más antiguo que guardo de mi vida es el techo gris y agrietado del orfanato.

Estaba tumbada en una cuna de hierro, demasiado grande para mi cuerpo pequeño, y escuchaba cómo la lluvia golpeaba los cristales rotos de las ventanas. El viento se colaba por las rendijas, helando mis huesos, pero nadie venía a cubrirme con una manta. Nadie me arrullaba, nadie pronunciaba mi nombre.

Crecí entre paredes húmedas y pasillos oscuros donde los gritos eran más comunes que las risas. El director del lugar, al que los benefactores llamaban “un hombre de buen corazón”, no era más que un verdugo disfrazado de cuidador.

Sus botas resonaban contra el suelo de madera como truenos de tormenta, y cada niño se apresuraba a esconderse cuando lo escuchaba venir.

—¡Rápido! —susurraba una de las niñas mayores, tirando de mi brazo para esconderme detrás de una puerta.

—Si nos encuentra jugando, nos pegará otra vez…

Yo apenas entendía lo que ocurría. Tenía cinco años, y mis manos pequeñas temblaban mientras me aferraba a su vestido raído.

Aun así, aunque me protegieran, nunca dejaba de sentir que algo estaba mal conmigo. Como si yo fuese la causa de cada castigo, de cada golpe, de cada noche en la que nos obligaban a dormir sin cenar.

Un día, llegaron unos extraños al orfanato.

Era una pareja elegante, con ropas finas y sonrisas pintadas en el rostro. La mujer me miró con un brillo extraño en los ojos; el hombre, en cambio, parecía cansado, como si estuviera cumpliendo con una obligación.

—Es hermosa… —dijo la mujer, tocándome el cabello oscuro con sus dedos fríos—.

Tiene mis mismos ojos.

No entendí esas palabras hasta mucho tiempo después.

Ese día me sacaron del orfanato. Recuerdo haber mirado atrás por última vez, viendo a los niños que me observaban desde las ventanas rotas. Algunos lloraban en silencio, otros parecían envidiarme. Yo, ingenua, pensé que al fin había llegado mi momento. Que alguien me quería.

Pero la cruel verdad se reveló pronto.

Aquella mujer que me adoptó no era una desconocida bondadosa. Era mi madre biológica, la misma que me había dejado en aquel lugar siendo apenas una recién nacida.

¿Por qué había vuelto por mí? ¿Culpa? ¿Remordimiento? ¿Orgullo? Nunca lo supe con certeza. Lo único que comprendí con el tiempo fue que no me quería. No como a los demás.

Su esposo me trataba con indiferencia, y sus hijos —mis medio hermanos— me recibieron con un odio que no tardó en convertirse en costumbre.

—No eres parte de nosotros —me escupía la mayor cada vez que pasaba junto a mí en el pasillo.

—Bastarda —decía el menor, empujándome contra las paredes del colegio al que asistíamos juntos.

En casa, era la sirvienta disfrazada de hija.

En la escuela, era el blanco de todas las burlas.

Las miradas de desprecio me seguían a cada rincón, como si mi mera existencia contaminara el aire.

Los vecinos admiraban a aquella familia: la consideraban un ejemplo de respeto, tradición y prosperidad. Nadie sospechaba que detrás de las puertas cerradas había una niña excluida, tratada como un insecto repugnante.

Yo.

Cada noche lloraba en silencio, acurrucada en una esquina de mi cama, repitiendo las mismas palabras en mi cabeza:

"Yo solo deseaba ser amada…"

Capitulo 2:"El refugio de las palabras"

El tiempo pasó, y yo crecí como una sombra dentro de aquella casa donde jamás me sentí parte de nada.

Mi madre biológica apenas me dirigía la palabra. Sus ojos, que tanto se parecían a los míos, eran espejos fríos que me recordaban cada día que yo no era digna de su amor. Su silencio pesaba más que los insultos de mis hermanos, porque en él se escondía la confirmación de lo que siempre temí: para ella, yo no existía.

La rutina en la escuela no era distinta.

Los pasillos repletos de risas nunca me pertenecieron.

Mientras mis hermanos eran populares, admirados por sus compañeros y profesores, yo era la mancha que nadie quería ver.

—¿Qué hace aquí? —decían las chicas al verme entrar en el aula, cubriéndose la boca para reír.

—Debería volver al basurero de donde salió —añadía otra, fingiendo compasión en su voz.

Me sentaba en el último pupitre, intentando hacerme invisible. Bajaba la cabeza, fingía escribir en mis cuadernos, y rezaba en silencio para que las horas pasaran pronto. Pero la crueldad siempre encontraba la manera de alcanzarme: papeles arrugados que caían sobre mi mesa, libros que desaparecían de mi mochila, risas sofocadas cada vez que intentaba participar en clase.

Un día, mientras almorzaba sola en un rincón del patio, uno de mis hermanos se acercó acompañado de sus amigos. Me arrancaron el pan de las manos y lo lanzaron al suelo.

—Mira, la basura come basura —dijo él, y las carcajadas explotaron alrededor.

Quise recoger mi comida, pero uno de los chicos la aplastó con el pie antes de que pudiera tocarla. Mis manos temblaban, mis labios se mordían para no llorar frente a ellos. Aprendí pronto que mostrar lágrimas era darles una victoria.

Así se fue moldeando mi corazón: herida tras herida, desprecio tras desprecio.

Pero en medio de todo ese dolor encontré algo que se convirtió en mi salvación: los libros.

La primera vez que tuve uno en mis manos fue por accidente. Había quedado castigada después de clases, limpiando la biblioteca del colegio. Entre los estantes polvorientos, mis dedos se detuvieron en una novela de fantasía con una portada descolorida: un castillo envuelto en llamas, un caballero de ojos tristes y un dragón surcando el cielo.

Esa noche, escondida bajo las mantas, abrí sus páginas y me sumergí en un mundo donde los débiles podían convertirse en héroes, donde los despreciados hallaban su lugar, donde la magia era real.

Leí hasta que mis ojos se cerraron por el cansancio, y al día siguiente volví a buscar más.

Pronto, cada libro se convirtió en una puerta secreta que me alejaba de mi cruel realidad.

Mientras mis hermanos me humillaban, yo pensaba en princesas que vencían su destino.

Mientras mi madre me ignoraba, yo me imaginaba siendo una hechicera con un poder oculto que nadie podía aplastar.

Los pasillos grises del colegio se transformaban, en mi mente, en pasadizos encantados.

Era irónico.

Cuanto más sufría en mi vida, más fuerte era mi necesidad de sumergirme en aquellas historias.

Las palabras me abrazaban de un modo que nadie más lo hacía.

Y, en secreto, comencé a soñar con algo imposible: despertar un día y descubrir que ya no pertenecía a este mundo de edificios fríos y corazones vacíos.

Ese deseo se repetía en mis noches de insomnio, como un hechizo silencioso:

"Si este mundo no me quiere… entonces quiero renacer en otro, donde al fin alguien me ame."

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