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Entre Luces De Seúl

Encuentro en Bukchon

El sol de primavera acariciaba los tejados curvos del Bukchon Hanok Village, pintando las tejas de un rojo cálido que contrastaba con las paredes blancas y los detalles en madera oscura. La brisa ligera traía consigo el aroma a azahar y a incienso, mientras los turistas paseaban por las estrechas calles empedradas, capturando fotos y admirando la belleza atemporal de aquel barrio tradicional. Entre ellos, Sora Kim ajustaba con cuidado el lente de su cámara, buscando el ángulo perfecto para capturar la simetría de una antigua casa hanok, con su tejado curvo y ventanas de papel translúcido que reflejaban la luz de la mañana.

Sora, de 22 años, era una joven creativa y apasionada por la fotografía urbana y la arquitectura tradicional. Su sonrisa encantadora contrastaba con su carácter impulsivo y su energía contagiosa. Vivía en Bukchon Hanok Village, rodeada por la historia y la belleza de aquel lugar que tanto le inspiraba. Con su cabello oscuro en ondas sueltas y su ropa sencilla, pero con estilo, parecía una parte más del escenario que ella misma buscaba capturar.

Mientras ajustaba el encuadre, el murmullo de turistas se mezclaba con el canto lejano de un vendedor ambulante que ofrecía hotteok, el dulce pan relleno de azúcar y nueces. La escena era idílica, casi de postal, hasta que un pequeño incidente cambió el ritmo del momento.

De repente, un ruido seco, como un golpe sordo, resonó en el callejón cercano. Sora giró rápidamente, sorprendida. A unos pasos, un joven corría con agilidad, esquivando a los peatones con movimientos precisos y veloces. Vestía una chaqueta negra ajustada, una gorra baja que cubría parte de su rostro y una mochila cruzada de aspecto resistente. Sus ojos oscuros, intensos y llenos de urgencia, se cruzaron con los de Sora por un segundo, como si compartieran un código secreto. La confusión y la curiosidad la invadieron al instante.

—¡Jiwoo! —gritó una voz masculina, proveniente de detrás del joven.

El nombre resonó en su mente como un eco familiar, pero no logró ubicarlo en ese momento. La figura en fuga parecía la de alguien que había conocido en el instituto, en aquellos días en que la vida parecía más simple y el mundo, aún inocente.

Sora, movida por la curiosidad y un instinto que no podía explicar del todo, decidió seguirlo. La calle estrecha se doblaba hacia una callejuela más oculta, donde los antiguos hanok se alineaban como guardianes silenciosos del pasado. La sombra de los árboles y el aroma a madera envejecida creaban un ambiente casi místico, como si el tiempo se detuviera allí.

El joven dobló la esquina con rapidez, y en ese momento Sora alcanzó a verlo detenerse frente a una puerta de madera tallada con dragones en relieve. Sin pensarlo demasiado, ella aceleró el paso y giró la esquina justo cuando él giraba para encararla.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó, sorprendido, con una voz que parecía más cansada que molesta.

Sora, con su respiración entrecortada, intentó sonar natural.

—No… bueno, sí. ¿Estás bien? ¿Qué pasa?

El joven la miró con una mezcla de desconfianza y sorpresa, evaluando si podía confiar en ella en ese momento. Sus ojos oscuros se entrecerraron, y por un instante, parecía que iba a decir algo, pero, en cambio, solo asintió lentamente.

—No deberías estar aquí —señaló con un tono bajo, casi como un susurro.

Antes de que pudiera responder, un par de hombres vestidos con trajes oscuros aparecieron al fondo del callejón, caminando con paso firme y decidido. La presencia de ellos era imponente, y la tensión en el aire creció en un instante. La escena parecía sacada de una película de espionaje.

Jiwoo, sin perder tiempo, tomó la mano de Sora y la arrastró hacia el interior de la casa. La puerta de madera se cerró con un suave, pero firme golpe, y en segundos, un panel oculto en la pared fue activado con un clic. La pared se deslizó, revelando una sala que parecía sacada de una película de ciencia ficción: pantallas de múltiples tamaños cubrían las paredes, cables y servidores parpadeaban con luces intermitentes, creando un ambiente de alta tecnología y clandestinidad.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Sora, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho.

Jiwoo, con una expresión seria, respondió sin vacilar:

—Mi refugio. Y ahora, también, el tuyo.

Su rostro, que parecía frío y calculador, mostraba en ese momento una chispa de vulnerabilidad y protección. La joven, aún sorprendida, observó a su alrededor. La sala estaba llena de tecnología avanzada, con pantallas mostrando líneas de código, mapas digitales y datos en tiempo real. A simple vista, parecía un centro de operaciones clandestino.

—¿Quién eres? —preguntó Sora, intentando comprender la situación.

Jiwoo se volvió hacia ella, sus ojos intensos brillando con una determinación que no admitía dudas. Era un hombre de unos 24 años, con una belleza fría y una mirada que parecía penetrar en el alma. Su cabello oscuro, ligeramente despeinado, enmarcaba un rostro en el que se podía notar la inteligencia y la reserva. Su complexión era delgada pero fuerte, y su postura denotaba confianza y control.

—Me llamo Jiwoo Han —dijo simplemente—. Soy un hacker ético, experto en ciberseguridad. Y tú, no deberías haber visto esto.

Sora frunció el ceño, confundida pero intrigada.

—¿Hacker ético? ¿Qué significa eso?

—Significa que uso mis habilidades para proteger a las personas, para luchar contra las amenazas digitales y físicas que acechan en las sombras. Pero también significa que tengo enemigos que no quieren que la verdad salga a la luz.

La joven lo miró con una mezcla de incredulidad y respeto. La imagen de aquel chico que recordaba de los días de instituto, más joven y despreocupado, ahora se transformaba en alguien que parecía tener un peso enorme en sus hombros.

—Creo que tengo que irme—dijo Sora un tanto nerviosa

—Me temo que eso no será posible.

—no tengo nada que ver con esto, ¿por qué debería quedarme? —preguntó con sinceridad.

—Porque tú, sin saberlo, estás en medio de esto. La tecnología que tienes en tu cámara y en tu teléfono puede ser la clave para algo mucho más grande de lo que imaginas.

Sora se quedó en silencio unos segundos, procesando toda aquella información. La luz de las pantallas reflejaba en sus ojos, que ahora brillaban con una mezcla de determinación y curiosidad.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó, con la voz firme.

Jiwoo la miró con una sonrisa leve, que parecía más una máscara que una expresión de alegría.

—Primero, debes quedarte aquí. Y después, te explicaré todo. Pero recuerda: en este mundo, la confianza es un lujo que pocos pueden permitirse.

Y así, en aquel refugio secreto entre las casas tradicionales del Bukchon Hanok Village, dos vidas se cruzaron en un momento que cambiaría sus destinos para siempre. La primavera seguía su curso afuera, mientras dentro, la historia apenas comenzaba a escribirse.

El código invisible

La casa Hanok por fuera parecía tradicional, con sus tejados curvos y puertas de madera tallada, pero por dentro era un santuario tecnológico. Sora caminaba lentamente por la sala, observando las pantallas encendidas, los cables que serpenteaban por el suelo como raíces digitales, y los servidores que zumbaban con una energía constante. El contraste era surreal: tradición por fuera, revolución por dentro.

Jiwoo se movía con precisión entre los equipos, sus dedos volando sobre el teclado como si fueran parte del sistema. Vestía una camiseta gris ajustada que dejaba ver la musculatura marcada de sus brazos, fruto de años de tensión y entrenamiento. Su rostro, iluminado por el resplandor de las pantallas, mostraba concentración absoluta. La cicatriz sobre su ceja izquierda parecía más pronunciada bajo esa luz azulada.

Sora se sentó en un futón bajo, aun procesando lo que veía. Su chaqueta estaba empapada por la lluvia que había comenzado a caer afuera, y su cabello, ahora suelto, caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos, grandes y oscuros, recorrían cada rincón del refugio con una mezcla de asombro y temor.

—¿Quién eres realmente? —preguntó ella, rompiendo el silencio.

Jiwoo no levantó la vista del monitor.

—Jiwoo Han. Hacker ético. O eso era antes de descubrir que el sistema que protegía estaba podrido.

—¿Y por qué te persiguen?

Jiwoo proyectó un archivo en la pared. Era un esquema de una red de vigilancia secreta, conectada a una corporación llamada Daesan Tech. Líneas rojas conectaban servidores, cámaras, y perfiles de ciudadanos. En el centro, un símbolo: una espiral digital rodeada por caracteres coreanos.

—Descubrí que están usando inteligencia artificial para manipular elecciones, controlar medios y rastrear ciudadanos. Todo disfrazado de innovación tecnológica.

Sora se acercó, con el corazón latiendo más rápido.

—¿Y qué tiene que ver conmigo?

Jiwoo giró lentamente hacia ella. Sus ojos se clavaron en los suyos, intensos, como si buscaran algo más que respuestas.

—Tu cámara captó algo que no debía. Una transacción entre dos ejecutivos. Si ellos saben que tienes esa foto, te buscarán. Y no para hacerte preguntas.

Sora sintió un escalofrío. Sacó su cámara de la mochila y revisó las últimas imágenes. Allí estaba: un hombre entregando un chip a otro, justo detrás de Jiwoo, en el callejón. El rostro del receptor estaba parcialmente cubierto, pero el gesto era claro. Algo ilegal. Algo importante.

—¿Qué se supone que debo hacer?

Jiwoo sonrió por primera vez. Fue una sonrisa leve, pero sincera.

—Nos aliamos. Tú tienes el ojo. Yo tengo el código.

Sora lo miró con intensidad. Algo en su pecho se agitaba, no solo por el peligro, sino por la cercanía de Jiwoo. Por la forma en que la miraba. Por los recuerdos que comenzaban a despertar.

—¿Recuerdas el club de robótica? —preguntó ella, casi en un susurro.

Jiwoo se detuvo. Su expresión cambió.

—Claro que lo recuerdo, Sora. Tú eras la única que venía a ver mis presentaciones, aunque no entendieras nada de circuitos.

Sora sorprendida de que él la recuerde —Pensé que no me recordabas—le dijo

—Yo pensé que no entendías nada de tecnología—dijo ignorando su comentario

—Mentira. Entendía más de lo que creías. Solo fingía para que me explicaras.—respondió Sora, dejándolo pasar.

Jiwoo rio suavemente. Se sentó junto a ella en el futón, más cerca de lo que esperaba.

—¿Por qué nunca dijiste nada?

—¿Y tú? —replicó Sora.

El silencio que siguió fue denso, cargado de memorias no confesadas. De miradas robadas en pasillos, de mensajes que nunca se enviaron, de promesas que quedaron en el aire.

—Siempre pensé que eras demasiado brillante para mí —dijo Jiwoo finalmente.

—Y yo pensaba que eras demasiado misterioso para mí —respondió Sora.

Ambos se miraron. La tensión entre ellos era palpable. No solo por el peligro que los rodeaba, sino por la historia que los unía.

Jiwoo se levantó y caminó hacia una de las pantallas. Tecleó algo y apareció una imagen: el chip que Sora había fotografiado. Lo amplió, revelando un patrón grabado en su superficie.

—Este chip no es común. Tiene una arquitectura cuántica. Lo que significa que puede procesar datos a una velocidad que ninguna IA convencional puede alcanzar.

—¿Y qué contiene?

—Eso es lo que vamos a descubrir.

Jiwoo conectó la imagen a un simulador. La pantalla parpadeó. Códigos comenzaron a aparecer, como si el chip estuviera vivo. Sora se acercó, fascinada.

—Es hermoso —susurró.

—Es peligroso —respondió Jiwoo.

De pronto, una alerta apareció en la pantalla. Una señal rastreada. Alguien había detectado la imagen del chip. Jiwoo maldijo en voz baja.

—Tenemos que movernos. Este lugar ya no es seguro.

Sora se levantó de golpe.

—¿A dónde vamos?

—A Myeongdong. Hay alguien que puede ayudarnos. Un vendedor callejero que presenció la transacción. Lo rastreé por su cuenta de delivery. Vende ramyeon con kimchi casero.

Sora lo miró con incredulidad.

—¿Un hacker rastreando vendedores de ramyeon?

—Bienvenida a mi mundo.

Jiwoo apagó las pantallas y guardó el equipo esencial en una mochila. Se acercó a Sora y le tendió una chaqueta impermeable.

—Te vas a mojar.

Ella la aceptó, rozando sus dedos. El contacto fue breve, pero suficiente para encender algo.

—Gracias —dijo ella.

—Por ahora, solo confía en mí.

Sora asintió. Mientras salían por la puerta trasera, la lluvia comenzaba a intensificarse. Jiwoo la cubrió con su cuerpo mientras caminaban por las calles estrechas de Bukchon. El mundo parecía más oscuro, más peligroso. Pero entre ellos, algo brillaba. Algo que ni los algoritmos podían predecir.

Ramyeon bajo la lluvia

La noche cayó sobre Seúl con una lluvia suave, casi melancólica. Las gotas resbalaban por los faroles de neón que iluminaban Myeongdong, reflejándose en los charcos como fragmentos de luz líquida. Jiwoo y Sora caminaban entre puestos callejeros, esquivando paraguas y aromas tentadores. El plan era simple: encontrar al vendedor que había presenciado la transacción del chip.

Sora llevaba una chaqueta impermeable azul marino que contrastaba con su piel clara. Su cabello, ahora suelto, se pegaba ligeramente a sus mejillas por la humedad. Jiwoo caminaba a su lado, con la capucha de su sudadera negra levantada. Su mirada se movía con precisión, escaneando rostros, gestos, movimientos. Parecía un cazador en terreno conocido.

—¿Seguro que está aquí? —preguntó Sora, con voz baja.

—Lo rastreé por su cuenta de delivery. Vende ramyeon con kimchi casero. Su carrito aparece en esta zona cada noche, justo antes de las diez.

El aroma los guio hasta una esquina donde una lona roja cubría un carrito de acero. Un hombre mayor, de rostro amable y manos curtidas, los recibió con una sonrisa.

—¿Ramyeon para dos?

Jiwoo asintió. Se sentaron en dos bancos bajos, bajo la protección de la lona. La lluvia golpeaba el plástico con un ritmo constante, como si marcara el tiempo de una conversación inevitable.

Mientras comían, Sora observaba los gestos del vendedor. Jiwoo le mostró discretamente una foto del chip en su teléfono.

—¿Reconoce esto?

El hombre palideció. Su mano tembló ligeramente al servir el caldo.

—No aquí —dijo en voz baja—. Vengan mañana al mercado de Gwangjang. Hay alguien que sabe más. Pero deben tener cuidado. Los que manejan eso… no perdonan errores.

Sora saboreó el caldo picante. El vapor le calentaba el rostro, pero no podía ignorar el escalofrío que le recorría la espalda. Jiwoo la miraba con ternura, como si intentara leer sus pensamientos.

—Nunca pensé que compartir ramyeon bajo la lluvia sería parte de una misión —dijo él, con una sonrisa leve.

—Nunca pensé que un hacker me salvaría la vida —respondió ella.

Sus manos se rozaron al tomar los palillos. El contacto fue breve, pero suficiente para encender algo. Jiwoo no apartó la mano. Sora tampoco.

—¿Recuerdas el festival de primavera en el instituto? —preguntó ella, sin mirar directamente.

Jiwoo asintió.

—Claro. Tú bailaste con ese chico de tercero. Yo estaba en la cabina de sonido, fingiendo que no me importaba.

—Y yo fingía que no te buscaba entre la multitud.

Ambos rieron, pero había una tristeza en sus voces. Una nostalgia que pesaba más que la lluvia.

—Siempre pensé que eras inalcanzable —dijo Jiwoo.

—Y yo pensaba que eras invisible. Hasta que me di cuenta de que eras el único que me miraba como si realmente me viera.

El silencio que siguió fue íntimo. La lluvia se intensificó, pero ellos no se movieron. En medio del caos, algo nacía entre ellos: deseo, peligro, conexión.

Jiwoo se inclinó ligeramente hacia ella.

—Sora…

Ella lo miró. Sus ojos brillaban con la luz de los faroles, y sus labios estaban entreabiertos, como si esperaran una confesión.

—¿Qué? —susurró.

—Si esto fuera otro momento… si no estuviéramos huyendo…

—¿Me besarías?

Jiwoo no respondió con palabras. Se acercó lentamente, como si cada centímetro fuera una decisión. Sus labios se encontraron con los de Sora en un beso suave, cargado de años de espera. Fue lento al principio, luego más profundo, más urgente. La lluvia los rodeaba, pero ellos estaban en su propio universo.

Cuando se separaron, Sora apoyó su frente en la de Jiwoo.

—Nunca imaginé que el chico del club de robótica besara así.

—Nunca imaginé que la fotógrafa estrella me dejaría hacerlo.

Ambos rieron, y el sonido fue como un bálsamo en medio de la tormenta.

El vendedor los observaba con una mezcla de ternura y preocupación.

—Mañana, Gwangjang. Pero vayan con cuidado. Hay ojos en todas partes.

Jiwoo pagó en efectivo, dejando una propina generosa. Tomó la mano de Sora y la guio por las calles mojadas, buscando un taxi que los llevara de regreso a Bukchon.

En el trayecto, Sora apoyó su cabeza en el hombro de Jiwoo. Él la rodeó con el brazo, protegiéndola del frío. No hablaron. No hacía falta.

Al llegar al refugio, se quitaron las chaquetas empapadas y se sentaron en el futón. Jiwoo encendió una lámpara tenue. La luz cálida contrastaba con el azul de las pantallas apagadas.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Sí. Pero tengo miedo.

—Yo también. Pero contigo… es diferente.

Sora se acercó. Sus dedos rozaron la mejilla de Jiwoo, aún húmeda por la lluvia. Él la tomó por la cintura, y sus labios se encontraron de nuevo. Esta vez, el beso fue más largo, más profundo. Sus cuerpos se acercaron, buscando calor, buscando respuestas.

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