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Fuego En La Tormenta

Presentación de Fuego en la Tormenta

Tras los acontecimientos de Curvas del Destino, el destino de los Ling sigue entrelazado con pasiones, secretos y decisiones que pondrán a prueba el verdadero poder del amor.

Lina, ahora Lina Ling Shao, vive una nueva etapa al lado de Luzbel.

Su vida de casados no está exenta de desafíos, pero juntos descubren que el amor también se construye día a día, enfrentando sombras del pasado y aprendiendo a sostenerse en medio de la calma y el caos.

Pero esta no es solo su historia.

Es la historia de Daniela Ling y Alexander Meg.

Ella, la carismática heredera que siempre pareció tenerlo todo.

Él, el hombre fuerte y leal, amigo inseparable de Luzbel, pero con cicatrices que guarda en silencio.

Entre ellos arde un fuego que desafía todas las reglas. La pasión y la ternura se mezclan con el peligro, porque no basta con amar… también hay que luchar para poder estar juntos.

Sin embargo, no todo será entrega y esperanza: una traición inesperada convertirá la historia en tormenta, cambiando la vida de Daniela para siempre y llenando su corazón de resentimiento y dolor.

En medio de muertes inesperadas, nuevos personajes que alterarán cada rumbo y el regreso de figuras del pasado que harán temblar los cimientos de todo lo que creías conocer, Fuego en la Tormenta se alza como una novela donde la acción, el romance y el drama se funden en un torbellino imposible de detener.

¿Podrá el amor sobrevivir a la tormenta más feroz?

¿O las llamas de la traición arrasarán con todo lo que Daniela y Alexander han construido?

Fuego en la Tormenta es la apasionante secuela de Curvas del Destino, una historia donde la fuerza de los sentimientos se mide contra la oscuridad del poder, la mentira y la pérdida… y donde cada decisión puede ser la última.

Protagonistas:

DANIELA LING: Protagonista principal de esta novela

ALEXANDER MEG: Protagonista principal de esta novela.

LINA LING Y LUZBEL SHAO: Hermana de nuestra protagonista y Amigo de nuestro protagonista, (Actualmente son esposos)

BELIAN SHAO: Hijo de Lina y Luzbel, sobrino de Daniela.

📢✨ Aviso importante para todos mis lectores ✨📢

Mi nueva novela “Fuego en la Tormenta” ya está aquí 🔥⛈️

Pero quiero contarles algo muy especial:

Para poder disfrutar plenamente de esta historia llena de amor, acción, giros inesperados y traiciones, es fundamental leer primero mi novela “Curvas del Destino”. 💖

¿Por qué?

Porque en Curvas del Destino conocerán el origen de Lina Song, su transformación en Lina Ling, la amistad con Daniela, el amor con Luzbel y todo lo que dio inicio a los lazos que ahora serán puestos a prueba en Fuego en la Tormenta.

Cada emoción, cada decisión y cada secreto que aparece en esta secuela tiene raíces en la primera parte. Y les prometo que si leen ambas novelas, vivirán la experiencia completa, llena de momentos que les robarán el aliento.

🌹 Curvas del Destino es el comienzo.

🔥 Fuego en la Tormenta es la prueba definitiva de que el amor puede arder incluso en medio del caos.

No se pierdan ninguna parte de esta travesía… ¡porque les va a encantar! 💫

Un abrazo enorme 💕 y espero que disfruten esta historia, mis lectores maravillosos. ✨📖

Atentamente: America Blancas

Cicatrices con nombre y apellido

**CAPÍTULO 1:**Cicatrices con nombre y apellido

(Desde la perspectiva de Daniela Ling)

El cielo estaba nublado, con ese gris extraño que no sabía si quería quedarse en calma o romperse en tormenta.

Lo suficiente para opacar la ciudad, pero no tanto como para justificar la nostalgia de una lluvia.

Y a mí me gustaban los días así: tibios, sin extremos.

Ni el sol sofocante que me obligaba a sonreír como si todo estuviera bien, ni esas lluvias interminables que parecían cantar funerales y me arrastraban a recuerdos que prefería enterrar en lo más hondo de mi memoria.

Estaba tirada en mi sofá, patas arriba, la cabeza colgando hacia el suelo, como si buscara que la sangre se me subiera al cerebro y me ayudara a pensar mejor en mis desastres existenciales.

Las piernas reposaban en el respaldo, mi cabello caía desordenado como cascada oscura sobre la alfombra, y en mis oídos sonaba una canción vieja de Julieta Venegas.

“Yo no sé lo que me pasa, me estoy volviendo a enamorar…”

Suspiré, no porque la letra me partiera el corazón —aunque sí lo hacía un poco— sino por lo irónico que resultaba.

Últimamente, cada canción de amor parecía burlarse de mí.

Como si alguien hubiera contratado a Spotify para recordarme lo patética que podía llegar a ser.

Habían pasado dos meses desde que Lina me reveló la verdad.

Dos meses desde que mi vida dio un giro tan brutal, que aún hoy me costaba procesarlo.

Lina y yo éramos hermanas.

No solo amigas.

No solo cómplices de travesuras.

No solo las que se cuidaban mutuamente de los monstruos de la vida.

Hermanas.

Y aunque lo intuía desde hace tiempo —esa conexión rara entre nosotras no era normal— escucharlo en su voz temblorosa me revolvió por dentro de una manera que nunca olvidaré.

Antes de Lina…

¿Quién era Daniela Ling?

Una chica con una sonrisa lista para cada situación.

Una máquina de frases sarcásticas y carcajadas forzadas.

Una mujer rodeada de lujos, ropa de marca y un apellido con peso.

La que todos creían feliz, popular, con la vida resuelta.

Pero detrás de todo eso había una pared tan alta alrededor de mi corazón, que ni yo misma sabía qué había del otro lado.

Tenía dinero.

Tenía autos de lujo.

Tenía “amigos” que me buscaban para fiestas, favores o contactos.

Y aun así… nunca me sentí tan sola.

Hasta que apareció ella.

Lina.

Tan distinta a mí.

Tan reservada, tan sencilla… tan real.

Nos peleamos al principio —porque claro, yo soy un dolor de cabeza y ella tampoco es santa paloma— pero fue como si de pronto encontrará una pieza de mí que llevaba años perdida.

Me hizo reír cuando no tenía ganas.

Me escuchó cuando nadie más lo hacía.

Me abrazó cuando me rompí por dentro.

Y sin que lo supiera, me enseñó lo que era tener una hermana, aunque todavía no sabíamos que la sangre nos unía.

Recordé con claridad la noche en que me lo confesó.

Sus ojos húmedos, la voz temblorosa que tanto odiaba escuchar porque significaba que había dolor detrás.

“Daniela… tú y yo somos hermanas.”

Y yo, en lugar de gritar o enojarme, empecé a reír.

A reír llorando, porque la vida tiene un sentido del humor tan retorcido que ni Shakespeare lo hubiera escrito mejor.

Rodé sobre el sofá hasta quedar boca abajo, abrazando una almohada como si fuera mi salvavidas.

Pensé en Lina, en su luna de miel en una isla privada con Luzbel —Ese hombre al que yo nunca me cansaré de decir que no merece a mi hermana— y en mi pequeño sobrino, ese bebé hermoso que apenas tenía meses y ya me había robado el corazón.

Me dolía aceptarlo, pero Lina había logrado lo que yo nunca: vencer sus miedos, dejar atrás su dolor y empezar de nuevo.

Y yo… bueno, yo seguía aquí, en el sofá, peleando con canciones cursis y con mi propio corazón.

Y entonces pensé en él.

En Alexander Meg.

El problema con Alexander es que… bueno, es Alexander.

Ese tipo de hombre que no se olvida aunque quieras arrancarlo de tu mente con bisturí.

Misterioso.

Guapo hasta el pecado.

Con esa mirada que parecía arrancarte capas de piel hasta dejarte desnuda por dentro.

Y tan mafioso, tan peligroso, que a veces me preguntaba si debajo de sus trajes de diseñador llevaba un arma escondida… o un poema a medio escribir.

Desde que lo conocí, supe que era un problema.

Un peligro con nombre y apellido.

El tipo de hombre que te atrae, te envuelve… y luego te rompe en pedazos.

Y yo no quería romperme otra vez.

Ya tenía suficientes cicatrices.

Así que me alejé.

Le dije que no lo quería cerca.

Que no lo necesitaba.

Que no me interesaba.

Y tal vez una parte de mí lo creyó de verdad.

Pero otra… otra maldita parte lo recordaba todo.

La tensión en sus mandíbulas cuando alguien me miraba de más.

La forma en que buscaba mis ojos cuando Lina no estaba cerca.

El modo en que me cuidaba desde lejos, como si no quisiera que lo notara…

Pero yo lo notaba.

Siempre lo hice.

Quizás por eso me alejé.

Porque Alexander Meg dolía.

Porque yo soy luz y él… sombras.

Porque yo soy risa y él… silencio.

Porque yo merezco algo mejor.

¿O no?

Fruncí los labios, sintiéndome ridícula por pensar en él otra vez.

Me di una palmada en la frente y susurré:

—Tonta. Supéralo, Ling.

Justo cuando iba a cambiar de canción, mi celular vibró en la mesa.

Lo tomé sin muchas ganas, pero al ver el nombre en la pantalla, una sonrisa automática se dibujó en mis labios.

Lina.

Abrí el mensaje.

**MSJ de Lina :**“Bebé, ya falta solo una semana para volver. Te extraño como loca. Y sí, Luzbel no me dejó tener despedida de soltera, pero apenas llegue, tú y yo tendremos una noche de chicas sí o sí. Prepárate.”

Solté una carcajada solitaria, de esas que te hacen sentir idiota pero también te calientan el pecho.

Extrañaba su presencia, su voz, a mi sobrino, nuestras rutinas de sarcasmos y confidencias.

Pensé en Luzbel y rodé los ojos.

No es que lo odie —aunque ganas no me faltan—, pero sigo convencida de que no está a su altura.

Aunque, para ser justos, nadie lo está. Lina es demasiado para cualquiera.

Cerré los ojos un momento, dejando que la canción de fondo me envolviera.

“Y aunque me duela, tengo que decir adiós…”

Me quedé callada, con la voz de Julieta resonando en mi cabeza.

—¿Adiós a qué, Dani? —me pregunté en voz baja.

¿Adiós a mi antigua vida?

¿A mis miedos?

¿A las paredes que me construí para no dejar entrar a nadie?

¿O… adiós a Alexander?

No lo sabía.

Lo único que tenía claro era que esa semana iba a parecer eterna.

Porque, aunque no me atreviera a admitirlo en voz alta, la verdad era simple:

No solo extrañaba a mi hermana.

También lo extrañaba a él.

A ese hombre que era cicatriz y tormenta, y que llevaba nombre y apellido tatuado en mi memoria: Alexander Meg.

Y si el destino es tan cruel como creo, tarde o temprano, volverá a ponerlo frente a mí.

Y cuando eso pase… ni el cielo nublado ni las canciones tristes podrán salvarme de lo inevitable.

Entre fuego y sombras

CAPÍTULO 2: Entre fuego y sombras.

(Desde la perspectiva de Alexander Meg)

El silencio de la Boca del Dragón era solo una ilusión.

Un silencio calculado, frío, medido al milímetro.

Bajo sus paredes reforzadas, cámaras térmicas y sistemas de defensa de última generación, cada movimiento seguía un patrón de precisión militar.

Hasta los cargadores que arrastraban paquetes sellados parecían piezas de un engranaje perfecto, ignorantes de que cada bulto contenía más dinero que muchos podrían gastar en varias vidas: cocaína pura, lista para cruzar fronteras sin dejar rastro.

Yo… solo supervisaba.

Mi sombra se deslizaba entre mapas digitales, informes de producción y armas desarmadas.

Me apoyé contra el frío escritorio de acero, la humedad del lugar pegándose a mi piel como si supiera que no podía escapar del peso que llevaba en el pecho.

—Número veintiuno en posición —informó uno de los escoltas, con la voz firme, pero ligeramente nerviosa.

Asentí sin mirarlo.

Mi vista estaba fija en la ruta de distribución digital, pero mi mente… mi mente estaba en otro lugar.

En ella.

Daniela Ling.

Cada pensamiento que tenía sobre ella me cortaba más que cualquier balazo que había esquivado en mi vida.

La mujer que, con una sonrisa burlona y esos ojos que parecían desarmar cualquier armadura, había desmantelado cada defensa que había construido alrededor de mi corazón.

La mujer que me recordaba, a cada instante, lo roto que estaba.

—¿Meg? ¿Autorizamos el punto de extracción? —preguntó otra vez el escolta, acercándose con cautela.

Mi mandíbula se tensó.

—Sí. Procedan.

Se alejó sin mirar atrás, sin preguntarme más, y yo no le di importancia.

En este mundo, saber demasiado sobre alguien es cavar su tumba antes de tiempo.

Dos meses.

Dos malditos meses desde que Daniela me dijo que se había alejado de mí porque no podía mirarme sin ver en mí la sombra que había ayudado a Lina a desaparecer de la vida que conocía.

Desde aquel beso que creí eterno.

Desde esa noche que pensaba que todo podría ser diferente.

La recuerdo perfectamente.

Era tarde, Lina no estaba en el departamento, el bebé respiraba entre sus brazos como si no hubiera nada malo en el mundo, y nosotros… solos.

Su sonrisa iluminaba la habitación como un pequeño incendio, y yo… yo temblaba, sin poder creer que podía sentir algo tan profundo por alguien bueno, real, que no tenía nada que ver con mi mundo de armas, traiciones y sangre.

La besé.

Con desesperación, con miedo, con la necesidad de saber que existía algo puro para mí en este mundo.

Y justo cuando parecía rendirme a lo que sentía… ese maldito celular sonó.

—Extraño como me penetrabas, Alex… —la voz ronca y vulgar de una prostituta de la ciudad B.

El tiempo se detuvo.

Daniela se quedó congelada, yo también.

No pude apagar el teléfono a tiempo.

No pude decir nada.

Y lo peor… lo peor fue el silencio que siguió.

Ella me miró.

Con asco.

Con decepción.

Con esa rabia silenciosa que duele más que los gritos.

Cerró la puerta del cuarto de Lina con un portazo.

Y no volvió a hablarme desde entonces.

Porque Daniela Ling es una dama.

Y yo… soy el pecado puro.

He vivido entre armas, cocaína, traiciones y muerte.

He sido leal solo a una persona: Luzbel Shao.

Si algún día algo me saca de este mundo, será por protegerlo a él… o por protegerla a ella.

Aunque sé que nunca fui suficiente para Daniela.

Aunque me parta el alma admitirlo.

La dejaré ir.

Buscará a alguien más.

Alguien que le escriba poemas, que la lleve a cenas sin mirar por encima del hombro, que no tenga sangre en las manos ni cuerpos enterrados bajo su historia.

Yo solo puedo darle un mundo de sombras.

Y ella merece luz.

El celular vibró en mi bolsillo.

No contesté al instante.

Estaba en medio de una condena autoimpuesta: el equilibrio entre el deber y el deseo.

Pero al ver el nombre en la pantalla… no tuve opción.

Luzbel Shao.

Deslicé el dedo y leí:

**MSJ de Luzbel: **“En una semana regresamos. Ten preparada a Sofía. Voy a hacerla rogarme que la mate. No me importa cuánto tiempo tome. Por su culpa no estuve para Lina, no vi cómo crecía mi hijo en su vientre. Y eso tiene que pagarlo.”

Apagué la pantalla.

Me quedé ahí, inmóvil.

La imagen de Sofía me vino a la mente: la mujer encerrada, temblando en una habitación blindada en la Boca del Dragón.

Vestida como princesa de diseñador, pero sin maquillaje, sin aliados, sin mentiras que sostener… salvo las que Luzbel no dejaba que cayeran.

Y me dio lástima.

Porque conozco a Luzbel.

Y cuando dijo que la haría rogar por la muerte… no era metáfora.

Para él, el pasado no importa.

Ni los años.

Ni siquiera el hecho de que ella mintiera para sobrevivir.

Le arrebató a Lina la oportunidad de vivir la maternidad de su hijo como merecía.

Y eso, para Luzbel… era peor que cualquier traición.

Apreté los puños, cerrando los ojos.

—Sofía… no tienes idea del infierno en el que despertaste —murmuré, para nadie—.

Porque cuando Luzbel regrese, el infierno será testigo de algo peor que él.

Y yo… Alexander Meg… segundo al mando del imperio Shao, no podré detenerlo.

Mi respiración se aceleró.

El frío de la humedad parecía calar hasta los huesos, y aun así sentía un calor abrasador en el pecho.

Recordé otro momento con Daniela.

La última vez que nuestras manos se rozaron accidentalmente.

Su risa.

Sus quejas burlonas, esos sarcasmos que me volvían loco.

Y cómo, incluso en su enojo, había algo que me hacía sentir que podía existir algo más que la oscuridad que siempre nos rodeaba.

Pero no podía permitirlo.

No mientras Luzbel estuviera vivo, no mientras mi lealtad me exigiera estar a su lado.

Y, sobre todo, no mientras ella mereciera un mundo que yo nunca podría darle.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un ruido metálico: un paquete mal cerrado cayó al suelo y uno de los cargadores murmuró un insulto.

Caminé hasta allí sin mirar a nadie, tomé el paquete y lo volví a colocar en su sitio con movimientos firmes.

Cada sonido, cada respiración contenida en ese lugar era un recordatorio de que incluso en medio de la riqueza y el poder, todo podía derrumbarse en segundos.

Y allí estaba yo, atrapado entre lo que era y lo que deseaba.

Entre la lealtad y el deseo.

Entre el pecado y la luz que Daniela representaba.

El eco de su nombre resonó en mi cabeza, y por un instante sentí que podía arrancarme el corazón para protegerlo de mí mismo.

Porque ella nunca pediría mis sombras.

Nunca querría un hombre como yo.

Y aun así, cada fibra de mi ser la quería.

Un día más, me dije.

Un día más para mantener el control.

Un día más antes de que la tormenta se desatara.

Porque sabía que, tarde o temprano, el fuego que sentía por Daniela y la oscuridad que me rodeaba chocarían.

Y cuando lo hicieran… nada ni nadie sobreviviría igual.

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