Hola a todos mis queridos lectores.
Antes que nada, quiero agradecerles de todo corazón el apoyo que me dan. Es un verdadero privilegio saber que dedican su tiempo a sumergirse en mis historias. Su entusiasmo y apoyo me llenan de alegría y me dan la motivación que necesito para seguir escribiendo.
Hoy les traigo una historia muy especial, distinta a todo lo que he publicado hasta ahora, y espero de verdad que la reciban con el mismo cariño.
Quiero advertirles de antemano que este relato aborda temas profundos y sensibles. Si creen que esto puede afectarles, les pido que, por favor, dejen la lectura aquí.
Recuerden que esta historia es completamente ficticia. No busco incitar a ninguna conducta ni ir en contra de la moralidad.
Para no perderse ningún capítulo y estar al día con las actualizaciones, les invito a seguirme y a darle "me gusta" a la historia.
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Con mucho cariño,
Mari.
Hubo un tiempo en que dos ciudades, Sodoma y Gomorra, cayeron en un abismo profundo lleno de depravación. Sus pecados eran tan grandes que la furia divina del Todopoderoso las consumió en un castigo tan ardiente como la lujuria que las había corrompido. Esa parte de la historia antigua, era un eco lejano de un pasado legendario...
Pero a veces las leyendas renacen. Y en el corazón de nuestra ciudad, un templo del placer se eregía entre los grandes rascacielos: La nueva "Sodoma y Gomorra" Se trataba de una especie de santuario clandestino lleno de éxtasis, adrenalina y muchos secretos. Era un refugio donde solo la élite tenía permitido acceder.
A la luz del sol, su verdadero ser se ocultaba tras la refinada, sencilla y muy discreta fachada de una tienda para adultos, cuyas puertas se abrían cada mañana por cortesía de Ellie, una damisela de rostro angelical y voz dulce con una capacidad voraz de persuasión que atraía a mas y mas almas curiosas. Su labor era de devoción, de compromiso. Donde el descanso es un mito y las horas inciertas.
Sin embargo, cuando la noche cae, y el brillo de la luna acaricia sutilmente las sombras en las calles, las luces neones del lugar se encienden como un faro que invita a quien sea que quiera hacia la tentación, a sucumbir en los deseos mas carnales y pecaminosos del ser humano.
Cuando el gran reloj de la ciudad hace sonar su campana avisando la llegada de la medianoche, las puertas finalmente se cierran y la realidad se disuelve. Lo que ocurre de ahora en adelante dentro del club es un pacto de silencio que dura hasta la tumba. Es por ello que se han creado los mas variados rumores en torno a lo que verdaderamente ocurre en cada rincón de este lugar: algunos hablan de negocios oscuros, de fortunas que cambian de manos; otros, de un festín de vicio con alcohol y drogas sin límites. Y los más atrevidos sugieren que los juguetes en exhibición en la Sex Shop no son solo para la venta, sino para ser usados en espectáculos privados y encuentros eróticos que desafían la imaginación de los profanos. La verdad es que la mente más perversa se quedaría corta ante la cantidad de depravaciones que allí se manifiestaban.
La cuestión en todo esto es: ¿Cómo es que puede existir un lugar asi y a salvo de la ley?
La respuesta lleva el nombre de la mafia, él peor enemigo de la justicia y el orden. Su templo de vicios fue concebido con una intención mas profunda que simplemente buscar diversión y emplear tiempo de ocio de calidad. Era el refugio de las grandes fortunas de los hombres y mujeres de la alta sociedad, famosos, políticos y millonarios que movían los hilos del país con solo un chasquido. De este modo, podrían evadir impuestos y la ley jamás se daría cuenta. Era un delito silencioso, pero muy lucrativo, y era exactamente eso lo que todos buscaban en este club: poder.
Y es aquí cuando una nueva pregunta surge en medio de tanta fascinación: ¿Quién podía ser el autor intelectual de aquel lugar tan asombroso y a la vez tan peligroso? Era un completo enigma, solo se escuchaban chismes de pasillos completamente inciertos. Nadie conocía su rostro, mucho menos su nombre. Probablemente fue algún mafioso de la vieja escuela quien lo fundó. Aunque recientemente, también se hablaba de que posiblemente alguien nuevo había tomado la administración del club.
Y es precisamente debido a este montón de rumores, que la popularidad de Sodoma y Gomorra había ido en un aumento exponencial, captando el interés de varios magnates y personajes...algo curiosos.
Entre ellos estaba Julian, un detective experimentado pero frustrado que sentía una fascinación peligrosa por develar todos los secretos que ahí se guardaban. ¿La razón? Conseguir el puesto de Jefe de su departamento y la validación de sus superiores, quien se negaban a apoyarlo en la locura que planeaba cometer. Pero su orgullo era mas fuerte, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera por desmantelar la mafia...
Era un día como cualquier otro, la campanilla de la puerta de la tienda tintineó, rompiendo el espeso silencio de las tres de la tarde. La luz del sol apenas se colaba por los cristales de la vitrina, iluminando delicadamente el rostro de aquel hombre de expresión dura que habia recién ingresado. Era Julian Vance, o bueno, así se hacía llamar. Su cabello iba perfectente peinado hacia atrás y dejaba una estela de perfume que hacía reaccionar a cualquier mujer que estuviese cerca de él. Tenía la juventud aún tatuada en el rostro, pero con la mirada curtida por la experiencia. Vestía con una elegancia que gritaba dinero. Era el tipo de hombre que te hacía contener el aliento, despertando fantasías prohibidas con solo existir. Sus ojos, inquietos, escudriñaban cada rincón, cada vitrina repleta de consoladores de todas las formas y colores, sin decir ni una sola palabra. Observaba de igual modo las estanterías llenas de las tentaciones más oscuras que pudiesen haber sobre la faz de la tierra.
Notó que tras el mostrador, una dulce y concentrada Ellie cerraba el libro de tapa dura que leía para atenderlo con el entusiasmo con el que solía hablarle a sus clientes.
—Bienvenido, ¿Cómo estás? ¿En que puedo ayudarte?—Su voz era un susurro tierno y puro que no iba en sintonía con su área de trabajo lleno de perversión.
—Buenas tardes —dijo con la voz seca y rasposa, sin inmutarse ante la exhibición.
—¿Buscas algo en particular? Tenemos un catálogo bastante extenso —preguntó Ellie, como parte de su rutina como vendedora—. ¿Es para un regalo o para usted? —prosiguió, con la naturalidad de quien ofrece caramelos—. Poseemos las muñecas más exquisitas y exóticas del mercado. La tecnología que emplean es de alta calidad, son una auténtica maravilla —hizo una pausa, su mirada se detuvo en los atributos del hombre— O, si eres de esos que se inclinan por el placer entre iguales, cualquiera de nuestros consoladores sería una excelente opción.
No—la respuesta se escapó de sus labios a manera de reproche. En ciertas ocasiones era común ver algo de soberbia en la personalidad de Julian, una que procuraba esconder a fin de evitar malos entendidos—No estoy interesado en la mercancia...por los momentos—suavizó el timbre de su voz. Pero sus esfuerzos fueron en vano, pues Ellie respondió ofendida.
—Ah. Entiendo. ¿Entonces para que has venido?—preguntó como parte del protocolo, haciéndose una idea de sus posibles intenciones. Debía estar segura primero, antes de asumir; debía ser muy discreta. No cualquiera podía exigir ser miembro del club.
El hombre se recostó sobre el mostrador, recortando la distancia entre ambos. La separación era peligrosa y a la vez tentadora...para ser la primera vez. Llevaba una sonrisa ladeada, de quien ha logrado su objetivo.
—Quiero entrar a Sodoma y Gomorra—Explicó sin titubeos. Directo al grano.
La encargada le regaló una mirada desafiante, aun conservando sus facciones angelicales.
—Ya estás en Sodoma y Gomorra—las palabras salían sin temor, ella no se dejaba intidar fácilmente, por mucho que su apariencia demostrara lo contrario.
—Sabes de lo que hablo, preciosa, no necesitas hacerte la tontita conmigo. Estoy interesado en los buenos negocios, ¿Con quien debo conversar?—indagó desviando su mirada hacia el título del libro que se mantenia a un lado de la mujer. Lo tomó sin permiso y le echó un vistazo a las hojas.
La mujer dejó escapar una sonrisa burlona mientras le arrebataba con elegancia en libro en sus manos.
—¿Cómo te llamas?—expresó algo juguetona en lugar de que pareciese un interrogatorio necesario.
—Julian Vance.
—¿Eres de la ciudad?—continuó a medida que se alejaba mas y mas del mostrador, en dirección a un pequeño escritorio.
—Se podría decir que si—respondía serenamente sin apartar sus ojos del pequeño cuerpo de la mujer.
—¿Y a que te dedicas?
—Soy músico. Estuve una temporada en Londres, pero algo me decía que era tiempo de regresar.
—¿Insinúas que eres famoso?
—Yo no. La prensa y mi fanaticada, tal vez—respondió con una humildad fingida.
—¿Y cómo es que siendo tan reconocido, yo jamás he oído hablar de ti?
—¿Es necesario el interrogatorio, o es curiosidad personal?
—¿Algún problema con eso? ¿Escondes algo? —contraatacó, acercándose a un florero que adornaba la mesa. Acarició los pétalos con la misma delicadeza con la que había cerrado su libro, esperando la respuesta con una paciencia perturbadora.
—Abandoné mi vida en los escenarios por un tiempo y viví alejado de la prensa. Es normal que no sepas de mí. Y mucho más siendo tan joven.
—¿Y que tipo de negocios quieres lograr?—Ni siquiera se giró para verle.
—Quiero abrir varias academias de música. Fácilmente podría abrir dos o tres pero no me conformo con eso. Estoy en busca de inversionistas dispuesto a lograr cosas grandes—Su voz resonó con fuerza, tratando de lucir convincente.
El rostro de Ellie iluminado por esa pararente inocencia, finalmente hizo contacto visual con el hombre, sacó una hoja tamaño carta y se la entregó. Era un formulario de inscripción o algo por el estilo.
—Bien Julian. Llena esta hoja con los datos que allí se te piden, serás registrado en nuestro sistema de datos. De este modos podrás asistir al evento de esta noche.
—¿Qué evento?—indagó recibiendo el formulario. Sacó del bolsillo de su traje un bolígrafo que destilaba fortuna.
— Se realizará la aceptación de nuevos miembros. También se hará una depuración de los ya existentes. Es un evento anual. Nada del otro mundo.
—Entiendo. ¿Tu estarás allí?
—Yo solo soy la encargada de la tienda. Lo que ocurre dentro del club es ajeno a mí. Mi labor es muy importante, siempre debo mantenerme sobria.
Julian solo escuchó, centrando su vista en la hoja en sus manos. Cuando la rellenó con la información requerida, se la entregó sin la intención de prolongar su estadía.
—Antes de que te vayas, Julian...hay noches donde el club tiene temáticas y códigos de vestimenta. Esta noche será "Gala Enmascarada" Creo que no hay mucho que explicar.
—Lo tendré en cuenta. Gracias por tu amabilidad. Y disculpa lo malo.
—Descuida. Para eso estoy. Espero quen encuentres lo que buscas. Y como ultimo favor, te imploro que mantengas la discreción de nuestra organización. Sería una pena que te pasase lo mismo que a otros desafortunados.
Julian se giró, su expresión se endureció.
—¿Qué insinúas, preciosa?
–Exactamente lo que estás pensando. Existen normas que cumplir. Y castigos severos que pagar en caso de no hacerlo. Vamos a evitarnos un mal momento...
—Descuida, lo tendré en cuenta.
Julian salió con el pecho inflado de la tienda, satisfecho. Había dado el primer paso hacia su objetivo.
Aflojó el nudo de su corbata, como si le impidiera respirar con naturalidad. A la vez, sacó su teléfono y marcó con rapidez un número no registrado.
—Estoy dentro. Esta noche habrá un evento para los nuevos ingresos.
—¿Qué piensas hacer?—preguntó uma voz femenina al otro lado de la línea.
—Por ahora nada. No puedo levantar sospechas, aun no soy un miembro oficial, no me puedo arriesgar. Pero estaré preparado para cualquier ataque.
Y fue así como Julian Vance, un detective en cubierto, se adentró a la boca del lobo
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