...Bienvenidos a La Dinastía de la Serpiente...
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Este es un spin-off que nace del universo de la saga Moretti Legacy.
Si has leído Rivales de oficina, Herencia del silencio y Herencia prohibida, ya conoces a los Moretti: una familia poderosa, marcada por secretos, pasiones intensas, tragedias y, cómo no, un humor ácido que siempre los acompaña incluso en medio del caos.
Pero esta vez, la historia toma un rumbo diferente.
Aquí comienza una nueva generación. Las decisiones del pasado han dejado cicatrices, los lazos familiares se han tensado, y lo que parecía olvidado resurge con más fuerza.
La protagonista es Anne Moretti, la hija rechazada por muchos, la mujer que desafió todas las reglas para convertirse en la jefa de la mafia más joven y despiadada de Europa. Una serpiente que todos temen, incluso dentro de su propia familia.
Sin embargo, esta novela no solo habla de los Moretti desde adentro. Por primera vez veremos a la familia desde los ojos de alguien externo: Antonella Russo, una mujer con un pasado oscuro que la vida arrastró al lujo, al poder… y, sin quererlo, al camino de los Moretti.
Junto a ella, Nathaniel Deveraux, hijo de Liam Deveraux e Isaline Moretti, atrapado entre lealtades familiares, ambiciones y un destino que lo obliga a elegir de qué lado estará cuando el veneno de la serpiente empiece a recorrerlo todo.
Este libro se puede leer de manera independiente, pero si vienes siguiendo la saga, encontrarás guiños, secretos revelados y la evolución de personajes que ya conoces.
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...GUÍA DE PERSONAJES Y CLANES ...
Antes de sumergirte en la historia, quiero presentarte a los protagonistas y Clanes de esta nueva etapa.
Aquí encontrarás a los Moretti, con sus luces y sombras; a los Russo, una familia poderosa que desde fuera observa y se cruza con este legado; a los Calderone, enemigos jurados que desafiarán a la serpiente; Los Dragos que tendrán una conexión intensa con Anne y a los D’Amato, un clan de raíces francesas y japonesas que entrelazan la historia de Liam, Jazmin y Nathaniel.
...CLANES ...
...*⚜️FAMILIA MORETTI ⚜️*...
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...*⚜️FAMILIA RUSSO⚜️*...
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...*⚜️CLAN CALDERONE⚜️*...
...🟤...
...*⚜️CLAN D’AMATO⚜️*...
...*⚜️D’AMATO—DEVERAUX⚜️*...
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...*⚜️CLAN DRAGOS⚜️*...
...🟢🔴🔵🟤⚪️...
...*⚜️PERSONAJES PRINCIPALES⚜️*...
🟢Personalidad: Fría, calculadora, sarcástica, despiadada y con un magnetismo peligroso. Se mueve entre la seducción y la violencia.
🟢Conflictos: No es del todo aceptada por la familia Moretti (por su origen y decisiones), pero ha reactivado las rutas del narcotráfico, convirtiéndose en la fuerza más temida.
🟢Relaciones: Manuelle Moretti (abuelo, con quien discute constantemente), Cassian (figura paterna que nunca logra controlarla), Theo Moretti (sobrino fascinado por ella).
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🔴Pasado: Vendida a una red de trata de blancas por su exnovio a los 15 años; escapó a los 16 y fue rescatada/adoptada por Alessandro, quien la vio como a su hija.
🔴Personalidad: Elegante, fuerte, resiliente, pero con cicatrices emocionales profundas. Suele esconder su dolor bajo carisma y sarcasmo.
🔴Relaciones: Favorita del magnate y cercana a sus hermanos adoptivos, aunque siempre con la sensación de no encajar del todo.
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🔵Personalidad: Sarcástico, seguro de sí mismo, seductor. Aunque lleva el apellido Deveraux, su sangre Moretti marca su carácter: orgulloso, inteligente y peligroso cuando lo necesita.
🔵Conflictos: Busca su lugar en un legado fragmentado entre Moretti y Deveraux. Ha escuchado demasiado sobre Antonella antes de conocerla.
🔵Relaciones: Hijo distante de su madre (que huyó). Rivalidad sutil con Anne por la forma en que ella maneja la familia. Tiene buena relación con los D’Amato debido a su buena relación con su padre.
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Espero que les guste esta nueva historia 💕. Recuerden que sus comentarios son súper importantes, me encanta leerlos y saber qué opinan de cada capítulo. ¡No olviden dejar el suyo antes de continuar! ✨
Nos vemos muy pronto en el primer capítulo…
...CAPÍTULO 1...
Roma-Italia.
El hombre gritó hasta que la garganta le quedó seca. El eco de sus alaridos se mezclaba con el goteo del agua sobre el suelo de cemento. Sus muñecas estaban atadas a la silla de metal, la camisa empapada de sudor y sangre.
Anne Moretti lo observaba en silencio. No había prisa en sus movimientos, ni rastro de compasión en sus ojos oscuros. Vestía de negro, impecable, como si acabara de salir de una reunión de negocios en lugar de estar en un sótano donde la muerte rondaba.
—Siempre me impresiona lo rápido que pierden la dignidad —murmuró, inclinándose sobre él—. Un miembro de Calderone debería tener más aguante, ¿no crees?
El hombre tembló, mordiéndose los labios para no hablar. Anne tomó la navaja que descansaba sobre la mesa y la hizo girar entre sus dedos como si fuera un juguete.
—Te daré otra oportunidad. —Su voz era suave—. ¿Dónde está el cargamento que desapareció? ¿Y quién fue el genio que pensó que podía joderme a mí?
Él apretó los dientes.
—No… no lo sé.
Anne sonrió, una sonrisa lenta, letal.
—Qué lástima.
El filo cortó el aire antes de hundirse en la piel de su víctima. No fue un movimiento brusco, sino calculado, frío. El hombre lanzó otro grito, quebrado, que se apagó en un sollozo.
Anne lo miró como si observara un experimento fallido.
—¿Sabes qué es lo peor de meterse con una Moretti? —susurró, inclinándose hasta rozar su oído—. Que todos creen que tendrán una segunda oportunidad.
Se enderezó y limpió la hoja con un pañuelo blanco, sin mancharse las manos. Sus hombres, que aguardaban a unos pasos, no se atrevieron a respirar.
—Mátenlo. —Su orden fue tan ligera como un suspiro.
Cuando el disparo retumbó en la bodega, Anne ya estaba de camino a la salida. Afuera la esperaba la noche romana, iluminada por los reflejos de la ciudad.
Encendió un cigarrillo, exhalando humo como si nada hubiera pasado.
—Que limpien esto antes del amanecer —añadió sin girarse—. Y que los Calderone sepan que la serpiente ya clavó los colmillos.
Mientras se perdía entre las sombras, una cosa quedaba clara: Anne Moretti había vuelto a mover el tablero.
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Antonella Russo ajustó el tirante de su vestido rojo mientras su hermana Isabella reía con descaro en el asiento contiguo de la Camioneta blindada.
—¿Por qué te ríes así? —preguntó Antonella, arqueando una ceja.
—Porque estás a punto de conocerlos —canturreó Isabella, con un brillo travieso en los ojos—. Los Moretti. No solo son guapos, sino… ardientes.
Antonella rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír.
—Ardientes. Vaya término científico. ¿Desde cuándo hablas de mafiosos como si fueran estrellas de cine? Además ¿no crees que ya estás muy grande para estar hablando de hombres como si fueras una adolescente?
Isabella le dio un codazo, inclinándose para susurrar con complicidad:
—Los treintas son una de las mejores etapas de la vida, cuando no tienes ninguna relación estable y hay que aprovecharlas al máximo, así parezca una loca —dijo con una sonrisa de suficiencia—Además no hablo por rumores, Toni. Hablo por experiencia.
Antonella la miró incrédula.
—¿Experiencia? ¡No! No me digas que…
Isabella asintió con orgullo malicioso.
—Dante Moretti. En una reunión de relaciones públicas, ya sabes… copas, risas, un poco de “lo networking horizontal”.
—¡Isabella! —Antonella se tapó la cara con una mano, entre la risa y la incredulidad—. ¿Me estás diciendo que te acostaste con un Moretti en medio de una reunión de negocios?
—¿Y qué? —replicó Isabella, divertida—. No tienes idea. Fue como… como subirte a una montaña rusa sin frenos. Intenso, peligroso y malditamente adictivo.
Antonella la fulminó con la mirada, aunque la carcajada le escapó de los labios.
—Eres una loca.
—Quizás —aceptó Isabella, encogiéndose de hombros—, pero una loca muy satisfecha.
La camioneta se detuvo frente al hotel. Afuera, flashes de cámaras iluminaban la alfombra roja y un mar de periodistas esperaba capturar la entrada de las herederas Russo.
Antonella respiró hondo, guardando el secreto escandaloso de su hermana como un arma en el bolsillo. Mientras tomaba de su mano para bajar juntas, pensó con ironía que tal vez aquella noche no sería tan aburrida después de todo.
El murmullo de los periodistas se apagó en cuanto las puertas del Hotel Imperial se abrieron para dejar pasar a las hermanas Russo. Isabella avanzaba como si hubiera nacido para las cámaras, derrochando encanto en cada paso. Antonella, en cambio, sostenía su porte con una elegancia serena que imponía respeto.
El salón brillaba bajo la luz de las arañas de cristal. Políticos, empresarios y aristócratas levantaban las copas, sonriendo para las cámaras y murmurando nombres de los que pocos se atrevían a hablar en voz alta: Moretti, Russo, poder, dinero.
Antonella sonrió con diplomacia, intercambiando saludos, hasta que sintió una punzada extraña en la nuca. Como si alguien la estuviera mirando.
Giró y lo vio desde una esquina.
Nathaniel Deveraux-Moretti.
Hijo de Liam Deveraux, criado bajo otra familia, pero con el mismo veneno en la sangre. Su traje negro estaba hecho a medida, la corbata apenas aflojada como si las formalidades no fueran más que un capricho que podía romper cuando quisiera.
Sus ojos se encontraron con los de Antonella y, por un instante, el mundo se volvió demasiado silencioso.
Nathaniel sonrió de medio lado, como si hubiera estado esperándola.
Isabella se inclinó a su oído, susurrando con una risa baja:
—Ese de ahí… es otro nivel.
Antonella no respondió. No podía. Había algo en su mirada que la retaba, como un juego peligroso cuyo reglamento aún no conocía.
Nathaniel alzó su copa hacia ella, apenas un gesto, y luego desvió la mirada con indiferencia.
Antonella apartó la vista de Nathaniel y retomó el paso con Isabella del brazo. No estaba dispuesta a quedarse atrapada en esa mirada como una presa hipnotizada. Había cosas más importantes que atender.
Cerca del estrado, entre políticos y empresarios, reconoció a Gabriel Moretti. El médico hablaba con dos inversionistas, usando las manos para explicar algo con el entusiasmo propio de quien nunca se cansaba de hablar de su causa.
Antonella sonrió de inmediato y avanzó hacia él.
—Gabriel —lo llamó, y cuando él la vio, una sonrisa franca iluminó su rostro.
—Antonella Russo —respondió, estrechándole la mano con calidez—. Qué gusto verte aquí. No solo como patrocinadora, sino como aliada.
Ella asintió, orgullosa.
—Sabes que cuentas conmigo siempre. La fundación “Luminare” ya está lista para trabajar contigo en las becas médicas. Y la Academia Russo también puede ofrecer espacios para los programas de rehabilitación.
Era verdad: Antonella no se limitaba a llevar el apellido de su padre adoptivo. Había levantado fundaciones, academias de arte y programas de ayuda para jóvenes en riesgo. Su compromiso con las causas sociales era tan real como el brillo de su vestido rojo esa noche.
Gabriel la observó con esa mezcla de respeto y complicidad que compartían desde hacía tiempo. Ambos sabían que su historia había comenzado de una manera muy distinta.
Un roce casual. Una noche sin promesas, sin expectativas, sin nada más que sexo.
Pero aquello había quedado en el pasado, sepultado bajo una amistad sincera y la solidez de proyectos compartidos. Ahora eran aliados, confidentes y, quizás, las únicas dos personas en aquel salón que podían hablar de humanidad sin sonar hipócritas.
—Gracias, Nella—dijo Gabriel, bajando un poco la voz—. Sé que en un lugar como este, todos presumen de caridad para la foto, pero tú… tú realmente lo haces.
Ella rió suavemente, tocándole el brazo con familiaridad.
—Y tú realmente eres un santo con un apellido de demonio. Estamos a mano.
Ambos se rieron, y por un momento la tensión del evento se disipó.
La conversación entre Antonella y Gabriel fluía con naturalidad, hasta que una voz grave interrumpió desde detrás de ellos.
—No sabía que trabajabas con ciertas bellezas, tío.
Gabriel se tensó al instante. Antonella giró sobre sus tacones y se encontró frente a Nathaniel Deveraux. De cerca, era todavía más imponente.
Alto, seguro, con esa arrogancia inscrita en cada fibra de su cuerpo.
Los ojos de Antonella brillaron con un destello de ironía.
—Nathaniel Deveraux —dijo, saboreando el nombre como si fuera un reto—. Un gusto verte por fin en persona.
Él arqueó una ceja y su sonrisa ladeada apareció de nuevo.
—El gusto es mío, Antonella Russo. Aunque admito que eres más interesante de lo que los periódicos describen.
El silencio entre ellos se tensó como una cuerda invisible. No era hostilidad, tampoco cortesía: era otra cosa, algo más peligroso.
Gabriel carraspeó, incómodo. Sintió que sobraba en aquella pequeña guerra de miradas.
—Disculpen, creo que me están esperando en el estrado… —dijo, excusándose con una sonrisa nerviosa antes de alejarse.
Cuando se fue, Antonella y Nathaniel quedaron frente a frente, como piezas recién colocadas en un tablero que nadie más sabía que estaba a punto de arder.
La tensión entre Antonella y Nathaniel era tan palpable que hasta los murmullos del salón parecían apagarse a su alrededor. Fue entonces cuando las puertas principales se abrieron y el aire cambió de temperatura.
Todos voltearon.
Algunos se apartaron.
Otros susurraron su nombre con un dejo de respeto y miedo.
Anne Moretti había llegado.
Lucía un vestido negro de seda que parecía moldeado directamente sobre su cuerpo, cada paso firme y silencioso como si pisara un campo de batalla invisible. En sus labios carmesí había una sonrisa casi imperceptible, demasiado peligrosa para ser llamada elegante.
Antonella la reconoció al instante, aunque nunca se habían cruzado en persona. La serpiente. La mujer de la que había escuchado más rumores que verdades.
Nathaniel se limitó a cruzarse de brazos, estudiando a su hermana con el mismo aire condescendiente que usaría un jugador de ajedrez al ver a su rival mover la primera ficha.
Anne se abrió paso entre la multitud como si no existiera obstáculo posible. Saludó a algunos invitados con un gesto mínimo, ignoró a otros con deliberada frialdad y finalmente se detuvo justo frente a ellos.
Nathaniel fue el primero en reaccionar. Sus labios se curvaron en una media sonrisa mientras la observaba acercarse.
—Mira quién llegó… mi víbora favorita.
Anne alzó una ceja y, en cuanto estuvo lo bastante cerca, lo abrazó con efusividad, como si nadie alrededor existiera.
—¡Nate! —exclamó, pellizcándole el brazo con descaro—. Cada vez que te veo estás más amargado. ¿Es que tu madrastra te pone a dieta o qué?
—Ya quisieras, Toti —replicó él entre risas, devolviéndole el abrazo con un golpe suave en la espalda—. Todavía me queda cuerda para aguantar tus dramas.
Los invitados observaban atónitos aquella escena tan poco formal entre dos Moretti. El aura letal que siempre se atribuía a Anne se difuminaba en segundos cuando estaba con Nathaniel, como si solo él pudiera sacarle esa versión burlona.
Antonella, en cambio, los contemplaba con una mezcla de sorpresa y curiosidad. No todos los días se veía a la temida Anne Moretti interactuando de forma tierna e infantil, no sabía que su hermano mayor podría sacarle ese lado.
Anne entonces posó sus ojos felinos en Antonella y sonrió con picardía.
—Y tú debes ser Antonella Russo… —dijo, alargando el nombre como si lo estuviera probando en la boca—. He escuchado tantas cosas de ti que no sabía si esperar a una ejecutiva seria… o a una muñeca de porcelana.
Antonella sostuvo su mirada con calma, aunque el reto en sus palabras era claro.
—Depende de quién me mire, supongo. Pero me inclino más por ejecutiva, si tienes el placer de conocerme de verdad comprenderás que soy muy peligrosa para ser una muñeca.
Nathaniel se llevó una mano al rostro fingiendo fastidio, aunque estaba conteniendo la risa. No era un hombre de una sola mujer, nunca lo había sido. Con su atractivo natural y esa sonrisa arrogante, coquetear le salía tan fácil como respirar. Seductor hasta la médula, sí, pero con un corazón enorme que lo metía en más problemas de los que podía contar. Y, por si fuera poco, cargaba con una hermana posesiva y celosa como Anne. Sabía perfectamente cómo funcionaba su familia: Anne era celosa hasta la médula, posesiva como nadie, y cualquier relación de Nathaniel parecía pasar por su “filtro”.
De hecho, el último ligue de Nathaniel había desaparecido por semanas y, cuando regresó, lo hizo con el cabello muy corto, cicatrices en brazos y piernas, y un miedo tan evidente que lo alejó de él sin mirar atrás. Nathaniel no necesitaba pruebas: conocía demasiado bien la firma de la loca de su hermana.
—Ay, por Dios… apenas llevan treinta segundos y ya parece que quieren arrancarse la cabeza.
Anne sonrió más, encantada.
—No te preocupes, Nate. Si se la arranco, te la regalo en una caja de cristal.
Antonella sonrió de vuelta, con un brillo en los ojos que a Nathaniel no le pasó desapercibido.
—Pues más te vale que sea una caja bonita.
Antonella enarcó una ceja, manteniendo su sonrisa impecable, pero por dentro pensaba con ironía:
Si no conociera a Anne Moretti, juraría que lo dijo en broma… pero no me sorprendería que un día me decapitaran solo porque a ella se le diera la grandísima gana.
El leve contacto en su hombro la sacó de su propio pensamiento. Nathaniel, todavía divertido con la situación, le sonrió con esa naturalidad que parecía improvisada.
—Tranquila, es solo un juego, no te pongas incómoda —murmuró, como si estuviera traduciéndole a Antonella el idioma secreto de su hermana.
Antonella ladeó la cabeza, mirándolo sin perder el porte.
—Pues menudos juegos se gastan los Moretti.
Él rió bajo y cambió de tema como si nada hubiera pasado. Hablaron unos minutos de las alianzas estratégicas entre los Russo y la empresa Moretti, del impacto que tendría el evento en los proyectos de las fundaciones y hasta de futuras inversiones conjuntas. Antonella se desenvolvía con naturalidad, midiendo cada palabra, mientras Nathaniel parecía disfrutar de observarla más que de la conversación misma.
Fue entonces cuando Anne, como si ya hubiera cumplido su papel de provocar tensión, se excusó con una sonrisa traviesa.
—Los dejo, no quiero interrumpir su… química empresarial. —Y se alejó, elegante, para seguir saludando a medio salón.
No tardó en llegar frente a Cassian, que la recibió con el mismo cariño de siempre, aunque sus ojos no dejaban de ser los de un padre que conoce demasiado bien a su sobrina.
—Compórtate, Anne —le advirtió en tono bajo, cariñoso pero firme.
Ella sonrió como una niña traviesa cazada en falta.
—¿Cuándo no lo hecho, tío?
Él bufó con una risa breve, sin responder, porque sabía que la pregunta era una trampa.
Liam se unió al grupo justo en ese instante, copa en mano, con esa chispa en los ojos que siempre tenía en reuniones como esta.
—Por favor, Cassian, le estás pidiendo demasiado a la vida —soltó con tono divertido, antes de volverse hacia Anne—. Oye, ¿no has visto a tu hermano?
Anne tomó un sorbo de su copa y respondió sin inmutarse, con la misma naturalidad con la que alguien comentaría sobre el clima:
—Sí, anda coqueteando con la muñeca de los Russo.
Cassian y Liam se miraron de reojo. El primero negó con la cabeza, divertido pero preocupado; el segundo se echó a reír a carcajadas.
—Pues nada —dijo Liam entre risas—, que Dios ampare a la pobre muñeca.
Nathaniel seguía escuchando con calma a Antonella. Él llevaba esa sonrisa de medio lado que parecía no desvanecerse nunca.
—Me sorprendes —dijo, tomando una copa de la bandeja de un mesero que pasaba—. Hablas de tus fundaciones como si fueran un ejército organizado.
Antonella sonrió con elegancia.
—No es un ejército, pero sí una causa. Y créeme, se necesita más disciplina de la que imaginas.
Nathaniel asintió, inclinándose apenas hacia ella.
—Eso me gusta. Eres una mujer muy interesante. —Bebió un sorbo y, con naturalidad, añadió—. Justo estaba pensando en hacerte una invitación. Voy a correr en Mónaco dentro de unos días. ¿Te animarías a ir?
Antonella arqueó una ceja, sorprendida por la invitación tan directa.
—¿Así, de repente?
Él encogió los hombros.
—Digamos que no me gusta perder tiempo. Además, lo que has dicho de tus proyectos me ha motivado mucho. —Sacó su teléfono y, en menos de un minuto, dictó algo a su asistente que aguardaba cerca—. Deposita esa cantidad en la cuenta de la fundación que la señorita Russo dirige. Sí, esa. Hoy mismo.
Antonella lo miró, incrédula.
—¿Acabas de hacer una donación… sin siquiera consultarme?
Nathaniel sonrió, como si aquello no fuera gran cosa.
—Considera que soy un hombre de impulsos. Pero si de verdad quieres agradecerme, ven a Mónaco. Ahí conocerás mejor a tu futuro patrocinador y mayor donador. Créeme, no querrás perderte esa oportunidad.
Ella entrecerró los ojos, debatiéndose entre el escepticismo y la curiosidad.
—¿Qué te hace pensar que aceptaré la invitación así como así?
Nathaniel bajó la copa y se inclinó apenas hacia su oído, con voz grave y suave.
—Entonces me quedaré con la duda de si Antonella Russo es tan valiente en persona como lo es en los discursos.
La provocación quedó flotando entre ellos como una chispa a punto de incendiar algo mucho más grande.
Antonella lo observó un instante más, midiendo la seguridad con la que hablaba. Finalmente, alzó su copa y esbozó una sonrisa.
—Está bien, Deveraux. Acepto tu invitación a Mónaco.
Los ojos de Nathaniel brillaron con triunfo.
—Eso quería escuchar, señorita Russo.
Antes de que pudiera añadir algo más, una voz familiar interrumpió con entusiasmo.
—¡Nate! —Liam apareció entre los invitados, con esa mezcla de carisma y cero filtros que lo caracterizaba. Se acercó para abrazar a su hijo y luego, al notar la presencia de Antonella, alzó las cejas con picardía—. Y vaya… ya veo por qué te desapareciste tan rápido.
Nathaniel cerró los ojos un segundo, como quien pide paciencia al universo.
—Padre... Qué oportuno como siempre.
Liam soltó una carcajada y le dio una palmada en la espalda.
—Solo digo la verdad, hijo. Antonella Russo en persona. Mucho gusto, soy Liam Deveraux, el verdadero culpable de este espécimen.
Antonella sonrió educada, aunque percibía perfectamente la incomodidad divertida de Nathaniel.
—Un gusto conocerlo, señor Deveraux.
Nathaniel, en cambio, le dio un codazo suave a su padre, murmurando entre dientes:
—¿Puedes no decir cosas imprudentes por cinco minutos?
—¿Imprudente yo? —replicó Liam con fingida indignación, antes de guiñarle un ojo a Antonella—. Lo que pasa es que estos hijos de ahora ven una mujer bonita y se les olvida hasta que tienen familia.
Nathaniel suspiró y se volvió hacia ella con una media sonrisa resignada.
—Discúlpalo. La edad lo hace decir cosas raras.
Antonella rió suavemente, aunque dentro de sí pensaba que aquella familia era mucho más caótica de lo que había imaginado y quizá, solo quizá, esa era la razón por la que no podía apartar los ojos de Nathaniel.
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