PRÓLOGO
ARTHUR FERRER.
PLAN.
En la penumbra de mi despacho, el ámbar líquido del vino tinto danzaba en la copa mientras una voluta de humo azulado ascendía desde la punta encendida de mi puro. Aspiré profundamente, reteniendo el aroma terroso antes de liberarlo lentamente al aire. El silencio opulento que envolvía la estancia era mi refugio, un remanso de calma donde ahora, con el ceño fruncido, sopesaba una situación tan inesperada como inoportuna.
La relación de Emiliano con esa muchacha... no, no podía ser. Amenazaba con desmoronar los cimientos de los planes que meticulosamente había tejido para él. Debía extirparla de su vida, como una mala hierba que asfixia una cosecha prometedora.
Ella... ajena a nuestra esfera social. ¿Cómo era posible que mi hijo, con un universo de mujeres deslumbrantes a su disposición en nuestro círculo, profesionales, herederas de fortunas incalculables, se hubiera fijado en alguien así? La única explicación plausible era un arrebato de locura transitoria.
¡Un momento...! ¿Qué insinuaba esa punzada de inquietud?
No era descabellado pensar que esa jovencita pudiera estar... embarazada.
No. Imposible. ¿O quizás no?
Mi mente era ahora un torbellino de suposiciones. Solo sabía que Emiliano la había presentado como su novia y que pronto la traería a esta casa, a nuestro mundo.
Necesitaba urdir un plan, una estrategia que la involucrara sutilmente, ya fuera en los intrincados asuntos de la empresa o en algún escenario completamente ajeno a ella.
Debía indagar, desenterrar cualquier desliz amoroso previo en su historial. Quizás esa fuera la grieta por donde mi plan podría filtrarse.
Tal vez... una suma considerable de dinero. Para gente de su calaña, una generosa cantidad podría significar años de desahogo económico. Seguramente sucumbiría a la tentación de unos cuantos billetes.
Por el momento, la fachada debía ser de aceptación, una máscara de indiferencia mientras en mi mente se fraguaba la solución.
Emiliano ya era un hombre, había demostrado su valía al mantener la empresa a flote. Ya no era el niño maleable que obedecía mis dictados sin cuestionar. Manipularlo directamente era una empresa más ardua.
Sin embargo, nunca era suficiente acrecentar las cifras de nuestras cuentas bancarias. El lujo tenía un precio elevado y requería sacrificios. Y esta vez, mi hijo, lo quisiera o no, sería una pieza clave en esa ecuación.
Busqué en mi agenda el contacto de un investigador privado de probada eficacia.
—Giacomo Rosso —articulé con voz grave al otro lado de la línea—. Sono Arthur Ferrer, bisogno dei suoi servizi.
Una voz curtida respondió con un dejo de sorpresa:
—Sì, signor Ferrer, è da un po’ che non la sento, sono sempre a sua disposizione per qualunque cosa possa esserle utile.
Mi tono se endureció, imbuido de urgencia:
—Ho bisogno che tu indaghi su tutto di Antonella Salvatore, dalla sua data di nascita, l’aria che respira e l’ultima volta che è andata in bagno, chi sono i suoi genitori a cui è dedicata, assolutamente tutto. Lo voglio per ieri.
—Capisco, mi metto subito all'opera —respondió Giacomo, con la profesionalidad que lo caracterizaba—. Gli onorari saranno un po' alti signor Ferrer per le esigenze e la rapidità richiesta.
—Ecco perchè non preoccupatevi, i soldi sono l'ultimo dei miei problemi —repliqué con desdén—. Faccio subito la transazione, metà dei soldi e una volta che ho tutte le informazioni vi do l’altra metà.
—Perfetto, è un piacere fare affari con lei, signor Ferrer —concluyó Giacomo—. Ci capiamo molto bene, buon pomeriggio.
CAPÍTULO UNO: INVITACIÓN.
Emiliano Ferrer
Un vago murmullo de la mañana me arranca del sopor. Me desperezo bajo las sábanas, estirando cada músculo antes de alcanzar el reloj sobre la mesita de noche. Las cinco en punto. Con una agilidad sorprendente para la hora, me deslizo fuera de la cama y camino directamente al baño, liberando la urgencia matutina. Un rápido aseo y, envuelto en una toalla, desciendo a la planta baja.
El pequeño gimnasio que había acondicionado era mi santuario matutino, un espacio dedicado a liberar las tensiones que la vida empresarial inevitablemente acumulaba. Tras una hora de exigente rutina, tomo una toalla y, mientras seco el sudor que perlaba mi frente, me dirijo a la cocina en busca de agua fresca.
Allí está ella, mi nana, una figura familiar danzando entre los fogones, preparando el desayuno con la dedicación de siempre.
—Buenos días, nanita —la saludo con afecto.
—Buenos días, mi niño, ya casi está listo el desayuno —responde con su habitual eficiencia y esa preocupación maternal que siempre me reconfortaba.
—En un rato vuelvo a disfrutar de tus delicias —le doy un beso en la frente antes de regresar a mi habitación.
El agua fría de la ducha es un bálsamo tras el ejercicio, una lluvia artificial que lava el cansancio y me revitaliza por completo. Al salir, me dirijo al vestidor y selecciono mi atuendo ejecutivo para la jornada: un traje negro impecable, acorde a la importancia del día. Me observo en el espejo, ajustando cada detalle para asegurar una imagen pulcra y profesional. Un toque de mi perfume favorito y estoy listo.
Desde lo alto de las escaleras, percibo el aroma tentador del desayuno ya servido. Tomo asiento y lo primero que busco es la taza de café. Un gemido de satisfacción escapa de mis labios al sentir el sabor intenso y perfecto.
—Está como me gusta —comento con una sonrisa.
Mi nana me mira y suelta una carcajada cálida que me contagia al instante. Reímos juntos, compartiendo ese pequeño momento de complicidad matutina.
—Gracias —le digo con sinceridad. Su presencia constante y su cuidado incondicional eran un pilar en mi vida. Desde que llegué a este mundo, ella había sido mi apoyo, una figura materna a la que quería profundamente.
—El desayuno estuvo riquísimo, como siempre —afirmo al terminar.
—Qué bueno que te gustó, sabes que te quiero y siempre he cuidado de ti, Emiliano. Te adoro, eres como un hijo para mí —responde con una ternura que siempre me llegaba al corazón.
—¿Cómo podría dejarte, si siempre me has brindado todo el amor y el apoyo que he necesitado? —le digo, expresando mi cariño.
—Bueno, ya es suficiente, me tengo que ir, tengo mucho trabajo hoy.
—No me esperes a cenar, cualquier cambio de planes te aviso, sino hasta la noche. Muaa —le doy un beso rápido y salgo de casa.
Soy Emiliano Ferrer, treinta años. Hijo único y presidente y accionista de la empresa automotriz FERRER & ASOCIADOS, el legado de mi padre, Arthur Ferrer.
Mi hogar es una elegante villa en el norte de Roma. Como cada mañana, me dirijo al garaje donde mi BMW negro me espera para el trayecto diario al trabajo. Es lunes y la ciudad parece despertar a mi mismo ritmo, sin contratiempos en el camino. Veinticinco minutos después, llego a mi destino: el imponente edificio que alberga las oficinas de la empresa.
Son las siete y treinta de la mañana. Tomo el ascensor hasta el último piso, donde se encuentra mi despacho. Al salir, diviso a Marta, mi eficiente secretaria, en un extremo del pasillo, y a mi asistente en el otro.
Tras saludar a Marta con un gesto cordial, entro a mi oficina. Allí está Antonella, mi asistente personal, con su semblante sereno y angelical. No percibe mi llegada hasta que pronuncio su nombre.
—Buenos días, Antonella.
—Buenos días, señor Ferrer —responde con su tono profesional habitual.
—¿Qué tenemos programado para hoy? —pregunto con energía.
—Documentos para firmar y dos reuniones: la primera a las diez de la mañana con los inversores chinos y la segunda a las dos de la tarde con el comité empresarial para tratar la solvencia de los impuestos de la empresa. Su fluidez y eficiencia en el trabajo siempre me impresionaba.
—¡Perfecto! Mmm... ¿podrías traerme un buen café, por favor? —le pido con una sonrisa.
—Por supuesto, señor Ferrer. ¿Algo más que desee? —responde amablemente.
—Por ahora no, eso es todo. Cualquier otra cosa te lo haré saber.
Poco después, trae el café solicitado y se retira discretamente.
El tiempo transcurre con la rapidez habitual de la mañana en la oficina. A las nueve y cuarenta y cinco, Antonella entra para recordarme la primera reunión.
—Gracias, no sé qué haría sin ti. Siempre tan atenta y pendiente de todo, casi lo olvido. Por tu eficiencia, te has ganado una invitación a almorzar después de la reunión.
—Gracias, señor Ferrer, pero no tiene por qué hacerlo. Solo cumplo con mi trabajo.
—No pienso discutirlo, está dicho. Después de la reunión saldremos a almorzar, conversaremos un rato y me contarás sobre ti. Llevamos tiempo trabajando juntos y apenas sé nada de tu vida —afirmo, sin darle oportunidad a una negativa.
—Está bien, señor Ferrer, aceptaré su invitación a almorzar. Pero deberíamos apresurarnos, los inversores chinos deben estar reunidos en la sala de juntas.
—De acuerdo. Un favor más, ¿podrías conseguirme té verde y galletas para los inversores, si eres tan amable?
—Por supuesto, señor Ferrer. Usted siempre es muy considerado con sus inversores.
—Je, je, je, como dice mi padre: "Tratarlos bien y te tratarán bien".
—Su padre y usted siempre han sido audaces en los negocios.
—Bueno, te dejo, no quiero retrasarme más. Debo llevar las carpetas de trabajo para mostrarles por qué invertir en "FERRER & ASOCIADOS" es una excelente idea.
Al entrar en la sala de juntas, los inversores ya están reunidos.
—Buenos días, amigos. Disculpen el pequeño retraso, al fin estoy aquí. Bueno, vayamos al grano. Mi padre me comentó que les gustan las cosas claras y directas. En cada una de las carpetas que se les ha entregado encontrarán toda la información referente a nuestra rama automotriz y la especificación del trabajo que realizamos, así como lo que necesitamos de ustedes para innovar en este sector. Nadie mejor que ustedes para hacer negocios provechosos para todos. Deseamos incorporar tecnología de vanguardia en nuestros nuevos modelos de vehículos, los cuales planeamos lanzar al mercado el próximo trimestre.
El señor Wang solicita la palabra.
—Por supuesto. Somos líderes en este sector y hemos oído excelentes referencias de su empresa y del señor Arthur. Por eso estamos aquí y hemos decidido realizar una importante inversión en su compañía. Además, sus vehículos y su amable atención nos han impresionado gratamente —escuché que comentaba casi en un susurro, lo cual me llenó de satisfacción.
—Este té y las galletas están muy sabrosas, je, je, je —añadió con una sonrisa.
Dos horas después de que concluyó la reunión...
—Bueno, Antonella, ya es hora del almuerzo. ¡Qué rápido pasó el tiempo! Deberíamos irnos para estar de vuelta a tiempo para la reunión con el comité empresarial.
—Ok, jefe, está bien.
—Ya deberías dejar la formalidad y llamarme por mi nombre.
—¿Cómo cree, señor Ferrer?
—Solo lo digo porque si vamos a salir a almorzar más a menudo, me gustaría que me llamaras por mi nombre fuera de la empresa. De alguna forma, romper un poco la formalidad.
—Je, je, je, siendo así, está bien, Emiliano.
Llegamos al restaurante.
—Buenas tardes, pasen adelante, bienvenidos. ¿En qué podemos servirles? —nos recibe un hombre con amabilidad.
—Gracias, muy amable. Primero, dos copas de su mejor vino, por favor.
—¿Venimos solo a almorzar, se...? —digo, todavía me cuesta llamarlo por su nombre—, dice con cautela.
—Tranquila, Antonella, es solo un aperitivo antes del almuerzo y también para celebrar. Y en parte es cierto lo que dije.
—¿Y qué celebramos, Emiliano?
—Bueno, la aceptación de nuestra propuesta por los inversores chinos y tu excelente trabajo al tener todo al día. Debí haberte invitado a almorzar hace tiempo, me agrada tu compañía —añado, observando un ligero sonrojo en sus mejillas.
—Todo se logró gracias a su audacia y su conocimiento en el área de los negocios. ¿Puedo hacerle una pregunta?
—¡Sí, sí, claro!
—¿ Después de tanto tiempo qué llevo trabajando en la empresa de su padre y por qué justo ahora decide invitarme a almorzar?
—vaya directa, eso me gusta.
—La verdad, no sé por qué no lo había hecho antes. Pero no hablemos de mí, cuéntame de ti. ¿Tienes hijos? ¿Vives con alguien? ¿Qué haces en tu tiempo libre? —contraataco con preguntas directas.
—Je, je, je, son muchas preguntas, pero se las voy a responder: no tengo hijos, y sí, vivo con alguien, con mis padres en una pequeña casa a treinta minutos de la empresa. Y bueno, en mi tiempo libre me gusta leer y cantar.
—¿Cantas? Me gustaría escucharte alguna vez.
—No, Emiliano, ¿cómo cree? Solo canto en casa mientras hago los oficios o en la ducha.
—Algún día quisiera escuchar tu voz interpretando alguna canción —digo con un toque de galantería.
—Dudo que eso llegue a pasar, como le dije, solo canto en casa.
En ese momento, llega el camarero con las cartas del menú.
—Aquí tienen la carta para que elijan.
—Cuando estén listos, ¿me lo hacen saber, por favor? Estaré cerca.
—Ok, muchas gracias —le respondo.
Miro a Antonella y noto la belleza singular de sus ojos.
—Antonella, ¿qué te gustaría almorzar?
—Me gustarían unos raviolis con ensalada.
—¿Y de postre?
—No, Emiliano, así estoy bien, solo con eso me conformo.
CAPÍTULO DOS:ROMPER CORAZONES.
Antonella Salvatore.
El sonido de la alarma me obliga a abrir los ojos. No quiero levantarme todavía, pero el deber me llama. Trabajo es, trabajo, y no me puedo dar el lujo de fallar.
Suspiro, me doy ánimos y me incorporo lentamente. Camino al clóset mientras me froto los ojos, y elijo un conjunto de dos piezas en color azul. Elegante pero discreto, perfecto para una jornada que promete ser exigente.
Entro al baño, abro la ducha y dejo que el agua caliente me despierte por completo. Lavo mi cabello, ese aroma a coco del champú me relaja más de lo que debería. Me enjabono, me aclaro y cuando ya estoy completamente limpia, salgo con una toalla rodeando mi cuerpo.
Frente al espejo, seco mi cabello y me hago unas suaves ondas. Hoy quiero verme profesional, pero también sentirme bien conmigo misma. Me visto con cuidado, reviso que todo esté en orden y salgo directo al comedor, donde mis padres ya están sentados desayunando.
—Buenos días, mamá. Papá.
—¡Buenos días! —responden al unísono con una sonrisa.
Mi padre me observa con esa expresión cómplice que siempre tiene cuando me ve arreglada.
—Qué guapa estás hoy, hija. No parece que vayas a trabajar… sino a romper corazones.
—Amor, deja de molestarla —interviene mi madre, divertida.
—Ja, ja, ja, no, papá. Sí voy a trabajar. Hoy llegan nuevos inversores a la empresa y debo estar presentable. Son reuniones importantes —digo mientras me sirvo una taza de café.
Me gusta compartir estos pequeños momentos con ellos. Son simples, cotidianos, pero me recuerdan de dónde vengo. Mis padres me criaron con esfuerzo, y aunque ahora trabaje en una gran empresa, nunca olvido mis raíces.
LOS PRIMEROS DÍAS.
—Los amo —expresé con una sonrisa.
—Suerte, Antonella —dijo mi madre.
—Gracias, mamá.
—Voy saliendo también, hija. ¿Te llevo hasta la empresa? —preguntó papá.
—Claro, papá. Gracias.
Mi nombre es Antonella Salvatore, tengo 26 años. Vivo con mis padres en una modesta casa, en una zona poco conocida de la ciudad. Trabajo como asistente del CEO en una de las empresas automotrices más importantes de Roma: Ferrer & Asociados.
Llevo tres meses en el puesto y, desde el primer día, he dado lo mejor de mí. Cada jornada es un nuevo desafío.
Voy con papá en su auto, camino al trabajo. Conversamos sobre cosas triviales mientras observo el tráfico, que por suerte hoy está más fluido que de costumbre. En pocos minutos, ya estamos frente al edificio.
—Gracias, papá —le digo con cariño, dándole un fuerte abrazo antes de bajar.
Ingreso directo al edificio y me dirijo al área de juntas. Aún no ha llegado nadie, así que aprovecho para revisar las carpetas con los contratos de los nuevos inversionistas y organizar cada puesto con sus respectivos documentos. Me parece extraño que todo esté tan tranquilo considerando la importancia de la reunión.
Al regresar a mi escritorio, noto que Marta tampoco ha llegado. ¿Le habrá pasado algo?
Me acomodo en mi pequeño rincón dentro de la oficina del CEO y me concentro en organizar la documentación. De pronto, escucho el sonido del ascensor. Levanto la vista. Ahí está él: Emiliano Ferrer, impecable, elegante como siempre. Disimulo, fingiendo que no lo he notado.
FLASHBACK
Aquel día llegué puntual. Me habían llamado para una entrevista como asistente de presidencia y, aunque los nervios me dominaban, no podía dejar pasar la oportunidad. Necesitaba el trabajo con urgencia.
—Buenos días —le dije a la recepcionista.
—¿Vienes a la entrevista para el puesto asistente del CEO? Llegaste justo a tiempo. El señor Ferrer aún no ha llegado, pero podés subir. Marta, su secretaria, te recibirá.
Subí al último piso y allí estaba ella, sonriente.
—Buenos días, ¿vienes para la entrevista? —preguntó Marta.
—Sí, soy Antonella Salvatore.
—Llegaste temprano, eso es una buena señal. A Emiliano le importa mucho la puntualidad. Tomá asiento, ya casi llega.
A los pocos minutos, escuchamos una voz firme.
—¡Buenos días, Marta!
—Buenos días, señor Ferrer. ¿Cómo estuvo su fin de semana?
Lo miré… y me quedé sin palabras. Jamás había visto un hombre tan atractivo en persona. Alto, seguro, elegante. Algo en su mirada me hizo contener el aliento.
—Tenemos a la candidata para el puesto esperando, señor.
—Perfecto. Hacela pasar.
Cuando entré a su oficina, sus ojos se posaron en mí con curiosidad.
—Vaya… eres joven… y muy bonita —murmuró, quizás sin darse cuenta de que lo escuché.
—Buenos días, señor —dije, ocultando el rubor que subía a mis mejillas.
—¿Tu nombre?
—Antonella Salvatore.
La entrevista fue directa. Le conté sobre mi formación, mis habilidades, y mi experiencia en administración, atención al cliente y organización ejecutiva. Él escuchaba con interés.
—Tenés el perfil exacto que necesito —dijo—. ¿Podés empezar hoy?
—Por supuesto, señor. Le agradezco la oportunidad.
Así empezó todo.
FIN DEL FLASHBACK
Volviendo al presente, Emiliano y yo regresamos a la oficina después de un almuerzo compartido. Vamos en su auto, en silencio. Un silencio que, curiosamente, no es incómodo.
—¿Pasa algo? —pregunta de pronto—. ¿Te molesté?
—No… solo me parece extraño. Usted es mi jefe, y yo su empleada —digo con honestidad.
—Puede parecerlo, pero yo no lo veo así. Todos somos humanos, Antonella. Si te preocupa la diferencia de clase o mi estatus, te aclaro que eso no significa nada para mí.
Subimos juntos en el ascensor. En minutos, cada uno está en su lugar. La reunión con los socios dura dos horas y termina con resultados positivos. Emiliano parece satisfecho.
Finalmente, llega la hora de mi salida. Estoy agotada, pero satisfecha por un día productivo.
—Es bueno saber que no tengo un jefe prepotente —me atrevo a decir.
Él sonríe.
—Fui criado por una mujer excepcional. Le debo todo lo que soy. Sin ella, habría sido otro niñito rico y arrogante. Pero ella me enseñó que todos valemos por igual.
—Lo felicito por eso, señor Ferrer. Es bueno saberlo.
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