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Casada con el Tío de mi Ex: La Novia Reencarnada

Capítulo 1

Recuerdo el olor de las flores el día de mi boda. Estaban frescas, blancas como la promesa que creía estar a punto de vivir. Recuerdo también el peso del vestido en mis hombros, el brillo de las luces reflejándose en cada detalle de encaje, y, principalmente, la sensación de estar caminando hacia un futuro que yo creía que era mío. Ingenua. Ciega.

En aquel instante, no veía las sonrisas falsas a mi alrededor. No percibía las miradas maliciosas de la amante, mucho menos el desdén silencioso en los ojos de él, el hombre que juraba amar. Había dedicado años de mi vida a un sentimiento que me consumía y me hacía creer que todo valía la pena, incluso renunciar al matrimonio arreglado por mi abuelo, que me habría dado seguridad, respeto y dignidad. Rechacé todo eso por él.

¿Y qué recibí a cambio?

En el altar, delante de todos, fui acusada. Él me apuntó con el dedo, me expuso, me destruyó. Dijo que yo lo había traicionado, que no era más que una mujer vil, interesada, indigna de llevar el nombre de su familia. Escuché su voz como láminas afiladas atravesando mi corazón, y, a su lado, la amante escenificaba lágrimas falsas, fingiendo ser la víctima, la pobre enferma que supuestamente yo maltrataba.

En un solo día, lo perdí todo. El hombre que amaba, la dignidad de mi familia, la empresa que mis padres levantaron con tanto esfuerzo. Todos se volvieron contra mí. Me convertí en blanco de humillación, de desprecio. Nadie quiso escuchar mi versión. Nadie creyó en mí.

Sola, destrozada y vacía, no encontré salida. La desesperación me llevó a creer que la muerte sería el único alivio. Y así, aquella noche, mi vida se cerró en medio del silencio gélido de una habitación, con lágrimas resbalando por el rostro y la amarga sensación de haber sido olvidada por el mundo.

Pero la vida... la vida es más cruel y, al mismo tiempo, más generosa de lo que podría imaginar. Desperté. Respiré de nuevo. Y cuando abrí los ojos, percibí que no estaba muerta. Había regresado, tres meses antes de mi boda.

Una segunda oportunidad.

Un regalo... o una maldición.

Esta vez, no permitiría que el mismo destino se repitiera. Esta vez, no sería engañada por el falso amor que me condujo a la ruina. Esta vez, no renegaría de la elección que podría haber cambiado todo: el noviazgo con el hombre que todos ridiculizaban, el CEO en silla de ruedas que un día rechacé sin siquiera darle la oportunidad de acercarse.

Ahora, el camino que se abre ante mí es incierto. Pero una cosa sé: no moriré nuevamente por su causa. No entregaré mi vida, mi corazón y mi alma a un hombre que solo me dio muerte.

Esta vez... será diferente.

Capítulo 2

El sonido estridente del despertador me hizo abrir los ojos de súbito. Mi respiración era pesada, como si acabara de despertar de una pesadilla… pero lo más perturbador era que todo parecía demasiado real para ser solo un sueño.

Las cortinas color marfil se balanceaban suavemente con la brisa de la mañana. La habitación era exactamente como la recordaba: cada detalle del mobiliario, cada cuadro, cada estantería repleta de libros que leía para distraerme antes de dormir. Solo que aquello no podía ser. Mi habitación había sido tomada, vendida, destruida después de que mi mundo se derrumbó.

Me levanté despacio, con el corazón acelerado. Mis manos temblaban. Fui hasta la cómoda y encaré el espejo. El reflejo que vi no era el de la mujer exhausta y sin esperanza que se había despedido de la vida, sino el de alguien más joven, con ojos aún no completamente apagados por el dolor. Toqué mi propio rostro, intentando confirmar si no me estaba volviendo loca. Mi piel estaba firme, mis cabellos sueltos caían en ondas oscuras sobre los hombros.

—Esto… esto no es posible… —susurré, sintiendo el frío recorrer mi espina dorsal.

En aquel instante, un sonido familiar resonó por la casa: pasos firmes en el corredor, seguidos por el golpear de un bastón. Mi abuelo. El corazón casi se paró en el pecho. Él ya no estaba vivo cuando yo… cuando yo… me lancé al abismo. Pero ahora, allí estaba él, abriendo la puerta con aquella misma mirada grave y protectora.

—¿Todavía estás en la cama, niña? —dijo, con la voz cargada de autoridad—. Hoy tenemos compromisos importantes.

Yo no conseguí responder de inmediato. Lágrimas brotaron en mis ojos sin que pudiera impedirlo. Mi abuelo estaba vivo. Mi abuelo, que había sido el único en luchar por mí, en defenderme hasta el final, incluso cuando todos me condenaron. Yo corrí hasta él y lo abracé con fuerza, como si temiera que él desapareciera de nuevo delante de mí.

—¿Qué es esto? —murmuró, sorprendido—. Ya eres señorita para tanta emoción tan temprano.

Yo solo conseguí sollozar, escondiendo el rostro en su hombro. Cuando finalmente recuperé el aliento, noté la expresión de él cambiar. Sus ojos me encaraban con firmeza, como si quisiera leer la verdad dentro de mí.

—Necesito que estés lista para la reunión de esta tarde —dijo él, en tono solemne—. Es sobre el noviazgo.

Fue como si el suelo hubiera desaparecido bajo mis pies. Yo sabía exactamente de lo que él estaba hablando. Tres meses antes del casamiento que me llevó a la muerte, mi abuelo aún insistía en el noviazgo arreglado con el heredero de una de las mayores familias del país. Un hombre que yo rechacé, por estar ciega de amor por aquel que después me destruiría.

Yo cerré los ojos por un instante, sintiendo el recuerdo arder en mi pecho. Yo tenía ahora la confirmación: volví. El destino me dio una segunda oportunidad.

Cuando bajé para el desayuno, la familia ya estaba reunida. Mi madrastra, con aquella sonrisa fría, parecía siempre lista para criticarme. Mi medio hermano, perezoso y arrogante, me miraba con desdén. Solo mi abuelo mantenía la postura de pilar, sustentando todo con su presencia fuerte.

—¿Ya decidiste, entonces? —preguntó él, mientras todos se acomodaban—. ¿Vas a aceptar el noviazgo?

En el pasado, yo dije no. Y esa recusa abrió las puertas para mi ruina. Pero, esta vez, yo no dudé.

—Sí, abuelo —respondí, con firmeza—. Aceptaré.

El silencio se apoderó de la mesa. Mi madrastra alzó las cejas, sorprendida. Mi medio hermano rió, sarcástico.

—¿Tú? ¿Aceptar casarte con un lisiado? —se burló, sin ningún pudor—. ¡Vas a manchar el nombre de la familia aún más!

Mi sangre hirvió, pero no desvié la mirada.

—Mejor casarme con un hombre que todos subestiman que con alguien que solo traería desgracia para mi vida —respondí, en tono gélido.

Mi abuelo observó en silencio, y pude jurar que vi un destello de aprobación en sus ojos.

En aquel instante, una decisión que parecía pequeña cambió todo. Yo sabía que ese casamiento escondía secretos, que el hombre que me aguardaba no era quien parecía ser. Y, principalmente, yo sabía que mi destino estaba entrelazado al de él de una forma mucho más compleja de lo que yo podría imaginar.

El futuro aún estaba cubierto por sombras, pero yo tenía certeza de una cosa: yo no caminaría nuevamente hacia la muerte.

Esta vez… era yo quien daría las cartas.

Capítulo 3

El salón estaba repleto. Hombres y mujeres de la alta sociedad se dispersaban por el ambiente lujoso, intercambiando cumplidos y miradas curiosas, como buitres esperando la mínima oportunidad de alimentarse de la desgracia ajena. Sabía exactamente lo que esperaban ver: la heredera que antes rechazó al novio arreglado ahora, por algún motivo misterioso, estaba dispuesta a aceptar.

Caminé al lado de mi abuelo, cada paso medido, la postura impecable. Podía sentir las miradas quemando mi piel, podía oír los susurros cargados de veneno.

— Se ha vuelto loca de verdad.

— ¿Casarse con un inválido? Es prácticamente un retroceso.

— Mejor eso que quedarse sola, ¿no?

Las palabras se enroscaban en mis oídos, pero esta vez no bajé la cabeza. A diferencia de mi pasado, no estaba aquí para agradar a nadie. Estaba aquí para sobrevivir, para reconstruir lo que me fue robado y para proteger el honor de mi abuelo.

En el centro del salón, él estaba. Alto, imponente, incluso sentado en una silla de ruedas que, para todos, era símbolo de debilidad, pero que yo sabía que escondía mucho más de lo que aparentaba. Sus ojos oscuros me miraban con intensidad, como si quisiera atravesar mis defensas y descubrir mis verdaderas intenciones.

El murmullo aumentó cuando el maestro de ceremonias anunció oficialmente el compromiso. Sentí el corazón acelerarse, pero no dudé. Caminé hacia él y, cuando todos esperaban que retrocediera, me arrodillé levemente frente a él para que nuestras manos se encontraran en igualdad.

— Es un placer estar a tu lado — murmuré, en tono audible solo para él.

Vi el destello de sorpresa en sus ojos. En mi vida pasada, lo había humillado, rechazado, tratado como una carga. Ahora, yo estaba allí, demostrando respeto y eligiéndolo delante de todos.

— No te imaginas en lo que te estás metiendo, pequeña heredera — respondió en voz baja, con una sonrisa enigmática en los labios.

Fue entonces cuando la revelación cayó sobre mí como un rayo. Entre los invitados, reconocí un rostro que jamás podría olvidar: mi ex, el hombre que me llevó a la muerte. Estaba parado, incrédulo, mirándonos como si hubiera visto un fantasma.

Y fue en aquel instante que mi abuelo anunció, con orgullo:

— Les presento al futuro esposo de mi nieta. El joven CEO, Gael Castellani.

El apellido cayó como una bomba en el salón. Castellani. El mismo apellido del hombre que un día amé y que me traicionó. Y, como si el destino se divirtiera en torturarme, percibí en las miradas impactadas alrededor la verdad cruel: mi novio era el tío joven de mi ex.

La tensión tomó el aire. Mi ex, pálido, dio un paso al frente, incapaz de esconder la indignación.

— ¡Esto es imposible! — exclamó, con la voz temblorosa. — Tú no puedes… ¡no puedes casarte con él!

Todas las miradas se volvieron hacia mí. Yo, que en la vida pasada me habría encogido, ahora respiré hondo y dejé que mi voz cortara el silencio.

— ¿Por qué no podría? — pregunté, con calma. — No es un crimen elegir a alguien que me respete. ¿O será que está molesto porque su propio tío tiene más honor del que tú jamás tendrás?

El salón explotó en murmullos. Los labios de mi ex se contorsionaron, la amante a su lado fingía indignación, y yo podía sentir la satisfacción silenciosa que emanaba de Gael. Él no esperaba mi audacia.

Con un gesto inesperado, tomé la iniciativa: sujeté firme la mano de Gael, entrelacé mis dedos a los suyos y elevé nuestros brazos delante de todos.

— Este es el hombre con quien elijo casarme. Y no dejaré que nadie nos humille.

Las palabras salieron afiladas, resonando en el salón. Estaba marcando territorio, no solo como novia, sino como alguien que no sería más la víctima.

La mirada de Gael se fijó en mí. Había algo allí — una mezcla de admiración, sorpresa y diversión. Él, que vivía entre planes de venganza y secretos bien guardados, parecía haber encontrado en mí una aliada inesperada.

Mientras la ceremonia proseguía y los invitados digerían la novedad, mi corazón ardía. Sabía que había dado el primer paso en dirección a un destino totalmente diferente. Y, desde que desperté, sentí esperanza.

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