⎯⎯⎯⎯⎯⎯⎯ Sangre Y Ruinas𓅨⎯⎯⎯⎯⎯⎯
Contrato
La catedral se erguía solemne bajo la penumbra. Afuera llovía, y cada gota contra los vitrales parecía marcar el tiempo de una condena.
Alekséi Morózov respiraba hondo mientras avanzaba por el pasillo central. Vestido de blanco, cada paso le pesaba como una cadena. Se obligaba a no temblar, a no mostrar debilidad frente a las decenas de ojos que lo observaban.
En la primera fila, Igor Morózov, su padre, mantenía el rostro grave, con los labios apretados como si cada aplauso futuro fuese un insulto. Daria, su madre, observaba en silencio, rígida, sin un gesto de compasión. Svetlana, la hermana mayor, lo miraba con una mezcla de desdén y resignación, mientras Irina, la menor, apenas contenía las lágrimas, intentando sostenerlo con una sonrisa frágil.
En el altar lo esperaba Leonid Markov, impecable en su traje negro. Sus hombros anchos y su mirada afilada imponían respeto y amenaza. Su expresión no era una sonrisa, apenas una mueca cargada de desprecio.
Leonid Markov
—Nunca imaginé que acabaría casándome con un Morózov —murmuró Leonid en voz baja, mientras el sacerdote abría el misal—. Y mucho menos con alguien que parece preferir morir antes que estar aquí.
Alekséi Morózov
Alekséi apretó la mandíbula.
—Créeme, la idea me repugna tanto como a ti.
El sacerdote tosió suavemente, reclamando silencio. Los votos se recitaron como si fueran un trámite más en medio de la guerra. Nadie en esa catedral esperaba amor. Solo querían un pacto que sellara la paz.
Cuando llegó el beso, Alekséi sostuvo la mirada de Leonid, decidido a no cerrar los ojos. El contacto fue breve, áspero, sin afecto. Al separarse, los aplausos resonaron en las bancas. El eco de las palmas de ambas familias sonó más como sentencia que como celebración.
En el Cadillac, camino a la mansión Markov, reinaba un silencio sofocante. Finalmente, Alekséi habló:
Alekséi Morózov
—Que quede claro, Leonid. Esto es un contrato. Fingiremos ante los demás, pero en privado no tienes derecho a nada.
Leonid Markov
Soltó una carcajada grave.
—¿Nada? No te confundas, Alekséi. Bajo este techo, tú eres mi esposo. Y si quiero, lo recordaré a cada segundo.
Alekséi Morózov
—Prefiero ser tu enemigo que tu esposo —espetó, clavando la mirada en la ventana oscura.
La mansión Markov los recibió con su aire pesado de poder antiguo. Al entrar, Alekséi dejó caer el abrigo sobre una silla. Leonid se sirvió un vaso de vodka y lo bebió de un trago.
Leonid Markov
—Mira a tu alrededor —dijo él, con voz firme—. Esta es tu nueva casa. No me importa si la odias, si lloras o si sueñas con escapar. Mientras dure el contrato, serás un Morózov con apellido Markov. Y eso implica obediencia.
Alekséi Morózov
Da un paso al frente, desafiante.
—¿Obediencia? No soy un perro que puedas domesticar, Leonid. Antes prefiero la bala de una pistola que someterme a ti.
Leonid Markov
Observa en silencio, luego sonrió con frialdad.
—Tienes carácter. Tal vez eso me divierta más de lo que esperaba.
Alekséi Morózov
—No juegues conmigo —réplica con voz temblorosa de rabia—. No pienses que voy a inclinar la cabeza.
Leonid se acercó hasta quedar a un palmo de él. La diferencia de estatura y la fuerza contenida en sus hombros lo hacían parecer una muralla.
Leonid Markov
—Entonces será interesante descubrir cuánto tiempo puedes resistir antes de romperte. Patético
Contrato (continuacion final 1)
El eco de las campanadas aún vibraba en las paredes de la mansión cuando Leonid dejó el vaso de whisky sobre la mesa con un golpe seco. Sus ojos, oscuros, seguían fijos en Alekséi como si lo midiera, como si buscara la primera grieta en su orgullo.
Leonid Markov
—No te confundas, Morózov —dijo con un tono bajo pero cargado de amenaza—. Aquí no hay lugar para tu rebeldía. Si cruzas mi techo, cruzas mis reglas.
Alekséi Morózov
levantó la barbilla, desafiando la mirada.
—Entonces acostúmbrate a odiar mis reglas también. No pienso doblarme, no por ti, ni por nadie.
Leonid Markov
Soltó una risa breve, seca, sin alegría.
—Eso dices ahora. Pero todos terminan cediendo. La diferencia es cuánto tiempo tardan en romperse
El silencio se hizo espeso. Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales como si quisiera colarse dentro. Alekséi apretó los puños. Estaba cansado, furioso, atrapado…
Alekséi Morózov
—¿Y qué pasa si no me rompo? —preguntó con un hilo de voz cargado de rabia contenida.
Leonid Markov
Se acerca hasta quedar frente a él
—Entonces me divertiré intentando.
Alekséi sostuvo su mirada. Quiso retroceder, pero se obligó a mantenerse firme, a no darle la satisfacción de verlo flaquear. El corazón le martillaba en el pecho, no por miedo, sino por la extraña mezcla de odio y adrenalina que lo desbordaba.
Leonid Markov
Alza la mano tocando con un dedo la tela de su camisa
—Tu padre te entregó a mí como un sacrificio. Pero yo… —su voz baja a un susurro amenazante— yo decidiré si serás ofrenda, enemigo o entretenimiento.
Alekséi Morózov
Se aparta de un golpe, respirando hondo
—No soy tuyo. Ni ahora ni nunca.
Leonid Markov
—Ya lo eres —replicó, encendiendo otro cigarro y dándole la espalda con una calma calculada—. El contrato lo dice. Y lo que está escrito en sangre, Morózov, no se rompe.
FIN DEL CAPITULO
𖤐 𝐏𝐀𝐂𝐓𝐔𝐌 𝐂𝐀𝐄𝐋𝐈 𖤐
La Mesa De Los Lobos
𖤐 𝐏𝐀𝐂𝐓𝐔𝐌 𝐂𝐀𝐄𝐋𝐈 𖤐
✦ # vinculum_inmortale
게약 피 운명
꧁༺ 1983 ༻꧂
El reloj de la mansión marcaba las siete, y Alekséi aún no había pegado un ojo. Se había quedado dormitando en un sillón, la espalda tensa, mientras escuchaba la respiración tranquila de Leonid. Aquella cama enorme, en la que cualquiera pensaría que un matrimonio recién consumado debería descansar, permanecía intacta, fría como el mármol.
Leonid se incorporó primero. El ruido del cinturón al ajustarse lo obligó a abrir los ojos.
Leonid Markov
—Pareces un mendigo en esa butaca —dijo con voz grave, sin molestarse en ocultar el sarcasmo—. No durarás una semana si decides dormir ahí.
Alekséi Morózov
Se incorpora lentamente, acomodando su camisa arrugada.
—Prefiero una semana en un sillón que una sola noche a tu lado.
Leonid Markov
Sonríe con calma depredadora, como si aquella respuesta lo hubiera divertido.
—Algún día dejarás de repetir eso. Y lo peor es que no será porque cambies de opinión, sino porque entenderás que no tienes elección.
Un golpe seco en la puerta interrumpió la tensión. El mayordomo Leo apareció con gesto rígido.
Leo(mayordomo)
—Señores, la familia los espera en el comedor.
El pasillo hacia el salón era largo, cubierto de retratos que parecían observarlos. Alekséi caminaba con la cabeza erguida, decidido a no demostrar miedo, aunque cada paso pesaba como plomo. Leonid avanzaba a su lado con la seguridad de quien nunca duda.
El comedor estaba repleto. La mesa de madera oscura se extendía como un campo de batalla. De un lado, los Markov. En la cabecera, Pyotr Markov, el patriarca, con su mirada de acero. A su lado, Doña Elena, con un porte altivo y una sonrisa que nunca llegaba a los ojos. Más abajo, Tatiana, la hermana de Leonid, jugueteaba con la cuchara como si ya estuviera esperando la oportunidad de clavarla en alguien.
Del otro lado, los Morózov. Igor, el padre de Alekséi, tenía el rostro cansado pero duro. Daria, su madre, mantenía las manos entrelazadas, fría como una estatua. Svetlana, la hermana mayor, observaba en silencio, evaluando cada gesto. E Irina, la menor, parecía incómoda, incapaz de sostener las miradas cargadas de veneno.
Pyotr Markov
Rompe el silencio con un gruñido.
—Así que por fin juntos. ¿Durmieron bien?
Alekséi Morózov
-Traga saliva-
Leonid Markov
Responde antes que él.
—Dormimos lo suficiente. Y lo necesario.
Tatiana Markov
Deja escapar una carcajada breve.
—Oh, qué diplomático, hermano. Si yo no los conociera, pensaría que aquí hay amor.
Alekséi Morózov
Clava sus ojos en ella.
—Lo único que hay aquí es un contrato. Y yo cumpliré mi parte, aunque otros prefieran burlarse.
Pyotr Markov
Chasquea la lengua.
—Eso espero. Porque si alguno de ustedes rompe su papel, la paz se acaba.
Leonid Markov
Levanta su copa de vino, sin apartar la mirada de Alekséi.
—Por la paz, entonces.
Alekséi Morózov
Levanta la suya, con la misma firmeza.
—Y porque ninguno de nosotros se atreva a traicionarla.
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