NovelToon NovelToon

Heridas Que Reabren

Capítulo 1: Llegando a las torres

Carolina miró a través de la ventanilla cerrada del taxi. Ya habían llegado. El complejo de departamentos se alzaba en todo su esplendor delante de sus ojos. El chófer sólo debía encontrar un buen lugar donde estacionar su vehículo y, luego de que ella y su tía descendieran de este, sería el inicio de una nueva vida para la niña.

—Es igual a la foto —le comentó Leonor, desde el asiento de adelante, sobresaltándola, pues no le había dirigido la palabra en todo el viaje.

Ella optó igualmente por el mutismo, dejando el interior del auto sumido en un silencio casi sepulcral.

—Sí —respondió la infante, jugando nerviosamente con las trenzas de su cabello, a la vez que trataba de lucir animada y optimista—. Parece que hay mucho espacio para jugar.

—Seguro también hay muchos nenes con los que vas a poder divertirte.

No había manera de que sus planes dieran un giro de 180 grados a esas alturas, pero quería asegurarse de que Carolina no se arrojara a sus pies, llorando y suplicando para que no la deje ahí y le permita volver con ella. De todos modos, nunca habría sido capaz de convencerla de eso, solo quería evitar esa escena.

Carolina se quedaría a vivir en aquel lugar. Ella y Bautista lo decidieron así, y Argelia estuvo de acuerdo.

Leonor sentía pena por la situación de su sobrina, pero estaría dispuesta a discutir hasta con su último aliento con cualquiera que se atreviera a decirle que no había hecho por ella más que suficiente. No compartía ningún lazo sanguíneo con la niña. Era un simple pariente político, la hija del hermano de su marido, ni más ni menos. No obstante, la había alojado en su casa por más de un mes, alimentándola con su comida. En el día número 23 de la estadía de Carolina ahí, Leonor le planteó seriamente a su esposo la necesidad de buscarle otro lugar para vivir, pues quería volver a enfocarse única y exclusivamente en la crianza de sus hijos. La presencia de la prima de estos no cuadraba dentro de los planes de su madre, quien la veía como un estorbo cada vez más grande y notorio. Él, tras sopesar esto, y considerar el hecho de que Carolina no daba indicios de querer hacer amistad con sus dos primos, fue fácil de convencer, al igual que la abuela de los chicos. Por lo tanto, después de haber vivido 32 días con sus tíos, creyendo que esa era la vida a la que debía acostumbrarse, se encontró viajando en micro, y posteriormente en el asiento trasero de un taxi con todo su equipaje guardado en el baúl, con dirección al complejo de departamentos donde vivía su abuela paterna.

Ya la había visitado con anterioridad, antes de que optara por cederle su casa a su hijo menor y a su creciente familia, y se mudará a aquel departamento en otra ciudad ¿Cómo sería la nueva casa? ¿Cómo sería vivir con ella?

Al encontrar el estacionamiento, el taxista detuvo ahí el auto.

Carolina echó un nuevo vistazo al lugar mientras bajaba del auto, y su tía se dirigía hacia el baúl. No podía decir que le desagradaban las siete torres, de tres pisos cada una, y con tres departamentos por piso, que tenía delante suyo; sin embargo, tampoco podía decir que le gustaban. Sentía indiferencia por ese lugar. Ni siquiera el espacio que podía aprovecharse para jugar conseguía llamar su atención por el momento.

—¡Vamos, hay que bajar todas las cosas! —exclamó su tía, sacándola de sus cavilaciones.

A pesar de sus tempranos 7 años de edad, se percató con facilidad de que Leonor quería irse de ahí con la mayor prontitud posible, dejarla junto con todas sus cosas y volver a su casa, sin detenerse a tomar asiento ni un minuto.

—Es en la torre 5, en el primer piso, departamento A —explicó la adulta, luego de la partida del taxi, señalando dicho lugar.

El departamento en cuestión contaba con un único dormitorio, al igual que la mayoría de los que ahí había. Solamente cinco contaban con una habitación extra, de los cuales, sólo uno parecía estar habitado en esos momentos.

Se veían carteles de “Se alquila” por doquier.

La mujer y la niña ingresaron en aquella torre, y subieron por la escalera, cargando el equipaje.

Antes de que Carolina se diera cuenta, ya tenía la puerta de madera marrón delante de la nariz. Una desgastada A todavía era visible arriba de la mirilla de esta.

—Si usara celular, podríamos haberle avisado por mensaje que ya estábamos en Mar del Plata —declaró la señora, a la vez que golpeaba la puerta—. Encima, todavía debe tener roto el teléfono fijo, porque no pude comunicarme ¡Argelia! ¡Argelia, somos nosotras! ¡Ya llegamos!

—¡Ya voy! —se escuchó del otro lado.

La espera, después de aquel grito, fue de cinco segundos exactos. Luego de ese tiempo, ambas pudieron oír el sonido de una llave girando en la cerradura. Acto seguido, la puerta se abrió, dejando ver a la mujer de pelo blanco, a la cual notoriamente ya no le faltaban muchos años para pasar de la mediana edad a la vejez. Llevaba los anteojos colgados al cuello, sin intención alguna de colocárselos en la cara. Miró primero a la adulta, después a la niña. A esta última le dedicó una pequeña pero sincera sonrisa, que no le fue devuelta, pues su nieta aún no podía decidir qué sentimiento debía experimentar, dada su situación.

—Pasen —le dijo a Leonor, exhibiendo poco más que una sombra de su sonrisa de tan solo un segundo atrás.

Capítulo 2: Fabián y Germán

El niño dejó su celular a un lado, y se acercó a la ventana, en cuanto escuchó el ruido que producía aquel motor. Desde ahí pudo ver que el auto de su padre ya no era el único del estacionamiento. Este hecho podría parecer irrelevante para cualquier otra persona; sin embargo, no era así para él. En la semana que llevaban habitando su nuevo departamento, ningún vehículo, de ninguna clase, se había acercado al complejo, ni siquiera por una visita. Ninguna otra familia, de las pocas que habitaban el lugar, poseía un medio de transporte propio, además de una bicicleta. Solamente Fabián y su hijo.

—Papá, se bajaron una señora y una nena —exclamó Germán, dominado por la curiosidad que lo caracterizaba—. Ya entraron al complejo. Tienen unas valijas ¿Se mudarán acá?

—Puede ser —respondió su progenitor, interrumpiendo la revisión de los pedidos que tenía para el día siguiente —. Tal vez vos y la nena se hagan amigos.

Ese era uno de los más grandes deseos de Fabián, sólo quería lo mejor para su hijo. Germán debía ser feliz en el departamento nuevo. No obstante, y a pesar de que no demostró en ningún momento señal de malestar o infelicidad, no consiguió hacer ningún amigo durante los siete días transcurridos desde la mudanza, pues casi no había niños en aquel lugar. Exceptuando a sus compañeros de escuela, y los del club deportivo, no se relacionaba con otros de su edad.

Ni siquiera había tenido la suerte de llegar a intercambiar más de dos palabras con la nena de la torre 7, la única infante del lugar hasta la llegada de ambos. Fabián no dejaba de preguntarse todos los días si él mismo no sería la razón por la que nunca hubo algún encuentro fortuito entre esa niña y su hijo. Le era prácticamente imposible ignorar la tensión que creía percibir entre la madre de la niña y él, desde la primera vez que se vieron.

No podía entender cuál era el problema que aquella mujer tenía con él, qué era lo que tanto le desagradaba de su presencia ahí, pero era innegable que algo no estaba bien. Podía creerse que era debido al incidente de dos días atrás, pero nadie sería capaz de convencer de eso a Fabián, pues estaba seguro de que ese repelús hacia él tuvo su inicio el día en que fue a visitar el complejo, acompañado de uno de los dueños del lugar.

Aún estaba tratando de decidir qué lugar habitaría junto a su hijo, pero optó por aquel sitio luego de visitarlo, revisarlo, y de haberlo comparado con las demás opciones, considerando detalles como la ubicación y el precio. En esas cavilaciones había cometido el error de no tomar en consideración la mirada de aquella mujer en bata, con la que se encontró casi al instante siguiente de haber atravesado el portón principal, acompañado por Daniel.

—Hola, Reyna, buen día —la saludó este último, seguido por un saludo mudo de Fabián.

Él llegó a percibir esa mirada llena de recelo que esa desconocida tenía hasta que su acompañante le dirigió la palabra. El gesto en el rostro de Reyna rápidamente cambió por otro que intentaba ser cordial.

—Es por acá —le indicó Daniel a su posible futuro inquilino.

Reyna los contempló un momento retirarse, para luego volver sobre sus pasos.

—¿Esa mujer salió para verme nada más? —se preguntó Fabián a sí mismo, al verla entrar en la torre 7 — No parecía que estuviera haciendo algo.

—Vive acá desde hace cinco años —dijo Daniel, sacándolo de su ensimismamiento, mientras ambos subían por las escaleras de la torre 3, hasta el tercer piso—. Tiene un contrato por veinticuatro meses. Siempre lo renovamos, por supuesto. La pobre no tiene garantía, pero como los dos somos buena gente, le hice el favor de alquilarle igual. Así soy yo. Dijiste que buscabas comprar, ¿no?

—Sí, un lugar fijo, donde podamos vivir mi hijo y yo, pero hasta que encuentre uno, busco un lugar para alquilar—respondió Fabián, intentando que su comentario dejara claro que esa búsqueda todavía continuaba, que no había prometido alquilar ya el departamento que iban a revisar, ni nada parecido.

La información no solicitada sobre la tal Reyna debía tener por finalidad, según dedujo el padre de Germán, el darle a entender que vivir ahí era algo muy placentero. Después de todo, si esa mujer eligió vivir ahí durante todo ese tiempo, debía haber un buen motivo.

No obstante, sintió alegría cuando Daniel siguió hablando, pues se refirió a las características y comodidades del complejo, en lugar de preguntar por la madre de su hijo. A todas las personas con las que trató hasta ese momento, en su búsqueda de un buen lugar para vivir, les llamaba la atención el hecho de que afirmara mudarse con su hijo, sin agregar "y mi mujer". Se veía forzado a hablar de eso, y aunque lo resumiera en una oración, de cinco palabras o menos, no le gustaba tocar el tema. Por primera vez, él y su interlocutor lo obviarían.

El lugar era todo lo que se describía en el anuncio que encontró por internet, después del consejo de Argelia. Tenía espacio suficiente para los dos, para permitirles conservar ordenadamente todas sus cosas. Era de los pocos departamentos del lugar que contaban con dos habitaciones, en lugar de con una sola, lo que Fabián consideraba muy importante. Esto y la ubicación del complejo (no muy lejos de la escuela a la que asistía el muchacho, y de su almacén de milanesas) fue lo que lo llevó a decidir que quería vivir ahí, horas después de su entrevista con Daniel. El tercer aspecto que lo condujo a esa decisión fue la mentira que el dueño del complejo le dijo, y que él creyó ingenuamente.

—¿Hay familias con niños? —le preguntó, mientras revisaban juntos las condiciones en las que se encontraba el baño.

—Es por tu nene, ¿no? Sí, hay. Seguramente va a conseguir varios amiguitos rápido. Por ejemplo: Reyna, la mujer que vimos recién, vive sola con su nena. Ahora tiene ocho años.

Fabián se alegró al escuchar que aquella niña desconocida tenía solo un año menos que Germán. Eso era lo que estaba buscando.

—¿Y qué pasó con el padre de la nena? —preguntó, sólo para arrepentirse, y sentirse mal consigo mismo, al instante siguiente de haber pronunciado esas palabras, ya que era lo mismo que el resto de la gente hacía con él.

—La verdad, no estoy seguro —respondió el hombre canoso—. Casi no habla sobre ese tema.

Con este nuevo sentimiento de culpa, Fabián tuvo un motivo extra para querer cambiar de tema.

Luego de todo lo que vio y escuchó, consideró aquel sitio como el mejor de todos los que había visitado. Así lo pensó mientras hablaba con Daniel, y así lo decidió poco tiempo después. Él y su hijo debían vivir ahí.

Tuvieron que seguir ocupando aquel compacto departamento de una única habitación durante casi un año más, pero una vez que los trámites correspondientes fueron hechos, el 5 de enero ya se encontraban viviendo en esa torre. Dos días después ya había acabado definitivamente la mudanza. Para ese entonces, el padre soltero no pudo evitar percatarse de la ausencia de niños en aquel sitio.

—Es que la mayoría se fue durante este último mes —le explicó Daniel, cuando Fabián le planteó su duda—. Pero ya van a venir más. Este lugar tiene bastante demanda.

Su explicación tenía sentido, pero Fabián siempre tuvo la sensación de que ese hombre lo había engañado, decidido a alquilarle ese departamento. No obstante, una parte de él deseaba que fuera así, haber caído en un engaño, ya que si eran ciertas esas últimas palabras de aquel hombre, podía existir algún tipo de problema en aquel sitio que obligaba a la gente a abandonarlo. Prefería decirse que había sido ingenuo antes que aceptar que muchas personas eligieron irse a vivir a otro lado. Mantendría la fe en el futuro, en que Daniel al menos fue sincero al hablarle de la demanda que esos departamentos tenían. La presencia de esa niña, una semana después de empezar a vivir ahí, renovó sus esperanzas.

—¡Fueron a lo de la abuela Argelia! —le informó su hijo, tras volver a entrar a su hogar— Las dejó pasar a las dos. Ahora están adentro con ella.

—¿Y la nena te vio así? —le preguntó el padre, con una sonrisa juguetona, haciéndole notar al muchacho que salió vestido únicamente con una remera, medias y calzoncillos— Ojalá te haya visto, así la próxima vez no sos tan distraído, y no salís tan atropelladamente.

Sonrojado, mezcla de enojo por el comentario de su papá, y de vergüenza al imaginar el posible escenario que se le planteó, Germán aclaró que eso no ocurrió porque él no era visible para ninguna de las dos, debido a la distancia y al lugar desde donde estaba mirando.

Mientras su nene se dirigía hacia su habitación, en búsqueda de un pantalón, por orden de él, pues consideraba que ya había transcurrido suficiente tiempo desde el desayuno, se puso a pensar en esta nueva información recibida.

Recordó que Argelia le había mencionado, en una ocasión, que existía la posibilidad de que su nieta fuera a vivir con ella. El equipaje que Germán mencionó lo llevó a suponer que esa nena era la nieta mencionada, y que la mudanza se había llevado a cabo efectivamente. No podía recordar si la señora le había explicado el por qué de este cambio, pero ya se lo preguntaría cuando llegara la ocasión. En aquel momento, sólo podía pensar en lo bueno que era que esa niña viviera en casa de Argelia, ya que eso facilitaba mucho el inicio de la amistad entre ella y Germán. No debía ser como con la hija de Reyna.

No podía evitar suponer que esa mujer había intervenido de alguna manera, pues le era imposible creer que sus hijos no hayan coincidido en ninguno de esos siete días, en especial tomando en cuenta la facilidad de Germán para hacer amistades.

Lo primero con lo que sus ojos se encontraron al atravesar el portón principal de aquel complejo de torres, en esa primera semana de enero, fue otra mirada despectiva por parte de esa madre soltera, haciendo que recuerde la anterior.

A pesar de que la volvió a ignorar, Reyna volvió a mostrar el mismo gesto en cada breve y casual encuentro que protagonizaron, hasta que ocurrió ese último en la madrugada del quinto día, en el cual su cara no fue lo que capturó su atención.

Sé había despertado poco antes de las 7 de la mañana y, por más que lo intentó, no pudo volver a conciliar el sueño. Su primera idea fue hacer lo que siempre hizo en esos casos: permanecer acostado, sin dormir, hasta la hora de levantarse. Pero pronto lo asaltó el deseo de salir a respirar el aire de la madrugada, cosa que no hacía desde algunos años atrás. Con estos pensamientos nostálgicos en su cabeza, se levantó de la cama y comenzó a vestirse cuando el reloj de la pared marcaba las 7:23.

Sin hacer el menor ruido, para no despertar a su hijo, y sin detenerse a probar ni un solo bocado, salió a complacer su pequeño deseo. Con un único segundo en el exterior fue más que suficiente para convencerse de que había sido una buena idea, así que optó de inmediato por dar un paseo por todo el lugar.

Luego de bajar las escaleras, la caminata comenzó, y terminó de forma abrupta, cuando sus ojos se toparon con la inesperada figura de Reyna ¿Qué estaba haciendo esa mujer por ahí, a esa hora, completamente desnuda? Nunca lo supo.

Ella se percató de la presencia del hombre casi un segundo después de haber sido vista por este. Con un grito de alarma, se apresuró a cubrir sus pechos con su brazo izquierdo, y su entrepierna con la mano derecha, para luego retirarse del lugar con la mayor velocidad que le fue posible alcanzar.

Fabián regresó a su casa sin hacer más, con un fuerte sentimiento de incomodidad por lo que había pasado.

Agradeció no habérsela vuelto a encontrar en los días que vinieron después. Cada vez que su mente lo llevaba al recuerdo de aquel incidente, hacía el esfuerzo, durante casi un minuto completo, de encontrar una explicación. Lo único que podría explicar eso sería que la mujer, tras alguna desafortunada serie de eventos, había quedado afuera de su casa por accidente, en las condiciones en las que la encontró. No obstante, esa teoría no tardaba nada en caerse a pedazos. Además del hecho de que las puertas de esos departamentos no contaban con ningún tipo de cierre automático, el vio claramente cómo ella pudo entrar a su vivienda sin ningún inconveniente.

Siempre acababa por desechar el asunto, concentrándose en su labor del momento.

El tiempo diría si resultaría posible la amistad entre su hijo y la hija de aquella extraña mujer.

En esos momentos, mientras pensaba en su trabajo, se decía que debía poner sus esperanzas en la nieta de Argelia.

—Ya vamos a conocerla —le dijo al niño en cuanto este volvió a la sala.

Capítulo 3: Reyna y Sofía

Eran casi las 12 del mediodía, pero seguía acostada en su cama de dos plazas. Llevaba más de una hora durmiéndose y despertando, una y otra vez. Su cabeza sufría los estragos de la noche anterior, pero consideró que lo mejor sería levantarse y desayunar algo, pues el hambre la empezaba a fastidiar.

Notó que Sofía ya no se encontraba acostada junto a ella. No sé preocupó por eso, ya que la niña podía arreglárselas por sí sola para encontrar algo para comer. Sin mencionar que tenía prohibido salir a jugar sin haber desayunado primero (regla que la menor de edad siempre obedeció). La ausencia de toda la vestimenta, que dejó en aquella silla negra la noche anterior, le dejo en claro que su hija ya no se encontraba dentro del departamento. Sin embargo, le era imposible saber cuánto tiempo llevaba sola en esa pieza, apenas iluminada por un poco de luz solar filtrada por los pequeños orificios de la persiana.

Luego de algunos intentos consiguió sentarse en la cama, para luego abandonarla poniéndose de pie. Como siempre, dejó todo en la habitación tal como estaba y se encaminó al baño directamente. Necesitó lavarse la cara durante casi cinco minutos antes de decidir que ya podía ir a la cocina-comedor.

Sentada frente a la mesa, con las persianas totalmente bajas como siempre, le estaba dando el primer sorbo a su taza de café cuando la pequeña Sofía entró precipitadamente en el lugar por la puerta, con su confiable pelota de trapo bajo el brazo.

—Hola, buen día —le sonrió su madre, haciendo que la niña abandonara su juguete en un rincón para ir a darle un beso en la mejilla izquierda— ¿Ya desayunaste algo?

—Sí, me comí las galletitas que quedaron en el tarro rojo —respondió Sofía, sentándose en el piso para quitarse las zapatillas.

—¿Dormiste bien? ¿Hace mucho que estás levantada?

—Sí, dormí bien, ma. Pero no me fijé a qué hora me levanté, así que no sé cuánto llevo levantada.

Mientras Sofía se quitaba las medias, Reyna notó que su hija mantenía en el rostro la sonrisa pícara que tenía en el momento en que la vio entrar. No necesitaba preguntarle nada, pues sabía que la niña le relataría cualquier cosa que tuviera para decirle sin necesidad de una solicitud. Esa expresión, como bien lo sabía ella, significaba "pasó algo que quiero contarte porque fue muy divertido, mamá".

—Ma, quiero contarte algo —dijo de pronto la menor, ampliando la sonrisa de su cara, a la vez que dejaba sobre una silla cercana el vestido celeste que acababa de sacarse— ¿Viste el nene de la torre 3? Recién lo vi en calzoncillos.

El sonido de las leves e inocentes carcajadas de la niña se mezclaron con el que produjo Reyna al beber otro sorbo de café. El hijo del tipo blanco ese. Razón de más para querer conocer el resto de la anécdota de su pequeña, al tener relación con esos dos que se habían mudado ahí una semana atrás. Por lo tanto, simplemente observó a su hija mientras esta acababa de quitarse toda la ropa, dándole a entender que estaba escuchando y que podía proseguir.

—Él no me vio a mí —rió Sofía, como si estuviera siendo la narradora de una historia emocionante —. Yo estaba subiendo la escalera de la torre, cuando de repente él salió de su casa. Miraba para el portón de la calle. Tenía nada más una remera y un calzoncillo. Yo me agaché rápido, y me escondí en la escalera, pero pude asomarme sin hacer ruido. Se quedó ahí mirando un poquito, y después volvió a meterse en su casa.

La curiosa anécdota, que Sofía tanto quería relatarle a su mamá, no generó el impacto que la niña estaba esperando. Creyó que también se reiría de lo ocurrido, y que haría algún comentario gracioso al respecto. Debido a eso, quedó muy confundida al contemplar a su madre con el ceño fruncido, acabando de ingerir lo poco que le quedaba en su taza.

Reyna había visto a ese niño sólo en contadas ocasiones desde el día en que él y su padre se mudaron ahí. No obstante, sabía que constantemente lo dejaba en casa de la anciana de la torre 5 para irse a trabajar.

—Seguramente también para irse un rato de putas —pensaba ella siempre—. Así son estos tipos, se les ve en la cara.

No le agradaba tener cerca a un padre así, uno que consideraba irresponsable. Por si fuera poco, también se había divorciado y tenía él la custodia del niño. Era lo que más le molestaba ¿Quién decidió que el niño no debía irse a vivir con su madre, y en cambio debía quedar bajo la tutoría de semejante sujeto? ¿Por qué alguien le haría algo así al nene? Siempre sospechó la existencia de alguna clase de arreglo monetario entre el tal Fabián y los encargados de mediar la separación entre él y su esposa. Más hombres blancos, ineptos y corruptos. No podía ser de otro modo, y no dudaba de que ese tipo pudiera permitirse hacer uso de todo su dinero de esa forma, como (según aseguraba ella) lo confirmaba el auto en que lo vio llegar aquella tarde de noviembre del año anterior.

Cuando Daniel le comentó que había encontrado a un hombre interesado en alquilar uno de los departamentos con dos habitaciones tuvo su primer mal presentimiento. El segundo tuvo lugar cuando se encontraba descolgando la ropa que dejó secándose en el tendedero ubicado en la azotea de la torre número 7.

Había dejado a Sofía mirando televisión, y con su nuevo teléfono celular en las manos. También ella deseaba distraerse un rato con el suyo antes de empezar a preparar el almuerzo, pero ya que la conexión a internet no llegaba a ese lugar, debía esperar a terminar con su labor. Estos pensamientos eran lo único que ocupaba su mente cuando aquel auto apareció en medio de su campo de visión. Jamás había visto uno como ese tan cerca hasta ese entonces. La había dejado sorprendida por lo bien cuidado que parecía estar, y lo caro que probablemente era. Daniel debió haber estado esperándolo en el portón de entrada, ya que ambos entraron juntos al lugar. Ella ya había bajado, olvidando arriba la poca cantidad de ropa seca que debía llevar consigo. Quería ver de cerca a la persona dueña de aquel auto, aparcado en el constantemente vacío estacionamiento del complejo.

Al día siguiente, Daniel confirmó como cierta la teoría de que ese hombre blanco, de vestimenta cara y elegante, era efectivamente el sujeto del que le había hablado antes.

Conforme iban avanzando las semanas, cada dato que él le facilitaba respecto a aquel padre soltero, solamente aumentaba su repelús y su rechazo. No se enteraron de mucho, pues Fabián nunca hacía énfasis en sus asuntos privados, pero para Reyna resultaba suficiente. Pudo formarse una idea sobre lo que le esperaba teniéndolo como vecino. Por lo tanto, cuando aquella inminente mudanza se convirtió en un hecho que debía aceptar, hizo todo lo posible por ignorar su presencia, y por no tener ni el menor trato con él. Más temprano que tarde, tuvo que reconocer que eso sería imposible, ya que antes del transcurso de una semana desde la mudanza, el nuevo vecino se las arregló para arruinar, en tan solo un fugaz segundo, uno de los momentos más disfrutables de la semana para ella: cuando, temprano en la madrugada, daba algunos pasos fuera de la seguridad de su departamento, completamente desnuda.

No podía llevar a cabo esta actividad todos los días, pues debía levantarse temprano para ello, lo que se le complicaba bastante. Sin embargo, conseguía hacerlo tres o cuatro veces a la semana, ya que siempre disfrutó de la agradable sensación de la brisa del exterior contra su cuerpo expuesto. Andar de ese modo por la casa todo el día, al igual que su niña, era muy agradable, pero no se comparaba con lo liberador que le resultaba eso afuera.

Le tomó tres días, luego de su mudanza, cuando Sofía solo tenía tres años, descubrir que podía hacer eso. La pequeña se había despertado en la madrugada debido a una pesadilla, ese sábado, logrando conciliar el sueño poco después, abrazada a su mamá. Ella no tuvo la misma suerte.

—Extraño a papá —exclamó Sofía medio dormida—. Él no era tan malo.

Mientras la niña conseguía regresar a su sueño profundo, Reyna se decía a sí misma que no podía enojarse con su hija, sin importar lo que hubiera dicho. Su madre probablemente la habría levantado de la cama de inmediato, para proceder a castigarla sin pérdida de tiempo, si ella hubiera dicho una cosa como esa, sin importarle su temprana edad. Siempre había sido así con todas sus hermanas, pero ella no. Decidió que sería diferente con su hija, pero la rabia y la tristeza que experimentó en ese instante la hicieron sentir confusión.

Al no poder conciliar el sueño, se levantó de su cama lentamente, procurando que Sofía no se volviera a despertar.

Sentada en una silla, frente a la mesa de la cocina-comedor, se quitó las pantuflas, la única prenda de vestir que llevaba encima, antes de dar un trago a su botella de cerveza. Solo se había calzado por temor a electrocutarse al abrir la heladera. Ya le iba a dar un segundo trago a su botella cuando su atención se centró en las persianas que permanecían cerradas constantemente, para evitar que alguien (en especial algún varón, de cualquier edad) pudiera verlas a cualquiera de las dos. En esa ocasión, aquellas persianas, y esos pensamientos, la llevaron a recordar que ninguna de las pocas personas que habitaban algunos de los otros departamentos se levantaba temprano, todos dormían hasta tarde. Así se lo había comentado Daniel en una ocasión, y ella pudo comprobarlo en los pocos días que llevaba viviendo ahí. En su momento no le prestó atención a este detalle, aparentemente insignificante, pero en esa madrugada esta información la llevó a pensar en una idea que parecía bastante interesante, acompañada por el deseo de llevarla a cabo cuanto antes. Dejando la botella a un lado, se encaminó hacia la puerta de entrada, así como estaba, después de asegurarse de que Sofía siguiera durmiendo. Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, permitiendo que la brisa de la mañana (colada, al no haber puerta en la entrada de la torre) hiciera contacto directo con cada centímetro de su cuerpo desnudo. Tras comprobar que no existía ningún peligro, acercó a la puerta la silla que tenía más próxima para evitar que se cerrara, despertando a la niña, y retrasando su reingreso al departamento. Acto seguido, dio unos pocos y tímidos pasos afuera, siempre mirando alrededor suyo, y cubriendo sus senos y su entrepierna, con su mano y brazo respectivamente. El frío que hacía no la molestó en lo más mínimo, gracias a una resistencia hereditaria a esto, la cual siempre había tenido, y a que no era muy intenso en esa ocasión. Aún estando cerca de la entrada de su casa, regresó sobre sus pasos rápidamente, y cerró la puerta.

Realmente se sintió muy bien al hacer eso, por lo que no tardó en repetirlo, pocos días después. Antes de que se diera cuenta, ya lo había convertido en su nuevo pasatiempo. Aquel castigo de su madre, infligido a ella una sola vez en toda su vida, quedó definitivamente en el olvido.

Tiempo después, ya empezaba a animarse más ahí afuera, atreviéndose a ir un poco más lejos en cada salida, sin alejarse mucho de la puerta de su casa. En algunos casos subía algunos escalones, siempre con sus debidas precauciones, y en otros iba vestida solo con su bata hasta la azotea de la torre, con su silla de playa bajo el brazo, solo para quitársela, y proceder a relajarse unos minutos ahí.. También llegó a hacer eso en un horario más avanzado de la mañana, cuando consideraba que la temperatura era la apropiada, aprovechando que su hija había empezado a asistir a clases, para poder asolear perfectamente todo su cuerpo, después de asegurarse de que no habría interferencias de ningún tipo. Esto no era difícil, dada la poca cantidad de gente en el complejo, y que solo los inquilinos de esa torre tenían permitido estar en la azotea de la misma.

En ningún momento de esos cinco años que llevaban residiendo en aquel lugar, Reyna le confió a su hija las "tonterías arriesgadas" que llevaba a cabo para divertirse. Prefería guardarlo en secreto, y no exponer a la menor a la tentación de imitarla. Consideraba que ella únicamente debía andar así por la casa, como le inculcó desde que se mudaron.

Nunca la obligó a andar desnuda, pues no era su manera de ser. No obstante, le planteó que no había necesidad de que las dos estuvieran con la ropa puesta al estar en la casa, y que, siendo las dos mujeres, podían ver el cuerpo desnudo de la otra sin que existiera problema alguno al respecto. Ante el ejemplo dado por la madre, la menor no dudó en imitarlo, y así fue siempre. Sin embargo, no iba a dejar que se enterara de su juego secreto, era solamente para ella. De este modo se mantuvo hasta esa madrugada del 10 de enero.

Sabía que no sería para nada bueno que ese tal Fabián viviera en el mismo complejo que ella, pero nunca imaginó que se llevaría a cabo semejante encuentro entre ambos. Prácticamente le había perdido el miedo a ser pillada por alguien mientras daba algunos pasos fuera de la torre en esas condiciones. Con los brazos a los costados del cuerpo, cerró los ojos durante un breve segundo para disfrutar aún más del momento. Algo la obligó a abrirlos solo para encontrarse con el nuevo vecino, quien salido de la nada, estaba ahí parado, mirándola fijamente con la boca abierta.

Luego de media década, finalmente había pasado. Fue sorprendida en uno de sus paseos matutinos, y por un hombre. A toda velocidad se cubrió inútilmente con un brazo y una mano, a la vez que profería un grito y se apresuraba a regresar a su casa, dónde cerró la puerta, y dónde un fuerte sentimiento de vergüenza y humillación no demoró en hacerse presente.

Un tipo la había visto desnuda. Y no solo eso; cada vez que recordaba ese momento, se odiaba a sí misma con mucha intensidad por no haber procedido de otra manera ante el encuentro, reduciendo un poco su humillación. Él sólo la había visto por delante, pero al salir corriendo, dándose la vuelta, con las manos al frente, también puso verla por detrás. No vio que desviara la mirada, ni que se cubriera los ojos, por lo que sabía que lo había hecho, y eso le hacía hervir la sangre como no le ocurría en mucho tiempo.

No sabía qué hacer a continuación, salvo evitar aún más el encontrarse con aquel hombre. Por suerte, su precipitada entrada a su casa no despertó a Sofía. Lo que menos deseaba en esos momentos era darle explicaciones a su hija respecto a lo que acababa de suceder. Trataría de no pensar en eso y seguir con su vida.

Tenía casi olvidada la existencia de Fabián cuando Sofía interrumpió su desayuno para contarle la divertida anécdota en la que acababa de ver en paños menores al hijo de aquel sujeto. Le sorprendió lo irónica que podía tornarse la vida en ocasiones.

—¿Qué estabas haciendo vos en esa torre? —le preguntó intrigada, y con una expresión seria en el rostro.

Sofía quedó algo confundida al verle la cara, pues no recordaba que su mamá la hubiera mirado así con anterioridad. No sabía si acababa de hacer algo malo, y Reyna no podía decirle que efectivamente fue así, ya que jamás le prohibió juntarse con ese nene. No se le hacía correcto, al no poder darle a su hija una verdadera y entendible razón para justificar eso. Sin embargo, durante esa última semana hizo todo lo posible por evitar que su hija se cruzara con el hijo de ese hombre.

La perspicaz niña se percató de que existían ciertos problemas entre su madre y esa nueva familia de dos personas. Por lo tanto, sospechaba que podría estar haciendo algo que no debía al subir al primer piso de la torre 3, buscando encontrarse "accidentalmente" con aquel nene, para invitarlo a jugar con ella. Pero, en ese momento, estaba dispuesta a correr el riesgo de hacer enojar a su mamá, no soportaba más el aburrimiento.

Al tenerla delante suyo, aparentemente enfadada, pensó que tal vez no debió haber seguido ese razonamiento, o al menos, no haberle relatado nada a ella.

—Es que vi que llegaron una señora y una nena —mintió a medias la niña, pues las había visto entrar al complejo, y sentía curiosidad por saber quiénes eran, y qué querían ahí, siendo este el segundo motivo por el que decidió subir esas escaleras—. Iban con muchos bolsos a la torre 5. Como empezaron a subir por las escaleras, yo también lo hice, pero por las de la torre 3, para tratar de verlas mejor desde ahí. Aunque, por lo que pasó con el nene ese, no pude ver si fueron al primer o al segundo piso.

Reyna no se detendría a intentar decidir si creer que su hija le estaba diciendo la verdad, o había improvisado una mentira para no reconocer que quiso hacer el intento de jugar con aquel muchachito casi desconocido para ellas, ayudada por la oportuna llegada de esas personas que tuvo la fortuna de presenciar. Quería poner toda su atención en el nuevo dato que Sofía le había facilitado, y en lo que esto podría llegar a implicar. Daniel no le dijo nada respecto a nuevos inquilinos, además de que su hija no mencionó nada sobre hombres cargando muebles, por lo que esas dos personas no podían estar en ese sitio para ocupar alguno de los departamentos vacíos.

—Deben haber ido con la vieja esa —dijo en voz alta, haciendo que la niña levantara la vista, ignorando la pantalla del celular que ya había agarrado del rincón, al ver que su mamá ya no le prestaba atención— ¿Cómo se llamaba?... Argelia, sí.

—¿La nena irá a vivir ahora con esa abuela? —preguntó Sofía, hablando más consigo misma que con su progenitora.

—Si fueron al segundo piso, es lo más seguro —pensó Reyna, sin intención de responder a la pregunta que su hija hizo—. El único departamento ocupado del segundo piso es el de la vieja, y los del tercero están todos vacíos. Tiene que haber ido ahí. Pero no es lo bastante grande como para que entren tres personas, es como este. Pero, si realmente llevaban varios bolsos, como Sofía dijo, quiere decir que al menos una de las dos va a vivir con Argelia, temporal o permanentemente, cualquiera de las dos cosas es posible. Y no creo que sea la mujer la que se quede acá ¿Para qué vino la nena entonces? ¿Qué va a hacer después? ¿Alguien va a venir a buscarla? Es posible. Pero lo más seguro es que sea esa nena la que se quede.

—Ojalá que quiera ser mi amiga —exclamó su hija, volviendo a poner casi toda su atención en su celular, a la vez que se sentaba en el piso—. Estaría bueno, ¿no?

—Sí, muy bueno —respondió su mamá, no siendo del todo sincera, ya que consideraba probable que, al vivir esa niña en casa de Argelia, no tardara en comenzar a relacionarse con el hijo del tal Fabián.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play