La luna llena colgaba en el cielo como un faro de plata, iluminando el bosque con una luz etérea. El aire estaba cargado de una energía ancestral, un eco de algo que llevaba siglos aguardando.
Andrew estaba vigilando el bosque, la mirada fija en los árboles que lo rodeaban. Su instinto le decía que esa noche sería diferente.
Cientos de años habían pasado desde que asumió su rol como alfa, llevando la responsabilidad de su manada con un estoicismo que ocultaba el vacío en su interior. Había visto generaciones nacer y morir, había enfrentado guerras y vencido enemigos, pero su mayor batalla seguía siendo la soledad.
Entonces, lo sintió.
Un aroma penetrante, tan familiar como extraño, lo golpeó con la fuerza de un rayo. Roble y frutos secos. Su corazón, siempre inmutable, tamborileó con fuerza por primera vez en siglos, haciendo que se detuviera en seco, y sus ojos brillaron con una intensidad sobrenatural.
El destino lo había alcanzado al fin.
A lo lejos, una cabaña modesta se levantaba entre los árboles. En su interior, una mujer humana, ajena a los ojos que la observaban desde la oscuridad, vivía su vida sin saber que todo estaba a punto de cambiar.
Andrew no podía retroceder. Era su mate, su compañera destinada. Pero ¿cómo podría una humana aceptar un mundo tan ajeno y peligroso como el suyo?
El alfa descendió con el corazón latiendo a mil. No importaba cuán testaruda o resistente fuera ella, el vínculo que los unía era irrompible.
Lo sabía en su alma, y no importaba cuánto le costara, él la reclamaría. Porque sin ella, el tiempo, por largo que fuera, no tendría sentido.
La cabaña estaba cerca, y con cada paso que daba, Andrew sentía cómo su destino se entretejía con el de esa mujer. Una historia estaba a punto de comenzar, y nada volvería a ser igual.
Andrew
El peso en mi cuerpo era abrumador al despertar. Era como si algo me estuviera reteniendo en la cama, una fuerza invisible que no podía explicar. Abrí los ojos lentamente, y la luz tenue de la mañana se filtró por las cortinas, haciéndome parpadear.
Mi lobo estaba inquieto desde el amanecer; lo sentía moverse, gruñir bajo la superficie de mi conciencia, como si estuviera en alerta por algo que yo aún no lograba percibir.
Sacudí la cabeza, tratando de despejar la niebla de mi mente. No podía permitirme el lujo de quedarme acostado todo el día, no con las responsabilidades que tenía.
Ser alfa no era un privilegio, era una carga constante.
Mi manada dependía de mí, y cualquier cosa que mi lobo percibiera, debía ser evaluada con seriedad. Aun así, no quería alarmarme sin motivos.
Tal vez solo estaba cansado.
Tal vez la luna llena de hace unos días aún tenía efectos residuales en mí.
Me levanté y me dirigí al baño. El agua fría contra mi rostro ayudó a despejar mis pensamientos, pero no logró calmar por completo la sensación de incomodidad en mi pecho.
Bajé las escaleras hacia la cocina, donde el aroma del café recién hecho me golpeó como un bálsamo momentáneo.
Mi beta, Luke, estaba sentado en la barra, tomando un sorbo de su taza mientras hojeaba unos papeles.
Mis padres, ambos pilares fundamentales de la manada, estaban sentados en la mesa, discutiendo algo en voz baja. Sus miradas se alzaron cuando entré, y una sonrisa apareció en el rostro de mi madre, aunque sus ojos parecían preocupados.
—Andrew, buenos días —dijo mi padre con su voz grave, siempre autoritaria, pero no carente de calidez.
—Buenos días —respondí mientras servía una taza de café y me unía a ellos.
Luke levantó la vista de los papeles y me lanzó una mirada curiosa.
—Te ves cansado —comentó.
—Lo estoy. Mi lobo está extraño esta mañana. No sé por qué, pero tengo una sensación... no sé, inquietante —respondí, restándole importancia con un movimiento de la mano. No quería preocuparlos sin pruebas concretas.
—Puede que tenga razón para estarlo —dijo mi padre mientras intercambiaba una mirada con mi madre. Ella asintió, y mi padre continuó—. Los humanos están acercándose más al bosque. Cada vez hay más exploradores, cazadores y turistas merodeando por las áreas cercanas. No podemos permitir que encuentren los límites de nuestro territorio.
—¿Alguna señal de que estén cerca? —pregunté, mi tono volviéndose más firme, el alfa en mí tomando el control.
—Aún no han cruzado los límites, pero cada vez están más cerca. Ayer encontramos huellas frescas en el sendero sur. Un grupo de leñadores, probablemente —respondió Luke.
Gruñí en silencio, apretando los dientes. Los humanos nunca sabían cuándo detenerse. Aunque no tuvieran idea de nuestra existencia, sus acciones eran una amenaza constante para nuestra seguridad. No podíamos permitirnos el lujo de ser descubiertos.
—Entonces vamos a asegurarnos de que se mantengan alejados —dije, mi voz cargada de decisión.
Terminamos el café y nos dirigimos al bosque. Luke y yo encabezamos la pequeña patrulla mientras mis padres se quedaban en la casa para coordinar cualquier emergencia. Caminamos en silencio entre los árboles, atentos a cualquier rastro humano.
El bosque era nuestro hogar, nuestro refugio, y aunque los humanos lo consideraran simplemente un paisaje pintoresco, para nosotros era mucho más.
El sendero sur estaba tranquilo, al menos en apariencia. Encontramos algunas huellas frescas, tal como Luke había dicho, y eso me hizo apretar los puños. ¿Cuánto tiempo más antes de que alguien decidiera explorar demasiado?
Mientras inspeccionábamos el área, un olor extraño me golpeó de repente, era como una explosión en mi cabeza, algo tan poderoso y desconcertante que me hizo detenerme en seco.
Mi lobo reaccionó de inmediato, lanzándose hacia la superficie como un torrente indomable. Mis manos comenzaron a temblar, y mi visión se volvió borrosa por un instante.
—¿Andrew? —preguntó Luke, deteniéndose a mi lado. Su tono era cauteloso, preocupado.
Respiré hondo, luchando por controlar mi transformación, mi lobo estaba furioso, desesperado, y no tenía idea de por qué. Era como si estuviera respondiendo a algo que mi mente aún no podía procesar.
—Estoy bien —dije finalmente, aunque mi voz sonaba tensa. Mi beta no parecía convencido, pero no insistió.
—¿Qué fue eso? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No lo sé. Mi lobo ha estado raro desde esta mañana, quizás es solo el estrés —mentí. No quería admitir que no tenía idea de lo que estaba pasando.
Después de unos minutos, logré calmarme lo suficiente como para continuar, pero el olor persistía, débil pero inconfundible, como un eco en mi mente.
Terminamos nuestra patrulla sin más incidentes y regresamos a la manada, pero mientras caminábamos de vuelta, mi mente seguía atrapada en ese aroma, en la reacción salvaje de mi lobo.
Algo estaba cambiando, algo que aún no lograba entender y aunque intenté restarle importancia, una pequeña voz en mi interior me decía que nada volvería a ser igual.
El peso en mi cuerpo era abrumador al despertar. Era como si algo me estuviera reteniendo en la cama, una fuerza invisible que no podía explicar. Abrí los ojos lentamente, y la luz tenue de la mañana se filtró por las cortinas, haciéndome parpadear.
Mi lobo estaba inquieto desde el amanecer; lo sentía moverse, gruñir bajo la superficie de mi conciencia, como si estuviera en alerta por algo que yo aún no lograba percibir.
Sacudí la cabeza, tratando de despejar la niebla de mi mente. No podía permitirme el lujo de quedarme acostado todo el día, no con las responsabilidades que tenía.
Ser alfa no era un privilegio, era una carga constante.
Mi manada dependía de mí, y cualquier cosa que mi lobo percibiera, debía ser evaluada con seriedad. Aun así, no quería alarmarme sin motivos.
Tal vez solo estaba cansado.
Tal vez la luna llena de hace unos días aún tenía efectos residuales en mí.
Me levanté y me dirigí al baño. El agua fría contra mi rostro ayudó a despejar mis pensamientos, pero no logró calmar por completo la sensación de incomodidad en mi pecho. Bajé las escaleras hacia la cocina, donde el aroma del café recién hecho me golpeó como un bálsamo momentáneo.
Mi beta, Luke, estaba sentado en la barra, tomando un sorbo de su taza mientras hojeaba unos papeles. Mis padres, ambos pilares fundamentales de la manada, estaban sentados en la mesa, discutiendo algo en voz baja. Sus miradas se alzaron cuando entré, y una sonrisa apareció en el rostro de mi madre, aunque sus ojos parecían preocupados.
—Andrew, buenos días —dijo mi padre con su voz grave, siempre autoritaria, pero no carente de calidez.
—Buenos días —respondí mientras servía una taza de café y me unía a ellos.
Luke levantó la vista de los papeles y me lanzó una mirada curiosa.
—Te ves cansado —comentó.
—Lo estoy. Mi lobo está extraño esta mañana. No sé por qué, pero tengo una sensación... no sé, inquietante —respondí, restándole importancia con un movimiento de la mano. No quería preocuparlos sin pruebas concretas.
—Puede que tenga razón para estarlo —dijo mi padre mientras intercambiaba una mirada con mi madre. Ella asintió, y mi padre continuó—. Los humanos están acercándose más al bosque. Cada vez hay más exploradores, cazadores y turistas merodeando por las áreas cercanas. No podemos permitir que encuentren los límites de nuestro territorio.
—¿Alguna señal de que estén cerca? —pregunté, mi tono volviéndose más firme, el alfa en mí tomando el control.
—Aún no han cruzado los límites, pero cada vez están más cerca. Ayer encontramos huellas frescas en el sendero sur. Un grupo de leñadores, probablemente —respondió Luke.
Gruñí en silencio, apretando los dientes. Los humanos nunca sabían cuándo detenerse. Aunque no tuvieran idea de nuestra existencia, sus acciones eran una amenaza constante para nuestra seguridad. No podíamos permitirnos el lujo de ser descubiertos.
—Entonces vamos a asegurarnos de que se mantengan alejados —dije, mi voz cargada de decisión.
Terminamos el café y nos dirigimos al bosque. Luke y yo encabezamos la pequeña patrulla mientras mis padres se quedaban en la casa para coordinar cualquier emergencia. Caminamos en silencio entre los árboles, atentos a cualquier rastro humano.
El bosque era nuestro hogar, nuestro refugio, y aunque los humanos lo consideraran simplemente un paisaje pintoresco, para nosotros era mucho más.
El sendero sur estaba tranquilo, al menos en apariencia. Encontramos algunas huellas frescas, tal como Luke había dicho, y eso me hizo apretar los puños. ¿Cuánto tiempo más antes de que alguien decidiera explorar demasiado?
Mientras inspeccionábamos el área, un olor extraño me golpeó de repente. Era como una explosión en mi cabeza, algo tan poderoso y desconcertante que me hizo detenerme en seco. Mi lobo reaccionó de inmediato, lanzándose hacia la superficie como un torrente indomable. Mis manos comenzaron a temblar, y mi visión se volvió borrosa por un instante.
—¿Andrew? —preguntó Luke, deteniéndose a mi lado. Su tono era cauteloso, preocupado.
Respiré hondo, luchando por controlar mi transformación. Mi lobo estaba furioso, desesperado, y no tenía idea de por qué. Era como si estuviera respondiendo a algo que mi mente aún no podía procesar.
—Estoy bien —dije finalmente, aunque mi voz sonaba tensa. Mi beta no parecía convencido, pero no insistió.
—¿Qué fue eso? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No lo sé. Mi lobo ha estado raro desde esta mañana. Quizás es solo el estrés —mentí. No quería admitir que no tenía idea de lo que estaba pasando.
Después de unos minutos, logré calmarme lo suficiente como para continuar. Pero el olor persistía, débil pero inconfundible, como un eco en mi mente. No sabía qué significaba, pero una parte de mí estaba segura de que no sería la última vez que lo sentiría.
Terminamos nuestra patrulla sin más incidentes y regresamos a la manada. Pero mientras caminábamos de vuelta, mi mente seguía atrapada en ese aroma, en la reacción salvaje de mi lobo.
Algo estaba cambiando, algo que aún no lograba entender. Y aunque intenté restarle importancia, una pequeña voz en mi interior me decía que nada volvería a ser igual.
*
La noche estaba envuelta en la oscuridad, sólo interrumpida por la luz de la luna llena que brillaba intensamente sobre el bosque. Andrew galopaba a través del terreno, su cuerpo se deslizaba en la noche como una sombra, sus músculos tensos y su mente alerta. Como Alfa de una de las manadas más poderosas del mundo, estaba acostumbrado a la soledad que su rol le imponía. El peso de la responsabilidad, la vigilancia constante sobre su territorio, y la presión de ser el líder de su gente lo habían aislado durante siglos.
Sin embargo, esta noche había algo diferente. Una sensación extraña lo invadió cuando cruzaba los límites de su manada. Algo en el aire había cambiado. Fue un olor, el mismo olor de esta mañana ahora más suave pero claro, que llegó a sus fosas nasales: roble y frutos secos, un aroma familiar y...extraño al mismo tiempo. No era un aroma que se encontrara en cualquier lugar.
No. Ese olor era suyo.
El corazón de Andrew dio un brinco. Su mate.
Era imposible. Después de 400 años, de noches interminables de patrullajes solitarios, nunca había sentido la presencia de su mate. Lo había dado por perdido, o tal vez nunca existió. Pero allí estaba, el destino llamándolo desde un rincón desconocido del bosque.
El olor lo guiaba como un faro en la oscuridad, y sin pensarlo, aceleró el paso, dirigiéndose hacia la fuente de esa fragancia que parecía envolverlo y abrazarlo, arrastrándolo hacia un futuro incierto.
Sus instintos lo guiaron a la cabaña abandona en lo profundo del bosque. –Abandonada–. Hace años que estaba deshabitada, a veces los lobos la usaban para descansar y tomar aire después de los patrullajes. Le resulto extraño ver una luz cálida alumbrando la cabaña.
Al llegar Andrew desaceleró, sus ojos dorados brillando con intensidad mientras observaba desde la oscuridad. Allí, sentada en la entrada, con una taza humeante entre las manos, estaba ella.
Una humana
Huele a humana desde los pies hasta la cabeza
Andrew frunció el ceño. La sorpresa y la confusión lo invadieron. No podía ser. El mate de un Alfa, el ser destinado a ser su compañero en la vida y en la manada, no podía ser una humana. Sin embargo, ahí estaba, una mujer de cabello oscuro, que parecía tan frágil y tan ajena a su mundo, pero con un resplandor en su rostro que lo llamaba, como un faro luminoso en la tormenta.
Su instinto le decía que debía acercarse, pero no lo hizo.
No todavía.
Se quedó observando desde la distancia, sin moverse, asegurándose de que no estuviera soñando. Había sido tantas veces la figura solitaria en la que se había convertido que la idea de compartir su vida con alguien, especialmente con una humana, le resultaba casi ridícula.
Pero su lobo interior le decía que no podía ignorarlo. Ella era su mate. El olor, la conexión... no mentían.
La joven humana se levantó, tomando la taza con manos delicadas, y entró en la cabaña, dejando que la oscuridad regresara a su alrededor. Andrew no se movió. La ansiedad y el deseo se entrelazaban en su pecho, pero no tenía prisa.
No podía mostrar sus cartas tan fácilmente.
La había encontrado, sí, pero ¿cómo enfrentaría él este inesperado destino?
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