MORGAN.
El calendario marcaba un año exacto desde que el mundo se me vino abajo. No fue por un chico o una traición, sino por el silencio ensordecedor que dejó su ausencia. Doce meses. Y la mayor parte de ellos los pasé en un limbo gris, perdida entre las cuatro paredes de mi pequeña prisión autoimpuesta. Las lágrimas eran mi idioma, la miseria mi única compañía. El instituto era una tregua forzada, un lugar al que acudía como un fantasma antes de regresar a mi encierro. Pero hoy, ese ciclo por fin se acababa.
Hoy, la Morgan que perdió a su mamá empezaba a reconstruirse. Sé que mi nombre suena un poco anticuado, pero mi madre estaba obsesionada con él. Era el nombre de mi abuela paterna.
Siempre me decía que era un nombre de guerrera. En fin, me desvío. Volvamos un año atrás, al momento exacto en que mi vida se desmoronó.
UN AÑO ATRÁS
Mis pies se negaron a moverse. Me quedé helada, el aliento atrapado en mis pulmones. La voz de mi padre al otro lado del teléfono era un murmullo distante, pero las palabras resonaban en mi cabeza como campanas de iglesia un domingo por la mañana. “Un accidente de coche... no lo logró”. En ese momento, la vida se detuvo. El mundo se pintó de un blanco tan brillante, tan irreal, que la visión se me nubló. Las palabras se convirtieron en un nudo que me rasgaba la garganta. ¿Esto me estaba pasando a mí? Un nudo de rabia y desesperación se formó en mi estómago. ¿Por qué el destino me había jugado esta cruel pasada?
Las siguientes semanas fueron una pesadilla. El funeral, una colección de rostros borrosos y lamentos que no sentía como propios. Mi padre, un hombre que siempre había sido mi roca, se desmoronó. Lo veía en sus ojos, en su silencio. Mi tía, la hermana menor de mi madre, vino a buscarme. "Tu padre necesita tiempo para sanar, cariño," me dijo, pero yo sabía que era más que eso.
No podía mirarme sin ver el recuerdo de mi madre, sin sentir el vacío que ella dejó. Me envió a vivir con mi tía, a una nueva ciudad, a un nuevo instituto.
PRESENTE
Y esa fue la grieta por donde se coló el cambio. No fue de la noche a la mañana, pero el último año fue un lento y doloroso proceso de renacer. Mi padre, sumido en su propio dolor, me envió a vivir con mi tía, a una nueva ciudad, a un nuevo instituto. Fue un recordatorio constante de que mi vida anterior había desaparecido para siempre. Eso me obligó a madurar a la fuerza, a aprender a valerme por mí misma. En esas largas noches, en la soledad de mi habitación, no solo lloré. Leí. Investigaba. Aprendí. Aprendí sobre el duelo, sobre la fortaleza, sobre cómo funcionaba el mundo más allá de mi burbuja de “niñita mimada”.
El dolor me forzó a transformarme. Mi cuerpo, que había sido descuidado por la pena, lo empecé a cuidar con una disciplina férrea. El ejercicio se volvió una válvula de escape, y mi piel, mi cabello, todo se transformó. Pero el cambio más profundo fue interno: la Morgan que toleraba las lástimas había desaparecido.
Ahora, dominaba el arte del juego. Sabía cómo defenderme, cómo protegerme de aquellos que pudieran acercarse con la intención de herirme. Hoy, el último año de instituto, no sería una despedida, sino una declaración de que no volvería a ser víctima de las circunstancias.
Busqué mi ropa cuidadosamente elegida para hoy, algo que proyectara mi nueva fortaleza. Entré a la ducha y dejé que el agua arrastrara los últimos vestigios de la vieja Morgan. Quince minutos después, salí renovada, vestida y lista.
Respiré hondo, preparándome mentalmente para la primera batalla.
Tomé mi mochila, las llaves del coche y del apartamento de mi tía. Me puse en marcha. Nuevo año, nueva Morgan, nuevo estilo y una actitud de acero.
Ahí voy, destino. Pero esta vez, yo muevo las cartas. Y tú, solo puedes mirar.
VEINTE MINUTOS DESPUÉS
Llegué al instituto. El estacionamiento ya estaba lleno de coches, y los pasillos zumbaban con la energía de los estudiantes. Escaneé la multitud hasta que mis ojos se posaron en ellos: Brandon y Jessica. Hacía tiempo que no los veía juntos, no tan de cerca. La bilis subió por mi garganta, pero la convertí en una sonrisa. Una sonrisa de depredadora, la más falsa e hipócrita que pude ensayar.
Me acerqué a ellos, el corazón latiéndome fuerte, no por nerviosismo, sino por la adrenalina.
—Hola, chicos —dije con una calma que me sorprendió a mí misma, y vi la confusión en el rostro de Brandon y la sorpresa en el de Jessica.
—Hola, Morgan —Brandon me saludó, con un aire extraño, como si no supiera cómo reaccionar.
—Hola, querida —replicó Jessica, la hipocresía goteando en cada sílaba. Sus ojos me analizaban, tratando de entender mi cambio.
No era el momento para un show. No era lo que hacía la nueva Morgan. La nueva Morgan no se rebajaba a su nivel. Simplemente les dirigí una mirada que decía todo sin decir una palabra. Mi cabeza, que me pedía que siguiera, les dedicó una sonrisa de superioridad.
Alargué la mano para acariciar el brazo de Brandon de forma sutil, pero lo hice con tanta calma, que fue un simple roce. Luego miré a Jessica y le guiñé un ojo.
—Diviértanse —dije con una voz que era una mezcla de burla y de desinterés.
La incredulidad se apoderó del rostro de Jessica. Brandon, que seguía mirándome de una forma extraña, no pudo decir una palabra. Me di la vuelta y seguí mi camino por los pasillos del instituto, dejándolos atrás, aturdidos.
Eso era solo el principio. Solo una pequeña muestra de lo que les esperaba este año. Como dije, cambié. Y cambié para bien. Ya no soy la chiquilla indefensa de la que se podían aprovechar. ¡No más! No volveré a sufrir por ningún otro hombre como que me llamo Morgan.
Cambié mis libros en el casillero y me dirigí a mi primera clase. Al entrar al salón, mis ojos se detuvieron en él. Un chico. Buen cuerpo, sí, pero lo que me atrapó fueron sus ojos grises profundos, el cabello negro que le caía sobre la frente, y esos pequeños hoyuelos que se asomaban cuando sonreía. Una sonrisa encantadora. Este año, sin duda, sería fenomenal.
Me senté en el asiento libre a su lado. Él me miró y una chispa se encendió en su mirada. Su boca se abrió, pero antes de que pudiera decir una palabra, me le adelanté.
—¡Hola! Me llamo Morgan.
Él sonrió, sus hoyuelos se hicieron más pronunciados y su voz era como un murmullo profundo.
—Caleb. Un placer, Morgan.
Ambos nos quedamos en un silencio cómodo, un silencio que lo decía todo, en el que se podía ver cómo el destino había trazado una línea para que nuestros caminos se cruzaran. Había algo en él que me atraía, algo que no había sentido en mucho tiempo. ¿Sería este chico diferente? ¿Sería este el inicio de algo nuevo, de algo real? Solo el tiempo lo diría, pero una parte de mí, esa parte que había renacido de las cenizas, esperaba que sí.
CALEB.
El primer día de clases en una nueva escuela ya es un desafío. Sumarle el hecho de que soy Caleb Black, el tipo que todas las chicas miran, lo hace todavía más complicado. No soy el típico "chico malo" que desprecia el estudio. Al contrario, soy tan disciplinado y responsable como arrogante y mujeriego. O, como diría yo, soy tan inteligente como irresistible.
Estaba absorto en mis pensamientos, repasando el plan de estudios de la clase de español, cuando una voz suave me sacó de mi trance. No me había dado cuenta de que alguien se había sentado a mi lado. Cuando levanté la vista, vi a la chica más intrigante del salón. Unos ojos que brillaban con inteligencia y una sonrisa que parecía genuina.
—Hola, me llamo Morgan —dijo, con una luz en su mirada que no esperaba.
La típica respuesta coqueta se formó en mi boca, pero me contuve. Esta chica no era como las demás.
—Hola, preciosa. Soy Caleb —respondí, con mi sonrisa más ladina.
Ella me miró de arriba abajo, sin un ápice de timidez.
—Por lo que veo, eres el "típico" playboy engreído y mujeriego, ¿verdad? —dijo, haciendo un puchero que no parecía fingido.
Me sorprendió su franqueza.
—Adivinaste, nena. Solo que no soy el "típico". Yo sí soy responsable. A diferencia de otros que solo piensan con lo que tienen entre las piernas.
Su expresión de sorpresa me indicó que la había dejado sin palabras. Antes de que pudiera responder, el profesor entró, pidiendo silencio. No pude evitar sonreír para mí mismo. Tenía la extraña sensación de que esta chica me pondría la vida de cabeza, y la emoción de la persecución me llenó de una curiosidad electrizante.
MORGAN.
Después de tres horas de clase que me parecieron eternas, me dirigí a la cafetería. Estaba revisando mi celular cuando dos manos me cubrieron los ojos. Sabía perfectamente quién era.
—¡Meg! —grité, riendo. —¡Voy a caer por tu culpa!
—Estoy bastante seguro de que no soy mujer, ni me llamo Meg —dijo una voz profunda y seductora.
Quitó sus manos de mi rostro, y mi corazón dio un vuelco. No era mi mejor amiga, era Caleb. Por un momento, me quedé sin aliento. Tenía que admitir que era jodidamente atractivo.
—Lo siento, pensé que eras mi mejor amiga —dije, tratando de sonar coqueta.
—No te preocupes. Somos nuevos, creo que es un poco pronto para bromas entre nosotros —respondió con un aire de falsa humildad. Hizo una breve pausa y continuó: —¿Te preguntaba si podía sentarme contigo? Soy nuevo y, bueno… no tengo amigos todavía.
¿Estaba nervioso? ¿O solo lo estaba fingiendo? Su repentina vulnerabilidad me pareció sospechosa.
—Claro, Caleb, por qué no —dije con una sonrisa, escaneándolo con la mirada. —Vamos.
El resto del camino a la cafetería fue en silencio. Nos sentamos en una mesa vacía. Estábamos comiendo tranquilamente cuando Brandon y Jessica, mis ex pareja y su nueva novia, se acercaron.
—Hola, Morgan —dijo Brandon con un tono burlón. —¿Quién es tu nuevo juguete?
—Por favor, Brandon, es demasiado para ella —soltó Jessica, con una sonrisa de superioridad.
Mi sangre hirvió. Caleb, sin embargo, se mantuvo imperturbable.
—No creo que sea mucho para mí —respondió Caleb, con una voz calmada que escondía una amenaza. —Y, ¿tu reemplazo? Jaja. No me hagas reír, idiota. No me compares contigo, soy mucho más.
Brandon se puso rojo de la ira.
—Das lástima. Tu noviecita ofendiendo a una chica después de que ella me rogara en la cama...
La risa de Caleb interrumpió la burla.
—¿Y yo soy la poca cosa? ¿En serio, Brandon? —dije con una sonrisa helada.
Brandon y Jessica se alejaron, humeando de rabia.
Después de las clases, salí del instituto, sintiendo una mezcla de alivio y curiosidad por Caleb. Estaba a punto de cruzar el portón cuando él me alcanzó.
CALEB.
—¿Me dejas acompañarte a casa? —dije, sintiéndome como un adolescente.
Y la verdad es que la idea de pasar más tiempo con ella me tenía intrigado. Aceptaba que Morgan me hacía sentir algo que ninguna otra chica había hecho.
—Oh, lo siento, tengo auto —dijo, levantando la mano y mostrando las llaves de un Lexus. Supe que estaba alardeando. Y me encantaba.
—Bueno, entonces podrías acompañarme a mí a mi casa —respondí, dándole una de mis sonrisas más encantadoras. —Te daré el placer de llevar a este “muñeco” a casa.
Ella se rió, y yo me derretí por dentro.
—Claro, como gustes, “muñeco” —respondió, haciendo comillas con los dedos.
—Oye, ¿por qué el “muñeco” de esa manera? —pregunté, imitando su gesto.
Ella simplemente me ignoró, se subió a su auto y encendió el motor. Me subí al asiento del copiloto, sintiendo un escalofrío de anticipación.
MORGAN.
Íbamos en mi auto, de camino a su casa. Cinco minutos de viaje, y Caleb no había dejado de soltar cumplidos.
—¿Qué es lo que quieres, Caleb? —le pregunté, interrumpiendo su monólogo.
—¿Por qué crees que quiero algo? —respondió, y noté un atisbo de sorpresa en sus ojos.
—Quizá sea porque, desde que encendí el coche, no has dejado de adularme, diciendo mentiras como que mis ojos son lindos.
Hice una pausa, mirándolo con seriedad.
—Sé lo que piensas. Lo que te parece lindo de mí son mis atributos. No eres el primer hombre con el que hablo, y créeme, para tu mala suerte, no vas a poder jugar conmigo como lo has hecho con otras chicas.
Caleb se quedó en silencio. Me miró fijamente, con una intensidad que me hizo tragar saliva.
—Morgan, no quiero jugar contigo.
Quiero ser tu amigo —dijo, y sonaba tan sincero que me desconcertó.
—Quieres ser mi amigo que se mete entre mis piernas —aclaré, y él lo notó, porque tragó saliva. Su mirada era una mezcla de sorpresa y admiración.
—Eres muy directa, ¿verdad? Y muy fría con estos temas.
—Soy realista. Sé que solo me quieres para una aventura, y te la puedo dar. Solo que no esperes que me enamore de ti, porque no va a pasar.
Lo miré con desafío. Una sonrisa se formó lentamente en su rostro.
—De acuerdo, Morgan. El que se enamore primero, pierde.
—Quieres jugar con fuego. Juguemos.
MORGAN.
Llegamos a la casa de Caleb. La primera impresión me dejó muda. No era una casa, era una obra de arte. Un edificio moderno, con grandes ventanales que proyectaban la luz de la luna sobre el césped inmaculado. El diseño era un minimalismo pulcro que me sorprendió, una frialdad sofisticada que contrastaba con el calor que emanaba de él. En el camino, me había dicho que vivía solo, y la curiosidad me había invadido. ¿Cómo alguien tan joven podía mantener un lugar así?
—Tu casa es… muy linda —comenté, sin poder ocultar mi asombro. Mis ojos recorrían los detalles: una escultura de metal pulido en el recibidor, estanterías empotradas en la pared con libros de arte y filosofía.
Caleb se rio, un sonido grave y lleno de diversión. —¿Por qué suenas tan sorprendida?
—Oh, vamos, Caleb. Los hombres no son buenos con la decoración. Es un hecho universal. —Me mofé, cruzándome de brazos, sintiendo cómo la tensión de la noche nos envolvía, una burbuja que nos separaba del resto del mundo.
—Las mujeres tienen muy malos conceptos sobre nosotros —su voz sonó con un matiz de desafío.
—Sí, bueno. No vine a hablar de tu decoración ni de los conceptos que tengo sobre los idiotas —dije, deshaciéndome de mi crop top y mi sostén. No sentí vergüenza. En sus ojos no había lujuria, sino una mezcla de fascinación y admiración. Me acerqué a él, y él, sin dudar, se deshizo de su camisa, revelando un torso perfectamente cincelado. El calor de nuestros cuerpos se encontró. Nuestras manos, mis dedos temblorosos, se encontraron con los botones de su pantalón.
La noche se consumió en besos, en sus manos explorando cada centímetro de mi piel. No era solo sexo. Era una conexión profunda, una pasión desbordante que me hizo olvidar mi nombre, mi pasado, y a todos los que me habían roto. En sus brazos, no era la chica herida. Era una mujer poderosa, libre, que se atrevía a sentir de nuevo.
Me desperté por el horrible sonido de la alarma, que resonaba como un grito en el silencio de la habitación. Estaba agotada. Anoche, después de nuestro encuentro, me vestí en silencio. La frialdad de su apartamento me recordó que esto era un juego, no una promesa.
Un simple "te veo luego" fue mi despedida, sin esperar a ver su reacción.
Lo sé, es muy rápido y ni siquiera lo conozco bien, pero vamos, solo se vive una vez y yo ya sufrí demasiado. Ahora me toca disfrutar.
Me dirigí a mi armario en busca de algo que ponerme, mi mente aún un revoltijo de sensaciones. Después de una ducha de quince minutos, salí renovada. No uso maquillaje para el instituto; la verdad es que no me gusta. Prefiero la autenticidad, la simplicidad que contrasta con la complejidad de mi nueva vida. Desayuné rápidamente y salí en camino a lo que yo llamo el infierno.
Al llegar, me encontré con Caleb. Estaba recostado en el cofre de un Mustang clásico, un coche que delataba un gusto por el lujo y los detalles. Si de algo sabía ese hombre, era de autos. El sol de la mañana brillaba en la carrocería, y él, con su camisa blanca y sus vaqueros ajustados, parecía el protagonista de una película.
Saqué mi mochila, cerré el coche y me dirigí a la entrada. Caleb me vio y se me acercó, acompañado por los dos chicos más populares del instituto, Hunter y Dylan. La mirada de todos se posó en mí, en la que se había ido y ahora regresaba con una nueva seguridad.
—¡Hola, nena! —me saludó con una sonrisa, y de un momento a otro, sus labios estaban sobre los míos. El beso no era tierno ni lento, era apasionado, lleno de deseo, un reclamo silencioso de que le pertenecía, al menos por ahora. Cuando se alejó, me guiñó un ojo y habló de nuevo: —¿Comemos juntos?
—Claro —le respondí, sintiendo el calor en mis mejillas. Me volteé a ver a los chicos.
—Hola, Dyl. Hola, Hun.
—Hola, preciosa. ¿Cómo has estado? —preguntó Dylan, con una sonrisa coqueta.
—Muy bien, gracias por preguntar, lindo —le respondí, mi voz llena de dulzura.
Pude sentir la tensión en el ambiente.
—Bueno, nos tenemos que ir, adiós, Morgan —agregó Caleb, con un tono extrañamente frío.
—Oh, vamos, Caleb —lo agarré del brazo—. ¿No estarás celoso, verdad?
—Claro que no —respondió, y de repente sentí sus manos. Un segundo después, mi sostén ya no estaba. Maldita la hora en que decidí ponerme una blusa holgada con un sostén sin tirantes.
—¡Caleb, devuélvemelo! —exigí, tratando de cubrir mis pechos con mis manos.
—Claro, dentro de unas horas —dijo, soltando una sonora carcajada. Se dio la vuelta y se marchó.
—¡Maldito, juro que lo mato! —murmuré para mí misma.
Seguí mi camino, tratando de cubrirme, la blusa un poco transparente. A la mitad del pasillo, alguien me detuvo.
—¿Morgan? ¿Podemos hablar? —Era Brandon.
Me giré, la adrenalina aún corriendo por mis venas. La burla en mis labios se desvaneció, reemplazada por una frialdad calculadora. —¿De qué quieres que hablemos? —le pregunté, la voz un poco temblorosa por el frío.
—¿Qué hacías con él? —Su mirada era intensa, llena de rabia y posesividad.
—¿De qué hablas? —me hice la desentendida, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—¿Qué hacías con el idiota de Caleb?
—¿Brandon, estás celoso? ¿En serio? —Una sonrisa de victoria se formó en mis labios.
—No... solo olvida lo último que dije. El motivo por el cual me acerqué a ti es porque quiero invitarte a la fiesta para festejar el regreso a clases. Será el viernes por la noche.
—Oh... claro. Gracias. ¿Algún tema en específico? —me burlé, pero él no pareció notarlo.
—Un poco de casual y formal —respondió.
—Claro, ahí estaré. Adiós, cariño —me despedí, dándole un beso en la comisura de sus labios. La mirada de Jessica, que había estado observando desde lejos, era de pura rabia.
El resto del día pasó rápidamente entre anécdotas graciosas con Meg, que regresó hoy de visitar a sus abuelos.
DÍAS DESPUÉS
La semana transcurrió entre la curiosidad de Caleb y mi propio juego de "acércate, pero no tanto". La tensión entre nosotros era palpable, una cuerda elástica que se estiraba hasta el límite sin romperse. Intercambiamos bromas, sonrisas y miradas cargadas de significado en los pasillos y en la cafetería. Él era una caja de secretos, y yo, un acertijo que no estaba dispuesta a resolver de inmediato.
El viernes, mi apartamento se sentía vacío. La soledad se había vuelto mi zona de confort, mi refugio. Pero hoy era diferente. Hoy era la fiesta de Brandon.
Mi primera gran batalla.
La música de Fifth Harmony, "Worth It", comenzó a sonar. Me acerqué al armario, pero la verdad, me estaba resultando difícil. Decidí llamar a Meg para que viniera a arreglarnos juntas.
Llamada con Meg
—Hola, Morgan, ¿estás bien? —preguntó.
—Hola. Claro que sí. Solo que no sé qué ponerme. ¿Podrías venir a arreglarnos juntas y de paso me ayudas a elegir algo?
—Claro que sí, salgo para allá. Necesito papas fritas.
—Gracias, te amo.
Meg llegó diez minutos después con dos bolsas de papas fritas y un entusiasmo que llenó el apartamento.
—Manos a la obra. Vamos a convertirte en una perra sexy —dijo con una sonrisa maliciosa, haciendo que me preguntara en qué me había metido.
Meg me guió con una confianza que me faltaba. Sacó de mi armario un vestido corto negro de lentejuelas, que se ajustaba a mi cuerpo de forma peligrosa.
—Oh, Meg, no sé... —dije, sintiéndome nerviosa.
—Morgan, tienes el cuerpo para esto. Es hora de que el mundo lo vea. Es hora de que Brandon y Jessica se arrepientan de haberte jodido.
En el fondo, sabía que tenía razón. Este era el nuevo yo, y este vestido era el uniforme de batalla. Me lo puse, y me sentí diferente. Más poderosa. Meg me ayudó a maquillarme y a peinarme.
Cuando me miré al espejo, no reconocí a la Morgan de hace un año.
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