Sakura, una niña de seis años, tiraba de la mano de su padre, ansiosa por ver a los delfines de cerca.
—Appa, quiero verlos saltar… ¡desde aquí!
—No podemos, hay demasiada gente —responde Arim, echando un vistazo a la multitud que rodeaba el estanque de exhibición. El murmullo del público, las risas de los niños y el sonido del agua creaban un caos controlado, como todo en la vida de Arim desde que su esposa falleció.
Pero en un abrir y cerrar de ojos… la mano de Sakura ya no estaba en la suya.
—¡Sakura! —llama, sintiendo que el corazón se le salía del pecho.
La busca con la mirada entre adultos y niños, hasta que la vio escabullirse con su conjunto rosa por una puerta que estaba un poco entreabierta. Sin pensarlo dos veces, Arim la sigue. Era una puerta para el personal, sin vigilancia, que algún empleado había dejado mal cerrada.
El pasillo está oscuro, húmedo y en silencio. Arim acelera el paso y sube las escaleras. Al final, el camino se abre hacia una zona restringida: la parte interna del estanque. Allí, en una baranda baja, estaba Sakura, de puntillas, observa con ojos brillantes a los delfines que nadan despreocupados.
—¡Sakura! ¡Aléjate de ahí! —grita Arim, apresurándose con una expresión de terror.
Pero no fue el único que habló.
—¡Oye! ¡Pequeña, no te acerques tanto, no puedes! —dice una voz masculina desde unas escaleras cercanas.
—¡Mira, papi, son hermosos!
Dixon sostiene una carpeta húmeda contra el pecho, y sus ojos azules brillan a través de sus gruesos anteojos, mostrando una mezcla de alarma y miedo. Uno de los delfines, como si sintiera la energía en el aire, dio un salto inesperado. La ola que provoca fue suficiente para que Sakura, asustada, resbalara y cayera al agua con un grito agudo.
—¡AAAHHHHHH!
—¡Sakura, hija! —grita Arim, corriendo hacia la baranda.
Dixon apenas deja caer la carpeta. Arim ya se lanza sin pensar, sin recordar que no sabía nadar. El sonido del agua al tragarse se lo recuerda, Los gritos rompen la calma del acuario interior.
Dixon sube corriendo las escaleras. Desde arriba ve a la niña flotando unos segundos y a su padre hundiéndose torpemente intentando alcanzarla.
—Mierda… —murmura, y sin quitarse la ropa o los zapatos, se lanza no sin antes quitarse los lentes.
El agua le golpa la piel como una bofetada. Nada con destreza directo hacia Sakura. Era liviana, estaba temblando, sus ojitos asustados buscan algo a qué aferrarse. Dixon la toma y nada con fuerza y rapidez hasta una escalerilla de mantenimiento.
—Tranquila, ya estás a salvo, voy por tu papi—le dice, jadeando.
Pero cuando gira la cabeza… Arim ya no estaba. Se esfumó de repente de la superficie.
El corazón se le detiene por un segundo. Luego se lanza otra vez al agua. Lo busca con desesperación. Lo ve apenas: la ropa estaba hundiendolo, la figura enorme y pesada se iba al fondo del estanque como una piedra, mientras los delfines lo rodean.
Dixon nada con todo lo que tenía. “Si hubiera sabido que iba a ser salvavidas hoy, habría ido más al gym”, piensa con ironía entre jadeos. Agarra a Arim por el brazo, toma impulso del fondo del enorme estanque, dano con presición hacia la superficie y lo arrastra hacia la escalera.
—Oh, mierda...es pesado. Siento que voy a morir.
Lo saca como puede, el cuerpo del sujeto estaba inerte. Se arrodilla junto a él, empapado, tembloroso, y puso dos dedos en el cuello al no verlo reaccionar.
—No… no puede ser… —susurra.
—¡Appa! —llora Sakura, gateando mojada hasta ellos.
—¡No! ¡No te acerques! ¡Escúchame! —dice Dixon con firmeza—. Necesito tu ayuda, ¿sí? Vamos a yudar a tu papi. Hay un celular en mi escritorio, justo bajando las escaleras. ¿Puedes ir por él?
Sakura asiente con miedo y se echó a correr empapada, casi resbalándose.
Dixon comenzó las compresiones torácicas con fuerza. Uno, dos, tres… boca a boca… uno, dos…
—Vamos… despierta… —susurra entre dientes.
Mientras tanto, en algún lugar entre el agua y la conciencia, Arim soñaba.
El agua era tibia. Había luz, pero no del sol. Frente a él, su esposa lo miraba como si nunca se hubiera ido. Llevaba un vestido blanco, y le acariciaba el rostro.
—Ella está bien… —le decía con voz suave—. Pero tú no puedes seguir viviendo solo por Sakura… Debes dejarme ir. Tienes que encontrar a alguien, alguien que te ame como tú lo mereces.
—No… no puedo —dijo Arim en el sueño.
—Sí puedes. Él está justo frente a ti…
Entonces, una bocanada de aire lo saca del abismo.
Arim abre los ojos de golpe, tosiendo con fuerza, sacando toda el agua de sus pulmones. Lo primero que vio fueron unos ojos azules, intensos, llorosos de un chico frente a el… y un rostro empapado con gotas que bajaban como si fueran parte del mar.
—Un… ángel… —murmura con voz ronca.
Y se desmaya otra vez como si el asunto no fuera con el.
La niña, estaba empapada y con los cabellos pegados al rostro, corre tambaleandose hacia el escritorio de Dixon, buscando desesperada. Sus pequeñas manos encontraron el celular en un santi amen y lo lleva con torpeza, jadeando y llorando.
—Aquí… aquí…esta señor —solloza, entregándoselo.
Dixon lo toma, todavía con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Intenta sonar sereno, pero su voz estaba quebraba.
—Pequeña… ¿cómo te llamas y cuantos años tienes?—le pregunta mientras marca con dedos temblorosos.
—Me llamo Sakura… tengo seis—responde entre lágrimas, con un sollozo ahogado.
Dixon la mira con suavidad, como si quisiera darle calma en medio del caos.
—Está bien, Sakura… tu papá está vivo y a salvo, ¿sí? Lo vamos a llevar a emergencia. Pero dime… ¿cómo se llama tu papá y cuantos años tiene?
La niña traga saliva, abrazando la mano inerte de Arim con fuerza.
—A… Arim… Arim Dan Kim Gwon…tiene 37 años —susurra la niña, con la voz rota, como si al pronunciarlo se le escapara un pedazo del alma.
Dixon repitió el nombre y la edad en un susurro, como si quisiera grabarlo en su memoria, y lo dijo en voz alta al operador del 911. Dio la ubicación con rapidez, pidiendo una ambulancia con urgencia en el acuario.
Los minutos parecieron horas, pero pronto las sirenas cortaron el silencio. Los paramédicos irrumpieron con camillas y equipos, estabilizando a Arim. La gente afuera no sabia lo que ocurria. Sakura no se movió, no soltó la mano del extraño que la había traído de vuelta a la superficie.
Fue entonces cuando una voz calmada y firme interrumpió el caos.
—Dixon. —Un hombre de traje oscuro, con expresión grave, se acercó. Era Haru Do, su asistente personal . Conocía al especialista en biologia marina como a su propia sombra, pero lo que no esperaba era encontrar a un hombre tendido en una camilla y con una niña tomando su mano.
Dixon le explicó lo sucedido. Haru nota como la niña no quiere soltar su jefe.
Haru posa una mano en el hombro de Dixon.
—Ve con ellos —le dijo en tono bajo, comprendiendo que la niña lo necesitaba más que nadie, le pasó su chaqueta seca y una toalla—. Yo me encargo de dar declaración a la policía.
Dixon duda un momento, mirando a Sakura que seguía aferrada a su brazo, negándose a soltarlo aunque los paramédicos intentaban apartarla suavemente.
—Ven con nosotros por favor, tengo miedo… —llora la niña, aferrándose con más fuerza.
Dixon traga saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Con un suspiro, asintió a Haru.
—Está bien. Voy con ella, encargate de todo por favor.
Sube a la ambulancia, dejando que la pequeña Sakura se acurrucara contra él envuelta en la toalla, con los ojos cerrados, temblando de miedo. Dixon sostuvo su mano con suavidad, sin darse cuenta de que ese instante marcaría el comienzo de algo que cambiaría sus vidas para siempre.
Cuando Arim volvió en sí, el olor a alcohol y desinfectante lo recibió. Estaba en una cama de hospital, conectado a un monitor. Al girar la cabeza, Sakura dormía sobre un sofa, cubierta con una manta.
Y sentado al lado, con el cabello aún húmedo y una chaqueta prestada demasiado grande para su cuerpo delgado, estaba un extraño… dormido también, con la cabeza recostada contra el respaldo.
Arim lo observa durante largos segundos.
—¿Que demonios es esta escena?
Una enfermera entra y Dixon despierta, sobresaltado. Sus miradas volvieron a encontrarse pero de una manera mas tierna.
—Ah… usted está despierto, señor.
—Tú… me salvaste. A mí y a mi hija.
—Sí… —murmura Dixon, rascándose la nuca—. Aunque si lo hace otra vez, me va a deber al menos unas clases de natación.
Arim no pudo evitar sonreír por primera vez en años
—Gracias. Te lo pagaré.
El ambiente se volvió pesado. Dixon se muerde el labio, porque algo en esa sonrisa, aunque dura, le apretaba el pecho. Y Arim, a su pesar, sintió lo mismo: un calor corporal, incómodo, que lo hizo apartar la mirada con el corazón a mil por hora.
De pronto, nota que Sakura viste otra ropa.
—¿Qué pasa con mi hija? ¿Quien cambió su ropa?—pregunta con un hilo de alarma.
—Ella se puso histérica… —explica Dixon suavemente —. No quiso a nadie más que a mí por alguna razón. Pero la convencí para que se dejara, fué la enfermera que la cambió de ropa. Su familia está afuera, pero la niña no acepta quedarse con ellos. Lloró hasta quedarse sin voz, la pobrecita… así que la calmé como pude. Siento mucho mi atrevimiento, tengo dos hermanas gemelas menores que yo, así que entiendo un poco de chicas.
Arim baja la cabeza, con un nudo en la garganta atravesado. En ese momento nota que Dixon aun lleva el pantalón humedo.
—No te disculpes. Entiendo lo que quieres decir. Ella perdió a su madre… es difícil. Pocos miembros de mi familia la entienden. Agradezco tu ayuda. Me disculpo si te puse en un momento difícil. Soy un bobo. Ni siquiera sé nadar.
La enfermera interrumpió en ese mismo momento. Entró con medicamentos en un carrito.
—Ya volvió en si.
—Hola.
—Llamaré a su familia ahora que despertó, señor Kim.
—Si, gracias.
Dixon se incorpora, alisando la chaqueta que le prestó un enfermero. Se levanta con. suavidad para no despertar a la niña.
—Usted vive aquí, en Tahití, ¿cierto?—pregunta Dixon con un poco de curiosidad.
—Nos mudamos hace poco, venimos de corea del sur —responde Arim con timidez por primera vez en su vida—¿Y usted?
Dixon sonrie con suavidad.
—Yo vivo en Bora Bora, pero los fines de semana trabajo en el acuario de Tahití.
—Ya veo. Disculpa todos los problemas que te causamos.
— Tuvieron suerte de que estuviera alli, por lo general esa parte del acuario permanece cerrada por las investigaciones. Nadie los hubiera socorrido si yo no hubiera salido tarde. Deben tener mas cuidado. Y vigilar mejor a la niña. Además debería tomar clases de buceo o nado.
—Gracias, lo tomaré en cuenta, no sabes lo ansioso que estuve. Sin tí mi hija y yo no estuvieramos aqui.
El silencio fue roto por un murmullo infantil. Sakura abrió los ojos, confundida al principio y al ver despierto a su padre, bajo del mueble y corrió hasta él llorando. Arim la abrazó con fuerza.
—Todo está bien, pequeña. Ya pasó.
—Papá… Estaba muy asustada. Dixon es bueno. Nos salvó a los dos.
Arim traga saliva y la mira muy serio.
"Dixon es un bonito nombre" —Piensa para si mismo.
—¿Por qué no me escuchaste, Sakura? Té llamé y corriste como loca.
La niña, con los ojitos húmedos, susurra:
—Porque… vi a mamá. Ella entró allí…aunque no me creas.
El rostro de Arim se endurece.
—No digas mentiras. Tu madre está en el cielo. Y aún la hayas visto no debiste entrar allí sin permiso.
—¡No! ¡Yo la vi, tú nunca me crees! —replica la niña, y de un salto bajó de la cama, corriendo hasta donde estaba Dixon. Se abraza a su cintura con fuerza, escondiendo el rostro en su chaqueta.
Dixon se sonroja hasta las orejas, sin saber qué hacer. Era un momento muy incómodo. Con suavidad, pasa una mano por el cabello mojado de la niña.
—Tu papá tiene razón, Sakura. Solo no vuelvas a separarte de él, ¿sí? Él te ama más que a nada en el mundo. Debes escucharlo en todo. Aveces los adultos saben más del peligro.
Antes de que Arim pudiera responder, la puerta se abrie con brusquedad.
—¡Arim! —una voz fuerte y grave resuena en la habitación del hospital.
Entra Nam Gil Kim, de cabello blanco y porte imponente, seguido de su esposa Sook Hee Gwon, elegante y seria. Tras ellos, una joven de mirada dulce, Myung Na Woo, la institutriz y niñera de Sakura, y detrás, el Dr. Eun Taek Park, el médico de confianza de la familia desde hace meses.
El aire se llena de tensión. La niña, apenas ve a su abuela, se esconde más detrás de Dixon, apretando su chaqueta. Y Dixon, incómodo, sintió la primera punzada de rechazo silencioso de una familia que no entendía por qué ese extraño se había convertido en el único refugio de Sakura.
La tensión en la habitación se volvió evidente. Nam Gil Kim, con la mirada severa y la postura recta, observaba cada movimiento de Dixon. Sook Hee Gwon, elegante y fría, cruzaba los brazos mientras evaluaba al joven biólogo como si fuera un intruso en su hogar.
—¿Quién es este… señor que aun no se retira? —pregunta Sook Hee con desdén, dirigiéndose a Dixon.
Dixon, aún sosteniendo a Sakura, traga saliva y respondió con calma:
—Soy Dixon Ho Woo Bin, biólogo marino del acuario. Solo… ayudé a salvar a su nieta y a su hijo.
—Entonces digame ¿quien es el irresponsable que no tenia cerradas las puertas de acceso del personal del acuario? Mi abogado se va a encargar de demandarlos por negligencia.
Quieran echarle rosa la culpa a Dixon y al acuario.
—No estoy seguro...por lo general siempre estan cerradas. Somos muy estrictos en eso. Lamento todo esto.
La niña, sintiendo la desaprobación de su abuela y la extrañeza de los adultos, se escondió más detrás de Dixon, abrazándolo con fuerza. Su llanto suave llenaba la habitación.
Myung Na Woo, la tutora y cuidadora de Sakura, se acercó intentando tranquilizarla.
—Ven, querida… vamos afuera para que los adultos hablen.
—¡No! —grita Sakura, negándose a soltar la mano de Dixon—. ¡No quiero!
La abuela, impaciente y severa, no duda. Con un movimiento firme, toma a Sakura casi a la fuerza y se la entrega a Myung.
—Ya basta, Sakura. No seas tan terca. Ya tuvimos suficiente con tus travesuras. Es hora de dejar de comportarte así. Te voy a castigar por todo un mes. Suelta ahora mismo a ese joven.
Dixon observa extrañado y con un nudo en la garganta. No entiende por qué lo tratan como a un intruso, cuando todo lo que había hecho era salvar a la niña y a su papá. Se sentía incómodo, fuera de lugar. Lo hicieron sentir pequeño.
Arim permanece en silencio, observando la escena desde su cama con una jaqueca del mismísimo demonio, sumado a una mezcla de impotencia y confusión. No quería interponerse, pero sentía cómo el corazón se le encogía al ver a su hija resistirse a la autoridad de su propia familia. Y al salvador en un momento embarazoso.
Nam Gil, con gesto solemne, se acerca a Dixon y saca un cheque de su bolsillo. Piensa que Dixon no se ha ido esperando una compensación.
—Ya no hablemos más del asunto. Dejemos todo hasta aqui. Tome jóven. Por los servicios prestados —dijo mientras llenaba el cheque—. Por favor, acéptalo. Puede retirarse.
Dixon lo mira sorprendido. Ni las gracias le daban.
—No… no puedo. No lo hice por dinero —negó con la cabeza—. Solo hice lo que debía.
Sook Hee frunce el ceño, desconcertada. No sabía que Dixon, aunque desheredado por su padre, por declararse homosexual, había recibido apoyo económico de su madre y mantenía su propia fortuna millonaria. Él siempre había mantenido un perfil humilde, sin ostentar nada de lo que poseía.
Dixon respira hondo, intentando calmar la mezcla de emociones que lo invade: el rechazo de la familia, la gratitud de la niña y la incomodidad de Arim, que no decía nada pero cuyo silencio pesaba más que cualquier palabra lo hace estremecer.
En su interior, Dixon se recordó a sí mismo: graduado en biología marina, con especialidades en fauna submarina, amante del océano y de nadar con peces y ballenas, siempre había creído que podía controlar su mundo. Pero allí, entre paredes blancas de hospital y miradas que juzgaban, entendió que la vida siempre encontraba formas de desarmarlo, aunque solo fueras un salvador.
Dixon se puso de pie y volvió a acomodarse la chaqueta que le habían dejado prestada.
—Me voy ya. No quiero ser un estorbo.
Arim lo observa desde la cama. Su voz sonaba apagada, ronca, pero honesta:
—Gracias… de nuevo. No lo olvidaré nunca.
Dixon asintió con la cabeza y salió del cuarto, dejando atrás un silencio pesado entre Arim, sus padres y el médico que parecía más sorprendido que el resto.
En el corredor, Dixon ve a la niñera Myung, que está mirando a través de la puerta entreabierta. Aparenta una calma inexistente, pero sus ojos brillan con una curiosidad que no tenía nada que ver con el cuidado de la niña.
—Oh...disculpa—le dice ella al verlo y sigue asustando lo que hablan en la habitación.
—No pasa nada. Adiós.
El sigue su camino y va hacia donde está la niña, unos pasos más allá, en la sala de espera; la niña seguía llorando suavemente. Tan pronto como vio a Dixon, saltó y corrió hacia él.
—¿Qué haces ahí solita?
—La Nana me dijo que me quedara aquí.
—Entiendo. No llores.
Esa señorita no tenía ningún tacto.
—¡Dixon, no miento! —dijo entre sollozos la niña—. ¡De verdad vi a mi mamá! ¡Nadie me cree!
Dixon se arrodilla para quedar a su altura, acariciándole el pelo húmedo.
—Yo te creo, Sakura —le dice suavemente—. Pero debes ser buena, ¿de acuerdo? Tu papá casi se muere por una mala decisión. Y tú tienes que cuidarlo.
La niña lo mira con lágrimas en los ojos. Dixon le sonrie.
—Lo voy a cuidar mucho.
—Si algún día van a Bora Bora, vivo en una casa de huéspedes que se llama Olas H2O. No hay acuario, pero puedes nadar con los peces directamente. Hay un arrecife muy bonito. Puedo enseñarles a nadar si quieren, incluso a surfear. ¿Lo recuerdas?
—Sí… Bora Bora, Olas H2O… Peces, nadar y surfear—repitió, como si guardara un secreto.
—Perfecto. Pero no llores más. A tu mamá no le gustaría verte triste. Ella te está viendo desde el cielo.
Sakura asintió, mordiéndose el labio para contener otro llanto. Fue a sentarse de nuevo, más tranquila. Dixon se incorporó justo cuando la niñera, con gesto rígido y llena de celos, se le acercó.
—Será mejor que se marche, señor. Si la señora Gwon lo ve aquí, me meterá en problemas.
Dixon asintió.
—Disculpa, no quiero causarles problemas. Ya me voy. Pero no la dejes sola.
—Bien. Pero antes de irse, dígame ¿cómo cayó el señor Kim al agua, si no sabe nadar?
Dixon se detuvo un segundo.
—El solo corrió para rescatarla. No pensó en él. El amor de un padre hace tomar decisiones sin pensar. Por suerte… ya está a salvo.
Ella bajó la mirada, incomoda. Dixon dio media vuelta y empezó a caminar.
Al regresar al acuario, Dixon entró en su oficina sintiéndose exhausto y abrumado. Allí lo esperaba Haru Do, su gran amigo y ayudante, visiblemente inquieto.
—El abogado de los Kim estuvo aquí hace poco —le informó directamente—. Han interpuesto una denuncia por perjuicios y descuido.
Dixon suspiró profundamente y se desplomó en su asiento.
—Me lo temía. Son increíblemente rápidos.
Haru movió la cabeza en señal de negación.
—Pero tranquilo. Todos saben que el área estaba correctamente señalizada y, revisando las cámaras, vimos que la puerta estaba cerrada. La niña la abrió. El error fue del padre por no estar atento, y luego meterse ahí tras ella. Seguro es una niña consentida.
—Dice que vio a su madre. Pero el padre dijo que había fallecido. Eso me inquietó.
—¿La niña vio a su madre muerta? ¡Qué barbaridad!
—Sí. Tal vez tenga la capacidad de ver fantasmas.
—Tú antes podías verlos.
—Prefiero no hablar de eso.
En ese instante, la puerta se abrió. Sergey Han Li, el propietario del acuario, un adinerado empresario chino de aspecto imponente, entró con una sonrisa estudiada.
—Hola, campeón. Mi héroe favorito.
—No me llames así. Solo hice lo que me pareció correcto. Es solo que... me dan pena. Esa familia es muy rara. Creí que sus padres estarían agradecidos, pero en vez de mostrar alegría, solo hablaban de la demanda, intentaron darme un cheque al mismo tiempo que me acusaban de negligencia. Me duele mucho la cabeza.
—Dixon, no te sientas culpable por algo que no te corresponde. Hoy has salvado dos vidas. Y eso, te aseguro, vale más que cualquier demanda. No es tu culpa que esa familia tenga problemas mentales.
—No me digas así. Solo hice lo que creí correcto. Es solo que...me dan lástima. Esa familia es extraña. Pensé que sus padres se alegrarían pero en vez de estar felices solo hablaron de demanda, intentaron darme un cheque al mismo tiempo que me culpaban de la negligencia. Me duele la cabeza.
Dixon guarda silencio, clava sus ojos en su interlocutor. Aunque su amigo y superior tenía razón, en su interior resuenan las palabras susurradas de una pequeña: “Olas H2O… ya no lloro, Dixon… mamá me mira desde arriba…”.
Ese recuerdo era una carga más pesada que cualquier posible acción legal.
En el hospital,
Nam Gil Kim interrumpe el silencio con el rostro tenso.
—Te dijimos que evitaras ese acuario o cualquier atracción peligrosa. ¿Por qué ignoras siempre nuestras advertencias?
Arim se endereza en la cama, todavía muy pálido, pero con una mirada que refleja agotamiento.
—Era el aniversario de Ji Eun —dice con la voz temblorosa, pero forzándose a seguir—. Le había prometido a Sakura llevarla a ver los delfines.
Sook Hee manifestó su desaprobación chasqueando la lengua.
—Las promesas no tienen valor si implican poner en peligro a tu propia hija.
—¡Sí que lo tienen! —exclamó Arim, sorprendido incluso por su propio tono. Respiró hondo antes de continuar—. No me vine a Tahití solo para vivir volcado en el trabajo. Soy el director del aeropuerto más importante de la isla y del puerto que une medio Pacífico… Pero de nada sirve si mi hija solo me ve en reuniones y conferencias.
Nam Gil lo mira fijamente, aunque su expresión se suaviza ligeramente esperando que su hijo entienda. Arim prosigue, sin bajar la voz.
—Estuve cuatro años en Busan, sumergido en el trabajo, creyendo que así superaría la pérdida de Ji Eun. Sakura era muy pequeña cuando su madre falleció… y permití que creciera rodeada de cuidadores y abuelos mientras yo solo me preocupaba por contratos y números.
Baja la cabeza, apretando los puños.
—Hace un año que estamos aquí. Y hoy fue la primera vez… ¡la primera! que salía solo con mi preciada hija a disfrutar, a cumplirle un deseo. No iba a romper esa promesa, aunque ustedes no lo entendieran.
Sook Hee se cruza de brazos, ofendida.
—Te justificas demasiado, hijo mío. La responsabilidad de un padre no es complacer los caprichos de los hijos, sino mantenerlos a salvo.
Arim la mira directo, muy molesto. Pero no dice nada para herirlos sinó para que entiendan.
—Ji Eun me pidió antes de morir que hiciera feliz a nuestra hija. Que la dejara vivir, que no la encerrara en un mundo de reglas y miedos. Y ustedes… ustedes la ahogan.
Su madre enmudece. Nam Gil, su padre, carraspea, incómodo, sin saber qué responder.
El doctor Eun Taek, que había estado en silencio todo ese tiempo, finalmente intervino en voz baja:
—Me van a disculpar, Arim… debes descansar. Lo importante es que ambos están vivos.
Pero Arim no lo escuchaba del todo. Cerró los ojos y, en lo más profundo de su corazón, se juró que ya no dejaría que nadie —ni siquiera su propia familia— le robara la oportunidad de ver a Sakura reír.
El despacho olía a sal y café frío. Haru ya se había marchado, pero Sergey Han Li seguía allí, de pie junto a la ventana panorámica que daba al acuario central.
—Necesitas aire, Dixon. Si quieres toma unos dias—El tono de Sergey fue firme —. En una semana habrá una fiesta de disfraces en Tahití. Quiero que vayas.
Dixon arquea una ceja. —Sabes que los disfraces no son lo mío.
—Pues invéntate uno, mi amor. —Sergey lo mira de frente, con esa sonrisa calculada—. No puedes esconderte para siempre en Bora Bora, ni en tus recuerdos de niño lindo, hace rato que no salimos a botar el golpe. Tu hostal Olas H2O no se caerá porque faltes unos días.
Dixon se mordió el labio. Su “hostal” no era solo un negocio: era su refugio cuando el mundo a su alrededor lo estresaba. Clases de buceo, surf, excursiones en yate y catamarán… un todo incluido que mantenía turistas felices mientras él fingía estarlo también.
—Sergey… —empezó, pero su jefe y buen amigo levantó una mano.
—No, escucha, cariño. Has salvado dos vidas, y todavía cargas como si debieras dar una explicación al mundo. Basta. La fiesta es benéfica, la comunidad GLBT recauda fondos para un proyecto en Camboya. Niños que dejaron la prostitución, aprendiendo oficios. ¿No es suficiente razón? Beberemos hasta quedar desnudos en la playa.
Dixon cierra los ojos un instante. La palabra “GLBT” le retumba como una buena idea… y un recuerdo lo arrastró a otro tiempo, otra ciudad.
Seúl.
Diecisiete años atrás.
Un chico de ojos brillantes, su primer enamorado. El temblor de manos al rozarse en secreto. El estallido de la verdad en casa. El grito de su padre:
“¡Fuera de esta familia!”.
Sus hermanas gemelas llorando. Él, huyendo con la mochila a la espalda, refugiándose en casa de un amigo un poco más adulto que él, que vivía solo. Una semana después, aquel mismo amigo muerto en un accidente, y él… viéndolo de pie junto a la cama, convertido en fantasma.
Seis meses de terapia. Seis meses de sentir que el amor traía consigo una maldición.
—Dixon. —La voz de Sergey lo devuelve al presente.
Abre los ojos. El agua azul tras el vidrio parecía susurrar que olvidara todo.
—Está bien —dijo al fin, exhalando como quien suelta un ancla—. Iré a la fiesta. Pero antes, necesito volver a la isla. Y no pienso emborracharme.
Sergey asintió satisfecho. —Perfecto. Haz tu vida en Bora Bora, pero no me falles el próximo fin de semana.
La mañana siguiente, Dixon llega al hostal Olas H2O. El mar lo recibe con espuma brillante y el murmullo de turistas madrugadores en la cocina y el patio.
Ara Dupree, la gerente, lo esperaba con una carpeta en la mano y su habitual energía.
—Buenos días, jefe. Aquí tienes el day list: dos clases de buceo, una de surf, y el multimillonario Brayan Lagares insiste en otra semana de clases privadas.
Dixon frunció el ceño, cansado de escuchar ese nombre.
—Brayan ya terminó su curso. ¿Qué más quiere?
Ara sonrió con picardía. —Tú sabes lo que quiere. Ese pelirrojo no se da por vencido.
Como si lo hubieran invocado, a medio día Brayan apareció en el muelle, traje de baño caro, sonrisa segura. Se acercó con aire triunfal.
—Dixon. Ya volví—Su voz era profunda, envolvente mientras lo abrazaba—. ¿Ya sabes que habrá una fiesta en Tahití? Habrá bailarinas brasileñas trans, drag queens, toda la comunidad GLBT reunida para donar a un proyecto en Camboya. Tienes que ir.
Ara se sintió excluida en medio de tanto amor gay.
Dixon lo mira con paciencia contenida. —Ya lo sé. Sergey me invitó. Nos veremos allá.
Brayan alza una ceja, como si hubiera ganado algo.
—Perfecto. Entonces… guardaré mi disfraz sorpresa solo para ti. ¿Me hiciste espacio para mis clases de buceo?
—Ya te sabes todo el programa—Se zafa de su abrazo y hace creer que lee unos papeles.
—Aun así, nunca digas que lo sé todo.
Dixon gira hacia el mar para ocultar su incomodidad. Lo último que necesitaba era un millonario encaprichado encima. Pero, en el fondo, sabía que no podría evitarlo por mucho tiempo.
El océano brillaba frente a él, inmenso y sereno. Y aunque los fantasmas del pasado aún lo perseguían, algo en esa promesa de disfraces, música y causas nobles parecía decirle: Tal vez el destino todavía guarda un giro inesperado para ti. Así que ponte hermoso y sal a brillar mi pequeño saltamontes.
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