Dos mujeres se sentaron en un lujoso restaurante, una de ellas era Eliane Petrucci, y la otra, su mano derecha, Luisa. A ese restaurant también ingresó Francesco y su guardaespaldas Song, con quién habían tenido serios problemas en el pasado.
Eliane dejó la cuchara en el plato al recordar como ese hombre intentó asesinarla. Eso era algo que no había olvidado y nunca olvidaría.
—Salgamos antes que esos dos nos vean —al ver a Francesco, Luisa se giró y cubrió con el periódico. Seguido se levantó y siguió a Eliane, cubriéndose con el periódico—. Ya, no tienes que esconderte. A estas alturas debe saber que, soy la esposa de su mejor amigo..
Luisa no se escondía por eso. Ella tenía una deuda con Francesco, la cual no había pagado, entonces debía evitar que ese hombre la viera.
Cuando ya estaban en el auto, Eliane vio a Song salir, caminaba por el parqueadero. Al ver que estaba solo decidió pisar el acelerador.
—¿Qué hace?
—Démosle un poco de su propia medicina —Luisa se aterró por las intenciones de su jefa.
Song iba a esperar en el coche a su jefe. Aunque este tardaría un rato y un coche no era el mejor sitio para esperarlo, a Song le parecía que era diez veces mejor porque así esperaba sentado y podría hasta verse una película. Pero no contaba con que una loca quisiera tirarle el auto encima.
Ese coche salió de la nada, estuvo a punto de arrollarlo, si no fuera por su astucia de tirarse a un lado, le habría pasado por encima.
Por un momento temió que regresara, no obstante, se marchó, dejándolo ahí, herido, lastimado. Se había golpeado la costilla en una de las grandes columnas al momento que se lanzó, eso lo dejó en el suelo por unos minutos, hasta que se le pasara. Cuando estuvo bien se levantó y habló con los guardias para que lo dejaran revisar las cámaras ya que alguien intentó asesinarlo.
Cuando vio a Eliane no logró reconocerla, pues ella estaba muy cambiada, pero al ver a Luisa, a ella sí logró reconocerla.
Pidió ese archivo para entregárselo a su jefe. Mientras Francesco comía tranquilamente, le llegó el video. Al leer el pie de página abrió de inmediato.
—¿Y quienes son esas mujeres?
—Señor ¿Acaso no se acuerda de ella?
—No —refutó cabreado porque odiaba las interrupciones en su hora de almuerzo.
—Señor, la que viste como hombre es la empleada del señor Alessandro, la cual me envió a buscar después de la fuerte discusión que tuvo con su abuelo, pero ya no la encontré porque se había marchado.
Francesco rodó los ojos al recordar a esa mujer y la estupidez que su abuelo le había pedido—. Ve y búscala, tráela ante mí —ordenó a Song.
Mientras su empleado hacía el trabajo, él continuaba disfrutando de su comida.
Luisa y Eliane pasaron por una tienda. Esta última estaba muy emocionada eligiendo un vestido para su cena con Alessandro. En su rostro había una sonrisa y un brillo especial en los ojos.
Se probó algunos vestidos. Todos, absolutamente todos se le veían bien. Deseaba llevárselos todos, sin embargo, pensó que eso era mucha codicia ya que su armario estaba lleno de prendas. Llevar más sería demasiado.
Al llegar a casa Eliane fue a su habitación y, Luisa corrió a la de su abuela, se encerró ahí y asustada se sentó en la cama.
—¿Qué pasa? Parece que viste al diablo.
—Pues lo vi, estaba ahí en un restaurant, y creo que pronto vendrá por mí.
—¿El diablo en un restaurant? —cuestionó asombrada.
—Abuela, te estoy hablando en serio. El diablo está aquí, en Italia —la anciana abrió los ojos con asombro al tomar en cuenta ese apodo.
—¿Te vio? —negó— ¿Crees que vino por ti? ¿Sabe que estamos aquí?
—Pues si no lo sabía ya lo ha de saber.
—¿Y qué hacemos? ¿Huimos? —Luisa se quedó pensando y decidió que era momento de enfrentarlo.
—Ese hombre no puede obligarme a contraer matrimonio, soy su nieta ilegítima, además, él también es su nieto. Aunque no de sangre, pero lo crio como tal.
—Entonces, ¿por qué está aquí?
—Seguramente el señor Francesco solo vino a visitar a su amigo.
—También apareció en Estados Unidos, por eso escapamos ¿recuerdas?
Luisa escapó porque el abuelo de Francesco que resultó ser suyo también quería obligarla a casarse con este. Escapó el mismo día que fue llevada a esa casa para hablar con el anciano. Al salir de ahí regresó a la villa de Alessandro donde trabajaba su abuela materna. Al ver que Alessandro estaba de salida, le suplicó que las llevara con él, prometió trabajar en cualquier trabajo que le diera.
Alessandro dudó porque en todas partes donde él iba siempre había gente esperando por su atención, pero de todos modos ayudó a Luisa a salir, sin cuestionar de quien o que escapaba. Tampoco se lo dio a notar. Ella aseguró que quería recorrer el mundo, y la única forma de conocerlo sería trabajando con él, ya que cada cierto tiempo se mudaba de ciudad.
Al saber que Luisa desapareció, Francesco no hizo por buscarla. Esa mujer no le interesaba en lo absoluto, podía desaparecer del mapa si quisiera.
Para él, era una persona insignificante a la cual jamás prestaría atención. Ni siquiera recordaba su rostro, si en algún momento tropezaba con ella, no la reconocería, porque era alguien a quien no guardó en su memoria.
Luisa estaba segura de que a esas alturas Francesco ya había conseguido esposa y así complacer a su abuelo que quería verlo casado.
Escapar fue la mejor opción. De lo contrario estaría casada con un hombre que no la amaba ni ella amaba, sobre todo, un mujeriego que con todas quería tirar.
*
Se había quedado en Italia para atrapar a Luisa y llevarla ante su jefe. Cuando este llegó a Grecia se enteró de que necesitaba casarse con Lyssa Makri para poder cobrar su herencia. Ese, era el verdadero nombre de Luisa: Lyssa Makri, pero lo adoptó en Luisa y usó el apellido de su abuela para que así no dieran con ella.
Luisa despertó dentro de un coche, amaneada y con una mordaza, incluso sus piernas iban atadas. Gimió al ver que el auto aún seguía por las vías de Italia.
—¡Ya despertaste, perra! —rugió Song— No te ves tan valiente como cuando me tiraste el auto encima.
Luisa suspiró profundo al saber que estaba en serios problemas. Song se cobraría el arrebato de Eliane con ella. Esperaba que no la asesinara sin permitirle explicarse.
Llegaron a una cabaña abandonada. Song bajó, abrió la puerta trasera y sacó a Luisa, arrastra la llevó a ese lugar, la tiró al suelo y la miró con lujuria. Antes de llevarla a su jefe tenía que cobrarse la que le hizo.
Luisa leyó las intenciones de Song, empezó a gritar, pero la mordaza impedía que sus gritos trascendieran más allá de su boca—. Vamos a divertirnos un poco —Song juraba que Luisa no tenía a nadie más que una anciana que la reclamara. Estaba seguro de que, si se hacía de ella, nadie tomaría represalia.
Las lágrimas de Luisa rodaron por sus sentidos al ver a Song desnudándose delante de ella. Aun atada Luisa peleó para que no la lastimara, pero lo que consiguió fue un fuerte golpe que la dejó soñada.
Mientras Luisa estaba convaleciente, el celular de Song sonó, este no pudo dejar pasar la llamada ya que era su jefe— ¿La encontraste? —miró a Luisa y negó.
—Aun no, señor.
—Eres un inútil. Encuéntrala pronto, en la noche ya debes tenerla —iba a cortar, pero sabiendo lo bruto que era Song, dijo— Trátala bien, será mi esposa.
—¿Su-su esposa?
—Si, imbécil. Es que tu cerebro no recepta la información dada. En serio que no sé cómo te he aguantado tanto. Un pollo retiene más información que tú —con ese insulto colgó.
Song no podía creer lo que había escuchado. Se quedó con el celular en la oreja consternado, no por lo que le había dicho Francesco sino porque había golpeado a la futura esposa de su jefe, incluso pensó en abusarla. Ahora sí que estaba en serios problemas.
Miró a Luisa en el suelo inconsciente, se acercó a tocarle el pulso. Por un momento pensó que la había asesinado. Le miró el golpe, no se veía tan grabe, en caso de que su jefe cuestionara, le diría que se puso arisca. Estaba seguro de que por ese pequeño golpe no le haría problemas.
En caso de que Luisa dijera lo que pensaba hacerle, él negaría hasta por su madre que eso fuera cierto. No tenía como comprobar que él quiso abusarla, su jefe no creería en ella.
Song llevó a Luisa a la mansión Baek, era en ese lugar que su jefe le pidió que la tuviera hasta él llegar. Como en esa casa no pasaba nadie más que solo la empleada, porque la tía de Francesco pasaba en el trabajo y no llegaba hasta lo noche, distrajo a la empleada para poder subir a Luisa a la habitación de Francesco. La tiró en la cama, dejando bien ajustada la mordaza, también las cuerdas para que no se escapara.
Luisa abrió los ojos, se encontró en ese sitio elegante, muy distinguido. A pesar de vivir en un lugar sofisticado como la casa de Eliane, sabía que esa no era su habitación.
Gritó y paralizó al verse aún amordazada. De pronto la puerta se abrió, la imponente y alta figura de Francesco apareció. Ella se quedó inmóvil, observando al hombre que acababa de llegar.
—Pero… que miserable Song.
Se acercó a soltarla, al quitarle la mordaza vio el moretón. Mirando fijamente a Luisa llevó sus dedos a la herida. Estos temblaron cuando ella hizo el rostro hacia un lado.
—¡Es usted un miserable! —rugió porque creyó que él le había enviado a hacer eso.
Francesco había recibido más de un insulto en lo que llevaba su vida, pero siempre fueron por mujeres a las cuales les rompió el corazón. Pero esa mujer de la cama se atrevía a llamarlo miserable cuando aún no le mostraba su lado perverso, o es que por ser la nieta de su abuelo ya se creía con el derecho de insultarlo, si era así, debía dejarle claro que todo era suyo.
—Me disculpo por lo que haya hecho Song, no le pedí que te tratara así, simplemente…
La vio ir hacia la puerta. ¿A dónde iba? ¿Por qué carajos lo dejaba hablando solo?
Luisa bajó las escaleras, se encontró con la tía de Francesco quien cuestionó— ¿Y tú quién eres? ¿Qué haces en mi casa? —sintió los pasos de Francesco y decidió irse, pero la mujer le sostuvo del brazo— ¡He preguntado quién eres!
—Mi prometida —dijo bajando las gradas. Esa respuesta dejó en trance a Luisa— ¡Suéltala! —Elda rodó los ojos y la soltó.
Apenas sintió su brazo libre, Luisa se propuso a salir, pero de nuevo fue agarrada, en esta vez por Francesco— Tenemos que hablar.
Luisa lo intuía. Por lo que había dicho recientemente intuía que quería hablar. Para no alargar su estadía en esa casa dijo—. No voy a casarme, menos me interesa ese dinero —se soltó del agarre y salió. Al salir vio a Song en el coche y, el pavor la envolvió.
Ella no era valiente, siempre fue débil y miedosa, pero en ese momento solo quería golpear a Song por haberla lastimado. No sabía si la había abusado. Aunque su cuerpo parecía estar en perfecto estado y sus prendas por igual, no olvidaba como ese hombre rodó sus pantalones.
—Solo fue tu visión —le decía Song mientras ella lo golpeaba con sus débiles puños. Los golpes que pensó dar se detuvieron en el aire, Francesco le detuvo las manos.
—¡Déjeme! ¡Quíteme sus manos! —Luisa pidió al borde del llanto.
—Lo haré, pero cálmate.
¿Cómo podía pedirle calma? Ese hombre intentó abusarla, no sabía porque no lo hizo, pero lo intentó y eso ameritaba una paliza, incluso ir a prisión.
—¡Señor, está loca, muy loca! —Song se apresuró a decir— Por eso tuve que golpearla, porque estaba loca.
—¡Mentira! —gritó Luisa— Me golpeaste porque ibas a abusar de mí.
Eso sí que indignó a Francesco. Él era un hombre que se divertía con quien le daba entrada, pero jamás obligó a alguien a mantener relaciones. Detestaba a los hombres que lo hacían.
—¡No le crea señor, está mintiendo! Yo solo hice lo que usted me pidió traerla aquí.
Le pidió a Song se fuera para que así la fiera de Luisa se calmara y poder hablar. Pero con eso solo le dejó claro a Luisa que creía en Song. Era de esperarse, Song había estado con él hace mucho tiempo, a pesar de lo inútil que le parecía, confiaba sumamente en él.
—¡Señor Nikolauo, suélteme! —la soltó, se colocó en frente de ella evitando que se fuera.
—Si Song hizo eso, pagará por ello, pero ahora necesito que me escuches. Mi abuelo murió —Luisa no mostró ni un ápice de dolor. ¿Cómo iba a dolerle la muerte de un hombre con el que nunca compartió? Diferente fuera si su abuela muriese, ahí si que se desgarraría en llanto— Se qué poco te importa porque no compartiste con él, pero aun así te dejó como heredera de gran parte de su fortuna.
—No la quiero.
—¡Pero yo sí! ¡Por lo tanto tienes que convertirte en mi esposa!
—No está hablando en serio ¿verdad?
—Muy en serio.
—Usted no puede obligarme a contraer matrimonio.
—No, pero si no aceptas haré de tus días una miseria —amenazó—, estás aquí, en mi casa, nadie sabe dónde te encuentras, si me da la gana te llevo arrastras a Grecia y te encierro hasta que accedas. Así que decide, nos casamos por las buenas o por las malas.
—No voy a casarme, señor Nikolauo —Francesco Nikolauo Baek presionó los dientes. Sabía que si la dejaba ir sería complicado volverla a tener en sus manos, por ello decidió aprovechar ese momento.
—¡Entonces no sales de esta casa! —Había un problema, no podía forzar a Luisa a quedarse porque dentro estaba su tía. Si esta veía que mantenía en contra de su voluntad a Luisa, seguramente llamaría a la policía para deshacerse de él, pero no tenía de otra que mostrarle su lado oscuro, porque a él nadie le decía que no, menos lo haría perder la fortuna que el abuelo le había dejado en Grecia.
—¡Usted no puede retenerme! ¿Piensa que no tengo nadie que me espere en casa?
—Solo una anciana la cual no podrá hacer nada —Luisa se rio.
—El señor Alessandro y su esposa me estarán buscando —al escuchar el nombre de Alessandro, Francesco frunció el ceño.
—¿Trabajas para Alessandro?
—Soy la mano derecha de la esposa, Eliane Petrucci.
Francesco no tenía ni idea de quien era Eliane Petrucci, poco le importaba si era la misma presidenta. Ni siquiera el mismo Alessandro iba a impedir que él, cumpliera su objetivo.
—¿Algún protector más que tengas? Por qué los que nombraste no son más que yo, ni pueden meterse conmigo. En caso de que ellos te estén buscando, hasta que busque información sobre que te pasó, tú ya estarás en Grecia, y cuando llegue ahí, no escaparas de mí —Luisa dejó rodar la saliva con dificultad— Tampoco te quiero como mi esposa real, solo firmaremos un papel, viviremos juntos, cada uno hará su vida con quien le plazca. Esto hasta que se cumpla lo del contrato —le explicó para no tener que tomar medidas más drásticas—. Piénsalo. Casándonos nos hacemos de la fortuna de mi abuelo. Con ese dinero no necesitaras trabajar para nadie. Tendrás poder y nadie volverá a humillarte, incluso podría cobrarte las que te han hecho, como lo que Song te hizo o intentó hacerte.
Luisa se quedó pensando—. Vamos a Grecia, presentémonos ante los abogados, nos casamos, cobramos el dinero y, cada uno sigue con su vida donde y con quien quiera.
¡Poder, poder! ¡Mucho poder! Era lo que le susurraba Francesco mientras ella seguía perdida en los pensamientos.
Hubo mucha gente que la humilló por no tener una buena posición económica. Entre ellos aquel hombre que le robó su corazón por primera vez, quien luego de llevarla a la cama se mostró frío, incluso dudó de su pureza, diciendo que no la había encontrado virgen como ella se lo había hecho creer. Aun cuando la sangre estaba entre las cobijas no creyó, asegurando que estaba en el periodo y por eso había manchado las sábanas. Todo eso, para liberarse de la promesa que le había hecho de que cuando estuvieran juntos darían el siguiente paso.
Para Luisa fue muy doloroso, tan doloroso que estuvo semanas llorando en la cama. Había entregado su virginidad a alguien que ni siquiera la valoró. Fue tan denigrante como la trató, debía vengarse de ese miserable.
—Acepto. Acepto ser su esposa —Francesco sonrió.
*
Regresar a Grecia no estaba en sus planes, menos casarse con aquel hombre que iba un asiento más adelante que ella, el cual era sin duda el esposo que ninguna mujer querría tener.
Bajaron del avión; un coche que esperaba por ellos los llevó. No a casa, sino directamente al registro civil donde unieron sus vidas bajo un contrato, el cual, por supuesto, Francesco no iba a respetar.
¡No la tocaría! Se rio internamente Francesco. Por favor, ¿cómo no iba a tocarla? Entonces, ¿cómo iba a hacerle el hijo que necesitaba? Ella tenía que pasar por su cama; disfrutaría de su cuerpo. Claro, sin enamorarse, porque en su corazón no había espacio para el amor, solo para la pasión.
—Por lo que me confiere la ley de Grecia, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Francesco miró a Luisa fijamente, con sus ojos azulados como el cielo, mientras ella estaba sumida en la profundidad de sus pensamientos.
«Luisa había escapado hace muchos años de Grecia (cinco para ser exactos) porque el jefe de su abuela quería obligarla a casarse con su nieto, el que no había visto desde hace diez años. Cuando ella tenía ocho años, Francesco, siendo un adolescente de quince años, había partido de Grecia, y al regresar, ya era todo un hombre, con el cual querían casarla.
Negada a casarse con ese hombre y con el corazón destrozado por quien se había burlado de ella, Luisa escapó de Grecia, llevándose consigo a su abuela, para jamás regresar. Cuando ella pensó que el pasado había quedado atrás, Francesco la encontró, para proponerle de la manera más amable que se casaran, porque era la última voluntad de su abuelo, y para darle el estatus que Luisa necesitaba, ya que, por ser la hija de nadie, era humillada y rechazada por muchos.
Luisa lo había pensado mucho, pero terminó cediendo, ya que ser la amiga de la esposa del cirujano más importante de toda Italia no le daba el estatus y poder de callar a quienes la habían humillado. Siendo la esposa de Francesco sí que se lo daría, y podría vengarse de todos aquellos que la humillaron y la hicieron de menos, empezando por ese hombre que solo tomó su virginidad y luego la desechó, asegurando que ella ya había pasado por otras manos, aun cuando la mancha en las sábanas decía lo contrario».
Por eso y muchas razones, acababa de casarse con Francesco, y permitía que él le diera un beso, el cual no significaba nada ni para él ni para ella, porque no se amaban, solo estaban cumpliendo con la última voluntad del patriarca Mavridis, quien había muerto hace unos días.
Tras casarse, fueron a la mansión, lugar donde se gestionaba el velorio del abuelo de ambos. Digo de ambos porque, en realidad, Francesco no era nieto del patriarca Mavridis, solo el hijo que le metieron a su hijo, y él aceptó como nieto, aunque no llevara su sangre, pero había nacido dentro del matrimonio. Y para que en un futuro su nieto adoptado fuera aceptado como el líder del imperio, decidió casarlo con su verdadera nieta, porque por las venas de Luisa corría la sangre Nikolauo, ya que era la hija bastarda, esa que nunca fue reconocida por procrearse en el pecado, y con una mujer de clase baja.
Al llegar a casa, Luisa y su abuela subieron a sus habitaciones. Aunque ella había pedido una para las dos, Francesco ordenó que se prepararan una para cada una: la de Luisa cerca de la suya y la de Alondra en la otra ala de la casa.
Francesco fue a la capilla, se paró al lado del ataúd y, como si su abuelo le pudiera escuchar o ver, le mostró el anillo de matrimonio.
—Ahora sí, abuelo. Descansa, que yo cuidaré de tu nieta de sangre.
Luisa se asomó en el balcón de la habitación de su abuela, miró hacia la capilla donde se encontraban algunas personas.
—¿No quieres ir? —Luisa negó—. Te quedarás con parte de su dinero. Al menos ve a darle las gracias.
—Ya se las di en mis oraciones. Su cuerpo no puede escucharme, ya es un caparazón que no ve, escucha ni habla.
Alondra asintió. Era cierto. El cuerpo estaba inerte, ya no escuchaba, ya no podría decir nada—. Al menos acompáñalo a su entierro.
—Lo haré, abuela.
Cuando ya se preparaban para llevar el cuerpo a darle la sepultura, Luisa se unió a ellos. Escuchó la misa, vio cómo todos los despedían y luego se fue. Volvieron a casa con su abuela y volvieron a encerrarse en la habitación de esta.
En la noche solo cenaron las dos. Francesco no llegó y eso le preocupaba a Alondra. No porque le fuera a suceder algo malo a él, sino que temía que su inocente nieta pusiera los ojos en ese hombre.
Luisa era muy inocente, había caído una vez con un idiota que le pintó los pajaritos en el aire. Luego la rompió en mil pedazos. También salió con otros, pero no volvió a intimar por miedo a que la desecharan al conseguir llevarla a la cama. Igual lo hicieron cuando no les dio lo que buscaban. Y eso que aquellos caballeros no se veían con la capacidad de seducir y desechar, como se le ve y se conocía a Francesco Nikolauo.
Alondra temía que Luisa cayera y volvieran a destrozarle el corazón. Su niña no merecía eso.
Al día siguiente, apenas Luisa despertó, Francesco le pidió que bajara al despacho. Cuando ingresó, se acomodó delante de él.
—Mantendremos esto bajo secreto.
—¿Secreto? —no comprendió.
—Nadie más que los empleados sabrán de esta unión.
—No tengo problema —tampoco le interesaba gritarle al mundo que tenía al hombre más mujeriego de todo Grecia como esposo.
—Qué bien. Es bueno saber que no tendré una esposa que me controle las salidas, viajes y tiempo que no paso aquí.
—Señor Nikolauo…
—Dejemos las formalidades; de ahora en adelante me llamarás Francesco, o Fran. Como más te apetezca.
—Ok. Francesco. Lo que tú hagas con tu vida no me interesa, porque tú no me importas y nunca me importarás. Por lo tanto, no tengo que molestarte la vida —Francesco levantó las cejas—. Esto es un matrimonio por conveniencia y así será hasta que se cumpla el plazo estimado.
—¿Tienes a alguien? —inquirió al verla segura de lo que decía.
—No, no tengo a nadie.
Eso era bueno, pensó. Así le sería fácil seducirla, embarazarla y luego, pues luego de tener a su hijo, eso se acabaría y la sacaría de su vida. Que fácil era, ¿no?
—Bien, ahora ve a cambiarte, que pronto llegará el abogado para leer el testamento.
—Ya estoy cambiada.
Francesco la miró. Ella vestía de traje como si fuera a trabajar. ¿Acaso no tenía ropa casual? ¿Por qué no usaba un hermoso vestido que delineara las curvas de ese cuerpo? Debía tener buenas curvas, quiso imaginarse la imagen de Luisa a través de las prendas, pero ella se alejó.
—Como no tiene más que decir, me voy.
—Ok, baja cuando llegue el abogado.
Este llegó pocos minutos después que Luisa se había retirado y se encerró en el despacho con Francesco.
—Tuve que modificarlo por si ella solicitara verlo. ¿Crees que se dé cuenta de que no es el verdadero?
—No lo creo, ella es un poco…
—¿Ignorante?
Francesco levantó la mirada y negó.
—Dejémoslo en ingenua. Además, no conoce la letra del abuelo, menos su firma. No sabe nada de mi abuelo. Será este el testamento que leerás omitiendo lo demás.
—Ya me lo has dicho más de un millón de veces.
—Decírtelo un millón ciento uno no estaría de más.
Se levantaron y, a paso firme, salieron del despacho. Francesco solicitó a la empleada que llamara a Luisa. Ella bajó junto a Alondra y se sentaron a escuchar la lectura del testamento, en el cual omitían varios puntos que Luisa no aceptaría.
Como tener un hijo con Francesco y vivir por siempre en Grecia. En caso de que el amor no surgiera, en medio de la separación, el pequeño quedaría bajo el cuidado de su padre, con opción a que la madre lo visitara, pero no podía sacarlo de Grecia sin el consentimiento del padre.
Tras la lectura del testamento, Luisa ni se dignó en pedirlo. Le bastaba con creer que ese hombre que su abuelo había dejado a cargo era fiel y leal a la voluntad. Y lo era, por eso, para llevar a cabo la última voluntad, tuvo que mentir en varios puntos, dándole tiempo a Francesco para que conquistara a Luisa y tuvieran ese heredero.
Por la noche, cenaron los tres. La mesa era demasiado grande. Francesco ocupó el lugar de su abuelo y Luisa y Alondra estaban en la otra esquina.
—Como escuchaste en la lectura, debes acompañarme a la presentación de la empresa. Ahí todos te conocerán como la nieta del abuelo. Estará la prensa; por primera vez saldrás en televisión.
—¿Por qué tengo que salir en televisión?
—Porque solo así sabrán que eres una Nikolauo, de lo contrario nadie te respetará.
—¿No basta con dar mi nombre?
—No, no basta. El abuelo lo quiso así —el difunto Nikolauo quería que se presentaran ante la sociedad como esposos, pero Francesco decidió omitir ese paso. ¿Cómo iba a presentar a esa mujer ante la sociedad como su esposa? Eso solo ahuyentaría a las mujeres que buscaban en él placer. Además, sería juzgado por tener una mujer simple como Luisa. Ni loco gritaría a los cuatro vientos que estaba casado. Eso sería como jubilarse, y para eso faltaba mucho. Además, ella no era ni de lejos la mujer de sus sueños. Definitivamente, Lyssa Makri no era su tipo.
Al día siguiente, Luisa y su abuela se prepararon para ir a la planta de fabricación de dispositivos médicos, para ser oficial su lazo con los Nikolauo. Al momento que salía de la habitación, Francesco la miró con los ojos achicados.
—¿Qué? —la miraba y eso le estaba poniendo nerviosa.
—Mi esposa no puede ser el patito feo —¡Le había dicho fea! —¿No tienes algo mejor?
—¿Qué tiene mi ropa?
—Todo lo feo para una mujer —ingresó a la habitación, fue al vestidor, buscó entre las cosas de Luisa y no encontró ningún vestido. Todo lo que había ahí eran trajes como el que llevaba puesto.
—¿Qué cree que hace? —bramó desde la puerta del vestidor.
—Tu armario es un desastre. Vamos a tener que cambiarlo.
—¿Cambiarlo? —sacó el celular y realizó una llamada, ordenó a quien contestó que llevara ropa de dama a su casa. Luisa estaba más que ofendida por lo que ese hombre le estaba diciendo—. Usted no tiene derecho.
Francesco se acercó, provocando tensión en ella.
—Eres mi esposa, y desde ahora vestirás como la señora de Francesco Nikolauo debe vestir.
—¿Y cómo visten las señoras de Nikolauo, según usted?
—Vistiendo como una dama, no como un caballero —pasó dejando la exquisita fragancia en el aire.
Las empleadas de la boutique más glamorosa de dicha ciudad se hicieron presentes en la mansión Nikolauo, para ofrecerle las mejores prendas a la señorita Nikolauo. Luisa observaba las prendas. Eran muy hermosas, pero demasiado descaradas para ella. Luisa nunca había mostrado la mitad de sus piernas, menos sus brazos. Lo único que mostró fueron sus manos y el cuello con la cara. Eso ya porque no podía esconderlos.
Al ver que ella no hacía por elegir, Alessandro escogió unos vestidos para que se los midiera, pero ella no aceptó. Ese hombre quería cambiarla, pero a ella nadie la cambiaría. No entendía cuál era el propósito de que cambiara sus prendas si eso a la gente no le importaba.
Por un momento recordó cuando le compró ropa a Eliane. Las palabras que le dijo. Y era cierto, como te ven, te tratan.
Alondra miraba a su nieta, sabía que ella no usaría los vestidos tan cortos que Francesco le ofrecía, por ello se atrevió a agarrar una falda y una camisa que bien podían agradarle.
—Mira, están hermosas. ¿No quieres medírtelas? Solo pruébatelas; si no te gustan, no las compramos.
Era muy diferente que se lo pidieran de la mejor manera, como lo hacía su abuela, a que se lo exigieran como lo hizo Francesco.
Este se sentó a esperar que Luisa saliera. Estaba entretenido en su celular, leyendo los cientos de mensajes que tenía, cuando su reciente esposa salió. Lentamente fue levantando la mirada, posándola en esas piernas que brillaban. Acomodó las gafas y terminó subiendo la mirada hasta esos voluptuosos senos que se moldeaban con el ajuste de la blusa. Inconscientemente llevó la mano al nudo de su corbata y le hizo un ligero afloje.
“Al menos ya produce”, dijo para sí mismo. “Perfecto, vámonos.” Odiaba esperar. Quería terminar de una vez por todas con esto. Presentar a Luisa como la nieta recogida de su abuelo y luego empezar su juego de seducción.
Cuando pensó en Alondra, miró en su dirección. Al verla soltando el cabello de Luisa para que luciera más hermosa, se dijo para sí: “Está de más esa señora. Debo enviarla de regreso a Italia”.
Francesco pensó en ingresar al coche, pero si se comportaba grosero desde el inicio, su cambio repentino podría levantar sospechas. Entonces decidió esperar a Luisa y Alondra para que ingresaran y, luego, ingresar él. Primero entró Alondra, de último Luisa. Cuando esta le miró para agradecerle, Francesco le guiñó el ojo derecho. Luisa sonrió e ingresó.
Ocupando el asiento delantero, Francesco, el chofer, arrancó. Al llegar a la planta de dispositivos, volvió a esperar que salieran y caminó a la par de ellas. La prensa ya esperaba. Francesco les indicó que siguieran delante. Cuando estaban por salir, Luisa se detuvo; su espalda chocó con Francesco. Se giró a mirarlo y, ante la intensa mirada, esquivó la suya.
—¿Algún problema? —preguntó Francesco.
—Estoy muy nerviosa —las manos de Francesco se posaron sobre los hombros de Luisa, provocando tensión en ella.
—Tranquila, solo son personas con cámaras —apartó las manos de ahí, las posó en la cadera y desde ahí la guió. Luisa se las retiró porque no le gustaba que nadie la tocara. “Muy pronto no querrás que aparte mis manos de tu cuerpo”.
El rostro de Luisa en Grecia estaba en todas las revistas. Ahora su abuela no miraba hombres desnudos con buenos paquetes, sino a su querida nieta, siendo la sensación de todo un país. Había una revista completa de fotografías de aquel momento. Se detuvo a contemplar una que le llamó mucho la atención y fue esa en la que se encontraba Francesco y Luisa. Juraba que hacían una hermosa pareja, pero ese hombre no era lo que aparentaba, por lo tanto, no lo quería para su nieta.
Francesco llegó a la sala, se sirvió una copa y observó a la mujer. Sorbió del licor contemplando a Alondra. La mujer le miró, observándole directo a los ojos. Esos ojos le recordaban al demonio que destruyó a su hija. Ahora no permitiría que ese hombre destruyera a su nieta. Los Baek llevaban en la sangre al demonio.
Francesco se acercó, agarró la revista y sonriendo contempló la fotografía.
—Hacemos linda pareja, ¿no? —dijo.
—Discrepo.
—¿Por qué? ¿Es que me cree poca cosa para su nieta? —con elegancia batió el vino y lentamente lo llevó a sus gruesos labios.
—Ella no es el tipo de mujer que usted acostumbra a frecuentar.
—En eso tiene razón. Ella es muy diferente; eso la hace más atractiva —Alondra achicó los ojos. No entendía qué era lo que trataba de insinuar Francesco—. Ella es única entre todas. Es mi esposa.
Luisa bajó. Al ver a su abuela con esa cara, cuestionó:
—¿Sucede algo?
Francesco se apresuró a decir:
—Nada, solo le decía a tu abuela que salimos bien en esa fotografía —indicó la revista abierta, seguido posó la copa en la mesa de estar y se retiró.
Luisa agarró la revista, observó su imagen y sonrió. En serio que se veía bien, incluso se sintió bien al momento que todos la miraban. Ella lució hermosa, muy hermosa. Estaba pensando en cambiar definitivamente su armario, porque verdaderamente la Luisa de antes era tan diferente a la de la revista, y esta Luisa era la que le gustaba.
—¿Por qué sonríes? ¿Acaso te gusta ese hombre?
—Abuela, ¿qué cosas dices? Sonrío porque me veo bien —volvió a sonreír—. ¿Y si vamos de compras?
—¿De compras?
—Sí, Francesco me dio una tarjeta, dijo que puedo usarla hasta que se arregle lo de la herencia, porque no se entregará inmediatamente.
—Mmmm, no quiero que confíes en ese hombre.
—¿Por qué, abuela?
—Conoces su fama de mujeriego.
—Tranquila, abuelita, que ni siendo el último hombre de la faz de la tierra pondría mis ojos en él. Solo estando loca podría hacer eso —le dio un beso a Alondra y subió corriendo a la habitación para prepararse.
Alondra negó. Su nieta, en un par de años, cumpliría los treinta, pero parecía una chiquilla. Era muy inocente; temía que su ingenuidad la llevara nuevamente a sufrir.
Luisa bajó; junto a su abuela fueron de compras. Le compró unas cuantas prendas a su abuela y unas para ella. No compró mucho porque la ropa estaba sumamente cara.
Cuando a Francesco le llegó el correo del descuento de su tarjeta, ladeó la cabeza. “¿Solo eso? Qué ahorrativa me salió”. Alguna que otra vez llevó de compras a sus amantes, y todas le gastaron diez veces más de lo que Luisa gastó.
Francesco llamó a la empleada para que ingresara a su despacho. Esta se paró delante del escritorio y levantó la mirada cuando Francesco le extendió el frasco.
—Pónselo en la comida de la mayor —sorprendida por esa petición, la empleada se quedó gélida.
—No es veneno. Solo medicamento para dormir. Quiero que se sienta agotada y deje de seguir a su nieta donde esta va. Si usas lo adecuado, no pasará nada.
—Señor…
—Escucha bien, lo haces y punto. De lo contrario, te vas —la mujer asintió.
Desde que habían llegado, Alondra seguía los pasos de Luisa; no la dejaba sola en ningún momento y eso impedía que pudiera acercarse a Luisa. Se notaba que esa señora no lo tragaba y eso se debía al pasado, pero como no era ella la que se lo tiraría, no le importaba. Mientras Luisa le permitiera acercarse, no habría problemas. Estaba llevando las cosas por el lado bueno, pero si se resistía mucho tiempo, debía tomar otras medidas, aunque estaba seguro de que no tendría que llegar a eso para llevársela a la cama.
En Grecia, Luisa debía dar un recorrido por la planta de cosméticos. Pensaba hacerlo con su abuela, pero al estar aún en cama, decidió ir sola con Francesco.
—Abuela, ¿seguro estás bien? —la mayor asintió.
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