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Canción para Lobos Solitarios

Prólogo. Bajo la nieve

El frío era tan inclemente, que el viento le cortaba el rostro, así que optó por dejar que su lobo tomará forma para que el pelaje le cubriera; respiraba de manera trabajosa y con cada exhalación sentía que se ahogaba, y probablemente si estuviera en su forma humana, su rostro estaría dando muestras de sus lágrimas de desesperación.

Pero mostrar debilidad era impensable para él, y pedir ayuda...eso hubiera sido peor; siendo él el lobo líder del grupo de caza, mostrar un atisbo de debilidad era invitar a que lo echarán de la manada,  ni siquiera le hubieran permitido agonizar: ellos eran lobos de tierras heladas, un sólo signo de debilidad podría ser su perdición.

Pero tenía que intentar algo, aludir a la piedad del Alfa líder, aunque sabía que aquello era inexistente en ese lobo: era alguien que ni siquiera su pareja o su cachorro lograban evocar alguna emoción, y esto se combinaba con una determinación férrea, que hacía imposible que se consideré otras decisiones que no fueran las del Alfa

El pensamiento de su cachorro, y su pareja le rompían más de lo que podía soportar, el dolor de su cuerpo y su debilidad sólo aumentaban su impotencia, al sentir su inminente muerte sabía que era dejar a su familia a una suerte nada piadosa; dejó salir un chillido lastimero olvidándose de jerarquías o manadas...por favor llevenme con mi familia, no puedo dejarlos solos.

Su líder lo observó en silencio, con el cuerpo erguido, y algunos de los miembros de la manada esperando su decisión a sus espaldas.

Ojos imperturbables solo le concedieron una mirada más, y dándose la media vuelta, el imponente Alfa se retiró. Él se intentó remover en la nieve para levantarse: tal vez si probaba que aún podía...que aún podía cazar y ser de utilidad a la manada.

Pero no era así, ni siquiera podía ponerse de pie: al caer por el risco le había roto los huesos de sus patas y costillas, sin mencionar los profundos cortes que ahora le manchaban el pelaje blanco.

El líder continuó caminando con tranquilidad, alejándose: la manada había tomado una decisión, mejor dicho el Alfa lo había hecho, y en cierta parte, el la entendía; no había espacio para quien estaba muriendo, y podría convertirse en una carga que sólo redujera la cantidad de alimento. Era el ciclo natural, pero eso no hacía que su desesperación disminuyera, ni que de sus fauces sólo salieran chillidos de suplica para que no lo dejarán morir.

Siendo ellos generalmente cazadores solitarios, que la comida estuviera muy escasa, los había obligado a formar grupos para poder rastrear más presas, y que él fallara en la tarea por un descuido, era inadmisible. Era, por tanto, un eslabón débil que no podría cumplir su papel cómo cazador, que si era rescatado y no se recuperaba completamente, sería un estorbo para la supervivencia de la manada.

Mi familia...debo ir con mi familia.

Su muerte en realidad era secundario; le aterraba el porvenir de su pareja, era consciente que al dejarlo sólo al no poder sobrevivir, era dejarlo hundirse a las reglas naturales de la jerarquía.

Un aullido agudo y desgarrador sonó en la nieve que comenzaba a amontonarse, cayendo sobre su cuerpo cada vez más frío: las pisadas que se hundían en la blanca nieve se detuvieron, el líder giró levemente para observar.

Se había atrevido a suplicar sin parar de aullar y chillar; ¿se había detenido a mirarle porque suplicó como lobo? ¿O tal vez ahora lo miraba despreciandolo por lo mismo?

La piedad era accesoria en las tierras de fríos inclementes, donde esta podía ser más una mala decisión: uno tenía que sobrevivir, la caridad no era un atributo que te sirviera.

"No puedo dejarlos solos." Intentó decir con gruñidos, y sus ojos hundiéndose en los de azul glaciar del Alfa lider.

"Ayúdenme". Suplicó.

No podía dejar a su compañero sólo.

El lobo más grande, su líder, volvió a girarse lentamente, mientras los Betas cargaban el alce con sus fauces, producto de la caza.

Esos ojos azules lo apreciaron como si lo único que podían ver, era su fallo.

Era consciente de que en su forma de lobo podía resistir más, y a pesar de eso, su muerte era una certeza; no podía moverse, mucho menos respirar.

Se intentó arrastrar queriendo regresar con su familia, aun si eso era un esfuerzo inútil. Lo único que le quedó, bajo el cielo gris que dejaba ver fragmentos de la luna como espejos rotos, fue aullar.

Su canto lastimero, su voz triste atravesó la brisa, como la copiosa ventisca, mientras la nieve lo cubría, enterrando su pelaje manchado de sangre bajó blanco puro.

Pensó en su hijo y su Omega, en el dolor que les causaría, y no quiso dejar de seguir llamando a su manada.

Un llamado que nadie respondió.

Los lobos de tierras nevadas

Entre las tierras heladas, donde el paisaje podía estar siempre decorado de blanco, o totalmente cubierto por este, se asentaban algunas manadas de los conocidos como "Lobos cambia forma", lobos descendientes de antiguas criaturas, que poseían la forma del hombre, como la de su estirpe original: podían ser totalmente lobos, como hombres.

Siendo humanos, eran más resistentes que el congénere de tal especie, pero más allá de eso, podía decirse, eran iguales.

Entre nieve y montaña, construían pequeñas aldeas nómadas; los lobos siempre estaban recorriendo las tierras heladas desde sus ancestros, en busca de alimento, afirmando su presencia en el territorio.

Los lobos de las tierras heladas, eran de etéreos pelajes blancos que se fundían en aquellas inhóspitas tierras. Solitarios cazadores en un principio, tuvieron que olvidar esas costumbres de sus ancestros para sobrevivir a la crudeza de las montañas nevadas: formaron manadas, marcando sus jerarquías.

En la cima, el voluntarioso Alfa, y al final de esta, los obedientes Omegas: todos necesarios, su lugar en la manada se dejaba claro.

A él, le quedaba claro desde su nacimiento toda esa historia, todo el legado de sus ancestros, los lobos, que llegaron a esas tierras, para teñir su pelaje del color de la nieve. Como Omega tenía claro su lugar, pero era una vida dura: nada en las montañas era indulgente.

Los Omegas tenían unas funciones claras, de las cuales no podían negar su cumplimiento: dar progenie fuerte, para la estabilidad de la manada; debían ver por el bienestar de los más jóvenes, y la más antigua, no menos cruenta: eran designados como "presas" ficticias, para descargar el estrés de algunos lobos—iniciando peleas obviamente desiguales—, o ayudar a los jóvenes a entrenarse, como jugar.

Esto daba gran resistencia al dolor y el agotamiento a los Omegas, que compensaba su falta de fuerza física o el alcance de sus garras.

Al estar al final de la cadena, siempre eran los últimos en alimentarse. Siendo pocos, su voz realmente se perdía. Naciendo bajo un rol, vivían siguiendo reglas que les deban propósito y una forma de vida.

Fausto obedeció sin queja las enseñanzas con las que tenía que vivir: por el bien de todos, aunque no fuera por el suyo.

Muchos Omegas terminaban bajo el yugo de algún Alfa, y si eran afortunados, tenían una vida tranquila cuidando a los cachorros; en su caso, un Beta quedó cautivado por él: enamorarse no fue difícil; aquel Beta—de nombre Dimitri—, le cuidaba con cariño, como alguien precioso.

No había lazos, ni marcas que los unieran: sin embargo, él era feliz, su voluntad, como sus sentimientos fueron la base de su tiempo juntos; fueron años breves, pero felices. Dimitri intentó cambiar un poco las cosas.

Lo recordaba, Fausto había cruzado varias veces su mirada con la gentil y llena de preocupación de un joven Beta, que siempre podía olfatear cerca de la tienda de su familia cuando regresaba de ayudar a otros lobos de su edad para aprender a pelear y usar sus garras.

Fausto no conocía a sus padres, ambos habían sido Betas muy hábiles que siempre iban a cazar a los territorios más peligrosos y escarpados por órdenes del Alfa; y era natural, entre más fuerte eras, más misiones complicadas tendrías por el bien de la manada.

Meter cómo empezaron a conocerse, y el destino que podía tener un Omega.

La vida cómo un Omega, era incierta en todo sentido, y ninguno tenía las mismas circunstancias dentro de una manada: se consideraba que alguién dentro de su casta era afortunado si era elegido por el Alfa de la manada, aún si este fuera negligente con el cómo pareja, y es que ser elegido cómo la pareja del líder era un honor, considerando que se buscaban arreglos con otras manadas viendo si había un beta, o Alfa de preferencia, disponibles para garantizar el nacimiento del siguiente heredero Alfa.

La mayoría de Omegas eran destinados a ayudar a desestresar a la manada, o ayudar con la crianza de los cachorros mientras los demás cazaban.

Pero Dimitri, su pareja era alguien nunca conforme con los usos y costumbres, especialmente si eran crueles.

—Podrían contenerse un poco…ni siquiera es entrenamiento, solo es una forma vulgar de desquitarse con alguien que no puede negarse a pelear. —El Beta entró con paso lento, cuidadoso de no asustar a Fausto, que estaba en su forma de lobo, con algunas heridas y cortes rodeando su lomo mientras se lamía otras más en sus patas.

Fausto podrá sentirse asustado ante el hecho de ver que otro lobo dentro de su rango de edad se acercara a un pequeño escondite que tenía tras un pared de roca que estaba detrás de un árbol, pero estaba tan cansado y resignado que sólo lo miró, esperando que perdiera interés o se dispusiera a buscar pelear.

—Tengo un poco de carne —dijo finalmente Dimitri, triste de ver el estado en que se encontraba, el chico se sentó a una distancia prudente y le acercó un pedazo de carne con sus manos. Por alguna razón aquel Beta había optado por tomar su forma humana, ¿una forma de comunicarle que no deseaba hacerle daño?

Estaba muy hambriento, no sabía el precio de aceptar el gesto de gentileza, pero levantándose con un jadeo por el dolor, se acercó al pedazo de carne y casi lo engullo de un bocado. Tras pensarlo un poco, también tomó su forma humana, y cubriendo como pudo su cuerpo con las pieles que los lobos solían colgar en forma de un saquito sobre sus lomos, sentó y observó con cautela al otro.

—¿Qué te debo? —murmuró Fausto ronco, su garganta estaba seca y su cansancio era demasiado para hablar mucho.

Dimitri lo miró confundido, hasta que entendió un poco de sangre de la carne manchando la mejilla del Omega.

—¡Nada, no me debes nada! —respondió nervioso. El beta pareció entender lo raro de su súbita amabilidad al ser observado por Fausto en un silencio que se sentía tenso—. La verdad, es que te he estado observando. A pesar de lo duro que es cada día para ti, tus ojos siempre están llenos de amabilidad para los más jóvenes, y por sobre todo nunca te he visto perder la determinación en ellos, son hermosos.

Fausto no sabía qué esperar de esa conversación, pero ser halagado con total honestidad, y ver a un Beta avergonzado al hablar con él, no era algo que hubiera imaginado.

Así fue cómo transcurrió una de sus memorias más preciadas: la primera vez que habló con quien sería su pareja.

El suave aullar de la ventisca

Muchas veces, era más común que el Alfa pudiera tener cachorros sin formar un lazo con los Omegas con el fin de tener más lobos Betas en la manada; y aunque el hecho de que un Omega formará una familia con un Beta era un poco inusual, no hubo real negativa o crítica para cuando intimaron por primera vez, o cuando se supo de su embarazo.

Fausto aún recordaba con una sonrisa cómo esos de trozos de carne ocasionales que uno de los mejores Betas cazadores en la manada le traía, se convirtieron en largas conversaciones; en acurrucarse debajo de algún árbol durante los días de buen clima, o correr juntos jugando en las épocas donde la nieve daba paso a algunas pasturas a mostrarse entre el indomable blanco.

Dimitri no dudo en mostrarle que había construido una tienda con tela y madera que había ido reuniendo, con una sonrisa enorme le dijo: ¡Mira nuestro hogar! Y Fausto con un nudo en la garganta no necesito que le preguntara otra cosa para saber que aquel lobo era el que quería cómo su compañero para toda la vida.

Un momento que sintió cómo un sueño tan breve, que a veces dudaba que hubiera ocurrido. El ser feliz y sentirse protegido por Dimitri no parecía más que un recuerdo lejano, quien había construido su reputación de tal manera que incluso se mostraba cómo un líder influyente entre los cazadores y rastreadores Betas.

—Mi tesoro —le dijo a Fausto tras su primera noche juntos. Y lo volvió a decir cuando en sus brazos temblorosos cargó a su pequeño hijo, un bebé con cabellos plateados como los de  él.

Mi tesoro…también tú eras el mío, pensó Fausto cuando acunaba a su cachorro solo, en ausencia de quien lo amó.

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Una mañana nevada, con el semblante serio, uno de los Betas que fueron a cazar con su compañero, le dijeron sin mayor ceremonia: «Murió durante la caza.» De eso, hacía los suficientes años para que su cachorro, en ese entonces era casi un bebé, fuera un adolescente cerca de los dieciséis años: contrario a la probabilidad, resultó ser un joven Alfa.

La manada estaba principalmente compuesta de Betas, pocos Alfas, y todavía menos Omegas; podría considerarse una manada fuerte, que dominaba las tierras nevadas altas.

Ahora que veía a su hijo sano, y posiblemente un Alfa que sería prolijo, todo lo que padeció durante su crianza, lo valió.

—Madre —le dijo al Omega su joven hijo, Konstantine, con una sonrisa, y el rostro rojo por el frio golpeándole la cara; su alborotado cabello rubio cenizo le caía desordenado sobre los ojos—, pude quedarme con unas presas pequeñas que te traje, ¡siempre comes muy poco!

Konstantine entró a la pequeña tienda de pieles de color marrón a ver a su madre confeccionar algo, probablemente para fortalecer las otras tiendas.

—Oh, Kotine—llamó con un diminutivo a su hijo, de forma cariñosa y un poco apenado—. Es normal, no estoy acostumbrado a comer mucho —contestó

"Si supieras, Kotine." Lo que Fausto padeció durante su crianza, era un secreto que jamás le dijo a su hijo: siempre últimos en tener alimento, los Omegas recibían muy poca comida, y uno que perdió a su pareja; los días en que podía comer algo de buena manera, no volvieron hasta que su hijo comenzó a dejar la niñez—aunque seguían dejándolo último—, y en particular, cuando el joven resultó ser un Alfa.

Kotine al ser todavía considerado un cachorro camino a ser un lobo joven, y sabiéndolo un Alfa, se le daba buena porción de comida; la cual el joven siempre guardaba un poco en secreto para su madre, porque realmente no dejaban mucho para los Omegas.

También el hecho de tener un hijo Alfa, hizo al menos que ya no lo metieran en peleas con tal de sacar la tensión de los miembros de la manada; un Omega estaba para eso, y si bien nunca ganaban, en realidad eran resistentes al dolor, además que estaba prohibido matarlos.

Cuando veía a su hijo, le traía la viva imagen de su fallecido compañero, quien—como su hijo hacia—, buscaba protegerlo.

—Por eso también te guarde carne de la caza, ya todos comieron así que puedes comerla junto a lo que te traje —insistió Kotine.

Eso siempre conmovía a Fausto, veía tanta de la nobleza de Dimitri en su hijo que era doloroso, a pesar de los años.

Le sorprendía haber sobrevivido tanto tiempo sin nadie a su lado para interceder por él: Dimitri siempre le decía que él, aun siendo un Omega, era más fuerte de lo que pensaba. Tuvo que usar su ingenio muchas veces, como era usar algunas hierbas para aminorar los síntomas de su celo, esconderse y rodearse de pieles mientras pasaba.

En otras circunstancias, Kotine se plantaba en la entrada de su tienda esos días sin moverse, para alejar a otros; no obstante eso le preocupaba, como Alfas,  guiar la caza era fundamental, así que esos días en que no iba, Bastian—el líder Alfa—, parecía enfurecerse.

Aunque eso le preocupaba, había algo que últimamente le inquietaba más: el trato de los líderes con Kotine estaba volviéndose condescendiente, habiendo pocos Alfas jóvenes, entendía la situación.

Realmente comenzaba a temer por su porvenir, sin Dimitri a su lado...Se odiaba pensar así, porque mientras su hijo aun no fuera lo suficientemente fuerte, el tenía que aguantar, como lo hizo tantos años atrás.

Mucho tiempo vivió alimentándose de la carroña a escondidas—los desechos de la caza que nadie se comía—: su porción se la destinaba a su hijo a quien no le daban suficiente alimento; ya que al ser progenie de un Beta, y un Omega, no sería raro un niño enfermizo, u otro Omega.

Así que al ver al bebé muy pequeño, el alimento que le daban no era suficiente, pensando la casta que podría heredar. Había días que no comía; lo cual podía aguantar, los Omegas eran resistentes, aunque no fuertes; pudo salir de las condiciones precarias.

Sin embargo, Fausto no podría evitar involucrar a su hijo en los eventos que cambiarían su vida.

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