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Los Días De La Mochila Maldita

Capítulo 1

Fecha: 10 de agosto Mes: Agosto Ubicación: Ciudad de Buenos Aires Hora: 17:30 Lugar: Barrio de San Telmo, una callejuela oscura y estrecha
Valeria caminaba con pasos lentos por la calle adoquinada, sus zapatos gastados dejando huellas en el barro reciente. El sol caía a plomo, haciendo que el aire caliente se mezclara con el olor a humo y a pan recién horneado de la panadería en la esquina. Pero a ella poco le importaba el ambiente; sus pensamientos estaban demasiado nublados, atrapados en la incertidumbre de un mañana que no parecía prometerle nada bueno. Desde hacía meses, su hogar había sido la noche, y la calle su única compañera. Entre cartones, puentes y parques, había aprendido a sobrevivir sin pedir permiso, sin esperar nada. La ciudad la había adoptado de manera cruel, dándole solo migajas de afecto y muchas sombras que se escondían en cada rincón. Pero Valeria no se rendía. Tenía una fuerza interior que ni ella misma terminaba de entender, esa mezcla de orgullo y esperanza que la mantenía en pie. En ese instante, mientras pasaba frente a un buzón oxidado, algo llamó su atención. Un sobre blanco, apenas sobresaliendo entre el montón de correspondencia desordenada, parecía brillar con una luz propia, como si esperara ser descubierto. Valeria se detuvo, dudando, pero la curiosidad pudo más. Extendió la mano con cuidado y sacó el sobre. Su nombre estaba escrito con una caligrafía elegante y formal: “Valeria Montenegro”. No podía creerlo. Durante años había soñado con algo así, con una oportunidad que la sacara de aquel laberinto de calles y noches. Pero nunca se había atrevido a imaginar que realmente llegaría. Abrió el sobre con dedos temblorosos, y dentro encontró una carta impresa, impecable, con el sello del prestigioso Internado San Bartolomé de la Plata. La carta anunciaba que había sido seleccionada para una beca completa, una oportunidad única para estudiar y vivir en uno de los centros educativos más reconocidos del país. Las palabras parecían flotar ante sus ojos, llenándola de una mezcla extraña entre incredulidad y esperanza. Leía y releía la carta, como queriendo asegurarse de que no era un sueño, de que aquello no se desvanecería al despertar. La beca cubriría todo: alojamiento, comida, estudios… todo. Solo tendría que llegar y demostrar que valía la pena. Pero en el fondo de su corazón, Valeria sentía también miedo. Dejar atrás la calle que la había formado, cambiar su mundo conocido por uno lleno de reglas, de gente elegante y expectativas que no sabía si podría cumplir. ¿Podría realmente encajar en un lugar tan distinto a todo lo que había vivido? Guardó la carta con cuidado dentro de su vieja mochila y siguió caminando, el ruido de sus pasos mezclándose con los murmullos de la ciudad que parecía no dormir nunca. En ese momento, la noche ya comenzaba a cubrir el cielo, tiñendo las casas de un azul profundo y misterioso. --- Fecha: 15 de agosto Mes: Agosto Ubicación: Ciudad de Buenos Aires Hora: 9:00 Lugar: Su modesto departamento alquilado, habitación oscura con una ventana pequeña --- Cinco días después, Valeria se encontraba en la pequeña habitación que había conseguido gracias a un viejo conocido. No era mucho, pero era un techo donde refugiarse. En el rincón, sobre la mesa, la carta seguía ahí, ahora algo arrugada, pero no menos valiosa. El día de partir al internado se acercaba, y con él, la mezcla de emociones crecía en su interior. Empacaba con cuidado sus pocas pertenencias: una muda de ropa, algunos libros que había robado o encontrado, y la vieja libreta donde escribía todo lo que sentía, todo lo que soñaba en silencio. Por momentos, se detenía a mirarse en el espejo, observando a la joven que veía reflejada. No sabía si aquella chica de ojos profundos y cabello rebelde estaba lista para enfrentar el mundo que le esperaba. Pero no había vuelta atrás. Afuera, la ciudad despertaba con su rutina implacable. Los autos, las voces, el ritmo frenético que Valeria había aprendido a esquivar. Ahora, su destino sería otro. --- Fecha: 20 de agosto Mes: Agosto Ubicación: Estación de trenes de Retiro Hora: 14:45 Lugar: Plataforma 7, vagón del tren rumbo a La Plata --- El tren era un monstruo de metal que rugía mientras avanzaba lentamente, llevándola lejos de la ciudad que conocía. Valeria se sentó junto a la ventana, con la mochila sobre las piernas y la carta bien guardada en su bolso. El paisaje cambiaba lentamente: edificios altos daban paso a zonas más abiertas, árboles, y finalmente, el horizonte de la ciudad de La Plata que se asomaba a lo lejos. El corazón le latía con fuerza. Sentía que cada kilómetro que recorría la alejaba de su vida pasada, pero también la acercaba a algo nuevo, desconocido y, quizás, prometedor. Al mirar a su alrededor, vio estudiantes que conversaban entre risas y modales cuidados, vestidos con uniformes impecables, como sacados de una revista. Valeria se preguntó si alguna vez podría ser parte de ese mundo. Pero no dejó que la duda la paralizara. Tenía un propósito, una oportunidad que nadie más tenía. El tren seguía su camino, y con cada vuelta, Valeria sentía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. --- Fecha: 20 de agosto Mes: Agosto Ubicación: Internado San Bartolomé de la Plata Hora: 17:00 Lugar: Entrada principal del internado --- El imponente portón de hierro forjado se alzaba ante ella, flanqueado por altos cipreses y un jardín perfectamente cuidado. La fachada del internado era majestuosa, con paredes de piedra clara y ventanales que reflejaban el sol de la tarde. Valeria respiró hondo y dio el primer paso hacia el interior, sintiendo el crujir de la grava bajo sus botas. El aire tenía un aroma diferente aquí, mezcla de madera antigua, libros viejos y el perfume tenue de los jardines. Los estudiantes a su alrededor parecían formales y distantes, pero también curiosos. Algunos lanzaban miradas rápidas, otros susurraban entre ellos, intentando adivinar quién era esa joven que llegaba con una mochila desgastada y una mirada que parecía esconder más de lo que mostraba. Un hombre de mediana edad, vestido con un traje oscuro y una sonrisa amable, se acercó a ella. Era el director, encargado de recibir a los nuevos estudiantes
Julio Mendieta
Julio Mendieta
— Bienvenida al San Bartolomé, Valeria
Dijo con voz cálida —
Julio Mendieta
Julio Mendieta
Aquí encontrarás un lugar para crecer, aprender y, sobre todo, descubrir quién eres realmente.
Valeria asintió, intentando contener la mezcla de nervios y emoción que le revolvía el estómago. Sabía que aquello era solo el comienzo de algo mucho más grande. --- Fecha: 21 de agosto Mes: Agosto Ubicación: Dormitorio femenino del internado Hora: 20:00 Lugar: Habitación 12, segundo piso --- La habitación era pequeña pero acogedora. Dos camas con sábanas blancas, un armario antiguo y una ventana que daba al patio interno. Valeria soltó la mochila en el suelo y se dejó caer en la cama, exhausta. El silencio la envolvió, interrumpido solo por el leve murmullo de voces lejanas y el crujir de las viejas maderas del edificio. Miró la carta de la beca una vez más, como buscando en esas palabras la fuerza que necesitaba para seguir adelante. Cerró los ojos y dejó que la calma la invadiera, aunque en su interior, la inquietud seguía latiendo, preguntándose qué secretos guardaba aquel internado y qué desafíos la esperaban detrás de esos muros antiguos.
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Capítulo 2

Fecha: 22 de agosto Ubicación: Internado San Bartolomé de la Plata Hora: 16:10 Lugar: Pasillos principales del edificio central
El internado tenía un aroma inconfundible: una mezcla de madera antigua, cera para pisos y un leve toque de humedad que parecía provenir de sus muros centenarios. Valeria había decidido dedicar esa tarde a recorrer los pasillos, con la esperanza de memorizar el intrincado mapa que se dibujaba entre escaleras, corredores y salones. Fuera, el cielo estaba cubierto de nubes densas que prometían una tormenta en cualquier momento. El viento golpeaba suavemente los ventanales, produciendo un sonido grave que parecía el susurro de voces antiguas. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol, amplificado por el silencio del lugar. Doblando una esquina, lo vio: un hombre de estatura media, cabello entrecano y una sonrisa amable que parecía querer iluminar el pasillo. Llevaba un llavero inmenso en la mano, con tantas llaves que tintineaban como un pequeño concierto metálico. Su chaqueta azul con el escudo del internado en el pecho dejaba claro que trabajaba allí.
Germán Ibáñez
Germán Ibáñez
— Buenas tardes, señorita. ¿Es nueva por aquí?
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Sí… llegué hace apenas un par de días.
Germán Ibáñez
Germán Ibáñez
— Lo imaginé. No suelo olvidar un rostro, y el suyo no lo había visto antes. Mi nombre es Germán Ibáñez, soy el conserje del internado.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Encantada, Germán.
Germán Ibáñez
Germán Ibáñez
— Lo mismo digo. Mi trabajo aquí es un poco de todo: abrir y cerrar puertas, cuidar que los alumnos no se metan donde no deben… y, bueno, escuchar un par de historias también.
Valeria sintió que aquella última frase no era casual. El tono de voz de Germán bajó apenas un poco, como si esas "historias" fueran algo más que simples anécdotas de alumnos traviesos. Antes de que pudiera preguntar más, una puerta cercana se abrió con un chirrido prolongado. De la penumbra de la biblioteca emergió un hombre alto, delgado, con gafas redondas y una bufanda a pesar del clima templado. Llevaba bajo el brazo un libro tan grueso que parecía un ladrillo.
Germán Ibáñez
Germán Ibáñez
— Ah, mire quién aparece. Le voy a presentar a alguien especial.
Germán Ibáñez
Germán Ibáñez
— Valeria, él es Federico Manzano, nuestro bibliotecario. Y no cualquier bibliotecario… el mejor que ha tenido esta institución desde hace décadas.
Federico Manzano
Federico Manzano
— Germán, siempre exageras. Pero un gusto conocerte, Valeria.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Igualmente. ¿Usted lleva mucho tiempo aquí?
Federico Manzano
Federico Manzano
— Digamos que… lo suficiente para haber visto más de lo que debería.
Valeria frunció levemente el ceño ante la enigmática respuesta. Rico parecía medir cada palabra con cuidado, como si supiera que cualquier frase mal dicha podría ser malinterpretada.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— ¿Hay más gente trabajando aquí, además de ustedes?
Federico Manzano
Federico Manzano
— Oh, claro. Mucha más. Profesores, personal de cocina, supervisores nocturnos… y otros que solo aparecen cuando nadie más está mirando.
Germán Ibáñez
Germán Ibáñez
— No la asustes, Federico.
Valeria sonrió, aunque no pudo evitar sentir un leve escalofrío. El tono de Germán había sido en broma, pero algo en la mirada de Rico le decía que sus palabras no eran del todo un juego.

Capítulo 3

Fecha: 23 de agosto Ubicación: Internado San Bartolomé de la Plata Hora: 15:30 Lugar: Pasillo central y áreas comunes del internado
Valeria avanzaba por uno de los pasillos más amplios del internado, con los libros firmemente agarrados contra el pecho. La luz del sol filtrada a través de los ventanales hacía que el polvo en suspensión pareciera flotar como pequeñas partículas doradas. El silencio era apenas roto por el eco de sus pasos y el lejano murmullo de voces. Justo cuando dobló la esquina, un hombre alto, de mirada intensa y cabello oscuro, se detuvo frente a ella. Llevaba una carpeta bajo el brazo y parecía estar en medio de alguna reflexión profunda.
Rafael Cordero
Rafael Cordero
— Buenas tardes, ¿eres nueva?
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Sí, soy Valeria. Recién llegué hace unos días.
Rafael Cordero
Rafael Cordero
— Encantado, soy Rafael Cordero, profesor de filosofía.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Mucho gusto, profesor.
Rafael tenía una voz calmada pero firme, como si cada palabra que dijera invitara a pensar profundamente. Valeria sintió que era alguien a quien le gustaría escuchar en clase. Mientras hablaban, otro hombre apareció al final del pasillo, con bata blanca y gafas ligeramente caídas sobre la nariz.
Esteban Larralde
Esteban Larralde
— Veo que ya hiciste la primera amistad. Soy Larralde, profesor de química.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Hola, Larralde. Gracias.
Larralde parecía serio, pero había en su mirada un destello de curiosidad y algo de humor apenas oculto. Valeria se preguntó si sus clases serían tan intensas como su presencia. De repente, una figura corpulenta se acercó desde el otro lado. Era un hombre con expresión severa y una postura rígida.
Humberto Roldán
Humberto Roldán
— Buenas. Soy Humberto Roldán, director del internado.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Un gusto conocerlo, señor director.
Humberto Roldán
Humberto Roldán
— Espero que se adapte rápido. Aquí no toleramos distracciones.
La voz de Humberto era profunda, cargada de autoridad. Su mirada firme hizo que Valeria sintiera un nudo en el estómago. No era un hombre para bromas ni concesiones. Mientras tanto, a lo lejos, un hombre con un acento extranjero se acercaba, con un libro en la mano y sonrisa amable.
Ricardo Valdivia
Ricardo Valdivia
— Hola, Valeria. Soy Ricardo Valdivia, profesor de inglés. Espero que disfrutes tus clases conmigo.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Muchas gracias, profesor.
El tono de Ricardo era cálido y relajado, haciendo que Valeria se sintiera un poco más tranquila. Un guardia apareció a su lado, con uniforme impecable y mirada alerta.
Ernesto Palacios
Ernesto Palacios
— Buenas tardes. Soy Ernesto Palacios, guardia de seguridad. Si necesitas algo, no dudes en buscarme.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
— Gracias, señor Palacios.
No pasó mucho tiempo hasta que otro hombre se unió al grupo, con un aire tranquilo y ojos que transmitían comprensión.
Diego Aranguren
Diego Aranguren
Soy Diego Aranguren, psicólogo del internado. Estoy aquí para apoyar a los estudiantes cuando lo necesiten.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
Gracias por eso
Finalmente, un hombre atlético y sonriente se acercó, estirando los brazos después de una carrera corta.
Mauricio Godoy
Mauricio Godoy
¡Ey, Valeria! Soy Mauricio Godoy, profesor de educación física. Aquí para que te mantengas en forma.
Valeria Ortega
Valeria Ortega
Gracias, profesor Mauricio.
Valeria sonrió tímidamente, agradecida por la calidez del grupo, aunque en el fondo todavía sentía que el internado era un mundo lejano y lleno de reglas desconocidas. Decidió entonces seguir explorando, caminando por los corredores y descubriendo rincones ocultos, patios secretos y murales antiguos que contaban historias que nadie le había contado todavía. El eco de sus pasos seguía resonando, mezclándose con sus pensamientos y el latido creciente de un misterio que empezaba a tomar forma.

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