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Después De Ti

Capítulo 1 – Destruida hasta las cenizas

La tenue luz del amanecer apenas alcanzaba a filtrarse por las cortinas gruesas de la sala. Gia estaba sentada en la banca del piano, inmóvil, con la mirada fija en el marco plateado que sostenía con su mano temblorosa, una de las tantas fotografías que había en esa casa o era mejor llamarla ¿cárcel?.

En ella, aparecía sonriendo, abrazada a Roberto frente al altar, el día de su boda. La imagen perfecta de la felicidad. Una asquerosa mentira congelada en el tiempo. Una pesadilla de nunca acabar.

Dejo la fotografía sobre el piano junto a las otras imágenes de mentira que adornaban la sala. Con cuidado, llevó la mano derecha a su costado izquierdo. El simple roce provocó una punzada aguda. Sentia como si tuviera una costilla fracturada. Otra marca más de amor distorsionado.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, que empezaron a caer como una cascada por sus mejillas. No solo por el dolor físico, que ya había aprendido a soportar, sino por el peso de tres años sobreviviendo entre caricias envenenadas, promesas rotas y la sombra constante del miedo. Se levanto y camino al espejo para ver el despojo en el que se había convertido, le habían arrebatado las alas, un huracán que mataba despacio y que la desangraba diariamente.

La casa estaba en silencio, roto apenas por el tic-tac de un viejo reloj. Roberto dormía en la habitación, roncando levemente, como si el infierno que ella vivía cada día no le pesara en absoluto.

Gia se miró un segundo más. En su interior, la mujer retratada aún le rogaba que creyera en el amor que le habían prometido. Pero ella ya no podía. Esa Gia se había ido, dejándole solo recuerdos, moretones y una determinación feroz.

Camino lentamente, apretando los dientes para no soltar un gemido. Sabía que, si lo despertaba, todo podía desmoronarse nuevamente. Caminó hasta la cocina y movió el microondas. Allí estaba el sobre que Maleni le había dado hacía una semana: documentos falsos, una nueva identidad, una dirección, algo de dinero. Todo lo necesario para empezar de nuevo, lejos de Ciudad Cielo, lejos de ese monstruo.

Habían planificado cada paso con cuidado. Sabían que Roberto tenía amigos en todas partes: en la policía, en la prensa, incluso entre algunos jueces. Gia lo había denunciado dos veces. Ambas veces la respuesta fue la misma: "Sin pruebas no podemos hacer nada, señora. No complique las cosas." Y después de cada denuncia el infierno era peor.

Pero Maleni no se rindió. Su mejor amiga, su hermana del alma, fue quien le enseñó que el silencio no era protección, sino prisión. Y ahora, Gia tenía la llave para escapar de esa prisión. Ella se obligaba a vivir de nuevo, quería una vida después de él.

Sus dedos temblaban mientras cerraba el sobre y lo escondía dentro del forro de su bolso. Miró el reloj. 5:47 a.m. En unas horas Roberto se despertaría. El desayuno tendría que estar servido. La sonrisa en su rostro, perfecta. Cualquier error podía costarle caro.

Pero esta vez sería diferente.

Gia caminó de vuelta al piano, levantó la foto y, sin dudarlo, la puso en el piso, coloco un cojin sobre ella y la piso con el tacón de su zapato. El vidrio estalló con un sonido seco. No reaccionó. Ni parpadeó. Cuando quito el pequeño cojín, solo lo miró: el rostro de Roberto roto en mil pedazos.

Una pequeña victoria. Silenciosa, pero suya.

Mañana sería libre, mañana volvería a ver el sol en su vida, ya no podía seguir en ese infierno, ya había muerto mil veces, después de mañana ya no abra entre ellos ni una palabra, porque ya nada quedaba de ese amor, tenía miedo, Pero prefería morir a seguir agonizando entre los brazos de Roberto.

...Gia Greco...

...Roberto Marino...

...Maleni Romano...

Capítulo 2 – El precio de la libertad

La ciudad aún dormía cuando Gia cerró con cuidado la puerta del baño y giró la llave del seguro. Abrió la ducha, dejando que el sonido del agua corriendo cubriera los murmullos del miedo que se le agitaban en el pecho.

Frente al espejo, recogió su cabello con manos temblorosas. Su reflejo le devolvió una mirada distinta: no la de una esposa rota, sino la de una mujer al borde del abismo decidida a saltar, pero para volar.

El plan estaba en marcha.

Desde hacía semanas lo había repasado en su mente como un rezo. Una oración de liberación que solo conocía una persona más “Maleni”.

Roberto jamás sospecharía de su intervención. Había sido él quien, 3 años atrás, luego de la boda, había sembrado la mentira que las separó. Aquel falso mensaje que inventó para hacerle creer a Gia que Maleni la había traicionado. Todo calculado para aislarla.

Para que nadie pudiera rescatarla del infierno que había construido con tanto esmero.

Y lo logró. Por un tiempo. Pero las mentiras tienen patas cortas, porque seis meses atrás, el destino, o algo más poderoso, le tendió una trampa a su control. Maleni había regresado al país para visitar a sus padres. Después de lo que había ocurrido entre ellas, Maleni había tomado una oferta laboral fuera del país. Coincidieron en una panadería del centro. El encuentro fue primero incómodo, luego tenso, hasta que Gia, con lágrimas ahogadas y la voz rota, se le acerco con temor y con un grito de ayuda le confesó todo.

—Roberto me golpea Maleni —confeso Gia con su voz quebrada y conteniendo las lágrimas.

—Ese maldito desgraciado —dijo Maleni levantando la voz y apretando los puños con fuerza conteniendo su irá.—Por eso ese ser desprendible planeo esa mentira para alejarme de ti.

Esa tarde, Gia le contaba todo a Maleni sentadas en ese café, y desde ese día, lo planearon todo en secreto. Mensajes escondidos en las compras, llamadas desde cabinas públicas al teléfono de la casa mientras Roberto estaba en el trabajo, documentos falsos, un plan de escape. Todo estaba listo.

Gia, bajo hasta la cocina, movio el microondas. Allí estaba el sobre: pasaporte nuevo, identificación, algo de dinero en efectivo, una tarjeta SIM virgen, y un boleto de bus. Su nuevo nombre: Daniela Rocco.

Volvió a cerrar con cuidado. Colocó dos tostadas en la tostadora, dejó una taza de café sobre la mesa, igual que cada mañana.

El guion debía seguir. Roberto dormía aún. Su respiración pesada se oía desde el pasillo.

Tenía exactamente 23 minutos para desaparecer.

Se vistió con jeans negros, suéter con capucha también negro. En lo que Roberto cayo dormido, ella bajo y movió las cámaras de seguridad para que vieran a otra parte. Salió por la puerta trasera, descalza, con los zapatos en una mano. Cruzó el jardín sin mirar atrás.

En la reja del fondo, escondida bajo una piedra, encontró la llave. La que le había dado a escondidas a Maleni, para que le sacara una copia y la colocara allí dos noches atras.

El chirrido del candado le congeló el alma por un instante.

Corrió hasta la calle lateral, donde la esperaba una vieja camioneta blanca, con placas falsas. Al volante, Maleni tamborileaba los dedos contra el volante. Al verla, respiro profundo sin decir palabra.

Gia subió de un salto y cerró la puerta. Solo entonces respiró.

—¿Listo todo? —preguntó Maleni, con el ceño fruncido.

—Sí. No se ha despertado.

—Perfecto. Directo a la terminal. Desde hoy,

Gia Greco desaparece y Daniela Rocco toma el control.

El trayecto fue veloz, cargado de nervios y silencios densos. Nadie lo diría, pero ambas temblaban por dentro. Maleni mantenía la mirada fija al frente. Gia sostenía el sobre contra el pecho como si fuera un escudo.

—¿Seguro que no dejara ningún rastro la camioneta? —susurró Gia.

—La revisé dos veces y cambié las placas esta madrugada. Confía en mí —dijo Maleni—Roberto es astuto, pero yo también. Él cree que no hablamos desde hace tres años, ¿recuerdas? Ese bastardo me tendió una trampa y a ti te manipulo, y eso me lo cobro porque me lo cobro. Porque me alejo de ti para que yo no te pudiera ayudar ni proteger.

Gia asintió. Todavía dolía pensar en todo el tiempo perdido por esa mentira.

—Me alejó de ti para tenerte sola —dijo Maleni, bajando un poco la voz—. Pero eso se acabó, Gia. Esto es real. Es tu momento.

La terminal estaba casi vacía cuando llegaron. Gia miro a Maleni con ojos llenos de nervios, se bajo y no se despidió. No podía. Solo bajó, con la mochila al hombro y el corazón en un hilo.

El boleto marcaba: Bus 027 – Ciudad Luz – Asiento 7B.

Destino: libertad.

Subió apresurada al autobús. Cuando el motor arrancó, Gia apoyó la frente contra la ventana. No lloró. Solo cerró los ojos. Respiró. Afuera quedaban tres años de oscuridad. Dentro de ese autobus, empezaba el resto de su vida.

Y aunque aún no lo sabía, que le esperaba, a que nuevos retos se enfrentaría, y lo que menos se podría imaginar es que el amor también la esperaba al final del camino.

Pero esta vez... sería uno que no dolía.

Capítulo 3 – La ilusión de control

La taza de café voló por el aire y se estrelló contra el suelo, dejando un charco oscuro entre los trozos de cerámica.

—¡¿Frío otra vez, Gia?! —gritó Roberto con la voz áspera, cargada de furia—. ¡Maldita inútil!

Grupo con los ojos entrecerrados por la rabia y el veneno que lo recorría cada mañana, cruzó la cocina golpeando los muebles al paso.

—¡Gia! ¡GIAAAA! ¡Maldita sea! ¿Dónde demonios estas? —gritó, sin preocuparse por despertar al vecindario. Era parte de su rutina: el desayuno servido, el café caliente, el beso forzado en la frente antes de salir como si fuera el mejor esposo del mundo.

Pero la casa estaba vacía. El silencio comenzó a incomodarlo.

Subió las escaleras a zancadas. Abrió el armario de par en par. No faltaba nada, todo estaba en su lugar. Se detuvo. Frunció el ceño. Abrió el baño. Nada. Ni una nota, ni una señal.

—Debe estar escondida como la cobarde que es… —murmuró, pateando una silla del dormitorio—. Me hace llegar tarde, y encima se pone con juegos.

Al volver a la planta baja, recogió su saco, revisó su celular y lanzó una última amenaza al vacío:

—¡Cuando regrese vamos a ajustar cuentas, Gia! ¡Te lo juro!

Cerró la puerta de un portazo y se subió a su auto, maldiciendo a todo el mundo por su “mala mañana, por culpa de la inútil de su esposa”. No sospechaba todavía. Jamás pensaría que ella fuera capaz. Nadie escapa de él. Nadie lo deja. Además el estaba tranquilo porque la había aislado muy bien de todos y todo.

Llegó a su oficina como siempre: elegante, arrogante, con la sonrisa de fachada bien colocada.

Bianca lo esperaba en la recepción, sentada con una falda corta y una blusa que apenas contenía sus intenciones. En cuanto lo vio, se levantó y caminó hacia él contoneándose como si el edificio fuera su pasarela privada. Entraron a la oficina de Roberto, cerraron con seguro.

...Bianca...

—Buenos días, señor Marino… —susurró, mirándolo por debajo de las pestañas.

—¿Qué hay de bueno? —respondió él con desgano, pero dejó que sus manos recorrieran su cintura de forma posesiva—. La tarada de mi mujer me dejó el café frío otra vez. ¡Ni eso puede hacer bien!

Bianca soltó una risita burlona. Para luego mirarlo con una expresión coqueta y soltar

—Pobrecita debe estar perdiendo facultades —con tono burlón.

—No tiene facultades que perder, Bianca. Es una simplona. Apagada. Plana. Ni una pizca de gracia. Nada que ver como una mujer como tú —añadió, arrinconándola contra el escritorio —Tú sí sabes cómo tratar a un hombre.

Ella gimió, mientras él le apretaba la cadera sin sutileza.

Bianca soñaba con el día en que Roberto se cansara de Gia, le pidiera el divorcio, y le entregara el anillo que ella creía merecer. En su cabeza, ya se imaginaba firmando cheques como “Bianca de Marino”, presumiendo en eventos, enredada en joyas y títulos que no le correspondían. En esos 2 años de ser la amante, se había hecho muchas ilusiones.

Pero lo que Bianca no sabía era que Roberto nunca pensó en ella más allá del deseo. Era una distracción más. Una válvula de escape.

Su verdadero placer no estaba en amarla, sino en controlarla. Como hacía con todas.

Usarla, desecharla. Y ella, que había sido la amante que más había durado sin ser desechada y que estaba tan segura de su encanto, no veía que para él solo era una cosa más que poseer.

Y mientras Roberto se revolcaba con su amante en su oficina no se imaginaba que Gia ya no estaba. Y de que se había abierto una grieta en su prisión y esa grieta sería el principio del fin.

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