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La Mujer Que Fue Perfecta

solo contigo tengo placer

Nací con flores en la lengua,

con rezos en la piel

y el alma bordada de promesas blancas.

Fui el suspiro mudo de una virgen,

la ofrenda perfecta al altar de lo correcto.

No miraba a los hombres a los ojos.

No tocaba. No pedía. No deseaba.

Era buena.

Era suya.

Era nada.

Pero la virtud fue una jaula dorada,

y los barrotes... sus manos,

sus mentiras,

su precio.

Me vendieron por silencio.

Me vistieron de culpa.

Me cosieron un nombre ajeno

antes siquiera de saber cómo gemía el cuerpo.

Y en la sombra —ahí,

donde lloran las mujeres que arden—,

descubrí mi piel como plegaria

y mis caderas como venganza.

Ahora ya no oro.

Ahora invoco.

Invoco con la lengua, con los dedos,

con los labios que un día callaron

y hoy exigen ser adorados.

Soy la santa que sangra miel,

la pecadora que no pide perdón.

Cada jadeo mío es un evangelio nuevo.

Cada amante, una confesión desnuda.

Y tú —que creíste salvarme—,

te arrodillarás ante mí.

No por amor.

Sino porque yo

soy

placer, y venganza.

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—Bueno, como pueden ver, nuestras ventas están por las nubes y nuestras acciones han subido un 15 %, y nuestra inversión en la bolsa ha sido todo un éxito.

—Definitivamente, señora Socobe, es un gran honor tenerla a usted al frente de los negocios.

—El honor es mío. Bueno, creo que damos por terminada la reunión.

Todos se levantaron mientras la hermosa mujer, una castaña de pasos firmes, salía de la sala de juntas y se dirigía a su oficina. De pronto, la secretaria la llamó, diciéndole que tenía una visita. Ella dio la orden de dejarlos pasar. Entró una señora mayor con un hombre joven a la par de ella.

Beatriz: —Débora, querida, mi hijo me ha contado todo. Realmente eres lo mejor que le ha pasado a esta empresa.

La castaña se levantó hacia ella, dándole un abrazo.

Débora: —Beatriz, te lo agradezco, pero tu hijo Marcos no se queda atrás. Tu esposo no se equivocó cuando lo dejó al frente de sus acciones.

Beatriz: —Oh, estoy tan orgullosa. Pero dime, ¿te quedarás un poco más o vas a regresar a Rusia?

Débora: —Me iré la próxima semana. Mi esposo no ha estado bien de salud. Desde que nos casamos ha pasado prácticamente en hospitales.

Beatriz: —Siempre ha sido un hombre fuerte, pero desde que murió su primera esposa su salud decayó. Por suerte te tiene a ti. Has sido un ángel en su vida.

Débora: —Yegor ha sido el mejor de los esposos, un gran compañero. A pesar de la diferencia de edad, me ha dado paz y me ha respetado.

Beatriz: —Aun así, creo que debes buscar tu felicidad. Débora, sé que le tienes un gran cariño, pero eres joven aún. Además, es lo que él quiere, no Me lo ha dicho en muchas ocasiones: quiere que seas feliz.

Débora: —Sí, aunque nuestro matrimonio es de papel, aun así, lo respeto.

En ese momento, el joven decidió intervenir.

Marcos: —Débora, me gustaría hablar contigo de un nuevo proyecto que tengo en mente. ¿Crees que podamos vernos para cenar esta noche?

Débora: —Esta noche no puedo, pero podemos vernos mañana en la tarde.

Beatriz: —Ven a comer con nosotros. ¿Qué te parece si cenamos?

Marcos: —Puedo pasar a recogerte.

Débora: —Me parece bien. Quiero darle una tarde libre al chofer. Me ha acompañado desde Rusia. No puedo dejar que regrese con las manos vacías; que le lleve un presente a su novia.

Beatriz: —Eres tan buena.

———

Después de terminar la reunión, ella bajó hasta el estacionamiento de la empresa donde la esperaba un hombre de tez morena y alto.

Iván: —Señora —dijo, abriéndole la puerta.

Débora: —Gracias, Iván.

Una vez ambos estaban en el coche y este arrancó, el hombre preguntó:

Iván: —¿Nos vamos a casa?

Ella, que miraba por la ventana, dirigió la mirada hacia él y, con una sonrisa, dijo:

Débora: —¿Qué te parece si nos relajamos un rato a nuestra manera?

El hombre le devolvió la sonrisa y sacó un paquete de preservativos, colocándoselo en la boca. Ella se acercó a él y se pasó al asiento del copiloto. Le susurró al oído:

Débora: —No llevo ropa interior.

Iván: —Tendré que comprobarlo —dijo mientras, con una mano, recorría su pierna hasta introducirla bajo la falda, explorando la zona íntima de la mujer, que efectivamente estaba sin ropa interior. Comenzó a jugar con ella mientras manejaba con la otra mano.

Débora: —Aaahh, date prisa... mmm —decía, retorciéndose de placer.

El hombre aceleró el coche, esquivando varios automóviles. Ella se retorcía mientras él movía sus dedos, hasta que los retiró y los llevó a su boca.

Iván: —Delicioso.

El coche se aparcó en un estacionamiento. Débora se subió encima de él, comenzó a besarlo y a desabrocharle la camisa, mientras él bajaba el cierre del vestido hasta la cintura. Al ver sus hermosos senos, comenzó a devorarlos, haciéndola jadear. Ella tomó uno de los preservativos y lo abrió con la boca. Él se detuvo un momento para desabrochar su pantalón. Ella metió la mano, sacó su hombría y lo ayudó a colocarse el preservativo.

Él la tomó por las caderas, la levantó y entró en ella. Ambos soltaron un jadeo. Débora comenzó a moverse, sujetándose de sus hombros, mientras él se encargaba de sus senos. Los movimientos se volvieron intensos.

Iván: —Mmmm, te amo.

Débora: —Mmm, solo contigo tengo placer —dijo.

Ella seguía moviéndose de arriba hacia abajo. El carro se llenó de sonidos obscenos. Débora se volteó, le dio la espalda al hombre y se sentó sobre él, reanudando los movimientos mientras Iván mordía su espalda. Siguieron hasta que ambos alcanzaron el éxtasis.

Después, ya en camino, ambos arreglaban su ropa.

Débora: —Mañana en la tarde iré a casa de Beatriz a cenar. Enviarán un coche para mí. Necesito que te encargues de unos asuntos. La otra semana regresamos a Rusia. La situación de Yegor está empeorando.

Iván: —¿Qué asuntos quieres que arregle?

Débora: —Te lo diré cuando lleguemos a casa.

Al llegar al gran edificio de apartamentos, Débora fue recibida por la empleada de servicio. Luego, fue con Iván al despacho y le entregó unos documentos con indicaciones. Al salir, se dirigió a su habitación, se quitó la ropa y se metió a la ducha. Dejo que el agua cayera por su cuerpo.

Cuando salió de la ducha, se puso su pijama, tomó su computadora, ingresó la clave y fue a una carpeta donde había muchas fotos.

Débora: —Muy pronto regresaré y los haré pagar a todos... sobre todo a ti —dijo, mirando la imagen de un hombre en la pantalla.

Lo odio por tenerte

El sol comenzó a filtrarse por la enorme ventana. Débora se levantó perezosamente de la cama y miró el hermoso paisaje de la ciudad de Madrid. Se alistó para hacer algo de deporte, luego tomó una ducha larga y se dirigió a desayunar.

—Señora, el desayuno está servido.

Débora: —Dile al chef que se aliste, que la próxima semana regresamos a Rusia. También quiero cambiar la dieta; no sé, estoy pensando en algo mediterráneo.

—Como diga, señora.

Débora terminó su desayuno y luego se fue a su despacho, hasta que llegó la empleada a decirle que la buscaba el detective.

—Déjalo pasar y tráenos dos cafés.

El detective pasó cuando la empleada llegó con el café y se fue. Él comenzó a hablar:

—Lo hemos logrado, señora. Tenemos los videos de vigilancia de esa noche —dijo, pasándole una memoria USB. Ella la tomó, la puso en su computadora y miró esas imágenes, esas imágenes que hace años la habrían salvado del dolor y la humillación, pero ahora solo serían la puerta a su venganza.

Débora: —Muy bien. ¿Y de lo demás?

—Aquí tenemos imágenes. Déjeme decirle que esta mujer es una joyita —dijo, pasándole unas fotos.

Débora: —Bien hecho, siga investigando y le aseguro que será muy bien recompensado —dijo, pasando un cheque al hombre.

—Un placer trabajar para usted. Tiene nuestra agencia a su servicio.

Después de que el detective se fue, Débora comenzó a alistarse, cuando llegó la empleada.

—Señora, el señor Iván salió hace un momento.

Débora: —Bien, avísame cuando llegue Marcos.

Una hora después, la empleada llegó para decirle que Marcos la estaba esperando. Ella salió y miró al hombre en la sala.

—Aún es temprano.

Marcos: —Vine temprano porque quiero mostrarte algo. Por eso pensé que era mejor salir antes y después ir a la casa de mi madre.

Débora: —Bien, vamos.

Ambos salieron del edificio y se fueron en su coche. Iban por la ciudad hasta que llegaron a una zona residencial. El coche entró y se paró frente a un hermoso chalé.

Marcos: —Acabo de comprarla. Ven.

Ambos entraron a la hermosa casa.

—Es hermosa y muy grande.

Marcos: —Pensé que sería un hermoso lugar para pasar juntos una temporada cuando vengas a España.

Débora: —Marcos, no pienses en cosas que no pueden ser. Soy la esposa de Yegor.

Marcos: —Pero el matrimonio es solo un papel.

Débora: —Eso no importa.

Marcos se acercó a ella, la tomó de la cintura y le dio un beso, un beso que ella correspondió.

Marcos: —Sabes muy bien que lo nuestro es mucho más.

Débora: —No puedo evitar quererte, Marcos. Eres todo lo que soñé en un hombre, pero no dejaré a Yegor. Él está enfermo y me ha dado mucho.

Marcos: —Yo puedo darte mucho más.

Débora: —Ya lo haces —dijo besándolo—. Lo jaló del cuello de la camisa y lo llevó hasta un sofá, quedando ella debajo de él. Ambos comenzaron a besarse.

Débora comenzó a desabrochar su camisa, tocando sus pectorales. Luego volteó a Marcos, quedando ella encima de él. Sacó su corbata y, con ella, le ató las manos, amarrándolo. Comenzó a besar su cuello, bajando hasta su abdomen, donde pasó su lengua, haciéndolo jadear, mientras desabrochaba la faja y la sacaba. Luego desabrochó su pantalón y abrió la bragueta, hasta sacar la hombría de él. La tomó entre sus manos y se agachó, pasando su lengua por la erección.

Marcos: —Mmm, aaah.

Ella siguió con sus movimientos, colocando la gran erección en su boca. Comenzó a succionar, moviéndolo de un lado a otro, lo sacaba y lo metía en su boca, simulando la parte íntima de ella. El hombre temblaba.

Marcos: —Aaah, te amo, Débora.

Ella siguió hasta el clímax de él, que se acercaba. Se detuvo y luego se sacó la ropa interior. Levantando su vestido, se sentó sobre él y comenzó a moverse, lenta, de arriba hacia abajo. Luego fue aumentando la velocidad, apretando la pelvis más de lo normal, atrapando y oprimiendo más la virilidad de Marcos, haciéndolo gritar de placer.

—Aaahh.

Ella siguió con movimientos cada vez más fuertes, hasta que él logró liberar sus manos de la corbata, le dio la vuelta, quedando encima de ella, y comenzó a moverse.

Débora aprovechó para hablarle al oído.

Débora: —Aaah, Marcos, me encanta cuando estás dentro de mí.

Eso hizo que el hombre se moviera con más fuerza. Cuando iba a llegar al clímax, ella lo rodeó más con sus piernas, dejándolo atrapado. Cuando ambos llegaron, él soltó un jadeo y ella un pequeño grito.

Ambos estaban acostados, con la respiración agitada.

—Eres la mejor.

Débora: —¿Lo dices por el sexx?

Marcos: —Tomó su rostro. Lo digo por todo. Eres maravillosa, excelente. Deseo pasar contigo el resto de mi vida.

Débora: —Quizás algún día estemos juntos, pero mientras tanto nos quedan estos momentos. Ya nos tenemos que ir, tu madre nos espera.

Marcos: —No vayamos.

Débora: —Olvídalo —dijo poniéndose de pie y arreglándose la ropa, mientras Marcos hacía lo mismo.

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Después de terminar la cena, Débora llamó a su chofer Iván.

—Yo quería llevarte.

Débora: —Ya me fuiste a traer. No nos pueden ver mucho tiempo juntos, además Yegor podría enterarse y no quiero que se sienta mal.

Marcos: —Lo odio por tenerte.

Débora: —Ya hablamos de eso —dijo, saliendo de la casa y caminando al coche, donde Iván le abrió la puerta. Ella se subió y ambos se marcharon.

Iván: —Ya resolví todo lo que me pediste.

Débora: —Muy bien. El lunes nos iremos. Arregla todo para que el jet esté listo.

Iván: —Claro.

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Después de llegar a su casa y tomar una ducha, estaba a punto de acostarse a dormir, pero su celular sonó.

—Hola, boluda, ¿qué tal?

Débora: —Manu, ¿qué tal? ¿Italia te ha tratado bien?

Manu: —Excelente. ¿Y tú? ¿Cómo va todo?

Débora: —Muy bien, todo va bien. Se acerca el momento.

Manu: —Mmm, ¿ya le enviaste el paquete?

Débora: —Todavía no, aún no es el momento. Pero tengo todo. Pregunto qué cara pondrá cuando esos videos lleguen a sus manos y se revele mi inocencia.

Manu: —La cara, la de un boludo, es la que va a poner. ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Sabes todo lo que eso conlleva. ¿Vas a poder soportarlo?

Débora: —Sí, puedo con eso. Además, tengo muchas distracciones para olvidar esos malos ratos.

Manu: —¿Distracciones? ¿Marcos, Iván o...?

Débora: —Shhhhh, hay cosas que es mejor hablar en persona.

Manu: —Entiendo. Dentro de un mes iré a Rusia.

Manu: —Voy a esperarte. A Yegor le dará gusto verte.

Querida

El día lunes había llegado. Débora se subió al jet. El avión había despegado y ella miraba por la ventana, cuando de pronto una azafata se acercó a ella.

—Señora, su café.

Débora volteó y, al mirar el café, pudo observar el vientre ligeramente aumentado de la chica.

Débora: —¿Está embarazada?

—Sí, señora —dijo la chica tímidamente.

Débora tomó el café.

—Felicidades, le deseo una feliz maternidad.

—Gracias, señora.

La chica se apartó mientras acariciaba su vientre. En ese momento, Débora también acarició el suyo y un recuerdo vino a su mente.

Flashback

Ahí estaba ella, con 19 años y el vientre abultado, en una pequeña casa. Llovía muy fuerte. El viento se filtraba por la rendija de la madera seca y algo podrida. Las tablas viejas crujían. Ella, con un nailon y cinta adhesiva, cubría donde hacía falta una madera.

Después de terminar, se fue a aquella pequeña cama donde una vela pequeña brillaba. Se sentó y sintió las patadas del bebé en su vientre. El bebé se movía con cada trueno que caía.

—Tranquilo, mi amor, no tengas miedo. Tu mamá te cuidará por siempre —dijo con una sonrisa mientras acariciaba su vientre.

Fin del flashback

Débora volvió al presente. Una lágrima corría por su mejilla. Inmediatamente la secó y volvió a su postura erguida. Después de muchas horas de vuelo, el avión llegó a Rusia.

Iván se acercó.

—Acaba de comenzar una fuerte nevada. Debemos esperar en el avión hasta que pase. Sería peligroso caminar, el suelo está muy resbaloso.

Débora: —Bien, esperamos entonces. Antes de llegar a casa quiero pasar a otro lugar.

Iván: —Como ordene.

Estuvieron tres horas en el avión hasta que la nevada cesó. Luego tuvieron que esperar a que despejaran el camino. Cuando por fin bajó, Débora se dirigió a la azafata embarazada.

—Pasa por la oficina de recursos humanos.

—¿Sí, señora? ¿He hecho algo malo?

Débora: —No, simplemente haré que te envíen antes a descansar y que te paguen un 20 % más de tu periodo de maternidad.

—Se lo agradezco, señora.

Débora: —No me lo agradezcas, cuida de tu embarazo y disfrútalo.

Después de eso, la azafata se marchó. Como siempre, Débora caminó con postura erguida y elegante. Mientras la joven lloraba de alegría, otra se acercó a ella.

—La señora es buena en todas las empresas que están bajo su mando. Las mujeres embarazadas tienen muchos más beneficios que otras.

—Es un ángel.

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El coche siguió su camino.

—¿A dónde vamos?

Débora: —Al cementerio.

Iván asintió y el coche se dirigió a ese lugar. Cuando llegaron, Débora se bajó y le pidió que la esperara en el coche. Caminó por el lugar hasta llegar a una tumba sin nombre, muy bien cuidada, que tenía un pequeño ángel encima. La tumba estaba cubierta por la nieve.

Se quedó ahí por un largo rato, dos horas, sin decir nada, solo observando. Luego se retiró y se fue hacia el coche. Se subió.

—Vamos a casa.

El coche siguió su camino hasta llegar a una gran mansión, donde se estacionó. Los empleados salieron a recibirla. Ella bajó del coche con mirada firme, saludó y luego entró a la mansión, donde un hombre con bastón la esperaba. Era mayor pero muy atractivo.

Se acercó a él y lo abrazó.

—Te extrañé, esposo.

Yegor: —Yo a ti, querida. ¿Cómo te fue en tu viaje?

Débora: —Muy bien, algo cansada, pero muy bien. Todos están contentos con mi trabajo.

Yegor: —Me alegra, por cielo. Por cierto, unos amigos vendrán a cenar.

En ese momento llegaron los invitados de Yegor: una pareja casada. Una de ellas era la mejor amiga de la difunta esposa de Yegor. La cena fue un éxito, o eso parecía.

—Yegor, me preocupa tu salud.

Yegor: —Desde que Katia murió, mi salud ha ido en decadencia. Por suerte tengo a Débora; ella es un alivio en medio de mi pena.

Débora: —Cariño, sabes que siempre voy a estar a tu lado.

Los cuatro se fueron a platicar, hasta que los hombres se retiraron al despacho. Débora estaba en el balcón tomando una copa de vino, cuando se le acercó ella.

—Irina: Vaya, que eres fuerte. Yo no podría soportar que mi esposo recordara con tanto cariño a su difunta esposa, aunque claro, Katia era una mujer inolvidable, elegante, hermosa, de una familia pudiente.

Débora: —Querida Irina, estoy segura de que sí podrías soportar que tu esposo recordara a su difunta esposa. Digo, soportas muy bien a sus amantes. ¿Cómo se llamaba la última? Soraya, era mexicana, cubana... aaa, sí, colombiana, 23 años. Sé que le regaló un apartamento en Medellín. ¿Quieres algo dulce? Te miras pálida, creo que se te bajó el azúcar. En cambio, tu esposo está radiante, los efectos del colágeno.

Débora salió del balcón con una sonrisa en los labios, dejando a la mujer al borde de las lágrimas. Después de una hora, los hombres salieron del despacho y los amigos se fueron. Los esposos tomaron el pequeño elevador junto con el mayordomo para subir al segundo piso.

Yegor: —Querida, no me siento bien, llama al médico.

Débora: —Claro, cariño, quédate con él —le dijo al empleado.

Débora fue a llamar al médico, mientras Yegor era llevado por su empleado. En medio del camino tambaleó; el bastón cayó al suelo y él se desplomó.

Inmediatamente el mayordomo llamó por ayuda. Llevaron a Yegor al dormitorio. La mansión se volvió un caos por un momento, hasta que llegó el médico, quien dijo que la presión estaba alta, pero que logró estabilizarlo.

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Cuando el médico se fue, Débora entró a la habitación donde su esposo dormía y se acercó a él.

—Ya te vas a morir, amor.

Yegor: —Aún no te daré ese gusto —dijo con una sonrisa.

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