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El Magnate De Las Venturas

Capítulo 1

Capítulo 1

Carl Johnson.

Y ahí estaba yo, en mi mejor momento, dándolo todo.

La suspensión del auto saltaba con cada embestida; crujía con la voz de la frialdad entre nuestros cuerpos, sin conexión emocional ni nada de esas tonterías.

Sí, mi lado poético no es muy bueno, pero esa chica de minifalda escocesa.... Santo Cielo, quería incrustarla sobre el volante.

Ella gemía, de dolor o placer, no me importaba la verdad. La agarré con brusquedad por las caderas y le di más sentones. Rápidos, feroces. Sentía que Carl Junior iba a explotar y necesitaba más, necesitaba que estuviera más apretada...

De cualquier forma, supe manejarla bien, a mi gusto hasta que me vine. No era tan novata como pensaba.

La moví a un lado, extasiado. Relajé mis músculos y respiré hondo, viendo el horizonte, aun era de día.

— Aquí tienes, nena.

Le lancé unos billetes de cien, quitándome el maldito condón. Subí la bragueta de mi pantalón y esperé a que se bajase del auto. Lo único bueno de ella era que no olía a tabaco, como sus compañeras.

— Estoy seguro de que no te habían follado así en años, perra.

Ella me miró de reojo, con una sonrisa más forzada que la de Tony Soprano.

— Hasta luego, guapo.

Cerró la puerta con cuidado, como le indiqué, y caminó hacia el otro lado de la carretera. Eran pocos los autos que pasaban, mas no escasos. Le tocaba esperar al próximo cliente, las cuentas del mes no se pagaban solas, o eso dicen todas.

No me miren así, no soy odioso. Ustedes lo son.

Sí, es cierto, no todas, pero la gran mayoría sí.

— ¿Carl, dónde demonios estás?

Eso fue el viejo de Loera. Me llamó por teléfono. Eran como las dos o tres de la madrugada... no estoy seguro.

— ¿Por qué me sigues cayendo atrás, hijo de perra?

— Ey, tómatelo con calma. Solo quería invitarte a unos tragos aquí, en el casino. ¿No te gusta la idea? Hay muchas mujeres lindas.

— Loera, te conseguí lo que querías —me dejé caer en el espaldar del asiento, rellenando mis pensamientos de una calma fría y calculadora—. La maldita tarjeta, otra vez. Me acosté con esa perra de Millie más veces de las que puedo contar, soportando que me golpeara, para terminar la maldita tarea que copiaste de tu antiguo jefe. Hermano, en serio, ¿qué más quieres de mí? ¿Tengo que acostarme contigo también?

— Tu propuesta es tentadora, pero no me gustan los hombres.

A mí tampoco.

— Hablemoslo aquí, CJ.

No tenía otra opción.

— Está bien, voy en camino.

Colgué y arranqué el auto, saliendo del estacionamiento del motel en Calle Ocultado; en dirección a Las Venturas.

Encendí la Radio Los Santos y la canción "Fuck With Dre Day" de Snoop Dogg resonó en los amplificadores. La mejor radio de la mejor ciudad, sin duda.

Con mi brazo izquierdo apoyado en el marco de la puerta, vi la caída del día tras las montañas de arena. Paz, confort, estabilidad... sensaciones que corrían entre las nubes coloreadas de naranja y toques de amarillo en el fondo.

*Claxon de auto*

— ¿Compraste tu licencia, idiota?

Le grité a un chófer que casi daña el tapiz oscuro de mi precioso ferrari. Con rabia, aceleré a fondo y le hice tragar polvo. No pude ocultar mi maniática sonrisa al escuchar lo bien que sonó. El verdadero rugido de motor de un Magnate.

Las Venturas, de noche, es una odisea. Palmas de tronco gordo envueltos en lucecitas rosadas. Igual de brillantes que el resto de la decoración festiva de la ciudad. Rojo, morado, azul, verde; una inmensa diversidad de colores vivos que van en conjunto con las personas que caminan por ella.

Hombres y mujeres, todos de trajes formales. Incluso, aquellas que les gustaran los vestidos, era por debajo de las rodillas, ajustados al cuerpo. Son elegantes, reservadas, a leguas se ve que todos están en esta ciudad por una razón específica: bañarse de dinero legal.

Son muy distintas a las mujeres en Los Santos, las de allá no son para nada conservadoras. ¿Trabajar por dinero limpio? O solo... ¿trabajar? Eso ni existe en el vocabulario de ellas. Solo abrirse de piernas a los jefes de las bandas.

Funciona diferente, allá podemos hacer lo que queramos con ellas. Las de aquí... al principio me costó tiempo adaptarme a no bofetearlas o ahorcarlas con el cinto sin que me denunciaran al minuto siguiente.

En las Venturas, sin importar la etnia, altas o bajitas, morenas, rubias o trigueñas, de relojes de arena o pera; lucen su hermosura de una forma distinta.

El olor perfumado en el ambiente limpio es impecable, tal y cómo lo recordaba. Después que te acostumbras a lo bueno.... no hay vuelta atrás.

En la acera, a unos metros del casino, divisé una mujer de vestido rojo. Largo, brillante, pero que marcaba bien su cintura y la subida de sus glúteos.

La miré por encima de las gafas oscuras y le chiflé.

— Mamacita, qué linda estás.

Ella miró con precaución y desconfiguró su gesto relajado para patearme con la mirada. Tan bella, para rasgarle el vestido y follarla entre los arbustos.

Adelanté unas cuadras más antes que los mariachis, cerca de la fuente, me vieran y aparqué en las afueras del casino. Estaba seguro de que nadie se atrevería a tocar a mi bebé, aún estando en una zona con prohibiciones para aparcar.

Al entrar, no recordaba bien cuánto hacía que pisaba las lozas de marrón rojizo y la enorme alfombra roja que enmarcaba la plataforma principal de Los Cuatro Dragones. Más de tres años, quizás. Todos los encuentros con Loera habían sido en mi cabaña en Tierra Robada.

Los guardias me guiaron a través de las barandillas, no se entusiasmen, después les describo mejor el lugar. Tenemos tiempo, nenas.

Desde lejos, a pesar de las luces moradas del antro, pude ver bien los rostros de Zero —drogado al lado de Loera—; mi hermana, Kendl; mi hermano Sweet con su mujer; y Somke. A este último no lo considero un amigo después de lo ocurrido, pero sin duda alguna, le convenía portarse bien conmigo. ¿Se estaban divirtiendo?

La canción "Road То The Riches" de Вір Moneyluv sonó justo cuando iba pasando entre las mesas y taburetes saturados de personas. Eso me dio un aire de poder, de dominio.

— Hola, niño.

El saludo de Loera sonó jocoso. Kindl de forma más natural que Sweet se levantó emocionada y me abrazó con una amplia sonrisa.

— ¡CJ, te extrañé!

Le correspondí, sin apartar la vista del narco con entradas y canas largas hasta las orejas. Kindl volvió a hablar.

— Hace tiempo que no nos veíamos. ¿Qué has estado haciendo?

— Algunos encargos. —la miré, sonriente— ¿Y César?

— Tenía unos asuntos que resolver y se quedó con el abuelo Vicente en San Fierro.

— CJ, te habías olvidado de este trasero gordo, ¿no es así?

Smoke se levantó y me dio un apretón de manos, con un pedazo de tarta en la otra.

— Eso es imposible —le respondí, aunque la ironía casi le borra la sonrisa.

Narra la autora

Kendl volvió a su sitio, al lado de Mary, la mujer de Sweet. CJ tomó asiento junto a su hermano y, tomando la oportunidad de que Loera se entretuvo con una de sus chicas; le susurró:

— ¿Qué diablos hacen aquí?

Sweet echó garra al vaso con whiskey y cubitos de hielo, colocándolo frente a su boca.

— Dijo que nos quería mostrar la ciudad. Pagó los boletos de avión. —y bebió.

Carl, acodado en sus rodillas, ojeó el sitio y a los guardias cada dos mesas.

— Esto no me da buena vibra, hermano.

— A mí tampoco.

Dejó caerse hacia atrás, cruzó sus piernas y pasó su brazo por detrás de los hombros de Mary.

— Carl, te pedí un cóctel. ¿Está bien para ti?

La voz vacilona de Loera los sacó de su plática y CJ cedió, sin bajar la guardia. Verificó, cuidadosamente, tener aún el arma debajo de su suéter negro. Solo por las moscas.

— Si insistes.

Dio otro vistazo al lugar, desinteresado. Lo había remodelado y, por desgracia, tenía buen gusto como para criticarlo. Loera, basado en las ideas que le robó a Carl, agregó sillas, mesas y cubiteras a cada esquina y alrededores; aprovechando el espacio libre.

— Ah... los hermanos Johnson —dijo Loera, mirándolos a cada uno de ellos—. Es una pena que Brian no pueda estar aquí con nosotros; de ser así, sería una verdadera felicidad.

CJ lo fulminó con la mirada, sin causar otro efecto que diversión en los labios del hombre de traje dorado y estampado de tigre. ¿Cómo se atrevía a mencionar el nombre de su difunto hermano?

— En fin, los invité aquí porque vi mal que CJ no los trajera a visitar nuestra ciudad.

— Y agradecemos mucho su gesto, señor Loera —expresó Kendl en serenidad.

— El placer es todo mío y de mi futuro fiel capataz, Carl.

Todos se quedaron callados y serios, hasta que Loera se carcajeó y las risas de todos le hicieron eco. CJ disimuló, maldiciendo entre dientes.

— Eres un buen humorista, Loera.

Todos alzaron sus copas y brindaron, menos CJ. Sus ojos se desviaron hacia el bar, a la chica de cabellos castaños y ondulados que brillaban bajo las luces, detrás de la barra. Aquella en la que dos bultos bajo su blusa rebotaban de un lado a otro mientras agitaba bebidas en una coctelera.

Su piel atezada se ajustaba a los colores de los focos, bajo las nubes de tabaco que llenaban el ambiente. Percibió el porqué sentía una mirada sobre él: ella lo estaba mirando; estaba seguro de que era a él.

En cambio, cuando la chica se percató de que la estaba viendo de vuelta, disimuló al decirle a alguien, que pasaba justo por delante, que le recogiera algo que estaba en el suelo. Le señaló cuando esa persona no entendió a la primera. Carl comprobó con la mirada, inclinándose al borde, y sí, había una bolsa.

— Mejor nos vamos al hotel —habló Sweet, sobresaliendo entre las risas de Zero y Smoke—. Debemos descansar si queremos dar ese gran paseo mañana.

— ¿Qué paseo?

La exaltación de Carl los dejó confundidos.

— Por Las Venturas, CJ —le contestó la mulata—. Vamos a pasear como verdaderos turistas.

La nuera se rió con sus gestos sobreactuados y se levantaron, saludando a Loera. Este besaba el cuello de la chica sentada en sus piernas.

— Estoy un poco viejo para estas salidas nocturnas... —comunicó el gordo, parándose con dificultad.

Zero lo siguió y, Loera, con un solo chasquido de dedos, logró que dos guardias aparecieran de la nada y llevaran al más risueño y de párpados hinchados a una suite.

Carl los ayudó a salir del pasillo entre la mesa y los taburetes. Justo en el momento en que salieron por la puerta principal, escoltados por los guardias, se sentó frente al narco.

— Escúchame —afirmó su voz y le apuntó, con la mano a la altura de sus cejas—. No sé lo que planeas, pero no metas más a mi familia en esto. ¿Me escuchaste, maldito? Es suficiente.

Recalcó en enojo y dejó el vaso con bebida en la mesa de centro.

— Carl, no planeo más nada que facilitarte estar junto a tus familiares —la diversión en sus palabras molestó más la furia del mulato—. ¿No los extrañabas?

— No es asunto tuyo.

— Disfruta la noche, niño.

Se levantó, agarrando a la chica por sus bragas. Carl vio perfectamente cómo metió uno de sus dedos en la parte trasera, llevándola como una bola de bolos.

— La casa invita.

Y se marchó. CJ se quedó pensativo, "que voz más repugnante tiene". No podía provocar un revuelo a esas horas; tenía lo que quedaba de su familia en su poder. Estaba atado de manos y pies.

Por otro lado, la vista le pesaba sobre los hombros y se volteó hacia el bar, otra vez. Si lo estaba vigilando o no esa hermosura de pechos jugosos, saldría de dudas en ese preciso momento.

Se encaminó y tomó asiento cerca de su ubicación. Esperó que se acercara y pidió otro trago, justo a ella.

— Claro, señor —le contestó, sonriente, mientras lo preparaba.

Oh... disfrutar una vez más del bailoteo de sus pechos e imaginarlos en su cara. Jamás la había visto en ese casino, ni en la ciudad. Su mirada acaramelada, atenta a todo lo que se moviera cerca de ella, le resultaba extrañamente familiar.

— Aquí tiene.

Dejó el trago servido delante de Carl, quién atrapó su mano al coger el vaso, como si con ese gesto y una sonrisa reluciente fuera suficiente para encantarla.

— Lo siento, no quise ser desubicado.

Ella rió, enrojecida de orejas. Estaba funcionando.

— Descuide, disfrute su bebida.

Bebió sin apartar la vista de la chica que le dio la espalda para atender a otro cliente. Intentó ver más abajo de su cintura, pero estaba muy oscuro detrás de la barra. Si ese casino hubiera sido de él, sin dudas tendría focos LED enormes en cada lado. ¿Cómo podía ser posible que no pudiera verle el cuerpo completo?

Ñe, daba igual. Se la llevaría esa noche con él.

No pasaron más de las dos primeras rondas cuando la volvió a llamar, con un gesto de manos.

— ¿Otra ronda, señor?

La miró por un momento; sus pechos parecían querer reventar los botones de su camisa blanca.

— En realidad, quería invitarte a esta conmigo.

— No tengo permitido beber en horario laboral, señor.

— Oh, vamos, solo una copa. ¿Dejarás desanimado a este pobre hombre solo?

Se victimizó; siempre funcionaba dejarse ver débil ante ellas. Así se creerían leonas.

Ella asomó una sonrisa junto a un suspiro dudoso, llevando un mechón de cabello detrás de su oreja.

— Lo siento, señor.

Y se fue a atender a otro. Él volvió a tomar, sintiendo el mareo en su mente, lo cual era raro. Era muy difícil que una bebida le hiciera efecto si a penas había tomado media botella.

Pasaron más de cinco minutos hasta que la volvió a llamar, pero no salió. En su lugar, otra chica se interpuso en su camino. Y el alcohol ya se había apoderado de su mal carácter.

— Quiero que me atienda la rubia —le dejó claro a la pelinegra, llamando la atención de la muchacha que dejaba su ficha sobre la mesa, del otro lado del bar—. ¿Qué no entiendes, perra? ¡Llama a esa mujer!

Se apoyó en sus codos, rabioso, esperándola. Dio por sentado que esos tragos tenían droga. La música se volvió un zumbido de abejas en su cabeza. Uno muy molesto.

— ¿Qué pasa?

Llegó ella y el carácter de él cambió por completo. Se sentó como si la tempestad hubiera pasado en un abrir y cerrar de ojos.

— Quiero otra copita... —le dijo como un angelito caído del cielo.

Un niño haciendo morritos por un caramelito prohibido.

— Señor, mi turno ha terminado, pero mi compañera aquí... —la señaló a su lado, manteniendo la profesionalidad— ...le atenderá con gusto.

— ¿Qué pasa si yo solo te quiero a ti? —le dijo, volviendo a su mirada seria.

La castaña empleó todas sus fuerzas en mantener la cordura, le tenía horror a los clientes borrachos.

— Como le dije, ella lo atenderá. Que disfrute la noche.

Y se despidió, perdiéndose en los pasillos del servicio. La muchacha que la relevó fue a atenderle; pero él la alejó de un manotazo, sin dejarla hablar.

Se paró decidido a encontrar la puerta de salida entre tantos muros que bailaban frente a él. Perdió el equilibrio por milisegundos y los guardias lo sujetaron. Él los detuvo, arisco.

— ¡No me toques, imbécil! —se alejó, erguido, con su chamarra desorganizada— Estoy bien, no los necesito.

Dejándolos atrás, salió de la prisión del vapor e inhaló el aire fresco de la noche. Cerró sus ojos, pasando su mano por sus rizos definidos.

— ¿Qué te pasa, Carl? —se habló a sí mismo, sacundiendo su rostro— Nunca te habías pasado de tragos desde el bachillerato.

Llegó a su auto y se apoyó en el capot. Frotó sus ojos, ardían.

Se quitó la chamarra, dejándola sobre el capot. Hacía mucho calor.

Esperó a que se le pasara el mareo, masajeando su frente. Volvió a la cordura y, decidido a irse al viejo club de strippers que tenía, la vio salir del casino.

Esta vez si pudo verla mejor. Su camisa no era lo único que le quedaba ajustado.

Ella suspiró, ignorándolo, y siguió a la parada de la esquina.

Él le pasó revista al movimiento natural de sus caderas al caminar. Silueta izquierda, silueta derecha, se movían de lado a lado agrandándose cada vez que apoyaba la pierna.

Eso claramente era una provocación para él. Una directa. ¿Por qué se hacía la difícil?

Se subió al auto, haciendo unas llamadas para asegurarse de que ningún taxi pasaría por esa zona en las próximas horas.

Pasaron alrededor de treinta minutos en los que ella decidió sentarse, ser paciente y esperar. Disfrutar de la brisa nocturna, del suave olor a jazmines que la arrastraba a sus recuerdos de la infancia.

Él lo vio como su oportunidad para atacar.

Arrancó y se estacionó enfrente de ella, bajando la ventanilla.

— Parece que no pasará nadie. ¿Quieres que te lleve?

Ella salió de la esfera de sus recuerdos, haciendo mala cara hacia él.

— No, gracias.

Le esquivó la mirada al moreno, era muy intensa. Unos ojos oscuros y brillosos, rasgados por un toque de felicidad endemoniada. Decidió ignorarlo y sacó un abrigo de su bolso, refugiándose de la frialdad de la noche.

No parecía ser mal hombre, según ella. Era un gesto muy caballeroso de su parte estar ahí, aunque no dejara de mirarla.

— ¿De verdad quieres quedarte sola a estas horas? —insistió una vez más.

Ella analizó la situación, a su alrededor. Todo estaba tranquilo y... oscuro. Se lo pensó, no muy bien, y subió.

— Es lo que creí. —dijo él, doblando a la derecha.

— Mi casa es por allá.

Le señaló en sentido contrario. Él, relajado, dio un timonazo, cruzó el césped entre las palmas que dividían la avenida central y dobló en U.

— ¡Estás loco! ¡Imbecil!

Sus gritos, a la par de las gomas que dejaron su marca en la avenida, le retumbaron en los tímpanos a Carl. Su única salvación es que era bonita y de tremendo cuerpazo.

Intentó abrir la puerta para bajarse y él cerró con seguro, pisando el acelerador.

— Te llevaré a casa, bonita.

Capítulo 2

La castaña, con el corazón desbocado y la adrenalina corriendo por sus venas, forsajeó con todas sus fuerzas para poder abrir la puerta.

Él se distrajo al verla. En ella, tener los cabellos enmarañados y desordenados era sinónimo de estar hermosa.

— Entonces... —la miró de reojo— ¿Cómo te llamas?

— ¡¿Te importa?! —le vociferó, torciendo su cuello como exorcista hasta cruzar la mirada con él— ¡No entiendo en qué estaba pensando al subir al auto contigo! ¡Estás ebrio!

— No lo estoy. —frunció el ceño a sus gestos alocados de la chica a su lado— Hazme una prueba, si quieres.

Ella lo escaneó con la mirada, desistiendo de abrir la puerta después de tantos intentos fallidos. El auto se detuvo en un semáforo, en luz roja. Era el único coche en aquellas cuatro esquinas.

Exhaló, volviendo a tomar el control de sus gestos y llevó su dedo índice en línea recta a él.

— Toca la punta.

Él lo hizo sin dudarlo, provocando sorpresa en los ojos avellanas de ella.

— No es posible... bebiste demasiado para estar tan lúcido.

La sonrisa se le escurrió al mulato por las comisuras de los labios y miró al frente, cabeceando. Volvió a acelar y ella se asustó, sintiendo la presión de su espalda contra el asiento.

— ¡EY! ¿QUÉ DIABLOS HACES?

— ¿Tan mal conduzco?

Pasó dos semáforos en rojo.

— ¡Estás demente!

El disgusto se le corrió a los nervios y se colocó el cinturón. Lo vio, él no lo llevaba puesto.

— ¡Baja la velocidad, por favor!

— ¿No te gustan las carreras?

— ¡No llevas cinturón!

— Me gusta ser libre.

— ¡Desacelera! —se aferró al asiento, su voz tembló en las últimas sílabas— ¡¿Quieres matarnos o qué?!

CJ sintió el miedo querer salirse por el pecho sofocado de la chica. Redució la velocidad, patidifuso. "No es como las otras", pensó.

— De acuerdo....

La vigiló en caso de que se desmayara. A ella le volvió la cólera a sus mejillas rojas.

— ¡MIRA AL FRENTE! —le volteó la cara.

El ademán de una sonrisa casi se le escapó, de no ser porque la sintió fulminándolo y decidió tragársela.

En el camino, lo único que marcó diferencia fue el descenso de la fatiga de ella. Se calmó, disfrutó del paisaje de Las Venturas iluminada hasta indicarle por donde vivía. Un barrio tranquilo, pequeño, de casas en planta baja.

Sin darle tiempo a quitarse el cinturón, él se bajó y corrió a abrirle la puerta.

Con timidez, aceptó su caballerosidad. Claro, tenía un precio, y era tener la oportunidad perfecta para acorralarla y rozar cada una de sus curvas.

Se sobresaltó, más no lo rechazó. La frialdad de la noche resecó sus labios.

— Mi nombre es Carl.

La voz ronca le dio confianza, una de sonreír de oreja a oreja cuando se apartó sin que ella se lo pidiera.

— Soy Abby.... —suspiró en alivio—. Creo que es hora de que entre.

Señaló la casa a las espaldas de él, quien le dejó paso libre.

Abby podía jurar que los ojos de él estaban brillosos. La luz de la luna, quizás. Eran realmente hermosos junto a sus rasgos físicos.

Él llevó una de sus manos a sus bolsillos, admirándola de igual forma. Estaba cayendo, solo faltaba un poco más de inocencia a mostrar. Sin prestarle atención a que ella se encaminó hacia la puerta sin mirar atrás; apachurró su rostro, mirando el cielo. Sabía que lo miraría.

La joven volteó, sintiendo el pesar en su conciencia. Maquinó que solo habían tenido un mal comienzo y se afligió al verlo de hombros bajos. Por alguna extraña razón, sintió empatía hacia él. Conocía a borrachos peores.

— Tienes dónde ir, ¿cierto?

Él la miró, ocultando su sonrisa bajo un rostro serio. Oh, espera, dejar caer los párpados en tristeza le daba más credibilidad.

— ¿Me vas a invitar?

— Solo quiero saber, ser amable contigo.

Sí tenía propiedades en las Venturas, de hecho, su suite principal no estaba muy lejos; pero cómo desperdiciar la oportunidad de llevársela a la cama de la forma más fácil posible. ¿Quién deja a un extraño quedarse en su casa? Solo los manipulables.

— No. —contestó— Soy de Los Santos, iré por la carretera de las afueras, es un camino largo, pero más tranquilo.

Ella miró a sus lados y vio su reloj. Eran casi las dos de la madrugada y tanto la carretera como la autopista eran peligrosas a esas horas. A sus oídos llegó que habían muchos asaltantes.

— Puedes quedarte e irte en la mañana.

Él no lo demoró tanto y cerró la puerta del auto, activando la alarma.

– Claro que sí.

Se acercó y ella lo detuvo con las manos a la altura de su abdomen.

— ¿No trajiste maletas ni nada?

Él mira a sus espaldas, rascándose la nuca.

— Es que... era un viaje de negocio. No pensé que se iba a demorar todo el día.

— Está bien.

Abrió y lo dejó entrar. La casa era linda. Tapizada de blanco, elegante. De buen gusto humilde. Aunque eso no importaba si la tenía a ella moviendo sus caderas delante de él. De un lado a otro, paso a paso. ¿Lo estaba provocando? ¿No era tan inocente como se mostraba?

— Dormirás ahí —le señaló la primera habitación, la de invitados.

— Bien.

Entró, la observó y miró al pasillo sin que ella se percatara. La habitación restante debía ser la suya.

Volvió a verla, estaba de espaldas a él; inclinada en el armario. El ángulo perfecto... su pose preferida.

Sacó unas sabanas del armario y lo dejó sobre la cama, viéndolo. Él disimuló estar apreciando el papel tapiz de las paredes.

— Si necesitas algo más....

Sí, a ella.

— Eso está bien —contestó, controlando sus ganas.

— Buenas noches, Carl.

— Hasta mañana, chica bonita.

Cerró la puerta en su cara y él quedó sentado en la cama. ¿No le había mandado señales? ¿Por qué no se le ofreció como las otras?

No parecía que iba a haber nada. Tampoco tenía planes de ir a por la fuerza, no era esa clase de hombre.

Se acostó, sin pensar más. Miró el techo, inquieto, hasta que la bebida dejó su última secuela y lo durmió.

A la mañana siguiente, antes de que cantara el gallo, la sonrisa dormida de Abby fue el amanecer del mulato. La castaña, centellada por la claridad colada por la ventana, sintió en su entrepierna algo duro. Algo que entraba y salía con lentitud, pero que se sentía muy bien.

Lo reconoció.

— ¡Carl! ¡¿Qué diablos haces?!

— Tenía ganas del mañanero...

Se mordió los labios, aferrándose a las caderas de ella. Ya había rasgado todas sus prendas.

— ¡No jodas conmigo!

Intentó levantarse, pero no pudo. Tampoco hizo mucha fuerza, el placer estaba bajando por su clitoris haciéndolo irresistible.

— ¿Cual es el problema? —lo sacó y lo tomó en sus manos, pasando la punta por todo su clitoris y labios, bien hidratados— Te gusta, no lo niegues.

Tocó su punto, una vez más, y ella no pudo evitarlo. Mojó sábanas. ¿Cómo negar que sí estaba soñando con él en el mismo acto? Lo que no sabía es que se volvería real tan pronto.

— Carl... —ladeó la cabeza, cerrando sus ojos ante el placer— no hagas eso.

Él se abalanzó sobre su cuerpo, mordiendo su cuello. Ella no sabía por donde tocarlo, por donde aferrarse a las tensiones de sus muslos y se decidió por las sábanas. Las agarró fuerte en lo que la cabecera golpeaba la pared con cada emboscada.

Lo vio y cerró sus ojos, mordió sus labios para no gritar hasta que él hizo varios movimientos de cintura que la hicieron gemir.

— ¿Te gusta, perra?

Lamió uno de sus pezones, lo único a lo que alcanzaba con la arqueada que le causó.

— No... —jadeó a mitad de una sonrisa— No me gusta...

Él sonrió, dando su último asalto hasta que ella se vino y, antes de venirse él, se alejó.

Se arrodilló al lado de la cabeza de Abby y le metió más de la punta en la boca. Ella lo obedeció como si de estar sedada se tratase. Le gustaba, mas no era lo adecuado. Era su cuerpo contra su mente.

Lo chupó. Carl se agarró de la cabecera y, en la primera oportunidad, lo metió todo hasta el fondo de su garganta.

Ella asqueó, pero supo controlar su lengua una vez el líquido se desató. Era grande y eso no le impidió saborear hasta la última gota.

No se lo había hecho a muchos hombres, solo a uno, su ex, y según lo que le decía, ella no era muy buena. Con eso en mente, dio lo mejor de sí y dejó al mulato sin fuerzas, tirado a su lado.

– Fueron involuntarios... —aclaró ella sin soltarse de las sábanas.

— No lo niegues más. —se acomodó, relajándose, y miró el techo— Estás atraída por mi.

— Te crees mucho, ¿no?

— Lo soy.

La chica soltó las sábanas, sitiendo el leve adormecimiento en sus dedos.

Carl se le quedó mirando, por fin había logrado su objetivo. Aunque no sentía que fuera suficiente.

Ella se levantó, cubriéndose con las telas color crema y apresuró el paso al baño, sin decirle nada más.

— No necesitas cubrirte, digo... ya lo vi.

— No soy una puta, Carl.

La puerta del baño se cerró. Él se acercó, dudoso. La voz de ella se escuchó quebrada.

— ¿Todo bien?

Tardó, pero contestó, aclarando su voz.

 — Sí, bien.

CJ escuchó la ducha abrirse y comprobó la cerradura, estaba con llave. ¡Cómo no adivinarlo!

De todos modos, se fue a su habitación dando el bailecito de victoria. Al llegar, vio que también tenía baño y entró. Sonrió cuando cayó en cuenta que era el mismo para ambas habitaciones.

Abrió la cortina. Ella lo sintió, tensó sus hombros y aguantó la respiración. Volteó, cubriendo sus pechos.

Él se arrimó, formando parte de la cortina de agua.

— ¿Qué acaba de pasar?

Abby rompió el silencio. Él se acercó a su rostro, mirándola a los ojos. Era hermosa, de pestañas largas y onduladas, ojos rasgados, iris color avellana y unos labios carnosos que componían perfecto su belleza de rostro redondo.

— Bañarse juntos no es de desconocidos.

Volvió a decir y él echó garra al jabón rosa que había en la esquina, junto con otros pomos de shampoo.

— No somos desconocidos. Eres Abby.

Se empezó a enjabonar, viondola entre los chorros de agua fino. Ella no pudo evitar su sensual mirada.

— Sabes bien a lo que me refiero.

— Solo estoy ahorrando agua y tiempo. —le cedió el jabón, ella lo aceptó, pasándolo por sus hombros— Colaboro con el medio ambiente.

El mulato se enjuagó primero, pasando las manos por sus rizos. Ella se le quedó viendo de lejos. Su cuerpo. Su abdomen bien marcado. El ancho de sus hombros y trapecios. Tenía brazos enormes. Se sorprendió al verlo tan parejo de musculatura.

Por curiosa, llevó sus dedos a la V de él. Disfrutó el hecho de exaltarlo, sin mirarlo; a pesar de saber que él sí lo hacia.

Algo la marcó y es que en ningún momento le dio un beso, ni uno solo. Lo miró, miró sus labios. Tenía un rostro bien perfilado, bien cuidado.

Sus dedos subieron a la mandíbula de él, a sus mejillas. Se atrevió a verlo y se alegró porque no la alejó, al contrario. Pudo sentir una de sus manos rozando sus caderas.

Se paró de puntillas, casi para besarlo, cuando un teléfono comenzó a sonar. Ella se sobresaltó, alejándose. Él tensó la mandíbula y se envolvió en una toalla. Salió del baño, dándole el perfecto desfile desde la más chica de la espalda hasta la caída natural de sus hombros y trapecios a la mujer asomada tras la cortina.

— ¿Sí?

Contestó y ella lo escuchó. Salió del baño, entrando a la habitación de huéspedes en camisón, dejando el rastro de agua con sus cabellos húmedos.

Él la miró, casi exhalando por la boca, sin dejar de escuchar la voz de César del otro lado de la línea.

— Carl, tenemos información que un mensajero de San Fierro viene cargado de dinero al banco. Es en menos de treinta mimutos. ¿Vas a traer tu trasero aquí?

CJ cerró su boca y Abby siguió para su habitación.

— Voy en camino. —dejó dicho y colgó.

Capítulo 3

En la oficina central del casino Los Cuatro Dragones.

— ¡Eso es! —se carcajeó Loera, dándole por los hombros a Carl— Hiciste un buen trabajo.

El mulato se tragó la ira, viendo en la tableta como toda su familia iba en un helicóptero bajo el mando del canoso. ¿Cómo Sweet dejó subir a los demás ahí? A veces, era demasiado tonto. Ahora por ellos perdería una gran cantidad de dinero, por su imprudencia.

— ¿Cómo supiste que iría ahí?

— No me subestimes, Carl. —se sentó en su silla predilecta y respiró con toda calma el aire de grandeza que circuló por la habitación— ¡Mira qué bien trabajamos en equipo!

CJ llevó su puño derecho a su cadera, dejando pasar lo sucedido. Entendía bien la amenaza, sin necesidad de palabras, con esas imágenes.

— Ya tienes tu parte.

Se levantó con el maletín en manos, llevarse la mitad del dinero era una mini derrota. Estaba claro que la llamada fue interceptada, que todos sus celulares lo estaban.

— Nos vemos en la próxima misión, Carl.

Al salir, elevó la mirada hasta salir por las puertas traseras del lugar. La vio a ella, estaba botando la basura. Ella lo notó, casi doblándose un tobillo a pesar del tacón bajo de sus zapatos negros y semi afilados.

— ¿Cuándo repetimos? —dijo sin pudor, cortando la distancia.

Ella se rió, sacudiendo el polvo de sus manos.

— En tus sueños.

— Tengo la manía de hacer mis sueños realidad.

— Ha de ser verdad y eres muy creído. —le pasó por al lado, sin dirigirle la mirada— Fue un desliz, algo absurdo.

La sonrisa del mulato se mantuvo a pesar de las oleadas patidifusas. ¿No estaba convencida aún?

— Un desliz... —se dijo a sí mismo y ella cerró la puerta, sin escucharlo.

Quiso perseguirla, pero mejor no. Ya caería de nuevo.

El nombre de Millie se agrandó en la pantalla de su celular y el tono de llamada hizo eco entre los tancones de basura. Lo sacó de su bolsillo, encaminándose a su auto.

— Hola, bebé. Estoy libre, ¿vienes?

Carl miró al cielo, ¿hasta cuándo tenía que soportarla?

— Estoy cerca. Espérame.

— Ven cómo me gusta, ¿oyes?

Él colgó. ¿Ir vestido de masoca a las dos de la tarde? Ni pensarlo.

Se subió al auto, dejando el maletín bajo los asientos y arrancó.

...***...

Al llegar a su casa, del otro lado de la ciudad, a unos metros de la estación de trenes; aparcó por la parte de atrás. Entre arbustos y palmeras medianas, nadie notaría ni vería nada de lo que estaba a punto de ocurrir.

Tocó la puerta, resignado. Ella abrió. Su lencería de encaje negro, esposas colgando de su cintura y el látigo en su cadera izquierda; no conquistaron la vista de Carl.

— Mmm... no viniste como te dije... —con un tono meloso, lo tomó del cinturón, haciéndolo pasar— Eso tiene consecuencias.

Cerró la puerta y, en tres pasos, logró tener la fuerza para hacerlo girar, desprevenido, y tirarlo de espaldas a la cama.

Él mantuvo el silencio y la dejó que lo amarrase de manos a la cabecera.

— ¿Es necesario?

— No obedeciste mis reglas...

Ajustó el nudo y besó su oreja.

— No tengo ganas. Hoy no, Millie.

Le esquivó el beso en los labios. En cambio, ella no se rindió y le desabrochó el pantalón. Se encontró algo dormido, pero lo asimiló bien. Pues se colocó a horcajadas sobre el pecho de Carl.

— ¿Necesitas más? —le dio una bofetada, Carl se rió en ironía— ¿Esto es lo que quieres, babe?

Otra bofetada sonó. Otra. Y otra más.

— No juegues conmigo... te va a ir mal.

Su tono fue de advertencia. Ella lo tocó, seguía dormido.

— ¿Qué pasa? Te gustaba.

Otra bofetada. Entusiasmada, su lengua se encaminó por el cuello de él, el lóbulo de su oreja, sus labios.

Las venas por los brazos del moreno sobresalieron en la luz inflaroja, detestaba que le hiciera eso y ya no encontraba la razón por la cuál soportarlo. La encaró y tiró de las sogas, rompiendo la madera desgastada de la cama.

— ¡Ey! ¿Qué haces?

La tomó por los hombros, la posicionó en cuatro y con el látigo la empezó a ahorcar.

— No, Carl, no... —intentó hablar, sintiendo el aire escaparse de sus pulmones.

Manoteó, golpeó con sus puños sobre la cama; mas eso no servía de nada. Los ojos del moreno estaban tornados de furia.

— Esto es lo que pasa cuando le golpeas la cara a CJ, muñeca.

Aseguró el agarré hasta ver como sus hombros cayeron desplomados y el cuero comenzó a lastimar su garganta. Un charco de sangre se fue formando bajo el rostro morado de la chica.

— ¿Ahora quién juega mejor?

Soltó el látigo y se bajó de la cama. Abrochó sus pantalones y con las mismas sábanas que ella usaba con otros clientes, la envolvió.

Esperó a que cayera la noche, cerrando cada salida y entrada de la casa. Se aseguró de que nadie viera cómo la llevó hasta el capot del auto escondido. Luego se fue para el desierto, a unas montañas donde sabía perfectamente que nadie buscaría allí.

Cavó un mini hueco. Lo suficiente como para prenderla en fuego hasta mitad de cuerpo y dejar enterrado el resto, bajo las arenas desérticas.

Hecho el trabajo, una sonrisa se le dibujó y bailó hasta llegar al auto. Limpió sus manos como si de botar migajas de galletas Maria se tratase. Sacudió sus zapatos antes de subir y encendió la radio.

La ciudad, desde lejos, era una mina de diamantes relucientes.

En la autopista, a mitad de camino, se le pareció ver la figura de Abby en una gasolinera y se detuvo.

Bajó la ventanilla. Era ella sin duda alguna. Iba vestida de su uniforme de trabajo y el auto tenía el logo de Loera. Después de todo, tomar el camino largo sirvió de algo.

La chica pagó a la cajera, tomó su tarjeta y se subió a su coche. Condujo con cuidado entre las bombas de gasolina, miró a los lados sin verlo a él, y se incorporó a la carretera.

— Encontrarnos dos veces no puede ser casualidad. —se convenció antes de seguirla.

A velocidad baja, la mantuvo en la mira todo el tiempo. Por quince minutos, quizás.

Fue lo bastante descuidado para dejarse llevar por las ansias y hacerse visible con un parpadeo de luces.

Ella miró por el retrovisor, asustada. Pensó que era un asaltante y pisó el acelerador. Carl hizo lo mismo y se le pegó al parachoques trasero. ¿En serio creyó que le ganaría a su Ferrari de última generación con un auto básico?

— Por favor, Dios... —oró ella en puro nervio, manteniendo el control del volante— Dime que... —se fijó bien en el retrovisor y la la mancha oscura tras las luces deslumbrantes— espera.

Observó bien la figura del tipo, reconoció su rostro sonriente.

— Maldito seas, Carl.

Miró al frente, faltaban varios kilómetros para llegar a la ciudad.

— No me queda de otra que enfrentarlo...

Sin saber bien que diría o haría, se detuvo bajo un puente. Eran los únicos en aquellas calles. Sea lo que fuese que ocurriese, nadie lo sabría. Estaba perdiendo la cabeza, pero no se iba a rendir ni dejar matar por él. Buscó en la guantera.

— Te tengo en el bote. —canturreó él al verla detenerse.

Creyó que todo estaba resuelto. No se le había ocurrido tener relaciones bajo un puente. Esta chica era innovadora y le gustaba eso.

Se bajó del auto, bajando las mangas subidas de su jersey de hilo negro.

La puerta del auto de ella se abrió.

Él se acercó a paso firme. Ella se quedó de espaldas, con las manos por delante. Su respiración acelerada la delataba.

— ¿Nos ahorramos la plátic-?

Ella se volteó y subió el arma, apuntándole justo en el centro de su frente.

— ¡Aléjate de mí!

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