Anunció a mis lectores.
Les mandó saludos y espero que se encuentren bien. He empezado una nueva historia, la cual ansio que los atrape desde el inicio y disfruten de la lectura tanto como yo al escribirla.
Estaré agradecida con el apoyo que le puedan dar.
No olviden los likes, en cada capítulo, eso me ayuda muchísimo. Su calificación de 5 estrellas, una buena reseña ayudará a que otros lectores quieran leerla.
Por favor, si la novela no es de su agrado, háganlo saber en un mensaje, pero no califiquen mal o con una estrella, porque afecta todo el trabajo que hay detrás de esta historia.
Y si gustas apoyarme con votos, mil gracias también.
Tengo dos novelas terminadas, los invito a leerlas si aún no lo han hecho.
Espero que me acompañen en esta nueva historia que estará en emisión.
" Mi sucesor, mi verdugo".
Espero puedan pasar por mis otras novelas, si estás le gustó.
"Quédate esta vez" y " Deja que la vida te sorprenda".
Saludos atte. Ali. Cardinali.
En lo alto de un edificio olvidado, existe un balcón teñido de rojo.
No es el color de las flores, ni de la pasión.
Es el color del pacto, del límite invisible entre los que entran… y los que ya no pueden salir.
Allí, una mujer ha observado durante años cómo se levantan y caen los grandes nombres.
Ha visto a hombres poderosos suplicar, a herederos sin alma intentar negociar con ella como iguales.
Pero ninguno comprendió que acercarse a ella nunca fue un privilegio, sino una prueba.
Nadie sabe de dónde vino. Algunos creen que heredó su poder. Otros, que lo robó.
Pero la verdad es más simple y más oscura: lo construyó.
A costa de su cuerpo, de su fe, de su amor.
Lo levantó con cada traición que sobrevivió, con cada mentira que convirtió en verdad, y con cada promesa que hizo… sabiendo que sería la última.
Ella no ruega. Ella ofrece.
Un favor. Una salida. Un atajo. Todo con la delicadeza de quien no necesita forzar nada para lograrlo.
Lo deja al alcance de la mano, pero da solo una probada. La justa para que nunca puedan volver a lo que eran antes.
El poder que maneja no es inmediato, ni brillante.
Es lento, envolvente. Como el veneno que no mata de golpe, sino que transforma.
Y en ese proceso, los que llegan a ella van perdiendo sus máscaras.
Algunos buscan venganza, otros redención.
Todos creen que pueden usarla para sus propios fines.
Pero ella no es un puente. Es un filtro.
Y mientras ellos creen avanzar, ella evalúa. Mira sus gestos, sus debilidades, sus límites.
Los empuja, los tienta, los traiciona —si es necesario— solo para saber de qué están hechos.
No por crueldad. Sino porque sabe que su tiempo está por terminar.
Lo que nadie ve desde ese balcón teñido de rojo… es que la mujer también está cansada. No de poder. Sino de silencio.
De saber tanto y compartir tan poco. De haber sacrificado lo que alguna vez amó para sostener un imperio de sombras.
Ahora observa a quienes se acercan.
Son jóvenes, impacientes, heridos. Algunos traen odio en los ojos. Otros, una ternura que aún no entienden.
Y ella, por primera vez en mucho tiempo, siente que puede soltar el control.
Sabe que no vivirá para ver cómo termina la historia.
Pero quizás… si eligió bien, tampoco hará falta.
Porque su legado no es solo poder.
Es una advertencia.
Un espejo de lo que puede pasar cuando se confunde fuerza con frialdad.
Cuando el amor se convierte en arma. Y cuando el vacío se vuelve trono.
En su mundo, el poder no se conserva.
Se sobrevive. Y cuando llega la hora, se entrega.
Al sucesor… o al verdugo.
"Mi sucesor, mi verdugo".
Ali. Cardinali.
Día de su partida 08/07/25.
Me permito hacer una dedicatoria. A una persona que ayer nos dejó.
Una amiga del alma.
En memoria de Mónica Arrua.
Esta historia está dedicada a tu recuerdo, Mónica.
A tu risa que no conoció fronteras,
a tu fortaleza diaria,
y al amor con el que tocaste tantas vidas.
Te fuiste ayer, pero tu luz no se apaga.
Sigue latiendo en las palabras que escribo,
en cada personaje que busca redención,
en cada sombra que se convierte en verdad.
Esta novela nace como un susurro para vos,
como un modo de hacerte eterna entre líneas.
Porque donde hay historias, hay memoria.
Y donde hay memoria, nunca hay olvido.
Gracias por habitarme, por inspirarme,
y por seguir caminando conmigo
desde ese otro lugar donde el tiempo ya no pesa.
Por vos, Mónica. Esta historia también es tuya.
Te recordaremos siempre ❤️.
CARPEN DIEM ❤️
Ali. Cardinali.
En el corazón del viejo barrio colonial, donde las sombras se alargan al caer la tarde, una mujer de unos 65 años, con un conjunto rojo de alta costura, destacaba. Sus bordados dorados denotaban lujo y sofisticación.
Llevaba gafas de sol grandes, de color rojo, y pendientes llamativos, además de un collar fino; todos estos elementos que reforzaban una imagen poderosa y dominante.
Su expresión era segura, incluso desafiante, con una leve sonrisa que podía interpretarse como astuta o enigmática.
El entorno, con arquitectura clásica y colores cálidos, la envolvía como si fuera la reina de su propio imperio.
Si tuviera que imaginarla como una mujer "perversa", era el tipo que manipulaba con elegancia, que movía hilos desde las sombras.
El tipo de persona que sabía todos los secretos y cómo usarlos. Tenía el porte de alguien con influencia y dinero, acostumbrada a conseguir lo que quería sin pedir permiso.
Ella apareció, como cada jueves, descendiendo los escalones de mármol de su mansión escarlata.
Con sus tacones, como un reloj de sentencia, bajaba con elegancia y determinación.
Llevaba una blusa roja con flores bordadas en oro, como si quisieran aferrarse a su piel. Una falda de color negro, ajustada a su cuerpo. Su cabello plateado, perfectamente esculpido, contrastaba con los labios rojos como veneno bien dosificado.
Las gafas ocultaban sus ojos, pero todos sabían que, tras ellas, observaba, juzgaba y calculaba.
Al salir de la mansión, era observada desde dentro de la panadería. En el barrio, ella era tema de conversación. El cuchicheo constante entre los vecinos, indiscreto, surgía solo al verla salir.
Una de las chismosas del barrio afirmaba:
—Algunos dicen que fue esposa de un embajador, el cual desapareció en circunstancias misteriosas.
La panadera respondió con una sonrisa nerviosa:
—Otros dicen que no fue su primer esposo, ni su última víctima.
Todos le temían; la señora no hablaba mucho, no necesitaba hacerlo. Bastaba con una ceja alzada, con un gesto sutil, y la ciudad se movía a su voluntad.
Controlaba propiedades y muchos secretos.
Había algo en su presencia que hacía temblar a los hombres de negocio y derretir a los políticos.
Su poder era incalculable, según algunas lenguas.
Cuando sonreía, uno no sabía si sentirse halagado o condenado.
Su chófer, pulcro y muy pendiente de su seguridad, siempre estaba preparado. La esperaba como cada jueves, con la puerta abierta del auto.
Al verla, se acercó a ella, ofreciéndole su brazo para ayudarla a bajar el último escalón y conducirla al automóvil.
El portón, de rejas negras con finos encastres de color dorado, daba paso al vehículo. Desde dentro de este, se podía ver la panadería.
Ella observó que dentro de la panadería seguramente era tema de conversación.
Si todas supieran que con solo el gesto de su dedo, podría destruirles la vida, no se atreverían a hablar así de ella.
Era una costumbre que ella se dirigiera a la iglesia.
Su secretaria ya tenía compradas las flores que dejaría en el altar de la virgen.
Todos sabían que en un accidente aéreo, hacía veinte años, el avión donde volaban su hijo y nuera, cayó después de una gran explosión.
Ellos llegarían esa mañana de jueves, después de años de ausencia. Nadie sabía cuál fue el motivo por el que, después de casarse, jamás regresaron.
Al llegar a la iglesia, el chófer bajó del auto con el ramo de rosas. Se dirigió hasta la puerta, ayudando a la mujer a bajar.
Una vez que ella acomodaba su falda, tomó su bolso y le fue entregado el ramo de rosas.
Con una seña de mano, le dio a entender al chófer que debía esperarla.
Con la elegancia que la caracteriza, subió los cinco escalones y entró a la majestuosa iglesia. En la pila de agua bendita, mojó sus dedos, haciendo la señal de la cruz.
Caminó unos pasos, se arrodilló agarrándose de uno de los bancos. Una vez erguida, caminó por el largo pasillo que la llevaba a un lado del altar.
Ahí se encontraba la Virgen Milagrosa; besó sus pies, dejando el ramo de rosas en un jarrón de oro que ella donó, en honor a su hijo.
Se quedó unos instantes, rezando por él.
Mientras ella rezaba, se había dado cuenta de que en el segundo banco se encontraba quien debía entregarle una valiosa información.
Para no levantar sospechas, siguió unos segundos más y se sentó justo delante del hombre.
A los segundos, este hombre se arrodilló y con mucho disimulo le entregó un pendrive.
Este se persignó y desapareció como había aparecido.
Ella se levantó del asiento y, tomando otra vez el respaldo del banco, se puso de cuclillas, haciendo la señal de la cruz, y se retiró.
El chófer, al observar que salía, se acercó, ofreciéndole su brazo, repitiendo la misma situación que cuando la ayudó en la casa.
Ella, al entrar al auto, con una sonrisa sutil que esbozó, pidió ser llevada a su domicilio.
Ahora solo tocaba esperar y ver el contenido.
Sabía que muy pronto tendría noticias, las cuales esperaba con ansias.
Al llegar a la mansión, se dirigió a su habitación,
donde dejó su cartera, tomando de esta el pendrive.
Bajó de su habitación y se dirigió al despacho.
Encendió la computadora e insertó en ella el dispositivo. Abrió la carpeta, poniendo una clave porque, al estar encriptado, no podría descifrar su contenido.
Absorta leyendo el contenido, escuchó golpes en la puerta.
—Un momento, por favor.
Cerró la computadora y ordenó que pasaran.
Al abrirse la puerta, era la mucama, anunciando que la cena estaba lista.
Con frialdad, pidió que se retirara y que avisara que en unos segundos iría.
Una vez que la muchacha se retiró, tomó el pendrive y corrió un cuadro donde detrás había una caja fuerte. Abrió esta, puso en resguardo el aparato. La cerró, poniendo el cuadro con mucho cuidado.
Miró a su alrededor y se retiró satisfecha.
Se dirigió al comedor, y mientras le servían, pidió que le trajeran una de las mejores botellas de la cava.
Sería una ocasión especial y, como tal, debía prepararse. No dejaría pasar esta oportunidad.
Según lo informado, era a quien había estado esperando hacía años.
Aunque sabía que ponía mucho en riesgo,
el candidato era lo que faltaba.
Sería todo un reto.
¿Y quién en su sano juicio la rechazaría?
Continuará...
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