Capítulo 1: Un mal comienzo
¿Liberal? ¿Irresponsable? ¿Irreverente? ¿Excéntrica? ¿La oveja negra de la familia? Esos eran algunos de los adjetivos que me acompañaban desde que tengo uso de razón. Siempre fui del tipo de persona que era capaz de decir todo lo que pensaba sin importar el momento o la situación. Cabe destacar que, estaba tratando de corregir eso puesto que me había cerrado las puertas a diferentes oportunidades laborales.
En una familia grande y habladora, los errores se manifestaban en mayor medida. En cualquier reunión alguno de mis familiares tenía que mencionar alguna de mis metidas de pata. Que si no me había graduado con las mejores calificaciones, que si aún no tenía una pareja estable, que si tenía un empleo mediocre. Yo era como una especie de saco de boxeo para que todos se desahogaran.
A pesar de que aquella situación podía resultarme insultante, a veces la disfrutaba. Por lo general, terminaba respondiendo de forma sarcástica o devolviendo el ataque en mayor medida. «Pero tú no puedes decir nada porque te quedaste solterona y ya tiene 45 ¿cierto tía?»; «Pero si tu hijo mayor ya ha pasado como por cinco carreras y aún no se gradúa». Esas eran algunas de mis respuestas.
Había aprendido a devolver golpe con golpe. La vida me había enseñado a ser así. Las burlas desde mi infancia me perseguían. «Tú mamá es una cachifa», «No tienes papá», «tus ojos parecen de búho». Siempre terminaba restándole importancia, tanto, que llegó un punto en el cual los comentarios me resbalaban. O quizá nadie me importaba lo suficiente como para que su opinión significara algo para mí.
Como sea, ese viernes por la mañana me levanté de golpe. Era un día de gran importancia porque un chef afamado de la capital llegaría al restaurante para tener un día de prueba. Y la prueba no era para él, según los rumores, era muy estricto y tenía que evaluar el lugar en el que iba a trabajar antes de empezar. Supongo que me faltó mencionar que llevaba cinco meses trabajando como ayudante de cocina.
A pesar de que me había graduado como licenciada en idiomas, las ofertas de trabajo en esa área tenían un salario mucho menor en comparación a lo que ganaría trabajando en aquel restaurante. Y es que, por suerte, había logrado que me contrataran en un sitio que era súper caché. Era como lo mejor de lo mejor en la ciudad donde vivía.
Lo dirigía el señor Giuseppe Cabassi, un italiano que era nuestro chef en jefe. Pero, por cuestiones de la edad estaba buscando reemplazo. El señor Pepe se había convertido en una especie de padre para mí. Era un manojo de cordialidad y a pesar de que no sabía muchas cuestiones de cocina, me tenía paciencia. Sin embargo, mi trabajo en su mayoría consistía en pelar papas y cosas por el estilo.
Había algunas excepciones. De vez en cuando ayudaba con la decoración de alguno que otro platillo. Eso de decorarlos, en especial, los postres, me encantaba. Volviendo al punto inicial, trabajar con un chef reconocido quizá iba a ser mi pase a la gloria. Me estaba empezando a gustar la gastronomía y quería aprender todo cuanto pudiera.
Por eso, ese día llegué temprano. Me puse el uniforme en los vestidores y saludé a todos de forma jocosa. Era la más joven de mis compañeros. Tenía 21 años y el resto de empleados rondaban los treinta o un poco más. Yo había ido a lo mío, todos detestaban pelar papas, así que siempre me dejaban esa tarea a mí. Iba terminando con mi labor, cuando por el umbral apareció un hombre alto acompañado del señor Pepe.
Sentí que la boca se me desencajaba y no pude evitar que mi miraba recorriera de arriba-abajo al hombre en cuestión. Con rostro simétrico, ojos oscuros y profundos, nariz recta y respingada, boca prominente y rojiza. Hombros anchos, brazos grandes y firmes, manos amplias con dedos largos, uniforme que parecía confeccionado especialmente para él. ¡Jesucristo!
—Marisela —me llamó mi jefe despertándome de mi ensoñación. Parecía que había pasado más tiempo del que imaginaba en trance— conoce al chef con mayor reconocimiento en el país, Carlos Alcántara. —Me levanté del pequeño banco donde estaba sentada con papa y cuchillo en mano.
—Encantada —alcancé a decir con un ligero temblor en la voz. Estaba más que encantada. Más que chef, aquel individuo parecía un actor porno.
—Será un placer trabajar con todos —dijo él sin mirar a nadie en especial y dedicándonos una rápida sonrisa que me permitió fijarme en sus dientes perfectos y blancos. ¿No tenía nada de lo que pudiese burlarme?
Continué con mi tarea de las papas, mientras todos se ponían manos a la obra. La emoción inicial quedó de lado cuando me percaté de que el nuevo chef dictaba órdenes a diestra y siniestra. Su voz grave no temblaba al soltar regaños cuando alguien cometía un error.
Cuando terminé con mi labor tratando de ser invisible, permanecí sentada en el banco en un rincón sin saber qué más hacer. Por lo general, el señor Pepe, me decía en qué debía ayudar, mis labores eran tan variadas que a veces terminaba haciendo mandados. Cuando míster Alcántara se dio cuenta de mi situación dijo:
—Usted, ayude a Rodríguez con la elaboración de las entradas de hoy por favor.
Por un momento me quedé estática sin saber con quién él estaba hablando, hasta que me señaló. Vi detrás de mí, como si por arte de magia, tuviese atrás a otra persona, y luego recorrí el lugar preguntándome quién podría ser el tal o la tal Rodríguez. Me sabía los nombres de todos, pero era demasiado despistada como para recordar también los apellidos.
Por suerte, Vanessa me hizo señas con las manos para que fuese con ella y eso hice a paso lento para no tropezar. Sentía la mirada del hombre fija en mí, pero no se sentía como una mirada cordial, era el peso de una mirada hostil. «¿Y yo qué le hice?», me pregunté avanzando a paso lento. Vanessa me explicaba en medio de susurros cómo podía ayudarla. Pero el día continuó con regaños de un lado a otro.
La mayoría iban dirigidos a mí. Estuve a punto de replicar en varias ocasiones, pero me contuve porque para el señor Pepe, parecía muy importante en tener a aquel hombre como parte del equipo. A pesar de eso, el tiempo fue condescendiente y avanzó rápido. Las jornadas de trabajo eran de siete horas. Yo comenzaba a las 8:00 am y terminaba a las 3:00 pm. Luego, venían los del turno de la tarde que iniciaban a las 3:00 pm y se iban a las 10:00 pm.
Al no ver moros en la costa, lo primero que hice al despojarme de mi uniforme fue ir hasta la oficina de mi jefe. Toqué la puerta dos veces, y tras escuchar el “pase”, entré y cerré la puerta tras de mí.
—Señor Pepe, espero que no tome a mal lo que voy a decirle, pero el chef nuevo es un energúmeno. Nos regaña a diestra y siniestra y no es para nada cordial —mi jefe pareció pasar del blanco al morado en cuestión de segundos —¿Está bien? ¿Quiere agua? —pregunté acercándome. En eso, la puerta del baño de la oficina del señor Pepe se abrió y apareció la persona a la que me refería.
—¿Decías? —preguntó el susodicho haciendo que deseara que me tragara la tierra en aquel momento.
—Este… —me rasqué la cabeza sin saber cómo continuar.
—Señor Giussepe, la señorita aquí presente no sabe nada de gastronomía. No conoce los términos, su forma de trabajo es lenta y no sigue los lineamientos ni las reglas básicas. ¿Prosigo? —preguntó mirando en mi dirección con ojos feroces.
—En mi defensa, solo soy ayudante de cocina —comenté como quien no quiere la cosa.
El señor Pepe nos observó a ambos y se irguió en la silla con aspecto cansado. El pequeño espacio se hizo pequeño para el peso que se había apoderado del lugar.
—Por ser el primer día, es normal que se presenten —mi jefe pareció pensar en una palabra ideal para definir aquello durante unos segundos —altercados. Sin embargo, espero que esto no sea un impedimento para llevar un buen ambiente laboral. Y en caso de que así sea, la joven Marisela Flores puede ser trasladada al turno de la tarde.
Respiré tranquila ante aquella respuesta. Eso era lo mejor que podía esperar teniendo en cuenta de que podía haber sido despedida solo por comentar aquello.
—Espero entonces el traslado de la joven en cuestión, para que mi jornada laboral resulte amena. Gracias. —tras decir aquello, el atractivo Alcántara abandonó el recinto dejándonos al señor Pepe y a mí con la boca abierta.
—Tan poco fue para tanto, ¿verdad? —le pregunté a mi jefe cuando quedamos solos.
Capítulo 2: La noche es joven
Salvarme de un despido casi seguro no había despajado de mi pecho la sensación de impotencia. Sentía que me habían clavado una espina y no había tenido oportunidad de sacarla. Como el señor Pepe me conocía, me pidió que dejara todo como estaba y que simplemente ignorara la actitud de Alcántara. Me explicó que, a pesar de ser bastante joven, era muy serio en su trabajo y detestaba los errores.
—Claro, soy un error —repliqué molesta.
—Marisela —habló él mostrando su faceta seria —sabes que no, pero no todos son tan pacientes como yo.
—Nadie reemplazaría a mi viejito favorito —respondí dedicándole una sonrisa. ¿Cómo no querer al señor Pepe si era una fuente de ternura? Era un hombre mayor regordete y con el cabello blanco. Parecía un San Nicolás de baja estatura. —Pensé que ibas a echarme —añadí cruzando los brazos.
El negó.
—Sabes que a pesar de que tienes poco tiempo aquí, te has convertido en una hija para mí.
Me acerqué hasta él y tomé una de sus manos con las mías. Tenía ganas de abrazarlo, pero sentía que no era el momento ni la ocasión para eso. Luego de nuestro momento tierno, me despedí para marcharme a casa. Cuando iba saliendo del restaurante me percaté de que el señor Alcántara le había dado la llave de su auto al del valet parking y se encontraba esperando.
—Señor —dije colocándome detrás de él y apretando mi bolso con fuerza. El acaudalado chef se giró y me dedicó una mueca que parecía de todo, menos de cordialidad. —Le pido disculpas por lo que dije, a pesar de que usted no fue el más amable, eso no me da el derecho a hablar a sus espaldas.
Y ahí estaba yo, intentando ser una mujer hecha y derecha y desobedeciendo la orden de mi jefe.
—Que te quejes porque alguien te hace ver tus errores habla muy mal de ti —respondió mirándome desde las alturas, se veía más alto una vez que ambos estábamos más cerca.
—Ok, tiene usted razón. Pero, dejando eso de lado, usted no se ganaría el premio a la persona más amable del planeta.
—No me interesa ganarme ese premio —replicó con desdén.
—Me lo suponía —respondí a mi vez —En fin, eso era lo único que quería decirle. A partir de ahora podemos ignorarnos mutuamente si eso desea.
El parecía tener ganas de sonreír, pero se mantuvo serio y asintió. Me di la vuelta sin comprender su actitud y caminé maldiciendo por lo bajo hasta la parada de autobuses. Egocéntrico, malhumorado, maleducado, inmaduro, intolerante, creído… Repasaba la lista de malas cualidades para atribuirle a aquella persona en todo el camino.
Cuando luego de mi viaje de 15 minutos llegué a mi casa, me lancé en la cama agotada. El día siguiente iba a tener que trabajar en la tarde y todo por culpa del chef más afamado del país. ¡Que se meta su fama por donde le quepa! Mi mamá llegó a eso de las cinco de la tarde y venía en compañía de mi mejor amiga Rocío.
La primera, me dio un beso en la frente, cuando ingresé a la sala y siguió de largo a su habitación y la segunda se sentó en el mueble de la estancia. Rocío era mi mejor amiga pelirroja y a diferencia de mí, parecía una súper modelo. Era alta y con curvas estilizadas, sin dejar de lado, su largo cabello rojo. ¿Su mayor complejo? Las pecas que adornaban su frente y gran parte de su cuerpo. A decir verdad, eran tantas, que ni el maquillaje era capaz de ocultarlas.
—¿Hoy nos vamos de fiesta o te toca trabajar mañana? —preguntó acostándose en el mueble.
Bufé.
—Me cambiaron el horario a la tarde.
Ella sonrió.
—¿Eso es excelente no? Ya así no podrás usar excusas para salir con tu mejor amiga.
Quité sus piernas del mueble para sentarme a su lado.
—La verdad no, todo fue por culpa del nuevo chef “más afamado del país” —repliqué haciendo comillas con las manos. —Un idiota es lo que es.
Rocío no se asombraba cuando hablaba mal de la gente, porque era bastante normal que yo me metiese en problemas con todo el mundo. Además, también tenía una tendencia excesiva a quejarme.
—Por eso, salgamos esta noche… Así me cuentas de ese chef y nos tomamos unos tragos. ¡Lo necesitas!
Suspiré.
—Sabes que desde lo de la otra vez, he evitado salir —dije cabizbaja recordando el incidente de hace un año.
—Por Dios Marisela. ¿Cuánto ha pasado ya? Ya te dije que ese hombre se fue de la zona. No te lo toparás ni de milagro.
Inhalé y asentí. Ella tenía razón, necesitaba un par de tragos y despejarme un poco. Bailar era una de mis pasiones y no tenía reparos en romper la pista. Sin embargo, luego del suceso que me había traumatizado, había dejado de salir tanto como antes.
*-*-*-*-*-*
Rocío, mi mamá y yo comimos mientras platicábamos. Ana María, mi mamá, contaba que en el trabajo le dieron una buena cantidad de dinero por la limpieza. Se veía bastante contenta, aunque comenzaba a quejarse por el dolor de brazos. Mi progenitora tan solo tenía 46 años y si algo deseaba, era poder darle la vida que ella se merecía. Así, podría dejar de trabajar.
Cuando terminamos de comer, Rocío lavó los platos y nos sentamos en la sala a ver una película. Era una costumbre que teníamos todos los viernes. Las tres nos llevábamos muy bien y podíamos pasar hablando mucho rato. Lo mejor era que, a pesar de que mi mamá era “una mujer mayor”, no era de juzgar, ni de meterse en nuestras vidas. Por ejemplo, en mi caso, ella respetaba mis decisiones.
Me aconsejaba sí, pero no tenía tabúes en hablar del sexo o de las relaciones. Ella y yo teníamos una relación de complicidad. En fin, cuando empezó a oscurecer me fui con mi amiga hasta su casa, la cual quedaba a unas cuentas cuadras. Ya Ana María, sabía que nos íbamos de fiesta así que solo me dijo que me cuidara y no regresara tan tarde.
Mi amiga me iba a prestar uno de sus vestidos. Solo accedí porque un vestido de ella, debido a mi estatura me iba a quedar como un gran camisón. Rocío era alta y yo, bastante baja o digámosle, diminuta.
Me prestó un atuendo negro que me quedaba más que aceptable. Era ceñido al cuerpo y a pesar de ser de tirantes me cubría la mayor parte del cuerpo. Me llegaba a media pierna, así que podía sentirme sexi, pero no vulgar. Y no es que no me gustara sentirme de vez en cuando vulgar, pero aquel día, no estaba de humor.
Una vez estuvimos listas, nuestra amiga Teresa, pasó a recogernos en su coche. La noche era joven y las tres, estábamos listas para la aventura. Tere y Rocío iban hablando de forma animada, mientras mi cabeza divagaba en los acontecimientos del día. Mi mente no podía parar de recordar al tal Carlos Alcántara de cuando en cuando.
Tanto así, que me estaba preguntando si acaso yo era masoquista. Porque, si al caso vamos el hombre podía estar muy bueno y todo, pero no era nada cordial y mucho menos simpático. Una vez llegamos al establecimiento nocturno, abrí la boca con sorpresa porque la verdad es que no lo conocía.
Se veía bastante elegante y “nice” a pesar de ser una discoteca más del montón. Como llegamos a eso de las doce de la noche, no había muchas personas. Por lo general, todos empezaban a llegar a eso de las dos de la mañana. Mis amigas y yo fuimos directo a la barra y pedimos unas cervezas. Queríamos refrescarnos y si no queríamos terminar borrachas rápido debíamos empezar por algo leve.
Estábamos conversando y riéndonos cuando apareció un mesonero con tres vasos pequeños y una botella de whisky.
—Se los envía el señor de allá arriba —dijo el hombre señalando al susodicho que estaba en el segundo piso y nos observaba desde una especie de balcón. Aquella era la zona vip, solo los que estaban dispuestos a pagar por una mesa allá podían subir.
—La rechazaremos gracias— dije elevando la voz, pero ya mis amigas habían tomado la botella y le dedicaban al moreno sonrisas de alegría.
El que nos regaló la bebida, miraba con especial atención a Rocío e iba vestido de forma elegante. Me quedé un rato observándolo en silencio para decidir si era o no un acosador cuando a su lado se paró la persona a la que #1 menos quería ver y #2 era el causante de mis desgracias. Bueno, solo de que estuviese de malhumor y que me hubiesen cambiado al turno de la tarde.
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