—¡Uh! Escuchá esto —le dije a mi hermano con emoción en la voz—.
—¿Qué cosa? —preguntó él, con cara de poco interés—.
—Supuestamente hay otro juego como el Polígonus.
—¿Poli… qué? —preguntó frunciendo el ceño y con algo de asco en la mirada.
—¿No te acordás del jueguito del avioncito? Ese que dicen que te volvía loco, que causaba esquizofrenia o algo así.
—Ah, sí, el "Polybius" animal, no "polígonus", jajajaja.
—Bueno, ese.
—Sí, lo conozco. El Nico decía que su tío intentó matar a su abuelo con un ataque para quedarse con la herencia, pero no funcionó.
—Ja, ja, ja, conociéndolo, no sé si es verdad o mentira. Pero mirá esto. Ahora supuestamente hay uno que es medio raro, posta.
—A ver, ¿cómo se llama? —dijo, acercándose a la pantalla.
En la computadora se veía un foro de Reddit donde yo había estado leyendo. Apenas mi hermano vio la página, la reconoció.
—Sí, lo vi. Ya lo descargué —me dijo con tranquilidad.
—¿Cómo que lo descargaste? —pregunté, sorprendido.
Se suponía que ese juego no se podía descargar, que era una leyenda urbana. ¿Cómo tenía él una copia?
—Me vi como mil tutoriales en YouTube hasta que lo logré. Fue un quilombo —explicó—, pero no funciona. Se queda todo en negro, supuestamente tenés que escribir "comenzar", pero no pasa nada.
Le pedí a mi hermano que me lo mostrara y resultó ser tal cual lo había dicho. Vimos un par de tutoriales, y rápidamente entendí cuál era el problema: para arrancar el juego, no había un archivo común con doble clic ni nada parecido. Tenías que abrir algo llamado “interfaz de línea de comandos” y ejecutar el juego desde ahí.
Probé hacerlo yo mismo, y para mi sorpresa, funcionó.
No apareció ninguna pantalla de inicio ni tutorial. Solo un personaje pixelado, estilo Axe 3, un juego de SEGA que jugué hace unos años.
Por impulso apreté las teclas “AWSD” esperando moverme, pero no pasó nada. Toqué las flechas y el muñeco, que se parecía bastante a Blanka de Street Fighter, empezó a moverse. Probé otras teclas: la “Z” era un golpe recto, la “X” un gancho, la “C” se agachaba, y la “V” era como un súper gancho que hacía que el personaje saltara y mandara volando al enemigo.
Cuando empecé a caminar, aparecieron otros muñequitos. Sus sprites eran bastante torpes, un pixel art básico y sin detalles, puro 16 bits, suponía que era un juego de hace 30 años. No se podía pedir más.
Pero a pesar de lo extraño de los controles, no había mucho problema para acostumbrarse. La música era la típica de los juegos de esa época, con esa paleta de colores clásica, y sobre todo, los movimientos eran torpes, lo que se esperaba.
Me volví adicto a usar la “V”. Ese gancho con salto mandaba a los enemigos a volar y se veían caer a un lago en el fondo de la pantalla. Nos matábamos de risa con mi hermano cada vez que lo hacía.
Y los gritos típicos del cine de terror del siglo pasado, no colaboraba a que lo tomáramos con seriedad.
Todo iba bien hasta que, en medio del camino, un NPC nos bloqueó el paso.
Solo repetía un mensaje: “Para vencer a Murlo, tenés que encontrar el hacha indestructible”.
<¿Está en español?> me pregunté.
—¿Le descargaste una traducción? —le pregunté a mi hermano.
—No, viene así —respondió sin entender mucho—. ¿Qué pasa? —
Es raro. Si un juego así tiene traducción, mínimo tendría que haber sido famoso. Es raro que no se sepa nada de este juego.
—Capaz que se hizo en España, ¿no?
—¿Viste que dice “tenés qué”? Eso es muy argentino. Y no conozco ningún juego de SEGA argentino.
Me quedé pensando mientras seguía jugando.
Encontré el hacha y seguimos matando todo lo que se cruzaba.
Mi hermano notó algo.
—El hacha es medio trucha —dijo entre risas.
—Tenés razón —exclamé— me estafaron, ya tiene la mitad de vida.
Mientras admirábamos eso, apareció Murlo.
Probamos de todo, pero no podíamos hacerle daño. Cada vez que moríamos teníamos que empezar desde cero. Lo intentamos tres veces y no pudimos.
Ya eran las 3 de la mañana, así que nos fuimos a dormir.
Al día siguiente, al volver de la facultad, mi hermano me mostró un video. Era un YouTuber que hacía gameplay y decía que para pasar el juego había que modificar algunos archivos porque estaban mal configurados. Había que rotar a Murlo.
Mi hermano puso su cara más tierna y me preguntó si podía hacerlo.
Le borré la sonrisa de un manotazo y le dije con superioridad: —Me debés una Coca-Cola.
Nunca pensé que esa iba a ser la última noche en la que iba a poder dormir con el celular prendido.
—Mirá, Lucas. Presta atención porque esto también es enseñanza para la vida —dije, mientras abría el bloc de notas con los archivos del juego—. Andá buscando hielos para la Coca, que me vas a tener que comprar.
Lucas me miró con cara de “dale, genio, sorprendeme”, mientras se acomodaba en la silla de al lado. El juego todavía estaba ahí, congelado en negro. Pero esta vez yo tenía el control.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó.
—Cambiar los elementos —dije con aires de hacker, aunque por dentro no sabía bien qué estaba haciendo.
Empecé a revisar los archivos internos. No había carpetas con nombres normales, sino cosas como NVL_01, SYS_BG, ACT_MURLO. Nombres raros, medio cortados, como si hubieran sido hechos a las apuradas… o como si hubieran sido escondidos.
Abrí uno que se llamaba NVL_01 y dentro había otra carpeta: ENEMIGOS > MURLO > VIDA. Sonreí. No dije nada, pero Lucas me miró raro.
—¿Encontraste algo?
—No, nada, cosas mías —respondí mientras mantenía la cara neutra.
En la misma carpeta, al lado del archivo de “Murlo”, había otro que decía OBJ_HACHA. Abrí ese también. Era un archivo de texto plano con líneas que cualquiera entendería: durabilidad\=999, peso\=2.5, daño\=12.
Y abajo, algo interesante: tipo\=arma_indestructible.
Sonreí de nuevo. Copié esa línea, la pegué en el archivo del hacha en su lugar puse el de Murlo.
—Listo —dije, cerrando todo con un clic—. Vamos a ver si funciona.
Volvimos al juego. Otra vez el personaje estilo Blanka, otra vez los enemigos torpes de 16 bits. Todo igual. Pero esta vez, cuando agarramos el hacha, la barra de vida no bajó. Y cuando encontramos a Murlo…
—¡Le sacamos vida! —gritó Lucas como si hubiéramos ganado un Mundial.
Después de un par de golpes certeros, Murlo cayó al lago con el típico grito digital de los 90. La pantalla titiló. Un mensaje apareció: FELICIDADES. HA SUPERADO EL PRIMER NIVEL.
—Amigo… —dijo Lucas—. Nos convertimos en hackers.
—No somos hackers —le dije—. Somos artistas del código.
Nos reímos como idiotas durante un minuto entero, mientras el juego nos llevaba automáticamente al segundo nivel.
Al principio parecía igual. Pero había algo… extraño.
Los enemigos ahora gritaban al morir. No como antes. Gritaban… distinto. Como si el sonido estuviera al revés. Era un chillido que se metía bajo la piel. Uno incluso dijo algo, o eso creí escuchar.
—¿Escuchaste eso? —le pregunté a Lucas.
—¿Qué cosa?
—Nada, nada…
Se me erizó la piel.
Seguimos. Aparecieron objetos en el camino: piedras, jarrones, cajas. Podíamos agarrarlos y tirarlos con una nueva tecla: la B. Cuando mantenías apretado, el personaje cargaba fuerza. Si soltabas rápido, tiraba cerca. Si esperabas, tiraba más lejos. En un arco. Como un juego dentro del juego.
Nos pasamos diez minutos tirándole piedras a todo lo que se movía.
—¡Tenés puntería, eh! —dijo Lucas.
—Obvio. En mí otra vida era francotirador.
Pero el humor se fue cuando aparecieron los pájaros.
No se los podía golpear con el hacha. Solo con piedras. Te atacaban de arriba, chillaban feo, y si te agarraban mal parado, te mataban de un golpe. Tuvimos que repetir varias veces.
Hasta que llegamos al jefe del nivel.
Un pájaro enorme. Volaba tan alto que nuestras piedras no llegaban. Ni cargándolas al máximo. Intentamos saltar, buscar plataformas, todo. Nada.
—¿Y si modificás el salto? —preguntó Lucas.
—¿Qué?
—Sí… como hiciste con el hacha.
Me quedé en silencio. Después, me levanté y abrí el archivo. PLR_JMP. Ahí estaba: jump_force\=3. Lo cambié a 5.
Volvimos al juego. El personaje ahora saltaba como si tuviera muelles en las piernas. Saltamos, tiramos, acertamos.
El pájaro se partió al medio con un chillido distorsionado.
Pantalla negra. Nivel superado.
Lucas me miró con una sonrisa enorme.
—Tenés que subir esto a internet. Seguro nadie lo hizo así.
Buscamos en foros. Y no era cierto. No éramos los únicos.
Había miles de personas compartiendo soluciones. Unos modificaban la piedra para que volara más lejos. Otros hacían que el pájaro apareciera más abajo. Había una comunidad entera buscando formas de romper el juego para seguir adelante.
Modificar los parámetros, era lo más básico.
Pero todos decían lo mismo: nadie pudo pasar del nivel 7.
Y abajo de uno de los hilos, alguien comentó algo que nos dejó helados:
"El youtuber AlekzCore lo intentó. Llegó al nivel 7. Subió un video en blanco. Después desapareció. Su cuenta quedó con una sola nota: ‘Lo entendí. Pero no era para mí.’”
Lucas me miró sin decir nada. La pantalla seguía en negro.
Y por primera vez, no parecía tan gracioso eso de ser artista del código.
—Seguro es clickbait —dije, cerrando la pestaña de Reddit—. Seguro lo hacen para juntar seguidores.
—Y... puede ser, viste cómo son ahora —respondió Lucas desde la cama, con el celular en la mano—. Todo por seguidores.
—Ni que fuera tan difícil llegar al nivel ocho.
—Ni que hubiéramos pasado del tres.
Nos reímos flojo. El monitor seguía prendido con la pantalla del menú del juego en negro, como si también esperara nuestra decisión.
—Igual, ya fue. Vamos a dormir —dije, estirándome—. Mañana tengo que cursar temprano.
Lucas se levantó sin ganas. El juego quedó pausado, las luces apagadas, y por un rato, todo volvió a ser normal.
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Llevé la notebook a la facultad. Era un día largo, pero entre clase y clase abrí el explorador de archivos para seguir revisando los datos del juego. Algo no me cerraba. Había una carpeta llamada INT_SYS_CORE, y dentro, subcarpetas como sound_env.bin, layer_handler.dat, y una especialmente llamativa: MESH_CHILD_OBJ.
Me detuve. No eran nombres comunes en juegos retro.
Abrí el monitor de recursos del sistema. El juego usaba más RAM de la que debería, mucho más. También tenía procesos en segundo plano, uno llamado VListener.sys, que sonaba a algo relacionado con audio. Me puse incómodo.
—Esto no es un juego de SEGA —murmuré. Era obvio. Tal vez estaba diseñado para parecerlo. Un homenaje, una imitación… o quizás…
Cerré todo y abrí un informe que tenía pendiente. La entrega estaba fijada para dentro de una semana. Un trabajo difícil, pero que ya estaba listo. Solo tenía que seleccionar la parte que decía:
"Participantes: Esteban Ariel Ferreira",
y borrarlo.
Tragué saliva. Dudé. Mi dedo flotó sobre la tecla de borrar, pero no lo hice. Solté un suspiro y cerré la notebook sin guardar los cambios.
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Al volver a casa, todavía con la cabeza en otro lado, me puse a tocar el piano. Algo simple, melancólico. Sin darme cuenta, había empezado a improvisar una canción que conocía bien, una que habíamos compuesto con Esteban en quinto año. Mi mamá se asomó a la puerta.
—¿Vos tocando el piano? Hace meses que no te sentás ahí.
—Estoy nostálgico —respondí con una sonrisa medio fingida—. O capaz me está pegando el frío.
Ella no dijo nada. Se quedó mirándome con ternura y se fue.
A los diez minutos llegó Lucas. Venía del club, agitado.
—¡Prendé la compu! ¡Rápido!
—¿Qué pasó?
—¡El foro está a full! Hay un youtuber, CuarzoRetro, que puso un reto: el primero que grabe cómo llega al nivel ocho y lo sube, se gana mil dólares. ¡Mil!
—¿Otra vez con eso? No te creas todo lo que ves...
—Dale, juguemos. Aunque sea para ver si llegamos al nivel cuatro.
Suspiré y encendí la notebook. No voy a mentir, una parte de mí quería que fuera real eso de los mil dólares.
El juego arrancó sin problema. El nivel 3 comenzó igual que los anteriores: enemigos torpes, mismos gráficos, misma música repetitiva. Hasta que apareció algo nuevo.
Un cofre brillante en medio del camino. Nos acercamos. Tenía una cerradura con símbolos: cuadrado, triángulo y pentágono. El orden era evidente: triángulo, cuadrado, pentágono.
Al abrirlo, apareció una pulsera dorada. El inventario no decía nada. No sumaba fuerza ni vida. Solo estaba ahí.
—Debe ser decorativa —dijo Lucas.
Seguimos jugando. Más adelante, un niño pixelado apareció en medio del camino. Cuando nos acercamos, no atacó. Y cuando presionamos la tecla de golpe, el personaje levantó el hacha... y el niño salió corriendo, llorando, hasta desaparecer entre los árboles.
—Eso fue... —dije entre dientes.
—Raro... —agregó mi hermano.
No lo respondí. Seguimos avanzando.
Más adelante, encontramos una puerta gigante. También tenía un puzle, pero no como el anterior. Era un panel lleno de figuras extrañas, distorsionadas. Las texturas parpadeaban. Eran decenas, todas ilegibles.
—No hay forma de resolver esto —dije.
—¿Y si cambiás los archivos como hiciste con el jefe anterior?
Lo pensé. Lo hicimos.
Fui a los archivos. Tal como con el hacha, cambié las cerraduras.
Ahora el cofre era imposible de abrir, pero lo único que perdíamos era una pulsera de adorno. Probamos abrir la puerta y esta vez lo logramos.
Pero a los pocos pasos, un NPC nos detuvo. Una anciana sentada junto a una fogata. Su sprite temblaba un poco.
—Para entrar a la aldea, necesitás mostrarme que los Dioses te eligieron —dijo, extendiendo su mano.
—¿Será la pulsera? —susurró Lucas.
—Pero ya no la tenemos.
Intentamos pasar de todas formas. Entonces aparecieron guerreros dorados. Nos mataron de un golpe.
Respawn. Otra vez desde el inicio del nivel.
Probamos de nuevo. Esta vez jugó mi hermano.
—Yo soy jugador de Dark Souls. El no-hit es mi firma —dijo con orgullo.
Fue eliminado en el acto.
—Ya usamos dos vidas —le dije con un tono burlón—. Busquemos en internet cómo pasarlo —agregué.
—¡No! Mejor tratemos de pasarlo solos. No tiene chiste así —argumentó Lucas.
—Pero vamos a estar toda una vida así —expliqué.
—Bueno, diez vidas y ahí buscamos.
—Na, es una banda. Tres —traté de negociar.
—Cinco —retrucó.
—Bueno, dale —dije, aceptando sus demandas adolescentes.
Probamos desde el juego mismo. Morimos dos veces más. Parecía no tener solución.
—¿Y cambiar los archivos de otra forma? ¿Hackearlo como antes, no podés?
—Que no soy hacker —le respondí—. Pero sí, voy a probar algo.
Reiniciamos desde cero. Esta vez, agarramos la pulsera primero, guardamos el progreso, cerramos el juego, cambiamos los archivos y reabrimos. Avanzamos y, al llegar a la puerta, esta tenía la cerradura del cofre. Logramos cruzarla, y con la pulsera en mano.
Cuando llegamos a la anciana, se la dimos.
—Los Dioses te han elegido. Bienvenido —dijo.
La pantalla se desvaneció. Nivel completado.
Y entonces empezó lo raro.
El nuevo escenario cargó mal. Algunos enemigos estaban de espaldas. Otros flotaban. Uno se movía en línea recta hacia nosotros sin animación. Un pájaro multicolor parpadeó, luego desapareció.
—¿Eso fue un glitch?
—Era hackearlo, no romperlo animal—me cuestionó mi hermano.
—Yo no hice nada. Solo cambié las cerraduras. El juego debe estar mal.
Nos quedamos mirando la pantalla en silencio. La música seguía sonando, pero ahora había algo nuevo. Un sonido… ¿una voz?… reproducida al revés, de fondo.
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