[Interior – Centro de autobuses. Noa está sentado, esperando el autobús de las 23:00 rumbo a su nueva universidad.]
Noa (feliz pero con una mirada vacía):
—Por fin… soy libre… No más hermanas… Solo yo y mi nueva vida.
Narrador:
Está dejando su casa para irse a la universidad más lejana de su ciudad.
Y en especial, lejos de sus cinco hermanastras.
Chicas que, sin razón clara, parecían obsesionadas con él.
Pero una cosa era segura: no dejaría que siguieran con eso.
Y se los dejó muy claro el día que recibió la carta de aceptación.
Noa (con una gran sonrisa):
—No puedo esperar a llegar a mi nueva escuela.
No puedo esperar a tener una carrera, una vida lejos de todo…
Incluso Sora —la mayor— se sorprendió al verme feliz.
Narrador:
Pero el destino tenía otros planes.
Vio cómo el autobús de las 23:00 se acercaba a la estación…
Demasiado rápido.
Atravesó el ventanal de vidrio con un estruendo brutal.
Y lo último que Noa vio fue oscuridad.
No hubo pensamientos finales.
Solo… aceptó su muerte.
[Interior – Habitación desconocida. La luz de la luna es lo único que ilumina el lugar.]
Narrador:
Noa despertó.
Su cuerpo temblaba.
No sabía dónde estaba, pero una cosa era segura:
No era su hogar.
Y más que sentirse agobiada o al borde del pánico…
Parecía que no le importaba.
Noa (con una sonrisa apagada):
—Estoy rodeado de mármol… y decoración de alguna serie de época que Rebeca veía mientras me molestaba.
Podría sentir tristeza… ¡pero no puedo!
No me importa revivir mi vida.
No quiero regresar a ser Noa…
Aunque… mi voz… suena rara.
Narrador:
Se acercó al espejo.
Y lo que vio lo dejó sin aliento.
Cabello corto, amarillo como el sol.
Ojos rojos que brillaban suavemente.
Una figura delgada, frágil… femenina.
Noa (extrañado):
—No sé si… si puedo decir que soy… un chico.
Narrador:
Impulsado por esa incomodidad extraña…
Llevó las manos a su cuerpo.
Y lo confirmó.
Noa (con el rostro encendido de vergüenza):
—No está… mi… no está…
Espera…
Soy…
Soy una chica.
[Exterior – Fuera de la habitación desconocida. Ahora recorre los pasillos, intentando no despertar a nadie.]
Narrador:
Impulsado por la curiosidad, Noa decidió salir de la habitación.
Los pasillos eran largos, decorados con cuadros antiguos, y todo tenía un aire… lujoso.
Definitivamente no estaba en un hospital.
Noa (con curiosidad en los ojos):
—Este lugar me resulta… familiar.
Tal vez… tal vez son los recuerdos de este cuerpo.
Narrador:
Intentó abrir varias puertas.
Todas estaban cerradas con llave…
Hasta que una cedió.Dentro, encontró varias pinturas, retratos antiguos colgados en la pared.
Familias bien vestidas, con gestos solemnes.
Nobles.
Noa (impresionado):
—Parece que pertenezco a una familia de aristócratas…
Narrador:
Pero entonces… lo vio.
Un retrato con su nuevo rostro.
Una placa dorada bajo el marco.
Y un nombre que reconoció de inmediato.
Noa (con un escalofrío):
—No…Solo conozco una persona con ese nombre…
Narrador:
Leyó en voz alta, con un nudo en la garganta:
Noa:
—Antonieta Alcalá de la Alameda…Narrador:
Y lo entendió todo.
Noa (horrorizado):
—No…Soy una chica…
No…
¡Soy la villana de un anime de romance, tipo otome pero con mechas! 
Capítulo 1:
[Interior – Academia Real de Estrategia y Combate de Helior., Salón de Aristócratas Nivel A-recuerdo]
(La cámara panea sobre un salón imponente. Pisos de mármol brillante, vitrales coloridos que dejan pasar la luz como si bendijera el suelo, y filas de estudiantes nobles sentados en escritorios labrados a mano. Todo es perfección contenida.)
Narrador (con tono dramático):
Ella era Antonieta Alcalá de la Alameda, una noble que podría llamarse a sí misma el pináculo de la sociedad aristócrata actual.
Conocida por su orgullo férreo y su absoluto desprecio por la sangre plebeya.
Y ahora, su mirada se posa sobre la nueva alumna: Valeria Woobber.
Valeria (con una gran sonrisa, nerviosa pero entusiasta):
—¡Soy Valeria Woobber! Encantada de conocerte.
Antonieta (sonriendo con frialdad):
—Entonces tú eres… la becada.
Valeria (asintiendo con inocencia):
—Sí, soy...
Narrador:
No la dejó terminar.
Antonieta levantó la mano con gracia estudiada y le dio una bofetada seca.
No fue con fuerza: ella odiaría lastimarse la mano por algo tan vulgar.
En cambio Noa tragó saliva desde su mente atrapada en el recuerdo. “¿Eso hice yo...? No, no fui yo. Fue ella. Fue Antonieta”, pensó, encogiéndose internamente ante la violencia gratuita.
Antonieta (ahora mirando con un desdén helado):
—Es increíble cómo esta academia permite algo tan ordinario.
Si valoras el honor de esta institución… deberías marcharte.
Valeria (con lágrimas en los ojos):
—Mi familia cuen...
Narrador:
Valeria cayó al suelo, sus palabras ahogadas por la humillación.
Pero Antonieta no escuchaba.
Se cruzó de brazos, avanzó unos pasos, y con voz grave y decidida, sentenció
Antonieta:
—No me importa.
Te quiero fuera de esta academia.
[Interior – Cuarto de los marcos. La luz del día se filtra suavemente por las ventanas. Noa despierta.]
Noa (ahora en el cuerpo de Antonieta, con voz apagada):
—¿En serio soy… ella?
No me parezco en nada a esa bruja.
Quizá solo debería... ser yo.
Y no meterme en cosas que, sinceramente, no me importan.
Narrador:
En ese momento, una criada entró.
Al verla despierta, quedó boquiabierta.
Noa (tratando de sonar altiva):
—Buenos días.
Sirvienta (nerviosa):
—¡Señorita Antonieta! ¿Qué hace aquí?
Noa (improvisando):
—Escuché que mis padres quieren ponerme más cursos…
Y, bueno… los nervios no me dejaron dormir.
Sirvienta (inclinándose):
—Mi señora, debemos ir a su habitación.
Debemos dejarla presentable para el desayuno con sus padres.
Narrador:
Noa respiró hondo, y de alguna manera, logró ejecutar una reverencia torpe pero convincente.
Noa (con voz suave):
—¿Serías tan amable de guiarme a mi habitación?
Sirvienta (mirándola con duda):
—Mi señora… ¿se encuentra bien?
Narrador:
Noa no supo qué responder.
Por suerte, la criada no insistió.
Y así, la llevaron por los pasillos de mármol…
Al cuarto de una noble.
Al cuarto… de la villana.
antes de irse de esa habitación Noa no evitar pensar en la becada. Valeria. En su sonrisa nerviosa, en las lágrimas, en la humillación.
así que Caminó con la espalda recta. No como Antonieta.
Sino como alguien que, por primera vez, tenía una oportunidad nueva.
“No soy esa persona. Me pareceré a ella y seré ella, pero… sí puedo no ser esa clase de persona.”
[Interior – Mansión de la familia Alcalá de la Alameda, Comedor Principal – Día]
Narrador:
Antonieta estaba frente a la gran puerta de madera labrada. Al mínimo roce de los nudillos de la sirvienta, esta se abrió lentamente con un crujido suave, revelando el corazón de la casa: el comedor principal.
Era una estancia imponente, de techos altos, decorada con retratos de ancestros severos y un enorme candelabro de cristal colgando del techo, tan pesado que parecía desafiar la lógica. La mesa de roble pulido era tan larga que requería mayordomos para cubrir ambos extremos al servir.
Los hombres de su familia ya estaban allí. Todos compartían rasgos similares: mandíbulas cuadradas, ojos fríos como el acero, posturas rígidas. Solo uno de ellos desentonaba ligeramente: su hermano mayor, con un rostro más fino, mentón triangular y una mirada pícara.
A su lado, las esposas de los presentes mantenían una compostura ensayada y, más allá, su prima Alison —siempre tan silenciosa— jugaba con el tenedor sin tocar su plato.
Antonieta casi iba a tomar asiento, pero su mirada vagaba, inquieta. Faltaba uno. El más importante. El que daba sentido a ese ambiente de tensión contenida.
Narrador (tono reverente):
Salomón Alcalá de la Alameda.
Un nombre que evocaba miedo, respeto… y leyenda.
En su juventud, Salomón fue conocido como el Caballero de las Mil Heridas, un hombre que dominó los campos de batalla a bordo de su mecha Striker. Su sola presencia hacía temblar ejércitos. No necesitaba levantar la voz: su silencio bastaba.
Era idéntico a sus hijos, sí. Pero no había confusión posible. Las arrugas marcaban su rostro como surcos de experiencia. Y sus ojos… eran los de alguien que había visto demasiado como para dormir en paz.
(La puerta se abrió con un golpe seco. Un silencio absoluto se apoderó de la mesa. Todos se pusieron de pie al instante.)
Narrador:
Cada paso que daba retumbaba con eco. Era como si el suelo se preparara para sostener el peso de su autoridad. No sonreía. Nunca lo hacía. Caminó hasta el extremo de la mesa y se sentó, sin decir una palabra. Entonces, los demás lo imitaron, como engranajes bien aceitados de una máquina ancestral.
Y fue en ese instante cuando Antonieta cometió su primer error.
Nadie comía antes que él.
Era una regla sagrada, una tradición inviolable.
Lo comprendió tarde, con el tenedor ya a medio camino. Sintió la mirada de todos… menos la de uno.
Salomón (sin alzar la mirada, con tono grave):
—Richard. Valmond. ¿Cómo van sus intentos de disolver a los rebeldes?
Richard (serio):
—Nuestros esfuerzos han dado frutos. Hemos diezmado una cantidad considerable.
Valmond (igual de serio):
—Pensamos en establecer patrullajes constantes. No sabemos cuándo intentarán algo.
Salomón:
—Están en el norte. Cerca de varios pueblos. Me parece prudente.
Antonieta, ¿qué opinas de lo propuesto por tu hermano y tu padre… o comer antes de tiempo no significa nada?Narrador:
Antonieta se tensó. No sabía qué decir. Pero entonces, algo cruzó su mente. El norte… el norte tenía lagos. Y esos lagos conectaban con varios pueblos. Recordó algo. Una vieja técnica de guerra: agentes nocivos en los cuerpos de agua.
Antonieta (con voz temblorosa):
—Recuerdo haber leído algo… ¿Saben si ellos tienen acceso a venenos? O cosas que puedan dañar la salud…Narrador:
La mesa quedó en silencio. Todos la miraban. Todos, menos Richard.
Richard (con tono burlón):
—Hermanita… ¿a qué viene esa pregunta?
Antonieta (mirando su plato, sin levantar la voz):
—Leí que, en el pasado, algunos ejércitos buscaban cuerpos de agua que conectaran con puntos clave… y al envenenarlos, obtenían una ventaja.
Salomón (sin cambiar el tono):
—¿Puedes confirmar lo que dices?
Antonieta:
—Más que una confirmación… es una corazonada.
Richard (con un dejo de molestia):
—Perdónenla. Apenas está aprendiendo sobre cosas útiles.
Salomón (tajante):
—Si tuvieras razón… ¿qué querrías a cambio?
Antonieta (tras un breve silencio):
—Quiero pasear en un Caballero Móvil.
Salomón:
—Coman. La comida se enfría.
Narrador:
En ese momento, todos agarraron sus cucharas y comenzaron a comer.
Antonieta sintió que el estómago se le revolvía. La tensión no se había ido. Pero comió.
Porque en esa casa… no se mostraba debilidad.
[Interior – Mansión de la familia Alcalá de la Alameda, Habitación de Antonieta – Día]
Narrador:
Después del desayuno más tenso que pudo tener en mucho tiempo, iniciaban las clases para ser una dama. Comenzaban con etiqueta, impartida por Beatriz Lombardi, conocida por usar una regla cada vez que alguien se equivocaba.
Beatriz (furiosa):
—¡No, niña estúpida! ¿Cuántas veces necesitas entender cómo comer? ¿Acaso eres un cerdo?Narrador:
En ese momento, la regla golpeó la mano de Antonieta. Ella dejó caer uno de los seis tenedores alineados en la mesa. Intentó recogerlo, pero recibió otro golpe.
Beatriz (furiosa):
—¡No! Eso solo lo hacen los sirvientes. ¿Acaso olvidaste todo lo aprendido?
Antonieta (llorando):
—¡Perdóneme! ¡No lo olvidaré!
Narrador:
Después siguió la clase de baile de salón. Antonieta no sabía bailar y sus tobillos sangraron en consecuencia. Luego, el maestro de arte y cultura la reprendió y ridiculizó tras confundir a dos pintores.
Por último, casi al atardecer, el maestro de sociedad y formación, Arturia Dargo, le azotó las manos con una regla.
[Interior – Mansión de la familia Alcalá de la Alameda, Oficina de Salomón – Tarde]
Narrador:
Salomón estaba en su oficina. Una habitación amplia, pero a diferencia de otras, esta era más minimalista, con excepción de una gran ventana que filtraba la luz naranja del atardecer. Como siempre, ordenaba y firmaba documentos cuando la puerta se abrió. Era su segundo hijo, Aurelio.
Aurelio:
—Padre, creo que debe ver esto.Narrador:
Aurelio le pasó una pantalla a Salomón, quien observó con atención. Allí estaban los rebeldes: algunos atados y listos para ser interrogados, otros menos afortunados, ya sin vida.
Aurelio:
—Como me ordenó, desplegué mi escuadrón en el río. Al principio no encontraron nada, pero río abajo hallaron lo que buscábamos.
Salomón (serio):
—Entonces la corazonada fue cierta…
Aurelio:
—Sí, padre. Al parecer lo leyó en la biblioteca. Por cierto… ¿cumplirá lo que dijo?
Salomón (con una sonrisa):
—Sí. Ella merece una recompensa.
[Interior – Mansión de la familia Alcalá de la Alameda, Habitación de Antonieta – Noche]
Narrador:
Como si fuera una broma del destino, Antonieta lloraba en su cama, adolorida por las correcciones no solo de Beatriz, sino de todos sus maestros. Sus manos ardían. Sus tobillos dolían cada vez que los movía. Y la pobre solo podía llorar en silencio.
Antonieta (susurrando):
—¿Por qué esta vida…? Pensé que no tendría que pasar por esto…
Narrador:
Lloró toda la noche. Solo pudo dormir cuando por fin su cuerpo pidió descanso.
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