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Inmigrante

1. Un día cualquiera

Me presento me llamo Azul, soy la mayor de siete hermanos, soy morocha de ojos verdes, solo eso llama la atención de mí el resto soy una chica normal. Que decir de mis hermanos somos todos seguidos, como dicen por acá mis padres "no tenían televisor en esa época", ellos trabajaban en el campo y se llaman Marisa y Pedro. No eran los padres más amorosos, al menos conmigo y quizás si con mis hermanos…

Antes de seguir contando de mí, les cuento que soy de Argentina de un pueblo del interior de la provincia de Córdoba de no más de 600 habitantes, en donde la Iglesia juega un papel importante. Entras a misa y las viejas, perdón las señoras mayores se dan vuelta a ver quien entró y te examinan como si estuvieras en un consultorio médico, pues bueno como decía mi abuela pueblo chico infierno grande.

La relación con mi familia no es la mejor a veces creo que no soy hija de ellos o al menos de mi papá, y que mi abuela la madre de él no me quiere porque soy distinta a mis hermanos. La mayoría de mis hermanos son rubios y de ojos celestes, supongo que es cosa de viejos o eso quiero pensar.

Entre risas y llantos van pasando los años en donde me siento solo a pesar de tener una familia tan grande. Les cuento que siempre me sentí excluida y que no era parte de esa familia.

Mis abuelos por parte de mi mamá me daban el cariño que mis padres no me daban, lo que llevo a discusiones continuas con mis padres y hermanos.

Siempre era la culpable de todo lo que pasaba en mi casa, si se rompía algo o uno de mis hermanos lloraba, hasta tengo recuerdos de comer todos alrededor de una mesa y yo sola en un rincón, según ellos porque no entrábamos todo en la mesa, claro eran lugares para 8 personas.

Como todo niño uno se enferma, ese año me enferme de varicela no recuerdo bien cuantos años tenía, pero debe haber sido a los siete u ocho años. Como saben debes de hacer reposo y no tener contacto con alguien más para no contagiarnos. Por lo que 10 días me la pase sola, solo me daban algo de comer, me curé y ni va que para mi mala suerte sé enfermaron mis hermanos todos al mismo tiempo por lo que tuvieron que hacer cama y me obligaron a mí también estar encerrada. Según ellos porque mis hermanos iban a llorar y que era la mayor y tenía que dar el ejemplo. Para muchos esto está bien, pero para mí era injusto.

Pasaron los años, me refugio en el colegio no era la mejor, pero tenía buenas notas, acá existe la tradición de viajar todo el curso a Bariloche, y para lograrlos se realizan ventas de tortas, empanadas, bailes etc. para recaudar dinero... por lo que comencé a ahorrar para el viaje.

Ese mismo año mi hermana cumplía los quince años y había que hacerle la fiesta, y a mis padres se les ocurrió pedirme mis ahorros para pagar la fiesta, y que supuestamente me la devolvían, cosa que nunca pasó.

Esto me hizo tomar la decisión de viajar a estudiar a otro país. Terminé los estudios secundarios, en una mochila con dos mudas de ropa, la foto de mis abuelos y mis documentos, llegue al país X a estudiar abogacía.

Como cualquier joven de dieciocho años, yo también tenía mis sueños: una familia rebosante de amor, la oportunidad de estudiar y encontrar a mi príncipe azul. Sin embargo, la realidad se encargó de aterrizarme bruscamente.

2. Nueva vida...

Llegué al país X, y cada paso que doy está lleno de novedades e incertidumbre. Afortunadamente, la mayoría de la gente habla español, aunque también me defiendo en francés, inglés y alemán. Con el poco dinero que tenía, alquilé una habitación con servicios básicos y pasé varios días buscando trabajo, ya que las clases en la universidad de abogacía aún no han comenzado. Sé que convertirme en abogada es un gran sueño, una forma de demostrarme a mí misma de lo que soy capaz. En realidad, quiero demostrarles a mis padres que soy mucho más que la cocinera y niñera de la casa. Quizás para muchos suene infantil y resentida, pero es lo que siento.

El aire fresco de la mañana le acariciaba mi rostro mientras apretaba los papeles contra su pecho. Vestía una camisa lisa y unos pantalones sencillos, la ropa con la que me sentía más cómoda. Mis ojos verdes, brillantes con una mezcla de esperanza y cautela, estaban fijos en el cartel pegado en la vidriera: "SE BUSCA PERSONAL". Tres palabras que resonaban con fuerza en mi mente.

Había llegado al país X hacía poco tiempo, cargando en mi mochila no solo sus pocas pertenencias, sino también sueños de una nueva vida. Los primeros días habían sido un torbellino de adaptación a un idioma ligeramente diferente, a costumbres nuevas y a la constante sensación de ser una recién llegada. Pero la necesidad de construir mi propio camino era una fuerza impulsora.

Los papeles que sostenía eran su currículum vitae, impreso con la ayuda de un alma caritativa en un centro comunitario. Cada línea representaba un esfuerzo, una habilidad aprendida, la tenacidad de quien está dispuesto a trabajar duro. Ahora, frente a esa ventana, sentía que quizás, solo quizás, este era el inicio.

Inhaló profundo, tratando de calmar el ligero temblor en mis manos. La ventana reflejaba su imagen: una joven con el cabello oscuro ondeando suavemente, sus ojos verdes llenos de una determinación silenciosa. Detrás del cristal, podía intuir el movimiento de personas, el sonido apagado de una actividad que podría incluirla.

Con una última mirada al cartel, era el momento de dar el siguiente paso, de abrir esa puerta y ofrecer lo que tenía. La búsqueda apenas comenzaba, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía una punzada de optimismo. Quizás en ese lugar, detrás de ese cartel de "SE BUSCA PERSONAL", encontraría no solo un empleo, sino también un lugar para empezar a construir esos sueños que la habían traído hasta aquí.

Al entrar, me di cuenta de que no era una cafetería cualquiera. Era un lugar elegante, donde presidentes de empresas y personas importantes se reunían para trabajar. Me acerqué a la caja, donde una señora mayor ajustó sus anteojos y me miró. Su mirada, una mezcla de reprobación o quizás lástima, me indicó que fuera al fondo del pasillo, hacia una oficina. Allí, me quedé de pie, dudando si debía tocar la puerta.

Al trasponer la puerta, una voz fuerte pero avejentada me dio la bienvenida con un "adelante". Tras ingresar, mis ojos recorrieron la estancia: una oficina sencilla y elegante. Detrás de un escritorio, un señor de unos 60 años, robusto y canoso, con anteojos, me observaba. Su mirada era gentil, un contraste total con la señora de la caja. "Buenos días", dijo, mientras continuaba examinándome con detenimiento

3. El encuentro con Don Pascual

Don Pascual: Buenos días, niña, ¿vienes a la entrevista de trabajo?

Azul: Buen día, mi nombre es Azul. Sí, estoy en busca de una oportunidad de trabajo y de lograr mis objetivos.

Don Pascual: Dígame, señorita, ¿de dónde es usted? ¿Cuáles son sus metas?

Azul: Soy de Argentina. Vine a este país huyendo, por así decirlo, de mi familia, buscando una oportunidad para mejorar, ya que no me sentía parte de ella por diferentes motivos que prefiero dejar en el pasado. Espero que comprenda. Lo importante es mi capacidad y mis ganas de trabajar.

La entrevista, que al principio se tornó tensa cuando me preguntó por mi familia, se desarrolló luego en un ambiente tranquilo, lleno de amabilidad, pero también de la incertidumbre de conseguir el puesto.

El ambiente de la oficina de don Pascual era un remanso de calma, muy diferente al bullicio y las tensiones que Azul conocía. La oficina, sencilla y elegante, reflejaba un gusto por lo práctico y lo pulcro. Las paredes, en tonos claros, daban una sensación de amplitud y serenidad, y la luz natural que entraba por unas ventanas discretas iluminaba el espacio sin deslumbrar.

El escritorio de don Pascual, de madera oscura y líneas limpias, estaba ordenado con una precisión casi minimalista, lo que reforzaba la impresión de un lugar donde las cosas se hacen con método y cuidado. No había adornos excesivos, solo lo necesario: una lámpara de mesa clásica, algunos documentos bien apilados y quizás una planta pequeña que añadía un toque de vida.

Más allá de lo visual, lo que realmente destacaba era la atmósfera de tranquilidad y amabilidad. A pesar de la inherente tensión de una entrevista de trabajo, la presencia de don Pascual y su mirada gentil creaban un espacio donde uno podía sentirse escuchado. Había una sensación de respeto mutuo, de que era un lugar donde la experiencia y el buen trato eran valorados. No era un ambiente ruidoso ni estresante; más bien, invitaba a la concentración y a la colaboración serena. Para Azul, después de todo lo vivido, ese ambiente representaba no solo una oportunidad laboral, sino también un respiro, un posible refugio.

Don Pascual se sumió en un silencio momentáneo, sus ojos fijos en mi currículum. Mis nervios estaban a flor de piel, cada gesto suyo una incógnita que podía significar el impulso hacia mis sueños y metas. De repente, levantó la vista.

_ Don Pascual: La verdad es que tienes excelentes capacidades — con un tono reflexivo—. Me parecería un desperdicio contratarte para el puesto de camarera.

La impaciencia y los nervios me invadieron, casi hasta las lágrimas. Me apresuré a responder, mi voz temblorosa:

_Azul: No se preocupe, lo que necesito es trabajar para poder estudiar y alcanzar mis sueños. ¡Acepto cualquier trabajo!

Don Pascual me miró con una gentileza que me tranquilizó al instante.

_Don Pascual: Niña, tranquila —me dijo con una sonrisa apacible—. No te he dicho que no te voy a contratar, solo que no será de camarera. Serás la encargada de recibir a los clientes, organizar las reservas y mantener el ambiente impecable de esta cafetería.

La alegría me desbordó.

_Azul: ¡Gracias, gracias por la oportunidad! —exclamé, con ganas de saltar de emoción—. Si no estuviera mal visto, le daría un abrazo de esos que, en mi país, damos cuando estamos así de contentos.

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