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Vuelve A Mí

Capitulo I Caminos cruzados

...¡Hola, queridos lectores! Estoy a punto de embarcarme en una nueva aventura llena de amor y traición. Espero que la disfruten y me apoyen dándole "like" a los capítulos, dejando sus comentarios y siguiendo mi obra. De antemano, les agradezco su apoyo y confianza en mis novelas. ¡Disfruten!...

Cristina era una joven hermosa, con su largo cabello negro que caía hasta la espalda, piel blanca, ojos claros y una sonrisa encantadora. Quedó huérfana a la edad de cinco años cuando sus padres perdieron la vida en un accidente automovilístico. Sin nadie más en el mundo, fue llevada a un orfanato donde los niños permanecían hasta que alguien decidía adoptarlos. A pesar de su energía y alegría, nunca tuvo la suerte de que alguien la quisiera lo suficiente como para sacarla de aquel lugar gris y sombrío. Así, el tiempo pasó sin que eso sucediera.

Los años transcurrieron, y aquella pequeña niña se convirtió en una hermosa mujer. Sin embargo, al acercarse a la mayoría de edad, su tiempo en el orfanato llegaba a su fin. La directora del lugar, Mirian, se había encariñado con ella y decidió hablar con su buen amigo Rafael Sarmiento para ofrecerle un trabajo en su empresa. Rafael, siendo un buen amigo de Mirian, aceptó ayudar a la joven sin conocerla.

"Cris, hija", le comunicó Mirian mientras caminaban hacia el jardín. "Mañana tienes una entrevista de trabajo con un buen amigo".

"Gracias", respondió Cristina con una sonrisa nerviosa. "Usted siempre ha sido buena conmigo y me ha apoyado desde que llegué a este lugar".

"No estés nerviosa", le animó Mirian. "Mi amigo Rafael es un buen sujeto; estoy segura de que te irá bien".

"Sé que debe ser una buena persona", dijo Cristina, agradecida por el apoyo incondicional de Mirian, quien había sido la única luz en esos años oscuros.

Desde la muerte de sus padres, Cristina había sentido que no encajaba en ningún lugar. Se sentía perdida y sin esperanza, pero su vida estaba a punto de cambiar, aunque no de la manera que ella esperaba.

"Siento no haber podido lograr que te adoptaran. Me pesa la culpa por no haber hecho lo suficiente". El tono de voz de Mirian pasó de optimista a nostálgico. Siempre había intentado por todos los medios conseguir que alguien adoptara a la niña; sin embargo, por alguna extraña razón, nadie parecía interesarse en Cristina; cuando una familia lo hacía, a los pocos días desistía.

"No fue su culpa. Estoy profundamente agradecida por todo lo que ha hecho por mí. Sin usted, jamás hubiera podido soportar el gran vacío que dejaron mis padres". La sinceridad de Cristina era innata; realmente se sentía agradecida con la directora del orfanato, ya que gracias a ella pudo sobrellevar el dolor causado por la pérdida de sus padres.

El día siguiente llegó como una ráfaga de viento, haciendo que Cristina temblara; no por frío, sino por los nervios de enfrentarse a la vida real. Al mirarse en el espejo se dio cuenta de que su ropa no era la más adecuada para una entrevista; su atuendo era sencillo y algo desgastado. Con gran tristeza salió de la habitación que compartía con otras jóvenes; aunque Laura, su única amiga en aquel lugar, intentó animarla: "Te ves hermosa, así que cambia esa cara", le decía mientras caminaban por el pasillo que conducía al comedor.

"No es cierto. Mírame; parezco más bien alguien que va a pedir limosna y no a buscar trabajo".

"Ya deja de menospreciarte; eres hermosa y muy inteligente así que ve y demuestra de lo que eres capaz". Laura no mentía cuando decía eso sobre su amiga; era verdad. Cristina era muy inteligente y destacaba en matemáticas; además, dondequiera que iba llamaba la atención de todos a su alrededor. Sin embargo, esa misma inseguridad le impedía reconocerlo.

Después del desayuno, Cristina salió del orfanato llevando consigo las palabras alentadoras de su amiga. Se había jurado ayudar a los niños del orfanato y, por supuesto, a Laura.

Mirian le había dejado la dirección de la empresa escrita en un pedazo de papel, pero al estar casi todo el tiempo encerrada en los muros de aquel sombrío lugar, no conocía muy bien la ciudad. Aunque la directora sabía eso, también pensó que era hora de dejar que Cristina se desenvolviera por sí sola.

Por otro lado, en aquel auto de lujo iba un hombre revisando unos documentos. Con el ceño fruncido y ojos como de halcón, inspeccionaba cada palabra, cada letra sobre el papel que llevaba en sus manos. Enrique Sarmiento irradiaba una seguridad fría y calculadora, pero bajo esa coraza impenetrable se escondía un hombre marcado por secretos y decisiones dolorosas. Su aura era tan imponente que quien lo viera sentiría un escalofrío, pero pocos conocían la vulnerabilidad oculta tras su mirada intensa.

"¿Qué sucedió?" preguntó Enrique con voz firme, aunque ligeramente cansada, cuando sintió que el auto se detuvo bruscamente.

"Lo siento, señor. Una joven se atravesó y por poco la arrollo", respondió el chófer con la voz un poco alterada.

Enrique miró por la ventana, observando a la joven de largo cabello negro alejarse rápidamente. No sabía entonces que esa figura fugaz despertaría en él una obsesión que pondría en jaque todo su mundo controlado.

"Continúa, no tenemos tiempo que perder", dijo Enrique mientras volvía la mirada a los documentos en sus manos.

Con 28 años, Enrique era un hombre alto y atlético, de ojos negros profundos y piel blanca como el mármol. Su presencia imponía respeto y temor; en el mundo de los negocios era conocido no solo por su inteligencia despiadada, sino también por una ética ambigua: capaz de destruir a sus enemigos sin piedad, pero también de proteger a quienes consideraba dignos de confianza con una lealtad feroz. Bajo esa fachada implacable había un hombre que luchaba contra sus propios fantasmas y anhelos ocultos.

El chofer continuo su camino hacia las empresas Sarmiento, cuyo dueño y fundador era el padre de Enrique: Rafael Sarmiento de setenta y cinco años quien a diferencia de su hijo se caracterizaba por ser un hombre justo y de buen corazón, que le gustaba ayudar a los más desafortunados y quien quería darle una lección de humildad a su hijo.

Capitulo II Inicio de una nueva vida

Cristina finalmente llegó a la imponente empresa donde tendría su entrevista de trabajo. Justo cuando los nervios que la habían consumido minutos antes parecían haberse esfumado tras el susto de casi ser atropellada, regresaron con fuerza al pisar la majestuosa recepción. El lugar irradiaba poder y éxito, y cada paso que daba hacía que su corazón latiera con más intensidad.

"Buenas tardes", saludó Cristina al acercarse a la recepcionista.

La mujer la miró de arriba ab loajo, como si fuera alguien inferior. "Las caridades se dan una vez al mes y se hacen por correo", dijo con desdén.

Cristina no entendía a qué se refería aquella mujer, pero tenía claro que la estaba tratando con desprecio; algo a lo que ya estaba acostumbrada. "Disculpe, señorita, pero no vengo a pedir nada. Tengo una cita con el señor Sarmiento", respondió con seguridad.

La recepcionista la miró con burla, pensando que la joven era una oportunista que solo quería acercarse a los dueños para sus fines desvergonzados. "El señor Sarmiento no ha llegado todavía, así que mejor vete y no vuelvas más", dijo con desdén.

Cristina intentaba mantener la cordialidad, aunque por dentro luchaba contra la frustración. "Señorita, por favor revise su agenda. He sido citada por el señor Sarmiento; si no fuese así, créame que no estaría aquí", trató de mantenerse amable, aunque nadie merece ser humillado.

"Ya te dije: márchate y deja de molestar", repitió la recepcionista con altanería, demostrando que solo se fijaba en las apariencias y era una mujer superficial.

"Señorita, creo que está asumiendo atribuciones que no le corresponden", una voz masculina resonó en todo el lugar, haciendo que la recepcionista palideciera.

"¡Señor Sarmiento!", exclamó aterrada. "Disculpe, señor, pero esta joven insiste en que tiene una cita con usted", explicó tratando de mantener la calma.

"¿Ya revisó mi agenda? ¿Corroboró lo que dice esta joven?", preguntó el hombre con tono firme.

Cristina no se atrevía a mirar quién estaba detrás de ella; la sola voz le erizaba la piel y despertaba un temor que no podía controlar. Sin embargo, con un suspiro tembloroso, se giró sobre sus talones para agradecer al hombre que la había defendido.

Frente a ella, estaba Rafael Sarmiento. Nerviosa, apenas pudo susurrar:

"Gracias, señor".

Rafael permaneció inmóvil, observándola con intensidad. Su ceño fruncido y el corazón latiendo desbocado parecían anunciar que algo en ella le resultaba familiar, aunque no lograba descifrar qué. Con voz baja y casi ronca preguntó:

"¿Cómo te llamas, niña?"

"Cristina Fernández, señor —respondió ella con una mezcla de respeto y aprehensión". La señora Miriam me dijo que viniera porque tendría una entrevista de trabajo con usted.

Él asintió lentamente.

"Así es. Soy Rafael Sarmiento, y Miriam es una gran amiga".

Los ojos de Cristina se abrieron como platos al comprender que estaba frente al mismísimo dueño de la empresa.

"Es un gusto conocerlo, señor Sarmiento" dijo extendiendo la mano con cortesía.

Rafael estrechó su mano con firmeza, sintiendo una especie de conexión inexplicable. En ese instante, su mirada se volvió tierna; un torrente de recuerdos lo invadió: momentos vividos con alguien muy especial que había marcado su vida profundamente. Pero entonces la realidad golpeó con fuerza su mente: recordó el día en que Miranda se casó con su enemigo acérrimo, dejándolo destrozado por la traición. Su expresión cambió abruptamente; la ternura dio paso a una fría mirada cargada de odio.

"Vayamos a mi oficina ", dijo con voz firme". Te explicaré cuál será tu trabajo.

Rafael lanzó una mirada desaprobadora hacia la recepcionista antes de avanzar por el pasillo hacia el ascensor privado del presidente.

Al llegar a su oficina, su secretaria Lorian lo recibió con profesionalismo impecable:

"Buenos días, señor".

"Buenos días, Lorian. Por favor avísale a mi hijo que llegue y necesito que venga a mi oficina". Luego de dar la instrucción le pidió a Cristina que pasará a la oficina la cual era igual al resto de la empresa: enorme y muy sofisticada, cada rincón emanaba un aire de grandeza que te envolvía en una fría atmósfera de superioridad.

Cristina entró con cautela a la oficina, sintiendo cada paso como si fuera un eco en aquel espacio tan imponente. Rafael cerró la puerta tras ella y se acomodó en su silla, sin perder de vista a la joven.

"Cristina", comenzó con voz firme, "necesito que sepas que esta empresa no entra cualquiera. Aquí se exige compromiso, lealtad y, sobre todo, discreción".

Ella asintió, intentando controlar los nervios que invadian su estómago.

"Entiendo, señor Sarmiento. Haré todo lo posible por cumplir con lo que se espera de mí".

Rafael frunció el ceño por un instante, recordando algo que parecía atormentarlo.

"¿Sabes? A veces la vida nos pone frente a personas que creemos haber perdido para siempre… pero el destino tiene maneras curiosas de reencontrarnos".

Cristina lo miró intrigada, sin saber si esas palabras iban dirigidas a ella o a algún recuerdo oculto en Rafael.

"Ahora necesito que te encargues de ayudar a mi hijo", dijo Rafael con voz firme, pero había algo en su tono que no podía ignorar. "Está trabajando en un proyecto muy delicado y clave para la empresa, y necesito a alguien en quien pueda confiar completamente, alguien que me mantenga al tanto de todo lo que haga. ¿Crees que estás lista para esa responsabilidad?

Cristina tragó saliva y por un momento pensó para sí misma: *¿Me está pidiendo que espíe a su propio hijo?*. Pero no dijo nada.

Rafael asintió lentamente, con una mirada que daba un poco de miedo por lo decidido que estaba.

Ella estaba a punto de responder cuando la puerta se abrió de golpe. Los dos se giraron y Cristina se quedó sin palabras al ver entrar a un hombre alto, atlético, de piel muy clara, cabello negro y unos labios que parecían hechos para besar.

"¿Qué quieres hablar conmigo, padre?" preguntó Enrique Sarmiento sin ni siquiera mirar a Cristina.

"Primero saludas", le regañó Rafael con molestia. " Deja esa actitud arrogante".

Enrique bufó molesto.

"No tengo tiempo para juegos", dijo seco. "Todavía no encuentro secretaria y el trabajo no para de acumularse".

"Por eso te llamé", respondió Rafael. "Quiero que conozcas a tu nueva secretaria: Cristina Fernández".

Enrique lanzó una mirada fría y despreciativa hacia Cristina, que seguía sentada sin atreverse a moverse.

"Esto tiene que ser una broma", dijo con sarcasmo. "Papá, ahora sí perdiste la cabeza".

Pero Rafael no cedió ni un poco.

"Mi decisión está tomada. Cristina será tu secretaria. Y en cuanto a experiencia... te sorprendería todo lo que sabe".

Aunque era joven, Cristina había aprendido mucho en el orfanato junto a Mirian, quien solo confiaba en ella para manejar sus asuntos más delicados.

Enrique no tuvo más opción que aceptar a Cristina como su nueva secretaria, aunque se notaba claramente lo molesto que estaba.

Capitulo III Primer día de trabajo

El día siguiente era especial: cumplía dieciocho años y también era su primer día de trabajo. Cristina sentía un torbellino de nervios en el estómago. Su nuevo jefe no parecía precisamente alguien fácil, ni mucho menos amable.

Llegó temprano a la empresa, justo como le habían indicado. Antes de que Enrique apareciera, ya había organizado su escritorio con esmero. Después, fue a buscar el café que sabía que le gustaba a él. Para cuando Enrique entró, todo estaba impecable y el aroma del café fresco flotaba en el aire.

"Buenos días, señor", saludó Cristina con una sonrisa tímida.

"Buenos días", respondió él, seco. "Tráigame mi agenda".

La seriedad que irradiaba Enrique era casi abrumadora, pero también tenía algo en su porte que a Cristina le parecía irresistible. No pudo evitar fijarse en sus ojos intensos mientras le entregaba la agenda.

"Aquí tiene, señor", dijo ella con firmeza.

Él se acomodó en su silla y clavó la mirada en aquellos ojos claros que parecían desafiarlo.

"Vamos a dejar algo claro", dijo con voz fria. "Sé que mi padre te contrató para que seas su espía".

Un escalofrío recorrió a Cristina al escuchar esas palabras; se sintió descubierta. Enrique, por su parte, se quedó hipnotizado por la profundidad de su mirada, aunque rápidamente apartó la atención.

"No soy ninguna espía", respondió ella apresuradamente. "Solo acepté el trabajo porque lo necesito".

Él sonrió con sorna. "No soy tonto y conozco bien a mi padre. Pero te advierto: si descubro que me estás espiando, lo vas a pagar caro".

Cristina tragó saliva; sabía que estaba entre dos tormentas: la necesidad de independencia y el miedo de estar atrapada entre padre e hijo, ambos intimidantes a su manera.

Con voz segura respondió: "Soy leal solo a mi jefe. Lo que pase en esta oficina no saldrá de aquí".

Enrique asintió con una mezcla de satisfacción y desafío: "Eso espero. Ahora manos a la obra; hay mucho por hacer".

Las horas parecían multiplicar las tareas pendientes en lugar de disminuirlas. La frustración se apoderó de Enrique al punto de tomar un puñado de papeles y lanzarlos al suelo con fuerza. Cristina dio un salto de susto ante el estallido inesperado.

"Esto es una locura", murmuró él masajeándose las sienes. "Regreso en una hora".

Se puso el saco sin mirar atrás y salió dejando un rastro de tensión en la oficina.

Cristina miró el caos sobre el piso, se arrodilló y comenzó a recoger los papeles uno por uno. Mientras los organizaba y releía para entenderlos mejor, sin darse cuenta la noche había caído sobre la ciudad. El silencio y la oscuridad le recordaron que debía regresar al orfanato; *Mirian debe estar preocupada*, pensó apresurando el paso hasta salir corriendo del edificio.

Al llegar encontró la sala decorada suavemente para celebrar su cumpleaños, pero Mirian descansaba profundamente en el viejo sofá central del lugar.

"Señora Mirian... señora Mirian... por favor despierte", susurró Cristina tratando de no alterarla.

Con lentitud Mirian abrió los ojos y al verla sonrió antes de abrazarla con ternura:

"¡Hija! ¿Dónde estabas?"

Cristina bajó la mirada apenada: "Perdón por llegar tan tarde... me quedé trabajando en la oficina y perdí la noción del tiempo".

Mirian suspiró con voz cansada: "No sabía dónde estabas... me mataba la preocupación... al final me quedé dormida así..."

Cristina tomó sus manos entre las suyas: "Debí avisar... lo siento mucho...", las palabras de ella eran sinceras.

Al final del día Cristina celebro su cumpleaños número dieciocho al lado de su mejor amiga: Laura y de la mujer que veía como una segunda madre: Mirian.

La mañana llegó tan rápido como se fue y la hora de volver al trabajo había llegado, tal cual hizo el día anterior Cristina llegó temprano a su trabajo, organizo todo como el día anterior y se quedó esperando a su jefe quien desde el día anterior se había ido a medio día y no volvió.

"Buenos días", saludo Enrique llamado la atención de Cristina.

"Buenos días, señor. Ya le llevo su agenda y su café".

Enrique la miró de arriba a abajo con desprecio, pues la joven estaba toda desaliñada y sus ojeras eran notorias. "Llame a mi padre, necesito hablar con él", ordenó mientras entraba a su oficina.

Cristina suspiro profundamente y procedió a cumplir la orden de su jefe. Mientras ella hablaba por teléfono con Rafael, Enrique se encontraba en su oficina revisando los documentos que no había podido resolver, su ceño fruncido mientras revisaba las notas escritas a mano con letra legible y sin tachones.

Cristina entró a la oficina llevando consigo una taza de café y la agenda de su jefe. "¿Quién hizo esto?", pregunto con seriedad.

"Lo siento señor, sé que no debí meterme con eso, pero una vez que empecé no pude detenerme...", la joven empezó a respirar rápidamente creyendo que su actuar la estaba metiendo en problemas; sin embargo, lo que ocurrió después la dejo sin palabras.

"No tienes que disculparte, esto es absolutamente perfecto, finalmente pudiste corregir lo que estaba mal", dijo con una sonrisa genuina. "¿Cómo pudiste hacer algo así?" Pregunto Enrique sorprendido.

"La verdad no lo sé, las ideas simplemente llegaron a mi cabeza y empecé a escribir", respondió la chica con nerviosismo.

"Seguramente fue solo cuestión de suerte", comento Enrique incrédulo.

"Si, eso debió ser". Cristina no tenía idea de la capacidad que ella tenía para salir sola adelante, haber estado tanto tiempo en aquel orfanato acabo con su seguridad y ahora necesitaba recuperar eso que había perdido.

Los días siguieron pasando y Enrique se empezaba a dar cuenta de que su secretaria era muy especial y sabía que le podía servir a sus propios intereses.

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